viernes, 28 de mayo de 2021

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD - B (30 de Mayo de 2021)

 

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD - B (30 de Mayo de 2021)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 28,16-20:

28:16 Los once discípulos fueron a Galilea a la montaña donde Jesús los había citado.

28:17 Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron.

28:18 Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.

28:19 Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,

28:20 y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo". PALABRA DEL SEÑOR.

 

Amigos en el Señor Paz y Bien.

El principio de nuestra fe (de la Iglesia Católica: Mt 28,19) se fundamenta en el principio del Dios Uno y Trino. En el credo rezamos: Creo en Dios, Padre todo poderoso, Creador del cielo… Creo en el Hijo, que nació de María virgen… Creo en el Espíritu Santo… Es un único Dios, que tiene por esencia el amor: “Dios es amor” (I Jn 4,8) y se manifiesta como Padre, Hijo y Espíritu Santo. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Moisés dijo a Dios: "Si voy a los israelitas y les digo: El Dios de sus padres me ha enviado a Uds; cuando me pregunten: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Dijo Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Y añadió: Así dirás a los israelitas: Yo soy y me ha enviado a Uds.” (Ex 3,13-14). El ser de Dios es Ser y no puede no ser. Dejemos que Dios sea lo que es. Pero, si cada uno tiene una experiencia personal de Dios, ¿no es deformar a Dios? No. Una cosa es que nosotros queremos un Dios a nuestra medida y otra muy diferente que Dios se nos haga experimentar de muchas maneras.

“El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (IJn 4,7-8). En esto nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él” (IJn 4,9). La señal de que permanecemos en él y él permanece en nosotros, es que nos ha comunicado su Espíritu”(I Jn 4,13). “Nadie ha visto nunca a Dios. Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (IJn 4,12). El amor es el mismo, pero cada uno ama a su manera. El mundo es el mismo, pero cada uno tenemos una experiencia diferente del mundo. El matrimonio es el mismo, pero cada pareja tiene su modo personal de experimentarlo.

El rasgo que más define a Dios y que, por otra parte, es el que más nos interesa de Él, es el amor. Dios es amor (I Jn 4,8). Dios quiere ser vivido y experimentado no tanto como omnipotente, sino como amor. Que Dios es omnipotente ya lo dice la filosofía (razón), pero que Dios sea amor y que nos ama, esto ya es parte de la revelación de Sí mismo: “Yo soy lo que soy” (Ex 3,14). El amor de Dios Padre; el amor de Dios Hijo; y el amor Dios Espíritu Santo hacen del hombre en el ser más querido y preferido de Dios, por algo nos dio la dignidad de ser su imagen y semejanza (Gn 1,26).

Que buena noticia (Evangelio) saber que Dios nos ama de tres modos distintos: como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo. Por esta razón Nos recomienda Jesús: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Y si somos consagrados al amor de Dios por el padre y el Hijo y el Espíritu Santo hemos de vivir en este mandato: “Amense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35).

“La Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es de la misma naturaleza que el Padre, es decir, que es en Él y con Él el mismo y único Dios. La misión del Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo (Jn 14,26) y por el Hijo de junto al Padre" (Jn 15,26), revela que él es con ellos el mismo Dios único. Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria.  El Espíritu Santo procede principalmente del Padre, y por concesión del Padre, sin intervalo de tiempo procede de los dos como de un principio común. Por la gracia del bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 19) somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna”. (NCI 261-265).

El evangelio de hoy es el complemento al episodio: “Id y enseñad y el evangelio a toda la ceración, quien crea y se bautice se salvara, quien se resiste en creer será condenado” (Mc 16,15). Y también con el episodio: “Paz a Uds. como el Padre me envió así les envío a Uds. Y dicho esto soplo sobre ellos y les dijo reciban el Espíritu Santo, a quien les perdonen les quedan perdonados, a quienes se los retengan les queda retenidos” (Jn 20,21-22). Pero en el evangelio de Mateo se advierte algunas particularidades: 1) El pasaje se compone de una parte narrativa (Mt 28,16-18) y de una parte discursiva (Mt 28,18b-20).  2) La parte narrativa cuenta en pocas palabras el único encuentro de Jesús resucitado con su comunidad. Se trata, por tanto, de un momento solemne en el cual convergen los acontecimientos pascuales. Sobre este encuentro ya se había despertado expectativa desde la última cena y en la mañana de la Pascua. 3) Dentro de la parte discursiva notamos que en sólo cinco versículos se repite cuatro veces el término “Todo” (que alguno compara con los cuatro puntos cardinales): “Todo” poder (Mt 28,18): la totalidad del poder está en Jesús. “Todas” las gentes (Mt 28,19): la totalidad de la humanidad será evangelizada. “Todo” lo que Jesús enseñó (Mt 28,20): la totalidad de la enseñanza será aprendida. “Todos” los días (Mt 28,20b): la totalidad de la historia será abarcada por la presencia del Resucitado.

 El acento del texto recae sobre esta última parte, donde Jesús: 1) declara su victoria definitiva sobre el mal y la muerte (“Me ha sido dado todo poder…”), 2) les confiere a los discípulos un mandato (“Id, pues, y haced discípulos”) y, 3) les hace la promesa de su asistencia continua (“Yo estaré con Uds…”). Todo esto tendrá valor hasta el fin del mundo, y este enunciado nos advierte el tiempo del:

Pasado. El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos nos remite al comienzo del evangelio, cuando comenzó el discipulado a la orilla del lago a partir de la vocación (Mt 4,18-22). Un largo camino han recorrido juntos, en él la relación se fue estrechando cada vez más en cuanto el Maestro los insertaba en su ministerio, haciéndolos los primeros destinatarios de su obra, y los atraía para una relación aún más profunda con Él mediante el seguimiento. Jesús los devuelve al punto de partida.

Presente. Ahora los discípulos van a “Galilea”, y allí, a una “Montaña”: 1) Ellos van a Galilea, que como “Galilea de los gentiles”, ha sido destinada por Dios como campo de misión de Jesús (Mt 4,12-16). Allí habían sido llamados (Mt  4,18-22) y allí fueron testigos de misericordia de Jesús con enfermos y pecadores (8-9), donde la multitud andaba “vejada y abatida como ovejas sin pastor” (Mt 9,35).   2) La Montaña a la que van nos recuerda el lugar donde Jesús pronunció su primera y fundamental instrucción, el Sermón de la Montaña, la Ley esencial de la vida cristiana que comienza con las bienaventuranzas (Mt 5,1-7,29) y configura la existencia entera según “el Reino y la Justicia” (Mt 6,33).

Futuro. En este ambiente, el Resucitado se le aparece a los discípulos. Vuelven a la relación que tenían antes y a todo lo que vivieron juntos. Ahora les dice qué es lo que va a determinar en el futuro la relación con él: “Se acercó a ellos y les habló así…” (Mt 28,18ª).  Lo que Jesús aquí les dice será determinante y así permanecerá “hasta el fin del mundo”, hasta cuando Jesús venga por segunda vez con la plenitud de su poder y su definitiva revelación (Mt 24,3). 

Un encuentro que cura la herida (misericordia): El grupo que ha sido convocado en Galilea tiene una herida producida por la traición y la muerte de Judas: ya no son “Doce” (Mt 10,2.5; 26,20), sino “Once” (“Los once discípulos marcharon a Galilea…”).  Esta herida recuerda que todos han sido probados en su fidelidad a Jesús. Ellos se han encontrado con su propia fragilidad. Cuando comenzó la pasión de Jesús, todos los discípulos interrumpieron el seguimiento: la traición de Judas (26,47-50), la triple negación de Pedro (Mt 26,69-75) y la fuga despavorida de los otros diez (Mt 26,56). Con todo, Jesús sana la herida provocada por la ruptura del seguimiento. No llama a otros discípulos, sino a los mismos que le fallaron en la prueba de la pasión.  

Jesús cumple la promesa.

•  La última noche había anunciado que los precedería en Galilea: “Todos Uds. Se van a escandalizar de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Mas después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea” (Mt 26,31-32).

• En la mañana del día de la resurrección, el Ángel, junto a la tumba, les confió a las mujeres la tarea de recordarles a los discípulos estas palabras: “vayan a decir a mis discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le verán” Ya se los he dicho” (28,7).

• Enseguida el Resucitado en persona les confirmó la tarea: “No teman, avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (28,10).

Los discípulos llegan a Galilea cargando sobre sus espaldas toda la historia dolorosa de la deslealtad. Pero la confianza del Maestro se muestra mayor que la fragilidad de sus discípulos. Jesús sí cumple sus promesas hechas durante la última cena. 

Es bello notar que en este encuentro con el Maestro después de la dolorosa historia de traición, negación y fuga, no escuchan ni una sola palabra de reclamo por parte de Jesús. Más bien todo lo contrario: cuando los manda llamar a través de las mujeres, los denomina por primera vez “mis hermanos” (Mt 28,10). 

La reacción ante el Resucitado: El narrador continúa diciéndonos que los discípulos “al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron” (28,17).

Así como lo había prometido (Mt 28,7.10), ellos ven al Resucitado. La primera reacción es que se arroja por tierra en un gesto de adoración que nos recuerda el comienzo del evangelio (cuando los magos “vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron”; Mt 2,11). También en medio del evangelio habíamos visto un gesto similar por parte de los discípulos: “Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: "Verdaderamente eres Hijo de Dios?" (Mt 14,33). En este momento cumbre del evangelio, los discípulos reconocen a Jesús resucitado como el Señor. Pero Mateo hace notar que algunos todavía “dudan”. No debe extrañarnos. Reconocimiento y duda pueden estar juntos, como lo muestra la petición: “Creo. Ayúdame en mi incredulidad” (Mc 9,24).

 “Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,18-20). Estas palabras de Jesús tienen tres elementos: 1) El anuncio del Señorío del Resucitado (Mt 28,18b) 2) El envío misionero de sus discípulos (Mt 28,19-20ª) 3) La promesa de su permanencia fiel en medio de los discípulos (Mt 28,20b).

“Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). Al postrarse, los discípulos reconocen que él es el Señor, el Señor sin límites, el Señor por excelencia.  Ante ellos, Jesús afirma que el Padre, el Señor del cielo y de la tierra (Mt 11,25), le ha dado todo poder en todo ámbito: en el cielo y sobre la tierra.  Ya desde el comienzo del evangelio el mensaje de Jesús se refirió a este “poder” cuando anunció la cercanía del “Reino de los Cielos” (ver 4,17). A lo largo de su ministerio Jesús ofreció los dones de este Reino (“Bienaventurados… porque de ellos es el Reino”; Mt 5,3.10).

La obra de Jesús fue continuamente experimentada como una “obra con poder” (ver 7,29; 8,8s; 21,23). Con este “poder” venció a Satanás y levantó al hombre postrado en sus sufrimientos y marginaciones. Ahora, una vez que su ministerio ha llegado a su culmen, el Resucitado se revela a sus discípulos como el que posee toda autoridad, es decir, un poder absoluto sobre todo.  Una vez que ha vencido al mal definitivamente en su Cruz, Jesús se presenta vivo y victorioso ante sus discípulos: el Señor del cielo y de la tierra. Y con base en esta posición real, Jesús les entrega ahora la misión, prometiéndoles su asistencia continua y poderosa.

 “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28.19-20). Con esta autoridad suprema de Jesús sobre el cielo y la tierra, los discípulos reciben el envío a la misión. Notemos las diversas afirmaciones que Jesús hace a partir del imperativo: “Vayan”.

1) El contenido de la misión: “Id, pues, y haced discípulos” La tarea fundamental es hacer discípulos a todas las gentes. Por medio de ellos el Señor resucitado quiere  acoger a toda la humanidad en la comunión con Él. Hasta ahora ellos han sido los únicos discípulos. Jesús los llamó y los formó mediante un proceso de discipulado. En este momento los discípulos son enviados para dar en el tiempo post-pascual lo que recibieron en el tiempo pre-pascual. Hacer “discípulos” es iniciar a otros en el “seguimiento”. De la misma manera que Jesús los llamó a su seguimiento y a través de ella los hizo pescadores de hombres (Mt 4,19), también los misioneros deben atraer a todos los hombres al seguimiento de Jesús, con el cual vivieron y continúan viviendo. 

“Seguimiento” quiere decir configurar el propio proyecto de vida en la propuesta de Jesús, entablar una cercana amistad con la persona de Jesús, entrar en comunión de vida con Él. El “discipulado” supone la docilidad: aceptar que es Jesús quien orienta el camino de la vida, quien determina la forma y la orientación de vida. El “discipulado” lleva a abandonarse completamente en Jesús, porque sólo Él conoce el camino y la meta y nos conduce con firmeza y seguridad hacia ella. Este camino y esta meta se han revelado a lo largo del evangelio. Entonces, la esencia de la misión de los discípulos es conducir a toda la humanidad a la persona del Señor, a su seguimiento. De la misma manera como Jesús los llamó, sin forzarlos sino seduciendo su corazón y apelando a la libre decisión de cada uno, así ellos deben hacer discípulos a todos los pueblos de la tierra. 

2) Los destinatarios: “…A todas las gentes”  Puesto que se le ha puesto en sus manos el mundo entero y es superior al tiempo y al espacio, Jesús los manda todos los pueblos de la tierra. Recordemos que en la primera misión la tarea apostólica se limitaba explícitamente a las “ovejas perdidas de la casa de Israel” (10,6; ver 15,24). Ahora la misión no conoce restricciones: a todos los hombres, y podríamos agregar “al hombre todo” (con todas sus dimensiones). 

3)  “…Bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”  En el bautismo se realiza la plena acogida de los discípulos de Jesús en el ámbito de la salvación y en su nueva familia. El presupuesto de la fe. El Bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y de Espíritu Santo” presupone el anuncio de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la fe en este Dios. El “nombre”  de Dios está puesto en relación con el conocimiento de Él. Como se evidencia a lo largo del Evangelio: • Dios manifiesta su amor para que nosotros podamos conocerlo y así entrar en relación con Él.  • Es a través de Jesús que Dios ha sido conocido como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Jesús predicó sobre Dios de una manera que no se conocía en el Antiguo Testamento. Allí se conocía al Dios en cuanto creador del cielo y de la tierra, pero al mismo tiempo se afirmó –y con razón- la enorme distancia entre el Creador y su criatura, lo cual hacía pensar en la infinita soledad de Dios. Jesús anunció que Dios no está solo sino que vive en comunión. Frente al Padre está el Hijo, ambos están unidos entre sí, se conocen, se comprenden y se aman recíprocamente (Mt 11,25) en la plenitud y perfección divina por medio del Espíritu Santo. Los discípulos deben bautizar en el “nombre” de este Dios, del Dios que así fue anunciado y creído.

 Al interior de la familia trinitaria. El bautismo:

Nos sumerge en el ámbito poderoso de este Dios y obra el paso hacia Él. Nos pone bajo su protección y su poder. Nos posibilita la comunión con Él, que en sí mismo es comunión. Nos hace Hijos del Padre, quien está unido con un amor ardiente a su Hijo. Nos hace hermanos y hermanas del Hijo que, con todo lo que Él es, está ante el Padre. Nos da el Espíritu Santo, quien nos une al Padre y al Hijo, nos abre a su benéfico influjo y nos hace vivir la comunión con ellos.

Si es verdad que el seguimiento nos introduce en el ámbito de vida de Jesús, también es verdad que esta vida es su comunión con el Padre en el Espíritu Santo. El bautismo sella nuestra acogida en esta adorable comunión. 

4) El enseñar a poner en práctica las enseñanzas de Jesús: el discipulado como un nuevo estilo de vida. La comunión con este Dios, determinada por el seguimiento y sellada por el bautismo. Exige a los discípulos un estilo de vida que esté a la altura de ese don. Notamos una gran continuidad entra la misión de Jesús y la de sus apóstoles:

• De muchas maneras, desde las bienaventuranzas (5,3-12) hasta la visión del juicio final (Mt 25,31-46), Jesús instruyó a sus discípulos. A lo largo del evangelio distinguimos cinco grandes discursos de Jesús. Ahora los apóstoles deben transmitírselas a los nuevos discípulos atraídos por ellos. Las enseñanzas de Jesús no son opcionales.

• Hasta el presente fue Jesús quien llamó discípulos y los educó en una existencia según la voluntad de Dios. Ahora son ellos los que, por encargo suyo, deben llamar a todos los hombres como discípulos y educarlos en una vida recta. En otras palabras, todo lo que los discípulos recibieron del Maestro debe ser transmitido en la misión. 

El Resucitado muestra el significado pleno de su nombre “Emmanuel”, “Dios-con-nosotros” (Mt 28,20b) “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

Durante su ministerio terreno, la relación de Jesús con sus discípulos estuvo caracterizada por su presencia visible y viva en medio de ellos. A partir de la Pascua esta presencia no termina sino que adquiere una nueva modalidad. Jesús utiliza una expresión conocida en la Biblia. En el Antiguo Testamento la expresión “El Señor está contigo”, le aseguraba a la persona que tenía una misión particular que Dios lo asistiría con poder y eficacia en su tarea. Con ello se quería decir que Dios no abandona al hombre a sus propias fuerzas, sino más bien que a la tarea que Dios le encomienda se le suma su presencia y su ayuda.

Jesús, a quien se le ha dado todo poder, habla con la potestad divina, asegurando su presencia y su ayuda a la Iglesia misionera. Quien al principio fue anunciado como el “Emmanuel”, el “Dios con nosotros” (Mt 1,23), muestra ahora la verdad de esta expresión: Él es la fidelidad viviente del Dios de la Alianza (“Dios-con-nosotros” es una expresión referida al “Yo soy vuestro Dios y vosotros mi pueblo”) que permanece al lado de sus discípulos con todo su poder, con su vivo interés y con su poderosa asistencia a lo largo de toda la historia.

domingo, 16 de mayo de 2021

DOMINGO DE PENTECOSTES – B (23 de Mayo de 2021)

 DOMINGO DE PENTECOSTES – B (23 de Mayo de 2021)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 20,19-23:

20:19 Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, "¡La paz esté con ustedes!"

20:20 Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

20:21 Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".

20:22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.

20:23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". PALABRA DEL SEÑOR.

 

Queridos(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

En el principio la tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1,2). “Dios formó al hombre con polvo del suelo, y sopló en su nariz aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7). “El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida” (Jn 6,63). Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22).  “Vivan según el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren” (Gal 5,16-17). Un cristiano sin Espíritu Santo es como un fuego que no quema, que no calienta. Pero con el Espíritu Santo, ¡qué diferencia!

El don mayor de Cristo resucitado es el Espíritu Santo. Sus primeras palabras a sus apóstoles, reunidos en el cenáculo fueron: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Era el cumplimiento de una promesa que les había hecho en la Última Cena: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,15-17). El Espíritu Santo les dio un poder espiritual: el de perdonar los pecados (Jn 20,23). Aquí vemos cómo el Espíritu Santo les da la facultad de hacer lo que Cristo hacía durante su vida. Es el Espíritu Santo quien les dará el poder de predicar y de santificar como hacía Cristo. La misión de la Tercera Persona es secundar la obra de Cristo, llevar a los hombres a transformarse en Cristo.

El Espíritu Santo es la fuente de la santidad de la Iglesia. Porque se ha derramado el Espíritu, la Iglesia es santa, e incluso podríamos decir que si hay santos es porque el Espíritu continúa obrando hoy como ayer. “Los discípulos quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hch 2,4).

Como vemos, el viento en la Biblia, está asociado al Espíritu Santo: se trata del “Ruah” o “soplo vital” de Dios (Gn 2,7). Ya el profeta Ezequiel tambien había profetizado que como culmen de su obra Dios infundiría en el corazón del hombre “un espíritu nuevo” (Ez 36,26), también Joel 3,1-2; pues bien, con la muerte y resurrección de Jesús,  y con el don del Espíritu los nuevos tiempos han llegado, el Reino de Dios ha sido definitivamente inaugurado.

No sólo Lucas nos lo cuenta, también según Juan, el mismo Jesús, en la noche del día de Pascua, sopló su Espíritu sobre la comunidad reunida (ver el evangelio de hoy: Juan 20,22: “Sopló sobre ellos”; también Juan 3,8). Pero lo que aquí llama la atención es el “ruido”, elemento que nos reenvía a la poderosa manifestación de Dios en el Sinaí, cuando selló la Alianza con el pueblo y le entregó el don de la Ley (Éx 19,18; ver también Heb 12,19-20). El “ruido” se convertirá en “voz” en el versículo 6.  Éste es producido por “una ráfaga de viento impetuoso”, lo cual nos aproxima a un “soplo”.

El Espíritu Santo nos ayuda a asimilar la doctrina de Cristo. La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo:  “El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26). Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su comunión con el Padre en el Espíritu Santo: el Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su muerte y resurrección. Con frecuencia notamos que tenemos ideas claras sobre la doctrina católica. Si nos hicieran un examen, probablemente sacaríamos una buena nota. Pero una cosa es saber algo y otra es vivirla. Necesitamos una ayuda especial para poder ir formando nuestra conciencia moral, y esta ayuda viene del Espíritu Santo.

En realidad, el verdadero artífice de una conciencia bien formada es el Espíritu Santo (Jn 8,31): es Él quien, por un lado, señala la voluntad de Dios como norma suprema de comportamiento, y por otro, derramando en el alma las tres virtudes teologales y los dones, suscita en el corazón del hombre la íntima aspiración a la voluntad divina hasta hacer de ella su alimento. Con mucha frecuencia no vemos claramente el por qué la Iglesia nos exige ciertos comportamientos morales. En estas ocasiones tenemos que echar mano de una ayuda superior, la del Espíritu Santo. El puede doblar nuestro juicio para hacerlo coincidir con el de Dios.

El Espíritu Santo nos da la fuerza necesaria para vivir nuestros compromisos bautismales. La vida cristiana es una opción que debemos renovar todos los días. Dios nos deja libres. En cualquier momento cabe la posibilidad de echarnos atrás, de quedarnos indiferentes, de ser unos cristianos “domesticados” como ciertos animales que sólo sirven para adornar el hogar, pero que ya no son agresivos porque están domados. También la conciencia se puede domesticar y recortar a una medida cómoda. Una conciencia para andar por casa, es una conciencia mansa, que nos presenta los grandes principios morales suavizados, que nos ahorra sobresaltos, remordimientos y angustias. Ante las faltas, sabe encontrar justificantes y lenitivos: Estás muy cansado, todos lo hacen, obraste con recta intención, lo hiciste por un fin bueno, es de sentido común.

El Espíritu Santo no deja de venir a nosotros constantemente. Experimentamos muchas venidas del Espíritu Santo durante nuestra vida. Las más fuertes son cuando recibimos los sacramentos. Por medio de cada sacramento el “artífice de nuestra santificación”, el Espíritu Santo, va acabando su gran obra en nosotros, nuestra transformación en Cristo. Además de estas venidas sacramentales del Espíritu Santo, hay otras que son menos espectaculares, pero no por eso pierden importancia: su influencia sobre nuestra conciencia moral. Para el alma en estado de gracia, la voz de la conciencia viene a ser la voz del Espíritu Santo, que ante ella se hace portador del querer del Padre celestial. Nuestra vida debería ser un constante diálogo con el Espíritu Santo. Es imposible vivir la vida cristiana, cumplir con el principio y fundamento... sin esta colaboración con el divino Huésped del alma, el Espíritu Santo.

En el Credo Niceno rezamos: “Creo en el ESPÍRITU SANTO, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas”.

Jesús dijo antes de su ascensión: “En adelante el espíritu paráclito que mi padre enviara en mi nombre, el intérprete, les enseñará, y recordará todo lo que yo les he enseñado y le guiará a la verdad plena” (Jn 14,26).  Deseo destacar algunos rasgos que nos pueden ayudar a vivir mejor este acontecimiento y a vivir mejor el misterio de la Iglesia desde el sacramento del bautismo, tomados del Nuevo Catecismo de la Iglesia:

Jesús dijo a Nicodemo: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3,5-6). El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo. Pero "bautizados en un solo Espíritu", también "hemos bebido de un solo Espíritu"(1 Co 12, 13): el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (Jn 19, 34; 1 Jn 5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna. "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Jn 4,13-14).

Jesús en el inicio de su vida pública dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). El simbolismo de la unción es también significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (1 Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21). 

En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo (Mesías en hebreo) significa "Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor (Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey David (1 S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: la humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el Espíritu Santo". Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (Lc 4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo, quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (Lc 2,11) e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor (Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno (Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones salvíficas (Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin quien resucita a Jesús de entre los muertos (Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en su humanidad victoriosa de la muerte (Hch 2, 36), Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que "los santos" constituyan, en su unión con la humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto que realiza la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13).

La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos (Mc 6, 5; 8, 23) y bendice a los niños (Mc 10, 16). En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo (Mc 16, 18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la imposición de manos de los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (Hch 8, 17-19; 13, 3; 19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de los "artículos fundamentales" de su enseñanza (Hb 6, 2). Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epíclesis sacramentales. El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo los demonios" (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra "por el dedo de Dios" (Ex 31, 18), la "carta de Cristo" entregada a los Apóstoles "está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón" (2 Co 3, 3). El Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección" (Lc 3,22).

 “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes” (Jn 14,15-16). Jesús les dijo también: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo” (Jn 16,12-13).

viernes, 14 de mayo de 2021

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN – B (16 de Mayo del 2021)

 DOMINGO DE LA ASCENSIÓN – B (16 de Mayo del 2021)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 16,15-20:

16:15 Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.

16:16 El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.

16:17 Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas;

16:18 podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán".

16:19 Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.

16:20 Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban. PALABRA DEL SEÑOR.

 

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

"Salí del Padre, vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre" (Jn 16,28). La fiesta de la ascensión hace y evoca sentimientos encontrados de nostalgia y de alegría.  De nostalgia, por la partida de Cristo, Quien regresa a la gloria que comparte desde toda la eternidad con el Padre y con el Espíritu Santo.  De alegría, pues hacia esa gloria conduce a la humanidad por El redimida. El mismo Señor nos muestra esos sentimientos las veces que en el Evangelio hace el anuncio de su ida al Padre.  “He deseado muchísimo celebrar esta Pascua con Uds... porque ya no la volveré a celebrar hasta...” (Lc.22, 15-16). “Me voy y esta palabra los llena de tristeza” (Jn. 16, 6).

En cada uno de los anuncios de su partida, Jesús trataba de consolar a los Apóstoles: “Ahora me toca irme al Padre... pero si me piden algo en mi nombre, Yo lo haré”  (Jn. 14,12 y 14).  Inclusive trató de convencerlos acerca de la conveniencia de su vuelta al Padre: “En verdad, les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no podrá venir a ustedes el Consolador.  Pero si me voy, se los enviaré... les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que Yo les he dicho” (Jn. 16, 7 - 14, 26). Con estas y muchas palabras de consolación el Señor preparó a sus discípulos para este momento de despedida, tal es por ejemplo este: “Les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio” (Jn 16,7-8).

Con mucha antelación también, el Señor ya había dicho: “Si les hablo de las cosas terrenales, y no creen, ¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, es decir, el Hijo del Hombre que está en el cielo” (Jn 3,12-13). Hoy en la fiesta de la ascensión hace lo que ya nos lo dijo: “El Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios” (Mc 16,19). Al respecto en otro episodio se nos dice: “Les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: Así estaba escrito, el Mesías sufrirá y resucitará de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre se predicará a todas las naciones la conversión y el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto. Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo” (Lc 24,45-51).

El pasaje central de hoy: “El Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios” (Mc 16,19). Tiene otro complemento que nos hace más entendible, cuando Jesús dice a sus discípulos: “El padre los ama, porque Uds. me aman y han creído que yo vengo de Dios. Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre". Sus discípulos le dijeron: "Por fin hablas claro y sin parábolas” (Jn 16,27-29). Ahora si también comprendemos nosotros por qué dijo el Señor enfáticamente: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió” (Jn 6,38). E incluso viene bien citar este episodio cuando los judíos preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?" Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado" (Jn 6,28-29).

En la primera lectura que hemos leído se nos dice: “Uds. recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra. Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir" (Hch 1,8-11).

Ahora tenemos una gran misión que cumplir cuando nos ha dicho: "Vayan por todo el mundo, enseñen la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" Mc 16,15-18). Como verán, al igual que los que corren en la pista suelen cambiar de “testigo” o “posta”, la Ascensión es el cambio de “posta de Jesús a nosotros”. Hasta ahora todo dependía de Él, desde la Ascensión todo depende de nosotros. “Vayan al mundo entero y enseñen el Evangelio.”

El Señor se va, pero nos deja a nosotros. Él se va, pero aun así será nuestro compañero. Él inició la predicación del reino, pero a nosotros nos toca llevar como el viento las semillas por todo el mundo. Con la única diferencia de que ahora la responsabilidad recae sobre todos. El Papa Francisco lo dijo muy claro: 

La evangelización es tarea de la Iglesia. Porque tiene que ver con la salvación que realiza Dios y anuncia gozosamente la Iglesia, es para todos y Dios ha elegido un camino para unirse a cada uno de los seres humanos de todos los tiempos. Jesús se va, pero deja la Iglesia. Jesús vuelve al Padre, pero deja la Iglesia entre los hombres y para los hombres. Era necesaria la Ascensión como el triunfo de Jesús. Pero era necesaria para que nosotros comenzásemos a crecer asumiendo nuestras responsabilidades. La Iglesia no podía quedarse en el grupo de los Once, tenía que abrirse al mundo. No podía seguir bajo las alas de Jesús, tenía que llegar la hora de volar por sí misma. Tenía que llegar la hora de dar el examen de su fe y comenzar a anunciar a todos los hombres. Como Él también la Iglesia tenía que abrirse a buenos y malos. A los de dentro, pero también a los de fuera. Por eso hoy es el triunfo de Jesús, pero es el comienzo del camino que nos lleva a todos y a todos los hombres.

Pero no nos envía con las manos vacías pues fíjense que nos dejó bajo la custodia de otro defensor. El señor glorificado les dijo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20, 21-23).

Jesús nos recomienda dejarnos guiar por el Espíritu Santo: “En adelante, el Paráclito, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: "Me voy y volveré a ustedes". Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean” (Jn 14,26-29).

La tarea que ahora nos toca desarrollar es: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-10). Ahora no nos toca quedarnos plantados como los galileos mirando el cielo (Hc 1,11). Sino trabajar, porque el mismo Señor que subió volverá a pedirnos cuentas (Mt 25,19). Y recompensara a cada uno según su trabajo (Mt 16,27). Esa recompensa es estar con Él en el cielo para siempre (Jn 14,1-3).

Recordemos que Jesucristo había resucitado después de su muerte, una muerte que fue ¡tan traumática! -traumática para El por los sufrimientos intensísimos a que fue sometido- ... y traumática también para sus seguidores, para sus Apóstoles y discípulos, que quedaron estupefactos ante lo sucedido el Viernes Santo. Luego viene para ellos la sorpresa de la Resurrección.  Al principio no creyeron lo que les dijeron las mujeres, luego el mismo Señor Resucitado se les apareció en cuerpo glorioso, y entonces recordaron y creyeron lo que El les había anunciado.  Pero la verdad es que los Apóstoles no entendían bien a Jesús cuando les anunciaba todo lo que iba a suceder: lo de su muerte, su posterior resurrección y luego también lo de su Ascensión al Cielo. Para fortalecerles la Fe, después de su Resurrección, el Señor pasa unos cuarenta días apareciéndose en la tierra a sus discípulos, a sus Apóstoles, a su Madre.

Es lo que nos refiere la Primera Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles: “Se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios.  Un día, les mandó: ‘No se alejen de Jerusalén.  Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les he hablado... Dentro de pocos días serán bautizados con el Espíritu Santo.’”   La promesa del Padre era el Espíritu Santo, el Consolador, que vendría unos días después en Pentecostés.

Luego de esos cuarenta días, llegó el momento de su partida.  Entonces, los llevó a un sitio fuera y luego de darles las últimas instrucciones y bendecirlos, se fue elevando al Cielo a la vista de todos los presentes. ¡Cómo sería la Ascensión de Jesús al Cielo!  Jesús, el Sol de Justicia (Mal 3, 20), ascendiendo radiantísimo a la vista de los presentes.  El impacto fue tan grande que, aún después de haber desaparecido Jesús, ocultado por una nube, los Apóstoles y discípulos seguían mirando fijamente al Cielo.  ¡Estaban en éxtasis!  Fue, entonces, cuando dos Ángeles los interrumpieron y los “despertaron”:  “¿Qué hacen ahí  mirando al cielo?  Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo han visto alejarse” (Hech. 1,11).   

“Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (Jn 14,15-18).

Hay que tomar nota de estas palabras.  Es de suma importancia recordar ese anuncio profético de los Ángeles sobre la Segunda Venida de Jesucristo.  Nos dicen que volverá de igual manera a como partió (Hch 1,11): en gloria y desde el Cielo.  Jesucristo vendrá, entonces, como Juez a establecer su reinado definitivo.  Así lo reconocemos cada vez que rezamos el Credo: de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin. Estamos hablando de la Segunda Venida de Cristo.  Pero para saber cómo será y cómo no será la Segunda Venida de Cristo, debemos detallar bien cómo fue la Ascensión de Jesucristo al Cielo.  ¿Cómo lo vieron subir?  Con todo el poder de su divinidad, glorioso, fulgurante y, ascendiendo, desapareció entre las nubes.  

¿Cómo vendrá? “Los que estaban reunidos le preguntaron: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel? Él les respondió: No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (Hch 1,6-8).  “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,27).

Ya anteriormente lo había anunciado a sus discípulos:  “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre. Verán al Hijo del Hombre viniendo en las nubes del cielo, con el Poder Divino y la plenitud de la Gloria.  Mandará a sus Ángeles, los cuales tocarán la trompeta y reunirán a los elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del mundo” (Mt. 24, 30-31). Sin embargo han habido, hay y habrá muchos que querrán hacerse pasar por Cristo.  Y hay uno en especial, el Anticristo, que hará creer que él es Cristo.  Entonces hay que estar precavidos, pues Cristo vendrá glorioso con todo el poder de su divinidad, como los Apóstoles Lo vieron irse.

Tengamos en cuenta que el Anticristo será un hombre que se dará a conocer como Cristo y con la ayuda de Satanás realizará milagros y prodigios, y engañará a muchos, pues desplegará un gran poder de seducción.  He aquí la descripción que nos hace San Pablo: “Entonces aparecerá el hombre del pecado, instrumento de las fuerzas de perdición, el rebelde que ha de levantarse contra todo lo que lleva el nombre de Dios o merece respeto, llegando hasta poner su trono en el Templo de Dios y haciéndose pasar por Dios ... Al presentarse este Sin-Ley, con el poder de Satanás, hará milagros, señales y prodigios al servicio de la mentira.  Y usará todos los engaños de la maldad en perjuicio de aquéllos que han de perderse, porque no acogieron el amor de la Verdad que los llevaba a la salvación ... así llegarán hasta la condenación todos aquéllos que no quisieron creer en la Verdad y prefirieron quedarse en la maldad ” (2 Tes. 2, 3-11).

Entonces, ¿qué hacer?  Siguiendo, el consejo de la Sagrada Escritura, no debemos dejarnos engañar.  Los datos sobre la Segunda Venida de Cristo son muy claros:  Cristo vendrá en gloria.   El Anticristo no.  Hará grandes prodigios, pero no puede presentarse como tenemos anunciado que vendrá Cristo en su Segunda Venida.  De allí que Jesús nos advierta: “Llegará un tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del Hombre, pero no lo verán.  Entonces les dirán:  está aquí, está allá.  No vayan, no corran.  En efecto, como el relámpago brilla en un punto del cielo y resplandece hasta el otro, así sucederá con el Hijo del Hombre cuando llegue su día”. (Lc. 17, 22-24)

Esto es tan importante que el Señor nos lo dijo en otras ocasiones. Jesús nos advierte clarísimamente y nos explica con más detalle aún cómo será de sorpresiva y deslumbrante su Segunda Venida:

“Si en este tiempo alguien les dice:  Aquí o allí está el Mesías, no lo crean.  Porque se presentarán falsos cristos y falsos profetas, que harán cosas maravillosas y prodigios capaces de engañar, si fuera posible, aun a los elegidos de Dios.  ¡Miren que se los he advertido de antemano!  Por tanto, si alguien les dice:  En el desierto está.  No vayan.  Si dicen:  Está en un lugar retirado.  No lo crean.  En efecto, cuando venga el Hijo del Hombre, será como relámpago que parte del oriente y brilla hasta el poniente” (Mt. 24, 23-28).

Pero por encima de la nostalgia de su partida, por encima de la advertencia de cómo será su Segunda Venida, para que nadie nos engañe, el misterio de la Ascensión de Jesucristo es un misterio de fe y esperanza en la Vida Eterna. La misma forma física en que se despidió el Señor, la cual resalta San Pablo en la Segunda Lectura (Ef. 4, 1-13):  subiendo al Cielo- nos muestra nuestra meta, ese lugar donde El está, al que hemos sido invitados todos, para estar con El. Ya nos lo había dicho al anunciar su partida: “En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré junto a mí, para que donde yo estoy, estén también ustedes” (Jn. 14,2-3). El derecho al Cielo ya nos ha sido adquirido por Jesucristo. El nos ha preparado un lugar a cada uno de nosotros:  nos toca a nosotros vivir en esta vida de tal forma que merezcamos ocupar ese lugar.  .  ¡No dejemos nuestro lugar vacío!

Ahora bien, a pesar de todos estos anuncios, los Apóstoles y discípulos no alcanzaban a entender la trascendencia de lo anunciado.  La Santísima Virgen María seguramente fue preparada por su Hijo para el momento de su partida, con gracias especiales para poder consolar y animar a los Apóstoles. Jesucristo estaba dejando a Pedro como cabeza de la Iglesia y como su Representante.  Pero también estaba dejando a su Madre como Madre de su Iglesia, ya que siendo Ella Madre de Cristo, era también Madre de su Cuerpo Místico.  Por eso Ella los reunió y los animó, orando con ellos en espera del Espíritu Santo.

La Ascensión, entonces, nos invita a estar en la tierra, haciendo lo que aquí tengamos que hacer, todo dentro de la Voluntad de Dios.  Pero debemos estar en la tierra sin perder de vista el Cielo, la Casa del Padre, a donde nos va llevando Cristo por medio del Espíritu Santo, Quien nos recuerda todo lo que Cristo nos enseñó. Y nos recuerda también lo que debemos enseñar a otros, pues debemos llevar la Palabra de Dios a todo el que desee escucharla.  Es el llamado de Cristo que nos trae la Aclamación antes del Evangelio:  “Vayan y enseñen a todas las naciones, dice el Señor.  Y sepan que Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 19-20). Los mandó –y nos manda a nosotros- a ir, a partir.  “Jesús parte hacia el Padre y manda a los discípulos que partan hacia el mundo… Es un mandato preciso, ¡no es facultativo!” (Papa Francisco 1-6-2014). Es el llamado a la Nueva Evangelización, a la que insistentemente nos llama la Iglesia.

Para cumplir con esto, San Pablo nos recuerda en la Segunda Lectura (Ef. 4. 1-13) lo siguiente: “El que subió fue quien concedió a unos ser apóstoles;  a otros ser profetas;  a otros ser evangelizadores;  a otros ser pastores y maestros. Y esto para capacitar a los fieles, a fin de que, desempeñando debidamente su tarea, construyan el Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a estar unidos en la Fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, y lleguemos a ser hombres perfectos, que alcancemos en todas sus dimensiones la plenitud de Cristo”.  

En suma, la Fiesta de la Ascensión de Jesucristo al Cielo: Despierta el anhelo de Cielo, la esperanza de nuestra futura inmortalidad, en cuerpo y alma gloriosos, como El, para disfrutar con El y en El de una felicidad completa, perfecta y para siempre. Advierte cómo será la Segunda Venida de Cristo, para que no seamos engañados por el Anticristo. Nos invita a llevar la Palabra de Dios a todos, seguros de que el Espíritu Santo, Quien es el verdadero protagonista de la Evangelización, nos capacita para responder a este llamado.  Así contribuimos a construir el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, en esta época en que hay que realizar la Nueva Evangelización, atrayendo a la Iglesia a aquéllos que se han alejado.

jueves, 6 de mayo de 2021

VI DOMINGO DE PASCUA – B (09 de Mayo del 2021)

 VI DOMINGO DE PASCUA – B (09 de Mayo del 2021)

Proclamación del Santo evangelio según San Juan 15,9-17

15:9 Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor.

15:10 Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

15:11 Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.

15:12 Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado.

15:13 No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.

15:14 Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.

15:15 Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.

15:16 No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.

15:17 Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros. PALABRA DEL SEÑOR.

Amigos en el Señor Paz y Bien.

“Dios nos manifestó su amor enviándonos a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él” (I Jn 4,9). “La prueba de que Dios nos ama es que, siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8). “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9). “Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (Jn 4,12). La única evidencia que tenemos si estamos unidos a Dios es que vivamos en el amor. “Hijitos míos, no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad” (I Jn 3,18).

El Pasado domingo Jesús nos habló en la figura de la vid: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5). Hoy nos dice. “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,10). ¿Cuáles son los mandamientos del que nos hace referencia el Señor? Tenemos que ir al siguiente episodio en el que nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo que, ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13,34-35).

En los sinópticos el episodio del amor unos a otros tiene la connotación siguiente ante la pregunta del maestro de la ley: “¿Cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas” (Mt 22,36-40). Como se ve; los tres primeros mandamientos de la ley Moisés (Ama a Dios, no levantar el nombre de Dios en vano y santificar las fiestas) lo resume en un solo mandato: Amor a Dios. El segundo: amor al prójimo agrupa a los siete mandamientos (honra a tu padre, hasta no codiciar los bienes ajenos). Hoy nos lo dice lo mismo pero de modo descendente: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9).

Juan nos dice: “A Dios nadie ha visto, pero el Hijo único que está en el seno del Padre nos lo dio a conocer” (Jn 1,18). Lo mismo se reitera en la I carta de Juan: “Nadie ha visto nunca a Dios pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (I Jn 4,12). Hoy en la segunda lectura nos lo resumió así: “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (IJn 4,7-8).

En segundo lugar, nos manda que vivamos alegres, pero participando de su propia alegría: “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto”(Jn 15,10-11). Jesús no quiere seguidores tristes y que viven todo el día amargados, por eso nos da una serie de razones para poder estar alegres y vivir de la alegría, pero de una alegría plena. La primera razón para la alegría es, saber que Él nos ama. La segunda: que somos sus amigos (Jn 15,14). La tercera: que Él mismo nos ha elegido, somos elegidos de Él (Jn 15,16). Y cuarta: que nosotros estamos llamados a amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado (Jn 16,17).

Como se dan cuenta, Él va siempre por delante: Él es la vida. El Padre le ama y Él nos ama. Él nos hace amigos suyos. Él nos elige y Él nos regala el amor con que nosotros tenemos que amarnos. ¿No nos parece un mensaje maravilloso?  Por eso Juan puede escribir: “Dios nos amó primero.”(I Jn 4,10). Aquí tendríamos que decir, ¿hay alguien que dé más? Se trata de un Evangelio que debiéramos leer todos los días al levantarnos.

Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso (IJn 4,20). ¿Qué elementos comprende el amor? San Pablo nos describe así: “Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada. El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá” (I Cor 13,1-8).

lunes, 26 de abril de 2021

V DOMINGO DE PASCUA – B (02 de Mayo del 2021)

 

V DOMINGO DE PASCUA – B (02 de Mayo del 2021)

 Proclamación del santo evangelio según San Juan 15,1-8

15:1 Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador.

15:2 Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía.

15:3 Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.

15:4 Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.

15:5 Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer.

15:6 Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.

15:7 Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.

15:8 La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos. PALABRA DEL SEÑOR.


Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto” (Jn 15,5); Solo llevando una vida santa podemos garantizar el buen fruto y; es la santa Eucaristía la que nos santifica: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Como el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre; así, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,55-57). “Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán” (Jn 15,7). El Señor que es tres veces santo nos santifique. Porque es mandato supremo de Dios: “Uds. sean santos porque yo soy santo (Lv 11,45)

“Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador” (Jn 15,1). “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5). “La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos” (Jn15,8). El dueño del rebaño es Dios Padre y el pastor que da su vida por su rebaño es Jesús; o también el dueño de la viña es Dios y la vid es Jesús y todos los bautizados somos los sarmientos. Hoy la parábola de la vid y los sarmientos nos plantea dos ideas centrales. Por una parte, el principio de unidad de los cristianos con Dios Padre y, por otra, la unidad en la pluralidad y la diversidad.

“Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,9-10). “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,8). “Nadie ha visto nunca a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros”(I Jn 4,12). “Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso” (I Jn 4,20). “Si alguien vive en la abundancia, y viendo a su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios? Hijitos míos, no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad” (I Jn 3,17-18).

En primer lugar, en el principio de unidad: Recordemos lo del pasaje: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este rebaño y a las que también las llamaré; ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño porque hay un solo Pastor” (Jn 10,16). Hoy, Jesús resalta esta unidad en otra secuencia comparativa: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5). Claro, Jesús es el tronco, la vida, el principio vital, ya que solo tendremos vida en la medida en que vivamos unidos a Él. Según Mt 16,18, Jesús decía a Pedro: “Tu res Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia”. Jesús habla de una Iglesia y no de varias Iglesias. Es evidente que, no hay Iglesia sin Cristo que es como eje y centro de la misma. Somos creyentes y cristianos en la medida en que vivimos la vida en Jesús. Su vida tiene que correr por las venas de nuestras almas por el don del Espíritu (Gal 3,27).

En segundo lugar, el principio de la diversidad y pluralidad: En el episodio de Mt 25,15s Jesús nos dice: “El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad”. San Pablo también hace referencia a diferentes dones del modo siguiente: “Traten de conservar la unidad del Espíritu, mediante el vínculo de la paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos. Sin embargo, cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida que Cristo los ha distribuido” (Ef 4,4-7).

“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5). El tronco es uno, pero los sarmientos (las ramas) son muchos y son todos diferentes. Unos más grandes y otros más pequeños. Unos dan más racimos, otros dan menos. Pero siendo diferentes todos están unidos al mismo tronco y entre todos forman una misma vid: Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Pero hay muchos creyentes y muchos bautizados (Ef 4,).

La gravedad que une al sistema solar procede del sol. La tierra tiene una fuerza magnética que es la gravedad que nos mantiene sobre el piso. Así también, el centro de gravedad de la Iglesia es Jesús. La parábola es clara. “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos” (Jn 15,5). La vida es el tronco que hunde sus raíces en la tierra. Jesús, la vida, hunde sus raíces en el Padre y ahora hunde sus raíces en la Iglesia. De la vitalidad del tronco procede la vitalidad de los sarmientos. De la vitalidad de los sarmientos proceden los gustosos racimos de las uvas. No habría racimos sin sarmientos y no habría sarmientos sin el tronco de la vid. Raíces, tronco, sarmientos, racimos forman un todo. Al respecto San Pablo lo resume y dice: “Para mi cristo lo es todo” (Col 3,11). La Iglesia es como los sarmientos que brotan del tronco que es Jesús. Sin Jesús no hay Iglesia. Por eso el centro de la Iglesia, lo que le da vida es Jesús. Solo desde una Iglesia centrada y vitalizada por el tronco Jesús, tenemos sentido todos nosotros que somos sus sarmientos.

Jn 15,1-3: El viñador (El padre), la vid verdadera (El Hijo), los sarmientos (Los bautizados) Estamos unidos por el don del Espiritu (Mt 28,19-20). El viñador no sólo escoge la cepa -buscando siempre la mejor- para su viña sino que se ocupa de ella observándola todos los días de punta a punta, para eliminar de ella todo lo la pueda amenazar y, sobre todo, para hacer salir de ella los mejores frutos. Lo primero que se ve es el “sarmiento”.  Recordemos que el sarmiento es el vástago de la vid, largo, delgado, flexible, nudoso, de donde brotan las hojas, las tijeretas y los racimos. Del tronco, de la cepa plantada, van brotando los sarmientos.  Si el viñador deja que los sarmientos broten y crezcan espontáneamente, sin ponerle mano, notaremos que  de repente el tronco se llena muchos sarmientos, de todo tipo, como una especie de cabellera vegetal. Y es aquí donde el viñador tiene que intervenir. Jesús dice que el viñador encuentra dos tipos de sarmientos: 1) uno negativo, los que no dan fruto y 2) otro positivo, aquellos que sí dan fruto.  Veamos cómo interviene el viñador:

1) Lo que Dios Padre hace con las ramas secas que no dan fruto es: “Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta” (Jn 15,3ª). Cuando hay sarmientos que son improductivos la vid se nota cargada de un follaje excesivo que no hace sino quitarle la savia a las demás ramas y reducir la cantidad de uvas que podrían aparecer.  La primera obra de Dios Padre es podar la vid, cortándole esos sarmientos que no producen fruto. No es difícil entender el significado de la frase. En la 1ª carta de Juan 2,19 leemos: “salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros”.

2) Lo que Dios hace con los sarmientos que se notan vivos, portadores de una gran fecundidad: “Todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto” (Jn 15,3b). Los buenos sarmientos tampoco se quedan sin recibir la mano benéfica del viñador. De la misma manera, la segunda obra de Dios Padre es podar los sarmientos buenos para que den todavía más fruto. Y para ello usa su santa Palabra. El término “podar”, en realidad es “purificar”, “limpiar” y no es arrancar completamente. Esto quiere decir que le hace retoques, que la recorta un poquito, para lograr lo que quiere de su viña. Así, el viñador no sólo va recorriendo la vid arrancando las ramitas secas sino que le va haciendo pequeños retoques a aquellos más prometedores, de manera que los potencializa para que se vean mayores resultados. Entendemos así que lo que el viñador hace no es un acto hostil ni violento contra los sarmientos. Lo que está haciendo es bueno e inteligente: a quien puede dar más, Dios le pide más (Lc 12,48).

El modo como Dios nos purifica para que demos más fruto está en las enseñanzas de Jesús. Se puede hablar de una función “purificadora” de la Palabra de Dios. Por medio de ella comprendemos: a) en qué puntos de nuestra vida es que tenemos que trabajar; b) cómo en nuestras debilidades, allí donde no podemos salir adelante por nuestras propias energías, donde nuestras capacidades personales son insuficientes, Dios está obrando; c) que sólo por la obra del Padre que nos purifica misteriosamente con la Cruz de su hijo y nos colma con la fuerza irresistible de su amor (Jn 3,16-17), es que nosotros podemos “dar fruto por si, si no estamos unidos a él” (Jn 15,5). Del encuentro con la Palabra de Dios debe siempre resultar un “dar más fruto”. Sobre este punto trató el capítulo 14 de Juan. Hay una relación muy grande entre la Palabra y la transformación personal: “Las palabras que les digo, no las digo por mi cuenta, el Padre que permanece en mí es que realiza las obras” (Jn 14,10).  La consecuencias es que: “hará las obras que yo hago, y hará mayores aún” (Jn 14,12).

Pero ciertamente la purificación de la Palabra es una purificación en el amor: lima las asperezas de las malas relaciones, sana las relaciones fracasadas, aproxima las distancias. La Palabra sumerge siempre en una comunión profundísima con Dios que se irradia en todas las demás relaciones: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23).  Esta es la Palabra que nos hace libres: “Si se mantienen en mi Palabra, serán verdaderamente mis discípulos, y conocerán la verdad y la verdad les hará libres” (8,31-32). Por lo tanto el “fruto” esperado está relacionado con la “Palabra” sembrada en nosotros, la cual se manifiesta como conversión y compromiso, como cristificación de nuestra vida, esto es, como transparencia de la “Palabra encarnada” (Jn 1,14). Si en verdad estamos unidos a Jesús por el bautismo, entonces como san Pablo hemos de decir: “Vivo yo pero no soy el que vive, es cristo quien vive en mi” (Gal 2,20).

La respuesta del hombre: “permanecer” en Jesús (Jn 15,4-5). La obra de Dios solicita nuestro compromiso, nuestra participación. No podemos esperar que los resultados caigan del cielo si no hacemos el esfuerzo de involucrarnos vitalmente en el cielo viviente que es Jesús, si no nos incorporamos en él. Una rama sólo puede dar verdaderamente sus frutos si está unida al tronco, si recibe su flujo vital. Por eso Jesús pide una sola cosa: “¡Permanezcan en mi!” El término el “permanecer” en Jesús describe una relación profunda que consiste en el “estar” en él, el “habitar” en él, el “fundamentarse” en él. El “cómo” es la constancia en esa relación, la fidelidad que implica. Esto es lo que los otros evangelios llaman “seguir a Jesús”. El discipulado es el vivir este “permanecer” en Jesús en todas las circunstancias de la historia, acogiendo y expresando allí la vida del Resucitado. Jesús invita entonces a entrar en la dinámica de una bella y sólida relación con él: “Permanecer en mí”.  Este “en mí” indica que la vida del cristiano consiste en encarnar la dinámica de vida de Jesús: un apoyar la vida toda en la persona de Jesús y permitir que poco a poco se cristifique el ser. Es lo que Pablo decía: “vivo, pero ya no yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).  La vida de uno como discípulo consiste en esta interacción fecunda.

Segunda cara de la moneda: “El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto” (Jn 15,5) El punto principal no es el hecho negativo de lo que le sucede al discípulo separado de Cristo, sino lo positivo, el gran misterio que encierra su comunión con él: Jesús y su discípulo “permanecen” el uno en el otro.

Este es el culmen de la experiencia bíblica de la “Alianza”: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” (Ez 36,28).  Sólo que la experiencia de la Alianza da un paso hacia delante, ya no es el estar el uno junto con el otro, sino el uno en el otro, es decir, una relación idéntica a la que Jesús sostiene con el Padre: “El Padre permanece en mí...  Yo estoy en el Padre y el Padre en mí” (Jn 14,10-11).

Esto se traduce en la vida cotidiana en un tremendo sentido de la presencia de Jesús en nuestra vida, en la toma de conciencia continua de lo que está obrando en y a través de nosotros y en la paciencia y la docilidad para dejarnos conducir por él.  Este es el ejercicio del “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo él”(Jn 6,56). La oración y la vida cotidiana del discípulo deben estar impregnadas de este ejercicio.

Los frutos de la comunión con Jesús: Oración, Discipulado y Misión de alta calidad (Jn 15,6-8). Con dos condicionales (“si alguno no permanece en mi... entonces”) y una frase conclusiva (“La gloria del Padre consiste en...”) concluye nuestro texto.  Aquí se responde a la pregunta: ¿Qué resulta de la comunión con Jesús?  Como quien dice: ¿Qué debemos esperar de un discípulo de Jesús –que sea, que viva y que haga- en el mundo de hoy? Tenemos aquí una bella síntesis de todos los versículos anteriores, cuyas enseñanzas se proyectan ahora en la vida cotidiana. Para enfatizar las consecuencias de  la comunión con Jesús, se presentan de nuevo las dos caras de la moneda que vimos anteriormente.

Fuera de la comunión con Jesús: “Si alguno no permanece en mí...” (Jn 15,6). De nuevo la primera obra del Padre es remover los sarmientos que no producen fruto: el Padre los “arroja fuera” y “se secan”.  Los que parecen ser discípulos pero no lo son (mucha hoja pero nada de fruto), son sometidos al juicio que Jesús describe con esta sugerente comparación: “Los recogen”, “Los echan al fuego”, “Arden”. Esto nos recuerda otros pasajes de los otros evangelios, como por ejemplo: 

“Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,30). “Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga” (Mt 13,40-43). Hay equivalencia entre la rama que no da fruto y se poda y se echa al fuego y la mala yerba que se echa el horno encendido (infierno).

¿Cómo saber si damos buenos frutos?: “Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán” (Mt 7,16-20).

lunes, 19 de abril de 2021

IV DOMINGO DE PASCUA – B (25 de Abril del 2021)

 IV DOMINGO DE PASCUA – B (25 de Abril del 2021)

Promociona del Santo evangelio según San Juan: 10,11-18:

10:11 Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas.

10:12 El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa.

10:13 Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.

10:14 Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí

10:15 —como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre— y doy mi vida por las ovejas.

10:16 Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor.

10:17 El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla.

10:18 Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre". PALABRA DEL SEÑOR.

 

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

 “Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor” (I Jn 4,7-8). El amor de Dios se nos da en el Hijo que hoy se nos presenta como buen pastor: “Yo soy el buen Pastor: Así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre; así también conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí  y (prueba de ello) doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,14-15). “Como el Padre me amó, yo también los he amado a Uds; permanezcan en mi amor. Y permanecerán en mi amor si guaran mi mandamientos como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn 15,9-10). “En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: “Yo le conozco” y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él” ( IJn 2,3-5). Si acogemos el amor del buen pastor hemos de clamar: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Slm 23,1).

Hay una perfecta ilación de ideas que el Profeta resume así: “Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Las sacaré de entre los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las traeré a su propio suelo y las apacentaré sobre las montañas de Israel, en los cauces de los torrentes y en todos los poblados del país. Las apacentaré en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en las montañas altas de Israel. Allí descansarán en un buen lugar de pastoreo, y se alimentarán con ricos pastos sobre las montañas de Israel. Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,11-16).

Como se nota claramente la relación de pastor y rebaño no es de simple pertenencia sino una relación de comunidad y unidad. En la Biblia el título de pastor se le da por extensión, a todos aquellos que imitan la premura, la dedicación de Dios por el bienestar de su pueblo.  Por eso a los reyes en los tiempos bíblicos se les llama pastores, igualmente a los sacerdotes y en general a todos los líderes del pueblo. En este orden de ideas, cuando un profeta como Ezequiel se refiere a los líderes del pueblo, los llama pastores, pero ya no para referirse a la imagen que deberían proyectar, de seguridad, de protección, sino a lo que realmente son: líderes irresponsables que llegan incluso hasta la delincuencia para sacar ventaja de su posición mediante la explotación y la opresión: “Exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,16). Es así como al lado de la imagen del buen pastor aparece también la del mal pastor o del mercenario que Jesús hace referencia con la palabra del asalariado “(Jn 10,12).  En el profeta Ezequiel, en el capítulo 34, encontramos un juicio tremendo contra los malos pastores que se apacientan solamente a sí mismos y por eso vemos que Dios, él mismo, decide ocuparse personalmente  de su rebaño: “Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él” (Ez. 34,11).

 Jesús nos dice: “El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10,15). El criterio para distinguir un buen y mal pastor era su sentido de la responsabilidad.  El Pastor en Palestina era totalmente responsable de las ovejas: si algo le pasaba a cualquiera de ellas, él tenía que demostrar que no había sido por culpa suya. Observemos algunas citas ilustrativas: “Como salva el pastor de la boca del león dos patas o la punta de una oreja, así se salvarán los hijos de Israel”. El pastor debe salvar todo lo que pueda de su oveja, ni que sean las patas o la punta de la oreja de su oveja“ (Os 3,12). “Si un hombre entrega a otro una oveja o cualquier otro animal para su custodia, y éstos mueren o sufren daño o son robados sin que nadie lo vea... tendrá que restituir” (Ex 22,9.13).   En este caso el pastor tendrá que jurar que no fue por culpa suya (Ex 22,10) y traer una prueba de que la oveja no había muerto por culpa suya y de que él no había podido evitarlo. En fin, el pastor se la juega toda por sus ovejas, aun combatiendo tenazmente contra las fieras salvajes, haciendo gala de todo su vigor e incluso exponiendo su vida, como vemos que hizo David de manera heroica con las suyas: “Cuando tu siervo estaba guardando el rebaño de su padre y venía el león o el oso y se llevaba una oveja del rebaño, salía tras él, le golpeaba y se la arrancaba de sus fauces, y se revolvía contra mí, lo sujetaba por la quijada y lo golpeaba hasta matarlo” (1 S 17,34-35).

 El Pastor y rebaño están unido por el amor: Todo lo que vimos anteriormente es lo que Dios hace con los suyos. Los orantes bíblicos, como lo hace notar el Slm 23, encontraban en la imagen de Dios-Pastor su verdadero rostro: su amor, su premura y su dedicación por ellos. En Dios encontraron su confianza para las pruebas de la vida. Ellos tenían en la mente y arraigada en el corazón esta convicción: "Sí, como un pastor bueno, Dios se la juega toda por mí”.

Ellos tenían la certeza de que Dios siempre estaba cuidando de ellos y combatiendo por ellos. Así predicaba el profeta Isaías: “Como ruge el león y el cachorro sobre su presa, y cuando se convoca contra él a todos los pastores, de sus voces no se intimida, ni de su tumulto se apoca; tal será el descenso de Yahvéh de los ejércitos para guerrear sobre el monte Sión y sobre su colina” (Is 31,4). Y en el texto de Ezequiel, que ya mencionamos, vemos que nada se le escapa al compromiso y al amor de Dios-Pastor: “Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma” (Ez 34,16).

Jesús es el Pastor que da la vida por sus ovejas: Jn 10,11-18). En el evangelio retoma este esquema del Buen y del Mal Pastor, pero con una novedad. Él dice: “¡Yo soy el Buen Pastor!”(Jn 10,11). La promesa de Dios se ha convertido en realidad, superando todas las expectativas. Jesús hace lo que ningún pastor haría, lo que ningún pastor por muy bueno que sea se atrevería a hacer: “Yo doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,15). “Yo soy el Buen Pastor” (Jn.11 y 14). Cuatro veces se dice que “da la vida (por las ovejas)” (Jn.11.15.17 y 18).

 En el desarrollo de esta parte de la catequesis de Jesús, distingamos dos partes:

a)    Los versículos 11-13, que trazan el contraste entre un el Buen y el Mal Pastor, lo que podríamos llamar “el verdadero pastor” b)    Los versículos 14-18, que describe el rol del Buen Pastor, lo que podríamos llamar: “la excelencia del Pastor”. El verdadero Pastor: “Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan las ovejas” (Jn 11,10-13).

 “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (10,10). Jesús va más allá, no es suficiente decir que ha venido a dar vida, lo que llama la atención es el “cómo”: su manera de trabajar por la vida es dando la propia, “El buen pastor da la vida por las ovejas”.  El Pastor auténtico no vacilaba en arriesgar y en dar su vida para salvar a sus ovejas ante cualquier peligro que las amenazara. Es decir: no repara ni siquiera en su propia vida, nos ama más que a su propia vida y de este amor se desprende todo lo que hace por nosotros.

 b El rol del buen pastor: “Yo soy el Buen Pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre” (Jn 11,14-18).

 Esta sección se va mucho más a fondo, considerando ahora únicamente la figura del “Pastor Bueno” (que cumple los tres requisitos anteriores) delinea la belleza su personalidad, o mejor de su espiritualidad, de su secreto interno, respondiendo a estas preguntas: ¿Qué significa dar vida ofreciendo la propia? ¿Cuál es el contenido de esa vida? ¿A qué debe conducir? ¿Cuál es la raíz última de toda la entrega del Pastor?