DOMINGO XXIV – C (Domingo 11 de Setiembre del 2022)
Proclamación del santo Evangelio Según San Lucas 15,1-32
15:11 Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos.
15:12 El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame
la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus
bienes.
15:13 Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que
tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida
licenciosa.
15:14 Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria
en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
15:15 Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes
de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.
15:16 Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas
que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
15:17 Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros
de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!
15:18 Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré:
Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;
15:19 ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a
uno de tus jornaleros".
15:20 Entonces partió y volvió a la casa de su padre.
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió
profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
15:21 El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y
contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo".
15:22 Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan en
seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en
los pies.
15:23 Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y
festejemos,
15:24 porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.
15:25 El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca
de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.
15:26 Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué
significaba eso.
15:27 Él le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu
padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y
salvo".
15:28 Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para
rogarle que entrara,
15:29 pero él le respondió: "Hace tantos años que te
sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me
diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
15:30 ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber
gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!"
15:31 Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás
siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
15:32 Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano
estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado"
.PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
En el A.T. Dios se define como: “Yo soy” (Ex 3,14); en el
N.T. “Dios es Espíritu” (Jn 4,24). Y Juan en resumen nos dice: “Dios es amor”
(I Jn 4,8). Si Dios es Espíritu de amor, es obvio que ante el desatino del
hombre (Gn 3,4-7), Dios se proponga un nuevo proyecto: "Juro por mi vida
—Dice el Señor— que yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta
de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Y para concretar su proyecto, Dios se
propone: “Yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón” (Os
2,16). “Te desposaré conmigo para siempre, en la justicia y el derecho, en el
amor y la misericordia y en fidelidad, y tú conocerás al Señor tu Dios” (Os
2,21-22). “Como una madre consuela y acaricia a su hijo sobre su rodilla,
así yo te consolare en Jerusalén” (Is 66,13). Este proyecto de Dios amor es
como hoy se describe en la parábola del hijo prodigo.
"Alégrense conmigo, porque he hallado la oveja que se
me había perdido" (Lc 15,6). "Alégrense conmigo, porque he hallado la
dracma que había perdido" (Lc 15,9). “Celebremos una fiesta, porque
este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido
hallado" (Lc 15,23). Los tres episodios tienen un común denominador.
Alegría y gozo (Lc 1,28): ¿Gozo de quién y por qué? Gozo de Dios por el
regreso del hijo pecador. Esta escena Jesús lo describe así: “Tanto amó
Dios al mundo que envió a su Hijo único para que todo el que cree en Él no
muera si no que tenga vida, porque Dios no envió a su Hijo al mundo para que el
mundo se condene, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
En la misma línea Jesús responde a la pregunta: ¿Cuál es el
mandamiento principal? respondió: “El primero es ama a tu Dios con todo tu
corazón, fuerza y mente, el segundo es similar, ama a tu prójimo como a ti mismo,
estos dos mandamientos sostienen la ley y los profetas” (Mc 12,28). Es decir,
Jesús resume todo los mandamientos en dos: amor a Dios y al prójimo. Mejor
dicho el amor a Dios tiene que pasar por el amor al prójimo.
¿Si Dios nos ama tanto, habrá motivo para apartarnos de su
amor? Dios Conoce nuestros corazones (Lc 16,15). Dios sabe que en amarnos unos
a otros podemos fallar y por ende a Dios. Por eso acude en las parábolas a los
ejemplos de: La Oveja descarriada (Lc 15,4); La monda perdida (Lc 15,8) y el
Hijo que se va de casa (Lc15, 13). Dios que nos ama tanto, no se queda feliz
cuando uno de nosotros nos perdemos o nos alejamos de su amor por el pecado.
Dios no renuncia al amor que nos tiene. Esta siempre pendiente de nosotros, y
sabe que un día volveremos hacia él (Lc 15,20). Él sabe que nada podemos en su
ausencia: “Sin mi nada podrán hacer” (Jn 15,5). Y ¿qué padre o madre estará
feliz al saber que uno de sus hijos se marchó de casa? Y ¿Qué padre no se
alegrará porque el hijo que un día se marchó, vuelve a casa? Así “Habrá más
alegría en el cielo por un pecador que se convierta, que por noventa y nueve
justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,7).
“Estando el hijo todavía lejos, el padre le vio y,
conmovido, corrió a su encuentro, se echó a su cuello y le besó efusivamente”
(Jn 15,20). Cuando Jesús cuenta esta parábola del hijo prodigo, revela
este misterio: nosotros los hombres arruinamos y destruimos nuestra dignidad;
pero esa dignidad esta para siempre custodiada del mismo modo en el seno del
Padre, más aún, en su corazón, en donde, pase lo que pase, siempre somos sus
hijos. El hijo presenta su discurso de perdón... pero el Padre está tan
contento, que ni siquiera se detiene a hablar sobre el tema:
El padre dijo a sus siervos: "Traigan aprisa el mejor
vestido y vístanlo, pónganle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies.
Traigan el novillo cebado, mátenlo, y comamos y celebremos una fiesta” (Lc
15,22-23). Si el pecado nos deja desnudos, al descubierto e indefensos, es
precisamente nuestro Padre el que nos cubre nuevamente con su amor y su gracia
en el sacramento de la confesión (Jn 20,23) y nos devuelve la dignidad de ser
su imagen y semejanza (Gn 1,26).
“Todo es puro para los puros. En cambio, para los que
están contaminados y para los incrédulos, nada es puro. Su espíritu y su
conciencia están manchados. Ellos hacen profesión de conocer a Dios, pero con
sus actos, lo niegan: son personas reprochables, rebeldes, incapaces de
cualquier obra buena” (Ti 1,15). Esta cita de San Pablo nos sirve para
contraponer lo opuesto de la fiesta: a) “Todos los publicanos y los pecadores
se acercaban a Jesús para oírle, pero los fariseos y los escribas murmuraban,
diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15,1-2). b) “El hijo
mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la
música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era
aquello. Él le dijo: Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo
cebado, porque le ha recobrado sano. Pero Él se enojó y no quería entrar” (Lc
15,25-28).
Ya aquí se percibe una predisposición negativa frente a la
situación: no sabe de qué se trata, pero toma distancia de la situación, y se
informa a través de terceros. No pregunta ¿por qué es la fiesta?, ni menos aún
entra en ella. Pero pregunta qué significa eso. Cuando se le informa, “Él se
enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le
respondió: "Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni
una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con
mis amigos...” (Lc 15,29).
A lo largo de todo este diálogo, el hijo mayor nunca llama
Padre a su Padre; y los verbos que utiliza dan la pauta de cómo ha establecido
él esta relación: “ordenar”, “obedecer”, “servir”... son verbos más de un
cuartel que de una familia. Este hijo ha establecido con su Padre una relación
de servicio, y de servicio interesado “nunca me diste un cabrito...”, no de
amor. Este hijo se ha quedado en la casa, pero no ha descubierto la grandeza
inefable del Padre que tiene delante de él, y que es su Padre. No conoce su
corazón, y por eso tampoco comprende su proceder. Pero lo que viene es aún más
terrible:
“Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber
devorado tu hacienda con prostitutas, haces matar para él el ternero
engordado" (Lc 15,30). No llama hermano a su hermano, ni menos aún por su
nombre: toma distancia de ambos: “ese hijo tuyo”; además, no ahorra palabras a
la hora de recalcar el pecado de su hermano, para presentarlo como un criminal.
Uno de los nombres del diablo es precisamente este: el acusador (Jn 8,44).
“Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre
conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu
hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido
encontrado" (Lc 15,31-32).
El Padre no polemiza con el hijo mayor, que no comprende
nada, menos que el hecho de que su padre es PADRE; pero le responde con
términos distintos: para Él, los dos siguen siendo sus hijos (aunque, por
distintos motivos, ninguno de los dos sabe estar a la altura del amor del
Padre), los ama a los dos, y quiere que los dos compartan la vida y la
felicidad del Padre. El Evangelio no nos dice cómo terminó la historia: si el
hijo mayor entró o no a la fiesta (con todo lo que eso significa: toda una
conversión); y si el hijo menor, una vez ya saciadas sus necesidades
elementales, descubrió el amor del corazón de su Padre. Y no es que a Jesús se
le haya escapado el final, sino muy por el contrario: es que el final es un
“final abierto”, tanto como la vida misma, y esta historia puede tener tantos
finales como personas haya en este mundo.
En suma, entre el dios de los que dicen ser buenos y justos
(fariseos, hijo mayor) y Dios que Jesús nos presenta, Dios lleno de amor
y que siempre esta atento a sus hijos, es este Dios que lo tenemos de Padre y
Padre nuestro. De ahí que, en verdad me encanta el Dios de Jesús. El Dios que
no abandona a los malos sino que sale a buscarlos. El Dios que deja en casa a
los buenos y sale a buscar a los que se han extraviado y corren peligro en el
monte. El Dios que no se escandaliza del hijo que se va de casa y malgasta toda
su herencia. El Dios que no hace falta ganarle con nuestras bondades, sino que
Él nos sigue amando, incluso cuando estamos perdidos en el monte y hay que
fatigarse para encontrarnos. El Dios que ni siquiera exige que primero
cambiemos para luego regresar a casa.
El Dios que nos ofrece hoy la liturgia y que se describe en
las parábolas es el Dios de la gratuidad y puro amor. Es el Dios que sale a
buscar lo perdido y lo carga sobre sus hombros. Es el Dios que además se alegra
y hace fiesta. ¡Pero, qué poco festivo suele ser el Dios de nuestra fe! En
cambio, el Dios de Jesús es un Dios que no disfruta solo sino que quiere
compartir sus alegrías con los demás. Siempre ponemos nuestra atención en la
oveja perdida, cuando en realidad el personaje importante es el pastor que,
cansado y todo, renuncia al descanso hasta que la encuentra y no la trae a casa
a patadas y de mal humor, sino feliz de haberla encontrado.
¿Alguna vez te has sentido oveja perdida? ¿Alguna vez te has
sentido feliz de que Dios te haya salido a tu encuentro y te haya cargado sobre
sus hombros y haya celebrado tu regreso? Dios dice por el Profeta: “¡Aquí estoy
yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se
ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé
de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en
un día de nubes y tinieblas. Las sacaré de entre los pueblos, las reuniré de
entre las naciones, las traeré a su propio suelo y las apacentaré sobre las
montañas de Israel, en los cauces de los torrentes y en todos los poblados del
país. Las apacentaré en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en las
montañas altas de Israel… Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la
descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma, pero exterminaré a la
que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,11-16).