sábado, 18 de octubre de 2014

DOMINGO XXIX - A (19 de Octubre del 2014)

                   

                         DOMINGO XXIX - A (19 de octubre del 2014)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 22, 15-21:

En aquel tiempo, los fariseos se reunieron para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: "Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?"

Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: "Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto". Ellos le presentaron un denario. Y él les preguntó: "¿De quién es esta figura y esta inscripción?" Le respondieron: "Del César". Jesús les dijo: "Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

Reflexión

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

En el domingo anterior Jesús nos decía: “El reino de Dios se parece a un rey que celebraba la boda la boda de su Hijo. Mandó criados para que inviten a la boda…” (Mt 22,1-14). Y hemos resaltado el episodio: “El rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. "Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?" El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: "Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes" (Mt 22,11-13). Y nos preguntamos ¿Qué significa ese traje de fiesta? Y nos respondimos con la enseñanza de San Pedro “Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, de acuerdo con lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo” (IPe 1,15-16; Lv 19, 2). Es decir, un día para estar en la fiesta del banquete de boda del cordero que es el en el cielo y  es eterno, hay que estar con traje de fiesta, hay que ser santo sí o sí.

Con el evangelio de hoy, se complementa la enseñanza de Jesús respecto al reino de los cielos; ¿Cómo así? Pues veamos:  El anhelar estar en el cielo (Mc 10,17), no nos hace exentos de nuestras obligaciones y deberes en este mundo: Jesús, conociendo su malicia, les dijo: "Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto". Ellos le presentaron un denario. Y él les preguntó: "¿De quién es esta figura y esta inscripción?" Le respondieron: "Del César". Jesús les dijo: "Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios" (Mt 22,18-21). Esta enseñanza nos transmite varios elementos a tener en cuenta:

1. Como vimos, nos exhorta a tomar en serio no sólo nuestras obligaciones de cristiano, sino también nuestras tareas de ciudadanos, nuestros deberes políticos: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Al respecto dice San Pablo: “Todos deben someterse a las autoridades constituidas, porque no hay autoridad que no provenga de Dios y las que existen han sido establecidas por él. En consecuencia, el que resiste a la autoridad se opone al orden establecido por Dios, atrayendo sobre sí la condenación. Los que hacen el bien no tienen nada que temer de los gobernantes, pero sí los que obran mal. Si no quieres sentir temor de la autoridad, obra bien y recibirás su elogio. Porque la autoridad es un instrumento de Dios para tu bien. Pero teme si haces el mal, porque ella no ejerce en vano su poder, sino que está al servicio de Dios para hacer justicia y castigar al que obra mal. Por eso es necesario someterse a la autoridad, no sólo por temor al castigo sino por deber de conciencia” (Rm 13,1-5).

2. El episodio del evangelio de hoy, preguntan a Jesús:“¿Se debe pagar el impuesto al César o no?”
Pero Jesús, enseguida, se da cuenta de la trampa que los fariseos le quieren tender (Mt 22,18). Afirmar o negar el pago reclamado por los romanos, es igualmente peligroso para Él. Un NO de Jesús le hace agitador de la rebelión y enemigo del César o autoridad. Un SÍ implica aceptar la ocupación romana y negar el ansia judía de liberación. Recordemos que los romanos dominan sobre los judíos desde el años 64 Ac. y les han impuesto no solo duras cargas en el impuesto, sino que además les han quitado lo más precioso, el dar culto a Dios Yahveh, el que los liberó de la esclavitud (Lv 11,45) Y están obligados a dar culto al dios Cesar. Los judíos tienen una única esperanza: que el mesías prometido, llegará pronto y vencerá y desterrará de sus tierras a los invasores, los romanos.

En el evangelio de hoy, Jesús se eleva por encima de la situación momentánea, y da una respuesta para todos los conflictos ulteriores. Él invita a cumplir la justicia, la que consiste en dar a cada uno lo suyo: “Den a Cesar lo que es de Cesar y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21). Dios tiene sus derechos y el César tiene los suyos. Pero es de considerar que Lo de Dios no está en el mismo nivel que del Cesar.

3. “Dad al César lo que es del César.”
La autoridad estatal es instrumento de Dios para la realización de la voluntad de Dios, aunque no lo sepan o quizás no lo quieran. La primera Lectura de hoy (Isaías 45, 1. 4-6) nos da un ejemplo: Dios se sirve del rey de Persia para realizar sus planes de salvación con el elegido pueblo israelita. Así cualquier hombre, cualquier institución pueden ser instrumentos de Dios. San pablo también nos dice: “Por eso también, ustedes deben pagar los impuestos: los gobernantes, en efecto, son funcionarios al servicio de Dios encargados de cumplir este oficio. Den a cada uno lo que le corresponde: al que se debe impuesto, impuesto; al que se debe contribución, contribución; al que se debe respeto, respeto; y honor, a quien le es debido” (Rm 13,6-7). Cristo tampoco niega el poder pagano de los romanos, ni lo quiere derrotar por revolución. De tal manera Él acepta, fundamentalmente el Estado y las autoridades políticas, independientemente de sus formas concretas.

Condecir “a Cesar lo que es del Cesar” (Mt 22,21), exige también de nosotros lealtad, obediencia, colaboración y sacrificios frente al Estado y a sus autoridades. Los cristianos no son enemigos del Estado, sino ciudadanos por convicción y con gran responsabilidad. De modo que, nuestra fe no puede ser nunca una excusa para no cumplir con nuestras obligaciones familiares, sociales y políticas. Estaremos mucho mejor dispuestos para servir a Dios, cuando hayamos servido bien a nuestros hermanos. No hay duda de que pueden nacer tensiones y conflictos. A lo largo de la historia los encontramos en sus variadas formas. Ya desde el comienzo del cristianismo surgieron los problemas, pero los fieles supieron superarlos, como atestigua San Agustín: “Los soldados cristianos sirvieron al emperador infiel; pero cuando se tocaba la causa de Cristo, no reconocían sino a Aquél que estaba en los cielos.”

4. Lo dicho por Jesús, el Maestro por excelencia  vale con mucha más razón para para nosotros: “”Dad a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21b)”. O como dice San Pedro en los Hechos de los Apóstoles: “Tenemos que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29). Si alguna autoridad actúa fuera de la voluntad de Dios, no estamos obligados a la obediencia. Por ejemplo que nos digan “El aborto terapéutico no es pecado” ¿Cómo que no es pecado? ¿Acaso matar un ser indefenso en el vientre de la madre no es un pecado atroz? Cuando el Estado pretende cosas a las que no tiene derecho, tenemos que negarle la obediencia. Porque las exigencias del Estado son limitadas. Por eso, cuando un Estado o sus autoridades exigen injusticias, entonces la resistencia es nuestra obligación cristiana, y la obediencia sería pecado. En este sentido hay una “rebeldía” santa. En las persecuciones, miles y miles de cristianos se hicieron mártires, porque no quisieron dar al César lo que es de Dios. Esta actitud es saber defender la verdad. Nos dijo Jesús: “Uds. serán mis verdaderos discípulos si perseveran en mis palabras y conocerán la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,31).

Tal vez, hoy no haya tal persecución sangrienta, pero sin embargo tenemos que estar vigilantes. Las autoridades del Estado, siempre de nuevo, pueden caer en la tentación de excederse en los límites. Son cosas que no podemos aceptar ni apoyar como cristianos. Por eso, tenemos que criticar constructivamente a nuestros políticos y autoridades estatales. Pero, además, debemos ayudarles por medio de nuestra oración en su difícil labor, en su gran responsabilidad para que nos guíen por el camino de la verdad.

5. Por las razones expuestas, hoy es necesario optar con serenidad por las autoridades que sepan tener estos principios para que no nos lleven por el mal camino. Nuestra confianza debe ir para hombres inteligentes y solidarios desde luego, pero que además sean cristianos, que vivan su fe y que se orienten hacia Dios en sus proyectos y acciones. Me parece ser la mejor garantía para un futuro más fecundo y el porvenir de nuestra sociedad. Porque las cosas de Dios no son negociables ni para los creyentes ni para los incrédulos. Pero también el ser cumplidores con Dios no nos hace exentos de nuestros deberes, en suma: A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César” (Mt 22,21). El Hijo de Dios sabe cumplir con las cosas del Cesar, cosas de este mundo; pero con más razón con las cosas de Dios.


No podemos atrevernos a sacrificar las cosas de Dios por las cosas del Cesar. De este principio nace los mártires como defensores de las cosas de Dios: “Cuando los entreguen a los tribunales, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará. Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra, y si los persiguen en esta, huyan a una tercera. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del hombre” (Mt 10,19-23). San Pablo dice: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores?... ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Como dice la Escritura: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera como a ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,31-39).

viernes, 10 de octubre de 2014

DOMINGO XXVIII - A (12 de Octubre del 2014)


DOMINGO 28 - A (12 de octubre del 2014)

Proclamación del Santo Evangelio según Sn Mt 22,1-14:

En aquel tiempo, Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo: "El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: "Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas". Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: "El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren". Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.

Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. "Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?" El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: "Átenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes". Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

En esta serie de las tres parábolas expresadas en la sinagoga: Los de los dos hijos enviados a la viña (Mt 21,28-32), los de los viñadores homicidas (Mt 21,33-43), lo del banquete de boda del hijo del rey (Mt22,1-14) tienen en común un hilo conductor como enseñanza respecto a Reino de Dios: La interpelación a la libre opción. Siempre se hace sobre la libre voluntad de los que son llamados. Incluso el evangelio de hoy termina destacando que: “Muchos son los llamados, pocos los escogidos” (Mt 22,14). El mensaje es que Dios no nos obliga, no nos mete a empellones al cielo; sino que, más bien nos deja a la libre decisión y espera nuestra respuesta muy pacientemente. Es así como: Los hijos son invitados a trabajar en la viña del padre. A los viñadores se les recuerda que deben entregar los frutos que le corresponden al patrón. Los invitados son llamados a participar en el banquete de la boda del Hijo del Rey. Y conviene recordar que solo tenemos dos opciones: Si o no (Mt 5,37). Y cada una de estas opciones tienen connotaciones muy distintas como efecto: El cielo o el infierno (Lc 16.19-31).

La invitación al banquete de bodas del hijo:

Jesús otra vez habló en parábolas (Mt 13,34) y les dijo: "El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir… no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los apaliaron y los mataron” (Mt 22,2-6). En efecto, Dios nos ha enviado un montón de tarjetas de invitación a la boda de su Hijo y los que recibieron estas invitaciones no quisieron participar de la boda. Todos estaban demasiado ocupados, sus ocupaciones eran más importantes que la boda de Jesús con el hombre (Lc 9,57-62). Nunca comprendieron o comprendimos lo que se nos dice: “Felices los que han sido invitados al banquete de bodas del Cordero" (Ap 19,9).

La relación de Dios con el hombre se describe en la Biblia como alianza: “Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer 31,33).  Mismo Jesús se declaró en algún momento como el novio: "¿Acaso los amigos del novio pueden estar tristes mientras el novio está con ellos? Llegará el momento en que el novio les será quitado, y entonces ayunarán. (Mt 9,15). La Iglesia presentada como la novia: “Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo” (Ap 21,2). ¿En qué momento es el desposorio entre el novio y la novia si no es el momentos del sacrificio de la redención?: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). ¿Se imaginan la muerte de Jesús como una boda? ¿Y se imaginan que, nosotros a veces nos neguemos a participar de la boda de Dios con nosotros en cada Santa Misa festiva o dominical?

Los primeros invitados, los que han tenido preferencia y se negaron a asistir, serán suplidos por otros, por aquellos a quienes nadie invita. Salgan, dice, al cruce de los caminos e inviten a todos los que encuentren bueno y malos. No se fijen si son de los que la gente excluye y margina. Desde ahora, quiero que todos sean invitados del novio y participen de la boda de mi Hijo (Mt 22,9). La parábola de los invitados a la boda, puede ser un bello modelo de cómo quiere Jesús que sea su Iglesia. Si Jesús es el novio, la Iglesia es la novia, y el Padre es quien organiza la fiesta de bodas. Y ¿dónde entramos a tallar nosotros si no es en la iglesia por el bautismo? (Jn 3,5). Pero no todos tienen vocación de fiesta. Abundan los que siempre tienen alguna excusa para no asistir y, claro, siempre son los mismos. Los que han comprado campos. Los que tienen que probar la nueva máquina.  Pero aquí un detalle. Dios no se da por rendido. Por eso dice: “Salgan al cruce de caminos, y a todos los que encuentren, invítenlos a la boda.” Los criados salieron y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos.” Entonces la sala se llenó de comensales (Mt 22,9).

Pero antes del inicio de la fiesta de boda, hay un detalle importante. El Rey entró a saludar a todos los comensales y advirtió que uno, no llevaba traje de fiesta, era un intruso y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta? El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: "Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes" (Mt 22,12-13). Es necesario revestirnos con traje de fiesta. Claro que hemos sido invitados a la boda no por ser buenos, sino incluso por ser malos, pero al entrar en la fiesta, en la misma puerta debemos despojarnos del traje de luto, dolor, resentimientos, rencores, etc. Quien pretende participar de la fiesta ceñida de falsedad o hipocresía, no está revestido con traje de fiesta, y será echado a las tinieblas, que es el infierno: “Epulón exclamó: Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan" (Lc 16,24).

El traje de fiesta es la santidad. Si deseamos estar en el banquete de bodas del hijo, debemos si o si revestirnos con traje de santidad. Jesús oró al padre: “Hazlos santos mediante la verdad. Tu palabra es verdad” (Jn 17,17). San  Pedro dice: “Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, (IPe 1,15) de acuerdo con lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo, (Lev 9, 2).
                                                                 
Somos especialistas en saber disculparnos: “no tengo tiempo”, “estoy ocupadísimo”, “otra vez será”, “lo siento mucho pero no puedo”. También somos educados en disculparnos ante Dios: “Se me pasó y no me di cuenta que era domingo o fiesta.” “Tenía mucho que hacer, porque durante la semana trabajo.” “Tenía que cuidar de mis niños.” Cuando se trata de negarnos a creer, tampoco nos faltan motivos: “Es que la Iglesia no soluciona el problema de los pobres.” “Es que en la Iglesia hay muchos pecadores.” “Es que la Iglesia está compuesta de hombres.” “Yo sí creo en Jesús, pero no en la Iglesia.” “Yo sí creo en Dios, pero a mi manera.” Nos falta mucha sinceridad y nos sobran disculpas. Nos falta mucha honestidad con Dios y nos sobran razones para no creer en Él. Creo a cualquier noticia de periódico y hasta la divulgamos, pero eso de creer en Dios está ya desfasado y pasado de moda. Eso por no decir, Dios me estorba porque me impide vivir como yo deseo. Yo quiero ser libre. Se olvidan que Dios es libertad. No me conviene creer en el Evangelio porque tendría que cambiar de vida y no estoy dispuesto a hacerlo. Por eso, muchos que dicen no creer, en el fondo llevan como una polilla que les habla de Dios.


Hacer cosas de Dios no es cuestión de ilusiones. No seamos como el joven rico que ilusiona el cielo y ahí queda todo: “Un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no mientas, no robes… él dijo: todo eso ya cumplí, que más me faltará? Jesús le dijo: si quieres ser perfecto anda, vende todo y dáselo a los pobres y luego ven y sígueme” (Mc 10,17). Dijo también que al cielo no se llega con bonitos deseos: “No son los que me dicen: "Señor, Señor", los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?". Entonces yo les manifestaré: "Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal" (Mt 7,21-23).

martes, 30 de septiembre de 2014

DOMINGO XXVII - A (5 de Octubre del 2014)

   DOMINGO XXVII – A (5 de Octubre del 2014)
Parábola de los viñadores asesinos
Proclamación del Santo evangelio según San Mateo: 21,33-43
En aquel Tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo". Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia". Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.
Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?" Le respondieron: "Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo". Jesús agregó: "¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien
Jesús resucitado dijo a los discípulos de Emaús: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?" Y comenzando por Moisés y continuando con todos los Profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él” (Lc 24,25-27). Hoy nos ha descrito también a nosotros todo referente al misterio de la su Redención pero en parábola (Mt 21,33-43).
¿Por qué en parábolas? Todo esto (enseñanzas) lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo” (Mt 13,34). La “parábola” de los viñadores asesinos (Mt 21,33-43) en realidad es un conglomerado de “alegoría” que tiene un correspondiente significado en la realidad, así:
1) La viña significa Israel (Mt 21,33b), Jerusalén (Mt 21,39), el Reino de Dios (Mt 21,43). 2) El propietario de la viña es Dios (llamado el “Señor” en el Mt 21,40). 3) Los viñadores son los líderes de Jerusalén e Israel. 4) Los frutos son las buenas obras de justicia que Dios espera que se hagamos. 5) El rechazo de los siervos significa el rechazo de los profetas. 6) El envío y el rechazo del hijo, significa el envío y el rechazo de Jesús por parte del pueblo. 7) El castigo de los viñadores homicidas, es la destrucción de Jerusalén. 8) Los nuevos viñadores es la Iglesia universal que Jesús edificó.
Esta parábola de hoy tiene dos partes:
1): Narración de la parábola de los viñadores homicidas (Mt 21,33-39): Comienza con una invitación a la escucha: “Escuchen otra parábola (Mt 21,33)”: Una serie de tres envíos por parte del dueño para solicitar los frutos y tres respuestas agresivas por partes de los viñadores. (Mt 21,34-39)
2): Aplicación de la parábola (Mt 21,40-43): Jesús plantea una pregunta: “Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores malvados?” (Mt 21,40). Respondieron la pregunta de Jesús: “Les dará una muerte miserable” (Mt 21,41). Luego, Jesús da un comentario sobre la piedra angular rechazada (Mt 41,42-43).


Idea central (Mt 21,42): La parábola tiene como punto central el rechazo de Jesús por parte de Israel y la necesidad de que los discípulos de Jesús sean responsables con sus frutos. Al final de la parábola se anuncia la paradoja pascual: el hijo rechazado se convierte en la piedra angular de una edificación. Esta construcción es imagen de la comunión que se construye en el Cristo Pascual, piedra viva de la cual nos aferramos.
Destacamos dos imágenes que vienen del A.T:
La viña como símbolo de Israel. En el (Mt 21,39) simboliza a Jerusalén y en el (Mt 21,43) el Reino. Simboliza los privilegios que Dios le concedió al pueblo de la Alianza, así como lo vemos en Isaías 5,1-7 (primera lectura), en la cual se dice: “La viña del Señor de los ejércitos es la Casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantación exquisita”. En este contexto se comprende el juicio profético: “Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos” (Is 5,7).
Los profetas como “siervos” enviados por Dios. Es una constante en los textos proféticos. Ésta era la conciencia del gran profeta Elías: “Que se reconozca hoy que tú eres Dios en Israel y que yo soy tu servidor y que por orden tuya he obrado todas estas cosas” (1 Re 18,36). Un oráculo en el profeta Isaías dice: “Mi siervo ha andado descalzo y desnudo durante tres años…” (Is 20,3). Otro en el profeta Jeremías es más enfático: “Os envié a todos mis siervos, los profetas, cada día puntualmente” (Jer 7,25). Y constantemente se deja sentir el lamento de Dios porque el pueblo rechaza a sus servidores: “Pero no me escucharon ni aplicaron el oído, sino que atiesando la cerviz hicieron peor que sus padres” (Jer 7,26). Con base en estos datos que provienen del Antiguo Testamento, se construye una parábola que pone de relieve el envío a la viña del Señor, ya no de un siervo más, sino del Hijo de Dios (Jesucristo).
En el evangelio de hoy, primer lugar se observan los cuidados que el propietario le provee a su viña: la deja completa y hermosa. Luego la arrienda y se ausenta (Mt 21,33).
Viene luego una serie de tres envíos por parte del propietario para recibir los frutos que le corresponden. Se va notando una progresión tanto en número (el segundo grupo de siervos es mayor que el primero) como en calidad (el último enviado es su hijo).  Llega así el momento trágico del asesinato del hijo. Los labradores reflexionan: “Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia” (Mt 21,38). Hasta aquí la parábola está releyendo la historia de la muerte de Jesús. Dios, el propietario, envía a siervos que, como Juan Bautista, no son oídos. Cuando el propietario manda a su propio hijo el trato al principio es similar, incluso peor.  Los labradores representan a aquellos que no tienen interés en entregar sus frutos de conversión (Mt 3,8) y prefieren quitar de en medio, de manera definitiva, la voz perturbadora que pide responsabilidad (Mt 21,45-46). Estas son las actitudes que terminan llevando a Jesús hasta la muerte. Pero la irresponsabilidad se revierte contra los agresores: darán cuenta de sus actos y perderán sus privilegios, incluso la vida.  La viña entonces será entregada a otros labradores que sí entregarán los frutos (Mt 21,41).
Esta parábola que leemos en el hoy de la Iglesia vuelve a cuestionar si a quien finalmente se le traspasó la viña está siendo responsable con su tarea.  Podemos caer en la presunción de considerarnos pueblo elegido y dormirnos en nuestras responsabilidades. No cuenta tanto la belleza del discurso ni las grandes obras que se hagan sino la conversión al mensaje profético de Jesús: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,15).
La frase del Mt 21,43, “para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos”, está precedida por el anuncio de una piedra angular que al darle cohesión a todo el edificio supone superadas las fragilidades que llevaron a los primeros labradores a cometer su error. Por lo tanto la responsabilidad es mayor.
Fíjense, aquí en la gran providencia de Dios y en la inexplicable indolencia de los labradores. En verdad, mismo Dios hizo lo que competía a los labradores: edificar la cerca, plantar la viña y todo lo demás. Apenas les dejó la menor de las tareas: guardar lo que ya tenían, cuidar lo que les había sido dado. Nada fue omitido, todo estaba listo. Pero ni así supieron sacar provecho, no obstante los grandes dones recibidos de Él. Porque fue así que, al salir de Egipto, les dio la Ley, les edificó una ciudad, les preparó un altar, les construyó un templo y se ausentó, esto es, tuvo paciencia con ellos, no castigándolos siempre de forma inmediata por sus pecados. Porque esta ausencia quiere significar la inmensa longanimidad de Dios. Y les mandó sus criados –los profetas– para recibir el fruto, esto es, la obediencia que ellos debían mostrar por sus obras. Pero ellos también aquí mostraron su maldad, no sólo en no dar fruto después de tanta solicitud… sino también en irritarse por su venida”.
¿No estaremos incurriendo en la misma falta de los judíos, al ser improductivos e incluso indiferentes con el don de la fe que recibimos Dios? Y si es así, Dios ¿No nos estará increpando con esta parábola al decirnos: Se les quitará la viña y daré a otros viñadores y todo porque no supimos dar frutos? Recordemos aquello que el mismo Señor nos dijo: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía… Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí” (Jn 15,1-4).   
Esta parábola (Mt 21,33-43) en que el Señor nos describe la persecución de los profetas (A.T.), El Hijo Crucificado, se volvió a repetir con los apóstoles quienes han sido perseguidos y así nuestra Iglesia nació edificada sobre los mártires de los tres primeros siglos. Aquí, por ejemplo la escena que se nos narra, la persecución de Pedro y los demás apóstoles: “Los sumos sacerdotes, hicieron comparecer a los Apóstoles y los interrogaron: ¿Con qué poder o en nombre de quién ustedes hicieron eso? Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: "Jefes del pueblo y ancianos, ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un enfermo y de cómo fue curado, sepan ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos. Él es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular. Porque en ningún otro hay salvación, ni existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos" (Hch 4,7-12).           
    

sábado, 27 de septiembre de 2014

DOMINGO XXVI . A (28 de Setiembre del 2014)



DOMINGO XXVI – A (28 de Setiembre del 2014)

Proclamación del santo Evangelio según San Mateo: 21,28-32

La parábola de los dos hijos: Quien dice no, pero si; Quien dice si pero no.

En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo: "¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: "Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña". Él respondió: "No quiero". Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: "Voy, Señor", pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?" "El primero", le respondieron.

Jesús les dijo: "Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos amigos en el Señor Paz y Bien.

Jesús dijo a sus apóstoles: “Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor. Pero yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies;  ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos. Cuando ustedes digan "sí", que sea sí, y cuando digan "no", que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno” (Mt 5,33-37). También les recordó el octavo mandamiento: “No mentiras” (Mc 10,19). Y dijo a los judíos: "Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, entonces conocerán la verdad y la verdad los hará libres" (Jn 8,31-32).

En este domingo Jesús nos enseña en esta parábola de los dos hijos (Mt. 21,28-32): ser siempre coherentes entre el sí de nuestras palabras y el sí de nuestro obrar. Caso contrario estaríamos en el mismo error y muy grave error de los falsos maestros a los que Jesús se enfrentó porque les desenmascaró sus verdades, verdades falsas. Dijo a sus apóstoles: “Ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos (Fariseos, maestros de la ley) les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen, enseñan una cosa y hacen otra cosa” (Mt 23,3). Las verdades a medias que son las incoherencias, Jesús los llama hipocresías: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello! ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno!” (Mt 23,23-25). Estas palabras tan duras y directas contra los falsos creyentes y maestros de ley, son el presupuesto que condujo a Jesús ganarse la muerte en Cruz.

 En el evangelio de hoy nos dijo Jesús: "¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dijo al primero: hijo ve a trabajar a mi viña.  Él respondió: No quiero. Pero después se arrepintió y fue. Dijo lo mismo al segundo, y este le respondió: Voy, Señor, pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?" "El primero", le respondieron!” (Mt 21,28-31). ¿A cuál de estos dos hijos pertenecemos? ¿Al que dice sí, pero es no? ¿Al que dice no, pero es sí? Creo que somos demasiados los que pensamos que a Dios lo podemos engañar y lo convencemos con nuestras bonitas palabras y quizá, incluso acompañado del juramento. Y Pero, resulta que con meras palabras nadie queda bien delante de Dios porque Dios no le cree a las palabras, sino a la vida hecha obra. A Dios no es fácil engañarle, con el gato por liebre. Recordemos aquello que ya nos lo dijo: “No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido, todo se sabrá tarde o temprano” (Mt 10,26).

No es dable ser cristianos de meras palabras como el segundo hijo que dice sí, pero no va a trabajar (Mt 21,30). Esas respuestas de media verdad (si, pero no) no valen para Dios. Recordemos por ejemplo aquello que ya nos dijo el Señor: “No son los que me dicen: Señor, Señor, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?". Entonces yo les manifestaré: "Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal" (Mt 7,21-23). No podemos ser cristianos que hoy le decimos que sí a Dios y mañana le decimos no. Dios no nos juega con trampas. Que con apariencias no escalamos el cielo.

Conviene tenerse en cuenta que la observación que nos hace Jesús: Ni los buenos somos siempre tan buenos como pensamos y creemos, ni los malos son tan malos como nos imaginamos y creemos. Es posible que muchos a quienes miremos como malos, sean mejores que nosotros ante los ojos de Dios. Hasta es posible que a los que nosotros calificamos de tener “mala vida” estén más abiertos que nosotros al Evangelio y al Reino de Dios. Es que una es la manera que tiene Dios de vernos y otra la manera de cómo nos vemos nosotros. Nuestra verdad está en lo que somos delante de los ojos de Dios. Por eso tampoco debemos desalentarnos. Es posible que nos consideremos malos porque hicimos o dejamos de hacer esto o lo otro; pero ante Dios, que conoce la verdad de nuestro corazón, seamos sus hijos queridos. Pero tampoco nos creamos de ser tan bueno y perfectos como los falsos maestros de la ley o los fariseos.


Jesús en su segunda enseñanza al decirnos hoy: "Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él” (Mt 21,31-32). Hace un paralelo con aquello del episodio del pago de los trabajadores: “Al terminar la jornada de trabajo, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros.  Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada. El propietario respondió a uno de ellos: Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno? Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos" (Mt 20,8-16). Tal como nos lo dijo también el profeta: "El proceder del Señor no es correcto dicen Uds. Escucha, casa de Israel: ¿Acaso no es el proceder de ustedes, y no el mío, el que no es correcto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, muere por el mal que ha cometido. Y cuando el malvado se aparta del mal que ha cometido, para practicar el derecho y la justicia, él mismo preserva su vida. Él ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no morirá” (Ez 18,25-28).

sábado, 20 de septiembre de 2014

DOMINGO XXV - A (21 de Setiembre del 2014)


DOMINGO 25 - A / 21 de setiembre del 2014

Proclamación del santo Evangelio según San Mateo: 20,1-16

La parábola de los obreros de la última hora

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos, el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña. Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: "Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo". Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?" Ellos le respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Vayan también ustedes a mi viña".

 Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros". Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: "Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada". El propietario respondió a uno de ellos: "Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?"

Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien

En la enseñanza de Hoy, Jesús nos habla sobre el tema del trabajo. Ya desde el inicio acuñó Dios el tema del trabajo en los términos siguientes: “Con el sudor de tu frente comerás tu pan, hasta que vuelvas a polvo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás” (Gn 3,19). Jesús en su parábola respecto al Reino de los cielos hoy nos describe como aquel que sale a contratar trabajadores para su viña en diferentes horas del día: A primera hora, a media mañana, al medio día, a la media tarde ya la ultima hora, a estos de la ultima hora les preguntó: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin trabajar?” (Mt 20,6). Respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Vayan también ustedes a mi viña"(Mt 20,7). Como se ve, el trato con todos los trabajadores es de un denario de pago por el jornal (Mt 20,2).

¿Cómo estamos de trabajo? ¿Muchos no tienen trabajo verdad? ¿Somos de los que pasan el día entero en la plaza sin hacer nada y esperando ser contratados? ¿Somos de los que  a primera hora ya fuimos contratados? O ¿Somos de los fueron contratados a medio día? O más bien ¿Somos de los que no hacemos nada por buscar trabajo? Recuerda que el trabajo no nos buscará, nosotros tenemos que buscar el trabajo. Al respecto san Pablo decía: “Nos enteramos de que algunos de ustedes viven ociosamente, no haciendo nada y entrometiéndose en todo. A estos les mandamos y los exhortamos en el Señor Jesucristo que trabajen en paz para ganarse su pan. En cuanto a ustedes, hermanos, no se cansen de hacer el bien” (II Tes 3,11-13).

En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a todos a trabajar. En la viña del Señor hay trabajo abundante para todos y todos estamos invitados. Ya no somos nosotros los que pedimos trabajo sino que el Señor nos lo está ofreciendo porque aquí en la viña del Señor hay mucho que hacer, o sino recordemos aquel pedido del Señor: “Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para su cosecha" (Mt 9,36-38).

Posiblemente, no sepamos cómo y dónde trabajar para la viña del Señor para ganarnos el denario de la Jornada (Mt 20,8). El denario no se nos va a regalar a nadie, por ganarnos este denario debemos si o si trabajar en la viña del Señor. ¿Por qué es importante merecer el denario? Porque el denario de esta parábola nos describe que es el cheque o pasaporte que nos servirá para entrar un día sin falta en el reino de los cielos y gozar de este seguro de vida, un gozo que no tiene fin, sino que es el seguro de toda la vida en el cielo.

Es posible también que pensemos en que no tenemos el don de trabajar en la viña, porque nada sabemos de las actividades del campo. Esa percepción no es cierta. Cada uno hemos recibido diferentes dones o talentos los cuales nos sirven para ganarnos el denario; así nos describe Jesús en este episodio: “El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. "Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado"… el que recibió dos, presentó otros dos y el que recibió uno, no supo presentar nada y que le arrebató el talento (Mt 25,14-20).

San Pablo dice respecto a los diferentes dones recibidos: “Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo. En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como doctores. Efesios Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don de curar, el don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas. ¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos profetas? ¿Todos doctores? ¿Todos hacen milagros? ¿Todos tienen el don de curar? ¿Todos tienen el don de lenguas o el don de interpretarlas?” (I Cor 12,27-30). Estos dones que el Señor nos dio, sirven para ganarnos el talento en la viña del Señor. Y de ellas daremos también un día cuentas: “Aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más” (Lc 12,48).

Es cierto que, Dios no solo es difícil de comprender por el misterio que encierra y por estar por encima de todo y porque nuestra capacidad de comprensión no puede abarcar el ser de Dios. También nosotros con frecuencia lo vemos más desde nuestros intereses que desde lo que Él quiere ser para nosotros. Ciertamente vivimos en una sociedad de “produce y consume”. Una sociedad de Tarjetas y depósitos e intereses. Una sociedad así difícilmente entiende lo que es la gratuidad (amor). Una sociedad que, aunque nos duela, está ahí condicionando nuestra mentalidad. ¿Por qué fulano gana tanto y yo gano menos? La parábola que nos presenta el Evangelio hoy nos habla de eso. ¿Por qué los últimos han de ganar tanto como nosotros los primeros? ¿Por qué a los últimos se les ha de pagar lo mismo que a los primeros? (Mt 20,12). Y los mismos discípulos como Pedro tuvieron problemas, y sino recordemos este impase: “Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate de mi vista, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,21-23).

Muchas veces creemos a Dios desde lo que nosotros entendemos y hacemos, no desde la gratuidad y comprensión del corazón de Dios (fe). Medimos el corazón de Dios, desde la pequeñez del nuestro. La gratuidad no está en contradicción con la justicia. A los primeros los contrató por un denario. Por los últimos Dios siente compasión de que nadie les haya querido contratar y ahora en su generosidad y gratuidad les paga lo mismo. Cumple con la justicia de pagar lo convenido. Pero eso, no impide que su corazón se deje llevar de la gratuidad (Mt 20, 15). Es difícil creer en la gratuidad, es difícil aceptar la gratuidad, cuando nuestro corazón está lleno de intereses y egoísmos personales (Mt 20,12).

Unos han encontrado a Dios al comienzo de su vida (Mt 20,1), otros lo han encontrado ya de mayores y hasta de ancianos (Mt 20,7). Dios les ofrece la misma salvación, les ofrece la misma vida eterna, les ofrece el mismo cielo. ¿Vamos a culpar por esto a Dios como aquel que se encontró con un amigo que vivió como le dio la gana y al final se salvó? ¡Si al final los dos estamos aquí juntos!” Y es que la salvación es pura gratuidad (amor), es cosa de Dios, no es asunto nuestro. Recordemos este ejemplo: “El buen ladrón desde la cruz dijo a Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino".  Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23,42-43). Ahora Jesús lo dijo: “¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?" Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos" (Mt 20,15-16).

martes, 16 de septiembre de 2014

DOMINGO XXIV - A (14 de Setiembre del 2014)


DOMINGO XXIV – A (14 De Setiembre del 2014)

Proclamación del santo evangelio según San Juan 3,13-17:

En aquel tiempo dijo Jesús a Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.

Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. PALABRA DEL SEÑOR.

Paz y Bien el Señor.

Hoy, en la fiesta de la exaltación de la cruz hemos de preguntarnos ¿Qué valor tiene para nosotros, los creyentes la Cruz? ¿Por qué es sagrada y bendita la Santa cruz? En el Credo decimos: “POR NUESTRA CAUSA JESUCRISTO FUE CRUCIFICADO EN TIEMPOS  DE PONCIO PILATO PADECIÓ, Y FUE SEPULTADO Y AL TERCER DÍA RESUCITÓ SEGÚN LAS ESCRITURAS” (I Cor 15,3-4). Y el mismo Señor nos ha dicho: “De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario” que el Hijo del hombre sea levantado en alto (Jn 3,14; Núm 21, 9, 2; Re 18, 4). Y este hecho, que es el misterio central de la redención es gesto del amor de Dios a toda la humanidad: “Porque Dios tanto amó al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn 3,16).

En el Nuevo Catecismo se nos dice: El Misterio Pascual de la cruz y de la resurrección de Cristo está en el centro de la Buena Nueva que los Apóstoles, y la Iglesia a continuación de ellos, deben anunciar al mundo. El designio salvador de Dios se ha cumplido de "una vez por todas" (Hb 9, 26) por la muerte redentora de su Hijo Jesucristo. La Iglesia permanece fiel a "la interpretación de todas las Escrituras" dada por Jesús mismo, tanto antes como después de su Pascua ((Lc 24, 27. 44-45): "¿No era necesario que Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?" (Lc 24, 26). Los padecimientos de Jesús han tomado una forma histórica concreta por el hecho de haber sido "reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas" (Mc 8, 31), que lo "entregaron a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle" (Mt 20, 19).

¿Qué razones llevaron a Jesús a la cruz?: Desde los comienzos del ministerio público de Jesús, fariseos y partidarios de Herodes, junto con sacerdotes y escribas, se pusieron de acuerdo para eliminarle (Mc 3, 6). Por algunas de sus obras (expulsión de demonios, Mt 12, 24; perdón de los pecados, Mc 2, 7; curaciones en sábado, Mc 3, 1-6; interpretación original de los preceptos de pureza de la Ley, Mc 7, 14-23; familiaridad con los publicanos y los pecadores públicos, (Mc 2, 14-17), Jesús apareció a algunos malintencionados sospechoso de posesión diabólica (cf. Mc 3, 22; Jn 8, 48; 10, 20). Se le acusa de blasfemo (Mc 2, 7; Jn 5,18; 10, 33) y de falso profetismo (Jn 7, 12; 7, 52), crímenes religiosos que la Ley castigaba con pena de muerte a pedradas (Jn 8, 59; 10, 31).

Muchas de las obras y de las palabras de Jesús han sido, un "signo de contradicción" (Lc 2, 34) para las autoridades religiosas de Jerusalén, aquéllas a las que el Evangelio de san Juan denomina con frecuencia "los judíos" (Jn 1, 19; 5, 10; 7, 13; 9, 22; 18, 12; 19, 38; 20, 19), más incluso que a la generalidad del pueblo de Dios (Jn 7, 48-49). Ciertamente, sus relaciones con los fariseos no fueron solamente polémicas. Fueron unos fariseos los que le previnieron del peligro que corría (Lc 13, 31). Jesús alaba a alguno de ellos como al escriba de Mc 12, 34 y come varias veces en casa de fariseos (Lc 7, 36; 14, 1). Jesús confirma doctrinas sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de Dios: la resurrección de los muertos (Mt 22, 23-34; Lc 20, 39), las formas de piedad (limosna, ayuno y oración, Mt 6, 18) y la costumbre de dirigirse a Dios como Padre, carácter central del mandamiento de amor a Dios y al prójimo (Mc 12, 28-34). A los ojos de muchos en Israel, Jesús parece actuar contra las instituciones esenciales del Pueblo elegido: Contra la sumisión a la Ley en la integridad de sus prescripciones escritas, y, para los fariseos, según la interpretación de la tradición oral. Contra el carácter central del Templo de Jerusalén como lugar santo donde Dios habita de una manera privilegiada. Contra la fe en el Dios único, cuya gloria ningún hombre puede compartir.

Al comienzo del Sermón de la Montaña, Jesús hace una advertencia solemne presentando la Ley dada por Dios en el Sinaí con ocasión de la Primera Alianza, a la luz de la gracia de la Nueva Alianza: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una "Y" o un ápice de la Ley sin que todo se haya cumplido. Por tanto, el que quebrante uno de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; en cambio el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los cielos» (Mt 5, 17-19).

Cristo se ofreció a su Padre por nuestros pecados: El Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: “He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad”. En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús "por los pecados del mundo entero" (1 Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 31).

Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19, 30), dice: "Tengo sed" (Jn 19, 28).

Jesús es el cordero que quita el pecado del mundo: Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn 1, 29; Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7; Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14; Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45).

Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre: Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina hacia la muerte (Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).

Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida: Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los doce Apóstoles (Mt 26, 20), en "la noche en que fue entregado" (1 Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus Apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre (1 Cor 5, 7), por la salvación de los hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (Lc 22, 19). "Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28). La Eucaristía que instituyó en este momento será el "memorial" (1 Cor 11, 25) de su sacrificio. Jesús incluye a los Apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla (Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad" (Jn 17, 19).

La agonía de Getsemaní: El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní (Mt 26, 42) haciéndose "obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8; Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz..." (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (Hb 4, 15) que es la causa de la muerte (Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina del "Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15), de "el que vive", (Ap 1, 18; Jn 1, 4; 5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre la cruz" (1 P 2, 24).

La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo: La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "Cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (Ex 24, 8) reconciliándole con Él por "la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28; Lv 16, 15-16). Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos consigo (1 Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (Jn 15, 13), ofrece su vida (Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.

Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia: "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo en expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a quienes "justificará y cuyas culpas soportará" (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados.

En la cruz, Jesús consuma su sacrificio: El "amor hasta el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2 Co 5, 14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos. "Por su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la justificación"), enseña el Concilio de Trento (DS, 1529) subrayando el carácter único del sacrificio de Cristo como "causa de salvación eterna" (Hb 5, 9). Y la Iglesia venera la Cruz cantando.

Nuestra participación en el sacrificio de Cristo: La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2) Él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida se asocien a este misterio pascual" (GS 22, 5). Él llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque Él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1 P 2, 21).


La misión de todo bautizado es proclamar el I kerigma anunciado por Pedro a todos los judíos: “A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los paganos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las ataduras de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él” (Hch 2,22-24). Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: "Hermanos, ¿qué debemos hacer?" Pedro les respondió: "Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo” (Hch 2,37-41). Y porque “el mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios. Porque está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios y rechazaré la ciencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el hombre culto? ¿Dónde el razonador sutil de este mundo? ¿Acaso Dios no ha demostrado que la sabiduría del mundo es una necedad?” (I Cor 1,8-20).

miércoles, 3 de septiembre de 2014

DOMINGO XXIII - A (07 de Setiembre del 2014)


DOMINGO XXIII – A (07 de Setiembre del 2014)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 18, 15-20

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos, si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano. Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.

También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos". PALABRA DEL SEÑOR.

Paz y Bien en el Señor:

El Evangelio de hoy trata de dos temas complementarios: La corrección como hermanos (Mt 18,15-18) y la oración en comunidad (Mt 18,19-20). Las dos partes bien pueden estar unidas a través de estas palabras de Jesús: “Porque todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8). Y a esta comunidad de hermanos que es la Iglesia (Mt 16,18) Jesús nos ha enseñado a invocar a Dios como “Padre nuestro” (Mt 6,9). Pero, también en la misma oración del Padre nuestro nos ha enseñado a decir: “Perdona nuestras ofensas, así como también nosotros perdonamos a los que nos han ofendido” (Mt 6,12). En la parte final de su enseñanza respeto a la oración nos reitera Jesús: “Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes” (Mt 6,14-15).

1 Corrección fraterna: “Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Y si no te escucha llama a uno o dos testigos, y si tampoco hace caso, díselo a la comunidad, al final si tampoco escucha a la comunidad considéralo pagano” (Mt 18,15-18). Como es de ver, la responsabilidad como autoridad recae en la comunidad que es la iglesia y como parte de esta comunidad de hermanos que somos por el bautismo (Mt 28,19), cada uno somos responsables de la salvación o perdición de un hermano.

En esta tarea de corrección fraterna lo ideal es que lo hagamos como el Señor nos enseñó, pero no solemos hacer como debiera:

a) Saber corregirnos como el Señor nos enseña: Corregir en privado, llamar a los testigos, o a la comunidad (Mt 18,15-18). Las correcciones nacen del amor mutuo (Jn 13,34), la idea es salvar al hermano pecador porque Dios quiere eso: “Yo no deseo la muerte del pecador, sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Jesús mismo lo manifiesta así: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9,12-13).

b) Generalmente actuamos al hacer la corrección motivados por egoísmo. Entonces le dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices? Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra. E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado? Ella le respondió: Nadie, Señor. Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante" (Jn 8,4-11). Y no olvidemos aquello que nos dice Jesús: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes" (Lc 6,37.38).

¿Qué hacer cuando nos enteramos que un hermano está en una vida de pecado? Ya tenemos suficientes pautas de cómo actuar. En el evangelio que hemos leído, lo primero que se nos recuerda a uno es que el pecador es un “hermano” y como tal hay que seguir tratándolo, por eso la repetición de la frase “tu hermano” (Mt 18,15).  Luego se describe el camino recomendado para hacer todo lo posible y recuperar de nuevo la oveja descarriada. No perdamos de vista que lo que se busca, ante todo, es su salvación: “Si te escucha, habrás ganado a tu hermano” (Mt 18,15).  Ahora bien, si todo el proceso fracasa no queda más remedio que darle el trato propio de una persona que aún no se ha convertido -como los gentiles y publicanos-, esto es: mandarlo a hacer todo el camino cristiano desde el principio.

La prudencia en las decisiones de la comunidad con relación a las personas (Mt 18,18). Deja entender que con una persona que intencionalmente persiste en su situación de pecado se puede llegar a la más dolorosa y drástica de las decisiones: la excomunión, es decir, dejará de ser considerado “hermano” en la comunidad.  Pero llama la atención que ahora Jesús pone su atención en las personas encargadas de tomar esta decisión: (1) Según este pasaje se trata de la comunidad entera la que tiene la potestad de “atar y desatar”; (2) Se les recuerda cualquier decisión que tomen es seria (lo que hagan en la tierra quedará hecho en el cielo), de ahí que no se debe tomar decisiones aceleradamente sino siempre con cautela. ¡Qué responsabilidad tan grande la que tiene una comunidad con relación a la salvación o la perdición de cada uno de sus miembros!: Jesús dijo a Pedro: “A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,19).  Ahora dijo Jesús: “Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mt 18,18). En el primer caso se deja la responsabilidad de atar y desatar (Perdón) a Pedro, luego se resalta la delegación de atar y desatar a la comunidad. De estas enseñanzas del Señor es como nace el sacramento de la confesión.

2. La comunión en la oración como expresión de la solidaridad en todos los aspectos de la vida: “También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy presente en medio de ellos”  (18,19-20). Cuando la comunidad está bien unida y compacta en una misma fe, sucede en ella lo que el Antiguo Testamento llama la “Shekináh”, es decir, la comunidad es espacio habitado por la “gloria del Señor”, que para nuestro caso es el Señor Resucitado.  La unidad de la comunidad expresa la comunión perfecta con Jesús viviente en medio de ella.  Llama la atención que en una comunidad así, es tal la solidaridad entre los hermanos, que todos son capaces pedir lo mismo “Si se ponen de acuerdo para pedir algo”, (Mt 18,19). Renunciando a sus intereses personales, los cuales normalmente aflorarían a la hora de hacer peticiones. En una comunidad que llega a este nivel profundo de solidaridad, teniendo un mismo “sentir” profundo, pueden resonar con fuerza las palabras de Jesús: “allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). ¡Esta sí que es una verdadera comunidad!

En esta enseñanza conviene recordar aquella enseñanza de Jesús que nos dice: “Si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5,23-24). Dios nos dice por el profeta: “Cuando ustedes me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; cuando me busquen, me encontrarán, siempre que me busquen con un corazón puro y sincero” (Jer 29,12-13).

Dios escuchará nuestras plegarias, siempre que sepamos invocar con las manos limpias y si no es así, no nos escuchará, lo dice por el profeta: “Escuchen la palabra del Señor, jefes de Sodoma! ¡Presten atención a la instrucción de nuestro Dios, pueblo de Gomorra! ¿Qué me importa la multitud de sus sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos de carneros y de la grasa de animales cebados; no quiero más sangre de toros, corderos y chivos. Cuando ustedes vienen a ver mi rostro, ¿quién les ha pedido que pisen mis atrios? No me sigan trayendo vanas ofrendas… Cuando extienden sus manos, yo cierro los ojos; por más que multipliquen las plegarias, yo no escucho: ¡las manos de ustedes están llenas de sangre! ¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda!” (Is 1,10-17).