DOMINGO XXVII - B (07 de octubre del 2018)
Proclamamos el Evangelio según San Marcos 10, 2-12:
10:2 Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba,
le plantearon esta cuestión: "¿Es lícito al hombre divorciarse de su
mujer?"
10:3 El les respondió: "¿Qué es lo que Moisés les ha
ordenado?"
10:4 Ellos dijeron: "Moisés permitió redactar una
declaración de divorcio y separarse de ella".
10:5 Entonces Jesús les respondió: "Si Moisés les dio
esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes.
10:6 Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo
varón y mujer.
10:7 Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y se
unirá a su mujer,
10:8 y los dos no serán sino una sola carne. De manera que
ya no son dos, sino una sola carne.
10:9 Que el hombre no separe lo que Dios ha unido".
10:10 Cuando regresaron a la casa, los discípulos le
volvieron a preguntar sobre esto.
10:11 Él les dijo: "El que se divorcia de su mujer y se
casa con otra, comete adulterio contra aquella;
10:12 y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con
otro, también comete adulterio". PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
El creyente previo al matrimonio, recibe los sacramentos de iniciación
cristiana (Bautismo, comunión y confirmación). ¿Por qué y para que los sacramentos?
Dos citas nos pueden dar pautas del sentido de los sacramentos: “Yo soy Dios,
el que los ha liberado de los egipcios, para ser su Dios. Sean, pues, santos
porque yo soy santo” (Lv 11,45); Hoy tomo por testigos contra ustedes al cielo
y a la tierra: yo he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y
la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes, con tal que
ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y uniéndote a Él” (Dt 30,19-20).Así pues,
los sacramentos nos santifican y nos une a Dios.
El sacramento del matrimonio es medio de santificación para
los cónyuges y permiten amándose mutuamente y desde la familia asegurar la santificación
por ende la salvación cuando Jesús hoy nos dice: “Ya no son dos, sino una sola
carne. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre" (Mc 10,8-9).
El nuevo catecismo nos dice que: “Dios ha creado al hombre
por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo
ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,2),
que es Amor (1 Jn 4,8.16). Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor
mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con
que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador
(Gn 1,31). Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a
realizarse en la obra común del cuidado de la creación. Dios los bendijo diciendo:
"Sean fecundos y multiplíquense, y llenen la tierra y sométanla" (Gn
1,28). NC 1604.
Lo que hace uno a los cónyuges es el amor y con
razón Jesús insiste mucho en el amor, traemos a colación por ejemplo la cita:
“Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como loe he amado” (Jn
13,34). “Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor como yo he
guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,10).
La Sagrada escritura afirma que el hombre y la mujer fueron
creados el uno para el otro: "No es bueno que el hombre esté solo"
(Gn 2, 18). La mujer, "carne de su carne" (Gn 2, 23), su igual, la
criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como una
"auxilio" (Gn 2, 18), representando así a Dios que es nuestro
"auxilio" (Sal 121,2). "Por eso deja el hombre a su padre y a su
madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (Gn 2,18-25). Que
esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo
muestra recordando cuál fue "en el principio", el plan del Creador
(Mt 19, 4): "De manera que ya no son dos sino una sola carne" (Mt
19,6). NC 1605.
El matrimonio es una sabia institución del Creador para
realizar su designio de amor en la humanidad. Por medio de él, los esposos se perfeccionan
y crecen mutuamente y colaboran con Dios en la procreación de nuevas vidas. El
matrimonio para los bautizados es un sacramento que va unido al amor de Cristo
su Iglesia, lo que lo rige es el modelo del amor que Jesucristo le tiene a su
Iglesia. Sólo hay verdadero matrimonio entre bautizados cuando se contrae el
sacramento. El matrimonio se define como la alianza por la cual, - el hombre y
la mujer - se unen libremente para toda la vida con el fin de ayudarse
mutuamente, procrear y educar a los hijos. Esta unión - basada en el amor – que
implica un consentimiento interior y exterior, estando bendecida por Dios, al
ser sacramental hace que el vínculo conyugal sea para toda la vida. Nadie puede
romper este vínculo. (CIC can. 1055).
En lo que se refiere a su esencia, los teólogos hacen
distinción entre el casarse y el estar casado. El casarse es el contrato
matrimonial y el estar casado es el vínculo matrimonial indisoluble. El
matrimonio posee todos los elementos de un contrato. Los contrayentes que son
el hombre y la mujer. El objeto que es la donación recíproca de los cuerpos
para llevar una vida marital. El consentimiento que ambos contrayentes
expresan. Unos fines que son la ayuda mutua, la procreación y educación de los
hijos soy los dones y propiedades del matrimonio.
Cristo lo elevó a la dignidad de sacramento esta institución
natural deseada por el Creador. No se conoce el momento preciso en que lo eleva
a la dignidad de sacramento, pero se refería a él en su predicación. Jesucristo
explica a sus discípulos el origen divino del matrimonio. “No han leído, como
Él que creó al hombre al principio, lo hizo varón y mujer? Y dijo: por ello
dejará a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne”. (Mt. 19,
4-5). Cristo en el inicio de su vida pública realiza su primer milagro – a
petición de su Madre – en las Bodas de Caná. (Jn. 2, 1-11). Esta presencia de
Él en un matrimonio es muy significativa para la Iglesia, pues significa el
signo de que - desde ese momento - la presencia de Cristo será eficaz en el
matrimonio. Durante su predicación enseñó el sentido original de esta
institución. “Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”. (Mt. 19, 6). Para
un cristiano la unión entre el matrimonio – como institución natural – y el
sacramento es total. Por lo tanto, las leyes que rigen al matrimonio no pueden
ser cambiadas arbitrariamente por los hombres.
Las propiedades del matrimonio son el amor y la ayuda mutua,
la procreación de los hijos y la educación de estos. (CIC 1055).
El hombre y la mujer se atraen mutuamente, buscando
complementarse. Cada uno necesita del otro para llegar al desarrollo pleno -
como personas - expresando y viviendo profunda y totalmente su necesidad de
amar, de entrega total. Esta necesidad lo lleva a unirse en matrimonio, y así
construir una nueva comunidad de fecunda de amor, que implica el compromiso de
ayudar al otro en su crecimiento y a alcanzar la salvación. Esta ayuda mutua se
debe hacer aportando lo que cada uno tiene y apoyándose el uno al otro. Esto
significa que no se debe de imponer el criterio o la manera de ser al otro, que
no surjan conflictos por no tener los mismos objetivos en un momento dado. Cada
uno se debe aceptar al otro como es y cumplir con las responsabilidades propias
de cada quien. El amor que lleva a un hombre y a una mujer a casarse es un
reflejo del amor de Dios y debe de ser fecundo (GS n. 50)
Si hablamos del matrimonio como institución natural, nos
damos cuenta que el hombre o la mujer son seres sexuados, lo que implica una
atracción a unirse en cuerpo y alma. A esta unión la llamamos “acto conyugal”
(Gn 2,24). Este acto es el que hace posible la continuación de la especie
humana. Entonces, podemos deducir que el hombre y la mujer están llamados a dar
vida a nuevos seres humanos, que deben desarrollarse en el seno de una familia
que tiene su origen en el matrimonio. Esto es algo que la pareja debe aceptar
desde el momento que decidieron casarse. Cuando uno escoge un trabajo – sin ser
obligado a ello - tiene el compromiso de cumplir con él. Lo mismo pasa en el
matrimonio, cuando la pareja – libremente – elige casarse, se compromete a
cumplir con todas las obligaciones que este conlleva. No solamente se cumple
teniendo hijos, sino que hay que educarlos con responsabilidad.
Es derecho –únicamente - de los esposos decidir el número de
hijos que van a procrear. No se puede olvidar que la paternidad y la maternidad
es un don de Dios conferido para colaborar con Él en la obra creadora y
redentora. Por ello, antes de tomar la decisión sobre el número de hijos a
tener, hay que ponerse en presencia de Dios –haciendo oración – con una actitud
de disponibilidad y con toda honestidad tomar la decisión de cuántos tener y
cómo educarlos. La procreación es un don supremo de la vida de una persona,
cerrarse a ella implica cerrarse al amor, a un bien. Cada hijo es una
bendición, por lo tanto se deben de aceptar con amor.
Podemos decir que el matrimonio es verdadero sacramento
porque en él se encuentran los elementos necesarios. Es decir, el signo
sensible, que en este caso es el contrato, la gracia santificante y
sacramental, por último que fue instituido por Cristo. La Iglesia es la única
que puede juzgar y determinar sobre todo lo referente al matrimonio. Esto se
debe a que es justamente un sacramento de lo que estamos hablando. La autoridad
civil sólo puede actuar en los aspectos meramente civiles del matrimonio (Nos.
1059 y 1672).
El sacramento del matrimonio origina un vínculo para toda la
vida. Al dar el consentimiento – libremente – los esposos se dan y se reciben
mutuamente y esto queda sellado por Dios. (Cfr. Mc. 10, 9). Por lo tanto, al
ser el mismo Dios quien establece este vínculo – el matrimonio celebrado y
consumado - no puede ser disuelto jamás. La Iglesia no puede ir en contra de la
sabiduría divina. (Cfr. Catec. nos. 1114; 1640)
Este sacramento aumenta la gracia santificante. Mejor dicho,
el matrimonio es el camino de santificación. Se recibe la gracia sacramental
propia que permite a los esposos perfeccionar su amor y fortalecer su unidad
indisoluble. Está gracia – fuente de Cristo – ayuda a vivir los fines del
matrimonio, da la capacidad para que exista un amor sobrenatural y fecundo.
Después de varios años de casados, la vida en común puede que se haga más
difícil, hay que recurrir a esta gracia para recobrar fuerzas y salir adelante
(NC. 1641).
El apóstol Pablo habla sobre el matrimonio y da a entender
diciendo: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y
se entregó a sí mismo por ella, para santificarla" (Ef 5,25-26), y
añadiendo enseguida: «"Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y
se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne". Gran misterio es
éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5,31-32). Toda la vida
cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el
Bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así
decirlo, como el baño de bodas (Ef 5,26-27) que precede al banquete de bodas,
la Eucaristía. El Matrimonio cristiano viene a ser por su parte signo eficaz,
sacramento de la alianza de Cristo y de la Iglesia. Puesto que es signo y
comunicación de la gracia, el matrimonio entre bautizados es un verdadero
sacramento de la Nueva Alianza.
La virginidad por el Reino de Dios es una connotación
particular del matrimonio. Cristo es el centro de toda vida cristiana. El
vínculo con Él ocupa el primer lugar entre todos los demás vínculos, familiares
o sociales (Mc 10,28-31). Desde los comienzos de la Iglesia ha habido hombres y
mujeres que han renunciado al gran bien del matrimonio para seguir al Cordero
dondequiera que vaya (Ap 14,4), para ocuparse de las cosas del Señor, para
tratar de agradarle (1 Co 7,32), para ir al encuentro del Esposo que viene (Mt
25,6). Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en este modo de vida del que Él
es el modelo: “Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos
hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el
Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda” (Mt 19,12). La
virginidad por el Reino de los cielos es un desarrollo de la gracia bautismal,
un signo poderoso de la preeminencia del vínculo con Cristo, de la ardiente
espera de su retorno, un signo que recuerda también que el matrimonio es una
realidad que manifiesta el carácter pasajero de este mundo (Mc 12,25)