jueves, 28 de noviembre de 2019

I DOMINGO DE ADVIENTO - A (01 de Diciembre del 2019)


I DOMINGO DE ADVIENTO - A (01 de Diciembre del 2019)

Lectura del Evangelio de San Mateo 24,37-44

24:37 Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé.
24:38 En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca;
24:39 y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.
24:40 De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado.
24:41 De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.
24:42 Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.
24:43 Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa.
24:44 Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en la fe, Paz y Bien.

"En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero en el mundo futuro no habrá necesidad que se casen ni hombre ni mujeres porque  serán como ángeles” (Lc 20,34). Respecto al tránsito de este mundo al mundo futuro el Señor nos advierte: “Que el día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24,36). Por tanto, (Nos dice): “Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor” (Mt 24,42); “El Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,44). Vendrá a: “De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado” (Mt 24,40). Sera llevado al cielo el hombre que esté preparado y el hombre que no esté preparado será dejado para el infierno (Mt 11,23). “El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasaran” (Mt 24,35).

Iniciamos el nuevo ciclo litúrgico con el I domingo de adviento. La tradición litúrgica de nuestra iglesia nos presenta cada año la corona de adviento y el rito de las cuatro velas, una cada semana, es decir estaremos durante cuatro semanas en tiempo de conversión y cambio. Pueden pasar como un rito casi intrascendente. Sin embargo, siguen teniendo el simbolismo de algo que se enciende, de una luz nueva que alumbra nuestras vidas. Como una esperanza que se enciende en nosotros. Decía mismo Jesús: “Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Y encender la primera vela significa el inicio de la espera en vigilia o en vela.

El evangelio se puede explorar siguiendo tres pasos: 1) La venida de Cristo anunciada por los profetas. 2) La venida de Cristo y su llegada. 3) La venida de Cristo deseada.

1. El retorno de Cristo: En su discurso sobre el futuro del Reino de los Cielos (Mt 24-25), Jesús había anunciado: “Aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria” (Mt 24,30). Jesús había anunciado la cercanía del Reino, es decir, la decisión definitiva de Dios de hacer valer su señorío real (Mt 4,17). Ya no serán los hombres ni las fuerzas de la naturaleza las que determinen el curso de la historia humana. Esto sucederá por medio de la venida del Hijo del hombre con la potencia y la gloria de Dios.

Cuando el Reino se revele definitiva y universalmente con todo su poder ante todo el mundo, toda existencia humana se manifestará ante el Hijo del hombre –Jesús en su gloria- con su verdadero sentido y valor. Con la venida definitiva de Jesús toda persona saldrá a la luz en su más íntima esencia. Puesto que todo hombre está profundamente conectado a la venida del Señor, cada uno debería conducir su proyecto de vida en esa dirección. Ante Jesús tendremos que responder por todo lo que buscamos, trabajamos y logramos. En este sentido, toda nuestra vida debe prepararse para ese momento.

2. El retorno de Cristo preparado: “Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (24,36). Con la misma fuerza con que Jesús anuncia su venida, también nos dice que nadie conoce ni el día ni la hora. “Velen, pues, porque no saben qué día vendrá su Señor” (Mt 24,42). “Estén preparados, porque en el momento que menos peinasen, vendrá el Hijo del hombre” (Mt 24,44).

Hacer cálculos sobre el día y la hora del fin del mundo es tiempo perdido porque éste es indeterminado y desconocido. Lo que importa es que estemos preparados en todo momento. Por eso hay que evitar cualquier comportamiento irresponsable. No es razonable vivir al impulso de los inmediatismos, sin ningún proyecto ni horizonte de vida. Para hacernos entender esto, Jesús pasa al mundo de las comparaciones. Nos presenta tres, todas ellas desenvolviéndose como en cascada:

a)Primero Jesús nos pone el ejemplo de los días de Noé: “Como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos” (Mt 24,37-39).

Dijo Jesús: Un hombre piensa: “Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida.  Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado? Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios" (Lc 12,19-21). La escena descrita en tiempos de Noé también nos presenta gente absorbida por la vida terrena: comer, beber, casarse. Eran personas que se dejaban llevar tranquilamente por el ciclo biológico de la vida, atentos a lo presente, sin pensar en nada más allá; el asunto era gozar la vida. El diluvio había sido anunciado, pero aún no pasaba nada. A la gente les parecía lejano y casi irreal, por eso prefirieron concentrar sus energías en aquello que consideraban más concreto y práctico.

De la misma manera, ahora la venida del Señor solamente ha sido anunciada (Mt 24,42). El hecho de que no suceda nada aún puede llevar a pensar que hay mucho tiempo en la vida y descuidarse en la atención a su venida, concentrándose más bien en otros asuntos. Pero, como insiste Jesús, imprevista y sorprendente será su venida: “Así será también la venida del Hijo del hombre” (Mt 24,39).

b) “Estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada” (Mt 24,40-41). Es un ejemplo sobre el engaño de las apariencias. Dando un paso adelante ahora Jesús enseña que no hay que quedarse con la apariencia externa de las situaciones terrenas: Jesús parte de escenas de la vida cotidiana: la vida laboral en una sociedad agrícola. Describe las ocupaciones más importantes del hombre y de la mujer: los varones siembran y cosechan el trigo en el campo, luego las mujeres mueven la rueda de molino para obtener la harina y el pan de cada día.

Hoy a menudo se escucha: No tengo tiempo, andamos ocupados día y noche. Todos trabajan, todos se mueven por igual en las rutinas de la vida. Esto puede llevar a una falsa deducción. Del hecho de que todos pasemos por situaciones semejantes, puede nacer la ilusión de que la obediencia o la desobediencia, la rectitud o la injusticia no tengan importancia alguna; que sea indiferente la forma en que se viva, porque en fin todos terminaremos igual. Pues aquí está el punto: no terminaremos igual. Con la venida del Señor habrá una separación radical: “uno es tomado y el otro dejado” (Mt 24,40-41), es decir, quienes estén preparados serán recibidos en la comunión con Dios y los otros serán excluidos.

c) “Si el dueño de la casa supiese a qué hora de la noche va a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que asalten su casa” (Mt 24,43). Es un ejemplo de llegada imprevista. En consecuencia uno tiene que controlarse y conducir la vida con base en la vigilancia. Si conociéramos el día y la hora de la venida del Señor, dejaríamos para última hora la preparación, como es habitual en tantas otras situaciones de la vida. Pero el Señor viene como un ladrón nocturno: inesperado, sorpresivo, impredecible. Por eso hay que estar preparado en todo momento. No debemos nunca bajar la alerta. Hay que vivir responsablemente según la voluntad del Señor, de manera que podamos responder en cualquier momento por ella y con la frente en alto.

3. A la hora que menos piensan, vendrá el hijo del hombre (Mt 24,44). Hace complemento otra cita:  “Cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes”. U otras citas como: “No los dejaré huérfanos, volveré por ustedes” (Jn 14,18). “Me han oído decir: Me voy pero volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean” (Jn 14,28-29).

El regreso del Señor no debe ser motivo de temor sino de movilización para la preparación. Obviamente tendremos miedo de la venida del Señor si tenemos deudas con la alguien y no tenemos a punto la vida; en este caso: A poner en orden la casa. A preparar la venida del Señor. Entonces nuestra vida tendrá reposo, tendremos fuerza interior, soñaremos y construiremos los sueños de Dios, para los cuales tanto nos animan los profetas. Qué bueno que viene el Señor, es mas, hemos de exclamar: “Ven Señor” (Ap 22,20). Tú “vienes” a dar plenitud a nuestra vida, a elevarla a un plano superior compartiéndonos la tuya, como nos lo diste a entender desde el momento de la encarnación”.

Mientras tanto, tengamos presente que la “vigilancia” que nos pide el evangelio no sólo se refiere al encuentro final con Dios (al final de mi mundo, de mi vida). Cada día Dios está viniendo a nuestro encuentro y no podemos dejarlo pasar de largo. Viene en la Palabra, en la Eucaristía, en la comunidad, en la presencia escondida en las personas más necesitadas, en las diversas formas en que nos regala su gracia. La “vigilancia” entonces es ése saber tener la casa pronta y a punto para recibir la visita, para abrir los brazos de par en par al Dios que es por definición: “El que viene” (Apocalipsis 1,8). San Bernardo hablaba de las tres venidas de Cristo:

• Su venida en la carne. La cual celebraremos en la próxima navidad.
• Su venida futura en la parusía (su segunda venida), en la cual hemos reflexionado hoy.
• Su venida en el presente. ¿No es verdad, por ejemplo, que cada vez que celebramos la Eucaristía Jesús está viniendo a nuestro encuentro?

“Velen y estén preparados”(Mt 24,42), con el cual hoy le damos apertura al ADVIENTO, nos da la ocasión para que la venida del Señor, nos tomemos una pausa de reflexión y nos preguntemos qué estamos haciendo con nuestra vida. La conciencia de nuestra fragilidad nos llevará a abrirle el corazón a Aquel que vino al mundo, asumiendo la carne humana,(Jn 1,14) por nuestra salvación; Aquel a quien el evangelio de Mateo nos presenta diciendo: “Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21).

 En el comienzo del tiempo de “Adviento” conviene preguntarnos: ¿Qué significa esta palabra adviento? Cuando se habla de “venida” del Señor, ¿de qué se está hablando? ¿Qué se espera que hagamos en este tiempo? La “vigilancia cristiana” está referida al encuentro con el Señor. ¿En qué consiste el ejercicio de la “vigilancia cristiana”? ¿Qué consecuencia tiene el hecho de que no se conozca la hora de la venida del Señor?


RITO DE BENDICIÓN DE LA CORONA DE ADVIENTO:

 Monición:

Al comenzar el nuevo año litúrgico vamos a bendecir esta corona con que inauguramos también el tiempo de Adviento. Sus luces nos recuerdan que Jesucristo es la luz del mundo. Su color verde significa la vida y la esperanza. El encender, semana tras semana, los cuatro cirios de la corona debe significar nuestra gradual preparación para recibir la luz de la Navidad.

Oración al comienzo del Adviento:

La tierra, Señor, se alegra en estos días y tu Iglesia desborda de gozo ante tu Hijo, el Señor, que se avecina como luz esplendorosa, para iluminar a los que yacemos en las tinieblas de la ignorancia, del dolor y del pecado. Lleno de esperanza en su venida, tu pueblo ha preparado esta corona con ramos del bosque y la ha adornado con luces. Dígnate derramar tu bendición en ella para que vivamos este tiempo de conversión según tu voluntad practicando obras de misericordia y caridad para que cuando llegue tu hijo seamos con él admitidos a su reino…+… en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo, Amén.

Oración del primer domingo de Adviento:

Encendemos, Señor, esta luz, como aquel que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen. Queremos estar despiertos y vigilantes, queremos caminar alegres hacia ti, porque Tú nos traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, Señor Jesús!

Unidos en una sola voz digamos Padre nuestro...

V. Ven Señor Jesús, haz resplandecer tu rostro sobre nosotros.
R. Y seremos salvados.

REFLEXIÓN:

¿De qué se trata el tiempo de Adviento? Se trata de una esperanza de siglos (todo el Antiguo Testamento) que, después de mucha espera, recién comienza a realizarse. Pero, aunque parezca mentira y nos obliga a esperar, la esperanza misma ya es una razón para seguir mirando lejos. Puede que nosotros no veamos todavía nada, pero la fuerza de la esperanza nos da esa seguridad de que “vendrá”, lo “lograremos”. Por eso mismo quien tiene esperanza firme en lo nuevo, no se desanimará aunque tarde. Son muchos los desilusionados de todo. Desilusionados de ellos mismos. Desilusionados de la familia, de la sociedad, de la política, de la economía, incluso desilusionados de la Iglesia misma. Mientras nos enredamos en esas desilusiones, dejamos de ver amanecer una luz de esperanza que nos dice que todo puede cambiar.

Hoy comenzamos el camino del Adviento, camino de preparación para el que ha de venir al final de los tiempos, pero que nosotros la vivimos mejor, esperando al que ha de venir en estas Navidades, ese Dios encarnado es la “Esperanza de Dios” y que está llamado a ser la razón de nuestra esperanza. Porque lo que nosotros no podemos, sabemos que Él sí lo puede y con Él, también nosotros. No es la esperanza que viene de nuestros sueños. Es la esperanza de Dios “que ama tanto al mundo que entrega a su propio Hijo para que todos los que creen en el tengan vida eterna” (Jn 3,16). Ahí está el porqué y el para qué de nuestro esperar.

De tanta insatisfacción nos estamos quedando sin esperanza, sin ganas de luchar comprometernos de verdad. Por eso nos quedamos arañando las cosas. Prepararse para la Navidad ha de ser un levantar la cabeza por encima de nuestras dificultades, un mirar por encima de nuestras inmediateces, un ser conscientes de que nunca una noche ha vencido al amanecer, y nunca un problema ha vencido a la esperanza.

El evangelio de hoy inicia con aquellas palabras de Jesús que se remite a los sucesos del A. T. “Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca…” (Mt 24,37-38). Y termina con las mismas: “Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,44). Jesús nos exhorta prepararnos y este tiempo de adviento es para esa preparación, pero ¿Cómo prepararnos?

San Pablo en la carta a los Romanos nos da pautas de cómo puede ser una buena preparación. Todo un programa de vida. Primero, que tomemos conciencia del momento en que vivimos. Segundo, que despertemos los que vivimos dormidos. Estamos metidos en la noche, pero ahí está la esperanza “el día se echa encima”, es hora de dejar las obras de las tinieblas y armarnos con las obras de la luz. A vivir como en pleno día. Y añade algo más: nada de entregarnos a la vida del placer y menos todavía a las riñas y enemistades. Para ello es el momento de revestirnos del Señor Jesús. ¿No le parece todo esto todo un plan de vida capaz de cambiar las cosas?

En resumidas cuentas, lo primero que la Palabra de Dios nos pide en este Primer Domingo de Adviento es que abramos los ojos, que dejemos esa vida en tinieblas que nos atonta y nos impide ver la realidad. Uno de nuestros peores problemas es no darnos cuenta de la realidad en la que vivimos, es como enterarnos de las cosas después que han pasado. La única manera de vivir la realidad y de comprometernos con ella, es tomar conciencia de lo que pasa. Pablo nos habla claro, hay que despertarse del sueño. Es cierto que la noche va avanzada, pero también el día está encima en que todo quedará al descubierto. Los problemas pueden ser grandes, pero también las soluciones se hacen cada vez más posibles. Para ello es preciso andar añorando la plena luz del día y no a tientas en la oscuridad. Comencemos el Adviento despiertos, con lo ojos abiertos, para que la venida de Jesús no nos tome a todos por sorpresa.

No vaya a sucedernos como a las mujeres necias del evangelio: “A medianoche se oyó un grito: "¡Ya viene el esposo, salgan a su encuentro!". Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: "¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?". Pero estas les respondieron: "No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado". Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: "Señor, señor, ábrenos", pero él respondió: "Les aseguro que no las conozco". Por tanto, estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora” (Mt 25,6-13).

lunes, 18 de noviembre de 2019

DOMINGO XXXIV – C (24 de Noviembre del 2019)

DOMINGO XXXIV – C (24 de Noviembre del 2019)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 23,35-43:

23:35 El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!"
23:36 También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre,
23:37 le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!"
23:38 Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es el rey de los judíos".
23:39 Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".
23:40 Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?
23:41 Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo".
23:42 Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino".
23:43 Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Por el Profeta Dios dice: “El Señor es el Dios verdadero, él es un Dios viviente y un Rey eterno. Cuando él se irrita, la tierra tiembla y las naciones no pueden soportar su enojo. Esto es lo que ustedes dirán de ellos: Los dioses que no hicieron ni el cielo ni la tierra, desaparecerán de la tierra y de debajo del cielo. Con su poder él hizo la tierra, con su sabiduría afianzó el mundo, y con su inteligencia extendió el cielo” (Jer 10,10-12).

Los fariseos preguntaron a Jesús: ¿cuándo llegaría el Reino de Dios? Él les respondió: "El Reino de Dios no vendrá espectacularmente como Uds. creen, y no se podrá decir: "Está aquí" o "Está allí". Porque el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21). “Si yo expulso a los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20). Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia" (Mc 1,14). "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de este mundo". Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?" Jesús respondió: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,36-37).

En el último domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Jesús mismo se declara Rey ante Pilatos en el interrogatorio a que lo sometió cuando se lo entregaron con la acusación de que había usurpado el título de 'rey de los Judíos'. "Tu lo dices, yo soy rey. Pero mi reino no es de este mundo", añade. En efecto, el reino de Jesús, el reino de Dios nada tiene que ver con los reinos de este mundo, aunque se manifieste en este mundo. No tiene ejércitos ni pretende imponer su autoridad por la fuerza. Jesús no vino a dominar sobre pueblos ni territorios, sino a liberar a los hombres de la esclavitud del pecado y a reconciliarlos con Dios. El reino de Dios se realiza no con la fuerza y la potencia, sino en la humildad y en la obediencia. Cristo cumple su misión en obediencia al Padre y servicio a la humanidad. Reinar es servir.

Jesús es Rey porque ha venido a este mundo para dar testimonio de la verdad. "Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18, 37). El reino de Jesús es el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y de la paz. La 'verdad' que Cristo vino a testimoniar en el mundo es que Dios es amor y llama a la vida para participar de su amor. Toda la existencia de Jesucristo es relevación de Dios y de su amor, mediante palabras y obras. Esta es la verdad de la que dio pleno testimonio con el sacrificio de su propia vida en el Calvario.

La cruz es el 'trono' desde el que manifestó la sublime realeza de Dios Amor: ofreciéndose como expiación por el pecado del mundo, venció el dominio del 'príncipe de este mundo' e instauró definitivamente el reino de Dios. Desde este momento, la Cruz se transforma en fuerza y poder salvador. Lo que era instrumento de muerte se convierte en triunfo y causa de vida. Este reino se manifestará plenamente al final de los tiempos, después de que todos los enemigos, y por último la muerte, sean sometidos.

Jesús, el testigo de la verdad, nos descubre la verdad profunda de nuestras personas, del mundo y de la historia, la verdad de Dios para nosotros y de nosotros para Dios. Venimos del amor de Dios y hacia él caminamos. Por eso, porque El descubre la verdad honda y universal de nuestros corazones, todos los que la escuchan con buena voluntad, la acogen en su corazón y se hacen discípulos suyos. El reino de Cristo es el reino de la verdad, el reino del convencimiento y de la adhesión del corazón. En el evangelio de este día resuena la estremecida súplica del 'buen ladrón', que confiesa su fe y pide: "acuérdate de mí cuando llegues a tu reino". Y así sucedió.

Celebrar a Cristo como Rey de la humanidad suscita en nosotros sentimientos de gratitud, de gozo, de amor y de esperanza. El Reino de Jesús es el reino de la verdad, del amor, de la salvación. El nos ha librado del reinado del pecado, de las fuerzas que nos esclavizan y del poder de la muerte. El nos pone en el terreno de la verdad y de la vida, en el camino del amor y de la esperanza. El es el Rey de la Vida Eterna. Esta fiesta nos exhorta a acoger la verdad del amor de Dios, que no se impone jamás por la fuerza. El amor de Dios llama a la puerta del corazón y, donde Él puede entrar, infunde alegría y paz, vida y esperanza.

“El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido" (Lc 23,35). El episodio aluda al cantico en que dice: “Yo soy un gusano, no un hombre; la gente me escarnece y el pueblo me desprecia; los que me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo: Confió en el Señor, que él lo libre; que lo salve, si tanto lo quiere". (Slm 22,7-9). En el evangelio de Juan es diverso al relato de los sinópticos: Pilato preguntó a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le respondió: ¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?... Dijo Jesús: Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí". Pilato le dijo: ¿Entonces tú eres rey? Jesús respondió: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,33).

Para sorpresa nuestra, Dios arranca de los labios de los mismos verdugos del Hijo esta contundente afirmación: "Sobre su cabeza había una inscripción: Este es el rey de los judíos" (Lc 23,38); “¿Tu eres el Rey de los judíos?” (Jn 18,37). Sin duda, estas cosas solo puede hacer Dios, saber sacar una revelación de verdad “aun en son de burla para los hombres”, pero Dios sabe sacar una revelación de tales verdades hasta de una piedra: “También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!» (Lc 23,36-37).

Si ser proclamado rey significa ser enaltecido y elevado, es claro que la “elevación” de Jesús es de un género completamente distinto. En el evangelio de Juan se habla de “elevación” y “glorificación” para referirse a la cruz (Jn 3,14). En Lucas no se habla, pero se “ve” lo mismo. Si la exaltación significa ponerse por encima de los demás, en Jesús significa, al contrario, abajarse, humillarse, tomar la condición de esclavo (Flp 2, 7-8). Aquí entendemos plenamente las palabras de los israelitas a David cuando le proponen que sea su rey: “somos de tu carne”. Jesús no es un rey que se pone por encima, sino que se hace igual, asume nuestra misma carne y sangre, nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Por eso mismo, lejos de imponerse y someter a los demás con fuerza y poder, él mismo se somete, se ofrece, se entrega. Y ahora podemos comprender un nuevo rasgo original y exclusivo de la realeza de Cristo: pese a ser el único rey por derecho propio, es, al mismo tiempo, el más democrático, porque Jesús es rey sólo para aquellos que lo quieren aceptar como tal.

Jesús respondió: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37). Porque “Yo soy la verdad” (Jn 14.6) Y además Jesús recomienda: "Si permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres" (Jn 8,31-32).

El buen ladrón le dijo: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino". Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23,42-43). Es la segunda palabra que Jesús pronuncia en el suplicio de la Cruz.

Por el sacramento del bautismo recibimos los títulos de: “Sacerdote, profeta y rey” porque nos configuramos con Cristo Sacerdote, Profeta y Rey. Así pues, al ser configurados con Cristo Jesús reinaremos con Jesús en razón del ejercicio de nuestro sacerdocio en Cristo.

Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). ¿Cómo ejercer nuestro bautismo? Recordemos la misión que Jesús nos dejó como tarea: “Vayan y proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento” (Mt 10,7-10).

martes, 12 de noviembre de 2019

DOMINGO XXXIII - C (17 de Noviembre del 2019)


DOMINGO XXXIII - C (17 de Noviembre del 2019)

Proclamación del Santo Evangelio de San Lucas 21, 5 - 19:

21:5 Y como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo:
21:6 "De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido".
21:7 Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?"
21:8 Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: "Soy yo", y también: "El tiempo está cerca". No los sigan.
21:9 Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin".
21:10 Después les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino.
21:11 Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.
21:12 Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre,
21:13 y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.
21:14 Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa,
21:15 porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir.
21:16 Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán.
21:17 Serán odiados por todos a causa de mi Nombre.
21:18 Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza.
21:19 Gracias a la constancia salvarán sus vidas. PALABRA DELE SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos(as) en el Señor, Paz y Bien.

El evangelio termina así: “Gracias a la constancia salvarán sus vidas” (Lc 21,19). Y agrega: “El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la salvará” (Mt 16,25). ¿Por qué es importante obtener la salvación? Jesús les dijo: "Vayan por todo el mundo, enseñen la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará” (Mc 16,15-16). Son dos realidades postrimeras las que sopesaremos tarde o temprano: Cielo o infierno.

La enseñanza de hoy es el discurso de orden escatológico y distinguimos tres partes: 1) El anuncio de la destrucción del Templo (Lc 21,5-6); 2) No se dejen engañar sobre la llegada del fin el mundo (Lc 21,7-11); 3) El tiempo de persecución una valiosa oportunidad de dar testimonio anunciando el evangelio (Lc 21,12-19).

1)  "De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido"(Lc 21,5-6). Es el anuncio de la destrucción del Templo. Este episodio es el complemento de lo anunciado: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar". Los judíos le dijeron: Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,19-22). También complemente la idea aquella cita: “Algunos escribas y fariseos le dijeron: Maestro, queremos que nos hagas ver un milagro. Él les respondió: Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches. El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es más que Jonás” (Mt 12,38-41).

Los elogios de la belleza del Templo de Jerusalén: “Como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas…” (Lc 21,5). En principio es una cuestión de apreciación artística. La estética de los arquitectos y el buen gusto de los peregrinos que han dejado allí sus ofrendas votivas es motivo de admiración de residentes y visitantes. La magnificencia del Templo obedece al gusto su último reconstructor: el rey Herodes el Grande (40-4 aC). Herodes, de origen idumeo (un pueblo de comerciantes al sur de Palestina), quiso ganarse el favor de sus súbditos promoviendo esta construcción de dimensiones casi colosales. Se hizo en el mismo lugar donde el rey Salomón había construido el primer Templo y donde después del retorno del exilio se había hecho la primera reconstrucción por parte del movimiento de Esdras y Nehemías. El rey de las grandes edificaciones militares, de magníficos palacios y reconstructor de una ciudad entera (Cesarea Marítima), hizo una gran inversión en este Templo. En los días del ministerio de Jesús la construcción estaba bastante avanzada, si bien no terminada completamente. Los peregrinos no podían sino quedar boquiabiertos ante semejante edificación, la cual tenía lo mejor en materiales y decoración.

La profecía de Jesús: “Esto que ven, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra, todo será destruida’” (Lc 21,6). Jesús les hace una réplica a los comentarios de la gente, anuncia un cambio de situación: “días vendrán” (el mismo lenguaje utilizado en Lc 5,35 y Lc 17,22 para señalar cambios radicales). Lo que la gente ahora “contempla” será destruido: los muros se vendrán al piso, “una piedra no quedará encima de otra”. En Lc 19,44, precisamente antes de entrar en la ciudad santa y de cara a ella, encontramos una profecía similar por parte de Jesús.

El mensaje de Jesús es que no hay que sentirse absolutamente seguro con el hecho de tener Templo (generalmente se espera que los bellos y grandes edificios duren mucho tiempo) porque un día será destruido. Hay un matiz en la frase que es digno de ser notado: el “llegarán días” se refiere a que el panorama del Templo destruido durará largo tiempo. Esto es importante para entender que el “fin” del que se va a hablar enseguida no es el día de la destrucción del Templo sino en ése período.

2)  Las señales del fin del mundo: Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: "Soy yo", y también: "El tiempo está cerca". No los sigan... Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo. (Lc 21,7-11). Este anuncio del fin del mundo se complemente bien con esta cita: “Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre. Todas las razas de la tierra se golpearán el pecho y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a sus ángeles para que, al sonido de la trompeta, congreguen a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte” (Mt 24,29-31). Igual se afirma aquello que Jesús ya dijo (Mt 24,35): “Vi una nube blanca, sobre la cual estaba sentado alguien que parecía Hijo de hombre, con una corona de oro en la cabeza y una hoz afilada en la mano listo para la siega” (Ap 14,14).

En la mentalidad judía de estos tiempos se pensaba que el fin del Templo sería uno de los signos del fin del mundo, la pregunta sobre la llegada del fin de la historia pasa ahora a ocupar el centro de atención:

La gente plantea dos preguntas a Jesús: “Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?’” (Lc 21,7) Jesús es interpelado en calidad de “Maestro”. A él se le plantea la doble pregunta: 1) cuándo sucederá y 2) qué signo inequívoco dará el pronóstico. En la pregunta llama la atención el plural: “estas cosas”. Esto se debe a que la destrucción del Templo es uno de los eventos distintivos de los últimos días, pero no el único. Por eso el discurso va más allá del asunto del Templo y se explaya en la enumeración de signos apocalípticos que ya estaban en la mentalidad popular.  Sobre todo aquellos que tenían que ver con desgracias. Esto no es novedad: siempre que hay calamidades lo primero que se tiende a pensar es en el fin del mundo. Pero hay un punto importante que no podemos perder de vista si queremos entender el pensamiento lucano: que la suerte de Jerusalén está ligada a la del Templo, que es el signo de las relaciones de Alianza entre Dios y su pueblo. Su tragedia resulta de las vicisitudes comunes de la historia siendo, al mismo tiempo, emblemática de todas las crisis de la humanidad, en la cuales está siempre indicado el comportamiento del hombre para con Dios.

Cuando se viven tiempos difíciles es muy fácil ser “engañados” (literalmente “apartados” o “desviados”, (Ap 2,20; 12,9; 13,14), caer en manos de avivatos que se aprovechan de la situación. Estos charlatanes aprovecharán las calamidades para anunciar el fin del mundo y se ofrecerán como rescatadores de los que no quieran perecer en los eventos finales.

La realidad de la violencia: tres niveles progresivos de conflictividad (Lc 21,10-11): Si bien los discípulos no deben dejarse “desviar” (o engañar) por falsos profetas que aparecen en tiempos de desgracia ofreciendo una salvación que no pueden dar, tampoco deben escandalizarse ante la realidad del mal en el mundo. En medio de las guerras y de los desastres naturales se da una situación de muerte a la que hay que ponerle remedio, pero hay que tenerlo claro: no son vaticinio de parte de Dios de que ha llegado el fin inmediato del mundo. Siguiendo la lectura del pasaje notamos cómo se van describiendo eventos trágicos de menor a mayor escala planetaria, incluso cósmica. El mensaje es siempre el mismo: “El fin no es inmediato” (Lc 21,9).

Notemos cómo en orden se van describiendo tres niveles de conflictividad: 1) Conflictos locales en Palestina: “Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato” (Lc 21,9) Los discípulos escucharán hablar de guerras e insurrecciones (Stgo 3,16). Aquí parece estarse hablando de guerras civiles. Es posible que se esté pensando en la guerra judía (66-70 dC) que culminó en el 70 dC. También en esa época hubo falsas profecías y mala interpretación de los signos de los tiempos. Las guerras que aparecen en el discurso apocalíptico, son típicas de su lenguaje (Is 19,2; Ez 13,31; Dn 11,44; Ap 6,8). Los disturbios pueden llegar a hacer pensar que llegó el fin y llenar los corazones de miedo, pensando que no sobrevivirán.

Conflictos internacionales: “Entonces, les dijo: ‘Se levantará nación contra nación y reino contra reino’” (Lc 21,10). Los discípulos no deben aterrarse. Estos eventos están en el plan de Dios: deben suceder y así se realiza el plan de Dios (Dn 2,28). La idea de fondo sigue siendo la misma: esto no significa que ha llegado el fin.

Conflictos naturales en la tierra y en el cielo: signos cósmicos: Pasamos ahora a los desastres naturales y a los signos cósmicos: “‘Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales en el cielo’” (Lc 21,10-11). También la literatura apocalíptica acostumbra hablar de terremotos (Is 13,13; Ageo 2,6; Zc 14,14; Ap 6,12; 8,5) y de eventos climáticos que matan las cosechas y provocan la hambruna (Is 14,30; 8,21; Ap 18,8). Junto a los desastres en la tierra, se anuncia que se verán signos terribles en el cielo. Parece hacerse referencia a fenómenos inusuales que los astrónomos no consiguen explicar. Las convulsiones cósmicas también pertenecen a los típicos signos apocalípticos (Joel 2,30-31; Am 8,9; Ap 6,12-14).Todos son signos apocalípticos del fin pero no son el fin. La misma idea sigue martillando: “pero el fin no es inmediato” (Lc 21,9b).

3. El tiempo de persecución como valiosa oportunidad de testimonio: “Pero, antes de todo esto, les echarán mano y les perseguirán, entregándoles a las sinagogas y cárceles y llevándoles ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto les sucederá para que den testimonio. Hagan pues el propósito de no preparar la defensa, porque yo les daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos sus adversarios. Serán entregados por sus padres, hermanos, parientes y amigos, y les matarán a algunos de Uds. y serán odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza. Con su perseverancia salvaran sus almas” (Lc 21,12-19).

En el conflicto que se da en el tiempo entre el ministerio de Jesús y el retorno glorioso del Señor al fin de la historia, ahora se sitúan los discípulos: “Antes de todo esto…”. También por causa de la fe se sufre violencia. Jesús nos invita a ver bajo esta nueva perspectiva la era de los mártires. Del peligro de ser “engañados” o confundidos pensando que estamos ante el “fin”, el discurso pasa a un peligro mayor al que se expone el discípulo: el peligro de sucumbir ante la tentación de ceder en la fe. Los escenarios de la persecución que amenazan la fe y el testimonio de los discípulos son dos: 1) El arresto y el juicio en los tribunales (Lc 21,12-15). 2) La traición en la familia y el odio generalizado (Lc 21,16-19).

Jesús primero describe el escenario y luego enseña cómo reaccionar frente a él: “Pero, antes de todo esto, les echarán mano y les perseguirán, entregándoles a las sinagogas y cárceles y llevándoles ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto les sucederá para que den testimonio” (Lc 21,12-13). Lo primero que se aclara es que lo anunciado ocurrirá “antes de todo esto”. Es decir que hay una antesala: la violencia entre los hombres y los desastres del mundo comienzan primero en la violencia contra los discípulos por causa de su fe en Jesús.

La persecución (Lc. 11,49), la captura y la entrega a las autoridades –como es frecuente en los Hechos de los Apóstoles (Hch 8,3; 12,4; 21,11; 22,4; 27,1; 28,17)- es una ocasión propicia para dar el testimonio de Jesús: “Esto les sucederá para que den testimonio” (Lc. 21,13). Lo importante es que este es el tiempo del testimonio. Hay que aprender de los mártires. Los lugares a los cuales serán llevados los discípulos son las “sinagogas” –las cuales tenían eventualmente la función de corte judicial local- y las “cárceles” –una forma de castigo ampliamente conocida (Hch 8,3; 22,4)-. “Hagan el propósito de no preparar su defensa, porque yo les daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos sus adversarios” (Lc 21,14-15). Habiendo dicho que enfrentarán situaciones penosas ante los jueces, ahora Jesús instruye a los discípulos para que sigan un comportamiento consecuente con su fe. Los que sufren por su nombre, reciben coraje y sabiduría de la persona de Jesús. Entonces no hay que dejarse dominar por la ansiedad, ya que Jesús promete que él mismo (“yo”) dará tanto boca (capacidad de expresión: Ex 4,11.15; Ez 29,21) como sabiduría (Hch 6,10). Pero a ellos les corresponde “Decidir no preparar el discurso” (Lc12,11). Es interesante notar en esta línea cómo el nombre de Jesús está en lugar de la conocida mención al Espíritu Santo (Lc 12,12).

Fe y testimonio ante la traición en la familia y el odio generalizado: El asunto se pone todavía más cruel cuando la persecución procede de los seres queridos: “Serán entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros” (Lc 21,16). Este nuevo escenario se desborda en el rechazo generalizado que reciben los discípulos de Jesús: “Serán odiados de todos por causa de mi nombre” (Lc 21,17). La violencia es como un espiral que sube desde la familia y va contagiando los diversos estamentos de la vida social. Aquí se habla expresamente de una violencia que se sufre por causa de la fe: el motivo es la lealtad a Jesús. Ésta destapa otras falsas lealtades (Lc 6,22.27).

La enseñanza de Jesús sobre cómo reaccionar (Lc 21,18-19): Con todo lo cruel que pueda parecer y quizás hasta exagerado, Jesús está describiendo duras verdades. De ahí pasa a su exhortación final: un discípulo debe ser sólido en su fe y su testimonio, estos sucesos no pueden realmente debilitarlos. Es mostrando solidez como ellos alcanzarán la vida resucitada.

En un contexto de martirio estas son las palabras precisas que necesita oír el discípulo y apóstol de Jesús. Los conflictos parecerán grandes, horrorosa incluso la muerte de algunos hermanos, pero la comunidad de los discípulos no debe perder por esto su confianza en Jesús. El esfuerzo del discípulo: “Con su perseverancia salvaran sus almas” (Lc. 21,19). Jesús espera discípulos que perseveren en la fidelidad así como él lo hizo y de esa forma alcanzarán la plenitud de la vida. La carta de presentación de un discípulo de Jesús será entonces: “ Uds son los que han perseverado conmigo en mis pruebas” (Lc 22,28). Esto nos remite a otro pasaje lucano sobre el discipulado: es verdadero discípulo “oyente de la Palabra” es aquel que llega a  “dar fruto con perseverancia” (Lc 8,15). Dicha perseverancia es el resultado del cultivo de la semilla de la Palabra del Reino en el corazón.

A la inquietud de “cuándo” y el “cómo” de la llegada del “fin” y de cara ante la lista de acontecimientos trágicos enumerados, Jesús nos hace caer en cuenta que ninguno de ellos es exclusivo de ningún período histórico particular. Lo mismo vale para las persecuciones a los discípulos. Lo que cuenta es que en medio de ellas debe brillar la fuerza de la fe y del testimonio. Un discípulo de Jesús no es inmune a las crisis de la humanidad; pero en medio de ellas no puede caer ni en stress generando alharacas ni tampoco adormecerse acunado en falsas seguridades de espiritualidades superficiales que ignoran la realidad de la vida o invitan a la fuga de ella, sino movilizar evangelización con la fuerza de los profetas. “Bienaventurados son cuando los hombres les odien, cuando les expulsen, les injurien y proscriban su nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, que su recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas” (Lc 6,22-23).

 Entre las dificultades del mundo (violencia, pobreza, marginación, silenciamiento de las voces críticas) los discípulos son “profetas”. Como lo deja entender el pasaje de hoy, viviendo las actitudes enseñadas por Jesús, ellos encararán con realismo histórico y fe madura las violencias presentes y futuras, y alcanzarán la plena libertad. Habrá dificultades, sí, muchas de ellas absurdas, pero así como en aquella ocasión que nos narra los Hechos de los Apóstoles, los discípulos siguen adelante “contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre” (Hch 5,41). Esto es vivir las bienaventuranzas y ser ante el mundo un signo de esperanza.

martes, 5 de noviembre de 2019

DOMINGO XXXII - C (10 de noviembre del 2019)

DOMINGO XXXII - C (10 de noviembre del 2019)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 20, 27 - 38:

En aquel tiempo, acercándose algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron a Jesús:
20:27 Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la resurrección,
20:28 y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.
20:29 Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos.
20:30 El segundo
20:31 se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia.
20:32 Finalmente, también murió la mujer.
20:33 Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?"
20:34 Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan,
20:35 pero los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan.
20:36 Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y, al ser hijos de la resurrección, son hijos de Dios.
20:37 Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
20:38 Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes. PALABRA DEL SEÑOR.

REFELXIÒN:

Estimados amigos en el señor Paz y Bien

A los saduceos que no creen en la resurrección Jesús les dijo: “Quienes son dignos de la resurrección, no necesitan casarse. Ya no pueden morir, son como los ángeles y, al ser hijos de la resurrección, son hijos de Dios” (Lc 20,35-36). San Pablo agrega: “Si anunciamos a Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes” (I Cor 15,12-14). Si con la muerte termina todo, ¿qué diferencia hay entre la muerte de un perro y un hombre?.

La muerte es lo que se nos dice: “El cuerpo vuelve a la tierra porque de ella formado y el espíritu vuelve a Dios porque Él lo dio” (Ecl 12,7). Corporalmente todos moriremos, pero el espíritu, que es el alma no muere, vuelve a Dios. Para volver a Dios el alma tiene que ser santo: “Sean Uds santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). Y para ser santo, el alama debe ser puro y limpio (Mt 5,8). Si el alma no es puro, no es santo y los que no son santos no entran en el cielo sino en el infierno (Mt 11,23).

“Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados” (NC Nº 1030). Cielo, infierno, purgatorio son realidades diferentes. Y el único lugar que se presta a la resurrección es el purgatorio. El cieno y el infierno son realidades eternas y no hay en ellas lugar a la resurrección. Y como el purgatorio es eventual si hay lugar a la resurrección previo juicio final.

El tema de enseñanza de este domingo es precisamente la resurrección. ¿Hay resurrección o no hay resurrección?. ¿Y si hay resurrección en qué consiste esa resurrección? ¿La resurrección es la prolongación de la vida presente? ¿Será la resurrección una vida completamente distinta? y si es así ¿Cómo quedaran los problemas pendientes de este mundo como el matrimonio? Son preguntas que Jesús nos aclara hoy.

A la inquietud de los saduceos que no creen en la resurrección (Lc 20,27), Jesús dijo enfáticamente: “Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen en ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.” (Lc, 20,34-38).

El modo de cómo responde Jesús a esta inquietud de los saduceos, me gusta  como describe San Marcos: “¿Ustedes están equivocados porque no comprenden las Escrituras ni el poder de Dios? Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo. Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído en el Libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, lo que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? (Ex 3,6). Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Ustedes están en un grave error». (Mc 12,24-27).

San Pablo nos dice al respecto: “Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes. Incluso, seríamos falsos testigos de Dios, porque atestiguamos que él resucitó a Jesucristo, lo que es imposible, si los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados en consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre. Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, siendo el primero de todos” (I Cor 15,12-20).

La respuesta de Jesús es clara: claro que hay Resurrección y que resucitar no es una simple prolongación de esta vida, sino que es transformar nuestra vida en una vida glorificada, donde la única realidad será el ser “hijos de Dios” y que, por eso, Dios no es un Dios de muertos, un Dios de cementerios, sino un Dios de vivos, de los que viven para siempre (Lc 20,38). La escena del Evangelio de hoy se da entre Saduceos y Jesús. Los saduceos no eran demasiado bien vistos. Ellos no creían en la resurrección (Lc 20,27) y dándoselas de listos y de quien quiere poner en ridículo a Jesús le presentan el caso de la mujer y sus siete maridos (Lc 20,29).

Hoy por hoy son muchos los que toman la religión como un pasa tiempos, como si fuese un cuento de niños. Incluso, no faltan quienes se admiran de que un hombre con estudios, siga creyendo en Él. Dios pareciera ser para ignorantes, para todos, para gente sin cabeza porque la gente que se cree muy intelectual inmediatamente suele decir: “Creer es cosa de ignorantes y cosa del pasado.” Bien cae la cita: “El necio se dijo no hay Dios” (Slm 14,1). Sería bueno meditar y pensar que Dios es algo muy serio y por este principio de fe que creemos somos diferentes de los animalitos. El catecismo cita y dice: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios” (NC 27).

Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios" (Jn 3,20-21). En efecto, Dios no existe para quienes prefieren vivir a su libre albedrio y por libre sin que nadie les estorbe. Dios no existe para quienes viven una pobreza de vida que más que vivir, existen. Dios no existe para quienes se contentan con la vida sin horizontes o que, a lo más él único horizonte que tienen son ellos mismos. Dios no existe para quien solo tiene ojos para ver el mundo y es incapaz de ver el otro lado de las cosas. Para los saduceos no existía más que esta vida y si existía algo más allá no era sino la prolongación de la felicidad de aquí. De ahí el problema de quién será mujer si los siete se han casado con ella. Una visión miope de la vida, una visión de la vida recortada a los planes de este mundo. Por eso le proponen el caso a Jesús como una manera de ridiculizar la resurrección y el cielo.

No se puede ridiculizar a los hombres, menos a Dios. No se puede ridiculizar esta vida, pero menos todavía la nueva vida de la resurrección. Porque quien vive sin resurrección vive sin futuro. Aún en la hipótesis de que no existiese nada, valdría la pena creer en ella para que no vivamos siempre frente al paredón de la muerte tras el cual no existe nada. Saber que vivimos solo para morir, qué sentido tiene. Pero claro esta saber distinguir las dos dimensiones del hombre: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios – dijo Jesús- Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer? Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu” (Jn 3,3-6). En la dimensión humana o la carne moriremos, nadie es ser eterno, hasta Cristo Jesús murió (Lc 23,46), Pero es también cierto que como seres espirituales resucitaremos y el primero de todos es Cristo Jesús: “Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día” (Lc 24,5-7).

Desde la dimensión espiritual, Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: "Yo soy la resurrección y la vida quien cree en mi aunque haya muerto vivirá" (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él (Jn 5, 24-25) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (Mc 5, 21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único, Él habla como del "signo de Jonás" (Mt 12, 39), del signo del Templo (Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al tercer día después de su muerte (Mc 10, 34).

Si por la fe creemos en estas palabras de Jesús, hay que ser sus testigos, no solo es suficiente creer (Mc 16,15-16). Ser testigo de Cristo es ser "testigo de su Resurrección" (Hch 1, 22), "haber comido y bebido con él después de su Resurrección de entre los muertos" (Hch 10, 41). La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como Él, con Él, por Él. Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones (Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?

¿Cómo resucitan los muertos? En la muerte que es separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción que es la muerte, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús. ¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: "los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 29; Dn 12, 2). ¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc 24, 39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él todos resucitarán con su propio cuerpo, del que ahora estamos revestidos, pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3, 21), en "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44). “Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano..., se siembra corrupción, resucita incorrupción; los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53). Este "cómo ocurrirá la resurrección" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo glorificado.

DIOS DE VIVOS Y NO DE MUERTOS (Lc 20,38)

Hace unos días, acabamos de celebrar la fiesta de todos los santos, todos hicimos una reunión familiar recordando a nuestros familiares difuntos. Cuando muere un ser querido aplicamos una serie de Misas. Yo me pregunto: ¿Y cuánto hemos rezado por él mientras vivía? Incluso, cuántas veces le hemos negado el Sacramento de la Unción de Enfermos por miedo a darle un susto, cuando el susto lo tenemos nosotros y no el enfermo.

Rezamos por su salvación, pero cuánto hemos rezado en vida para que viva según la voluntad de Dios y en coherencia de su Bautismo. Rezamos para que se salve, pero cuántos hemos rezado por su salvación mientras vivía. Está bien que recemos por él de muerto, pero mucho más importante es que le pidamos a Dios mientras está vivo. ¿Cuántas Misas encargamos por los difuntos? Lo cual está bien, pues así aconseja nuestra iglesia, orar por los difuntos, pero mucho mejor sería orar mientras vive a nuestro lado y no esperar que muera y recién orar por el o por ella.

Dios no es un Dios para salvar a los muertos, sino para dar vida espiritual a los vivos. Dios no es un Dios para que salve a los muertos, sino para que vivan plenamente su vida los que están vivos. Dios no es un enterrador de muertos, sino alguien que da vida mientras vivimos. No esperemos a morir para admirar a nuestros hermanos, amemos mientras nuestros hermanos viven . “Si decimos que amamos a Dios y no amamos al hermano somos unos mentirosos” (IJn 4,20). Pero ese amor no sea  de palabras sino de verdad y con obras (I Jn 3,18).

miércoles, 30 de octubre de 2019

DOMINGO XXXI - C (03 de Noviembre del 2019)

DOMINGO XXXI - C (03 de Noviembre del 2019)

Evangelio: San Lucas 19, 1-10

19:1 Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.
19:2 Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.
19:3 Él quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura.
19:4 Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.
19:5 Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa".
19:6 Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
19:7 Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Se ha ido a alojar en casa de un pecador".
19:8 Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: "Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más".
19:9 Y Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham,
19:10 porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Un hombre y le preguntó a Jesús: "Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna? Jesús respondió: Cumple los Mandamientos". El joven dijo: "Todo esto lo he cumplido desde pequeño: ¿qué más me falta?" Jesús le dijo: "Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes” (Mt 19,16-22). No se puede entrar en el cielo siendo egoístas. No es lo mismo vivir en el egoísmo que en el amor.

Jesús dijo a sus discípulos: "Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos. Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible" (Mt 19,23-26).

El episodio de hoy nos muestra que, cuando vive envuelto en el amor no le cuesta hacer obras de caridad que es opuesto a los actos del egoísmo: la actitud del joven rico y la actitud de Zaqueo. Zaqueo dice: "Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más" (Lc 19,8). Zaqueo entendió que la mejor forma de obtener el tesoro en el cielo cual es la salvación es dando a los pobre sus bienes (Mt 19,21). En cambio en la escena del joven rico (Mc 10,17-27). No hay salvación, porque el rico no quiso desprenderse de sus bienes, no quiso compartir. En cambio Zaqueo se desprendió y repartió sus bienes y esa actitud es lo que Jesús valora y por eso le dice. “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19,9).

¿Qué idea tenemos de Dios? ¿El que castiga o salva? Dios es amor (I Jn 4,8). El despliegue del amor de Dios es su Hijo: Cristo Jesús. Por eso es como Jesús mismo explica a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.  El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

Si Dios es amor (I Jn 4,8) Dios nos dice por el profeta Ezequiel: "Juro por mi vida –oráculo del Señor– que yo no deseo la muerte del malvado, sino que se convierta de su mala conducta y viva. Conviértanse, conviértanse de su conducta perversa! ¿Por qué quieren morir, casa de Israel?». Y tú, hijo de hombre, di a la gente de tu pueblo: Al justo no lo librará su justicia si comete un delito; al impío no lo hará sucumbir su maldad si se convierte de ella. Y cuando un justo peque, no podrá sobrevivir a causa de su justicia. Si yo digo al justo: «Vivirás», pero él, confiado en su justicia, comete una iniquidad, no quedará ningún recuerdo de su justicia: él morirá por la iniquidad que cometió. Por el contrario, si digo al malvado: «Morirás», pero él se convierte de su pecado y practica el derecho y la justicia: si devuelve lo que tomó en prenda, si restituye lo que arrebató por la fuerza y observa los preceptos de vida, dejando de cometer la iniquidad, él ciertamente vivirá y no morirá (Ez 33,11-15).

Alguien de la gente un buen día pregunto a Jesús: ¿Señor serán pocos los que se salven? (Lc.13,23). Si Dios es amor, por supuesto que Dios quiere que todos se salven: “ Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven llegando al conocimiento de la verdad” (I Tm 2,4). ¿Cómo obtener nuestra salvación? Primero: Buscar a Jesús como Zaqueo; recibir en casa a Jesús; mostrar gestos concretos de amor a los demás (I Jn 4,20): Dar con amor a los pobres lo que tenemos; restituir todo a las personas de los que un día pudimos habernos aprovechado injustamente. Y no hay otra fórmula mágica de salvación. La salvación no se obtiene con bonitas ideas o razones. “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo?” (Stg 2,14). “Como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así la f sin obras está muerta” (Stg 2,26).

Jesús les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas. Les dijo entonces una parábola: Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: ¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha. Después pensó: Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida. Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado? Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios" (Lc 12,15-21). Los bienes materiales son medio de salvación para el hombre siempre que sepa compartir, pero son medio de perdición si no sabe compartir. Así pues, Dios quiere salvar a todos, tanto al rico como al pobre; pero, si ni el pobre y ni el rico no hacen lo que Dios manda, será difícil que el hombre logre la anhelada salvación.