EPIFANÍA DEL SEÑOR - A (05 de Enero del 2020)
Proclamación del santo Evangelio de San Mateo 2,1-12:
2:1 Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado
de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén
2:2 y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos
que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a
adorarlo".
2:3 Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con
él toda Jerusalén.
2:4 Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los
escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías.
2:5 "En Belén de Judea, le respondieron, porque así
está escrito por el Profeta:
2:6 Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la
menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que
será el Pastor de mi pueblo, Israel".
2:7 Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después
de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella,
2:8 los envió a Belén, diciéndoles: "Vayan e infórmense
cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que
yo también vaya a rendirle homenaje".
2:9 Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que
habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde
estaba el niño.
2:10 Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría,
2:11 y al entrar en la casa, encontraron al niño con María,
su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le
ofrecieron dones: oro, incienso y mirra.
2:12 Y como recibieron en sueños la advertencia de no
regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. PALABRA
DEL SEÑOR.
Estimados amigos(as) en la fe, Paz y Bien en el Señor que ha
venid a salvarnos del pecado en su Hijo, el niño Jesús.
“Levántate, resplandece, porque llega tu luz y la gloria del
Señor brilla sobre ti” (Is 60,1). Jesús les dijo: "Cuando todavía estaba
con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de
mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos. Entonces les abrió la
inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: Así estaba
escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día”
(Lc 24,44-46). La luz de la estrella es la sabiduría de Dios que educa y guía al
pueblo en la historia de la salvación y es Cristo Jesús el resplandor del ser
de Dios: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12).
“Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá,
de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel” (Mi 5,1): “Muchas veces y de
muchos modos se manifestó Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los
Profetas; en estos últimos tiempos se nos ha manifestado por medio del Hijo a
quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual,
siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene
todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los
pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Heb 1,1-3).
Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: "Un gran
profeta ha aparecido en medio de nosotros, Dios ha visitado a su Pueblo"
(Lc 7,16). “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo
el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a
su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn
3,16-17). Dichas citas se resume en que los reyes magos se dejan guiar por la
luz de la estrella: “La estrella que habían visto en Oriente los precedía,
hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño” (Mt 2,9).
“Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría los reyes
magos” (Mt 2,10). Y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que
acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a
adorarlo". En cambio, el rey Herodes al enterarse quedó desconcertado y
con él toda Jerusalén” (Mt 2,2-3). Para los reyes magos que gran anuncio, que
buena noticia que hicieron entre los propios que no sabían lo que había pasado:
“¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella
en Oriente y hemos venido a adorarlo” (Mt 2,2). Esta gran noticia, como vemos
suscita dos actitudes: Búsqueda guiados por la luz de la estrella (Mt 2,9), y
búsqueda guiada por el egoísmo (Mt. 2,8).
En la actitud de los reyes magos predomina la fe (Lc 17,5) y Dios solo se deja hallar
en la fe. En la otra (Herodes) predomina el ego y la razón
(Mt 16,23). “Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor
de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad
se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas
en Dios" (Jn 3,20-21). “El que peca procede del demonio, porque el demonio
es pecador desde el principio. Y el Hijo de Dios se manifestó para destruir las
obras del demonio” (I Jn 3,8).
“Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el
Hijo único, que está en el seno del
Padre” (Jn 1,8). El Niño recién nacido apenas puede ver a su Madre, pero ya ha
visto a Dios. Cuando Dios quiere ver al hombre mira a su Hijo (Col 1,15). Es que
Dios se hace visible a través de lo humano: “Yo estoy en el Padre y el Padre en
mí, quien me ve, ve a quien me envió (Jn 14,9). María y José lo vieron a través
de un Niño. Los Magos lo vieron a través del Rey de los judíos (Mt 2,2) el Niño
en un pesebre. A Dios le gusta verse en el espejo que es el hombre. Por esta
razón le dio el título de ser su Imagen y semejanza (Gn 1,26).
Hoy es la fiesta de la Epifanía que significa a
manifestación de Dios al mundo entero (Dios hecho Niño que en este día revela
la universalidad de Dios, la universalidad de la fe) y no fiesta de Reyes,
porque no es dable que los reyes suplanten el poder Dios quien por su luz de la
estrella guía los reyes (Mt 2,9) Y por tanto los reyes sin la luz de la
estrella nunca podrían hallar al Niño. Los Santos Reyes no son sino un signo,
pero el verdadero significado de la fiesta se la da el Niño Jesús, que desde su
cuna en el pesebre abre a Dios a todos los pueblos, a todas las razas y a todos
los hombres.
Nuestro verdadero nombre de creyentes es el de “cristianos”;
sin embargo, llevamos un apellido que lo dice todo: “católicos”. Lo de católico
no significa propiamente romano, sino “universal”. Nuestra fe es católica,
nuestra misión es católica, debido a Dios, el Dios que se revela y manifiesta a
los Magos, es “católico” porque es para todos. Jesús ha nacido para todos.
Nadie se puede hacer dueño de su nacimiento, ni siquiera María y José. La
salvación que Él nos trae es una salvación para todos. Nadie puede hacerse
dueño de la salvación de Dios, ni siquiera la Iglesia. Ella no es la salvación,
sino señal de la salvación, sacramento de la salvación.
Ser cristiano es sentirnos signos de salvación para todos,
sin excluir a nadie, sin poner fronteras a nadie, sin exclusivismos ni
particularismos, sin divisionismos ni ideológicos, ni teológicos ni
espirituales. Todo reduccionismo particularista deja de ser la Epifanía de Dios
hoy para el hombre. Con frecuencia frente a Dios asumimos actitudes de pura
curiosidad, otras de duda y ambigüedad. La única actitud frente a Dios es la de
arrodillarnos, callar, sentir su presencia y adorarlo en nuestros corazones. A
Dios no podemos meterlo en nuestra cabeza. A Dios sólo se le puede meter en el
corazón. Dios no entra en nuestras ideas ni en nuestros discursos mentales,
pero Dios sí puede entrar en nuestro corazón.
Los Magos de Oriente no venían a investigar qué había sobre
Dios, cuáles eran las novedades sobre Dios, venían rendidos, en actitud de
rodillas, en actitud de adoración, de admiración, en actitud de sorpresa. Para
adorarle, primero hay que conocerle, aceptarle y rendirnos ante Él. Adorarle,
es asombrarnos de su grandeza. Es decir, para adorar tenemos que comenzar por
fe. Y la fe no es un saber sobre Dios, sino un dejarnos meter en su misterio y
decir sí sin aun entender nada. Porque Dios no se deja abordar por el hombre en
razón de su raciocinio, si no por su fe.
La cultura moderna, y el hombre moderno, adoptan ante Dios
actitudes de autosuficiencia, actitudes de desafío. No es la actitud de
adoración y rendimiento, sino la actitud de una especie de reto. Como quien se
sitúa frente a él de poder a poder. Por eso, nos permitimos la libertad de
negarlo en nuestras vidas, de decirle que no es ya IMPORTANTE para nosotros,
que podemos vivir sin mayor problema prescindiendo de Él. En todo caso, tenemos
el atrevimiento de juzgarle y someterle a juicio porque no responde a lo que
nosotros quisiéramos de Él.
Los Magos no iban guiados por su vanidad a preguntar y
cuestionar, iban a rendirle el tributo de su adoración, a rendirse delante de
Él. Cuando llegaron, posiblemente, no encontraron lo que se habían imaginado.
“Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas
lo adoraron y le ofrecieron de regalo oro, incienso y mirra” (Mt 2,11).
El sentido de propiedad, actitud de vanagloria no está solo
en querer las cosas para si, también suele extenderse a Dios. Hoy resulta que,
cada uno piensa en “mi Dios”, el mío, el que es de mi propiedad. Y Dios no se deja
poseer por nadie. Dios no es propiedad de nadie porque Dios es propiedad de
todos. Cada vez que nos queremos adueñarnos de Él, terminamos por quedarnos sin
Dios. Esa fue la experiencia de Israel. Dios le había escogido como su pueblo e
Israel se había adueñado de Él. En aquella cultura se entiende. Cada pueblo
tenía su Dios protector. Israel tenía el suyo. Por más que los profetas
tratasen de presentar el universalismo de la salvación, el pueblo seguía con la
mentalidad de que Dios era para ellos y para nadie más.
No es que hoy lleguemos a ese nacionalismo de Dios, pero es
posible que lleguemos al “individualismo”. El Dios para los buenos. El Dios
para los que van a Misa. El Dios para los creyentes. Y Dios no se deja atrapar.
La primera manifestación de Jesús es precisamente para los pueblos gentiles, en
la persona de estos personajes misteriosos que conocemos con el nombre de Reyes
Magos. Mientras en Jerusalén nadie se da por enterado, los de lejos vienen a
buscarlo y Él se manifiesta a ellos porque se dejan guiar por l luz de la
estrella que es la fe.
Los buenos no tenemos derecho alguno de apropiarnos de Dios.
Nuestro único derecho es que si nosotros ya le hemos conocido lo demos a
conocer a los demás. Los buenos no tenemos derecho alguno de hacernos dueños de
Dios que también los malos tienen derecho a conocerlo y amarlo y sentirse
amados por Él. Los buenos no tenemos derecho alguno a reclamar todos los
servicios para nosotros, cuando a la inmensa mayoría nadie le presta atención.
Dios no es singular, Dios es plural, Dios es trinitario. Por lo tanto, su
manifestación y revelación tampoco puede ser singular e individualista sino
universal. Dios tiene que abarcar a la humanidad. Mi Dios es el Dios de todos
los hombres, buenos y malos, cercanos o lejanos.
Todos tenemos muchas buenas voluntades, deseos nos sobran,
pero lo que nos suele faltar es la decisión. Soñamos muchas cosas, pero con
frecuencia todo queda en eso. Los Magos sintieron que algo se despertaba en su
corazón, sintieron que algo les llamaba, sintieron que algo nuevo comenzaba a
amanecer, pero no sabían dónde y se pusieron en camino. No se encuentra a Dios
esperando. No se encuentra a Dios encarnado, recién estrenada la vida humana,
sentados en la butaca. Hay que ponerse en camino buscando a Dios.
No hay que buscarlo mucho porque lo tenemos cerca. Otras
veces hay que buscarlo lejos, el camino es largo y por qué no toda la vida. Los
Magos no la tuvieron fácil, vinieron de lejos guiados por una señal, pero sin
saber dónde estaba el final del camino. Es la historia de toda búsqueda. Es la
historia de quien quiere encontrarse con Dios. No sabemos si estará a la vuelta
de la esquina o estará lejos, lo IMPORTANTE es ponerse en camino, no cansarse,
saber afrontar las dificultades. No siempre nos encontramos con Dios tan
fácilmente. A veces pasan los años y no lo sentimos. Caminamos buscándole y la
noche se nos echa encima. No vemos nada, no sentimos nada, no sabemos a dónde
ir. Esto es lo maravilloso de los Magos. Gentes desconocidas. Gentes que vienen
de lejos. Gentes que son capaces de descubrir esas estrellas-señales que nos
hablan de Él, pero hay que esperar, no hay que echarse para atrás, no hay que
caer en el desaliento.
Nosotros quisiéramos un Dios al que pudiéramos
tocar con la mano y ver con nuestros ojos, pero eso será posible si nos dejamos
guiar por la luz de la fe y en cada santa Eucaristía Dios se deja ver y se deja
tocar. En cada misa Dios se encarna en la hostia sagrada de altar, pero si no
nos dejamos guiar por la luz de la fe, nunca podremos advertir la presencia de
Dios en el Altar de cada misa (Lc 22,19-20).