DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD – C (12 de Junio de 2022)
Proclamación del santo evangelio segun San Juan
16,12-15:
16:12 Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes
no las pueden comprender ahora.
16:13 Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los
introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo
que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
16:14 Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo
anunciará a ustedes.
16:15 Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo:
"Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes". En PALABRA DEL
SEÑOR.
Reflexión:
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
Si me aman, guardaran mis mandamientos; y yo pediré al Padre
y les dará otro Paráclito, para que esté con Uds. para siempre, el Espíritu de
la verdad” (Jn 14,15-17). “La prueba que Dios nos ama es que siendo nosotros pecadores
Cristo murió por nosotros en la cruz” (Rm5,8).
El camino y la cruz de Jesús constituirán la dote y el
distintivo de sus discípulos. Cuando reciban el Espíritu Santo prometido que
les enseñará todo lo que concierne a Jesús y les impulsará con el dinamismo que
a El le impulsó, los discípulos recorrerán el mismo camino de acercamiento a
los hermanos y a la vida de Dios que realizó Jesús en su propio caminar y en
su crucifixión y resurrección. Seguir a Jesús no consistirá, por tanto,
en un vago subjetivismo. Cada uno de los pequeños, niños, enfermos, ancianos,
oprimidos, marginados será una imagen viva de Jesús a quien habrá que
acercarse, para acompañarlo, vestirlo, alimentarlo y liberarlo en cuanto sea
preciso y posible. De esta manera, los discípulos, en el seguimiento de Jesús,
se acercarán al Padre que habita en los cielos al mismo tiempo que conoce el
secreto del hombre. Y ¿cómo podría realizarse ese dinamismo literalmente divino
sin la fuerza espiritual del Don de Dios?
De este modo se ha manifestado la Trinidad de Dios: cuando
los cielos se abren en la encarnación y en la pascua de Jesús. De este modo
también, la humanidad creyente se incorpora a Jesús en la fuerza del mismo
Espíritu que él ha recibido de su Padre. Así, en todopaso pascual de muerte
a vida, la humanidad incorporada al cuerpo eclesial de Cristo se ofrece al
Padre y entra en la unidad perfecta de su amor, allí donde Él "será
todo en todas las cosas". La revelación de Dios se realiza con
una finalidad soteriológica, y, por eso mismo, en un nivel práctico y dinámico.
Por eso la reflexión sobre la Trinidad no puede ni sabe
prescindir de "lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea, después
que Juan predicó el bautismo: cómo Dios [Padre] ungió a Jesús de Nazaret con el
Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien...".
No podemos prescindir de "lo de Jesús de Nazaret, profeta poderoso en
obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo". Jesús sigue
siendo el lugar de la revelación del Padre y el camino del encuentro con los
hermanos llamados a vivir la comunión del mismo Espíritu. Esta es la causa,
como se ha dicho tantas veces, de que la Trinidad manifestada o
"económica" coincida con la revelación que Jesús lleva a cabo.
La Trinidad tiene una dimensión soteriológica, vital y
práctica: ella debe mostrar su calidad de buena noticia proclamada y
manifestada por Jesús. Equivale a decir que Jesús es el camino que lleva al
Padre a través del testimonio del amor, afectivo y efectivo, reflejo del mayor
Amor.
“Todo lo que es del Padre es mío" (Jn 16,15). Y luego:
“Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad,
porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo
que irá sucediendo” (Jn 16,13). EL Espíritu no solo es Inteligencia o fuerza
sino que es también conocimiento de Dios. Por el Espíritu conocemos al Hijo:
“Nadie puede decir Jesús es el Señor si no es movido por el Espíritu Santo” (I
Cor 12,3). Y Por el Hijo conocemos lo que es el Padre. Y las tres divinas
personas nos constituye en ser Imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26), cuando
somos bautizados: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt
28,19).
Si nos preguntan por ser creyentes al ser bautizados: ¿Cuál
es el principio de tu fe? ¿Qué concepto de Dios manejas? O si te piden
descríbeme a ese Dios en quien crees. ¿Por dónde empezarías? El Art. 27del
Nuevo Catecismo dice: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre,
porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer
al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha
que no cesa de buscar: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la
vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo
con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por
amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si
no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador” (GS 19,1).
Hasta hoy, el hombre ha expresado su búsqueda de Dios por
medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones,
sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que
pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se puede
llamar al hombre un ser religioso: “Dios creó, de un solo principio, todo el
linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra y determinó con
exactitud el tiempo y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin
de que buscasen a Dios, para ver si a tientas le buscaban y le hallaban; por
más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos
movemos y existimos” (Hch 17, 26-28).
Por tanto, para dar razón de nuestra fe no hemos de mirar al
cielo, ni tomarnos la cabeza, sino ponernos de rodillas y empezar a recitar la
oración del credo: “Creo en solo Dios Padre todo poderoso, creador del cielo y
de la tierra… Creo en el Hijo único de Dios… Creo en el Espíritu Santo dador de
vida…” Ahí está el principio y el fundamento de nuestra fe. Creemos en un Solo
Dios pero que tuvo a bien revelarse de tres diversas formas: Como Padre cuya
función es la de crear. En el Hijo cuya función es la de Redimir (salvar a la
humanidad). En el Espíritu Santo que tiene la función de santificar y hacer
actual las cosas sagradas (Ap 21,5). De estas tres divinas personas solo el
Hijo asumió la naturaleza humana: “La palabra de Dios se hizo hombre y habito
entre nosotros” (Jn 1,14). Jesús nos dice: “Yo y el Padre somos una sola
realidad” (Jn 10,30). Jesús resucitado mismo dijo: “La paz este con Uds. Como
el Padre eme envió así también les envío yo. Dicho esto soplo sobre ellos y les
dijo: Reciban el Espíritu santo” (Jn 20,21-22).
Dios es amor (I Jn 4,8). Si Dios es amor, entonces con razón
quiso el hombre entrara en esta sintonía de su amor, por eso le dio el título
de ser su: “Imagen y semejanza” (Gn 1,26). Lo que significa que el misterio de
la Trinidad (Padre, Hijo, Espíritu Santo) es el despliegue de su amor para la
humanidad. Con razón la segunda divina persona Cristo Jesús en su enseñanza
central nos exhorta: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros
como yo les he amado” (Jn 13,34). Cuando pregunta a Jesús un doctor de la
ley “Maestro bueno ¿cuál es el mandamiento principal de la ley? Jesús
respondió: Ama a Dios sobre todas las cosas con toda tu alma y con todo tu ser,
el segundo es similar, ama a tu prójimo como a ti mismo, este mandato es lo
principal de la Dios y los profetas” (Mc 12,28). Luego en San Juan: “Si alguno
dice, Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Porque el que no
ama a su hermano a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (IJn
4,20). Estos dos argumentos nos dan pie para decir con certeza que la fiesta de
la Santísima Trinidad es la fiesta de la manifestación del amor pleno de Dios.
Jesús sintetiza toda la Ley en dos enseñanzas: el amor a
Dios y el amor al prójimo. Con lo cual nos exhorta que, no podemos amar a uno
sin amar al otro y que lo que hagamos a uno se lo hacemos al otro. De modo que,
el versículo de Juan se ha de entender que el amor del prójimo es el camino
para eficaz para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el
prójimo nos convierte también ciegos ante Dios.
Cuando decimos que "no vemos a Dios" tendríamos
que preguntarnos si "realmente vemos al prójimo". Por tanto el prójimo
es el camino del hombre hacia Dios. Si yo no creo en ti, ¿creeré de verdad en
Dios? Si tú me eres indiferente, ¿no que también Dios termina siéndome
indiferente? Si yo te margino a ti de mi vida, ¿no estaré marginando también a
Dios?
La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo
Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial" (Concilio de
Constantinopla II, año 553). Las personas divinas no se reparten la única
divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo
mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo
mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza"
(Concilio de Toledo XI, año 675). "Cada una de las tres personas es esta
realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina"
(Concilio de Letrán IV, año 1215).
Las tres Personas divinas son realmente distintas entre sí.
"Dios es único pero no solitario" (DS 71). "Padre",
"Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan
modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que
es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu
Santo el que es el Padre o el Hijo" (Concilio de Toledo XI, año 675). Son
distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien
engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien
procede" (Concilio de Letrán IV, año 1215). La Unidad divina es Trino.
Las Personas divinas son relativas unas a otras. La
distinción real de las Personas entre sí, porque no divide la unidad divina,
reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los
nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es
al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de
estas tres Personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza
o substancia" (Concilio de Toledo XI, año 675). El padre crea, el hijo
redime y el espíritu santifica. Pero una sola sustancia, una sola esencia, una
sola naturaleza. Ninguno precede en grandeza, eternidad y potestad.
Absolutamente simple, por eso indivisible, inseparable, inconfundible, e
inmutable.
Por tanto el Padre es creador en cuanto que el Hijo redime y
el Espíritu santifica, y el Hijo es redentor en cuanto que el Padre crea y el
Espíritu santifica y el Espíritu santifica en cuanto que el Padre crea y el
Hijo redime. De ahí concluimos que, el Padre no es el Hijo ni el Espíritu santo
y el Hijo no es ni el Padre ni el Espíritu Santo y Espíritu Santo no es ni el
Hijo ni el Padre. No son tres Dioses sino tres Divinas personas distintas y un
solo Dios.