DOMINGO XX – C (14 De agosto de 2022)
Proclamación del santo evangelio según San Lucas 12,49-53
12:49 Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo
desearía que ya estuviera ardiendo!
12:50 Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento
hasta que esto se cumpla plenamente!
12:51 ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la
tierra? No, les digo que he venido a traer la división.
12:52 De ahora en adelante, cinco miembros de una familia
estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres
12:53 el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la
madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la
nuera contra la suegra". PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXION:
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Dijo Jesús:” Salí del Padre, vine al mundo, ahora dejo el
mundo y vuelvo al padre” (Jn 16,28). ¿A qué vino Jesús?: “Dios no envió a
su hijo para condenar el mundo sino para salvarla” (Jn 3,17). El
gran problema es con los que no se dejan salvar. Por eso, hoy nos dice:
¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he
venido a traer la división” (Jn 12,51). El Hijo del Hombre vino al mundo a
poner límites entre el cielo y el infierno. Vino a delimitar entre la
misericordia y la justicia de Dios. "He venido a este mundo para un
juicio. Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven” (Jn 9,39).
El domingo pasada, Jesús en la parte final del Evangelio
decía: “Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le
haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas” (Lc 12,48). Lo mínimo que se nos
exige es la coherencia entre lo que decimos creer y hacer, eso se manifiesta en
los frutos o las obras (Mt 7,20). Muchos dicen creer en Dios, pero sus actos
reflejan otra cosa. En este contexto el mensaje del evangelio de hoy nos
advierte esta incoherencia entre el decir y hacer.
Ya, al inicio, el profeta Simeón, después de bendecirlos,
había dicho a María, la madre: "Este niño será causa de caída y tropiezo
para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te
atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos
de muchos en Israel" (Lc 2,34-35). Hoy reafirma Jesús al decirnos:
“¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he
venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia
estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres” (Lc 12,51-52).
¿Qué es lo más precioso que Dios nos ha dado a la humanidad?
Sin duda tiene que ser su amor, el don precioso que Dios nos concede es el
amor. Ahora el Señor comienza: "He venido a prender fuego sobre la tierra
y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!” (Lc 12, 49). ¿Por qué Jesús usa
el símbolo del fuego para su enseñanza de hoy? Porque el fuego purifica y es
energía que da calor y vida y que sabiduría de Jesús para saber usar como causa
el fuego que arde en el corazón de todo creyente y su efecto como el amor que
nos une a Dios. Y dice Jesús he venido encender esta llama del amor
en el corazón del hombre.
En el creyente la palabra de Dios tiene que ser como ese
fuego que purifica al crisol el oro que separa de la escoria, y por el fuego se
sabe que porción de oro se tiene y que porción de
escoria se tiene (I Pe 1,7). Al respecto el profeta dice: “Me has seducido,
Señor, y me dejé seducir por ti. Me tomaste a la fuerza y saliste ganando. Todo
el día soy el blanco de sus burlas, toda la gente se ríe de mí. Pues me pongo a
hablar (en nombre de Dios), y son amenazas, no les anuncio más que violencias y
saqueos. La palabra de Dios me acarrea cada día humillaciones e insultos. Por
eso decidí no recordarme más de Dios, ni hablar más en su nombre, pero sentía
en mí algo así como un fuego ardiente aprisionado en mis huesos, y aunque yo
trataba de apagarlo, no podía” (Jer 20,7-9).
En el Nuevo catecismo de la Iglesia 27 dice: “El
deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido
creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y
sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar:
«La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a
la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su
nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado
siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce
libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (GS 19,1)
Por el profeta Ezequiel Dios nos dice sobre su intensión
para la humanidad: “Los sacaré de las naciones, los reuniré de entre los
pueblos y los traeré de vuelta a su tierra. Los rociaré con un agua pura y
quedarán purificados; los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus
inmundos ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un
espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón
de carne. Pondré dentro de ustedes mi Espíritu y haré que caminen según mis
mandamientos, que observen mis leyes y que las pongan en práctica” (Ez,
36,24-27). Y agrega. “Por eso ahora la voy a conquistar, la llevaré al desierto
y allí le hablaré a su corazón” (Os 2,16).
Como se nota claramente que el hombre como criatura de Dios
lleva por dentro ese fuego del amor, desde los huesos, en el corazón y ese
fuego del amor proviene de Dios, con Razón se nos dice en Gen 1,27: “Dios creo
al hombre a su imagen y semejanza” Por eso el hombre lleva esa dignidad de ser
criatura de Dios.
San Pablo es más enfático en decirnos muy concretamente:
“Dios nos dejó constancia del amor que nos tiene en esto, que Cristo murió por
nosotros cuando todavía éramos pecadores. Con mucha más razón ahora nos salvará
del castigo si, por su sangre, hemos sido hechos justos y santos. Cuando éramos
enemigos, fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo; con mucha más
razón ahora su vida será nuestra plenitud” (Rm 5,8-10). Y al respecto hoy Jesús
nos ha dicho: “Con un bautismo tengo que ser bautizado y qué angustiado estoy
hasta que se cumpla” (Lc 12, 49).
Mismo Señor nos lo dice que es el amor: “No hay amor más
grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo
que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que
hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que
aprendí de mi Padre. Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió
a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca. Así
es como el Padre les concederá todo lo que le pidan en mi Nombre” (Jn
15,13-16).
Un buen día el doctor de la ley pregunto al Señor: “¿Qué
mandamiento es el primero de todos? Jesús le contestó: «El primer mandamiento
es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es un único Señor. Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia
y con todas tus fuerzas. Y después viene este otro: Amarás a tu prójimo como a
ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos” (Mc 12,28-31). En
sus cartas propio Juan dice: “Quien ama esta en Dios y conoce a
Dios, quien no ama no conoce a Dios, porque dios es amor” (1Jn 4,8). “Si uno
dice «Yo amo a Dios» y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su
hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Pues este es el
mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano”
(1Jn 4,20-21).
Cuando Jesús nos dice: “Vine a traer fuego… división” (Lc12,49-50).
Entendemos al Señor a que se refiere y como bien sabemos el fuego quema todo
aquello que ya no sirve. Los mineros usan el fuego para separar el oro de las
escorias que no sirven. Los agricultores tienen un sistema muy curioso.
Recogida la cosecha prenden fuego a los rastrojos que ya no sirven para nada.
Pero el fuego, además tiene una fuerza y un dinamismo. No solo calienta en los
días fríos del invierno, sino que también sirve para poner en marcha los
motores.
Muchos cristianos esperaríamos que Jesús deje las cosas como
están. A lo más habría que ponerle unos parches, por eso se desilusionan de
Jesús. O lo que es peor, muchos se imaginan que ser fieles a Jesús es dejar que
las cosas sigan igual, sigan como siempre. El cambio no entra en su mentalidad.
Jesús es todo lo contrario. El vino a introducir el cambio. El mismo ya es un
cambio. El cambio es señal de vida, es señal de que algo que no está bien y es
preciso cambiarlo. Además, el cambio no es negar el pasado, sino más bien es
hacer que el pasado camine y no se quede en el ayer.
Jesús vino a cambiar muchas cosas. Vino a cambiar la
religión de "sacrificio por la religión de la misericordia". Jesús
vino a cambiar la religión de "los holocaustos por la religión del
amor". Vino a cambiar la "religión del sábado y la ley por la religión
del hombre". Vino a cambiar la "religión del templo por la religión
del hombre". Pero, eso sí. Jesús no actuó con rebeldía. Jesús no es de los
que quiere el cambio por la fuerza y el poder, sino por la fuerza del amor, la
comprensión, el respeto a los demás. La violencia destruye, pero no construye.
Vemos la violencia de ciertas huelgas y manifestaciones que pasan destruyéndolo
todo. La violencia impone el cambio a fuerza del poder del más fuerte. No.
Jesús no vino a hacer nada de eso como al mundo le pareciera. Eso no es el
estilo de Jesús ni tampoco del cristiano. El cristiano es el que quiere que lo
que está mal esté bien, pero cambiando el corazón del hombre. El cristiano es
el que quiere que aquello que declara como bueno una situación de injusticia, cambie
por otra situación de justicia, pero no con otra injusticia. Jesús quiere que
aquello que no responde a la dignidad del hombre tiene que cambiar, que el
centro de todo tiene que ser el hombre y la dignidad y bienestar del hombre.
Por eso el cristiano no es un conformista que deja que las cosas sigan igual.
El cristiano es el hombre del cambio, es el hombre de lo nuevo.
“No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No
vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con
su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre
tendrá como enemigos a los de su propia casa. El que ama a su padre o a su
madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más
que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,34-37). Hoy es frecuente que en las
familias se creen problemas religiosos a consecuencia de las diferentes
opciones religiosas. "Padre, mi hijo se ha cambiado de religión. Padre, mi
hijo o mi hermano o mi marido se ha pasado a los hermanos separados."
Jesús vino a proclamar la libertad de los hijos de Dios y ni él nos priva de
esa libertad. Jesús es muy claro. Él ha venido a poner división en la misma
familia. Padres contra hijos, hijos contra padres, hermanos contra hermanos.
Todo eso a consecuencia del don de la libertad. En la familia habrá quienes
crean en el Evangelio y quienes se nieguen a creer. Habrá quienes tengan la fe
católica y quienes se hayan pasado a otras confesiones religiosas.