II DOMINGO DE ADVIENTO - A (04 de Diciembre del 2022)
Proclamación del santo evangelio según San Mateo 3,1-12:
3:1 En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista,
proclamando en el desierto de Judea:
3:2 "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está
cerca".
3:3 A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz
grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.
3:4 Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón
de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre.
3:5 La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la
región del Jordán iba a su encuentro,
3:6 y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán,
confesando sus pecados.
3:7 Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a
recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a
escapar de la ira de Dios que se acerca?
3:8 Produzcan el fruto de una sincera conversión,
3:9 y no se contenten con decir: "Tenemos por padre a
Abraham". Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir
hijos de Abraham.
3:10 El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el
árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
3:11 Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero
aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno
de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.
3:12 Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era:
recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego
inextinguible". PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados amigos en la fe Paz y Bien.
El domingo pasado hemos inaugurado este tiempo de adviento y
en ella el Señor nos ha dicho: “De dos hombres que estén en el campo, uno será
llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y
la otra dejada” (Mt 24,40). “Estén preparados, porque ustedes no saben qué día
vendrá su Señor… preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos
pensada” (Mt 24,42-44). Estar preparados equivale: "Convertirse, porque el
Reino de los Cielos está cerca" (Mt 3,2). “Producir el fruto de una
sincera conversión” (Mt 3,8). El que se convierte y produce frutos de sincera
conversión será llevado al cielo y el que no se convierte será dejado para el
infierno. Este tiempo de adviento es el resumen de todo el tiempo de espera del
Mesías que es el Antiguo Testamento, viene a llevarnos y está a la puerta: “Yo
estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su
casa y cenaremos juntos” (Ap 3,20).
Hoy el evangelio dice: “Se presentó Juan el Bautista,
proclamando en el desierto de Judea: Conviértanse, porque el Reino de los
Cielos está cerca” (Mt 3,1-2). Y más adelante dice: “Produzcan el fruto de una
sincera conversión” (Mt 3,8). Y termina la enseñanza: “Yo los bautizo con agua
para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que
yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en
el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3,11). Haciendo clara referencia al
profeta. “El no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga
decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los
pobres de país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus
labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad
ceñirá sus caderas” (Is 11,3-5).
Dios dijo por el profeta: “Yo les voy a enviar a Elías, el
profeta, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible. Él hará volver
el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus
padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total (Mlq
3,23-24). Los discípulos le preguntaron: "¿Por qué dicen los escribas que
primero debe venir Elías? Él respondió: Sí, Elías debe venir a poner en orden
todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han
reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Así también harán
padecer al Hijo del hombre. Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se
refería a Juan el Bautista (Mt 17,10-13).
El evangelio de hoy nos describe el perfil del gran predicador
que anuncia en el desierto un cambio de vida (Mt 3,8). Capacita a las personas
para superar el juicio de Dios, la inminente cólera divina, que es la
confrontación final que aguarda a todo hombre (Mt 3,7). Con todo, en medio de
la dura predicación, se vislumbra una esperanza de vida y salvación, que es lo
que en última instancia el evangelio quiere llevarnos a contemplar y vivir “lo
nuevo” que viene con Jesús (Mc 2,22). Y en su comprensión se puede enfocar en
tres parte: 1) La entrada en escena del Profeta del Desierto (Mt 3,1-3). 2). La
vida de profeta y el ministerio bautismal de Juan (Mt 3,4-6). 3). La
predicación del juicio inminente y la llegada del Mesías (Mt 3,7-12).
1. La entrada en escena del Profeta
del Desierto: “Por aquellos días Juan el Bautista, se presentó proclamando en
el desierto de Judea: Convertanse porque ha llegado el Reino de los Cielos.
Éste es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: ‘Voz del que clama
en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderezad sus sendas” (Mt 3,1-3).
En el momento en que se inici con la proclamación del evangelio (Jesús) aparece
primero una personalidad nueva y desconocida. San Mateo lo introduce en escena
diciendo: “se presenta Juan…” (Mt 3,1). Su venida no es fortuita, de hecho su entrada
es el punto de referencia que coincide con el comienzo de una nueva época para
la historia (“por aquellos días”; este lenguaje es conocido en los profetas:
Jer 38,29; Zac 8,23). Esta manera de entrar, con estos primeros términos
precisos ya nos dicen que comenzó el tiempo final: como se dirá al final, es el
tiempo del Mesías.
En cuanto “predicador” Juan viene para despertar las
conciencias, para abrir los ojos ante la obra que Dios está haciendo y
conseguir que esta obra sea adecuadamente recibida por corazones bien
dispuestos. Si seguimos leyendo las páginas sucesivas del evangelio de Mateo
nos damos cuenta que Juan es el primero de una serie de predicadores, de hecho
Jesús y sus discípulos serán descritos en términos similares (Mt 4,17.23; 9,35;
10,7.27; 11,1). A diferencia de los que vendrán, lo específico de Juan Bautista
como misión es el de preparar el terreno para el sembrado del Reino. La semilla
de Jesús y su comunidad vendrá enseguida: Los fariseos le preguntaron cuándo
llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: "El Reino de Dios no viene
ostensiblemente, y no se podrá decir: "Está aquí" o "Está
allí". Porque el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21).
1.1. Un predicador en el “Desierto”
(Mt 3,1): El desierto es el lugar de la “escucha” donde se atienden, lejanas de
toda distracción, las directivas de Dios. Para Israel con frecuencia fue un
punto de referencia que apuntaba a sus orígenes (en la creación, en la alianza)
y por eso, al tenor de la profecía de Oseas, el espacio geográfico-espiritual
al cual se regresa para retomar el proyecto con la fuerza del amor primero (Os
2,16). Como lo indica Isaías (40,3), hay una nota de esperanza que percibe, en
la flamante peregrinación del Pueblo que retorna del exilio, la acción poderosa
de Dios que realiza el éxodo y al mismo tiempo el pueblo regresa purificado
–habiendo aprendido las lecciones de la historia- y dispuesto a construir una
sociedad nueva. Esta clave de un nuevo éxodo también es subrayada en la
experiencia de Jesús en el desierto (Mt 4,1).
Un predicador del cambio: “Convertíos porque ha llegado el
Reino de los Cielos” (Mt 2,3). El espacio insólito de la predicación aparece
unido al anuncio de los nuevos tiempos que se aproximan. Por eso el desierto es
el punto de partida de algo nuevo impulsado por el llamado de la Palabra.
¿Cuál era el pregón de Juan? Una frase breve y fuerte parece
resumirlo. Tiene dos partes: 1) Un imperativo: “Convertanse” (un llamado que se
repetirá al final, en el Mt 2,11). Es un llamado para tomar distancia radical
de todo lo que hasta entonces ha tenido valor, los antiguos criterios de vida
pierden vigencia. 2) Una clara motivación: “Porque ha llegado el Reino de los
Cielos”. La conversión no es para volver atrás, al punto de partida, sino un ir
más allá, dar pasos hacia delante en la dirección “Reino”: la obra del Dios
creador y Señor de la historia que viene a cumplir sus promesas y a plantear
sus exigencias.
El pregón del primer heraldo del Evangelio consiste en una
invitación para dejar la vida de pecado para convertirse al Dios que se ha
hecho presente en medio de su pueblo, que “ha llegado”. Según Juan Bautista el
“Reino” ya “ha llegado” (levemente diferente de Marcos 1,15: “está cerca”). La
finalidad de la conversión hacer la experiencia de dicho Reino. Es importante
la anotación de que esta soberanía es “de Dios”, o como prefiere decir Mateo
“de los cielos” (para evitar el nombre divino en un ambiente de fuertes raíces
judías). Lo nuevo viene del cielo, no es el punto de llegada de esfuerzos humanos
y por eso es gracia. Dios siempre ha obrado en medio de su pueblo, pero viene
ahora algo inédito: él mismo está ahí.
Un predicador que es como voz del que clama en el desierto:
“Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas” (Mt ,3,3). Juan el
Bautista se presenta en calidad del heraldo que grita del mensaje de su Señor,
por lo tanto no realiza una misión por iniciativa propia sino por envío de
Dios. A la luz de la profecía de Isaías (40,3), que para Mateo es el profeta de
la salvación mesiánica, el ministerio de Juan arroja nuevas luces: 1) Con la
venida de Juan se cumple una antigua profecía de Isaías. 2) Juan es la “voz”
que personifica históricamente a aquel misterioso personaje presentado por
Isaías (quizás un miembro de la asamblea del consejo de la corte celestial), el
cual le hacía eco a las instrucciones de Dios para el pueblo que regresaba de
la cautividad de Babilonia. 3) La voz parte del “desierto” pero la finalidad no
es quedarse en el desierto sino completar un camino. 4) Así como en la antigua
profecía se preparaba el camino al Rey y su séquito, en los nuevos tiempos,
cuando se realiza en su sentido más profundo esta profecía: Dios viene (es más
“ya ha llegado”; Mt 25,6). Es “el camino del Señor”, el suyo es un camino
triunfal que no admite senderos tortuosos, pistas extenuantes ni recorridos
desalentadores. 5) Lo importante del anuncio es que es Dios mismo, en cuanto
“Señor”, quien guía a su pueblo: como un pastor que guía a su rebaño. Bajo su
guía el pueblo alcanzará victorioso la meta de su caminar histórico.
Juan, por tanto, es la voz de aquél que grita repetidamente
en el desierto su mensaje para que los hombres se preparen, como quien prepara
una “vía sacra” para la venida de Dios (“preparad el camino del Señor,
enderezad sus sendas”), lo cual implica renunciar a las antiguas seguridades.
El profeta nos quiere sensibilizar para ofrecerle a Dios la máxima acogida.
Antes de ponernos a la escucha de las instrucciones precisas para “preparad el
camino del Señor, enderezad sus sendas” (será la tercera parte de este pasaje),
observemos la persona misma del profeta que hasta ahora sólo se ha denominado
“voz que clama en el desierto”.
2. Vida del profeta y bautismal de
Juan (3,4-6): El evangelista Mateo se detiene un poco para presentarnos rasgos
que podríamos llamar “históricos” de su cualificado ministerio. La descripción
del personaje sigue dos círculos concéntricos: Juan a solas (Mt 3,4) y Juan
rodeado de la multitud que acude a su predicación (Mt 3,5). Se percibe aún una
tercera coordenada que es la anotación del evangelista sobre el éxito de la
misión de Juan (Mt 3,6). Juan a solas: “Tenía Juan su vestido hecho de pelos de
camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y
miel silvestre” (Mt 3,4). El profeta aparece como un típico personaje del
desierto: una vida conducida con hábitos de máxima austeridad, sin la más
mínima ostentación. El vestido “de pelos de camello” amarrado por un
“cinturón”, es lo contrario de una vestidura lujosa, no es lo que llevaría una
persona de alta dignidad. Inicialmente nos encontramos con un Juan que se viste
a la manera de los beduinos del desierto. Pero hay más. Esta manera de vestirse
nos remite al profeta Elías (“un hombre vestido de pieles y faja de piel ceñida
a la cintura”, nos dice 1º Reyes 1,8), cuya indumentaria se convirtió
posteriormente en el “uniforme” de los profetas (Zacarías 13,4).
La profecía de Malaquías decía que Elías –quien no murió-
sería con su regreso el precursor del Mesías: “Voy a enviaros al profeta Elías
antes de que llegue el Día de Yahvé, grande y terrible” (Mlq 3,23). Por tanto,
la alusión no parece ser casual, porque según este mismo evangelio de Mateo,
Juan Bautista “es Elías, el que iba a venir” (Mt 11,14; 17,10-12). Si esto es
así, entonces el paso siguiente es la venida del Mesías. Si a esto le sumamos
que se alimenta con una asombrosa austeridad, con la comida más sencilla
posible y casi un vegetariano (“su comida eran langostas y miel silvestre”),
ciertamente deduciremos que estamos ante un hombre que en asombrosa pobreza
vive completamente dedicado a Dios: un verdadero asceta.
Juan rodeado de la multitud que acude a su predicación:
“Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán” (Mt
3,5). Dejando de lado las soledades orantes del hombre de Dios, el evangelista
enseguida nos lo presenta en acción. “Acuden a él”. El pueblo busca masivamente
a Juan: tiene éxito, consigue movilizar la fe de la gente. El radio de acción
de la predicación de Juan alcanza el mundo urbano de la ciudad (“Jerusalén”),
igualmente toca la población campesina de la provincia (“toda Judea”) y
finalmente los que comparten su hábitat en los alrededores del Jordán. ¿Por qué
toda esta gente, desde los más lejanos hasta los más cercanos, acude a Juan?
Porque reconoce que la organización de la sociedad no le está ofreciendo la
vida que esperan, no es lo que –como pueblo de la Alianza- están llamados a
ser; es más, de esta forma la gente reconoce que es parte de esta misma
sociedad, o sea, que ha participado en sus injusticias. En la voz y en la
persona de Juan reconocen su auténtica vocación y deciden recomenzar para vivir
según la justicia de Dios. El movimiento de búsqueda de Juan implica que las
multitudes están interesadas en un proceso de conversión.
La gente se toma en serio la predicación de Juan: se hace
bautizar: “…Y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados”
(Mt 3,6). La predicación de Juan sobre la conversión era acompañada del
bautismo en las aguas corrientes del río Jordán. La descripción del evangelista
(en tiempo histórico) deja entender que Juan tuvo éxito en su predicación: fue
tomado en serio.
El Bautismo: Quien había acogido el llamado a la penitencia
confesaba sus pecados, entraba en el Jordán y era inmerso en sus aguas. Todo
aquel que era lavado en este baño ritual debía después vivir libre del pecado
en la espera de la salvación que estaba por venir. El bautismo señalaba que la
persona que lo recibía era sincera y que su actitud era válida a los ojos de
Dios. Puesto que era un gesto público, todos los asistentes, comenzando por
Juan, se convertían en testigos de las nobles intenciones del bautizado. Por
otra parte, el hecho de que sea administrado por otra persona y no por sí mismo
(de hecho existían los rituales de auto-purificación en las piscinas destinadas
a ello), significaba un abandono a la obra de Dios: la pureza y la renovación
son ante todo una obra de Dios.
La confesión de los pecados: El hecho de “confesar los
pecados” implica que la pureza lograda no sólo era legal sino también moral.
Dos cosas eran claras, puesto que era un momento decisivo en la vida de la
persona este bautismo era una sola vez en la vida (por lo tanto la conversión
era a fondo) y funcionaba sólo si de daban “frutos de conversión” (Mt 3,8).
Además de entrar en comunión con Dios, los bautizados por Juan debían construir
comunidad, una comunidad preparada para la llegada del Mesías. Se nota que
todavía algo esencial está faltando: el bautismo de Juan valida la actitud del
pecador pero no interviene transformadoramente la realidad del “pecado”. El
texto no habla del “perdón de los pecados” porque sólo la muerte expiatoria de
Jesús tiene el poder de perdonar los pecados (Mt 26,28). En esto el evangelio
es coherente: el Mesías se llamará “Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados” (Mt 1,21).
3. La predicación del juicio
inminente y la llegada del Mesías (Mt 3,7-12): 1) Enfatiza el tema de la
conversión del pueblo de Dios -los “hijos de Abraham”- (Mt 3,7-10), y 2)
anuncia la venida del Mesías, quien superará su predicación sobre la conversión
(Mt 3,11-12). El tema final de la predicación de Juan es la venida de Jesús:
“Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: ‘Raza
de víboras, ¿quién les ha enseñado a huir de la ira inminente? Den, pues, fruto
una sincera conversión y no creáis que basta con decir en vuestro interior:
«Tenemos por padre a Abraham»; porque os digo que puede Dios de estas piedras
dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo
árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego (Mt 3,7-10).
En contraste con la anotación anterior sobre el éxito
obtenido en su ministerio de predicación de la conversión (medido por la gente
que se hace bautizar), Juan Bautista hace sentir ahora sus advertencias sobre
los representantes de la piedad judía, que (a) vienen como curiosos, o (b) parecen
poner objeciones a la predicación, o (c) que admitiendo el bautismo se muestran
renuentes a un verdadero cambio. Puesto que el texto dice implícitamente que
éstos vienen a bautizarse y ya que en el evangelio ellos personifican la
oposición a la Palabra de Dios predicada por el Mesías, la más probable es la
opción (c). Juan les habla entonces directamente a sendos representantes de los
partidos político-religiosos de su tiempo como una forma de dirigirse a las
estructuras religiosas, las primeras que debían dar ejemplo de conversión:
“Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo...”
(3,7a).
La idea central de las palabras de Juan es que la conversión
no tiene excepciones ni admite aplazamientos ni fingimientos. ¿La razón? Está dicha
con una metáfora: “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles” (Mt 3,10).
Es decir, el juicio es inminente. Juan: 1) les pone un apelativo que
desenmascara la hipocresía religiosa (Mt 3,7b), 2) les lanza una admonición (Mt
3,8), 3) desmonta sus supuestos privilegios (Mt 3,9) y 4) los urge para dar el
paso de la conversión (Mt 3,10).
El apelativo “raza de víboras”(Mt 3,7)., En el mundo hebreo
es un insulto que pinta a la persona como un hipócrita y como un falso. Con
ello se dice que hacen daño y que éste es irreparable. Jesús utilizará también
esta expresión (Mt 12,34 y 23,33) y dirá explícitamente que de este tipo de
personas, que hacen los ritos religiosos externos pero no son sinceros en su
moralidad, de ellas hay que cuidarse (Mt 16,1.6). Con esto tipo de personas
Dios será implacable. Juan está pensando en la venida del Reino inicialmente
como un juicio (“ira inminente”) del cual no hay forma de escaparse, todos
pasarán por él. El juicio de Dios será como un incendio forestal que arrasa el
país (ver la metáfora de la ira en Isaías 9,18).
¿Por qué el singular “fruto”? En este texto la conversión
aparece como un movimiento vital que proviene de la savia del Reino y que
madura internamente en el creyente hasta traducirse en una forma de vida. No
sólo se trata del superar conductas pecaminosas sino de darle un radical
reconocimiento a Dios mediante una orientación del proyecto de vida que expresa
lo “nuevo” que él quiere que hagamos. La conversión no consiste en cambiar
“cositas” en la vida sino en un movimiento interno y total que sintoniza la
vida con Dios. La metáfora del árbol es oportuna: a veces hacemos como con los
arbolitos de navidad, a los cuales les agregamos frutas y otros adornos
ficticios; la conversión no es agregarle cosas a la vida sino ser lo que
realmente somos, a partir de la obra del Dios del Reino que nos habita.
Dentro de la conciencia nacional judía había ganado espacio
la convicción de que, por el hecho de ser israelitas –descendientes de Abraham
y por lo tanto “pueblo elegido”- se iban a escapar del juicio. Basta
recordar el estribillo del orgullo hebreo: “No entregues tu gloria a otro, ni
tus privilegios a pueblo extranjero. Felices nosotros, Israel, pues se nos ha
revelado lo que agrada al Señor” (Baruc 4,4). Incluso un dicho hebreo tardío
dice: “Como la vid se apoya en leños secos… así los israelitas se apoyan en los
méritos de sus padres” (Lev.R.36). Juan Bautista les dice que eso es una vana
ilusión: sólo la revisión de vida y la conversión personal salva. Por lo tanto
no tiene validez el hecho de decir “Tenemos por padre a Abraham” (detrás de
esta frase está: Isaías 51,2; 63,16). Dios es el verdadero padre de
la comunidad – “uno solo es vuestro padre: el del cielo” dice Jesús en Mt 23- y
no está atado a la descendencia de Abraham. De repente, diciendo estas
palabras, Juan Bautista muestra las rocas del desierto de Judá: “Dios puede de
estas piedras dar hijos a Abraham”; queriendo decir que él es creador y obra
por su soberana voluntad. Es Dios quien pone los criterios para ser pueblo de
Dios.
Por lo tanto, no hay ninguna seguridad con respecto a la
salvación por el hecho de pertenecer a tal o cual familia o institución. ¡Lo
que hacemos en la práctica dice quiénes somos! El cartón de entrada
en el Reino es la práctica concreta de la nueva justicia.
Juan sigue rebatiendo todas las excusas de los fariseos y
saduceos. Finalmente les dice que no se puede aplazar la penitencia: “Ya está
puesta el hacha a la raíz de los árboles” (Mt 3,10). La imagen del leñador a
punto de dar el golpe certero sobre un árbol que en tierra erosionada deja ver
sus raíces es una imagen muy dura para un israelita (ver la predicación de
Isaías 10,33-34). Significa: ¡El juicio está aquí, a las puertas! ¡Sin
conversión no hay pueblo de Dios! ¡Todo lo que se creía un privilegio resulta
ser inutilidad! Así como el árbol “que no da buen fruto” es abatido y
convertido en leña, así también está en riesgo en antiguo pueblo de Dios.
El anuncio de la venida del Mesías: “Yo les bautizo en agua
para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no
soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego.
En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el
granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga” (Mt 3,11-12). Sin
perder la vista del “fuego” (3,10), ahora Juan Bautista da un paso adelante en
la predicación anunciando explícitamente la venida del Mesías. Juan como
profeta no sólo remueve las conciencias con sus denuncias sino que también
anuncia lo nuevo que está a punto de venir. Es verdad que la penitencia es la
forma adecuada de preparación del camino del Mesías, pero ¿Quién es éste que
viene?
Su anuncio tiene dos partes: 1) se confronta el bautismo con
agua y el bautismo con Espíritu Santo y Fuego, para poner de relieve la
superioridad del Mesías sobre su precursor; 2) explana la misión de justicia
del Mesías valiéndose de una pequeña y casi parábola.
Los dos bautismos: la gran dignidad del Mesías (Mt 3,11).
Juan Bautista habla de su relación con el Mesías (no dice su nombre) en primera
persona. Con sus palabras aclara cuál es su papel con relación a él. En medio
de la confrontación de los dos bautismos, Juan declara que el Mesías es el más
fuerte y lo supera tanto en dignidad como en realizaciones: “Aquel que viene
detrás de mí es más fuerte que yo…” (Mt 3,11b). Juan se siente indigno de
rendirle los más humildes servicios de los esclavos: “…Y no soy digno de
llevarle las sandalias” (Mt 3,11c).