DOMINGO XI – B (16 de Junio del 2024)
Proclamación del evangelio según San Marcos 4,26-34:
4:26 "El Reino de Dios es como un hombre que echa la
semilla en la tierra:
4:27 sea que duerma o se levante, de noche y de día, la
semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.
4:28 La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego
una espiga, y al fin grano abundante en la espiga.
4:29 Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la
hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha".
4:30 También decía: "¿Con qué podríamos comparar el
Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo?
4:31 Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra,
es la más pequeña de todas las semillas de la tierra,
4:32 pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más
grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del
cielo se cobijan a su sombra".
4:33 Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la
Palabra, en la medida en que ellos podían comprender.
4:34 No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios
discípulos, en privado, les explicaba todo. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
“El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el
Reino de Dios. Porque, lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu,
es espíritu” (Jn 3,5). En dos palabras: el día de nuestro bautismo nacemos de
agua y espíritu y por el reino de Dios es el mismo cielo. Para entrar en el
cielo hay que estar bautizado. Jesús en todas sus parábolas habla sobre el
reino de Dios, cuando nos habla sobre el cielo.
En un contexto de incomprensión Marcos introducía el domingo
pasado el tema de la nueva familia de Jesús (Mc. 3. 20-35). Sigue a
continuación el capítulo 4, del que está tomado el texto de hoy. Hasta ese
capítulo el contenido de la enseñanza de Jesús ha sido el formulado en Mc. 1,
15: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios ha llegado...” En el capítulo 4
este contenido es formulado y ampliado por medio de parábolas. Marcos nos
ofrece unas cuantas, una selección, y además nos informa de que el sentido de
estas parábolas no es obvio ni inmediato.
La primera parábola habla de la semilla de cereal desde su
siembra hasta la siega, pasando por las etapas intermedias (Mc 4,26). La
segunda habla de la semilla de mostaza desde su pequeñez como semilla hasta su
magnitud como hortaliza, capaz de dar cobijo a los pájaros Mc 4.31). Ambas
parábolas presentan ciclos completos, totalidades en el sentido panorámico. El
Reino de Dios es comparado con una totalidad, simplemente constatada en la
primera parábola; exuberante y rica en la segunda.
Si en vez del abstracto "totalidad" empleamos el
concreto "todos", probablemente habremos dado un paso importante para
la comprensión que Marcos tiene de la enseñanza de Jesús en parábola. El texto
del domingo pasado marca el final de una concepción del Reino de Dios
restringida a unos pocos; las parábolas de hoy señalan el comienzo de un Reino
de Dios universal, abierto a todos. De la familia según la carne a la familia
según el espíritu (Mc 3,33): de la semilla a la siega; de lo pequeño a lo
grande; de lo limitado a lo espacioso, de lo pasajero a lo eterno. Donde hay
totalidad no hay restricción y donde hay pájaros hay libertad de movimientos (Espiritu).
Con el lenguaje de las imágenes Jesús habla de un espacio donde todos podemos
volar. ¡Y Jesús sabía mucho de esto: pasó mucho tiempo al aire libre! La
literatura judía contemporánea de Jesús era más bien reacia a dar cabida a los
no judíos en el Reino de Dios. Incluso un escrito, el cuarto libro de Esdras,
obra de talante pesimista, consideraba difícil la salvación de los propios
israelitas.
A las parábolas de hoy se las suele denominar parábolas del
crecimiento progresivo. Queda por ver si la elección de este título es atinada
o no, se pregunta un comentarista actual de Marcos.
No es ciertamente atinada la elección si por crecimiento
entendemos algo que nosotros podemos forjar con nuestras buenas obras. Si fuese
éste el punto de vista de las parábolas, ciertamente no constituiría una
novedad reseñable dentro del judaísmo. Es preciso, pues, superar una
interpretación de corte moral que relaciona el proceso del Reino de Dios con el
progreso del cristiano en el bien.
En realidad, las dos parábolas de hoy se sitúan en una
óptica distinta y radical: ¿Es o no el Reino de Dios una realidad abierta a
todos? Sirviéndose del lenguaje de las imágenes, Jesús abre el Reino de Dios a
todos de una vez por todas. El centro de atención de las imágenes es la totalidad
de los ciclos, su cumplimiento, no el crecimiento. Desde una óptica así carece
de sentido hablar de crecimiento progresivo. En Jesús y gracias a Jesús el
Reino de Dios está abierto a todos, es un espacio donde todos podemos volar y
anidar. No es, pues, de extrañar que las concepciones religiosas de corte
exclusivistas sientan que sus fundamentos se resienten con estas dos parábolas.
Hay muchas escenas en las que Jesús en sus enseñanzas se
vale de gestos pequeños para hacer ver la grandeza del ser: “Ustedes me llaman
Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el
Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a
otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes”
(Jn 13,13-15). El gesto pequeño, de humildad y sencillez hace grande a la
persona. Ya Dios dijo también por el profeta: “Así como el alfarero amolda la
arcilla en sus manos y saca el cántaro a su gusto, así soy contigo pueblo de
Israel —oráculo del Señor—. Tu eres como la arcilla en mi mis
manos pueblo de Israel” (Jer18,6).
Así, todo lo explicaba Jesús a la gente por medio de
parábolas, y no les hablaba sin parábolas (Mt 13,34). Así hoy, Jesús nos
plantea dos parábolas sobre el Reino de Dios (Mc 4,26-34): La parábola de la
semilla que crece por sí sola (Mc 4,26-29) y la parábola del grano de mostaza
(Mc 4,30-32)
Les decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa
la semilla en la tierra… la tierra por sí misma produce (Mc
4,26-28). Así es, la semilla hace su trabajo sola, quien la planta
se acuesta a dormir y de la noche a la mañana, la semilla ha germinado y la
planta va creciendo sola, sin que éste sepa cómo sucede este crecimiento.
En otro episodio dice Jesús: “No se inquieten por su vida,
pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir.
¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren
los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros,
y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes
acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir
un solo instante al tiempo de su vida? (Mt 6,25-27). Y vamos comprendiendo que
en efecto no todo depende del hombre, hay cosas que no están a nuestro control,
por ejemplo: Como bien nos dice el Señor: La vida no depende de nosotros ni de
nuestros bienes (Lc 12,15), así, pues nosotros no sabemos cuándo terminaremos
nuestra existencia en este mundo (Mt 24,44).
El Reino de Dios crece de manera escondida, como la semilla
escondida bajo la tierra. Nadie se da cuenta, pero eso de tan
pequeñito como la semilla tiene una vitalidad y una fuerza de expansión
inigualable. Efectivamente, el Reino de Dios va creciendo en las personas que
se hacen terreno fértil para el crecimiento de la semilla. Y a veces
ni nos damos cuenta, igual como le sucede al labrador que sembró, sólo se da
cuenta cuando ve el brote que sale de la tierra. Hacernos terreno fértil es
requisito para dejar que Dios penetre en nuestra alma para que, El haga
germinar su Gracia dentro de nosotros. Así, la semilla del Reino va
germinando y creciendo secretamente dentro de cada uno.
Venga a nosotros tu Reino (Mt 6,10), rezamos en el Padre
Nuestro. ¿Cómo viene ese Reino? Con la siguiente frase
del mismo Padre Nuestro: Hágase tu Voluntad. El Reino va creciendo
en nosotros, secretamente, pero con la fuerza vital de la semilla, cuando
buscamos y hacemos la Voluntad de Dios en nuestra vida, tratando de que aquí en
la tierra se cumpla la voluntad divina como ya se cumple en el
Cielo: Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo (Mt
6,10).Y ese crecimiento del Reino de Dios es obra del Mismo Señor que hace
crecer como la planta, haciendo que primero la semilla se abra, luego vaya
formando su raíz debajo de la tierra, para luego dar paso a las ramas, las
hojas y el fruto.
El establecimiento del reino de Dios sobre la tierra, ha
tenido ya un inicio, un inicio que se puede percibir como pequeño, cuando Dios
mismo se ha hecho carne en Jesús el Hijo de Dios (Jn 1,14), vino al mundo,
naciendo en un humilde pesebre (Lc 2,6), muy lejos de los honores para
establecer su reino como Señor de Señores y Rey de Reyes (como Rey sobre todos
los reyes de las naciones del mundo). Normalmente en la realeza se dan grandes
festejos y honores cuando nace algún hijo ó hija del rey, pero no pasó así
cuando Jesús llegó al mundo.
El inicio del establecimiento del reino de Dios sobre la
tierra con Jesús, Dios Hijo hecho carne, viniendo sin honores típicos de la
realeza de su época, y con la muerte de Jesús en la cruz como si fuera criminal
sin serlo, fue un inicio pequeño, pero Jesús resucitó dijo sus apósteles:
"Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía que, es necesario que se
cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en
los Salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las
Escrituras, y añadió: Así estaba escrito que, el Mesías debía sufrir y
resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su
Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de
los pecados. Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,44-47).
Las dos parábolas: La semilla que crece por si sola y el
grano de mostaza, tratan acerca del crecimiento de la semilla. Pero mientras
que en la parábola del crecimiento de la semilla el énfasis está en que la
semilla de "suyo tiene vida" y por esta razón crece, en la parábola
de la mostaza nos va a explicar hasta dónde llega este crecimiento.
El grano de mostaza: La semilla de mostaza que es del tamaño
de la cabeza de un alfiler. En los tiempos de Jesús se usaba frecuentemente
para referirse a la cosa más pequeña que se pudiera imaginar. De hecho, la
expresión "pequeño como una semilla de mostaza" había llegado a ser
un proverbio. Por ejemplo, el Señor Jesucristo lo usó para referirse a la fe de
sus discípulos: "Si tuvieran fe como un grano de mostaza..." (Mt
17:20). A pesar de que la semilla es tan pequeña, la planta de mostaza puede
llegar a alcanzar hasta cerca de cuatro metros de altura con un tallo grueso
como el brazo de un hombre.
La parábola en relación al Reino de Dios es el punto
esencial, es el contraste entre un comienzo pequeño y un resultado grande,
entre el principio y el fin, entre el presente y el futuro del Reino. La
semilla del Reino sembrada por Jesús en el campo del mundo, a pesar de su
comienzo minúsculo e irrisorio, tendrá finalmente por su propia vitalidad
interna, un crecimiento desmesurado y sobrenatural.
Seguramente tenía que ver con su propio ministerio público:
un judío desconocido, en un rincón perdido de Palestina, rodeado de un puñado
de discípulos sin demasiada cualificación y abandonado finalmente por las
multitudes. Sin reconocimiento de los líderes religiosos y sin ninguna clase de
influencia política. ¿Qué podía surgir de aquí? Pero todo esto no es nada
comparado con la terrible debilidad manifestada en la cruz. ¿Quién podría
imaginar que de un judío ajusticiado en una cruz por el imperio romano, rechazado
por su propio pueblo y abandonado por sus discípulos, pudiera surgir un
movimiento que dos mil años después siguiera creciendo por todos los países del
mundo? Como Pablo resume: "Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para
los judíos ciertamente escándalo, y para los gentiles locura"(1 Co 1:23).
“Hagan que todos los pueblos sean mis discípulos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y
enseñándolos a cumplir todo lo que yo les he enseñado” (Mt 28,19). Aquel pequeño
grupo de discípulos asustados y perseguidos (Jn 20:19), se convertirá en una
multitud que nadie puede contar: "Después de esto miré, y he aquí una gran
multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y
lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos
de ropas blancas, y con palmas en las manos" (Ap 7,9).
Así que, en el momento actual, Dios no reina manifestando
todo su poder, sino que por el contrario, su presencia en este mundo, aunque
real y viva, es humilde y muchas veces oculta. Incluso sus propios siervos,
aunque ya tienen dentro de sí mismos la semilla que producirá estos resultados
extraordinarios, son frágiles y débiles, expuestos a innumerables peligros. El
apóstol Pablo lo expresó perfectamente: "Pero tenemos este tesoro en vasos
de barro..." (2 Co 4:7), "Miren, hermanos, su vocación, que no son
muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles"(1 Co
1:26-27). Esta falta de importancia, de influencia y de fuerza social de la
Iglesia a través de los siglos ha venido a confirmar en cada momento las
palabras de Jesús: "manada pequeña..." (Lc 12:32), "yo los envío
como a ovejas en medio de lobos"(Mt 10:16).
Jesús dijo que ni aún un vaso de agua dado en su nombre
quedaría sin recompensa (Mt 10:42). A menudo somos víctimas del engaño en el
sentido de que para que algo sea importante debe acompañarse siempre de gran
ruido. Dios es diferente en su modo de actuar. Él actúa de formas casi
imperceptibles. Debemos animarnos en nuestro servicio al Señor sabiendo que las
grandes cosas proceden de principios muy pequeños. No despreciemos nunca el día
de los comienzos humildes (Zac 4:10) y no caigamos en la tentación de pensar
que para lo poco que podemos hacer no vale la pena ni siquiera empezarlo. No
nos desanimemos por el aparente fracaso y la pobreza presente, sino tengamos
confianza en la Palabra del Señor que hará que todo esfuerzo honesto por
servirle será finalmente multiplicado para su gloria.
Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas,
rasgo típico de su enseñanza (Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al
banquete del Reino (Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para
alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (Mt 13, 44-45); las palabras no bastan,
hacen falta obras (Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el
hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (Mt 13,
3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia
del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es
preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para
"conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los
que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo
enigmático (Mt 13, 10-15). (NC 546).