DOMING0 VI – C (Domingo 16 de Febrero de 2025)
Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 17. 20-26:
6:17 Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban
allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda
la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón,
6:20 Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos,
dijo:
"¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios
les pertenece!
6:21 ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque
serán saciados!
¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
6:22 ¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los
excluyan, los insulten y proscriban su nombre, considerándolo infame, a causa
del Hijo del hombre!
6:23 ¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la
recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de
ellos trataban a los profetas!
6:24 Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su
consuelo!
6:25 ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque
tendrán hambre!
¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la
aflicción y las lágrimas!
6:26 ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma
manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas! PALABRA DEL
SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
"El pobre murió y los Angeles lo llevaron al seno de Abraham, ambien murió el rico y lo sepultaron" (Lc 16,22). El pobre esta en el cielo y es bienaventurado por vivir honradamente, el rico esta en el infierno por vivir egoistamente.
Al escuchar las Bienaventuranzas, no podemos evitar un serio
interrogante en nuestro interior: ¿son las Bienaventuranzas un camino de
felicidad? Está claro que Dios desea que seamos felices: “Ustedes serán felices si, cumplen y las ponen
en practican lo que yo les enseño” (Jn 13,17).Para esto nos ha creado, para
comunicarnos su amor (IJn 4,8). Y en este amor participado consiste la
verdadera felicidad de todo ser humano. Por otra parte, nos resistimos a
imaginarnos que el camino conducente a la felicidad pase por la renuncia a las
riquezas y la asunción de la persecución como forma habitual de vida. Tenemos
la sensación de encontrarnos envueltos en una contradicción. Es, por lo menos,
una verdadera paradoja. Apelemos a hechos referidos en el evangelio, que
pueden, tal vez, desvelarnos alguna salida a este laberinto.
Por encima de todo, Dios nos quiere felices. La experiencia
de cada día y las conclusiones de las ciencias humanas nos confirman que este
deseo de felicidad es el móvil más profundo que guía el comportamiento humano.
Los expertos no se ponen de acuerdo en señalar cómo se puede conseguir esta
sensación de felicidad humana. ¿Sentirse uno bien consigo mismo? ¿Sentirse
amado, acogido, valorado por los que le rodean? ¿Estar en armonía consigo
mismo, con los demás, con la naturaleza, con Dios? ¿O simplemente tener cada
vez más, de todo, para despertar la admiración y la envidia de los demás? Es
evidente que por este último camino va la sociedad de consumo. En cambio, la psicología moderna va por los otros caminos de la interioridad. En cambio el
Señor nos dice que la verdadera felicidad está en poner en práctica los
valores.
Quizás San Agustín lo intuyera cuando, en medio de su
azarosa vida, pudo decir: "Señor, nos has hecho para Ti y nuestro corazón
no descansa hasta que te encuentra a Ti" (Confesiones 1,1). El compendio evangélico de las
Bienaventuranzas nos promete la plenitud del Reino; es lo mismo que decir la
culminación de toda felicidad. Y esta culminación está en el encuentro
definitivo con Dios mismo: "Dichoso el hombre que confía en Ti" (Sal
84,13). “Quien ama ha nacido de Dios conoce a Dios, quien no ama no ha conocido
a Dios, porque Dios es amor” I Jn 4,8).
Por los visto, las Bienaventuranzas son como el corazón de las enseñanzas o del mensaje de Jesús: Les
doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo los ame” ( Jn
13,34). Un mensaje que no sólo anunció sino que lo vivió a lo largo de su vida.
Si constituyen el corazón de la vida de Jesús, habremos de concluir que son la Buena
Noticia para todos, no sólo para los pobres y perseguidos. Para entenderlo así,
es preciso que descubramos que Jesús inicia un proceso de transformación y de
cambio en la forma de vida de la sociedad. Al anunciar la presencia del Reino,
está llamando a todos a vivir una nueva relación de fraternidad. Nos enseña a
reconocer a Dios como Abbá, el Padre-madre de todos, que ama a todos como
hijos, pero de una manera especial a los empobrecidos y perseguidos de la
tierra, porque son sus hijos más desvalidos. Nos urge a cambiar todas las
situaciones y sistemas que generan pobreza, marginación, aplastamiento,
opresión.
Esta urgencia la sienten más agudamente los que padecen las
consecuencias de este sistema injusto, es decir, los empobrecidos y oprimidos.
Ellos son, por esta razón, los primeros artífices de este cambio o
transformación. Por eso son los preferidos de Dios: no simplemente porque son
pobres (sería injusto pensar que Dios desea mantener las situaciones de
injusticia), sino porque son ellos quienes desencadenan el proceso de
transformación de las estructuras injustas e inhumanas. Ellos, y todos los que
se solidarizan con ellos en este sobrehumano esfuerzo de cambio, gozan de la
predilección de Dios, de la asistencia del Espíritu, en definitiva, del Reino
de Dios. Quien ha descubierto que la causa de los pobres es la causa de Dios es
destinatario de la Buena Noticia de las Bienaventuranzas. Quien ha
experimentado, como María, que "Dios derriba a los poderosos de sus tronos
y despide a los ricos vacíos" (Magnificat),
acoge las Bienaventuranzas como Buena Noticia.
“Felices ustedes, cuando los odien, los excluyan, los
insulten y proscriban su nombre, considerándolo infame, a causa del Hijo del
hombre. Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de
ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos
trataban a los profetas” (Lc 6,22-23). Tiene su paralelo con: “Felices ustedes,
cuando los insulten, persigan, y los calumnien por mi causa. Alégrense y
regocíjense, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la
misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron” (Mt 5,11-12).
Tres citas puede completar la enseñanza: “Todos les odiaran por mi causa, pero
aquel que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10,22). “Al que me anuncie
abiertamente ante los hombres, yo también lo anunciaré ante mi Padre que está
en el cielo. Pero al que se avergüence de mi ante los hombres yo también me
avergonzare de el ante mi Padre que está en el cielo” (Mt 10,22-23). El
sanedrín había prohibido hablar a los apóstoles en nombre de Jesús y por eso
Pedro les dijo: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29).
“Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí. Si
ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son
del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia.
Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me
persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes” (Jn 15,18-20). Estas
citas dan una respuesta panorámica a la pregunta: “Maestro que cosas buenas
tengo que hacer para heredar la vida eterna” (Lc 18,18). Para heredar la vida
eterna hay que anunciar el Evangelio (Mc 16,15). “El que quiera salvar su
vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y
qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá
en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno
de acuerdo con sus obras (Mt 16,25-27).
Si las bienaventuranzas, son más amplias en san Mateo, Lucas
nos da una versión abreviada, pero en el fondo nos está dando las ideas
principales del sermón de Jesús. Por otro lado, no se queda con las
bienaventuranzas, sino que agrega también ciertos reproches a los que actúan en
forma contraria. Guardar los mandamientos (Mt 19,16), es el camino ordinario de
salvación, como el propio Jesús enseñó a propósito de un hombre que le preguntó
sobre lo que había que hacer para conseguir la vida eterna. Quien no actúa de
acuerdo a ellos demuestra que no está dispuesto a obedecer a Dios: "Si
quieres ser perfecto, le dijo Jesús, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los
pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. El joven
rico se fue triste" (Mt 19,21).
Con las bienaventuranzas Jesús va más allá, mostrándonos un
camino superior. Contentarnos con guardar los mandamientos es demostrar que, en
primer lugar, no queremos ser castigados, sino premiados. Las bienaventuranzas
nos conducen por los caminos del amor, no del temor. Son muchos los que
obedecen a Dios por temor. Le tienen miedo. No quieren provocar su ira. Por eso
hacen las cosas lo mejor que pueden, pero siempre con un dejo de queja por no
poder actuar de otro manera.
Como aquel joven rico que desde niño guardaba los
mandamientos, pero no tuvo valor para seguir a Jesús de una forma total. Con
las bienaventuranzas Jesús nos está invitando a ir mucho más lejos, sin que
esto suponga sacrificios especiales.
No se trata de que las bienaventuranzas sean sólo para los
que sienten la vocación por la vida religiosa o sacerdotal, que deben
comprometerse, con un voto o no, a llevar una vida de castidad y pobreza en
óptimo grado. Todos los cristianos hemos sido llamados a seguir el camino de
las bienaventuranzas, porque todos tenemos que despojarnos de las apetencias
mundanas y, sin dejar de vivir en el mundo, vivir sabiendo que no pertenecemos
al mundo.
Para ser un verdadero cristiano hay que tener clara la
conciencia de que somos peregrinos. Nada tenemos que no sea temporal y
pasajero. Cuando olvidamos esto y nos encastillamos, pensando que poseemos algo
seguro en la tierra, pasamos a ser unos cristianos que si actuamos bien, lo
hacemos sólo para poder pasar el examen aunque sea con un mero aprobado. Y esto
es vivir en un gran riesgo, pues al Señor no le gustan las medias tintas, y no
soporta que podamos servir, al mismo tiempo, a otro señor.
El lo dijo claramente: “Ningún criado puede servir a dos
señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y
despreciará al otro. No pueden ustedes servir a Dios y al Dinero” (Lucas
16,13). Las bienaventuranzas son otra forma de decirnos que sólo hay dos
caminos. No podemos transitar al mismo tiempo por los dos. Tenemos que
definirnos. Tenemos que decidirnos por cuál de ellos vamos a caminar. Dijo
Jesús: “Entren por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso
el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué
estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son
los que lo encuentran” (Mateo 7,13).
Si pensamos, como piensan muchos, que se puede ser cristiano
sin sacrificio y sin cruz, eso significaría que no hemos aprendido nada del
Evangelio y nos estamos engañando a nosotros mismos. Esta vida no es para
sufrir, desde luego. Pero tampoco es, como se dice, para gozarla. Esta vida es
para trabajar por lo más importante, que es llegar al Reino de Dios.
El día de nuestro bautismo se nos regaló una nueva
ciudadanía. Ese día comenzamos a ser hijos de Dios y herederos del Reino. Pero,
aunque ya ese reino está dentro de nosotros, todavía no podemos gozar de la
felicidad que un día tendremos cuando lleguemos plenamente a él. Por eso caminamos
hacia El, aceptando cada día sus luchas y sus triunfos, sus alegrías y sus
sinsabores, pero conscientes de que nada tenemos seguro hasta que no lleguemos.
Eso sí, contamos con la gracia de Dios y los dones del Espíritu Santo. Si el
camino es difícil, Jesús va con nosotros todo el tiempo. Los que confunden las
cosas y se creen que el cielo está en la tierra, disfrutando de placeres
puramente pasajeros como si por ellos valiera la pena jugarse la vida, están
terriblemente equivocados. Que nunca lo estemos nosotros, los que hemos
recibido la gracia de ser llamados y ser los hijos de Dios. Al respecto dijo
Jesús: “Cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: Somos siervos
inútiles, porque solo hemos hecho lo que teníamos que cumplir con nuestro deber"
(Lc 17,10).