jueves, 13 de febrero de 2025

DOMING0 VI – C (Domingo 16 de Febrero de 2025)

 DOMING0 VI – C (Domingo 16 de Febrero de 2025)

Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 17. 20-26:

6:17 Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón,

6:20 Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo:

"¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!

6:21 ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!

¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!

6:22 ¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban su nombre, considerándolo infame, a causa del Hijo del hombre!

6:23 ¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!

6:24 Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!

6:25 ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre!

¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!

6:26 ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas! PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

"El pobre murió y los Angeles lo llevaron al seno de Abraham, ambien murió el rico y lo sepultaron" (Lc 16,22). El pobre esta en el cielo y es bienaventurado por vivir honradamente, el rico esta en el infierno por vivir egoistamente.

Al escuchar las Bienaventuranzas, no podemos evitar un serio interrogante en nuestro interior: ¿son las Bienaventuranzas un camino de felicidad? Está claro que Dios desea que seamos felices:  “Ustedes serán felices si, cumplen y las ponen en practican lo que yo les enseño” (Jn 13,17).Para esto nos ha creado, para comunicarnos su amor (IJn 4,8). Y en este amor participado consiste la verdadera felicidad de todo ser humano. Por otra parte, nos resistimos a imaginarnos que el camino conducente a la felicidad pase por la renuncia a las riquezas y la asunción de la persecución como forma habitual de vida. Tenemos la sensación de encontrarnos envueltos en una contradicción. Es, por lo menos, una verdadera paradoja. Apelemos a hechos referidos en el evangelio, que pueden, tal vez, desvelarnos alguna salida a este laberinto.

Por encima de todo, Dios nos quiere felices. La experiencia de cada día y las conclusiones de las ciencias humanas nos confirman que este deseo de felicidad es el móvil más profundo que guía el comportamiento humano. Los expertos no se ponen de acuerdo en señalar cómo se puede conseguir esta sensación de felicidad humana. ¿Sentirse uno bien consigo mismo? ¿Sentirse amado, acogido, valorado por los que le rodean? ¿Estar en armonía consigo mismo, con los demás, con la naturaleza, con Dios? ¿O simplemente tener cada vez más, de todo, para despertar la admiración y la envidia de los demás? Es evidente que por este último camino va la sociedad de consumo. En cambio, la psicología moderna va por los otros caminos de la interioridad. En cambio el Señor nos dice que la verdadera felicidad está en poner en práctica los valores.

Quizás San Agustín lo intuyera cuando, en medio de su azarosa vida, pudo decir: "Señor, nos has hecho para Ti y nuestro corazón no descansa hasta que te encuentra a Ti" (Confesiones 1,1). El compendio evangélico de las Bienaventuranzas nos promete la plenitud del Reino; es lo mismo que decir la culminación de toda felicidad. Y esta culminación está en el encuentro definitivo con Dios mismo: "Dichoso el hombre que confía en Ti" (Sal 84,13). “Quien ama ha nacido de Dios conoce a Dios, quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” I Jn 4,8).

Por los visto, las Bienaventuranzas son como el corazón  de las enseñanzas o del mensaje de Jesús: Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo los ame” ( Jn 13,34). Un mensaje que no sólo anunció sino que lo vivió a lo largo de su vida. Si constituyen el corazón de la vida de Jesús, habremos de concluir que son la Buena Noticia para todos, no sólo para los pobres y perseguidos. Para entenderlo así, es preciso que descubramos que Jesús inicia un proceso de transformación y de cambio en la forma de vida de la sociedad. Al anunciar la presencia del Reino, está llamando a todos a vivir una nueva relación de fraternidad. Nos enseña a reconocer a Dios como Abbá, el Padre-madre de todos, que ama a todos como hijos, pero de una manera especial a los empobrecidos y perseguidos de la tierra, porque son sus hijos más desvalidos. Nos urge a cambiar todas las situaciones y sistemas que generan pobreza, marginación, aplastamiento, opresión.

Esta urgencia la sienten más agudamente los que padecen las consecuencias de este sistema injusto, es decir, los empobrecidos y oprimidos. Ellos son, por esta razón, los primeros artífices de este cambio o transformación. Por eso son los preferidos de Dios: no simplemente porque son pobres (sería injusto pensar que Dios desea mantener las situaciones de injusticia), sino porque son ellos quienes desencadenan el proceso de transformación de las estructuras injustas e inhumanas. Ellos, y todos los que se solidarizan con ellos en este sobrehumano esfuerzo de cambio, gozan de la predilección de Dios, de la asistencia del Espíritu, en definitiva, del Reino de Dios. Quien ha descubierto que la causa de los pobres es la causa de Dios es destinatario de la Buena Noticia de las Bienaventuranzas. Quien ha experimentado, como María, que "Dios derriba a los poderosos de sus tronos y despide a los ricos vacíos" (Magnificat), acoge las Bienaventuranzas como Buena Noticia.

“Felices ustedes, cuando los odien, los excluyan, los insulten y proscriban su nombre, considerándolo infame, a causa del Hijo del hombre. Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas” (Lc 6,22-23). Tiene su paralelo con: “Felices ustedes, cuando los insulten, persigan, y los calumnien por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron” (Mt 5,11-12). Tres citas puede completar la enseñanza: “Todos les odiaran por mi causa, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10,22). “Al que me anuncie abiertamente ante los hombres, yo también lo anunciaré ante mi Padre que está en el cielo. Pero al que se avergüence de mi ante los hombres yo también me avergonzare de el ante mi Padre que está en el cielo” (Mt 10,22-23). El sanedrín había prohibido hablar a los apóstoles en nombre de Jesús y por eso Pedro les dijo: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29).

“Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia. Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes” (Jn 15,18-20). Estas citas dan una respuesta panorámica a la pregunta: “Maestro que cosas buenas tengo que hacer para heredar la vida eterna” (Lc 18,18). Para heredar la vida eterna hay que anunciar el Evangelio (Mc 16,15). “El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.  ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras (Mt 16,25-27).

Si las bienaventuranzas, son más amplias en san Mateo, Lucas nos da una versión abreviada, pero en el fondo nos está dando las ideas principales del sermón de Jesús. Por otro lado, no se queda con las bienaventuranzas, sino que agrega también ciertos reproches a los que actúan en forma contraria. Guardar los mandamientos (Mt 19,16), es el camino ordinario de salvación, como el propio Jesús enseñó a propósito de un hombre que le preguntó sobre lo que había que hacer para conseguir la vida eterna. Quien no actúa de acuerdo a ellos demuestra que no está dispuesto a obedecer a Dios: "Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. El joven rico se fue triste" (Mt 19,21).

Con las bienaventuranzas Jesús va más allá, mostrándonos un camino superior. Contentarnos con guardar los mandamientos es demostrar que, en primer lugar, no queremos ser castigados, sino premiados. Las bienaventuranzas nos conducen por los caminos del amor, no del temor. Son muchos los que obedecen a Dios por temor. Le tienen miedo. No quieren provocar su ira. Por eso hacen las cosas lo mejor que pueden, pero siempre con un dejo de queja por no poder actuar de otro manera.

Como aquel joven rico que desde niño guardaba los mandamientos, pero no tuvo valor para seguir a Jesús de una forma total. Con las bienaventuranzas Jesús nos está invitando a ir mucho más lejos, sin que esto suponga sacrificios especiales.

No se trata de que las bienaventuranzas sean sólo para los que sienten la vocación por la vida religiosa o sacerdotal, que deben comprometerse, con un voto o no, a llevar una vida de castidad y pobreza en óptimo grado. Todos los cristianos hemos sido llamados a seguir el camino de las bienaventuranzas, porque todos tenemos que despojarnos de las apetencias mundanas y, sin dejar de vivir en el mundo, vivir sabiendo que no pertenecemos al mundo.

Para ser un verdadero cristiano hay que tener clara la conciencia de que somos peregrinos. Nada tenemos que no sea temporal y pasajero. Cuando olvidamos esto y nos encastillamos, pensando que poseemos algo seguro en la tierra, pasamos a ser unos cristianos que si actuamos bien, lo hacemos sólo para poder pasar el examen aunque sea con un mero aprobado. Y esto es vivir en un gran riesgo, pues al Señor no le gustan las medias tintas, y no soporta que podamos servir, al mismo tiempo, a otro señor.

El lo dijo claramente: “Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No pueden ustedes servir a Dios y al Dinero” (Lucas 16,13). Las bienaventuranzas son otra forma de decirnos que sólo hay dos caminos. No podemos transitar al mismo tiempo por los dos. Tenemos que definirnos. Tenemos que decidirnos por cuál de ellos vamos a caminar. Dijo Jesús: “Entren por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran” (Mateo 7,13).

Si pensamos, como piensan muchos, que se puede ser cristiano sin sacrificio y sin cruz, eso significaría que no hemos aprendido nada del Evangelio y nos estamos engañando a nosotros mismos. Esta vida no es para sufrir, desde luego. Pero tampoco es, como se dice, para gozarla. Esta vida es para trabajar por lo más importante, que es llegar al Reino de Dios.

El día de nuestro bautismo se nos regaló una nueva ciudadanía. Ese día comenzamos a ser hijos de Dios y herederos del Reino. Pero, aunque ya ese reino está dentro de nosotros, todavía no podemos gozar de la felicidad que un día tendremos cuando lleguemos plenamente a él. Por eso caminamos hacia El, aceptando cada día sus luchas y sus triunfos, sus alegrías y sus sinsabores, pero conscientes de que nada tenemos seguro hasta que no lleguemos. Eso sí, contamos con la gracia de Dios y los dones del Espíritu Santo. Si el camino es difícil, Jesús va con nosotros todo el tiempo. Los que confunden las cosas y se creen que el cielo está en la tierra, disfrutando de placeres puramente pasajeros como si por ellos valiera la pena jugarse la vida, están terriblemente equivocados. Que nunca lo estemos nosotros, los que hemos recibido la gracia de ser llamados y ser los hijos de Dios. Al respecto dijo Jesús: “Cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: Somos siervos inútiles, porque solo hemos hecho lo que teníamos que cumplir con nuestro deber" (Lc 17,10).

lunes, 3 de febrero de 2025

DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO – C (09 de Febrero de 2025)

 DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO – C (09 de Febrero de 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 5,1-11:

5:1 En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret.

5:2 Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes.

5:3 Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca.

5:4 Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar adentro, y echen las redes".

5:5 Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes".

5:6 Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse.

5:7 Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.

5:8 Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador".

5:9 El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido;

5:10 y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres".

5:11 Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor paz y bien.

El evangelio de hoy nos reporta tres escenas en el mensaje: 1) Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Rema mar adentro, y echen las redes" (Lc 5,4). 2) “Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador" (Lc 5,8). 3) “Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres" (Lc 5,10).

“Jesús llamó a los que él quiso. Ellos fueron hacia Jesús, e instituyó a Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar” (Mc 3,13-15). “Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador" (Lc 5,8). "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9,12-13). Entonces, el lugar privilegiado para el encuentro con Jesucristo son nuestros propios pecados. Si un cristiano no es capaz de reconocerse pecador y salvado por la sangre de Cristo, Crucificado, es un cristiano a medias, es un cristiano tibio. "Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca” (Ap 3,15-16).

Jesús le ordena a Simón remar mar adentro (Lc 5,4). Se provoca entonces una pesca milagrosa. Pedro reacciona y dice Señor apártate de mi que soy un pecador” (Lc 5,8). No obstante la confesión de Pedro, Jesús le hace una promesa a Simón: “No temas, en adelante serás pescador de hombres” (Lc 5,10), la cual provoca como reacción el seguimiento del primer apóstol y de sus compañeros: “Dejándolo todo lo siguieron” (Lc 5,11).

La predicación de Jesús a la orilla del lago desde la barca de Simón (5,1-3)

“Estaba él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Esta escena describe lo que es el mundo sin Dios. Todos hacen por su cuenta el trabajo como pueden y el trabajo es insulso, no produce lo necesario. Pasamos día y noche en el trabajo con la reden la mano. Y persisten las necesidades. ¿Qué falta?

No se trata de seguir corriendo, hace falta hacer un alto en el camino de la vida y reflexionar ¿Qué busco en la vida? ¿Dónde pesco? ¿Cuándo pesco? ¿Cómo pesco? Los creyentes hacemos un alto en la semana, son los días domingos. Los domingos damos una mirada a lo alto para escuchar al maestro y escuchar su voz: “Rema mar adentro y echa la red” (Lc 5,4). Pero de la gente que no tiene fe, sigue trabajando los domingos y seguirán con las redes vacías.

El llamado de Simón (Pedro) y sus compañeros (Lc 5,4-11)

Notemos cómo tiene relevancia el diálogo entre Jesús y Simón. Hay cuatro intervenciones: 1) Jesús habla dos veces. La primera para darle una orden Lc 5,4: “Rema mar adentro y echa la red para pescar” y la segunda para hacerle una promesa Lc 5,10: “No temas. Desde ahora será pescador de hombres”. 2) Simón también habla dos veces. La primera vez Simón hace una afirmación Lc 5,5: “Maestro, hemos pasado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes”; la segunda vez le hace una solicitud Lc 5,8: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”. Veamos también la manera como Simón se dirige a Jesús: la primera vez lo llama “Maestro” y la segunda “Señor”.

El mandato de Jesús: “Rema mar adentro” (Lc 5,4) es un mandato que va contra la lógica humana. Los pescadores saben que la pesca es de noche y que de día no se hace nada. “La orden es de ir a pescar anticipa lo que se dirá en la promesa: la tarea apostólica del “pescador de hombres”. Simón va a aprender ahora lo que significa ejecutar una misión encomendada por Jesús. La acción de Simón y la pesca milagrosa (Lc 5,5-7): Simón le respondió: "Maestro, hemos pasado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes y así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Pedro muestra su sorpresa. Habían trabajado toda la noche y no habían pescado nada. Lo habían hecho durante el tiempo en el cual todavía era posible capturar peces. Cuando llega el día, las posibilidades de éxito son prácticamente nulas. Para un conocedor de la pesca en el lago, como los es Simón, es claro que Jesús está pidiendo un imposible. La objeción de Simón tiene sentido. Sin embargo, Simón cree en la Palabra de Jesús y arriesga a una empresa que, si se analiza desde el punto de vista humano, es descabellada. Lo importante es que Simón lo hace con una declaración de confianza en el poder de la Palabra de Jesús, a la manera de las invocaciones del Salmo 119: “Confío en tu Palabra... En tu Palabra esperaré”.

Simón llama a Jesús “Maestro”: En boca de un estudiante, designa al instructor, a quien dispensa un saber. Jesús es, efectivamente, un “maestro”; así se ha comportado en Lc 5,1-3. Donde es descrito como maestro que enseña el Reino de Dios a la multitud apostada en la orilla, desde la barca. Designa también a alguien que dispone de un poder, así como lo tiene el jefe de un equipo. En este sentido, Jesús da órdenes y dirige la maniobra de los pescadores de manera tal que superan todas las expectativas. Lucas nos da detalles del efecto: “gran cantidad de peces”... “las redes amenazaban romperse”... “las dos barcas casi se hundían”. Todo esto es el punto de partida de la impresión que se lleva Simón de Jesús y del asombro de los compañeros. Valga anotar que la ayuda que prestan los compañeros de la otra barca insinúa la eclesialidad que implica el trabajo apostólico.

 Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (Lc 5,8). Es que el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Simón Pedro cae (de rodillas) ante Jesús y nos da una preciosa lección sobre lo que es la oración de un discípulo. Simón Pedro reconoce a Jesús como “Señor”. Este segundo título supera al primero, el de “maestro”. En pocas palabras, el jefe de la barca y sus marineros admiten que la eficacia de la pesca no proviene solamente de sus fuerzas. Sin el “Señor”, su trabajo habría sido infructuoso. Escuchando la Palabra del Señor y ejecutando su voluntad, ellos se convierten en servidores eficaces del Reino de Dios. Ante la presencia del “Santo de Dios”, Simón se reconoce como un pobre pecador, reconociendo así su indignidad. La verdad de Jesús lleva a Simón a descubrir su propia verdad. Un excelente ejemplo de camino penitencial. Pero Jesús no hará caso de la solicitud de “alejarse”, más bien sucede todo lo contrario.

Al respecto de quienes son los elegidos del Señor, San Pablo dice: “Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención, a fin de que, como está escrito: El que se gloría, que se gloríe en el Señor” (I Cor 1,26-30).

En delante de pescador de oficio a pescador de hombres (Lc 5,10). Jesús dijo a Simón: “No temas. Desde ahora serás pescador de hombres”. Poco antes, Simón había conocido a Jesús como aquel que quiere que la gente acoja su Buena Nueva. Ahora, aunque de modo todavía impreciso, Jesús le hace entender que su misión será participar en esta acción: anunciar la Buena Nueva de la salvación a todos los hombres. Dos anotaciones importantes hay que hacer en la frase de Jesús: 1) La expresión “No temas” puede ser entendida como una expresión de perdón. Jesús asume a Simón como él es, aun sabiendo de su fragilidad. 2) La expresión “pescador de hombres” nos remite a Jeremías 16,16, donde se refiere al que congrega al pueblo de Dios disperso después del exilio. Por lo tanto apunta a la misión de apóstol de formar la comunidad.

“Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron”. Cuando comparamos el comienzo del seguimiento de Simón y sus compañeros con el relato de los otros evangelios, vemos cómo Lucas acentúa la radicalidad con la expresión “dejándolo todo”. El abandono de los bienes, a partir de aquí se convierte en un pre-requisito para el discipulado. El desprendimiento del discípulo es total, es decir, su confianza en el nuevo guía de su vida es absoluta. Por él se lo deja todo, de él se lo recibe todo. ¿Por qué habría que dejar todo para seguir al Señor? En otro episodio se nos dice: “No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento” (Mt 10,9-10). Y es que el trabajo por el reino de los cielos y su recompensa  desde lo material está garantizada: “Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa" (Mt 10,42). Dijo Jesús: “El que por mi deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más en esta vida y en la otra obtendrá como herencia la Vida eterna” (Mt 19,29).

Rema mar adentro y echa las redes para pescar: La historia que estamos viviendo requiere hondura. Por ello, es conveniente que el Señor nos mande ir a la profundidad, más allá de lo visto, de lo conocido. Precisamente en esos lugares desconocidos por nosotros es donde nos encontramos con la realidad de Dios. Tenemos que ir mar adentro, es decir, tenemos que ser profundos e ir a la profundidad. Nuestra época lleva al hombre a vivir desde la superficie pero requiere hombres que vayan a lo profundo, hombres de Dios, contemplativos de la vida y de la historia desde Dios. Remar mar adentro significa vivir desde quien es origen de todo lo que existe; significa que lo que sucede y acontece lo vivimos desde Dios. Si queremos alguna explicación la tenemos que buscar en la hondura. El Señor pidió a Simón que remase mar adentro, que fuese a la profundidad a buscar explicaciones a lo que acontecía. Solamente así, se pueden echar las redes y coger algo.

Es evidente que hay vocaciones y profesiones que requieren especiales cualidades. No todos los hombres son aptos para todo, y mientras unos destacan por su habilidad manual, otros lo hacen por su oratoria o por su talento. Pues también para ser cristiano hacen falta determinadas cualidades. También para seguir a Jesús, para comprometerse con Él, para dejar las redes (tantas redes como nos envuelven a menudo), es necesario que el hombre tenga un modo especial de ser. No hace falta especial talento, ni cualidades brillantes, ni sobresalir por la belleza ni por el prestigio. No. Nada de eso. Hace falta ser como aparece Pedro en la escena evangélica de hoy: Hace falta ser un hombre naturalmente- capaz de:

a) Fiarse de Jesús. Y no es nada fácil. No tuvo que resultarle fácil a Pedro, pescador avezado y experimentado, echar las redes en pleno día, cuando sabía perfectamente que los peces se cogen durante la noche y aquella noche había sido un estrepitoso fracaso. No debió resultarle fácil a Pedro y lo dijo asombrado. Pero echó la red. Se fió de Jesús, que de pesca -pensaría Pedro- no sabía ni palabra, y bien que lo estaba demostrando.

b) Autocriticarse. Ahora está de moda autoanalizarse. Está de moda bajar hasta las profundidades del ser para conocerse, arrojar fuera los complejos y "liberarse". Pues bien, Pedro, en este momento, se autoanalizó y llegó rápidamente a una conclusión sencilla y, sin embargo, difícil de aceptar y de confesar: soy pecador. Ante la espléndida respuesta del mar al mandato de Jesús, Pedro siente profundamente el hecho de su duda y la confiesa. Por eso se salvó.

c) Darse a los demás. Vivir en función de. Pedro recibió entonces de Jesús, una vez más, el esbozo de su vida: serás para los otros. Vivirás para los hombres, sufrirás por ellos y gozarás por y para ellos. Los hombres serán, en adelante, la explicación de tu vida.

Tres cualidades, pero que no están nada mal. De las tres necesitamos los cristianos con frecuencia, porque:

a) ¿No es cierto que a veces resulta difícil fiarse de Dios? No es cierto que a veces surge del fondo del ser un sentimiento de rebeldía y alguna pregunta inquietante ante situaciones que se nos antojan absurdas y sin razón de ser? Es cierto y cada uno de nosotros lo habrá experimentado en su propia carne. Fiarse entonces es absolutamente necesario para seguir adelante.

b) ¿Quién es capaz, de verdad, de confesar que es pecador? Sí. Pecador. Así de llanamente. Nosotros, tan buenos, tan religiosos, tan generosos... ¿pecadores? Claro que pecadores. Es éste un sentimiento de lo más sano. Creerse capaz de todo ayuda a no escandalizarse jamás por lo que vemos (a veces, con lentes de aumento) en los demás. Ayuda a no juzgar, ayuda a comprender y ayuda -también muy interesante- a comprenderse y a soportarse.

Ayuda a no escandalizarse cuando uno se ve pequeño y mezquino, sin paliativos y sin disimulos.

c) Y ¿cuántos de los cristianos somos capaces de salir de nosotros mismos y vivir de verdad para los otros? Pues muy pocos, ciertamente. Muy pocos tenemos el norte de nuestra vida orientado hacia el prójimo. Los más vivimos para nuestros "yo", al que cuidamos, mimamos y acariciamos, y apenas nos queda tiempo, tan ocupados estamos en esta tarea, de descubrir cerca de nuestra vida a "los otros" y de salir hacia ellos para ver qué piden y cuál puede ser nuestra respuesta.

domingo, 26 de enero de 2025

DOMINGO DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR T.O - A (2 de Febrero del 2025)

 DOMINGO DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR T.O - A  (2 de Febrero del 2025)

Proclamamos el Evangelio según San Lucas Capítulo 2,22-40

2:22 Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,

2:23 como está escrito en la Ley: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor".

2:24 También debían ofrecer un sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

2:25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él

2:26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.

2:27 Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,

2:28 Angel lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

2:29 «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,

2:30 porque mis ojos han visto la salvación

2:31 que preparaste delante de todos los pueblos:

2:32 luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel».

2:33 Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.

2:34 Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,

2:35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos».

2:36 Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casa en su juventud, había vivido siete años con su marido.

2:37 Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.

2:38 Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

2:39 Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.

2:40 El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Nada impuro podrá entrar en la ciudad santa, ni tampoco entrarán los que haya practicado la abominación y el engaño. Únicamente podrán entrar los que estén inscritos en el Libro de la Vida del Cordero”  (Ap 21,27). Jesús es el cordero que quita el pecado del mundo (Jn 1,29).

Hoy celebramos un gran fiesta pero conviene preguntarnos ¿Es fiesta de la Purificación de la Virgen María o es fiesta de la presentación del Niño Jesús? Pues según la ley de Moisés eran ambas cosas. La ley decía que la mujer al dar a luz un hijo queda impura, es decir, se veía el parto como algo profano y por eso la madre tenía que purificarse en el templo a la vez que presentaba al hijo primogénito  y consagrarlo para el Señor. Para entender mejor nos ilustramos con la misma fuente de la ley según la sagrada escritura:

Los leproso eran excluidos de la comunidad, porque eran calificados por impuros (Lev 13,46; 2 Re 7,3), hasta tanto la enfermedad desaparecía. Los vestidos del leproso debían ser quemados (Lev 13,52). Y las casas que habitaron debían ser demolidas, y sus escombros llevados fuera de la ciudad a un lugar impuro (Lev 14,45). Los ritos de purificación. Varían según las causas que motivaron la impureza. En general, las impurezas de un día de duración desaparecían por sí solas. Un simple baño y el lavado de los vestidos bastaban para quedar limpios de muchas otras impurezas (Lev 14,6-9; 15,5 ss.; Num 19,7). En determinados casos, la purificación importaba un sacrificio expiatorio (Lev 12,6-8; 14,10-13; Num 8,6-22). La purificacion de todo pueblo se verificaba en la fiesta anual del Día de las Expiaciones (Lev 16). Los objetos de cerámica que contraían impureza debían romperse. Los de metal eran frotados y, después, purificados con agua (Lev 15,12; Num 31,20).

Finalidad de la purificación. Lo que se pretendía con el complicado sistema legal de las impurezas y sus correspondientes formas de purificación era establecer entre el pueblo de Dios y los pueblos extranjeros una fuerte barrera, que preservara a aquél de contaminaciones idolátricas y elevara su nivel moral (Lev 20,16; Tob 1,11-12; Dan 1,8.12). No faltaron en el pueblo de Dios quienes, en tiempo de persecución, sellaron con su sangre su fidelidad a las leyes de la pureza (2 Mac 6,18-31; 7), consideradas como «santa legislación establecida por el mismo Dios» (2 Mac 6,23).

Pero la preocupación exagerada por la pureza ritual desembocó en un formalismo ridículo, acompañado con frecuencia de una lamentable despreocupación por la pureza interna o moral.

Reacción contra el formalismo legal. Los profetas enseñan que Dios reclama, ante todo, la práctica del amor, de la justicia y de la humildad para presentarse dignamente ante Él y participar en el culto. Se rebelan contra el ritualismo ajeno a todo cuidado moral. Es la purificación del corazón y de los labios, la limpieza de pecado e iniquidad, lo que pide el Señor (Os 6,6; Am 4,4-5; Is 1,15-17; 6, 5-7; etc.). Según Ez 11,19-20 y 36,25-36 vendrá un tiempo en que Yahwéh derramará un agua que purificará a su pueblo de todas las manchas y pecados. Será la era de la renovación interior, en que el Espíritu de Dios hará germinar frutos de justicia y santidad en los corazones nuevos de los hombres.

Los maestros de la Sabiduría no mencionan la purificación ritual. Siguen en la línea trazada por los profetas, subrayando el aspecto moral de la pureza. Lo que interesa es que la conducta sea irreprochable a los ojos de Yahwéh (Job 11,4). Al hombre le mancha el mal y la injusticia (Job 11,14-17).
Para los salmistas el requisito previo para entrar debidamente en el santuario del Señor es la disposición del corazón, que supone el amor al prójimo y la justicia, la inocencia de las manos y la pureza de corazón (Sab 15; 24,3-4). La purificación del corazón es obra de sólo Dios. Es una acción creadora, que hay que impetrar del Señor (Slm 51,12).

Nuevo Testamento. Ante la actitud formalista de los fariseos, siempre atentos a la purificación ritual, mientras pasaban por alto los preceptos más sagrados de la Ley, tales como la justicia y la misericordia, Jesús reaccionó con duras recriminaciones, haciendo resaltar el aspecto interno de la purificación (Mt 23,23-27; Lv 11,38-42). En ocasiones, con divina pedagogía, se acomodaba a la mentalidad de su pueblo, fuertemente enraizado en la práctica de la purificación legal. Por eso ordenó al leproso el cumplimiento del rito de purificación (Mc 1,43-44). Pero, llegado el momento, formula su principio fundamental: “Mancha al hombre lo que proviene del corazón, no lo que entra por la boca (Mc 7,1-23). Impuro, por consiguiente, es todo lo que encierra pecado. Y la impureza moral es la única que importa evitar. Al hombre internamente impuro no le devuelven la limpieza los simples ritos externos. La purificación del corazón es efecto de la palabra del Señor (Jn 13,10-11; 15,3); palabra eficaz, que da la vida divina a los que creen en el Hijo de Dios (Jn 5,24; 6,63; 8,51). Sólo los que se hallen en posesión de un corazón puro lograrán ver a Dios (Mt 5,8).

El aspecto ritual de la purificación siguió pesando sobre los Apóstoles. Fue precisa una revelación divina para que Pedro abandonara sus escrúpulos judaicos y reconociese que el cuerpo incircunciso y legalmente impuro de un gentil podía contener un corazón puro, como resultado de su fe en Dios (Hch 10,14.15.28; 15,9). Sólo entonces vio claro Pedro que la purificación es obra exclusiva de Dios, que no tiene en cuenta la disposición legal del sujeto (Hch 15,9). La experiencia resultó una lección elocuente, que surtiría efecto en los demás discípulos (Hch 11,1-18).

Nada es puro para los que están manchados y no tienen fe (Tit 1,15). Así interpreta S. Pablo, gran promotor de la purificación interior, el principio enunciado por Cristo. Si «todo lo que Dios ha creado es bueno» (1 Tim 4,4) y la purificación del corazón es obra suya, «No va a destruir la obra de Dios un alimento» (Rom 14,20). Por tanto, para el cristiano, purificado con la sangre de Cristo (Tit 2,14; Heb 9,13; Apc 7,14) en el Bautismo (Ef 5,26; 1 Pe 3,21), «nada hay impuro en sí» (Rom 14,14). Las leyes de la purificación ritual no eran más que preceptos pasajeros, dados en vista de la incapacidad humana en la antigua economía (Col 2,20-22), de los que nos ha liberado Cristo (Gal 5,1).

 Por tanto, en el mandato de Dios tanto en el AT. Y el NT. es importante conservar la santidad o la pureza de corazón: “Yo soy el Señor, el que los hice subir del país de Egipto para ser su Dios. Ustedes serán santos, porque yo soy santo” (Lev 11,45). El tocar cosas impuras como manipular la carne o la sangre y con mas razón si es por parte de una mujer, pues la hace impura y hechos como estas atentan contra la santidad que Dios manda.

Se entiende en el AT. Que solo el varón consagrado a Dios puede tocar sangre cuando se ofrece animales o corderos en el sacrificio del altar para la expiación de los pecados. Si la mujer toca sangre por ejemplo en el parto queda impura y por tal razón el Señor dijo a Moisés: “Habla en estos términos a los israelitas: Cuando una mujer quede embarazada y dé a luz un varón, será impura durante siete días, como lo es en el tiempo de su menstruación. Al octavo día será circuncidado el prepucio del niño, pero ella deberá continuar purificándose de su sangre durante treinta y tres días más. En los esos días no tocará ningún objeto consagrado ni irá al Santuario, antes de concluir el tiempo de su purificación… Al concluir el período de su purificación, tanto por el hijo como por la hija, la madre presentará al sacerdote, a la entrada de la Carpa del Encuentro, un cordero de un año para ofrecer un holocausto, y un pichón de paloma o una tórtola, para ofrecerlos como sacrificio por el pecado. El sacerdote lo presentará delante del Señor y practicará el rito de expiación en favor de ella. Así quedará purificada de su pérdida de sangre. Este es el ritual concerniente a la mujer que da a luz un niño o una niña” (Lev 12,1-7).

Conviene hacer mención del primogénito que debe ser consagrado para Dios como ordena a Moisés: “Conságrame a todos los primogénitos. Porque las primicias del seno materno entre los israelitas, sean hombres o animales, me pertenecen. -Moisés dijo al pueblo- Guarden el recuerdo de este día en que ustedes salieron de Egipto, ese lugar de esclavitud, porque el Señor los sacó de allí con el poder de su mano. Este día, no comerán pan fermentado. Hoy, en el tiempo de su liberación, ustedes salen de Egipto. Y cuando el Señor te introduzca en el país de los cananeos, los hititas, los amorreos, los jivitas y los jebuseos, en el país que el Señor te dará porque así lo juró a tus padres –esa tierra que mana leche y miel– celebrarás el siguiente rito en este mismo mes: Durante siete días, comerás pan sin levadura, y el séptimo día habrá una fiesta en honor del Señor” (Ex 13,1-6).

Traemos a colación en son de resumen cuando el gran Apóstol (NT.)San Pablo lo recapitula en estos términos todos los mandatos de la ley (AT.): “Cuando éramos menores de edad, estábamos sometidos a los elementos del mundo (Ley). Pero cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y se sometió a la ley para rescatar a los que estaban sometidos a la ley, y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo» ¡Abba!, es decir, ¡Padre! Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero por la gracia de Dios” (Gal 4,3-7).

En el N.T. el poder de purificación ya no es por el sacrificio del corderito y derramar su sangre en el altar. Como bien lo dice San Pablo, es el Hijo Redentor, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,29). Son los sacramentos que el Hijo de Dios Cristo Jesús instituyó para la remisión de los pecados y por nuestra santificación. Así, Jesús hace referencia al bautismo, el primer sacramento en estos términos: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios. Nicodemo le preguntó: ¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?». Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: “Ustedes tienen que renacer de lo alto». El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu” (Jn 3,3-9).

Finalmente creemos conveniente destacar el encuentro del niño Jesús con el anciano Simeón (Lc 2,28). Es la realización de la promesa. Es la capacidad del anciano de envejecer sin renunciar a la esperanza. Simeón había recibido la promesa de no morir sin haber visto antes al Mesías. La vida se iba apagando, pero la esperanza seguía viva. Es lindo el encuentro entre la vejez que se apaga y la niñez que comienza. Lo más lindo es que precisamente el encueto se produce a la vez que vamos perdiendo la visión. Sin embargo, es justo ahora que los ojos de Simón que se van muriendo que se llenan de luz. Simeón se llena de gozo y de vida y ya no siente la nostalgia de morir: “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,28). Simeón ya dijo todo lo que tenía que decir. Después de María y José, es él el primero en reconocer y en abrazar al Niño. Es a través de un anciano que Jesús se revela como luz del mundo.

Es la nueva Epifanía de Jesús. Es la Epifanía de Jesús a Israel en la persona de un anciano que solo espera la muerte. Es la Epifanía de Jesús a un anciano que está en el Templo. En la primera Epifanía, los Magos regresan a sus tierras por otro camino, no dicen ni palabra, solo adoran de rodillas y se van. Ahora es la Epifanía del que también quiere regresar con la vida plena y realizada. María y José miran, callan y su corazón vive y siente. Mientras tanto, alguien cargado de años siente el gozo de haber vivido, siente la alegría de María y José, siente la alegría dejándose abrazar por quien supo esperar. Confieso que hoy siento la alegría de un anciano que, lleno de gozo, ya no le importa prolongar su vida. Le basta que sus ojos le han visto: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto a tu salvador que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,28-32).

domingo, 19 de enero de 2025

DOMINGO III – C (26 de Enero de 2025)

 DOMINGO III – C (26 de Enero de 2025)

Proclamación del Santo evangelio según San Lucas 1,1-4. 4;14-21:

1:1 Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros,

1:2 tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra.

1:3 Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado,

1:4 a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.

4:14 Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región.

4:15 Enseñaba en sus sinagogas y todos lo alababan.

4:16 Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura.

4:17 Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

4:18 El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos,

a dar la libertad a los oprimidos

4:19 y proclamar un año de gracia del Señor.

4:20 Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.

4:21 Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido estas profecías de la Escritura que acaban de oír". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Hoy, iniciamos con el evangelio de Lucas, que estudiaremos domingo a domingo durante el año. Este evangelio es parte de los evangelios sinópticos, contiene 24 capítulos, es decir el segundo evangelio más extenso. El mensaje está centrado en Jesús, que es el Hijo de Dios. Escribe para Cristianos convertidos del paganismo. Es discípulo de Pablo quien predica el evangelio a los paganos y se considera el apóstol de los paganos: “A ustedes, que son de origen pagano, les aseguro que en mi condición de Apóstol de los paganos, hago honor a mi ministerio” (Rm 11,13).

 El mensaje del evangelio puede contextualizarse para su comprensión con las citas: “Yo, suscitaré entre Uds. un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él dirá todo lo que yo le ordene” (Dt 18,18). “Si un profeta se atreve a decir una palabra en mi nombre sin que yo le haya ordenado decir algo, o si habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá" (Dt 18,20). "¿Cómo saber si tal palabra no la ha pronunciado el Señor?". Si lo que el profeta dice en nombre del Señor y no se cumple ni sucede lo que el profeta dice, quiere decir que el Señor no ha dicho esa palabra” (Dt 18, 21-22). Jesús termina en el evangelio diciendo: "Hoy se ha cumplido estas profecías de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4,21).

En el evangelio de hoy conviene tener dos detalles: 1) Jesús dio lectura de la escritura (Is 61): “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me envió para anunciar el evangelio a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18). 2) Después de leer dijo: "Hoy se ha cumplido esta profecía de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4,21). Es decir Jesús, después del bautismo inicia con su ministerio dando una mirada al Padre celestial y una mirada al pueblo (Iglesia).

1) “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me envió para anunciar el evangelio a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18). Esta atenta mirada al cielo no es sino una respuesta a aquella palabra que le llego del cielo en el bautismo: “Tu eres mi Hijo amado, yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22). Es más, podemos traer a colación aquella escena del misterio de la encarnación. María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre? El Ángel le respondió: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el Santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios” (Lc 1,34-35). Queda claro, que Jesús al afirmar “El espíritu del Señor esta sobre mi” (Lc 4,18) no hace sino reafirmar lo que el Ángel había dicho a la virgen María.

Conviene recordar aquella escena en que Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta. Jesús le respondió: Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14,8-11). Es más, Jesús dice “Yo y el Padre somos un sola cosa” (Jn 10,30). Con esa contundencia Jesús pone de manifiesto su poder al decir: "Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado. Después de decir esto, gritó con voz fuerte: ¡Lázaro, ven afuera! El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar" (Jn 11,41-44).

2) "Hoy se ha cumplido esta profecía de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4,21). Esta segunda afirmación no es sino una atenta mirada a a la parte humana y en este aspecto es lo que san Lucas en su relato resaltará la misión de Jesús. Así por ejemplo tenemos el detalle amplio sobre el misterio de la encarnación (Lc 1,26-38).

El mensaje está centrado en afirmar la contundencia del cumplimiento de todas las profecías del A.T. en el Mesías, Cristo Jesús: "Hoy se ha cumplido esta profecía de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4,21). Otro episodio que reafirma esta idea es aquello: “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos” (Mt 5,17-19). Tal cumplimiento como misión tiene un acento especial que trae el siguiente episodio: "Los sanos no tienen necesidad del medico sino los enfermos, aprendan lo que significa misericordia quiero y no sacrificios, que no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores" (Mt 9,12-13). Enunciado que complementa perfectamente lo que hoy leímos en el evangelio: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me envió para anunciar el evangelio a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor" (Lc 4,18).

Este es un hermoso Evangelio para el hombre de hoy, y para el hombre de todos los tiempos. En él se habla de Buena Noticia para los pobres, de liberación y de gracia para todos. Jesús quiso hacer esta especie de declaración programática al visitar por primera vez Nazaret, su pueblo. Así que algún sentido especial tiene.

Liberación es una palabra, como libertad, que no tiene que asustar a un cristiano. Y el lenguaje tiene mucha importancia en la transmisión del mensaje y debe cuidarse en la evangelización. De otra forma, va a parecer que los cristianos estamos en contra, al menos de palabra, de ciertos valores muy apreciados por el hombre de hoy. O que les tenemos miedo. Por ejemplo, la libertad y la liberación integral del hombre. También de las opresiones estructurales injustas, especialmente en su vertiente política y económica. La liberación cristiana es una liberación integral, de toda opresión injusta, tanto personal como estructural. El texto de Isaías que está en la cita de Jesús se refiere directamente a los deportados de Israel y está claro de qué liberación habla. El hecho central, por otra parte, de la historia de Israel es la liberación por Dios de la opresión de los egipcios. Hecho que, según Von Rad, nunca espiritualizó aquel pueblo. La justicia de que hablan los profetas es una justicia social. Y Jesús aquí habla de cautivos, de ciegos, de pobres y de oprimidos. No cabe duda que la liberación que trae Jesús es una liberación integral, que partiendo, en primer lugar, del corazón del hombre, llega hasta las estructuras injustas. El Reino de Dios que predica Jesús es un Reino de santidad y de amor, pero también de libertad y de justicia.

¿Dónde hay que poner el acento? Jesús lo pone en el corazón del hombre. Eso es lo que hace impuro al hombre. El mal y el pecado anidan en el corazón del hombre como algo personal. De ahí su grandeza y por eso es libre y responsable.

"Es cierto que las perturbaciones que tan frecuentemente agitan la realidad social proceden en parte de las tensiones propias de las estructuras económicas, políticas y sociales. Pero proceden, sobre todo, de la soberbia y del egoísmo humanos, que trastornan también el ambiente social" (_VAT-II.GS, 25).

Liberación total del hombre, antes en la línea del ser que del hacer. Pero esta liberación no es total si se limita a una liberación espiritualista o a resolver el problema del pan y la justicia, sin dar al hombre amor y razones para vivir. La liberación de Jesús abarca al hombre en todas sus dimensiones.

Para poder liberar a los demás uno tiene que ser total e interiormente libre. Libre de acuerdo con la finitud y limitación de la condición humana, libre de la esclavitud de las pasiones y de las ideologías, de toda clase de ídolos, y del afán de poseer y dominar a los otros.

Hay que sentir a fondo el gusto y la pasión por la libertad y, a continuación, ser conscientes de que la verdadera liberación se logra en el compromiso y en la vocación personal. El libertinaje y el permisivismo absoluto hunden al hombre y no lo liberan. Una vez bien afirmado que la liberación verdadera nace del corazón y del interior de cada hombre, no conviene desconocer un peligro que asalta, con frecuencia, al cristiano: creer que con buenas intenciones y con la bondad personal se resuelven todos los problemas. La sicología profunda ha detectado problemas superiores al deseo y esfuerzo personal, pero que influyen decisivamente desde el subconsciente. Lo mismo que la filosofía ha tomado conciencia del poder de ciertas estructuras e instituciones más allá de las buenas intenciones de las personas.

A veces es imposible liberar de verdad a las personas sin cambiar las estructuras y puede ser una cobardía refugiarse en lo individual.

El texto evangélico de hoy habla de otra cosa importante: el ańo de gracia, o amnistía, para todos. Esto le cayó muy mal a los judíos porque ellos esperaban, más bien, el desquite frente a sus enemigos. Y eso no entra en el mensaje de Jesús. Así que lo expulsan del pueblo, la revancha y el odio no caben en los seguidores de Jesús. La violencia es una trampa mortal para el hombre. La liberación tiene que ser para todos los hombre y para todos los pueblos. No hay pueblo escogido ni pueblo de Dios. Ya el hecho de creérselo es malo. Para la liberación total no basta la justicia, aunque es imprescindible, sino que hace falta la gracia, el perdón y el amor para aquietar y satisfacer el corazón del hombre.

"Y se puso a decirles: hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Con Jesús y en Jesús se da la verdadera salvación y liberación del hombre. El cristiano así lo siente y lo vive. Es ya un liberado, a pesar de los fracasos y limitaciones personales. Sólo así se puede convertir en un evangelizador, en un transmisor de la Buena Noticia del Reino de Dios que pone en marcha Jesús y que, en última instancia, es el mismo Jesús. Ojalá se cumpla hoy, para nosotros, en esta misa la palabra de Dios.

Este es un Evangelio para el hombre de hoy, y para el hombre de todos los tiempos. En él se habla de Buena Noticia para los pobres, de liberación y de gracia para todos. Jesús quiso hacer esta especie de declaración programática al visitar por primera vez Nazaret, su pueblo. Así que algún sentido especial tiene.

Liberación es una palabra, como libertad, que no tiene que asustar a un cristiano. Y el lenguaje tiene mucha importancia en la transmisión del mensaje y debe cuidarse en la evangelización. De otra forma, va a parecer que los cristianos estamos en contra, al menos de palabra, de ciertos valores muy apreciados por el hombre de hoy. O que les tenemos miedo. Por ejemplo, la libertad y la liberación integral del hombre. También de las opresiones estructurales injustas, especialmente en su vertiente política y económica. La liberación cristiana es una liberación integral, de toda opresión injusta, tanto personal como estructural. El texto de Isaías que está en la cita de Jesús se refiere directamente a los deportados de Israel y está claro de qué liberación habla. El hecho central, por otra parte, de la historia de Israel es la liberación por Dios de la opresión de los egipcios. Hecho que, según Von Rad, nunca espiritualizó aquel pueblo. La justicia de que hablan los profetas es una justicia social. Y Jesús aquí habla de cautivos, de ciegos, de pobres y de oprimidos. No cabe duda que la liberación que trae Jesús es una liberación integral, que partiendo, en primer lugar, del corazón del hombre, llega hasta las estructuras injustas. El Reino de Dios que predica Jesús es un Reino de santidad y de amor, pero también de libertad y de justicia.

¿Dónde hay que poner el acento? Jesús lo pone en el corazón del hombre. Eso es lo que hace impuro al hombre. El mal y el pecado anidan en el corazón del hombre como algo personal. De ahí su grandeza y por eso es libre y responsable.

"Es cierto que las perturbaciones que tan frecuentemente agitan la realidad social proceden en parte de las tensiones propias de las estructuras económicas, políticas y sociales. Pero proceden, sobre todo, de la soberbia y del egoísmo humanos, que trastornan también el ambiente social" (GS, 25).

Liberación total del hombre, antes en la línea del ser que del hacer. Pero esta liberación no es total si se limita a una liberación espiritualista o a resolver el problema del pan y la justicia, sin dar al hombre amor y razones para vivir. La liberación de Jesús abarca al hombre en todas sus dimensiones.

Para poder liberar a los demás uno tiene que ser total e interiormente libre. Libre de acuerdo con la finitud y limitación de la condición humana, libre de la esclavitud de las pasiones y de las ideologías, de toda clase de ídolos, y del afán de poseer y dominar a los otros.

Hay que sentir a fondo el gusto y la pasión por la libertad y, a continuación, ser conscientes de que la verdadera liberación se logra en el compromiso y en la vocación personal. El libertinaje y el permisivismo absoluto hunden al hombre y no lo liberan. Una vez bien afirmado que la liberación verdadera nace del corazón y del interior de cada hombre, no conviene desconocer un peligro que asalta, con frecuencia, al cristiano: creer que con buenas intenciones y con la bondad personal se resuelven todos los problemas. La sicología profunda ha detectado problemas superiores al deseo y esfuerzo personal, pero que influyen decisivamente desde el subconsciente. Lo mismo que la filosofía ha tomado conciencia del poder de ciertas estructuras e instituciones más allá de las buenas intenciones de las personas.

A veces es imposible liberar de verdad a las personas sin cambiar las estructuras y puede ser una cobardía refugiarse en lo individual.

El texto evangélico de hoy habla de otra cosa importante: el ańo de gracia, o amnistía, para todos. Esto le cayó muy mal a los judíos porque ellos esperaban, más bien, el desquite frente a sus enemigos. Y eso no entra en el mensaje de Jesús. Así que lo expulsan del pueblo, la revancha y el odio no caben en los seguidores de Jesús. La violencia es una trampa mortal para el hombre. La liberación tiene que ser para todos los hombre y para todos los pueblos. No hay pueblo escogido ni pueblo de Dios. Ya el hecho de creérselo es malo. Para la liberación total no basta la justicia, aunque es imprescindible, sino que hace falta la gracia, el perdón y el amor para aquietar y satisfacer el corazón del hombre.

"Y se puso a decirles: hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Con Jesús y en Jesús se da la verdadera salvación y liberación del hombre. El cristiano así lo siente y lo vive. Es ya un liberado, a pesar de los fracasos y limitaciones personales. Sólo así se puede convertir en un evangelizador, en un transmisor de la Buena Noticia del Reino de Dios que pone en marcha Jesús y que, en última instancia, es el mismo Jesús. Ojalá se cumpla hoy, para nosotros, en esta misa la palabra de Dios.

domingo, 12 de enero de 2025

II DOMINGO T.O. – C (19 de Enero de 2025)

 II DOMINGO T.O. – C (19 de Enero de 2025)

Proclamación del santo evangelio según san Juan 2,1-11:

2:1 Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí.

2:2 Jesús también fue invitado con sus discípulos.

2:3 Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: "No tienen vino".

2:4 Jesús le respondió: "Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía".

2:5 Pero su madre dijo a los sirvientes: "Hagan todo lo que él les diga".

2:6 Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una.

2:7 Jesús dijo a los sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde.

2:8 "Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron.

2:9 El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo

2:10 y le dijo: "Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento".

2:11 Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Felices los que han sido invitados al banquete de bodas del Cordero” ( Ap 19,9). “El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió a sus servidores a que invitara a la boda a todos, pero estos se negaron a ir” (Mt 22,2-3). “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta? (Mt 2,12). “Las necias dijeron a las prudentes: Dennos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan" (Mt 25,8). “Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta” ( Jn 16,24). Son citas que dan sentido real a los signos como indicativo de felicidad y santidad.

Los signos (milagros) de Cristo, especialmente tal como los relata San Juan, no son nunca una  simple demostración del poder de Dios sino que tienen un significado y muestran  visiblemente el sentido de lo que Jesús anuncia con su palabra.

La conversión del agua en vino (Jn 2,7) tiene, pues, un significado. En otra ocasión Jesús  multiplicará el pan (Jn 6,11) y en ésta convierte el agua en vino. Conviene destacar que en uno y otro  caso se trata de dar de comer y beber abundantemente. Jesús multiplica el pan, signo  de la vida, hasta la saciedad y aún sobraron doce canastas: Jesús da la vida. Jesús  convierte en vino seiscientos litros de agua: Jesús da abundantemente la alegría de  vivir, que esto significa el vino. Y es que Jesús vino a este mundo, como él dijo, "para que  tengamos vida y la tengamos abundante" (Jn 10,10), para que nuestra vida rebose con el  gozo de vivir.

Vida, y vida abundante: pan y vino; el pan que ganamos con el trabajo y el vino que  alegra nuestras fiestas. Y es que Jesús es la Vida: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6).  Por lo tanto, lo que se proclama en este milagro es la comunicación de la vida. Jesús da la Vida, está con nosotros, convive con nosotros y así nos da la vida y la alegría  de vivir.

COMIDA en el Reino de Dios: Esta comunicación de la vida se expresa en los evangelios  frecuentemente bajo la imagen de una comida: Jesús se sienta a la mesa de los publicanos  (Mt. 9, 10; Lc. 19, 2-10), Jesús frecuenta la casa de su amigo Lázaro y se sienta en su  mesa (Lc. 10, 38-42), Jesús acepta la invitación del fariseo Simón, Jesús se sienta a comer  con todo el pueblo en la ladera de una montaña.

Estas comidas realizan ya el anuncio mesiánico del A. T. y son para el hombre, perdón  (Lc. 7,47), gozo (Mt. 9, 15), salvación (Lc. 19,9) y, sobre todo, abundancia de vida (Mt. 14,  15-21).

Todas estas comidas encuentran su culminación en la Ultima Cena, en la que Jesús se  hace el anfitrión y el alimento de sus discípulos. Jesús da a comer el pan de vida: su propio  Cuerpo; y a beber el cáliz de la salvación: su propia Sangre, sellando la Nueva Alianza de  Dios con los hombres (Lc 22,19) Es en esta perspectiva como descubrimos el profundo significado de  la "hora" del Señor.

Jesús y su hora: Fíjense bien, a la petición de su madre, él responde: "Todavía no ha  llegado mi hora" (Jn 2,4). La "hora" del Señor no la marcan los relojes o los astros de este mundo,  sino la voluntad del Padre: "Padre ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te  glorifique a ti" (Jn. 17.1). Así dijo Jesús en la Ultima Cena (Lc 22,19).

La "hora" a la que Cristo se refiere, es la hora de su entrega definitiva a los hombres, en  la cruz (Jn 19,30). Previo, es la hora tan deseada: "Cuando llegó la hora se puso a la mesa con los apóstoles  y les dijo: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con Uds. antes de padecer": (Lc.  22,15). Y esta hora suprema del amor de Cristo a los hombres es ahora, antes de padecer,  la hora de sus bodas de sangre con la humanidad, que marca todo el camino de Cristo y da  sentido a todas las comidas de Cristo con los publicanos, los pecadores, con el pueblo, etc.  Esta es la hora que se anticipa en Caná de Galilea, porque esta hora se hace de alguna  manera presente cuando la fe sale al encuentro de la salvación que Dios te ofrece. La fe de  la Virgen María anticipa la hora del Señor.

Por eso, porque Jesús vino como el novio de la humanidad a celebrar el banquete que el  Padre ha preparado para su Hijo (recuérdese la parábola del rey que preparó un banquete  de bodas para su hijo), por eso Jesús está también presente en un banquete de bodas. Por  eso ha querido elevar esta fiesta tan humana de las bodas al signo sacramental de las que  él contraerá con la humanidad indisolublemente.

Para Uds. esposos cristianos. Cristo no puede ser un simple invitado en sus  bodas, sino el que se ha de quedar con Uds. cuando todos los demás invitados se  hayan marchado.

Cristo quiere ser el testigo de su cariño, el garante de su felicidad, el mediador  en sus conflictos, el confidente de sus problemas, el amigo que les saca de  apuros cuando empieza a escasear el vino... Sobre todo esto, el que les da la alegría de  vivir, convirtiendo el vino de su amor humano en el generoso vino de última hora: el  vino del amor cristiano. Por eso el matrimonio cristiano no puede ser nunca un egoísmo dual, ya que en él se representa el amor infinito de Dios que entra en comunión con todos  los hombres. El esposo cristiano ha de amar en su mujer a todo el mundo. Es esta para él prójimo en  carne viva. La mujer cristiana ha de amar en su esposo al mismo Cristo, el Hermano  universal (Mt 19,6).

En el inicio del tiempo ordinario en su primera parte, el evangelio que hoy leímos nos sitúa en 4 puntos: 1) "No tienen vino" (Jn 2,3). 2) "Hagan todo lo que él les diga" (Jn 3,5). 3) "Llenen de agua estas tinajas" (Jn 3,7). 4) "Saquen ahora, y lleven al encargado del banquete” (Jn 3,8). Las dos intervenciones primeras son de la Madre y las dos intervenciones siguientes son del Hijo. A los que hay que agregar la intervención del Padre en el domingo anterior: “Tu eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22). Enunciado que se complementa con lo de: “Este es mi hijo amado en quien me complazco, escúchenlo” (Mt 17,5). La primera intervención del Padre es en el inicio de la vida pública del Hijo y la segunda intervención del Padre es en la parte final de la vida pública del Hijo. Pues veamos algunos detalles:

1 “Ya no tienen vino” (Jn 2,3), ¿Quién interviene en la escena?. Recordemos que la escena es una fiesta, bodas de Caná. La Madre interviene e intercede por los de la fiesta (Iglesia). Esta es la “segunda” intervención. Recordemos la primera. Y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has tratado así? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados". Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?" (Lc 2,48-49). Pero también conocemos este enunciado: “Su madre conservaba y meditaba estas cosas en su corazón” (Lc 2,51). Este episodio nos da pie en afirma que en la parte humana, es la Madre quien inicia a su hijo en la vida pública. En la parte divina es el Padre quien inicia al Hijo en el ejercicio de su ministerio al decir: “Tu eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22).

2 “Hagan lo que él les diga” (Jn 3,5): ¿Qué cereza tiene la Madre para recomendar a la gente que hagan lo que su hijo les diga? La Madre tiene a su favor aquella aclaración desde lo alto por el Ángel en el misterio de la encarnación. María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?" El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño que nacerá de ti será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,34-35). Y luego se nos dice que: “Su madre conservaba y meditaba estas cosas en su corazón” (Lc 2,51). Eh ahí tenemos suficientes evidencias de que la Madre sabe bien que su Hijo puede hacer algo en favor de la gente de la boda. Y es que a Madre le interesa la alegría de la gente. Recordemos aquella exclamación suya: “Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (Lc 1.47). Y es que la alegría equivale para la Madre vivir en la presencia de Dios (Cielo). La tristeza equivale a la vida en ausencia de Dios (Infierno). Así, que un día gocemos de la fiesta eterna dependerá de cuánto obedecemos al consejo de la Madre: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2,5).

3) "Llenen de agua estas tinajas" (Jn 3,7). Si un día queremos ser parte de la fiesta de las bodas del hijo, debemos llenar de agua las tinajas, si o so. ¿Cómo hacerlo? Aquí algunas citas que nos dan luces: Dijo Jesús a sus discípulos: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,15-18).

4) "Saquen ahora, y lleven al encargado del banquete” (Jn 3,8). Es deber nuestro como bautizados poner en ejercicio nuestro ministerio como sacerdotes de Cristo. Y entiéndase por sacerdocio como ministros de Dios. Que todos beban de la dulzura del vino nuevo. Pero para eso se requiere ser vino nuevo: “Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!" (Mc 2,21-22).

Reflexión pastoral de las Bodas de Caná de Galilea: Las Bodas de Caná, narradas en Juan 2:1-11, nos presentan una serie de enseñanzas y simbolismos profundos:

  1. El Primer Milagro de Jesús: Este evento marca el inicio del ministerio público de Jesús. Al transformar el agua en vino, Jesús revela su divinidad y poder, dejando claro que está entre nosotros para traer transformación y renovación.
  2. La Intercesión de María: María, la madre de Jesús, desempeña un papel crucial en este milagro. Cuando el vino se agota, ella se dirige a Jesús y le informa de la situación, demostrando su fe en él. Su frase “Haced todo lo que él os diga” es un llamado a confiar plenamente en la guía de Jesús.
  3. La Abundancia del Reino de Dios: La transformación del agua en vino en abundancia y de alta calidad simboliza la generosidad del Reino de Dios. Jesús no solo provee, sino que lo hace de manera abundante y excelente, mostrando que en su reino, siempre hay más que suficiente.
  4. La Significación del Vino: El vino es a menudo símbolo de alegría y celebración en la Biblia. La provisión de vino de Jesús puede interpretarse como una representación de la vida plena y abundante que él ofrece a sus seguidores.
  5. La Discreción de Jesús: A pesar de ser un milagro significativo, Jesús realiza el acto de manera discreta, sin buscar atención pública. Esto nos enseña sobre la humildad y el enfoque en el servicio a los demás sin buscar reconocimiento.

Reflexión Personal: Las Bodas de Caná nos invitan a reflexionar sobre nuestra propia fe y confianza en Jesús. Nos desafía a ver más allá de lo ordinario y a encontrar lo extraordinario en nuestra vida cotidiana. En momentos de necesidad, estamos llamados a recurrir a Jesús con la certeza de que él proveerá de manera abundante y perfecta los dones para nuestra santificación.

miércoles, 8 de enero de 2025

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR – C (12 de Enero de 2025)

 DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR – C (12 de Enero de 2025)

Proclamación del Santo evangelio según Sn Lc: 3, 15-16. 21-22:

3:15 Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías,

3:16 él tomó la palabra y les dijo a todos: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.

3:21 Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo

3:22 y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección". PALABRA DEL SEÑOR

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Quien cree y se bautice se salvara” (Mc 16,16). Tenemos que creer y entrar en sintonía con Dios y caer en la cuenta del amor enorme que nos tiene Dios (IJn 4,8). Por eso se hizo hombre (Jn 1,14) y "Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras"(1 Co 15, 3). Nuestra salvación procede de la iniciativa del amor de Dios hacia nosotros porque "Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10). "En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo" (2 Co 5, 19). Por eso, después de esta vida nos prepara otra maravillosa experiencia: “No se preocupen. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones… Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes” (Jn 14,1-3). O sea, Dios es el primero que quiere estar con nosotros; Él es Emmanuel (Is 7,14). Luego, quiere que estemos con El y dice: "Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré" (Mt 11,28). Para estar con Él requiere purificación y santificación. Dice Dios: “Yo soy el Señor, su Dios, y ustedes tienen que purificarse y santificarse, porque yo soy Santo” ( Lv 11,44). El bautismo purifica de todo tipo de pecados y así lo manifiesta a Nicodemo: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Porque, lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu” (Jn 3,5) ¿Cuándo nacemos en el espíritu? El día de nuestro bautismo. Porque, por el bautismo se nos abre la puerta del cielo, nos santificamos por el don del Espíritu Santo y somos hijos de Dios (Lc 3,21-22).

Con el bautismo del Señor terminamos y cerramos el tiempo de navidad. E iniciamos el tiempo ordinario. El bautismo, el primer sacramento que todo creyente debe recibir y no solo el bautismo, sino también los demás sacramentos.  ¿Qué finalidad tienen los sacramentos en la vida de un creyente? La finalidad es la de cumplir el mandato supremo de Dios: “Yo soy Yahveh, el que les ha sacado de la tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean, pues, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). Los sacramentos como el bautismo nos santifican. Y la santidad nos sirve para estar con Dios (salvación). El Hijo participa del bautismo para darnos a entender que el Padre y el Hijo, unidos en el Espíritu Santo es uno: “Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22);  “Este es mi hijo amado en quien me complazco; escúchenlo” (Mt 17,5). Son dos citas, afirmaciones del mismo Padre que interviene primero presentado a su hijo, segundo para que se le oiga porque Él es el evangelio. Tanto en el principio de su ministerio como en la parte final de su ministerio.

Dios impuso al hombre este mandamiento: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gn 2,16-17). Replicó la serpiente a la mujer: "De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal. Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió” (Gn 3,4-6). “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). San Pablo resume así: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron” (Rm 5,12). Como es de verse, Dios no se alegra del fracaso del hombre, sino que apuesta todo por el hombre para rescatarlo del pecado y como lo hace? Por su Hijo que instituye la Iglesia y el los sacramentos como medio de salvación.

En el domingo anterior hemos celebrado y meditado la actitud reverente de los reyes magos, quienes guiados por la luz de la estrella dieron con la casa, encontraron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,11). Es eso precisamente lo que hacemos en cada misa o el domingo que guiados por la luz de la fe, hallamos a Jesús en el altar cuando ante nuestros ojos toma carne (Jn 1,14). Y recordemos lo que el mismo Señor nos dice: “El que me envió está conmigo y nunca me ha dejado solo” (Jn 8,29). Y es más contundente aun al decir: “El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Luego dice en la última cena: “Tomen y coman que esto es mi cuerpo, tomen y beban, este es el cáliz de mi sangre” (Lc. 22,19). Así, en cada santa misa caemos de rodillas y lo adoramos. Hoy celebramos otro gesto amoroso del Padre que nos envió a su Hijo al mundo por el amor que nos tiene (Jn 3,16) con el siguiente tenor:

1. En este domingo celebramos la coronación de la gloria del Hijo por parte del Padre: El Bautismo de Jesús. Y esta fiesta grandiosa cierra el ciclo de navidad, y por lo mismo abre el tiempo ordinario que seguirá hasta el inicio de la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza, que este año cae el día 05 de marzo. Recordemos que el tiempo ordinario es el tiempo más largo que abarca el ciclo litúrgico y tiene dos partes, la primera que es más corto: del lunes que sigue al domingo del bautismo del Señor hasta el miércoles de ceniza. Luego se hace un alto y la cuaresma nos prepara para la semana santa, después del tiempo de pascua, retomaremos el tiempo ordinario hasta el domingo XXXIV en que celebraremos la fiesta de Jesucristo rey del universo.

2.- “Por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán” (Jn 1,9). El Bautismo del Señor, no es un episodio fortuito en la cadena de su vida porque Dios no hace nada de improviso. El Bautismo es un acontecimiento que parte la vida de Jesús en dos: la vida oculta (Infancia) y la vida pública del Señor. De aquí arranca definitivamente esa trayectoria que describen los Evangelios como la vida del Salvador. Del bautismo irá al desierto (Mc 1,12-13); del desierto a la predicación itinerante por sinagogas y aldeas. La predicación de Jesús crea una comunidad, la comunidad de discípulos (Mc 3,13), que es la comunidad mesiánica del Reino, y en esta comunidad están los Doce elegidos, los Apóstoles. El final fue la Cruz (Mc 10,33) y la Resurrección (Lc 24,6), y de la Resurrección de Jesús esa comunidad de discípulos suyos, que somos sus testigos en el mundo (Mc 16,15-16). Todo arrancó de aquel momento en que Jesús, por decisión propia inició su camino con una Bautismo. Jesús pidió a Juan que lo bautizara: "Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo". Y Juan se lo permitió” (Mt 3,15).

3. Jesús dijo. “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió” (Jn 6,38).  Según ello, el Bautismo de Jesús está dentro de la vocación de Jesús y es el acto inicial de su misión. El Evangelio de hoy enlaza el bautismo de Jesús con la predicación de Juan: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle al correa de sus sandalias. Yo les bautizado con agua, pero él les bautizará con Espíritu Santo” (Jn 1,8). Jesús va a bautizar con Espíritu Santo. Nadie había bautizado con Espíritu Santo. Y Juan tampoco. Juan reconoce que empieza la hora definitiva de Dios. En esta hora de Dios, se rasgan (abre) los cielos. Vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma (Mc 1,10).

4. Entonces se “oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). El Bautismo es la primera teofanía que acontece en la misión de Jesús. Hoy se abre el cielo. Se están cumpliendo aquello que pedía el profeta: “¡Ojalá rasgases los cielos y descendieses!” (Is 63.19). San Marcos, el evangelista que nos da el testimonio más antiguo, nos dice que en aquella experiencia – que ninguno de nosotros podrá ni comprender ni explicar – vio y oyó. Todo su ser, que había bajado a lo profundo del pecado del hombre, solidarizándose con él, al subir del agua, entró en trance: vio y escuchó (Mc 1,10). ¿Qué es lo que vio? Vio que el Espíritu baja sobre él en forma de paloma; era alguien real ante sus ojos. Y escuchó. No hablaba la Paloma, sino aquel que enviaba a la Paloma: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). Cuando Jesús oye la palabra “Tu eres mi Hijo” lo oye del Padre y es la conformación de lo que el ángel había dicho a la virgen María: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). Por otro lado fíjense que el Dios lejano que pregonaban los profetas en el A.T. se nos ha manifestado como “Padre”. Es decir en el Hijo hecha carne (Jn 1,14), Dios se nos ha acercado lo más que puede como “Papá” en el Hijo único. San Pablo lo describe así: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abbá!, es decir, ¡Padre!” (Gal 4,4-6).

5. “Apenas salió del agua, vio que se abrió el cielo y al Espíritu Santo que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,10-11). Sin duda, estamos ante el misterio insondable de la Trinidad vivido por Jesús como constitutivo de su ser: Él era el Hijo. El Padre le hablaba. El Espíritu le invadía. ¿Qué le decía el Padre?  En ti me complazco. Al final de su misión, Jesús nos dejará esta tarea: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles (Evangelio) a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Por otro lado resaltamos que Jesús no era un pecador: “Él fue probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4,15).  El Bautismo se administraba en relación con el pecado. Pero Jesús no era un pecador, como yo lo siento de mí mismo. Jesús había nacido de la santidad de Dios (Lc1,35), y era capaz de transmitir el Espíritu de Dios que él mismo recibía del Padre.

6. El misterio del bautismo de Jesús (Mc 1,9) es la primera forma en que se revela el misterio de la Trinidad que ha de culminar en la resurrección de Jesús (Mt 28,6). Desde ahora ya no se podrá ver  a Jesús sino como el consagrado por Dios para la misión divina del Reino (Jn 6,38). Por eso es impresionante la frase siguiente que escribe el evangelista para iniciar la vida de Jesús. Dice. “A continuación, el Espíritu lo empujó al desierto” (Mc 1, 12). Jesús lleva dentro una fuerza divina que no le ha de abandonar en ningún instante de su vida. Jesús no podrá hacer nada que no esté inspirado por el Espíritu, que no esté en obediencia amorosa a la voluntad del Padre. Lo que ocurre en el bautismo es la revelación total de su persona: El Hijo con el Padre y el Padre con el Hijo (Jn 10,30), unidos en el Espíritu.

7. Los judíos preguntaron a Jesús: ¿Quién eres tú? (Jn 8,25). ¿Quién es realmente Jesús, Jesús infante, que lo acabamos de contemplar en su nacimiento, Jesús niño, Jesús joven, Jesús adulto…? “Jesús, al empezar, tenía unos treinta años” (Lc 3,23), escribirá Lucas justamente cuando acaba de narrar el Bautismo. Anterior al bautismo solo se menciona en una oportunidad: Discutiendo con los maestros en la sinagoga, y cuando fue hallado su madre le dijo: “Hijo porque nos tratas así, yo y tu padre te buscamos angustiados. Jesús respondió: ¿No sabían que debían ocuparme de los asuntos de mi Padre? (Lc 2,49). En el bautismo, a los treinta años una persona ya ha dado la orientación definitiva de su vida. ¿Quién puede aclararnos el silencia de esta vida que se hunde en la intimidad de Dios? Justamente acabamos de pronunciar la palabra clave, a intimidad con Dios. De aquellos treinta años de silencio apenas emerge un episodio: “En los asuntos de mi Padre”(Lc 2,49). La figura de Jesús es esta: el que vive dedicado en los asuntos de Dios. De él no sabemos nada sino esto: que vivía con Dios (Jn 10,30). Precisamente esa vida con Dios es la que le lleva al Bautismo. Jesús quiere estar donde nosotros, en las raíces de nuestro ser, allí donde bulle nuestro pecado, del cual él nos ha liberado (Jn 10,17).

8. Y finalmente hemos de preguntarnos: ¿Si soy bautizado, qué hago de mi bautismo, vivo como consagrado a Dios? El señor nos dice: “El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Ustedes tienen que renacer de lo alto. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3,5-8). El bautizado debe tener esta meta que muy bien lo resumen San Pablo: “Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2,29-20). Porque: “Todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús” (Gal 3,27-28). “Ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras y se revistieron del hombre nuevo, aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose constantemente según la imagen de su Creador” (Col 3,9-10). “Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto” (I Cor 13,10). Ahora bien, “Si Dios está con nosotros y nosotros somos de Dios por el bautismo, ¿quién estará contra nosotros? (Rm 8,31).