SAN FRANCISCO DE ASÍS SOBRE LA EUCARISTÍA
«Así, pues, besándoos los pies y con la caridad que puedo,
os suplico a todos vosotros, hermanos, que tributéis toda reverencia y todo el
honor, en fin, cuanto os sea posible, al santísimo cuerpo y sangre de nuestro
Señor Jesucristo, en quien todas las cosas que hay en cielos y tierra han sido
pacificadas y reconciliadas con el Dios omnipotente [+Col 1,20]» (12-13). Él,
personalmente, «ardía de amor en sus entrañas hacia el sacramento del cuerpo
del Señor, sintiéndose oprimido y anonadado por el estupor al considerar tan
estimable dignación y tan ardentísima caridad. Reputaba un grave desprecio no
oír, por lo menos cada día, a ser posible, una misa. Comulgaba muchísimas
veces, y con tanta devoción, que infundía fervor a los presentes. Sintiendo
especial reverencia por el Sacramento, digno de todo respeto, ofrecía el
sacrificio de todos sus miembros, y al recibir al Cordero sin mancha, inmolaba
el espíritu con aquel sagrado fuego que ardía siempre en el altar de su
corazón» (II Celano 201).
JESUS EUCARISTIA
Jesús antes de su flagelación en el jueves santo, celebro la
ultima cena con sus discípulos en el que bendijo el pan diciendo: “Tomad y
comed que esto es mi cuerpo… Tomad y bebed que este es el cáliz de mi sangre,
sangre de la nueva alianza y eterna que será entregado por vosotros para el perdón
de los pecados y haced esto en conmemoración mía” (Lc 22,19). Esta claro que Jesús
instituyó la santa Eucaristía y el sacerdocio como sacramento de salvación.
Son varios los caminos por los que podemos acercarnos al
Señor Jesús y así vivir una existencia realmente cristiana, es decir, según la
medida de Cristo mismo, de tal manera que sea Él mismo quien viva en nosotros
(ver Gál 2,20). Una vez ascendido a los cielos el Señor nos dejó su Espíritu.
Por su promesa es segura su presencia hasta el fin del mundo (ver Mt 28, 20).
Jesucristo se hace realmente presente en su Iglesia no sólo a través de la
Sagrada Escritura, sino también, y de manera más excelsa, en la Eucaristía.
¿Qué quiere decir Jesús con "venid a mí"? Él mismo
nos revela el misterio más adelante: "Yo soy el pan de vida. El que venga
a mí, no tendrá hambre, el que crea en mí no tendrá nunca sed." (Jn 6,
35). Jesús nos invita a alimentarnos de Él. Es en la Eucaristía donde nos
alimentamos del Pan de Vida que es el Señor Jesús mismo.
¿No está Cristo hablando de forma simbólica?
Cristo, se arguye, podría estar hablando simbólicamente. Él
dijo: "Yo soy la vid" y Él no es una vid; "Yo soy la
puerta" y Cristo no es una puerta.
Pero el contexto en el que el Señor Jesús afirma que Él es
el pan de vida no es simbólico o alegórico, sino doctrinal. Es un diálogo con
preguntas y respuestas como Jesús suele hacer al exponer una doctrina.
A las preguntas y objeciones que le hacen los judíos en el
Capítulo 6 de San Juan, Jesucristo responde reafirmando el sentido inmediato de
sus palabras. Entre más rechazo y oposición encuentra, más insiste Cristo en el
sentido único de sus palabras: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera
bebida" (v.55).
Esto hace que los discípulos le abandonen (v. 66). Y
Jesucristo no intenta retenerlos tratando de explicarles que lo que acaba de
decirles es tan solo una parábola. Por el contrario, interroga a sus mismos
apóstoles: "¿También vosotros queréis iros?". Y Pedro responde:
"Pero Señor... ¿con quién nos vamos si sólo tú tienes palabras de vida
eterna?" (v. 67-68).
Los Apóstoles entendieron en sentido inmediato las palabras
de Jesús en la última cena. "Tomó pan... y dijo: "Tomad y comed, esto
es mi cuerpo." (Lc 22,19). Y ellos en vez de decirle: "explícanos
esta parábola," tomaron y comieron, es decir, aceptaron el sentido
inmediato de las palabras. Jesús no dijo "Tomad y comed, esto es como si
fuera mi cuerpo.es un símbolo de mi sangre".
Alguno podría objetar que las palabras de Jesús "haced
esto en memoria mía" no indican sino que ese gesto debía ser hecho en el
futuro como un simple recordatorio, un hacer memoria como cualquiera de
nosotros puede recordar algún hecho de su pasado y, de este modo, "traerlo
al presente" . Sin embargo esto no es así, porque memoria, anamnesis o
memorial, en el sentido empleado en la Sagrada Escritura, no es solamente el
recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas
que Dios ha realizado en favor de los hombres. En la celebración litúrgica,
estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. Así,
pues, cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de
Cristo y ésta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez
para siempre en la cruz permanece siempre actual (ver Hb 7, 25-27). Por ello la
Eucaristía es un sacrificio (ver Catecismo de la Iglesia Católica nn.
1363-1365).
San Pablo expone la fe de la Iglesia en el mismo sentido:
"La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre
de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de
Cristo?". (1Cor 10,16). La comunidad cristiana primitiva, los mismos
testigos de la última cena, es decir, los Apóstoles, no habrían permitido que
Pablo transmitiera una interpretación falsa de este acontecimiento.
Los primeros cristianos acusan a los docetas (aquellos que
afirmaban que el cuerpo de Cristo no era sino una mera apariencia) de no creer
en la presencia de Cristo en la Eucaristía: "Se abstienen de la
Eucaristía, porque no confiesan que es la carne de nuestro Salvador." San
Ignacio de Antioquía (Esmir. VII).
Finalmente, si fuera simbólico cuando Jesús afirma: "El
que come mi carne y bebe mi sangre...", entonces también sería simbólico
cuando añade: "...tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último
día" (Jn 6,54). ¿Acaso la resurrección es simbólica? ¿Acaso la vida eterna
es simbólica?
Todo, por lo tanto, favorece la interpretación literal o inmediata
y no simbólica del discurso. No es correcto, pues, afirmar que la Escritura se
debe interpretar literalmente y, a la vez, hacer una arbitraria y brusca
excepción en este pasaje.
Si la misa rememora el sacrificio de Jesús, ¿Cristo vuelve a
padecer el Calvario en cada Misa?
La carta a los Hebreos dice: "Pero Él posee un
sacerdocio perpetuo, porque permanece para siempre... Así es el sacerdote que
nos convenía: santo inocente...que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios
cada día... Nosotros somos santificados, mediante una sola oblación ... y con
la remisión de los pecados ya no hay más oblación por los pecados." (Hb 7,
26-28 y 10, 14-18).
La Iglesia enseña que la Misa es un sacrificio, pero no como
acontecimiento histórico y visible, sino como sacramento y, por lo tanto, es
incruento, es decir, sin dolor ni derramamiento de sangre (ver Catecismo de la
Iglesia Católica n. 1367).
Por lo tanto, en la Misa Jesucristo no sufre una "nueva
agonía", sino que es la oblación amorosa del Hijo al Padre, "por la
cual Dios es perfectamente glorificado y los hombres son santificados"
(Concilio Vaticano II. Sacrosanctum Concilium n. 7).
El sacrificio de la Misa no añade nada al Sacrificio de la
Cruz ni lo repite, sino que "representa," en el sentido de que
"hace presente" sacramentalmente en nuestros altares, el mismo y
único sacrificio del Calvario (ver Catecismo de la Iglesia Católica n. 1366;
Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios n. 24).
El texto de Hebreos 7, 27 no dice que el sacrificio de
Cristo lo realizó "de una vez y ya se acabó", sino "de una vez
para siempre". Esto quiere decir que el único sacrificio de Cristo
permanece para siempre (ver Catecismo de la Iglesia Católica n. 1364). Por eso
dice el Concilio: "Nuestro Salvador, en la última cena, ... instituyó el
sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por
los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz." (ver Concilio
Vaticano II, Sacrosanctum Concilium n. 47). Por lo tanto, el sacrificio de la
Misa no es una repetición sino re-presentación y renovación del único y
perfecto sacrificio de la cruz por el que hemos sido reconciliados.
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