DOMINGO XXXIV – B (22 de Noviembre del 2015)
Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 18,33-37:
En aquel tiempo, Pilato
preguntó a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le
respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?"
Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos
sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?" Jesús
respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este
mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera
entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí". Pilato le dijo: ¿Entonces
tú eres rey? Jesús respondió: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y
he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad,
escucha mi voz" PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados hermanos en el Señor, Paz y Bien.
Llegamos al último domingo de este tiempo litúrgico ciclo B
con la solemnidad de Jesucristo rey del Universo y para sorpresa nuestra, Dios
arranca de los labios de los mismos verdugos del Hijo esta contundente afirmación:
“¿Tu eres el Rey de los judíos?” (Jn 18,37). Sin duda, estas cosas solo puede
hacer Dios, saber sacar una revelación de verdad “aun en son de burla para los
hombres”, pero Dios sabe sacar una revelación de tales verdades hasta de una
piedra: “También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle
vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!» (Lc
23,36-37).
Si ser proclamado rey significa ser enaltecido y elevado, es
claro que la “elevación” de Jesús es de un género completamente distinto. En el
evangelio de Juan se habla de “elevación” y “glorificación” para referirse a la
cruz (Jn 3,14). En Lucas no se habla, pero se “ve” lo mismo. Si la exaltación
significa ponerse por encima de los demás, en Jesús significa, al contrario,
abajarse, humillarse, tomar la condición de esclavo (Flp 2, 7-8). Aquí
entendemos plenamente las palabras de los israelitas a David cuando le proponen
que sea su rey: “somos de tu carne”. Jesús no es un rey que se pone por encima,
sino que se hace igual, asume nuestra misma carne y sangre, nuestra fragilidad
y vulnerabilidad. Por eso mismo, lejos de imponerse y someter a los demás con
fuerza y poder, él mismo se somete, se ofrece, se entrega. Y ahora podemos
comprender un nuevo rasgo original y exclusivo de la realeza de Cristo: pese a
ser el único rey por derecho propio, es, al mismo tiempo, el más democrático,
porque Jesús es rey sólo para aquellos que lo quieren aceptar como tal.
Jesús respondió: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he
nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la
verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37). Porque “Yo soy la verdad” (Jn 14.6) Y además
Jesús recomienda: "Si permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente
mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres" (Jn 8,31-32).
Por el sacramento del bautismo recibimos los títulos de: “Sacerdote,
profeta y rey” porque nos configuramos con Cristo Sacerdote, Profeta y Rey. Así
pues, al ser configurados con Cristo Jesús reinaremos con Jesús en razón del
ejercicio de nuestro sacerdocio en Cristo.
Como ejercer nuestro bautismo? Recordemos la misión que Jesús
nos dejó como tarea: “Vayan, en busca de las ovejas perdidas del pueblo de
Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a
los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a
los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No
lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos
túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento. Cuando
entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y
permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa,
salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo merece, que la paz
descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes. Y si no
los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa
ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies. Les aseguro que, en el día del
Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas menos rigurosamente que esa ciudad. Yo
los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes
y sencillos como palomas. Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los
tribunales y los azotarán en sus sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante
gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos.
Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir:
lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán
ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes”
(Mt 10,5-20).
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