DOMINGO DE LA ASCENSIÓN – B (13 de mayo del 2018)
Proclamación del santo evangelio según San Marcos 16,15-20:
16:15 Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo,
anuncien la Buena Noticia a toda la creación.
16:16 El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea,
se condenará.
16:17 Y estos prodigios acompañarán a los que crean:
arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas;
16:18 podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si
beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los
enfermos y los curarán".
16:19 Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado
al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
16:20 Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor
los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
La Fiesta de la Ascensión de Jesucristo al Cielo es resumido
por el mismo Señor de modo siguiente: "Salí del Padre, vine al mundo;
ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre" (Jn 16,28). Esta fiesta Hace y
evoca sentimientos encontrados de nostalgia y de alegría. De nostalgia, por la partida de Cristo, Quien
regresa a la gloria que comparte desde toda la eternidad con el Padre y con el
Espíritu Santo. De alegría, pues hacia
esa gloria conduce a la humanidad por El redimida. El mismo Señor nos muestra
esos sentimientos las veces que en el Evangelio hace el anuncio de su ida al
Padre. “He deseado muchísimo celebrar
esta Pascua con Uds... porque ya no la volveré a celebrar hasta...” (Lc.22,
15-16). “Me voy y esta palabra los llena de tristeza” (Jn. 16, 6).
En cada uno de los anuncios de su partida, Jesús trataba de
consolar a los Apóstoles: “Ahora me toca irme al Padre... pero si me piden algo
en mi nombre, Yo lo haré” (Jn. 14,12 y
14). Inclusive trató de convencerlos
acerca de la conveniencia de su vuelta al Padre: “En verdad, les conviene que
yo me vaya, porque si no me voy, no podrá venir a ustedes el Consolador. Pero si me voy, se los enviaré... les
enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que Yo les he dicho” (Jn. 16,
7 - 14, 26). Con estas y muchas palabras de consolación el Señor preparó a sus
discípulos para este momento de despedida, tal es por ejemplo este: “Les
conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes.
Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, probará al mundo dónde está
el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio” (Jn 16,7-8).
Con mucha antelación también, el Señor ya había dicho: “Si
les hablo de las cosas terrenales, y no creen, ¿cómo creerán si les hablo de
las celestiales? Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, es
decir, el Hijo del Hombre que está en el cielo” (Jn 3,12-13). Hoy en la fiesta
de la ascensión hace lo que ya nos lo dijo: “El Señor Jesús fue llevado al
cielo y está sentado a la derecha de Dios” (Mc 16,19). Al respecto en otro
episodio se nos dice: “Les abrió la inteligencia para que pudieran comprender
las Escrituras, y añadió: Así estaba escrito, el Mesías sufrirá y resucitará de
entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre se
predicará a todas las naciones la conversión y el perdón de los pecados.
Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha
prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza
que viene de lo alto. Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania
y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y
fue llevado al cielo” (Lc 24,45-51).
El pasaje central de hoy: “El Señor Jesús fue llevado al
cielo y está sentado a la derecha de Dios” (Mc 16,19). Tiene otro complemento
que nos hace más entendible, cuando Jesús dice a sus discípulos: “El padre los
ama, porque Uds. me aman y han creído que yo vengo de Dios. Salí del Padre y
vine al mundo. Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre". Sus discípulos le
dijeron: "Por fin hablas claro y sin parábolas” (Jn 16,27-29). Ahora si
también comprendemos nosotros por qué dijo el Señor enfáticamente: “He bajado
del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió” (Jn 6,38).
E incluso viene bien citar este episodio cuando los judíos preguntaron:
"¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?" Jesús les
respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha
enviado" (Jn 6,28-29).
En la primera lectura que hemos leído se nos dice: “Uds.
recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá, y serán mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra. Dicho
esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de
ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía,
se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Hombres
de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido
quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto
partir" (Hch 1,8-11).
Ahora tenemos una gran misión que cumplir cuando nos ha
dicho: "Vayan por todo el mundo, enseñen la Buena Noticia a toda la
creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y
estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi
Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos,
y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre
los enfermos y los curarán" Mc 16,15-18). Como verán, al igual que los que
corren en el pista suelen cambiar de “testigo” o “posta”, la Ascensión es el
cambio de “posta de Jesús a nosotros”. Hasta ahora todo dependía de Él, desde
la Ascensión todo depende de nosotros. “Vayan al mundo entero y enseñen el
Evangelio.”
El Señor se va, pero nos deja a nosotros. Él se va, pero aun
así será nuestro compañero. Él inició la predicación del reino, pero a nosotros
nos toca llevar como el viento las semillas por todo el mundo. Con la única
diferencia de que ahora la responsabilidad recae sobre todos. El Papa Francisco
lo dijo muy claro:
La evangelización es tarea de la Iglesia. Porque tiene que
ver con la salvación que realiza Dios y anuncia gozosamente la Iglesia, es para
todos y Dios ha elegido un camino para unirse a cada uno de los seres humanos
de todos los tiempos. Jesús se va, pero deja la Iglesia. Jesús vuelve al Padre,
pero deja la Iglesia entre los hombres y para los hombres. Era necesaria la
Ascensión como el triunfo de Jesús. Pero era necesaria para que nosotros
comenzásemos a crecer asumiendo nuestras responsabilidades. La Iglesia no podía
quedarse en el grupo de los Once, tenía que abrirse al mundo. No podía seguir
bajo las alas de Jesús, tenía que llegar la hora de volar por sí misma. Tenía
que llegar la hora de dar el examen de su fe y comenzar a anunciar a todos los
hombres. Como Él también la Iglesia tenía que abrirse a buenos y malos. A los
de dentro, pero también a los de fuera. Por eso hoy es el triunfo de Jesús,
pero es el comienzo del camino que nos lleva a todos y a todos los hombres.
Pero no nos envía con las manos vacías pues fíjense que nos
dejó bajo la custodia de otro defensor. El señor glorificado les dijo:
"¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los
envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
"Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes
se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn
20, 21-23).
Jesús nos recomienda dejarnos guiar por el Espíritu Santo:
“En adelante, el Paráclito, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará
todo y les recordará lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero
no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: "Me
voy y volveré a ustedes". Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto
al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que
suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean” (Jn 14,26-29).
La tarea que ahora nos toca desarrollar es: “Vayan, y hagan
que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he
mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-10).
Ahora no nos toca quedarnos plantados como los galileos mirando el cielo (Hc
1,11). Sino trabajar, porque el mismo Señor que subió volverá a pedirnos
cuentas (Mt 25,19). Y recompensara a cada uno según su trabajo (Mt 16,27). Esa
recompensa es estar con Él en el cielo para siempre (Jn 14,1-3).
Recordemos que Jesucristo había resucitado después de su
muerte, una muerte que fue ¡tan traumática! -traumática para El por los
sufrimientos intensísimos a que fue sometido- ... y traumática también para sus
seguidores, para sus Apóstoles y discípulos, que quedaron estupefactos ante lo
sucedido el Viernes Santo. Luego viene para ellos la sorpresa de la
Resurrección. Al principio no creyeron
lo que les dijeron las mujeres, luego el mismo Señor Resucitado se les apareció
en cuerpo glorioso, y entonces recordaron y creyeron lo que El les había
anunciado. Pero la verdad es que los
Apóstoles no entendían bien a Jesús cuando les anunciaba todo lo que iba a
suceder: lo de su muerte, su posterior resurrección y luego también lo de su
Ascensión al Cielo. Para fortalecerles la Fe, después de su Resurrección, el
Señor pasa unos cuarenta días apareciéndose en la tierra a sus discípulos, a
sus Apóstoles, a su Madre.
Es lo que nos refiere la Primera Lectura del Libro de los
Hechos de los Apóstoles: “Se les apareció después de la pasión, les dio
numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por
ellos y les habló del Reino de Dios. Un
día, les mandó: ‘No se alejen de Jerusalén.
Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les
he hablado... Dentro de pocos días serán bautizados con el Espíritu
Santo.’” La promesa del Padre era el
Espíritu Santo, el Consolador, que vendría unos días después en Pentecostés.
Luego de esos cuarenta días, llegó el momento de su
partida. Entonces, los llevó a un sitio
fuera y luego de darles las últimas instrucciones y bendecirlos, se fue
elevando al Cielo a la vista de todos los presentes. ¡Cómo sería la Ascensión
de Jesús al Cielo! Jesús, el Sol de
Justicia (Mal 3, 20), ascendiendo radiantísimo a la vista de los
presentes. El impacto fue tan grande
que, aún después de haber desaparecido Jesús, ocultado por una nube, los
Apóstoles y discípulos seguían mirando fijamente al Cielo. ¡Estaban en éxtasis! Fue, entonces, cuando dos Ángeles los
interrumpieron y los “despertaron”:
“¿Qué hacen ahí mirando al
cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado
para subir al Cielo, volverá como lo han visto alejarse” (Hech. 1,11).
“Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré
al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el
Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo
conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y
estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (Jn 14,15-18).
Hay que tomar nota de estas palabras. Es de suma importancia recordar ese anuncio
profético de los Ángeles sobre la Segunda Venida de Jesucristo. Nos dicen que volverá de igual manera a como
partió (Hch 1,11): en gloria y desde el Cielo.
Jesucristo vendrá, entonces, como Juez a establecer su reinado
definitivo. Así lo reconocemos cada vez
que rezamos el Credo: de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos,
y su Reino no tendrá fin. Estamos hablando de la Segunda Venida de Cristo. Pero para saber cómo será y cómo no será la
Segunda Venida de Cristo, debemos detallar bien cómo fue la Ascensión de
Jesucristo al Cielo. ¿Cómo lo vieron
subir? Con todo el poder de su
divinidad, glorioso, fulgurante y, ascendiendo, desapareció entre las
nubes.
¿Cómo vendrá? “Los que
estaban reunidos le preguntaron: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el
reino de Israel? Él les respondió: No les corresponde a ustedes conocer el
tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero
recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán
mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la
tierra" (Hch 1,6-8). “El Hijo del
hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces
pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,27).
Ya anteriormente lo había anunciado a sus discípulos: “Entonces aparecerá la señal del Hijo del
Hombre. Verán al Hijo del Hombre viniendo en las nubes del cielo, con el Poder
Divino y la plenitud de la Gloria.
Mandará a sus Ángeles, los cuales tocarán la trompeta y reunirán a los
elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del mundo” (Mt.
24, 30-31). Sin embargo han habido, hay y habrá muchos que querrán hacerse
pasar por Cristo. Y hay uno en especial,
el Anticristo, que hará creer que él es Cristo.
Entonces hay que estar precavidos, pues Cristo vendrá glorioso con todo
el poder de su divinidad, como los Apóstoles Lo vieron irse.
Tengamos en cuenta que el Anticristo será un hombre que se
dará a conocer como Cristo y con la ayuda de Satanás realizará milagros y
prodigios, y engañará a muchos, pues desplegará un gran poder de
seducción. He aquí la descripción que
nos hace San Pablo: “Entonces aparecerá el hombre del pecado, instrumento de
las fuerzas de perdición, el rebelde que ha de levantarse contra todo lo que
lleva el nombre de Dios o merece respeto, llegando hasta poner su trono en el
Templo de Dios y haciéndose pasar por Dios ... Al presentarse este Sin-Ley, con
el poder de Satanás, hará milagros, señales y prodigios al servicio de la
mentira. Y usará todos los engaños de la
maldad en perjuicio de aquéllos que han de perderse, porque no acogieron el
amor de la Verdad que los llevaba a la salvación ... así llegarán hasta la
condenación todos aquéllos que no quisieron creer en la Verdad y prefirieron
quedarse en la maldad ” (2 Tes. 2, 3-11).
Entonces, ¿qué hacer?
Siguiendo, el consejo de la Sagrada Escritura, no debemos dejarnos
engañar. Los datos sobre la Segunda
Venida de Cristo son muy claros: Cristo
vendrá en gloria. El Anticristo no. Hará grandes prodigios, pero no puede
presentarse como tenemos anunciado que vendrá Cristo en su Segunda Venida. De allí que Jesús nos advierta: “Llegará un
tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del Hombre,
pero no lo verán. Entonces les
dirán: está aquí, está allá. No vayan, no corran. En efecto, como el relámpago brilla en un
punto del cielo y resplandece hasta el otro, así sucederá con el Hijo del
Hombre cuando llegue su día”. (Lc. 17, 22-24)
Esto es tan importante que el Señor nos lo dijo en otras
ocasiones. Jesús nos advierte clarísimamente y nos explica con más detalle aún
cómo será de sorpresiva y deslumbrante su Segunda Venida:
“Si en este tiempo alguien les dice: Aquí o allí está el Mesías, no lo crean. Porque se presentarán falsos cristos y falsos
profetas, que harán cosas maravillosas y prodigios capaces de engañar, si fuera
posible, aun a los elegidos de Dios.
¡Miren que se los he advertido de antemano! Por tanto, si alguien les dice: En el desierto está. No vayan.
Si dicen: Está en un lugar
retirado. No lo crean. En efecto, cuando venga el Hijo del Hombre,
será como relámpago que parte del oriente y brilla hasta el poniente” (Mt. 24,
23-28).
Pero por encima de la nostalgia de su partida, por encima de
la advertencia de cómo será su Segunda Venida, para que nadie nos engañe, el
misterio de la Ascensión de Jesucristo es un misterio de fe y esperanza en la
Vida Eterna. La misma forma física en que se despidió el Señor, la cual resalta
San Pablo en la Segunda Lectura (Ef. 4, 1-13):
subiendo al Cielo- nos muestra nuestra meta, ese lugar donde El está, al
que hemos sido invitados todos, para estar con El. Ya nos lo había dicho al
anunciar su partida: “En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a
prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré junto a mí, para que donde yo
estoy, estén también ustedes” (Jn. 14,2-3). El derecho al Cielo ya nos ha sido
adquirido por Jesucristo. El nos ha preparado un lugar a cada uno de
nosotros: nos toca a nosotros vivir en
esta vida de tal forma que merezcamos ocupar ese lugar. . ¡No
dejemos nuestro lugar vacío!
Ahora bien, a pesar de todos estos anuncios, los Apóstoles y
discípulos no alcanzaban a entender la trascendencia de lo anunciado. La Santísima Virgen María seguramente fue
preparada por su Hijo para el momento de su partida, con gracias especiales para
poder consolar y animar a los Apóstoles. Jesucristo estaba dejando a Pedro como
cabeza de la Iglesia y como su Representante.
Pero también estaba dejando a su Madre como Madre de su Iglesia, ya que
siendo Ella Madre de Cristo, era también Madre de su Cuerpo Místico. Por eso Ella los reunió y los animó, orando
con ellos en espera del Espíritu Santo.
La Ascensión, entonces, nos invita a estar en la tierra,
haciendo lo que aquí tengamos que hacer, todo dentro de la Voluntad de
Dios. Pero debemos estar en la tierra
sin perder de vista el Cielo, la Casa del Padre, a donde nos va llevando Cristo
por medio del Espíritu Santo, Quien nos recuerda todo lo que Cristo nos enseñó.
Y nos recuerda también lo que debemos enseñar a otros, pues debemos llevar la
Palabra de Dios a todo el que desee escucharla.
Es el llamado de Cristo que nos trae la Aclamación antes del
Evangelio: “Vayan y enseñen a todas las
naciones, dice el Señor. Y sepan que Yo
estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 19-20). Los
mandó –y nos manda a nosotros- a ir, a partir.
“Jesús parte hacia el Padre y manda a los discípulos que partan hacia el
mundo… Es un mandato preciso, ¡no es facultativo!” (Papa Francisco 1-6-2014).
Es el llamado a la Nueva Evangelización, a la que insistentemente nos llama la
Iglesia.
Para cumplir con esto, San Pablo nos recuerda en la Segunda
Lectura (Ef. 4. 1-13) lo siguiente: “El que subió fue quien concedió a unos ser
apóstoles; a otros ser profetas; a otros ser evangelizadores; a otros ser pastores y maestros. Y esto para
capacitar a los fieles, a fin de que, desempeñando debidamente su tarea,
construyan el Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a estar unidos en la
Fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, y lleguemos a ser hombres perfectos,
que alcancemos en todas sus dimensiones la plenitud de Cristo”.
En suma,
la Fiesta de la Ascensión de Jesucristo al Cielo: Despierta el anhelo de Cielo,
la esperanza de nuestra futura inmortalidad, en cuerpo y alma gloriosos, como
El, para disfrutar con El y en El de una felicidad completa, perfecta y para
siempre. Advierte cómo será la Segunda Venida de Cristo, para que no seamos
engañados por el Anticristo. Nos invita a llevar la Palabra de Dios a todos,
seguros de que el Espíritu Santo, Quien es el verdadero protagonista de la
Evangelización, nos capacita para responder a este llamado. Así contribuimos a construir el Cuerpo de
Cristo que es la Iglesia, en esta época en que hay que realizar la Nueva
Evangelización, atrayendo a la Iglesia a aquéllos que se han alejado.
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