SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Proclamación del santo evangelio según San Mateo 28,16-20:
28:16 Los once discípulos fueron a Galilea a la montaña
donde Jesús los había citado.
28:17 Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo,
algunos todavía dudaron.
28:18 Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo
poder en el cielo y en la tierra.
28:19 Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean
mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo,
28:20 y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he
mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo". PALABRA DEL
SEÑOR.
Amigos en el Señor Paz y Bien.
El principio de nuestra de la comunidad universal (Iglesia Católica:
Mt 28,19) se fundamenta en el principio del Dios Uno y Trino. En el credo
rezamos: Creo en Dios, Padre todo poderoso, Creador del cielo… Creo en el Hijo,
que nació de María virgen… Creo en el Espíritu Santo… Es un único Dios, que
tiene por esencia el amor: Porque Dios es amor (I Jn 4,8) se manifiesta como
Padre,Hijo y Espíritu Santo. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio
central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer
revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Moisés dijo a Dios: "Si voy a los israelitas y les
digo: El Dios de sus padres me ha enviado a Uds; cuando me pregunten: ¿Cuál es
su nombre?, ¿qué les responderé? Dijo Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Y
añadió: Así dirás a los israelitas: Yo soy y me ha enviado a Uds.” (Ex
3,13-14). El ser de Dios es Ser y no puede no ser. Dejemos que Dios sea lo que
es. Pero, si cada uno tiene una experiencia personal de Dios, ¿no es deformar a
Dios? No. Una cosa es que nosotros queremos un Dios a nuestra medida y otra muy
diferente que Dios se nos haga experimentar de muchas maneras.
“El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama
no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (IJn 4,7-8). En esto nos manifestó
su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de
él” (IJn 4,9). La señal de que permanecemos en él y él permanece en nosotros, es
que nos ha comunicado su Espíritu”(I Jn 4,13). “Nadie ha visto nunca a Dios. Si
nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios
ha llegado a su plenitud en nosotros” (IJn 4,12). El amor es el mismo, pero
cada uno ama a su manera. El mundo es el mismo, pero cada uno tenemos una
experiencia diferente del mundo. El matrimonio es el mismo, pero cada pareja
tiene su modo personal de experimentarlo.
El rasgo que más define a Dios y que, por otra parte, es el
que más nos interesa de Él, es el amor. Dios es amor (I Jn 4,8). Dios quiere
ser vivido y experimentado no tanto como omnipotente, sino como amor. Que Dios
es omnipotente ya lo dice la filosofía (razón), pero que Dios sea amor y que
nos ama, esto ya es parte de la revelación de Sí mismo: “Yo soy lo que soy” (Ex
3,14). El amor de Dios Padre; el amor de Dios Hijo; y el amor Dios Espíritu
Santo hacen del hombre en el ser más querido y preferido de Dios, por algo nos
dio la dignidad de ser su imagen y semejanza (Gn 1,26).
Que buena noticia (Evangelio) saber que Dios nos ama de tres
modos distintos: como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo. Por esta razón
Nos recomienda Jesús: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes
hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Y si somos consagrados al amor de
Dios por el padre y el Hijo y el Espíritu Santo hemos de vivir en este mandato:
“Amense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes
los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos:
en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35).
“La Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre
eterno, y que el Hijo es de la misma naturaleza que el Padre, es decir, que es
en Él y con Él el mismo y único Dios. La misión del Espíritu Santo, enviado por
el Padre en nombre del Hijo (Jn 14,26) y por el Hijo de junto al Padre"
(Jn 15,26), revela que él es con ellos el mismo Dios único. Con el Padre y el
Hijo recibe una misma adoración y gloria. El Espíritu Santo procede principalmente del
Padre, y por concesión del Padre, sin intervalo de tiempo procede de los dos como
de un principio común. Por la gracia del bautismo en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 19) somos llamados a participar en la vida de
la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de
la muerte, en la luz eterna”. (NCI 261-265).
El evangelio de hoy es el complemento al episodio: “Id y
enseñad y el evangelio a toda la ceración, quien crea y se bautice se salvara,
quien se resiste en creer será condenado” (Mc 16,15). Y también con el
episodio: “Paz a Uds. como el Padre me envió así les envío a Uds. Y dicho esto
soplo sobre ellos y les dijo reciban el Espíritu Santo, a quien les perdonen
les quedan perdonados, a quienes se los retengan les queda retenidos” (Jn 20,21-22).
Pero en el evangelio de Mateo se advierte algunas particularidades: 1) El
pasaje se compone de una parte narrativa (Mt 28,16-18) y de una parte
discursiva (Mt 28,18b-20). 2) La parte
narrativa cuenta en pocas palabras el único encuentro de Jesús resucitado con
su comunidad. Se trata, por tanto, de un momento solemne en el cual convergen
los acontecimientos pascuales. Sobre este encuentro ya se había despertado
expectativa desde la última cena y en la mañana de la Pascua. 3) Dentro de la
parte discursiva notamos que en sólo cinco versículos se repite cuatro veces el
término “Todo” (que alguno compara con los cuatro puntos cardinales): “Todo”
poder (Mt 28,18): la totalidad del poder está en Jesús. “Todas” las gentes (Mt
28,19): la totalidad de la humanidad será evangelizada. “Todo” lo que Jesús
enseñó (Mt 28,20): la totalidad de la enseñanza será aprendida. “Todos” los
días (Mt 28,20b): la totalidad de la historia será abarcada por la presencia
del Resucitado.
El acento del texto
recae sobre esta última parte, donde Jesús: 1) declara su victoria definitiva
sobre el mal y la muerte (“Me ha sido dado todo poder…”), 2) les confiere a los
discípulos un mandato (“Id, pues, y haced discípulos”) y, 3) les hace la
promesa de su asistencia continua (“Yo estaré con Uds…”). Todo esto tendrá
valor hasta el fin del mundo, y este enunciado nos advierte el tiempo del:
Pasado. El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos
nos remite al comienzo del evangelio, cuando comenzó el discipulado a la orilla
del lago a partir de la vocación (Mt 4,18-22). Un largo camino han recorrido
juntos, en él la relación se fue estrechando cada vez más en cuanto el Maestro
los insertaba en su ministerio, haciéndolos los primeros destinatarios de su
obra, y los atraía para una relación aún más profunda con Él mediante el
seguimiento. Jesús los devuelve al punto de partida.
Presente. Ahora los discípulos van a “Galilea”, y allí, a
una “Montaña”: 1) Ellos van a Galilea, que como “Galilea de los gentiles”, ha
sido destinada por Dios como campo de misión de Jesús (Mt 4,12-16). Allí habían
sido llamados (Mt 4,18-22) y allí fueron
testigos de misericordia de Jesús con enfermos y pecadores (8-9), donde la
multitud andaba “vejada y abatida como ovejas sin pastor” (Mt 9,35). 2) La Montaña a la que van nos recuerda el
lugar donde Jesús pronunció su primera y fundamental instrucción, el Sermón de
la Montaña, la Ley esencial de la vida cristiana que comienza con las
bienaventuranzas (Mt 5,1-7,29) y configura la existencia entera según “el Reino
y la Justicia” (Mt 6,33).
Futuro. En este ambiente, el Resucitado se le aparece a los
discípulos. Vuelven a la relación que tenían antes y a todo lo que vivieron
juntos. Ahora les dice qué es lo que va a determinar en el futuro la relación
con él: “Se acercó a ellos y les habló así…” (Mt 28,18ª). Lo que Jesús aquí les dice será determinante
y así permanecerá “hasta el fin del mundo”, hasta cuando Jesús venga por
segunda vez con la plenitud de su poder y su definitiva revelación (Mt
24,3).
Un encuentro que cura la herida (misericordia): El grupo que
ha sido convocado en Galilea tiene una herida producida por la traición y la
muerte de Judas: ya no son “Doce” (Mt 10,2.5; 26,20), sino “Once” (“Los once
discípulos marcharon a Galilea…”). Esta
herida recuerda que todos han sido probados en su fidelidad a Jesús. Ellos se
han encontrado con su propia fragilidad. Cuando comenzó la pasión de Jesús,
todos los discípulos interrumpieron el seguimiento: la traición de Judas
(26,47-50), la triple negación de Pedro (Mt 26,69-75) y la fuga despavorida de
los otros diez (Mt 26,56). Con todo, Jesús sana la herida provocada por la
ruptura del seguimiento. No llama a otros discípulos, sino a los mismos que le
fallaron en la prueba de la pasión.
Jesús cumple la promesa.
• La última noche
había anunciado que los precedería en Galilea: “Todos Uds. Se van a
escandalizar de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se
dispersarán las ovejas del rebaño. Mas después de mi resurrección, iré delante
de vosotros a Galilea” (Mt 26,31-32).
• En la mañana del día de la resurrección, el Ángel, junto a
la tumba, les confió a las mujeres la tarea de recordarles a los discípulos
estas palabras: “vayan a decir a mis discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos
e irá delante de vosotros a Galilea; allí le verán” Ya se los he dicho” (28,7).
• Enseguida el Resucitado en persona les confirmó la tarea: “No
teman, avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (28,10).
Los discípulos llegan a Galilea cargando sobre sus espaldas
toda la historia dolorosa de la deslealtad. Pero la confianza del Maestro se
muestra mayor que la fragilidad de sus discípulos. Jesús sí cumple sus promesas
hechas durante la última cena.
Es bello notar que en este encuentro con el Maestro después
de la dolorosa historia de traición, negación y fuga, no escuchan ni una sola
palabra de reclamo por parte de Jesús. Más bien todo lo contrario: cuando los
manda llamar a través de las mujeres, los denomina por primera vez “mis
hermanos” (Mt 28,10).
La reacción ante el Resucitado: El narrador continúa
diciéndonos que los discípulos “al verle le adoraron; algunos sin embargo
dudaron” (28,17).
Así como lo había prometido (Mt 28,7.10), ellos ven al
Resucitado. La primera reacción es que se arroja por tierra en un gesto de
adoración que nos recuerda el comienzo del evangelio (cuando los magos “vieron
al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron”; Mt 2,11). También en
medio del evangelio habíamos visto un gesto similar por parte de los
discípulos: “Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo:
"Verdaderamente eres Hijo de Dios?" (Mt 14,33). En este momento
cumbre del evangelio, los discípulos reconocen a Jesús resucitado como el
Señor. Pero Mateo hace notar que algunos todavía “dudan”. No debe extrañarnos.
Reconocimiento y duda pueden estar juntos, como lo muestra la petición: “Creo.
Ayúdame en mi incredulidad” (Mc 9,24).
“Jesús se acercó a
ellos y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo
os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo” (Mt 28,18-20). Estas palabras de Jesús tienen tres elementos: 1) El
anuncio del Señorío del Resucitado (Mt 28,18b) 2) El envío misionero de sus
discípulos (Mt 28,19-20ª) 3) La promesa de su permanencia fiel en medio de los
discípulos (Mt 28,20b).
“Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt
28,18). Al postrarse, los discípulos reconocen que él es el Señor, el Señor sin
límites, el Señor por excelencia. Ante
ellos, Jesús afirma que el Padre, el Señor del cielo y de la tierra (Mt 11,25),
le ha dado todo poder en todo ámbito: en el cielo y sobre la tierra. Ya desde el comienzo del evangelio el mensaje
de Jesús se refirió a este “poder” cuando anunció la cercanía del “Reino de los
Cielos” (ver 4,17). A lo largo de su ministerio Jesús ofreció los dones de este
Reino (“Bienaventurados… porque de ellos es el Reino”; Mt 5,3.10).
La obra de Jesús fue continuamente experimentada como una
“obra con poder” (ver 7,29; 8,8s; 21,23). Con este “poder” venció a Satanás y
levantó al hombre postrado en sus sufrimientos y marginaciones. Ahora, una vez
que su ministerio ha llegado a su culmen, el Resucitado se revela a sus
discípulos como el que posee toda autoridad, es decir, un poder absoluto sobre
todo. Una vez que ha vencido al mal
definitivamente en su Cruz, Jesús se presenta vivo y victorioso ante sus
discípulos: el Señor del cielo y de la tierra. Y con base en esta posición
real, Jesús les entrega ahora la misión, prometiéndoles su asistencia continua
y poderosa.
“Id, pues, y haced
discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt
28.19-20). Con esta autoridad suprema de Jesús sobre el cielo y la tierra, los
discípulos reciben el envío a la misión. Notemos las diversas afirmaciones que
Jesús hace a partir del imperativo: “Vayan”.
1) El contenido de la misión: “Id, pues, y haced discípulos”
La tarea fundamental es hacer discípulos a todas las gentes. Por medio de ellos
el Señor resucitado quiere acoger a toda
la humanidad en la comunión con Él. Hasta ahora ellos han sido los únicos
discípulos. Jesús los llamó y los formó mediante un proceso de discipulado. En
este momento los discípulos son enviados para dar en el tiempo post-pascual lo
que recibieron en el tiempo pre-pascual. Hacer “discípulos” es iniciar a otros
en el “seguimiento”. De la misma manera que Jesús los llamó a su seguimiento y
a través de ella los hizo pescadores de hombres (Mt 4,19), también los
misioneros deben atraer a todos los hombres al seguimiento de Jesús, con el
cual vivieron y continúan viviendo.
“Seguimiento” quiere decir configurar el propio proyecto de
vida en la propuesta de Jesús, entablar una cercana amistad con la persona de
Jesús, entrar en comunión de vida con Él. El “discipulado” supone la docilidad:
aceptar que es Jesús quien orienta el camino de la vida, quien determina la
forma y la orientación de vida. El “discipulado” lleva a abandonarse
completamente en Jesús, porque sólo Él conoce el camino y la meta y nos conduce
con firmeza y seguridad hacia ella. Este camino y esta meta se han revelado a
lo largo del evangelio. Entonces, la esencia de la misión de los discípulos es
conducir a toda la humanidad a la persona del Señor, a su seguimiento. De la
misma manera como Jesús los llamó, sin forzarlos sino seduciendo su corazón y
apelando a la libre decisión de cada uno, así ellos deben hacer discípulos a
todos los pueblos de la tierra.
2) Los destinatarios: “…A todas las gentes” Puesto que se le ha puesto en sus manos el
mundo entero y es superior al tiempo y al espacio, Jesús los manda todos los pueblos
de la tierra. Recordemos que en la primera misión la tarea apostólica se
limitaba explícitamente a las “ovejas perdidas de la casa de Israel” (10,6; ver
15,24). Ahora la misión no conoce restricciones: a todos los hombres, y
podríamos agregar “al hombre todo” (con todas sus dimensiones).
3) “…Bautizándolas en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” En el bautismo se realiza la plena acogida de
los discípulos de Jesús en el ámbito de la salvación y en su nueva familia. El
presupuesto de la fe. El Bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y de
Espíritu Santo” presupone el anuncio de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu
Santo, y la fe en este Dios. El “nombre”
de Dios está puesto en relación con el conocimiento de Él. Como se
evidencia a lo largo del Evangelio: • Dios manifiesta su amor para que nosotros
podamos conocerlo y así entrar en relación con Él. • Es a través de Jesús que Dios ha sido
conocido como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Jesús predicó sobre Dios de una manera que no se conocía en
el Antiguo Testamento. Allí se conocía al Dios en cuanto creador del cielo y de
la tierra, pero al mismo tiempo se afirmó –y con razón- la enorme distancia
entre el Creador y su criatura, lo cual hacía pensar en la infinita soledad de
Dios. Jesús anunció que Dios no está solo sino que vive en comunión. Frente al
Padre está el Hijo, ambos están unidos entre sí, se conocen, se comprenden y se
aman recíprocamente (Mt 11,25) en la plenitud y perfección divina por medio del
Espíritu Santo. Los discípulos deben bautizar en el “nombre” de este Dios, del
Dios que así fue anunciado y creído.
Al interior de la
familia trinitaria. El bautismo:
Nos sumerge en el ámbito poderoso de este Dios y obra el
paso hacia Él. Nos pone bajo su protección y su poder. Nos posibilita la
comunión con Él, que en sí mismo es comunión. Nos hace Hijos del Padre, quien
está unido con un amor ardiente a su Hijo. Nos hace hermanos y hermanas del
Hijo que, con todo lo que Él es, está ante el Padre. Nos da el Espíritu Santo,
quien nos une al Padre y al Hijo, nos abre a su benéfico influjo y nos hace
vivir la comunión con ellos.
Si es verdad que el seguimiento nos introduce en el ámbito
de vida de Jesús, también es verdad que esta vida es su comunión con el Padre
en el Espíritu Santo. El bautismo sella nuestra acogida en esta adorable
comunión.
4) El enseñar a poner en práctica las enseñanzas de Jesús:
el discipulado como un nuevo estilo de vida. La comunión con este Dios,
determinada por el seguimiento y sellada por el bautismo. Exige a los
discípulos un estilo de vida que esté a la altura de ese don. Notamos una gran
continuidad entra la misión de Jesús y la de sus apóstoles:
• De muchas maneras, desde las bienaventuranzas (5,3-12)
hasta la visión del juicio final (Mt 25,31-46), Jesús instruyó a sus
discípulos. A lo largo del evangelio distinguimos cinco grandes discursos de
Jesús. Ahora los apóstoles deben transmitírselas a los nuevos discípulos
atraídos por ellos. Las enseñanzas de Jesús no son opcionales.
• Hasta el presente fue Jesús quien llamó discípulos y los
educó en una existencia según la voluntad de Dios. Ahora son ellos los que, por
encargo suyo, deben llamar a todos los hombres como discípulos y educarlos en
una vida recta. En otras palabras, todo lo que los discípulos recibieron del
Maestro debe ser transmitido en la misión.
El Resucitado muestra el significado pleno de su nombre
“Emmanuel”, “Dios-con-nosotros” (Mt 28,20b) “Y he aquí que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Durante su ministerio terreno, la relación de Jesús con sus
discípulos estuvo caracterizada por su presencia visible y viva en medio de
ellos. A partir de la Pascua esta presencia no termina sino que adquiere una
nueva modalidad. Jesús utiliza una expresión conocida en la Biblia. En el
Antiguo Testamento la expresión “El Señor está contigo”, le aseguraba a la
persona que tenía una misión particular que Dios lo asistiría con poder y
eficacia en su tarea. Con ello se quería decir que Dios no abandona al hombre a
sus propias fuerzas, sino más bien que a la tarea que Dios le encomienda se le
suma su presencia y su ayuda.
Jesús, a quien se le ha dado todo poder, habla con la
potestad divina, asegurando su presencia y su ayuda a la Iglesia misionera.
Quien al principio fue anunciado como el “Emmanuel”, el “Dios con nosotros” (Mt
1,23), muestra ahora la verdad de esta expresión: Él es la fidelidad viviente
del Dios de la Alianza (“Dios-con-nosotros” es una expresión referida al “Yo
soy vuestro Dios y vosotros mi pueblo”) que permanece al lado de sus discípulos
con todo su poder, con su vivo interés y con su poderosa asistencia a lo largo
de toda la historia.
La celebración de la Ascensión nos
coloca ante estas palabras de Jesús, quien en la plenitud de su potestad toma
determinaciones hacia el futuro. Él, ya no estará de forma visible en medio de
sus discípulos, pero sí garantiza su presencia poderosa en medio de los suyos.
Así permanecerá “hasta el fin del mundo”, hasta que no ocurra con su venida el
cumplimiento, y con él la plena e inmediata comunión de vida con la Trinidad
Santa.
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