DOMINGO XVII – B (29 de julio de 2018)
Proclamación del Santo evangelio según San Juan 6,1-15:
6:1 Después de esto, Jesús atravesó el mar de Galilea,
llamado Tiberíades.
6:2 Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía
curando a los enfermos.
6:3 Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus
discípulos.
6:4 Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
6:5 Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud
acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de
comer?"
6:6 Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien
lo que iba a hacer.
6:7 Felipe le respondió: "Doscientos denarios no
bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan".
6:8 Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón
Pedro, le dijo:
6:9 "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y
dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?"
6:10 Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había
mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres.
6:11 Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a
los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que
quisieron.
6:12 Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos:
"Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada".
6:13 Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos
que sobraron de los cinco panes de cebada.
6:14 Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente
decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo".
6:15 Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para
hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados hermanos en el Señor Paz y Bien.
Jesús les dijo: "Les aseguro que ustedes me buscan, no
porque comprendieron los signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la
Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el
Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26). “El pan que Dios da es el que
desciende del cielo y da Vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre
de ese pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás
tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn 6,33-35).
¿Por qué hay tanta hambre en el mundo, si Dios es
todopoderoso y puede multiplicar lo poco que los seres humanos aportemos?
Precisamente hay hambre en el mundo porque muy pocos dan poco y hay gente que
no da nada para compartir. Teniendo cinco panes e incuso tienen más de cinco
panes, pero no quieren compartir. Los discípulos se acercaron a Jesús y le
dijeron: "Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la gente
para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos". Pero Jesús les dijo:
"No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos" (Mt
14,15-16).
El domingo anterior resaltamos el episodio: “Los apóstoles
se volvieron a reunir con Jesús y le contaron todo lo habían hecho y enseñado y
Jesús les dijo; Vengan Uds. Solos a descansar un poco” (Mc 6,30). Y decíamos
que cada domingo hacemos un espacio para descansar un poco y lo hacemos en la
santa misa. En el descanso escuchamos la palabra de Dios. Y de la escucha,
salimos a enseñar (evangelizar). Pero hay algo que aún falta: Hacer vida o vivir
lo que enseñamos.
se puede dividir el evangelio leído en: 1) Introducción
(6,1-4). 2) El diálogo de Jesús con sus discípulos (6,5-9). 3) La
multiplicación de los panes (6,10-11). 4) La colecta de las sobras y las
reacciones de la multitud ante Jesús y de Jesús ante las multitudes (6,12-15).
De los cuatro partes la tercera sección es la parte central y nos detendremos
en detallar.
“Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los
que estaban sentados” (Jn 6,11). ¿Qué panes los tomó? Los cinco panes que un
muchacho tenia (Jn 6,9). Este episodio nos recuerda aquel otro episodio del
desprendimiento: “Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas
monedas de cobre en el arca de la ofrenda. Entonces Jesús llamó a sus
discípulos y les dijo: Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que
cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella
en su pobreza dio todo lo que tenía para vivir" (Mc 12,42). Y los mismo
aquel episodio: “Quien tacañamente da, tacañamente cosechará” (II Cor 9,6).
Jesús pudo hacer que se convierta las piedras en pan, pero
quiso que de las ofrendas se conviertan en pan para alimentar a más de cinco
mil hombres. Para hacernos entender que todo gesto de caridad hecha con amor
trae siempre su recompensa. Y es ese gesto que se hace en cada Misa, hacer una
colecta de ofrenda para los actos de caridad.
La segunda idea que merece mayores detalles el evangelio que
hoy leímos es el mensaje central del tema: “Jesús tomó los panes, dijo la
acción de gracias y los distribuyó a los que estaban sentados” (Jn 6,11). ¿Cómo
es esa acción de gracias que Jesús dijo? Vamos al siguiente episodio: Mientras
comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus
discípulos, diciendo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo". Después
tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Beban todos de
ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, para la remisión de
los pecados” (Mt 26,26). Hizo la multiplicación de los panes y alimento a más
de cinco mil hombres.
Cómo habría sido ese acontecimiento! Una multitud de unas cinco mil personas que
seguía a Jesús para escuchar sus enseñanzas.
Llega la hora de comer, y con sólo cinco panes y dos pescados el Señor
va repartiéndolos y saca comida para saciar a toda esa multitud... y todavía quedaron sobras. ¿De dónde salieron
los cinco panes y los dos pescados? Ya
destacamos (Jn 6,9). Había un muchacho entre los presentes que los llevaba
consigo. Hay muchos pasajes bíblicos
similares. Por cierto no es éste el único pasaje en que Dios utiliza un aporte
humano para remediar una necesidad. En
efecto, nos cuenta la Primera Lectura de este domingo (2 R 4, 42-44) de una
situación similar. El Profeta Eliseo recibe veinte panes y ordena a su criado
repartirlo entre cien personas. Ante la
objeción del criado por lo insuficiente del alimento, Eliseo insiste aduciendo
que “dice el Señor: ‘Comerán todos y sobrará’”. Y así fue, tal como dijo el Señor. Otro milagro de multiplicación.
En el caso de Eliseo, de veinte panes comieron cien. En el caso de Jesús, de cinco panes y dos
peces comieron unos quince mil. Las
cantidades no importan, sino como dato referencial. Lo que importa es el milagro de la
multiplicación, la providencia del Señor para con los que necesitan, y el
aporte requerido para proveer en forma milagrosa. Cabría preguntarnos, ¿por qué
entonces hay tanta hambre en el mundo, si Dios es todopoderoso y puede
multiplicar lo poco que los seres humanos aportemos? Notemos que los dos milagros no se
realizaron de la nada, sino a partir de insuficientes y realmente escasos
comestibles.
Dios, como Omnipotente y Todopoderoso que es, podría haber
alimentado a la gente de la nada. Si nos
creó de la nada, por supuesto puede alimentarnos de la nada. Pero Dios desea
nuestra participación, nuestro aporte. Y
ese aporte suele ser como el del chico: muy insuficiente, muy poca cosa, una
nada. Pero Dios lo quiere y hasta lo exige para El intervenir. Y cuando el hombre da su aporte, Dios
interviene multiplicándolo. El muchacho de este alimento multiplicado donó toda
la comida que llevaba para él. Fue muy
generoso. En el caso de Eliseo, fue un
hombre que le llevó los primeros frutos de su cultivo. Y nosotros... ¿damos al menos de lo que nos
sobra para que Dios haga milagros con nuestros aportes?
“Abres, Señor tus manos generosas y cuantos viven quedan
satisfechos. Tú alimentas a todos a su
tiempo” (Sal. 144). Así hemos cantado en el Salmo de hoy. Esta atención amorosa de Dios se denomina
“Divina Providencia”, por medio de la cual Dios nos da el alimento cuando se
necesita, nos da cada cosa a su tiempo, y todos quedan saciados. Dios conoce
todas nuestras necesidades mejor que nosotros mismos y se ocupará de ellas si
se las dejamos a El. Debemos estar
siempre confiados en la Divina Providencia.
Nos lo muestran las Lecturas de hoy y lo hemos orado en el Salmo. Además Jesucristo nos lo manifiesta en otros
pasajes evangélicos: “No anden tan preocupados ni digan: ¿tendremos
alimento? ¿Qué beberemos?, o ¿tendremos
ropas para vestirnos? Los que no conocen
a Dios se afanan por eso, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que
necesitan todo eso”. (Mt. 6, 31-32).
“Fíjense en las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, no guardan
alimentos en graneros. Sin embargo, el
Padre del Cielo, el Padre de ustedes, las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que las aves?”
(Mt. 6, 26).
Pero Dios también nos pide solidaridad con los demás y el
compartir de lo mucho o poco que tenemos. Si tal vez diéramos todo nuestro
amor, es decir, si amáramos a Dios sobre todas las cosas, podríamos darnos
cuenta de las necesidades que requieren ser remediadas, podríamos aprender a
amar, comenzaríamos a ser generosos, como el chico del Evangelio, comenzaríamos
a dar de lo mucho o de lo poco que tenemos. Y, más allá de atender a las
necesidades materiales, el amor –si es verdadero amor, si está fundado en nuestro
amor a Dios- debe alcanzar también las necesidades espirituales. Inclusive, puede “mantenernos unidos en el
espíritu con el vínculo de la paz”, como nos indica San Pablo en la Segunda
Lectura (Ef. 4, 1-6), de manera que “Dios, Padre de todos, que reina sobre
todos, actúe a través de todos”. Ahora
bien, para Dios actuar a través de cada uno de nosotros, cada uno debe amar a
Dios. Y amar a Dios significa buscar su
Voluntad para ser y hacer como El desea.
Sólo así estaremos unidos a Dios, unidos entre sí, y sensibles a las
necesidades ajenas, pendientes de ayudar a remediar las carencias de nuestros
hermanos.
El acto de caridad nace del amor. Y Dios actúa siempre caritativamente con
nosotros, así nos recuerda por ejemplo el episodio: “Acuérdate del largo camino
que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta
años. Allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu
corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos. Te afligió y te
hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná, ese alimento que ni tú ni tus
padres conocían, para enseñarte que el hombre no vive solamente de pan, sino de
todo lo que sale de la boca del Señor” (Dt 8,2-3).
Después de este gesto del compartir el pan material tenemos
que pasar a la dimensión espiritual, porque no podemos quedarnos en el pan
material. Mismo Jesús nos invita a trascender: "Les aseguro que ustedes me
buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la
Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el
Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). A esta contundente afirmación hay
que agregar:
“El pan que Dios da viene del cielo y da Vida al mundo.
Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les respondió: Yo soy
el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás
tendrá sed” (Jn 6,33-35).
Y terminamos esta reflexión con esta y más contundente
respuesta de Jesús respecto a la santa comunión: "Les aseguro que si no
comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en
ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi
sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en
mí y yo en él” (Jn 6,51-56).
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