DOMINGO XVII - A (26 de Julio del 2020)
Proclamación del santo evangelio según Mateo 13,44-52:
13:44 El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido
en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría,
vende todo lo que posee y compra el campo.
13:45 El Reino de los Cielos se parece también a un
negociante que se dedicaba a buscar perlas finas;
13:46 y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo
que tenía y la compró.
13:47 El Reino de los Cielos se parece también a una red que
se echa al mar y recoge toda clase de peces.
13:48 Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla
y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.
13:49 Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y
separarán a los malos de entre los justos,
13:50 para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá
llanto y rechinar de dientes.
13:51 ¿Comprendieron todo esto?" "Sí", le
respondieron.
13:52 Entonces agregó: "Todo escriba convertido en
discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus
reservas lo nuevo y lo viejo". PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados amigos en el Señor y Paz y Bien.
“El Reino de los Cielos se parece también a un negociante
que se dedicaba a buscar perlas finas” (Mt 13,45). ¿Cuál es el presupuesto
requerido para buscar el tesoro (Mt 13,44)?: La sabiduría: “¡Feliz el hombre que
encuentra la sabiduría y obtiene la inteligencia, porque la sabiduría vale más
que la plata y es más rentable que el oro fino!” (Prv 3,13-14); La fe: “Jesús
le dijo: Todo es posible para el que cree y tiene fe. Inmediatamente el padre
del niño exclamó: Creo, pero aumenta mi fe" (Mc 9,24-25).
La búsqueda de perlas finas (Mt 13,45), el hallazgo del
tesoro escondido (Mt 13,44), los peces buenos (Mt 13,48), y las cosas nuevas
(Mt 13,52) nos encaminan entrar en sintonía con aquella enseñanza de Jesús: “Si
yo expulso los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios
ha llegado a ustedes” (Mt 12,28; Lc 11,20). Y el tema central: el tesoro
escondido en el campo: Es Cristo Jesús el tesoro escondido porque en él
hallamos el reino de Dios. ¿Cómo hacernos de este tesoro? Que es lo mismo preguntarnos:
“¿Qué obras buenas debo hacer para conseguir la salvación eterna? Jesús le
dijo: Si quieres entrar en la Vida eterna, cumple los Mandamientos. El joven
rico dijo ya lo cumplí desde pequeño ¿Qué más me faltara? Dijo Jesús; vende
todo lo que tienes, dáselo a los pobres así tendrás un tesoro en el cielo,
luego vente conmigo, (Mt 19,16-21).
Las enseñanzas de este domingo son el complemento a las
enseñanzas del domingo anterior donde nos hemos preguntado como los apóstoles:
“¿Cuándo llegara el reino de Dios?” (Lc 17,20), Jesús respondió: “Si yo expulso
los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado
a ustedes” (Mt 12,28; Lc 11,20). “Yo soy la puerta, el que entra por mí se
salvará” (Jn 10,9). Es decir que el Reino de Dios tiene que ver con nuestra
salvación y Cristo Jesús es nuestra salvación. De ahí que propios y
extraños preguntan al Señor: “¿Qué hare para obtener la salvación
eterna?” (Mc 10,17). “¿Serán pocos los que se salven” (Lc 13,23). “¿Quién podrá
salvarse” (Mt 19,25). En la enseñanza de hoy nos preguntamos: ¿Qué o quién es
nuestro tesoro, dónde y cómo lo buscamo?
Hemos resaltado la enseñanza: “Déjenlos crecer juntos (Trigo
y cizaña) hasta la cosecha, y entonces diré a los segadores: Arranquen primero
la cizaña y échenlo al fuego, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt
13,30). “Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma
manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y
estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y
los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes.
Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que
tenga oídos, que oiga!” (Mt 13,40-43). Hoy se nos reitera de otro modo: “Los
pescadores sacan la red a la orilla y, sentándose, recogen los buenos peces en
canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los
ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el
horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes” (Mt 13,48-50).
Como hipótesis de nuestra reflexión: Si soy buen pez,
entonces obtengo mi salvación (canasta=cielo); y si soy inservible, entonces
obtengo mi condenación (tiran=infierno). “El hombres está situado entre la vida
y la muerte: a cada uno se le dará lo que escoja” (Eclo 15,17). Dios dice a
Israel: “Yo pongo ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición.
Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes, con tal que ames al Señor, tu
Dios, escuches su voz y le seas fiel” (Dt 30,19). Lo viejo y lo nuevo (Mt
13,52).
El texto de la primera parábola dice: «El Reino de los
Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un
hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que
tiene y compra el campo aquel” (Mt 13,44). Aquí, el término de comparación es
para aclarar las cosas del Reino de Dios que es el tesoro escondido en el
campo. Ninguno sabe que en el campo hay un tesoro. No sabía que lo encontraría.
Lo encuentra y se alegra y acoge con gratitud lo imprevisto. El tesoro
descubierto no le pertenece todavía, será suyo sólo si consigue comprar el
campo. Así eran las leyes de la época. Por esto va, vende todo lo que posee y
compra aquel campo. Comprando el campo, se hace dueño del tesoro. Jesús no
explica la parábola. Vale aquí lo que ha dicho antes: “Quien tenga oídos oiga”
(Mt 13,9.43). O sea: “El Reino de Dios es esto. Lo han escuchado. ¡Ahora,
traten de entenderlo! Es tarea de cada uno de nosotros preguntarnos en la vida
¿Qué buscamos? El campo es nuestra vida, en la vida de cada uno de nosotros hay
un tesoro escondido, tesoro precioso, más precioso que todas las cosas de
valor. ¿Qué es el tesoro en nuestra vida que vamos buscando? ¿Será riqueza?
¿Será un título? En este sentido nos dice Jesús: “No acumulen tesoros en la
tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan
las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay
polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí
donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6,19-21).
¿Cuál es el tesoro de tu vida que buscas? Será ese tesoro
que se marchita? Si buscas un tesoro como el oro, entonces solo sirve para esta
vida y Como el Señor dice, los ladrones acechan para robar. Quien lo encuentra
da todo lo que posee para comprar aquel tesoro ¿Lo has encontrado tú? Y si aún
no lo has encontrado ¿Por qué crees que no lo encuentras? ¿En qué falla la
estrategia de tu búsqueda? Y ¿Dónde y cómo la buscas? Pedro y los demás buscan
toda la noche el tesoro de la pesca pero nunca cogieron peces y Jesús se
presentó de madrugada y dijo a Simón: "Rema mar adentro, y echen las
redes". Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera
y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes". Así
lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de
romperse… Pero Jesús dijo a Simón: No temas, de ahora en adelante serás
pescador de hombres. Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo
todo, lo siguieron” (Lc 5,4-11). Los apóstoles, habían hallado el tesoro:
Cristo Jesús.
“También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader
que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va
y vende todo lo que tiene y la compra” (Mt 13,45-46). En la primera parábola,
el término de comparación era “el tesoro escondido en el campo”. En esta
parábola, el acento es otro. El término de comparación no es la perla preciosa,
sino la actividad, el esfuerzo del mercader que busca de perlas preciosas.
Todos saben que tales perlas existen. Lo que importa no es saber que esas
perlas existen, sino buscarlas sin descanso, hasta encontrarla. Por eso la
pregunta es ¿Dónde, cómo y con qué busco ese perla preciosa?.
Las dos parábolas tienen elementos comunes y elementos
diversos. En los dos casos, se trata de una cosa preciosa: tesoro y perla. En
los dos casos hay un encuentro, y en los dos casos la persona va y vende todo
lo que tiene para poder comprar el valor que ha encontrado. En la primera
parábola, el encuentro se sucede por casualidad. En la segunda, el encuentro es
fruto del esfuerzo y de la búsqueda. Tenemos dos aspectos fundamentales del
Reino de Dios:
El Reino existe, está escondido en la vida, en espera de
quien lo encuentre. Y segundo, el Reino es fruto de una búsqueda y de un
encuentro. Son las dos dimensiones fundamentales de la vida humana: la gratitud
de amor que nos acoge y nos encuentra y la observancia fiel que nos lleva al
encuentro.
“También es semejante el Reino de los Cielos a una red que
se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan
a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así
sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre
los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el
rechinar de dientes” (Mt 13,47-50). Aquí el Reino es semejante a una red, no
una red cualquiera, sino una red echada en el mar y que pesca de todo. Se trata
de algo típico en la vida de aquéllos que escuchaban, donde la mayoría eran
pescadores, que vivían de la pesca. Una experiencia que ellos tienen de la red
echada en el mar y que captura de todo, cosas buenas y cosas menos buenas. El
pescador no puede evitar que entren cosas malas en su red. Porque él no
consigue controlar lo que viene de abajo, en el fondo del agua del mar, donde
se mueve su red. Sólo lo sabrá cuando tire de la red hacia lo alto y se sienta
con sus compañeros para hacer la separación. Entonces sabrán qué es lo que vale
y lo que no vale. De nuevo, Jesús no explica la parábola, pero da una
indicación: “Así será al final de mundo”. Habrá una separación entre buenos y
malos. En el domingo anterior decía: “Así como se arranca la cizaña y se la
quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del
hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos
y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá
llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en
el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!” (Mt 13,40-43).
La bondad y misericordia del Señor tiene límites y el límite
de la misericordia es la Justicia divina. Quienes merecen estar en el cielo, lo
estarán y quienes merecen estar en el fuego eterno que es el infierno lo
estarán sin dudas, y al respecto dice Jesús: “Había un hombre rico que se
vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su
puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse
con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus
llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El
rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de
los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a
él. Entonces exclamó: Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que
moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas
me atormentan. Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus
bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su
consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran
abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden
hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí" (Lc 16,19-26).
Conclusión del discurso parabólico: Jesús pregunto:
¿Comprendieron todo esto? "Sí", le respondieron. Entonces agregó:
"Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a
un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo" (Mt
13,51-52). Otra cita al respecto nos dice: “Nadie usa un pedazo de tela nueva
para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo
y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos,
porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres.
¡A vino nuevo, odres nuevos!" (Mc 2,21-22).
Las parábolas: “Las cosas nuevas y las cosas antiguas (Mt
13,52), semillas arrojadas en el campo (Mt 13,4-8), el grano de mostaza (Mt
13,31-32), la levadura (Mt 13,33), el tesoro escondido en el campo (Mt 13,44)
el mercader de perlas finas (Mt 13,45-46), la red echada en el mar (Mt 13,
47-48). Nos induce hacia la búsqueda del tesoro escondido que es el reino de
Dios y el que lo encuentra es hombre nuevo, vino nuevo.
Si has hallado tu tesoro que es Cristo Jesús o que es lo
mismo el reino de Dios, disfruta de ese tesoro hallado siendo o actuado
como hombre nuevo (Ef 4,23). Los santos han hallado su tesoros en Cristo, el
Señor por eso han sido las personas más felices y contentos. Los apóstoles han
hallado el tesoro y dejándolo todo lo siguieron (Lc 5,11). San Pablo halló su
tesoro y dijo: “Para mi Cristo lo es todo” (Col. 3,11). “A causa del Señor,
nada tiene valor para mí en este mundo. Todo lo considero basura con tal de
ganar a Cristo” (Flp 3,8). Por eso, quien supo hallar el tesoro en su vida
tiene que estar alegre, como nos recomienda San Pablo: “Estén alegres en el
Señor, os lo repito estén alegres” (Flp 4,4).
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