martes, 19 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXIV – B (24 de Noviembre del 2024)

 DOMINGO XXXIV – B (24 de Noviembre del 2024)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 18,33-37:

18:33 En aquel tiempo, Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?"

18:34 Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?"

18:35 Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?"

18:36 Jesús respondió: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí".

18:37 Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?" Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor, Paz y Bien.

"Vine al mundo para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37).Y la verdad es que Jesús es el Rey del mundo.

El evangelio de Marcos, que hemos leído durante este año, ciclo B presentaba el inicio de la predicación de Jesús de Nazaret con estas palabras: "El tiempo se ha cumplido, está cerca el reino de Dios: conviértanse y crean en la buena Noticia"(Mc 1,15). Hoy, en esta fiesta: Jesucristo Rey del universos que cierra el año litúrgico, hemos escuchado la afirmación final de Jesucristo: "Soy rey" (Jn 18,37). Entre el inicio y el final, hemos escuchado domingo tras domingo (34 domingos), el anuncio, la proclamación y la institución del Reino de Dios en el ejemplo y trabajo del Hijo del hombre, Jesús, el Mesías; palabras y obras que en nosotros debían provocar una respuesta de fe. Respuesta que se resume en la convicción de que el reino de Dios lo hallamos en Jesucristo, en sus palabras, en su ejemplo, en su persona. Es decir, en la afirmación de que Jesucristo es el Rey y esa es la verdad como Jesús mismo lo afirma: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 1,37).

"¿Conque tú eres rey"? (Jn 18,37): Jesús fue juzgado y condenado por el sanedrín por blasfemo, por ir contra el templo. Pero cuando el sanedrín lo entregó al gobernador romano Poncio Pilato, lo acusaron de soliviantar al pueblo desde Galilea, de incitar a las gentes a no pagar el tributo al César y de hacerse llamar el Mesías rey. Presentaron la subida de Jesús a Jerusalén como una incursión sobre Jerusalén. Pilato, en consecuencia, no tuvo más remedio que interrogarle sobre este particular: "Conque, ¿tú eres rey? Y él respondió y dijo: Tú lo dices" (Jn 18,37). El título de Rey de los judíos atribuido a Jesús de Nazaret aparece por vez primera en los evangelios en este contexto de la pasión. Se trataba de un título que en aquel tiempo y circunstancias tenía connotaciones subversivas y que se prestaba a toda clase de malentendidos, razón por la cual Jesús lo había evitado siempre con sumo cuidado en su vida pública (es lo que se ha llamado "silencio mesiánico"). Pero los enemigos de Jesús, que ya habían decidido su muerte, necesitaban una causa en la que pudiera y debiera entender el gobernador romano, y hallaron que ésta era la más apropiada; aunque había otras razones particulares para los judíos: “No sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios y llamándolo su propio Padre” (Jn 5,18).

Aunque Pilato no parece que tomara en serio la acusación, sí que tuvo que tomar en serio a los acusadores y se vio obligado, por razones políticas, a dar por bueno lo que no era más que un pretexto. Su pregunta: "¿conque tú eres rey?", suena a nuestros oídos como si dijera: "si tú eres rey, que venga Dios y lo vea". Sin embargo, Pilato sentenció la muerte de Jesús y mandó fijar el rótulo en el que se publicaba la causa de la sentencia: "Este es el rey de los judíos" (Jn 19,19).

La ironía de Dios: El relato de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret, tal y como se hace en los cuatro evangelios pero sobre todo en el de Juan, es una divina ironía. Lo que sucede, paso a paso, remedando el ritual de la solemne exaltación de los reyes al trono es, desde el punto de vista del sanedrín, de Pilato, de los soldados, la del pueblo y hasta de uno de los dos ladrones ajusticiados junto con el Cristo (o "el ungido"), un puro sarcasmo y una burla cruel (Jn 19,14). Pero los creyentes, los discípulos de Jesús, aceptarán el punto de vista del Maestro y confesarían que él es, en efecto, el Señor y el Mesías. En el relato de la pasión - de la "exaltación", como dice Juan- no falta la coronación, pero la corona es un casquete de espinas (Jn 19,2); ni la aclamación del pueblo, aunque en este caso se trata de un abucheo; ni la entronización; ni el homenaje de los grandes y notables de Israel, pero el homenaje consiste en el desfile de los sacerdotes y senadores que pasan delante de la cruz moviendo la cabeza. De manera que no falta nada, pero todo es distinto.

No falta, desde luego, el rey por la gracia de Dios, pero su reino no es de este mundo; es decir, no es como los reinos de este mundo sino todo lo contrario y aún su contradicción pública o contestación: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn 18,36). Porque Jesús es la debilidad de Dios contra el poder de los que se endiosan. Jesús es rey que ha venido a servir y no a ser servido, y por eso ocupa el último lugar del mundo que le permite servir a todo el mundo (Mc 10,43-45). Sus leyes se reducen al amor (Jn 15,9) y, a diferencia de todas las leyes de este mundo, son una buena noticia para los pobres. Su política es amar a los enemigos (Mt 5,43-48) y, por lo tanto, no tiene soldados para combatirlos... Un rey tan extraño no podía esperar la comprensión de los reyes normales y de los señores de este mundo: "Pues saben que los que son reconocidos como reyes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen"(Mc 10,42-43). Antes bien, tenía que contar con su oposición más decidida.

Como así fue: Ni el poder convencional (el imperio), ni la religión convencional (la sinagoga), ni la sabiduría convencional (la academia) comprendieron el mensaje de este rey. Para Pilato fue un "inri", para la sinagoga un escándalo, para los griegos una necedad. Pero para los que creyeron en Jesús, los más pobres y sencillos, fue la misma fuerza y sabiduría de Dios (I Cor 1,2-25).

Jesús dijo a Nicodemo: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Ustedes tienen que renacer de lo alto” ( Jn 3,5-7). En el bautismo somos ungidos como: Sacerdote, profeta y rey.

Pero extrañamente, los cristianos olvidamos a menudo todo eso del reino de Dios. Y entonces inevitablemente desfiguramos nuestra fe. Quizá podríamos preguntar a chicos o jóvenes que semana tras semana han recibido su catequesis: ¿qué es el Reino de Dios? ¿Sabrían responder? Pienso que muchos no sabrían qué decir. Y si se lo preguntáramos a muchos de los cristianos que asistimos cada domingo a misa, muy probablemente tampoco sabríamos qué responder.

Preguntémonoslo nosotros hoy. Porque, ¿cómo sabremos qué significa que Jesús es Rey si no sabemos de qué reino es el Rey? Más aún: toda la predicación de Jesús es anuncio del Reino, su Buena Noticia es que el Reino está ya entre nosotros (Lc 11,20), pero será en plenitud por gracia del Padre en la totalidad del Reino futuro.

¿Cómo entenderemos todo eso si no sabemos qué es el Reino de Dios? La respuesta la podríamos buscar en el prefacio de hoy. Diremos al comenzar la acción de gracias que el Reino de Jesucristo es "el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz". No podríamos hallar una respuesta más clara y sencilla. Todo lo que hay en el mundo, sea en quien sea, de verdad o de vida, todo lo que el hombre es capaz de vivir de santidad y de gracia, toda realidad o todo esfuerzo de justicia, de amor, de paz... esto es el Reino de Dios. Y esta es la tarea de Jesucristo: anunciarnos que todo esto es de Dios, tienen la fuerza y la consistencia de Dios. Decírnoslo y a la vez impulsarnos por un camino de trabajo, de búsqueda, de lucha por todo ello, comunicándonos, además, la gran esperanza de que todo eso que nosotros ahora vivimos precariamente, Dios quiere que lo consigamos con plenitud y para siempre.

Consecuencia de lo dicho es que el cristiano debe ser un apasionado del reino. Apasionado en la lucha por conseguir que el hombre viva con más verdad y vida, más santidad y gracia, más justicia, amor y paz. Y apasionado también por celebrar ya ahora, por vivir con alegría, lo que de todo eso hay ya en nuestra vida, porque todo eso es de Dios.

El es para nosotros la puerta, el pastor, el guía, la luz y la fuerza. Por eso sus métodos deben ser nuestros métodos. Ahora, en la Eucaristía, después de nuestra acción de gracias en la plegaria eucarística y antes de comulgar, diremos juntos el Padrenuestro. Lo diremos juntos nosotros y lo dirá con nosotros nuestro Rey Jesús, presente en nuestra asamblea. Con él y como él, pediremos al Padre que venga su Reino. Y pedirlo significa que estamos dispuestos a trabajar en ello, con todo empeño, con todo esfuerzo, pero siempre según los métodos y el camino del Rey Jesús: con respeto y comprensión para todos:

“Les exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley. Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos” ( Gal 5,16-24).

domingo, 10 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXIII – B (17 de Noviembre de 2024)

 DOMINGO XXXIII – B (17 de Noviembre de 2024)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 13,24-32:

13:24 En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar,

13:25 las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán.

13:26 Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria.

13:27 Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.

13:28 Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano.

13:29 Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.

13:30 Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto.

13:31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

13:32 En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre. PALABRA DEL SEÑOR.

Amigos en el Señor Paz y Bien.

Los discípulos preguntaron a Jesús: "¿Cuándo y cuál será la señal de tu Venida y del fin del mundo?" (Mt 24,3). Jesús respondió: “En cuanto a ese día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24,36). Pero Jesús les adelanto algunos detalles de aquel día: “Después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria” (Mc. 13,24-26). “Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez pero y no en relación al pecado, sino en relación a la salvación” (Heb 9,28). “Al final de los tiempos, el Hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino" (Mt 16,27-28). “A la señal dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo.  Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre” (I Tes 4,16-17).

El mensaje del penúltimo domingo del tiempo ordinario ciclo B se apoya en dos ideas y hacen un complemento a lo que sucedió cuando Jesús ascendió al cielo: “Como los discípulos permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir" (Hch 1,10-11).

En primer lugar está la idea cuando dice el Señor: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mc 13,31). Que en una sola palabra bien podemos situarla en un contexto de escatología y resumir en una sola palabra: Parusía. ¿Qué es la Parusía?

La Parusía no es sino la aparición gloriosa de Jesús resucitado al final de los tiempos, es la consumación del misterio de Cristo y de la salvación, pues todos nos esforzamos por algún día llegar a la presencia de Dios glorificado (Visión beatifica): “Miren cómo nos amó el Padre. Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (I Jn 3,1-3). Este hecho de ver el rostro glorificado (Mt 17,2) no tiene ni principio ni fin es eterno, es estar con Dios para siempre.

Estamos convencidos de que Jesucristo volverá al final del mundo para completar así la consumación de la salvación. En el credo decimos: “Creo que Jesús resucitó de entre los muertos, que subió al cielo, que está sentado a la derecha de Dios Padre y que nuevo vendrá para juzgar a vivo y muertos y que su Reino no tendrá fin”.

La palabra de Parusía, deja entrever también el misterio de Dios en el que una parte es clara a nuestros ojos pero otra es completamente desconocida, porque como todo lo que proviene de Dios es misterio, en el sentido de que es infinito y la mente humana no es capaz de abarcarlo todo y porque somos simplemente seres contingentes. Seres en movimiento. Así, tendremos que conformarnos con saber que la resurrección, de alguna forma ya la estamos viviendo en Cristo mediante la Iglesia que comparte con los fieles, todo el misterio de Dios. Lo anterior quiere decir que por medio del sacramento del Bautismo (Mt 28,19-20) morimos al pecado y resucitamos a una nueva vida en Cristo Jesús por los dones otorgados del Espíritu Santo.

La vida terrena tiene su fin en la muerte, cuando sucede esto el alma inmortal recibe el juicio particular (Mt 25,31-46) de las obras hechas en nuestra vida en la tierra (Jn 5,29). De esta forma, somos llevados al cielo, si estamos en gracia de Dios y purificados perfectamente, ésta purificación la podemos obtener a través del sacramento de la unción de los enfermos (Stg 5,13-15), pero si aún  tenemos que limpiarnos o purificarnos, somos conducidos al purgatorio, donde es la purificación final: “La obra de cada uno aparecerá tal como es, porque el día del Juicio, que se revelará por medio del fuego, la pondrá de manifiesto; y el fuego probará la calidad de la obra de cada uno. Si la obra construida sobre el fundamento resiste la prueba, el que la hizo recibirá la recompensa; si la obra es consumida, se perderá” (I Cor 3,13-14).

¿Cómo será el segundo advenimiento?: “Se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte” (Mc 13,26.27). Al respecto dice el gran apóstol: “Los que vivamos, los que quedemos cuando venga el Señor, no precederemos a los que hayan muerto. Porque a la señal dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo. Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre” (I Tes 4,15-17).

La primera, es el anuncio de la última venida de Jesús al final de los tiempos y, la segunda, nos hace dos advertencias, la advertencia de aprender a ver los signos de la venida de Dios a los hombres y la advertencia a tener esperanza; pues aunque todo esté llamado a tener un fin, la Palabra de Jesús estará ahí para mantener vivas nuestra fe y nuestra esperanza. En realidad, lo hace por dos motivos. El primero, todo pasa, este mundo pasará, pero su palabra no pasará (Mt 24,35) y, lo segundo, para que nazca lo nuevo es preciso destruir lo viejo. Nadie construye un edificio nuevo sobre el viejo. Primero hay que destruir lo viejo para dar paso a lo nuevo. Primero tenemos que destruir lo viejo de nuestro corazón para que Dios construya el hombre nuevo. Primero destruimos el pecado y luego levantamos el edificio de la santidad y la gracia. Por tanto, es un domingo no para entrar en pánico, sino para abrirnos a la esperanza. Una esperanza que luego tendremos que continuar en el Adviento. No es la esperanza de las cosas que pueden fallarnos, sino la esperanza fundamentada en la palabra de Dios.

Toda la creación participa del ser contingente (ayer no existíamos, hoy existimos, mañana no existiremos) Todo es contingente y todo está llamado a pasar. Pasan los días, los meses, los años y nos vamos haciendo cada vez más viejos. Pero hay algo que “no pasará”, la palabra de Dios como verdad y como promesa (Mc 13,31). Esa tendría que ser, para nosotros, los creyentes, la roca sobre la que fundamentar nuestras esperanzas. Alguien tiene que ofrecer al mundo un fundamento sólido y estable sobre el que afianzar nuestra esperanza, donde todo es contingente o relativo surge inmediatamente la inseguridad. Donde todos dudan, ¿quién se siente seguro? Cuando todos duden, nosotros tenemos que ofrecer seguridad. Donde todos están perdiendo la esperanza, nosotros tenemos que estar “firmes en la esperanza”.

El fundamento de nuestra fe tiene que ser esa Palabra de Jesús que “mis palabras no pasarán” (Mc 13,31). Podremos aceptarla o rechazarla, pero seguirá ahí como faro de referencia. Tal vez uno de nuestros grandes problemas a todos los niveles eclesiales sea precisamente éste: “Cuestionarlo todo y carecer de puntos de referencia seguros.” Entonces todo es caos y relativo, donde vivir en la verdad o la mentira nos da lo mismo, y eso no puede ser un referente para los que tenemos fe.

“El cielo y la tierra pasaran, mis palabras no pasaran” (Mc 13,31). Porque “Dios es eterno, el hombre no es eterno” (Eclo 17,30). “El hombre está sobre la tierra, Dios está en el cielo” (Ecl 5,1). “Mira el cielo y la tierra, y todo lo que hay en ella, incluyendo al hombre Dios lo creo de la nada” (II Mac 7,28). “Lo visible es pasajero y lo invisible es eterno” (ICor 4,18). Son citas que ponen de manifiesto que la causa no es lo mismo que el efecto, (Causa = Dios; Efecto= todo lo creado).

¿Cuándo será el fin? Podemos contestar que no sabemos ni el día ni la hora; pero  también podemos proclamar con firmeza nuestra convicción de que las palabras de Jesús  no pasarán; su Buena Noticia, su anuncio de un mundo de hermanos, será realidad. A  nosotros sólo nos queda trabajar con todas nuestras fuerzas para hacer que ninguna  esperanza quede defraudada, que todas se hagan realidad. Dios es un Dios con futuro, aunque nosotros frecuentemente lo presentamos con una  "reliquia" del pasado. Parece que sólo nos pide conservar unas tradiciones y usos cuando,  en realidad, nos está llamando continuamente a construir un futuro diferente del presente  que nos toca vivir; que el mañana no sea como el hoy sino radicalmente distinto. La Buena  Noticia está proclamada y puesta en marcha, pero no todo el mundo la ha acogido; por eso  hay tantas esperanzas defraudadas. De ahí la urgente tarea que tenemos los que nos  proclamamos cristianos, es decir: los que reconocemos haber escuchado y aceptado la  Buena Noticia, los que tenemos que vivirla y ayudar a que todos la vivan, para que todos  puedan conseguir lo que anhelan porque, en el fondo de sus corazones, Dios ha grabado  ese deseo de felicidad, de hermandad, de amor, de justicia, y de eternidad.

"Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad" (Mc 13,26). La descripción está tomada del libro de Daniel (7, 13s.). ¿Cómo interpreta y utiliza el texto evangélico la cita tomada de Daniel? En la visión de Daniel aparecen las Bestias que se oponen al Hijo de hombre, el cual pertenece al mundo trascendente, al mundo divino, sin que sea posible ir más lejos en la identificación. Se trata de los diferentes imperios del mundo que deben derrumbarse para hacer sitio al Reino de Dios. Después del libro de Daniel se volvió a tomar el símbolo del Hijo de hombre y se amplió todavía más su trascendencia. Llegamos poco a poco a la utilización de esta expresión, pero transformada en "Hijo del hombre" en los evangelios. Sabemos que Jesús se designa a sí mismo como tal (Mt 5, 11; 16, 13-21; Mc 8, 27-31; Lc 6, 22). En los Hechos de los Apóstoles, san Esteban ve a Jesús como el Hijo del hombre (Hech 7, 55), y también en el Apocalipsis aparece el Hijo del hombre (Apoc 1, 12-16; 14, 14ss.).

Para Jesús, el Hijo del hombre es, evidentemente, una persona, él mismo, que da su vida como rescate por muchos (Mc 10, 45). "Para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos". En el judaísmo se trata de la reunión de todos los judíos en su país. En el evangelio se trata de todos los bautizados que constituyen el nuevo Reino. La imagen será recogida, por ejemplo, en un escrito judeo-cristiano, la Didajé o Enseñanza de los Apóstoles. "Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla".

Como todos los años en este domingo, al final del año litúrgico (y enlazando con lo que  vamos a leer el primer domingo de Adviento), nos encontramos con el discurso escatológico  de Jesús. Y es necesario que hoy sepamos transmitir el mensaje de fondo de este discurso.  Un mensaje que no es anunciar que van a suceder grandes desgracias, sino anunciar que  a pesar de todas las desgracias que puedan ocurrir, la victoria de Jesucristo (y de sus  seguidores) es segura.

Las situaciones difíciles que se acercan.  En el horizonte de las palabras del evangelio de hoy están las graves pruebas, los graves  momentos que los discípulos tenían que vivir: en primer lugar, la misma muerte de Jesús,  que será como si se les hundiesen todas las esperanzas; luego, la destrucción de Jerusalén  por los romanos el año 70, que hará desaparecer lo que había sido el punto de referencia  del encuentro entre Dios y los hombres durante siglos y siglos; y finalmente, la durísima  prueba de las persecuciones que inició Nerón, que será como un combate de todos los  poderes del mundo contra la nueva fe, y en el que van a perder la vida los "dos testigos"  (Ap 11, 3), Pedro y Pablo.

Estos momentos difíciles que se acercan son, verdaderamente, el sol que se hace  tinieblas y las estrellas que caen del cielo. Como lo habían sido, dos siglos atrás, los graves  momentos, los "tiempos difíciles" de que habla la primera lectura: Antíoco Epifanés y los  demás dominadores helénicos amenazaban con la aniquilación de todos los signos de  identidad del pueblo de los elegidos. Fue en aquella época, la época del libro de Daniel,  cuando nació este "género literario", la apocalíptica, que así quería hacer frente a las  duras realidades que tenía que vivir el pueblo y mantener la firmeza y la esperanza. Y el  propio Jesús se va a servir de este género para afirmar la esperanza y el futuro de su  nuevo pueblo, a pesar de todas las desgracias que puedan suceder.

El mensaje de la victoria. El género apocalíptico anunciaba que las catástrofes y calamidades que tenían que  suceder eran precisamente el signo de la definitiva intervención de Dios para salvar a su  pueblo: "se levantará Miguel" y "entonces se salvará tu pueblo". Ahora, en cambio, Jesucristo anuncia que todo lo que pueda suceder es signo de que él  ha vencido, ha sido glorificado por su muerte, y la palabra de salvación que ha proclamado  "no pasará". Este es el mensaje del evangelio de hoy que tendríamos que saber transmitir. 

Más aún en este ciclo de Marcos, en que todo el interés del evangelista se ha centrado en  mostrarnos a Jesús como Buena Nueva definitiva para los hombres. En medio de la historia  de los hombres, en medio de todos los soles que se hagan tinieblas y de todas las estrellas  que caigan del cielo, está la imagen del Hijo del Hombre elevada sobre las nubes, que  reúne a sus elegidos de los cuatro vientos. Los reúne ahora, en esta misma generación, y  va a reunirlos un día definitivamente. Y la segunda lectura, la de la carta a los Hebreos, nos ayuda a comprender el sentido de  todo esto: Jesucristo, con su muerte, ha traído el perdón de Dios a los hombres y anuncia  que todos los enemigos de los hombres tienen que desaparecer. Precisamente, según la  imaginería de los relatos de la pasión, en el momento de la pasión de Jesucristo se produce  el fragor cósmico que anuncia el evangelio de hoy: y de aquella muerte, de la gran  desgracia que fue aquella muerte, surgió la luz definitiva de la resurrección, la liberación  definitiva de la esclavitud de los hombres, que se ha realizado ya ahora y que tiene que  realizarse definitivamente. En aquella muerte, la fe nos hace contemplar ya al "Hijo del  Hombre sobre las nubes", que empieza a reunir a sus elegidos. La llamada, por tanto, es ésta: a sentirnos ya ahora reunidos alrededor de Jesucristo  victorioso, esperando su venida definitiva.

El mensaje de la firmeza. Junto con el mensaje de la victoria, se nos transmite hoy el mensaje de la firmeza. Esta  tiene que ser la "consecuencia moral" que tenemos que extraer de las lecturas de hoy.

Del evangelio de hoy, efectivamente, no tenemos que sacar consecuencias  atemorizadoras sobre el fin del mundo (no es éste el sentido, como hemos visto ya). Ni  debemos tener ganas de encontrar ahora persecuciones a la fe o cosas semejantes a  nuestro alrededor (los problemas que puedan haber actualmente no pueden llamarse  persecuciones: más bien son necesaria purificación). Sino que tenemos que quedarnos, más bien, con la invitación a caminar según el  Evangelio, apoyados en la palabra salvadora de Jesucristo, sin pretender conocer días ni  horas (de los que, efectivamente, nadie sabe nada). Porque la llamada actual es la llamada  a la fidelidad sean cuales sean las circunstancias: como fueron llamados los primeros  cristianos a ser fieles en horas de persecución, también nosotros estamos llamados a la  fidelidad en nuestras horas actuales. Y la plenitud llegará, pero llegará cuando el Padre  quiera.

martes, 5 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXII – B (10 de Noviembre del 2024)

 DOMINGO XXXII – B (10 de Noviembre del 2024)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos: 12,38-44:

12:38 Jesús les enseñaba: "Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas

12:39 y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes;

12:40 que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad".

12:41 Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia.

12:42 Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.

12:43 Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros,

12:44 porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

"No junten tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre las corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino acumulen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también su corazón." (Mt 6,19). La verdadera riqueza no está en lo material, sino en nuestra relación con Dios y en cómo vivimos según Sus principios. La fe, el amor, la generosidad y la justicia son valores invaluables a los ojos de Dios.

A los ojos del mundo, quien da todo lo que tiene corre el riesgo de vivir desamparado y llegar a morir. Pues, quien nada tiene nada vale. La viuda del evangelio de este domingo es, según la visión mundana, una viuda que al despojarse del todo está destinada a no ser alguien porque echó en el cepillo del templo todo lo que tenía para vivir (Mc 12,42). San Marcos, jugando con las palabras, termina la narración utilizando, dos significados: vida y medios de subsistencia. Al decir que la pobre viuda echó toda su subsistencia, dice también que dio toda su vida, porque de las dos monedas dependía, en verdad, su vida entera. Con su limosna, la viuda convirtió su pobreza en auténtico sacrificio e inmolación; como si hubiera derramado su vida en libación sobre el altar o la hubiera quemado como incienso en la presencia de Dios; y todo sin ser notada, como se hacen las cosas grandes: en secreto. Descubierta sólo por la mirada de Cristo que, más allá de las apariencias, penetra en lo interior del acontecimiento.

Al descubrirla con la mirada de Cristo, san Marcos la sitúa en contrapunto de los escribas que se pavonean con sus llamativos ropajes, reclamo de reverencias y adulación de la gente. La falsa justicia que Cristo fustigó en el sermón del monte se dramatiza en estos personajillos, hambrientos de vanidad y codicia, que recibirán la sentencia rigurosa de Dios por haber adulterado la oración y extorsionado a las viudas (Mt 23,5). Como aquel hijo prodigo de la parábola que dilapidó todos sus bienes y se destruyó a sí mismo, porque sólo se amó a sí mismo (Lc 15,14). Los escribas dilapidan todo para ganarse la admiración de los hombres y ser tenidos por justos al margen de Dios. La viuda, por el contrario, todo lo entrega, y conquista, sin ella saberlo, la alabanza del Señor (Mc 12,44). Con dos monedas se perdió a sí misma para los ojos del mundo y en cambio se ganó el cielo. Actitud que para Dios vale mucho más que cualquier sacrificio.

Esta escena ocupa, en el evangelio de Marcos, un lugar muy significativo. Es el colofón a todos los dichos y hechos de Jesús. Viene a decir que, ante lo que Cristo dice y hace, debemos evitar la actitud de los escribas —ˇCuídense de los escribas! (Mt 23,3)— con su hueca piedad e hipocresía. Debemos más bien observar a la viuda para descubrir en ella el verdadero fundamento de la religión: ser pródigos en darnos a Dios (Lc 15,1), sin reservas, con lo que somos y tenemos. Sólo así Dios será lo único importante de nuestra vida al que serviremos pródigamente con lo necesario para vivir y no con lo superfluo. San Pablo lo resume así: “Para mi Cristo lo es todo” ( Col 3,11).

Recordando el episodio del anterior domingo: “Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de los mandamientos? Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor;  y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos" (Mc 12,28-31). La respuesta de Jesús que da al escriba quepa exactamente a otra pregunta de fondo: ¿Qué hare para heredar la vida eterna? (Mc 10,17). Es lo mismo preguntarnos ¿Qué hare para obtener mi salvación? Ahora Jesús nos ha dicho: Ama a Dios amando a tu hermano. Pero ese amor ha de ser con obra concreta de caridad: Actitud de la pobre mujer del Evangelio de hoy.

Dios dijo al rico: "Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será la riqueza que has amontonado?" Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios" (Lc 12,20-21). Les dijo también: "Cuídense de toda avaricia, porque aun cuando uno tenga todo, la vida de un hombre no depende de su riqueza" (Lc 12,15).  Y nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero” (Mt 6,24).

¿Cómo ser rico a los ojos de Dios?: La pobre del Evangelio de hoy nos da la lección. Dijo Jesús al ver la actitud de la pobre: “Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, en su pobreza, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir" (Mc 12,43-44). Esta actitud de la pobre difiere totalmente a la actitud del joven rico quien preguntó a Jesús: ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: cumple los mandamientos…(Mc 10,17). El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud". Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!" (Mc 10,20-23).

Respecto a los bienes materiales o riqueza – como ya hemos dicho- Jesús dice: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6,19-21). Fíjense que el joven rico (Mc 10,17) al aferrarse a su riqueza solo acumula tesoros en la tierra donde se corroe, en cambio la Pobre viuda (Mc 12,43) al desprenderse de lo poco que tenía, acumula tesoro en el cielo.

La pobre y viuda del evangelio, compró con dos monedas de poco valor el Reino de los cielos y en cambio el joven rico no le alcanza toda su riqueza para hacerse del Reino de los cielos. Es decir la riqueza, como el dinero no es de por sí ni bueno ni malo, todo depende cómo se use. Si se usa motivada por el egoísmo, la riqueza es motivo de tropiezo o perdición, si se usa motivada por el amor, es medio de salvación.

San Pablo también hace referencia  al tema en los siguientes términos: “El que siembra tacañamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará abundantemente. Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría” (II Cor 9,6-7). O aquel episodio: “No se engañen, nadie se burla de Dios. Se recoge lo que se siembra. El que siembra para satisfacer su carne, de la carne recogerá sólo la corrupción; pero el que siembra según el Espíritu, del Espíritu cosechará la Vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos. Por lo tanto, mientras estamos a tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe” (Gal 6,7-10).

En el A.T. el dar está relacionado con la cantidad, así por ejemplo el Señor dijo a Moisés: “Habla en estos términos a los levitas: Cuando ustedes reciban de los israelitas los diezmos que yo les asigné como herencia, reservarán la décima parte como una ofrenda para el Señor: esto les será tenido en cuenta a título de contribución” (Num 18,25-27). O sea, basta que se dé la décima parte, califica en la voluntad de Dios. Pero en el N.T. no es suficiente que se dé la décima parte, sino del todo. Ejemplo: ”Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, en su pobreza, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir" (Mc 12,43-44).

En suma, el Evangelio de hoy nos presenta a esta pobre viuda, aparentemente intrascendente, que Jesús nos presenta como un modelo de vida cristiana. Con los rasgos siguientes: a) Las cosas no son como son sino como las vemos. Todo se ve según los criterios con los que miramos las cosas. Si las miramos desde el egoísmo o si las miramos desde el amor y la generosidad. b) No es cuestión de dar cosas, sino con qué corazón las damos. No es la cantidad, sino la calidad del dar con amor. c) depende qué es lo que damos a los demás. Podemos dar lo que nos estorba en casa y ya no nos sirve, esa es una manera de desentendernos de ello.  Podemos dar aquello que nos sobra o podemos dar aún de aquello que nosotros necesitamos. Incluso, podemos dar pasando nosotros necesidad y lo que tenemos para vivir. Esto lo llamaría, no dar cosas sino darse a sí mismo.

“Nada trajimos al venir al mundo, y al irnos, nada podremos llevar” (I Tm 6,7). Pero saben ¿Qué vamos a llevar? Al cielo llevaremos lo que hemos gastado para el Señor en sus pobres, así nos lo reitera: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pobres de mis hermanos, lo hicieron conmigo hereden el Reino de los cielos". Luego dirá a los de la izquierda: Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber.” (Mt 25,40-42). Es decir; muy por el contrario, dejaremos en esta tierra todo lo que ahorramos motivado por el egoísmo, es decir lo perdemos todo.

lunes, 28 de octubre de 2024

DOMINGO XXXI – B ( 03 DE NOVIEMBRE DEL 2024)

 DOMINGO XXXI – B ( 03 DE NOVIEMBRE DEL 2024)

Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 28-34


12:28 Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: "¿Cuál es el primero de los mandamientos?"

12:29 Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor;

12:30 y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.

12:31 El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos".

12:32 El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él,

12:33 y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios".

12:34 Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. PALABRA DEL SEÑOR.


Estimados hermanos en el amor Paz y Bien.

A tres domingos para finalizar el ciclo litúrgico ciclo B en el que hemos leído el Evangelio de San Marcos. Nos hemos preguntado: ¿Qué tengo que hacer la para heredar la vida eterna? (Mc 10,17). Hemos ensayado diversas respuestas y todas las respuestas se resumen en el tema del amor: La vocación mayor del hombre es el ser llamado al amor.

“Santifíquense guardando mis leyes y poniéndolos en práctica mis mandamientos porque Yo soy Yahveh, el que los santifico” (Lv 20,7). Poniendo en práctica los mandamientos es como podemos santificarnos y ¿Para qué sirve la santificación nuestra? Pues yo soy Yahveh, el que los ha subido de la tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean, pues, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45).  La santidad es requisito para nuestra salvación y tiene su estrategia  específica: Vivir en el amor.

"¿Cuál es el primero de los mandamientos?" (Mc 12,28). Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos" (Mc 12,29-31). No es que sea dos mandamientos. Es un mandamiento supremo que tiene dos partes: Amor a Dios y al prójimo. Por eso Jesús dirá: Les doy un mandamiento, que se  amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35).

No es que nos amemos como quisiéramos. La medida perfecta del amor es el modo como Jesús nos amó. El dio su vida por nosotros, de igual modos es como debemos amarnos unos a otros. Luego nos dice. “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Uds son mis amigos si cumplen o que yos los enseño” (Jn 15,13-14). Amándonos unos a otros es como llegamos a amar en verdad a Dios. Y si Dios es amor (I Jn 4,8), por eso se nos exhorta: "Quien ama a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano “ (IJn 4,20-21).

El amor da incluso el significado definitivo a la vida humana. Es la condición esencial de la dignidad del hombre, la prueba de la nobleza de su alma. San Pablo dirá que es “el vínculo de la perfección” (Col 3, 14). Es lo más grande en la vida del hombre, porque —el verdadero amor— lleva en sí la dimensión de la eternidad. Es inmortal: “La caridad no pasa jamás”, leemos en la Carta primera a los Corintios (1 Cor 13, 8). El hombre muere por lo que se refiere al cuerpo, porque éste es el destino de cada uno sobre la tierra, pero esta muerte no daña al amor que ha madurado en su vida. Ciertamente permanece, sobre todo para dar testimonio del hombre ante Dios, que es amor. Designa el puesto del hombre en el Reino de Dios; en el orden de la comunión de los santos. El Señor Jesús dice en el Evangelio de hoy a su interlocutor, viendo que comprende el primado del amor entre los mandamientos: “No estás lejos del Reino de Dios” (Mc 12, 34).

Son dos los mandamientos del amor, como afirma expresamente el Maestro en su respuesta, pero el amor es uno solo. Uno e idéntico, abraza a Dios y al prójimo. A Dios: sobre todas las cosas, porque está sobre todo. Al prójimo: con la medida del hombre y, por lo tanto, “como a sí mismo”.

Estos “dos amores” están tan estrechamente unidos entre sí, que el uno no puede existir sin el otro. Lo dice San Juan en otro lugar: “El que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4, 20). Por lo tanto, no se puede separar un amor del otro. El verdadero amor al hombre, al prójimo, por lo mismo que es amor verdadero, es, a la vez, amor a Dios. Esto puede sorprender a alguno. Ciertamente sorprende. Cuando el Señor Jesús presenta a sus oyentes la visión del juicio final, referida en el Evangelio de San Mateo, dice: “Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme” (Mt 25, 35-36).

Entonces los que escuchan estas palabras se sorprenden, porque oímos que preguntan: “Señor, ¿cuándo te hemos hecho todo esto?”. Y la respuesta es: “En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno solo de mis hermanos más pequeños —esto es, a vuestro prójimo, a uno de los hombres—, a mí me lo hicisteis” (cf. Mt 25, 37. 40).

Esta verdad es muy importante para toda nuestra vida y para nuestro comportamiento. Es particularmente importante para quienes tratan de amar a los hombres, pero “no saben si aman a Dios”, o, desde luego, declaran no “saber” amarlo. Es fácil explicar esta dificultad, cuando se considera toda la naturaleza del hombre, toda su sicología. De algún modo al hombre le resulta más fácil amar lo que ve, que lo que no ve (cf. 1 Jn 4, 20).

“Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor. Como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,9-10).

Recoge la especie de profesión de fe que todo israelita recitaba diariamente, que todo buen israelita aprendía de memoria de pequeño y no dejaba de decir ningún día de su vida.

Son una palabra bien formulada, vigorosa, que a buen seguro formaban parte de la intimidad más profunda de todo creyente de la antigua alianza. A Jesús, que era un buen israelita y que por tanto se las sabía de memoria y las recitaba diariamente, le saldrá con toda facilidad utilizarlas como respuesta al doctor de la Ley y acoplarles la "ampliación" del segundo mandamiento.

Este hecho, nos podría llevar hoy a valorar también las fórmulas de fe que nosotros sabemos de memoria, y a valorar el hecho de recitarlas cada día, para que formen parte inseparable de nuestra alma. El padrenuestro es la fundamental de estas fórmulas, para el cristiano. Ningún día tendríamos que dejar de recitarlo, en algún momento u otro. Y de vez en cuando, tendríamos que detenernos a reflexionar sus frases.

La respuesta de Jesús recoge palabras del Antiguo Testamento (Dt 6,4) . No se lo inventa, el principal mandamiento. Y no era tampoco nuevo, que los doctores de la Ley aunasen el amor a Dios y el amor a los demás. Pero Jesús, al margen de la posible novedad hace una proclamación que se convierte en una de las fórmulas constituyentes del Reino (como lo es también las bienaventuranzas); el creyente del Reino es aquel que vive con toda intensidad el tener a Dios como único absoluto y lo concreta en la vida de cada día en el amor a los demás, trabajando para que los demás puedan ser y tener lo mismo que yo soy y tengo.

¿Qué es lo primero, lo más importante? "Qué Mandamiento es el primero de todos". No es una pregunta teórica, o, al menos, no sólo teórica, sino práctica y actual. Actual en el tiempo de Jesús porque habían desmenuzado la Ley en infinidad de preceptos y muchos, sin duda, se sentían perdidos. Y actual en nuestros días por el peligro de poner la religión sólo en ir a misa, defender la escuela católica o atender a las normas sobre moral sexual de nuestros obispos. También para el creyente de hoy tiene actualidad la pregunta.

Lo primero es el amor a Dios. Un amor, claro está, que implica la fe en Dios, en el único Dios, y que se opone o excluye a todos los ídolos. Amor y fe en Dios es lo primero y principio de la religión tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

Dios hoy, para muchos, es una palabra lejana y abstracta que apenas les dice nada. El ateísmo y la increencia, por otra parte, están en crecida. Ambas cosas hacen que el tema de Dios sea hoy primordial. Es necesario hacer ver que la pregunta por Dios es algo razonable y humana, y presentar al hombre de hoy, con toda su fuerza, el Dios de Jesús.

Es imprescindible una catequesis sobre Dios, el Dios de vida y desenmascarar a los ídolos de hoy.

Dios es lo primero y el principio. Lo primero en la fe y el principio en el amor. Antes que el amor a Dios es el amor de Dios. Tal vez esto no le gusta al hombre moderno que quiere ser protagonista de la historia. Pero es algo que está en la Palabra de Dios.

Dios nos amó primero, la misma creación es fruto del amor. La iniciativa es de Dios, y sólo el amor de Dios, que viene de Dios y se adentra en el corazón del hombre, hace posible en nosotros el amor a Dios. La fuente y el principio no está en el hombre. Dios se ha manifestado y ha amado primero. El amor a Dios no es más que el retorno del amor de Dios.

No conviene, pues, engañarse en lo que es primero y esencial en la religión. Sin esto la fe y la religión son otra cosa, algo humano, pero no divino. Se puede renunciar a este camino de la fe, pero, no tergiversar.

Ateos como Feuerbach o Sartre han afirmado que el verdadero amor es el humano, aquel que no necesita ninguna bendición ni consagración de parte de la religión ni de Dios, un amor totalmente secularizado sin ninguna mediación de lo religioso. "En cambio, el amor-ágape, carisma de los carismas (1 Cor. 13) pertenece sólo a Dios y sólo puede descender de él sobre todas las cosas y todos los hombres. El amor está fuera de lo humano, de lo terrestre, es iniciativa de Dios y ha encontrado su epifanía en ese inclinarse hacia el hombre por parte de Dios, desde la llamada de Abraham hasta el envío al mundo de su hijo, el amado" (Pronzato).

Ese amor de Dios es un solo amor con doble dirección: hacia Dios y hacia los hermanos. Por eso dice Jesús, y en ello el escriba (el Antiguo Testamento y, tal vez, toda religión) está de acuerdo, que es un único mandamiento, porque se trata de un único amor.

Por esto el amor a los hermanos no tiene sentido, para un cristiano, sin el amor a Dios (que es amor de Dios). Ni tampoco, por otra parte, puede darse un amor a Dios que de alguna manera no se haga extensivo a los hermanos. El amor al hermano que tenemos ahí, es manifestativo del amor a Dios, a quien no se ve. No existe, en la práctica, amor a Dios sin amor a los hermanos.

Lo que dice Jesús no es nuevo, puesto que en el Antiguo Testamento ya se había dicho, y probablemente en alguna otra religión, la novedad está en la claridad como se expresa y encarna en su persona y en la inclinación a hacerlo. "No estás lejos del reino de Dios", le dice al escriba, cuya buena intención destaca así Marcos.

Lo importante es esa cercanía del Reino de Dios que predica Jesús y la invitación, al escriba y a todos nosotros, para entrar en él. La homilía, como Palabra de Dios en la cual se inspira, no puede quedar en un discurso, sino que tiene que hacer presente la fuerza y cercanía del reino de Dios e incitar a entrar en su dinamismo.

Algunas concreciones de este evangelio pueden ser: Un objetivo que da un sentido infinito a todo. La palabra "mandamiento" es traidora, porque suena a algo que hay que hacer no porque valga la pena, sino porque hay alguien con poder suficiente como para imponernos. Y en los "mandamientos" que vienen de la fe ciertamente no se da eso. Podríamos llamarlos "objetivos", quizá. Podríamos hacer la pregunta del doctor de la Ley de esta manera: ¿Cuál es el objetivo más importante de la vida del hombre? Y la respuesta de Jesús sería esta: el objetivo más importante de la vida del hombre es tener a Dios muy cerca, muy adentro, como lo más decisivo, como lo único decisivo; y con él, y como él, poner todos nuestros proyectos y actuaciones dirigidos no a nuestro interés personal, sino en solidaridad con todos los demás. Y Jesús añadiría, si nosotros dijéramos que sí, que nos apuntamos a esto: esto es el camino del Reino de Dios, tener eso como objetivo de la vida quiere decir entrar donde está Dios, vivir lo más grande que puede ser vivido.

La experiencia de Dios: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él”( I Jn 4,16).

No está bien separar los dos niveles, pero somos limitados y tenemos que explicarnos y reflexionar las cosas por partes. El creyente es aquel que ha sido tocado en su interior más profundo por la experiencia de una presencia plena, viva, totalmente amorosa. Una experiencia que para algunos será un sentimiento a flor de piel, fácil de tocar, mientras que para otros será un convencimiento profundo, sin demasiados sentimientos palpables. Tanto da. De lo que se trata es de vivirlo y cultivarlo. Y buscar medios: un rato concreto diario repasando en presencia de Dios el día; ratos no programados en el autobús o en la Iglesia; momentos de lectura de los salmos o del evangelio o de algún texto que me vaya bien...

El amor a los demás: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,34-35). “Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso” ( I Jn 4,2).

Dios "comprende" que uno, por lo que sea, no llegue a conocerlo; pero lo que no acepta es que uno se desentienda de los demás; ésta será la gran sorpresa de (Mt25,31-46). Esto muestra hasta qué punto el creyente tiene que vivir en absoluta conexión los dos mandamientos. Lástima que, a lo largo del tiempo, hayamos perdido en parte el sentido concretísimo que tiene este amor, y lo hayamos convertido en una fórmula casi abstracta. Amar a los demás, dice Jesús, es hacer lo que el samaritano de la parábola (Lc 10,37), o lo que hace él mismo cuando se encuentra con un leproso o con la mujer adúltera (Jn 8,11). Amar quiere decir, pues, hacer todo lo que esté en mi mano para que todos los hombres y mujeres de cualquier parte del mundo puedan tener lo que yo tengo y todo lo que desearía tener. 

domingo, 20 de octubre de 2024

DOMINGO XXX – B (27 de octubre de 2024)

 DOMINGO XXX – B (27 de octubre de 2024)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 10,46-52:

10:46 Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo —Bartimeo, un mendigo ciego— estaba sentado junto al camino.

10:47 Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!"

10:48 Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de mí!"

10:49 Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Entonces llamaron al ciego y le dijeron: "¡Ánimo, levántate! Él te llama".

10:50 Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él.

10:51 Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". Él le respondió: "Maestro, que yo pueda ver".

10:52 Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

Las preguntas que nos formulamos en este año para comprender las enseñanzas de Jesús es: ¿Qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" (Mc 10,17). Los discípulos dijeron: ¿Quién podrá salvarse?" Jesús les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible" (Mc 10,26-27). Si todo es posible para Dios, es posible que un ciego deje de ser ciego por el poder de Dios. Jesús dice al ciego: "¿Qué quieres que haga por ti?”. Él le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino” (Mc 10,51-52). Como se ve, para el tema de salvación es importante tener en cuenta el tema de la fe.

Jesús preguntó al ciego: "¿Qué quieres que haga por ti?". Él le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino” (Mc 10,51-52). Este episodio se contrasta con lo que Jesús decía: “Si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al infierno donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.” (Mc 9,37). Si el tema de fondo es la salvación, nos preguntamos ¿Sera el ojo para mi motivo salvación o condenación? Es ilógico pensar que todos los que tienen ojos irán al cielo y todos los ciegos al infierno o viceversa. Todo depende que conducta damos al cuerpo con sus cinco sentidos.

Jesús se enteró de que habían echado de la sinagoga al ciego que lo había dado vista y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?" Él respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?" Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando". Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él. Después Jesús agregó: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven". Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?" Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece" (Mc 9,35-41). Porque ven según las conveniencias particulares y no ven lo que es. Por eso dice Jesús: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida" (Jn 8,12).

El evangelista San Lucas acuña el inicio del ministerio público de Jesús de este modo: “Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías (61) y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4,16-21).

En el posterior relato Lucas trae a colación las primeras reacciones de la gente de unos a favor otro en contra de Jesús: “Ellos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y otros decían: ¿No es este el hijo de José? Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"…y agregó: Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra”. (Lc 4,22-24). El evangelio de Juan trae otras escenas como por ejemplo: “Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: Yo soy el pan bajado del cielo. Y decían: ¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: Yo he bajado del cielo? (Jn 6,41).

Los discípulos de Juan el Bautista preguntaron a Jesús: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? En esa ocasión, Jesús curó a mucha gente de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos. Entonces respondió a los enviados: "Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!" (Lc 7,20-23).

En otra ocasión Jesús aclaro a sus discípulos y les dijo: “Les hablo por medio de parábolas porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure” (Mt 13,13-15). Es más, Jesús les dijo: “Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron” (Mt 13,16-17). El evangelista Marcos agrega y dice: “Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?". Ellos le respondieron: Doce. Y aun ¿no entiendes? (Mc 8,18-19).

Jesús es más enfático en decir: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida" (Jn 8,12). Y ante el ciego de nacimiento dijo: “Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo. Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: Ve a lavarte a la piscina de Siloé, que significa Enviado. El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía” (Jn 9,5-7).

Así, pues conviene preguntarnos ¿Quién es el ciego de nuestros tiempos si Bartimeo dejó de ser ciego?

Bartimeo, un mendigo y además ciego. Dos desgracias juntas: “La de mendigo”, es decir, que vivía en la pobreza mendigando un pedazo de pan para comer y subsistir cada día, para el colmo “ciego”. Está sentado junto al camino por donde pasaría cantidad de gente a la que él no podía ver ni reconocer; sin embargo, se da cuenta de que el que ahora pasa es Jesús. No lo ve, pero quiere verlo. Se resigna a pedir limosna, pero no se resigna a seguir viviendo ciego. ¿Imaginemos cuanta gente vive sentada en el camino esperando no solo una limosna sino que alguien le haga ver? ¡Cuantos que creemos tener buena vista, no logramos ver a nadie, y menos a Jesús que pasa a nuestro lado y lo dejamos pasar, tal vez porque nadie nos despierta esa curiosidad de conocerle algún día! No nos resignamos a vivir de limosna y somos capaces de resignarnos a vivir ciegos espiritualmente.

Bartimeo decidió valerse por sí y gritó. Nada de cortesías, grita. Hasta molesta a los que acompañaban a Jesús que lo mandan callar, pero él grita más fuerte. Varias imágenes llenas de sentido para iluminar también nuestras vidas. En primer lugar, no basta decir que yo no veo a Dios. Hasta dónde tenemos esas ganas profundas del corazón que quiere ver y oramos no en voz baja para que no se entere nadie, sino a gritos. ¿Alguna vez has rezado dejando que tu corazón grite? No le pide a Jesús que lo saque de su pobreza y mendicidad, le pide que le haga ver. Además, la fineza de Jesús. Mientras los demás le mandan callar, que siempre es lo más fácil, mandar callar a quienes reclaman sus derechos, Jesús mismo lo manda llamar. Jesús es tan delicado que ni siquiera le dice yo te voy devolver la visión, le dice “tu fe ha curado”. ¿Qué le pedimos nosotros a Dios? ¿Que nos dé cosas o nos haga verle a Él y ver a los demás? ¿Somos de los que mandamos callar a los que gritan sus necesidades o más bien nos acercamos a ellos? Como ven, muchas preguntas que esperan nuestras respuestas.

En resumen, ya en el A.T. se habla del valor trascendente de la vista: "Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman del árbol prohibido, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal.  Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, (Rm5, 12) que igualmente comió. Entonces se les abrieron a los dos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores” (Gn 3,4-7).

En el N. T. Jesús da el sentido real al mensaje de la ceguera: "Jesús dijo al hombre que ha sido curado de su ceguera: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven". Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?" Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece en Uds." (Jn 9,39-41).

Muchos como Bartimeo pueden hoy dejar de ser ciegos, pero seguirán siendo ciegos  a falta de esa fe como la de Bartimeo. “Señor auméntanos la fe” (Lc 17,5). Porque tú eres nuestra luz (Jn 6,12).

“Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti?. Él le respondió: Maestro, que yo pueda ver" Mc 10,51).

Esas reuniones en las que "se comparte" el evangelio con los demás son un buen medio para penetrar en sus riquezas gracias a las diferentes reacciones: "Mira, ya no había pensado en eso". Se puede incluso vivir momentos desconcertantes cuando el Espíritu inspira a algunos: "A mí, lo que me impresiona del texto... A mí, desde que oí esta llamada...".

La única sombra es que a veces algunos grupos se pierden en discusión de ideas o en descripción de hechos (¡y hasta de anécdotas!) y llegan a olvidar... la cita que se tiene con Jesús.

Lo que hay que recoger es su contacto, su mirada, su voz, sus gestos, todo lo que deja transparentar su ser y lo que nos introduce a través de él en el sentido profundo de lo que quiere ofrecernos.

En este sentido, Marcos resulta precioso. ¡Qué reportaje tan vivo esta curación de Bartimeo! Estamos entre la gente, un ciego grita, le dicen que se calle, grita más fuerte todavía y le toca a Jesús en el corazón. Jesús espera esos gritos, escucha nuestra fe, salta de gozo cuando es firme: "Llamadlo". La gente, como siempre, cambia inmediatamente de actitud. Si antes se quejaba del ciego, ahora lo anima: "¡Vete! ¡Ten confianza! ¡Te está llamando!". Todo lo que llamamos apostolado está en ese impulso: "¡Acércate! ¡Te está llamando!".

Dios quiere que sepamos decir: "El te llama". Pero que sepamos también escuchar cuando alguien -o un libro, o una voz interior- nos dice: "El te llama".

Bartimeo arroja su manto que le molesta para ir corriendo hacia Jesús. También aquí la imagen es dinamizante. Despojarse de todo estorbo, despertarse de la vida comodona, separarse de todo lo que nos tiene lejos del Señor.

Tener una confianza de hierro. Como todo el mundo, Bartimeo sabe que Jesús es el carpintero de Nazaret. Muchos tropiezan en ello. Pero él grita su fe; es el primero en proclamar bien alto que el nazareno es el hijo de David, el mesías. Estando ya en la luz, el ciego dice: "¡Maestro!". Pide con tanta fe, que el poder de Jesús puede transformarlo de arriba abajo. La última palabra de este evangelio es la que más tiene que movernos: "Lo siguió por el camino".

Lo que significa "tu fe te ha salvado" es la salvación en que uno entra cuando sigue a Jesús. Bartimeo recobra la vista y mucho más: unos ojos para ver tan bien a Jesús que se convierte en discípulo suyo.

No se había engañado Jesús al escuchar los gritos de esa fe vigorosa. Sin duda no es aún la fe plena que se desarrollará después de la resurrección, pero ya Bartimeo está seguro de estar ante el mesías, está seguro de que la fuerza misma de Dios lo va a tocar en Jesús y, una vez hecho esto, no vacila un segundo: si Jesús es la fuerza de Dios, hay que seguirle.

Nosotros, que sabemos de Jesús mucho más que Bartimeo, ¿tenemos ojos para mirarlo? ¿Hasta sentir en nosotros ese deseo que ha hecho nacer a los santos: "Quiero seguirte"?

miércoles, 16 de octubre de 2024

DOMINGO XXIX – B (20 de Octubre de 2024)

 DOMINGO XXIX – B (20 de Octubre de 2024)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 10,35-45:

10:35 Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir".

10:36 Él les respondió: "¿Qué quieren que haga por ustedes?"

10:37 Ellos le dijeron: "Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria".

10:38 Jesús les dijo: "No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?"

10:39 "Podemos", le respondieron. Entonces Jesús agregó: "Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo.

10:40 En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados".

10:41 Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos.

10:42 Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad.

10:43 Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes;

10:44 y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos.

10:45 Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en el Señor paz y Bien.

"Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria" (Mc 10,37). Esta inquietud se complementa con la inquietud del joven rico del domingo anterior: “¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?” (Mc 10,17). Jesús le recuerda los mandamientos (Ex 20,2-8) y le advierte que le falta algo más: “Da todo lo que tienes a los pobres, luego sígueme” (Mc 10,21). Hoy, agrega al seguimiento: “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Así como el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mc 10,43-45).

"Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria" (Mc 10,37). Estar en el cielo, que debe ser ilusión de todos, no es cuestión de meras ilusiones, sino efecto de una opción concreta. Jesús tampoco rechaza las aspiraciones de los discípulos, Él no desea discípulos conformistas, sin iniciativa y sin proyección, por eso admite que se llegue a ser “grande” y “el primero” (Mc 10,43-44). El problema no está en el “qué hacer” sino en el “para qué hacer” (en función de qué) y el “cómo seguir el camino correcto”.

1 ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé? (Mc 10,38).

Para comprender mejor el evangelio de hoy, tengamos en cuenta que, según el relato de Marcos, el episodio sucede inmediatamente después de que Jesús anunciara por tercera vez a los apóstoles sus sufrimientos y su muerte humillante en Jerusalén (Mc 10,33).

Y, como en otras ocasiones, el evangelista Marcos contrasta las palabras y la actitud de Jesús con la ambición y el egoísmo de los apóstoles. Parece que cuanto más próxima se encuentra la hora de los dolores de Jesús, más fuerte es la resistencia de sus discípulos a aceptarla (Mc 8,32).

Posiblemente nosotros ya estemos acostumbrados a ver a Jesús clavado en la cruz porque desde pequeños tenemos esta imagen; pero en tiempos de Jesús la idea de un mesías sufriente y muerto en la cruz a manos de los odiados opresores del pueblo, era totalmente ajena a la mentalidad judía y aún era considerada como blasfema. El pesado yugo romano reclamaba un mesías libertador que destruyera con las armas el poder opresor para establecer el reino de David en forma imperecedera.

Es perfectamente comprensible, entonces, que los apóstoles no entendieran nada de lo que Jesús les anunciaba. Hay algo más todavía. Marcos parece referirse más aun, que los apóstoles quedaron totalmente defraudados ante la muerte de Jesús y que les costó mucho descubrir su significado. Sólo a partir de la resurrección repasarán los hechos vividos junto a Jesús y se preguntarán cómo les fue posible pasar tanto tiempo con él sin avizorar la novedad de su mensaje.

Así, pues, los tres anuncios de la pasión y muerte expresan vivamente la fe nueva de los apóstoles en Cristo muerto y resucitado, en contraste con la vieja fe en un Cristo guerrero. Y los recuerdos de ciertos hechos vividos junto a Jesús, como las discusiones tenidas acerca de los primeros puestos y otras similares, pasarán a ser signos de toda una actitud que puede en cada momento infiltrarse en el creyente.

El evangelista Marcos no descarta la posibilidad de que cada hombre sienta cierta repugnancia por el camino que traza Jesucristo. Incluso la misma Iglesia -a pesar de su profesión de fe cristiana- parece seguir apegada más de la cuenta a un enfoque demasiado mundano del mesianismo de Jesucristo.

Cuando los apóstoles anuncian al Mesías muerto en la cruz, tratan de paliar el escándalo que puedan producir sus palabras, presentando su propio ejemplo: también ellos se resistieron a esta idea y, sin embargo, ahora creen. Ellos no anuncian una fe fácil y cómoda, a tal punto que a quienes más difícil y dura les resultó fue a ellos mismos.

Decíamos anteriormente que nosotros estamos acostumbrados a ver la imagen del Cristo crucificado. Pero nos podemos preguntar una vez más si hemos aceptado hasta sus últimas consecuencias la actitud de Jesús y la llamada que nos hace a seguirlo: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16,24).

Precisamente el texto evangélico de hoy vuelve a poner el dedo en la llaga y, por tercera vez en pocas semanas y nos llama a seguir a Jesucristo por el estrecho camino del servicio fraterno (Mc 10,43).

Tres eran los apóstoles líderes del grupo: Pedro, Santiago y Juan. Estos dos últimos, hermanos entre sí, llamados por su impetuosidad «los hijos del trueno», protagonizaron el episodio del evangelio de hoy. Suponiendo que debía estar muy lejos el día en que se inaugurara el reino de Cristo, se adelantaron al resto de sus compañeros y le dijeron a Jesús: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir» (Mc 10,35). La forma no es muy humilde ni muy cortés; es atrevida. Saben que Jesús tiene ahora pocos seguidores y aprovechan su situación de «fieles» para exigir algo por esa fidelidad. Están buscando una recompensa a su fe.

Se trata de una actitud muy común entre nosotros: suponemos que Dios se encuentra muy necesitado de nosotros y que de alguna manera está obligado a recompensar nuestros buenos servicios. Mas como Dios no suele darse por aludido, surge nuestra oración, al modo de la de los hijos del trueno: impetuosa y atrevida. No faltan los que hasta esconden una velada amenaza: «Si no me concedes tal milagro, no iré más a misa o abandonaré la Iglesia.» Esta manera de proceder descubre cuán lejos se está de una fe concebida como servicio con amor (Mc 10,45).

Servir a Dios en el amor es una donación gratuita de uno mismo; quien ama por la recompensa que pueda darle el amado, en realidad se ama a sí mismo. Los apóstoles tenían por aquel entonces una fe muy inmadura: buscaban la recompensa y seguían a Jesús por esa recompensa. De aquí que cuando vieron que Jesús era aprisionado, todos lo abandonaron: ¿Para qué sirve un Dios que ya no nos puede ofrecer nada? Lo mismo nos sucede con las devociones a los santos y a la Virgen María. Veneramos al santo más famoso en conceder favores, y hasta llegamos a discutir qué virgen es la que más oye a sus devotos.

¿Qué tiene que ver todo esto con una fe auténtica? Esto es lo que debemos plantearnos hoy. La religión cristiana no es una lotería de beneficencia ni una compañía de seguros; tampoco Dios o los santos son gerentes de las mismas. La fe cristiana es el seguimiento de Jesús. Es a nosotros mismos a quienes debemos exigir esto o lo otro. De lo contrario, no solamente no superamos la etapa del Antiguo Testamento, sino que podemos con mucha facilidad convertir el cristianismo en una religión pagana con su panteón de dioses sujetos al capricho de los hombres. Y ante la proposición de los dos hermanos, Jesús asiente... Ellos, entonces, le piden las dos principales carteras del nuevo gobierno. Jesús les deja llevar las cosas hasta el preciso momento en que pueda hacerles descubrir esto "nuevo" que es la fe. Llegado el momento les dice: «No saben lo que piden.» O sea: no tienen idea de lo absurda que es su petición; no han comprendido nada de lo que significa ser de Cristo y de lo que implica seguirlo.

Seguir a Cristo es compartir su cruz. Por eso, a su vez, les pregunta: «¿Son capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizarse con el bautismo con que yo me voy a bautizar?» Y, aunque parezca insólito, la respuesta de los dos hermanos fue decidida: «Lo somos.» Mc 10,39).  Lo cierto es que ambos abandonaron a Jesús en el Getsemaní: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño” (Mt 26,31).  Aunque Juan volverá después y estará con María al pie de la cruz. Santiago, por su parte, retornará a la fe después de la pascua y morirá mártir a manos de los judíos en la misma Jerusalén (He 12,2).

No podemos dudar de la sinceridad de ambos, aunque seguramente cuando pronunciaron aquel enfático «podemos», no imaginaban todo su alcance. Jesús, a su vez, confirma que ambos lo seguirán por el camino del sufrimiento, pero les aclara, para que no queden dudas, que eso no les da derecho a recompensa especial alguna.

Por qué el seguir a Cristo con la cruz de cada día no nos da derecho a recompensas especiales, lo explicará en seguida Jesús a todo el grupo apostólico. Pero ahora queda en claro algo: Hay una sola forma de seguir a Jesús, y es bebiendo su misma copa, bautizándose en la muerte de uno mismo (Mc 1,39). Aquí podemos hacer referencia a dos sacramentos a través de los cuales nos unimos al Cristo de la cruz y del amor. Son el bautismo (Jn 3,5) y la eucaristía (Lc 22,19).

BAUTISMO Y MUERTE: Al bautizarnos nos sumergimos en la muerte de Jesús para morir a nosotros mismos: “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva” (Rm 6,4). Allí muere el egoísmo y de allí resurgimos como hombres nuevos. Pero este bautizarse no es un rito mágico: es un proceso que dura toda la vida. Cada día hay que morir al propio ego, a la vanidad, al orgullo, al egoísmo, etc.

A su vez, cada vez que comulgamos, nos unimos al Cristo que derrama su vida por amor a los hombres. Comulgar es comprometerse a compartir el mismo gesto de Jesús. En cada misa, Jesús vuelve a preguntarnos: «¿Pueden beber esta copa que yo bebo?»

2. “Quien quiera ser grande y el primero, hágase servidor de todos” (Mc 10,44).

En un grupo donde los ambiciosos tratan de escalar, pronto surge la indignación y el resentimiento de los demás. Y así sucedió con los otros diez apóstoles, que pensaron que había sido una actitud desleal hacia el grupo el adelantarse para pedir los primeros puestos.

Jesús, con toda paciencia, vuelve a catequizarlos sobre el tema del servicio a la comunidad, tema que ya hemos reflexionado en varias oportunidades. Jesús no niega que los apóstoles han de ocupar en su Iglesia cierto puesto de relevancia y jerarquía. Pero la pregunta es otra: ¿Qué significa tener autoridad dentro de la Iglesia? Y el mismo Jesús distingue dos formas de ejercer la autoridad.

Una es la común entre los gobernantes y los poderosos: éstos hacen sentir a sus súbditos todo el peso de su autoridad; se sienten dueños de la comunidad y lo hacen pesar; disponen de todo sin consulta alguna y toman las decisiones como si los demás no existieran. La comunidad sólo tiene el derecho de ejecutar órdenes. Y Jesús aclara: «Pero entre Uds. no debe suceder así.» En la Iglesia, el ejercicio de la autoridad debe ser algo diametralmente distinto, incluso opuesto. Y así -nos dice Jesús-, el que quiera ser grande, que se haga servidor de los otros; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos (Mc 1,44). Porque el mismo Hijo del Hombre no vino a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate de la multitud (Mc 10,45).

Para que no queden dudas acerca del sentido de su pensamiento, Jesús distingue entre «importante» y «primero». Importantes son todos los que sirven a otros; primero es el que sirve a todos. Por lo tanto, existe en la Iglesia una jerarquía: la jerarquía del servicio a los hermanos.

Quien esté a la cabeza de una comunidad, que sea el más humilde, el más dado a los demás, el más generoso, el más olvidado de sí mismo. Que se suprima hasta la apariencia de la autoridad impuesta, hasta los títulos honoríficos que puedan dar lugar a malentendidos. Que todos puedan tener acceso a sus pastores o «superiores», porque ellos son los servidores, no los que han de ser servidos.

El mensaje de Jesús no se refiere solamente a obispos, sacerdotes y superiores de comunidades cristianas. Crea también un espíritu y una actitud en todos los que le siguen. Cuando Jesús habla de que «va a dar su vida en rescate por todos», se refiere sin duda alguna al texto de Isaías que hoy hemos escuchado en la primera lectura. Dicho texto se refiere al Siervo de Yavé -que es todo el pueblo creyente y no sólo determinado personaje-, quien será afligido en el dolor, pero que con ese dolor asumirá los pecados de toda la humanidad. Jesucristo fue el primero en ejercer esa función salvadora: en su cuerpo cargó nuestro pecado. Pero el cuerpo de Cristo es toda la Iglesia, toda la comunidad cristiana, que debe sentirse servidora de la humanidad y dispuesta a dar su vida por la liberación de todos.

Por el bautismo -y lo rubricamos en cada Eucaristía- nos incorporamos al cuerpo de Cristo en cuanto servidor de la humanidad. Sin la comunidad, el cuerpo de Jesús queda aislado como un grito que se pierde en el desierto. Jesús fue el primero en sentirse solidario con toda la humanidad, sin distinción de raza, credo, condición social o cultura. Es «el primero» entre todos los hombres porque se hizo servidor de toda la humanidad y por la dimensión infinita de su amor. Pues bien: seguir a Jesús como discípulo suyo es sentir a todos los hombres como hermanos y como miembros de nuestra propia familia. Esto es fácil decirlo, pero cómo cuesta hacerlo realidad cuando descubrimos que ese otro hombre no comparte nuestra lengua, ni nuestra cultura, ni la raza, ni la ideología política, ni la clase social. Y, sin embargo, el cristiano se define por su servicio a todo hombre, aun al extraño, aun al enemigo (Mt 5,45-45).

La comunidad cristiana es la comunidad siempre lista, con ese sí alegre y generoso. Una comunidad cristiana -con sus pastores a la cabeza- no puede esperar que le traigan los problemas: debe buscarlos allí donde están para aportar su solución. Ella debe ser la presencia viva de Cristo. Decimos «presencia», lo que implica estar, estar físicamente, estar con todo lo que se es y se siente. Estar pensando, hablando, sintiendo, diciendo y haciendo.

Una Iglesia servidora podrá olvidarse del sufrimiento propio, pero deberá ser la primera en levantar el grito cuando vestigio de alguna injusticia.