DOMINGO XXVI - B (29 de Setiembre del 2024)
Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos
9,38-43.45.47-48:
9:38 Juan le dijo: "Maestro, hemos visto a uno que
expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los
nuestros".
9:39 Pero Jesús les dijo: "No se lo impidan, porque
nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí.
9:40 Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.
9:41 Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé
de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo.
9:42 Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos
pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una
piedra de moler y lo arrojaran al mar.
9:43 Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala,
porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la
Gehena, al fuego inextinguible.
9:45 Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo,
porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies
a la Gehena.
9:47 Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo,
porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado
con tus dos ojos al infierno,
9:48 donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. PALABRA
DEL SEÑOR.
Estimados(as) hermanos(as) en el Señor paz y bien:
Uno corrió hacia Jesús y, arrodillándose, le preguntó:
"Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna? (Mc 10,17).
Esta pregunta tiene que también interesarnos mucho a los de nuestro grupo y a
los que no son del grupo. Porque, de lo contrario no nos queda si no lo otro,
la condenación eterna.
Si nos interesa la salvación, Dios nos salva como Él quiere
y no como nosotros quisiéramos, las reglas de salvación las pone Dios. Jesús
nos dio cuatros consejos para obtener la salvación: Jesús, llamando a la
multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "El que quiera venir detrás
de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mc
8,34). "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de
todos y el servidor de todos" (Mc 9,35).
Los cuatro consejos para nuestra salvación: Negarse si
mismo, cargar con su cruz, ser el último, y servidor de todos; hoy senos
complemente con un consejo importante. Tener cuidado con el pecado: “Si alguien
llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que creen en mí, sería
preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran
al mar” (Mc 9,42). Inclusos nos dice: “… si tu ojo es para ti ocasión de
pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de
Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al infierno, donde el gusano no muere y
el fuego no se apaga” (Mc 9,47-48).
LOS CELOS DE LOS BUENOS: Tal vez la lección principal que se
deriva de las lecturas de hoy es la denuncia del que puede ser uno de los
pecados más propios de los que nos creemos "los buenos", "los
practicantes": pensar que tenemos el monopolio del bien o de la verdad. Ya
aparece esta actitud en la primera lectura, cuando Dios sorprende a Moisés comunicando
su Espíritu también a los dos que no acudieron a la reunión oficial de los
setenta consejeros o colaboradores que habían sido nombrados para el gobierno
del pueblo. Estos dos, ausentes en el acto constituyente, "se pusieron a
profetizar" (Num 11,28), o sea, actuaron con la autoridad de los demás
como asesores y profetas. El joven Josué, el ayudante de Moisés, que luego
sería su sucesor, se siente celoso: "Moisés, señor mío, prohíbeselo".
Pero Moisés muestra su corazón comprensivo y tolerante: para él sería el ideal
que todos recibieran el espíritu del Señor, (Num 11,29).
Se ve claramente el paralelo entre esta escena y la que
narra el evangelio. Aquí es Juan, el discípulo predilecto de Jesús, el que
siente celos: "Maestro, uno echaba demonios en tu nombre y se lo hemos
querido impedir, porque no es de los nuestros" (Mc 9,38). Pero Jesús
muestra un corazón mucho más abierto y una visión más universal: "no se lo
impidan: el que no está contra nosotros está a favor nuestro" (Mc 9,39).
¿CREEMOS TENER EL MONOPOLIO DE LA VERDAD? También a nosotros
nos puede pasar lo mismo. Podemos sentir celos de que otros "que no sean
de los nuestros" hagan el bien y tengan éxito, y no logremos controlar
todo lo que surge en torno nuestro. Josué y Juan eran buenas personas, eran
fieles a Moisés y a Jesús, y precisamente por eso se creían de alguna manera
poseedores en exclusiva de su favor. Y recibieron la lección.
De cuando en cuando vamos al médico a hacernos un chequeo
del corazón. Hoy podemos examinar el nuestro y ponerlo en sintonía con el de
Jesús. La comparación con la actitud de Cristo nos puede decir si tenemos un
corazón mezquino o abierto. Si tendemos a acaparar el bien o la verdad o
controlar los carismas del Espíritu. Esto nos puede pasar a los sacerdotes y
religiosos con relación a los laicos, o a los hombres con las mujeres, o a los
mayores con los jóvenes, o a los católicos con los otros cristianos, o a los de
una lengua o nación con los forasteros...
Deberíamos ser más tolerantes, más abiertos, y alegrarnos de
que se haga el bien y de que prosperen las iniciativas buenas, aunque no se nos
hayan ocurrido a nosotros, aplaudir los éxitos de los demás, y reconocer que no
siempre tenemos nosotros toda la razón. Siguiendo el ejemplo de aquel Juan el
Bautista, el Precursor, que tuvo como lema: "Que él crezca y yo
disminuya".
Juan le dijo: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba
demonios en tu Nombre, y se hemos prohibido porque no es de los
nuestros"(Mc 9,38). Este episodio de algún modo complementa aquello en
que Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego
del cielo para que acabe con ellos? Pero Jesús se dio vuelta y los reprendió”
(Lc 9,54-55). Y aquella escena, cuando por primera vez Jesús anunció que será
entregado en manos de los hombres y que lo crucificaran. Pedro reprendió a
Jesús y le dijo: "Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá". Pero
él, dándose vuelta, dijo a Pedro: ¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque
tú piensas como los hombre y no como Dios" (Mt 16,21-23). Como es de ver,
son escenas en las que los discípulos buscan tener autoridad sobre Jesús.
"Hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre,
y se hemos prohibido porque no es de los nuestros"(Mc 9,38). El Señor
nunca prohibió echar demonios; más bien les dijo: “Echarán a los demonios en mi
Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos,
y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre
los enfermos y los curarán" (Mc 16,17-18).
Estas actitudes opuestas a la voluntad de Dios o un
seguimiento con peros o caprichos, son precisamente vestigios del tentáculo del
demonio metido en la Iglesia. Cuando uno se cree dueño de la voluntad de
Dios y de lo que Dios quiere hoy para su Iglesia. Eso es negar que el Espíritu
Santo hable a todos y que todos tenemos algo que aprender y todos tenemos mucho
que decir. ¡Qué difícil nos resulta a todos reconocer que otros puedan hacer lo
que nosotros hacemos! Diera la impresión de que cada uno tenemos la exclusiva
de Dios, la exclusiva de la santidad, la exclusiva de la salvación. A poco
hemos privatizado a Dios.
Y no nos sorprendamos de esta actitud de Juan: Se lo hemos
prohibido echar demonios porque no es de nuestro grupo (Mc 9,38). De una u otra
manera, todos vivimos el principio de la exclusión de los demás. Nosotros somos
los dueños de la patente de Jesús, o mejor dicho nosotros lo hemos descubierto
antes y nos pertenece. Todos nos sentimos dueños de la verdad y nos cerramos a
la verdad de los demás. En el fondo, somos unos intransigentes y queremos
sentirnos los únicos. A los demás los excluimos, sencillamente, “porque no son
de nuestra cultura, no son de nuestra Iglesia, no piensan como nosotros, no
tienen nuestros gustos”. Es decir, “no son de los nuestros”.
En segundo lugar, el evangelio de hoy, nos presenta la
imagen de los niños como modelos de nuestra propia identidad y nos dice que
escandalizar a un niño es como renunciar a pertenecer al Reino de Dios: “Si
alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que creen en mí, sería
preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran
al mar” (Mc 9,42).
Si Dios nos ofrece la posibilidad de ser santos, pensamos
que eso no es para nosotros. Si Dios nos pide que nos convirtamos del pecado y
seamos libres de verdad, lo vemos como un Dios enemigo de las satisfacciones
humanas. Si Dios nos ofrece el don de su gracia que nos hace santos, decimos
que eso es un excesivo espiritualismo, que la vida tiene que ser más realista.
Los que son diferentes a nuestro grupo. Los que no son de nuestro Partido. Los
que no son de nuestra clase social. Dentro de nuestro corazón, muchos de
nosotros llevamos ese grito de “no es de los nuestros”. Pienso que se trata de
un Evangelio que hoy tiene infinitas versiones:
Padre, “hemos visto a una mujer y a un caballero,
repartiendo la comunión en la Iglesia”. Yo me he cambiado de fila para que
recibir de manos del Sacerdote. Padre, “qué escándalo, hemos visto por TV a
unas niñas haciendo de monaguillos. Nosotros no aceptamos eso porque no son
“varones”. Padre, hemos visto a una pareja de divorciados, haciendo catequesis.
Esos no son de los nuestros, tendríamos que prohibirles. Padre hemos visto a
unos laicos llevando la comunión a los enfermos. Esos no son de los nuestros,
no son sacerdotes, etc. No es de nuestra línea. No es de nuestra
espiritualidad. No es de nuestra teología. “No es de los nuestros”. Tenemos que
prohibirles.
¿Qué diría hoy Jesús de estas nuestras exclusiones? ¿No nos
respondería también hoy a nosotros: “No se lo impidan. El que no está contra
nosotros está a favor nuestro? (Mc 9,38). No tendríamos, más bien que decir:
“Señor, hemos visto ahí a un pobre que huele que apesta y lo hemos recogido,
porque también él puede ser de los nuestros. Señor, hemos visto a uno que dice
que no cree en nada, y nosotros nos hemos acercado a él, y le hemos hablado de
ti, porque también él, algún día puede ser de los nuestros. Señor, hemos visto
a uno no es creyente, no tiene ninguna religión, pero es tipo que se desvive
por la justicia en su barrio, y le hemos aplaudido. Este sí parece de los
tuyos. Señor, hemos visto a uno que tuvo un malísimo matrimonio, y debió
separarse y ahora está formando una linda familia, nosotros fuimos a su casa,
almorzamos con él, y le hemos dado unas palabras de aliento. Señor ¿Tú qué
hubieses hecho? Nosotros lo hemos considerado de los nuestros.” Jesús nos diría
entonces: “El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a
los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los
Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el
Reino de los Cielos. Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a
la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt
5,19-20).
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