DOMINGO XXV – B (Domingo 22 de Setiembre de 2024)
Proclamación del santo evangelio según San Marcos: 9,30-37:
9:30 Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería
que nadie lo supiera,
9:31 les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado
en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte,
resucitará".
9:32 Pero los discípulos no comprendían esto y temían
hacerle preguntas.
9:33 Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la
casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?"
9:34 Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre
quién era el más grande.
9:35 Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo:
"El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el
servidor de todos".
9:36 Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos
y, abrazándolo, les dijo:
9:37 "El que recibe a uno de estos pequeños en mi
Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a
aquel que me ha enviado". PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados hermanos Paz y Bien en el Señor.
¿Cómo ser grande a los ojos de Dios y no a los ojos del
mundo? “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el
que quiera ser el primero que se haga su esclavo; así como el Hijo del hombre,
que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una
multitud" (Mt 20,26-28; Mc 9,35). La pregunta recurrente que nos hacemos
es: ¿Qué he de hacer para heredar la salvación eterna? (Mc 10,17). El domingo
pasados hemos dicho que la salvación es tema fundamental en nuestra vida, pero
no hemos de obtener la salvación como quisiéramos nosotros (Mt 16,32). Dios nos
salvara como Él quiere (Cruz) y no como deseamos, salvación, es decir salvación
sin cruz. Hoy nos agrega Jesús otro aspecto importante para nuestra salvación:
El servicio con amor es opción estratégica para obtener nuestra salvación.
Servir a la comunidad con amor: “Ustedes me llaman Maestro y
Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les
he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he
dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes… Ustedes serán
felices si, sabiendo estas cosas, las practican” (Jn 13,13-17).
Mientras caminaban de regreso hacia Cafarnaúm, Jesús observó
que sus discípulos discutían nerviosamente. Cuando les preguntó de qué se
trataba, callaron avergonzados, pues su discusión versaba sobre quién era el
más importante entre ellos. Era evidente que no habían comprendido nada: Jesús
da su vida por los hermanos. Entonces el mismo Jesús se lo explicó con luz
meridiana: «El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el
servidor de todos.» (Mc 9,35). La expresión de Jesús es una nueva formulación
del principio de la cruz: entregarse a la muerte es servir a todos como si
fuéramos el último. Por lo tanto, hay algo esencial en Jesús y en sus
discípulos: el servicio a la comunidad. Se podrán hacer muchas elucubraciones
teológicas sobre Jesús, discutir este o aquel título bíblico, pero ya tenemos
un elemento sumamente concreto sin el cual no podemos "comprender" a
Jesús. Y si Jesús es incomprensible sin esta actitud, también lo es el
cristianismo y el cristiano en particular.
El servicio por amor al prójimo por ende a Dios nos pone en
el cielo. Pero, cuidado; donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda
clase de males, nos advierte Santiago en su carta, no nos encamina a la
salvación. Esto puede aplicarse a un grupo, a una familia, o a una comunidad
reunida en torno al altar. La envidia todo lo envenena, las relaciones
familiares, las relaciones sociales; la envidia arruina la confianza mutua y
falsifica y amarga las expresiones de religiosidad. Con razón dice Santiago que
con ella entran en el corazón humano “toda clase de males”. Lo contrario de la
envidia es la caridad, y si la primera es fuente de conflictos, la segunda lo
es de reconciliación. Aquel que ha erradicado de su corazón la envidia “es
amante de la paz”, y por eso “los que procuran la paz están sembrando la paz; y
su fruto es la justicia”. Porque no puede haber paz verdadera que no se asiente
sobre la justicia, de modo que si no hay justicia no puede haber paz.
Dice el Evangelio que Jesús “instruía a sus discípulos”. Los
discípulos somos nosotros que, como todos los domingos, nos reunimos para
escuchar su Palabra y celebrar la Eucaristía. ¿Cuál es la enseñanza que el
Señor quiere transmitirnos hoy? Desde luego no se trata de una doctrina puramente
teórica, sino que habla de la vida, del fatal desenlace de la vida de Jesús:
“El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y
después de muerto, a los tres días resucitará”. Este es el segundo anuncio de
la Pasión que hace Jesús a sus discípulos y en él destaca la responsabilidad de
los hombres en la muerte del Señor. No se habla aquí de los ‘judíos’ o de los
‘romanos’ como autores materiales de la muerte de Jesús, sino de los ‘hombres’,
para indicar que cada uno ha contribuido con sus pecados a la pasión de Cristo.
No vale decir que ‘aquellos’ lo mataron, como si yo tuviera las manos
completamente limpias de culpa. El Hijo del hombre fue rechazado por los
hombres, y aquí estamos incluidos todos, porque también nosotros, a veces, con
nuestra forma de pensar y actuar, le rechazamos prácticamente, cuando no le
permitimos que él sea ‘Señor’ de nuestras vidas, cuando no aceptamos su
invitación a convertirnos para entrar en el Reino, cuando rehusamos o no
estimamos el don de su gracia y de su perdón. Como esto resulta duro de
admitir, preferimos no darnos por enterados, preferimos discutir de otras
cosas. También a nosotros, como a los apóstoles, nos da miedo preguntarle por
su pasión, por las causas que le condujeron a ella y por nuestra parte de
responsabilidad en su muerte.
El caso es que, mientras Jesús intentaba hacerles comprender
el significado de su pasión y de su entrega a la muerte por todos, los
discípulos se entretenían en discutir sobre “quién era el más importante”. Es
difícil encontrar en el Evangelio una incomprensión mayor: Jesús habla de su
entrega, de su humillación hasta la muerte, y a los discípulos les preocupa el
ascenso social, la promoción a los primeros puestos. Da la impresión de que no
han entendido una palabra del mensaje del Señor. Lo que Jesús es, dice y hace
no ha penetrado todavía en el corazón de los discípulos. Por eso, “se sentó,
llamó a los Doce y les dijo: ‘Quien quiera ser el primero, que sea el último de
todos y el servidor de todos”. Esta es la lógica del Reino de Dios, que nada
tiene que ver con el juego de poder de este mundo. Aquí, en la óptica de los
criterios y valores mundanos, lo que se cotiza son los primeros puestos, es el
hacerse servir y obedecer; los últimos, los pequeños, los humildes, los no
ambiciosos... están perdidos, no tienen nada que hacer. En el mundo de los
intereses, del rendimiento y de la productividad, los desinteresados, los
voluntarios, los serviciales por amor y en gratuidad, son incomprendidos,
resultan incómodos. Su reacción es como la de los malvados del libro de la
Sabiduría: “Acechemos al justo que se opone a nuestras acciones, nos echa en
cara nuestros pecados... es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da
grima; lleva una vida distinta de los demás y su conducta es diferente”.
El servidor: Jesús, como el primer servidor de todos, nos
invita a los discípulos a tener una actitud semejante a la suya. El se hizo
nuestro servidor, él se puso en nuestras manos, él se entregó a nosotros. Por
eso difícilmente puede llamarse discípulo de Cristo aquel que oprime a prójimo
o se aprovecha de él o lo explota de cualquier forma. Desde su propio ejemplo,
Jesús nos invita a ser serviciales, siempre dispuestos a echar una mano cada
uno en la medida de sus posibilidades. No creo que sea exagerado decir que en
nuestras iglesias y comunidades parroquiales a veces se ven demasiados
‘señores’ y pocos ‘servidores’; muchos exigen que todo funcione bien pero pocos
son los dispuestos a arrimar el hombro. Y, sin embargo, el discípulo de Jesús
ha de caracterizarse, si quiere ser fiel a su Maestro, por su disponibilidad
para el servicio y la ayuda a los demás. Porque servir a los necesitados es
servir a Cristo mismo. Es lo que él quiso decirnos al abrazar a aquel niño como
símbolo de todos los necesitados, desamparados y oprimidos de este mundo: “El
que acoge a un niño como éste en ni nombre, me acoge a mí” y, en última
instancia, acoge al Padre que me ha enviado. Esta es, pues, la enseñanza de
Jesús a nosotros, sus discípulos: él se entrega por nosotros, para que nosotros
sigamos sus pasos y así participemos de su mismo destino de gloria en la
resurrección.
¿De qué discutíais por el camino? Ellos no contestaron, pues
por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús, por el
camino, va diciendo que "va a ser entregado en manos de los hombres, y lo
matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará", y ellos, por el
camino, discuten acerca de quién es el más importante. Dos actitudes opuestas:
Jesús camina impulsado por su amor al Padre y a los hombres, y va a entregar su
vida para gloria del Padre y salvación de los hombres, y los discípulos que
caminan movidos solamente por su amor propio y buscando exclusivamente su
propia gloria. Contemplemos la terrible soledad de Jesús...
Para Jesús lo único verdaderamente importante es el amor, y
el servicio es la práctica del amor. Este es el único título de dignidad y de
honor y de importancia. Sólo los que aman son ilustrísimos y excelentísimos.
Sólo los que aman son los primeros y tienen la preferencia. A los servidores, a
los últimos, a los que son capaces de lavar los pies, a los que no viven más
que para ayudar, a los que sólo buscan el bien de los demás, a éstos es a los
que hay que cuidar y mimar como oro en paño. Solamente a éstos. Lo demás es
vanidad, fatuidad, fanfarronería. Para Jesús solamente vale el servicio por
amor, el ponerse a los pies del otro, el despojarse de todo rango, el ser menos
que nadie, el considerar a los demás más que a uno mismo. Esta es la dignidad
de Jesús. Él es el hombre por excelencia y el modelo de todo comportamiento
entre los hombres. Él está ahora entre nosotros presidiendo, porque fue capaz
de dar su vida por todos, el siervo de sus hermanos. Por eso, si alguno de nosotros
se pone delante de los otros, ha de ser sólo para servir.
No entendemos nada, ni aun recibiendo la comunión del Cuerpo entregado por nosotros, de la sangre derramada por nosotros. El que recibe a Jesús, el Siervo, el Servidor, o se pone de rodillas al servicio de los hombres, o contradice la misma comunión que recibe. ¿Cómo se puede comulgar al Servidor creyéndose uno más importante que alguien?
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