DOMINGO DE LA ASCENCION DEL SEÑOR (01 de Junio de 2025)
Proclamación del santo evangelio según San Lucas. 24, 46-53
24:46 y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía
sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,
24:47 y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía
predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.
24:48 Ustedes son testigos de todo esto.
24:49 Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido.
Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de
lo alto".
24:50 Después Jesús los llevó hasta las proximidades de
Betania y, elevando sus manos, los bendijo.
24:51 Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue
llevado al cielo.
24:52 Los discípulos, que se habían postrado delante de él,
volvieron a Jerusalén con gran alegría,
24:53 y permanecían continuamente en el Templo alabando a
Dios. PALABRA DEL SEÑOR
Reflexión:
Querido amigos en el señor Paz y bien.
"Les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el
Paráclito no vendrá a ustedes" (Jn 16:7). Es mejor para los discípulos que
Jesús se vaya al Padre, porque al partir, Jesús enviará al Espíritu Santo,
conocido como el Paráclito o Consolador.
El enunciado enfatiza la importancia de la partida de
Jesús. Aunque los discípulos estarían tristes por su ausencia, Jesús
asegura que su partida es fundamental para que ellos reciban el Espíritu Santo,
que les guiará en la verdad, los fortalecerá y los consolará (Jn 16,12-13). El
Espíritu Santo, como el Paráclito, no podría venir mientras Jesús estuviera
presente físicamente, ya que su papel es el de guiar y consolar a los creyentes
después de la partida de Jesús.
La ascensión de Jesús: dos modos de entender la situación
actual de la Iglesia en lo referente a Jesús; o bien, viceversa, de Jesús en
relación a su Iglesia.
El evangelio deja oír más las resonancias de una partida:
Jesús "se separó" de sus discípulos, precisa el texto. Además, se
muestra a Jesús "bendiciendo" a sus amigos; el gesto puede tener
diversos significados, pero el más verosímil es el de la bendición-adiós; de la
misma manera lo padres de Rebeca la bendicen antes de dejarla partir (Gn 24,
60), Isaac "bendice a Jacob" que se aleja (28, 1) y Tobías bendice a
sus suegros antes de partir en compańía de la hija de éstos, su nueva esposa.
Con estos versículos, Lucas quiere, por lo tanto, insistir
en un hecho: termina una página de la historia evangélica. La experiencia que
algunos hombres tuvieron de una cercanía inmediata y visible con Jesús, ha
terminado. A partir de ahora, Jesús está "ausente". Nadie volverá a
verle ni a oírle. Jesús no volverá ya a acercarse a ninguno de sus amigos, de
camino y con cara triste, para recorrer el camino con él y hacer que su corazón
arda al explicarle las Escrituras...
Sin embargo, esta marcha no es una simple separación. Los
discípulos dan pruebas de ello al contemplar marchar a Jesús no con la tristeza
que cabría esperar, sino "con gran alegría"; prolongan esa hora
gozosa "permaneciendo continuamente en el Templo bendiciendo a Dios"
por los beneficios que les ha concedido y especialmente por el don que se les
hace en ese instante en que Jesús es "llevado al cielo". Y es que la
desaparición de Jesús deja sitio a otra presencia. Jesús está ya "libre"
para ese otro tipo de presencia que evoca el texto paulino que leemos más
adelante. Además, la promesa del don divino, de la que está lleno el Antiguo
Testamento, va a tener su realización con la efusión del Espíritu. Ahora bien,
esa efusión es posible porque Jesús, "llevado al cielo", es él mismo
su fuente: "Les enviaré lo que mi Padre ha prometido". Así, a medida
que se ausenta, Jesús deja detrás de sí una presencia.
Este presencia, nueva, va a cambiar la vida de los
discípulos tanto más cuanto que es a la vez realidad y signo. La venida del
Espíritu será realidad eficaz; pero será también el signo del poder único de
Jesús. Si él es quien envía el Espíritu, y el Espíritu prometido por el Padre,
es que Jesús dispone, en la intimidad del Padre y en la relación con el
Espíritu, de un puesto único. Jesús no aparece ya únicamente como el hombre que
vive al lado de Dios, a imagen del rey bíblico de antaño, "hijo de
Dios" y entronizado junto a él, sino que es, en el sentido fuerte de la
palabra, "el Hijo": "mi Padre", dice. Y esta realidad nueva
reduce a nada los inconvenientes de la ausencia aparente. Tienen razón los
Apóstoles al sentir una "gran alegría" en el momento en que Jesús
parte. Hay ausentes, y Jesús más que ningún otro, cuyo aparente alejamiento es
más elocuente que su presencia visible (¿no quedaba fuera de lugar el rito
nostálgico del cirio apagado después de la lectura de este evangelio?).
Meditando en la misma realidad, la marcha de Jesús, el relato
de los Hechos, leído en la 1ra lectura, la ve más como un comienzo que como un
final. No ignora que en ese preciso momento algo acaba. Un tiempo que podría
llamarse de Jesús, ese tiempo durante el cual Jesús "hizo y enseñó",
ha llegado a su término.
Pero es consciente también de otra cosa en la que
precisamente quiere insistir: algo va a empezar. Es la razón por la que el
autor inaugura un libro nuevo que estará dedicado a una época distinta: lo que
podría llamarse el tiempo de la Iglesia y que es prolongación del actuar de
Jesús.
Este tiempo nuevo sigue siendo el tiempo de Jesús. Por lo
menos, porque Jesús es el término hacia el que todo converge: "El
volverá"; y también porque Jesús sigue siendo la finalidad de toda
actividad apostólica: los Apóstoles van a dar testimonio de Jesús: "Seran
mis testigos". Y también, en fin, porque Jesús, establecido ahora en el
cielo (el término se cita dos veces), oculto a los ojos de los hombres por una
nube que le cubre, sugiriendo el misterio divino que está ligado a su persona,
no puede estar realmente ausente de la tierra.
Pero este tiempo es también el del Espíritu: la continuación
del libro mostrará al Espíritu presente y referirá sus eficaces intervenciones.
Es, en fin, el tiempo de la Iglesia; el tiempo dado a los discípulos para
"dar testimonio hasta los confines de la tierra".
De este modo, a través de ambos textos, se perfila la
silueta de una Iglesia que conserva el recuerdo de la pasada presencia de
Jesús, pero que vive en profundidad de su presencia actual; una Iglesia cuya
vida está penetrada por el Espíritu, y penetrada también por la certeza de
tener una misión que cumplir, con vistas a aquel momento en que Jesús se
mostrará definitivamente presente.
Completando estas dos reflexiones, el texto a los Efesios,
leído en la 2da lectura, dice la realidad de la presencia actual de Jesús y su eficacia.
Para el autor paulino, la Ascensión no es un simple cambio de lugar, aunque
haya que utilizar una imaginería topográfica para expresar este misterio:
"a la derecha... por encima... bajo sus pies... por encima de todo";
es una glorificación que lleva a Jesús, Cristo resucitado, junto al trono mismo
de Dios; tan cerca, que comparte sus poderes sobre todas las cosas.
La Ascensión es incluso más; es el momento en que Jesús es
revelado a los hombres como Señor, investido de la dignidad propia de
"Dios, el Padre de la Gloria".
De hecho, los discípulos que habían visto a Jesús por última
vez, percibieron después la eficacia de su poder: un descubrimiento que el
autor describe con entusiasmo (vv. 18 y 19); percibieron que no había fuerza
alguna superior a él, que Jesús estaba "establecido por encima de
todo". Al descubrir, de este modo, la eficacia divina de la asistencia de
Jesús, entrevieron que Jesucristo era ciertamente el Señor, totalmente cercano
a Dios.
Y así, al final de su reflexión, la Ascensión, ese momento
en que los discípulos se habían separado de un hombre-hijo de Dios, aparecía
como el momento en que descubrían en Jesucristo al "Hijo de Dios". ¿Cómo
no iban a redefinir todas las cosas a la luz de ese descubrimiento? Todas las
cosas, también la Iglesia e incluso el mundo.
Con la ascensión del Señor empieza el tiempo de la parusía:
“Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven
irreprochables en todo su ser —espíritu, alma y cuerpo— hasta la Venida
(Parusía) de nuestro Señor Jesucristo” (I Tes 5,23).
San Lucas pone el acento de la ascensión del Señor en tres
detalles importantes que conviene resaltar:
Primero: Jesús sabe que sus discípulos todavía no están como
para afrontar la misión de ser apóstoles y por eso les pide que no se muevan
hasta que "sean revestidos del poder de lo alto" (Lc 24,49), es
decir, hasta que reciban el Espíritu Santo que los consagrará como apóstoles
propiamente dicho. Porque solo entonces estarán suficientemente capacitados
para dar cara por el Evangelio sin miedo ni cobardía siendo testigos.
Segundo: Jesús se despide dándoles la bendición.
"Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo"
(Lc 24,51). ¿Cómo o qué palabras dijo al bendecir? "La paz esté con
ustedes, como el Padre me envió a mí, yo también los envío a
ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el
Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen,
y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23).
Finalmente, Lucas destaca, más que el miedo y la duda, la
alegría que inunda el corazón de los apóstoles: “Les aseguro que ustedes van a
llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán
tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a
luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se
olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al
mundo. También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y
tendrán una alegría que nadie les podrá quitar” (Jn 16,20-22).
Para Lucas lo importante es que para anunciar el Evangelio
primero es necesario ser revestidos del Espíritu Santo. Es precisamente Él
quién impulsa a la misión. Es Él quien da el coraje y la valentía del anuncio.
Es Él quien nos hace sentir y experimentar la fuerza del Evangelio. Por eso,
evangelizar no es hacer propaganda del Evangelio. Evangelizar es ser testigo
movidos por el Espíritu y bajo la actuación del Espíritu, lo que Lucas pondrá
de manifiesto en el relato de Pentecostés en el libro de los Hechos: “Recibirán
la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos
en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hch
1,8). Ser misionero es ser testigo de esta verdad: “Ustedes son testigos de
todo esto” (Lc 24,48).
La Ascensión da comienza a un tiempo y camino nuevo.
Recordemos lo que ya nos dijo el mismo Señor: “Yo soy camino, verdad y vida,
nadie va al Odre sino por mi” (Jn 14,6). Un camino donde es preciso caminar sin
Jesús pero con Jesús. Los discípulos tendrán que acostumbrarse a vivir sin la
presencia humana de Jesús. Serán ellos los que tendrán que dar cara por Él. Es
la presencia invisible de Jesús, aunque una presencia real. Un camino donde la
iniciativa será de Jesús, pero la obra tendrá que ser nuestra. Es el camino de
la Iglesia.
Jesús advierte con anticipación al decir: “En adelante, el
Paráclito, el intérprete, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo
y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26).
El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. El Espíritu es
el motor del dinamismo de la Iglesia. La Iglesia, es esencialmente misionera y
el Espíritu Santo tiene como misión lanzar a la Iglesia en la actividad
misionera. Es saliendo de ella misma que la Iglesia se hace misionera. La
Iglesia cuanto más preocupada está de sí misma más se cierra sobre sí misma. La
Iglesia tiene que mirarse a sí misma, claro está, pero tiene que hablar más del
Evangelio que de ella misma, tiene que preocuparse por anunciar el Evangelio
que anunciarse a sí misma. La Iglesia será más Iglesia cuanto más salga de sí
misma para proclamar el Evangelio.
Gracias al poder dinámico del Espíritu santo que la iglesia
posee, tiene fuerza para promover una "nueva evangelización", ¿por
qué? Porque se necesita un espíritu nuevo de dar a conocer el Evangelio a los
demás. Nueva porque surgen situaciones y problemas nuevos. Nueva porque el
hombre es siempre nuevo y la historia es siempre nueva. Por tanto, el anuncio
del Evangelio también tiene que ser nuevo si no queremos quedarnos estancados
en la historia: "Yo hago nuevas todas las cosas. Escribe que estas
palabras son verdaderas y dignas de crédito” (Ap 21,5).
"Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo?
Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma
manera que lo han visto partir" (Hc 1,11). Hoy comienza el tiempo de la
parusía (I Tes 5,23), un tiempo de espera de la esta promesa, la segunda
venida, pero una espera haciendo:
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Paz y Bien
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