lunes, 26 de mayo de 2025

DOMINGO DE LA ASCENCION DEL SEÑOR (01 de Junio de 2025)

 DOMINGO DE LA ASCENCION DEL SEÑOR (01 de Junio de 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas. 24, 46-53

24:46 y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,

24:47 y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.

24:48 Ustedes son testigos de todo esto.

24:49 Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto".

24:50 Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo.

24:51 Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.

24:52 Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría,

24:53 y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios. PALABRA DEL SEÑOR

Reflexión:

Querido amigos en el señor Paz y bien.

"Les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes" (Jn 16:7). Es mejor para los discípulos que Jesús se vaya al Padre, porque al partir, Jesús enviará al Espíritu Santo, conocido como el Paráclito o Consolador. 

El enunciado enfatiza la importancia de la partida de Jesús. Aunque los discípulos estarían tristes por su ausencia, Jesús asegura que su partida es fundamental para que ellos reciban el Espíritu Santo, que les guiará en la verdad, los fortalecerá y los consolará (Jn 16,12-13). El Espíritu Santo, como el Paráclito, no podría venir mientras Jesús estuviera presente físicamente, ya que su papel es el de guiar y consolar a los creyentes después de la partida de Jesús.

La ascensión de Jesús: dos modos de entender la situación actual de la Iglesia en lo referente a Jesús; o bien, viceversa, de Jesús en relación a su Iglesia.

El evangelio deja oír más las resonancias de una partida: Jesús "se separó" de sus discípulos, precisa el texto. Además, se muestra a Jesús "bendiciendo" a sus amigos; el gesto puede tener diversos significados, pero el más verosímil es el de la bendición-adiós; de la misma manera lo padres de Rebeca la bendicen antes de dejarla partir (Gn 24, 60), Isaac "bendice a Jacob" que se aleja (28, 1) y Tobías bendice a sus suegros antes de partir en compańía de la hija de éstos, su nueva esposa.

Con estos versículos, Lucas quiere, por lo tanto, insistir en un hecho: termina una página de la historia evangélica. La experiencia que algunos hombres tuvieron de una cercanía inmediata y visible con Jesús, ha terminado. A partir de ahora, Jesús está "ausente". Nadie volverá a verle ni a oírle. Jesús no volverá ya a acercarse a ninguno de sus amigos, de camino y con cara triste, para recorrer el camino con él y hacer que su corazón arda al explicarle las Escrituras...

Sin embargo, esta marcha no es una simple separación. Los discípulos dan pruebas de ello al contemplar marchar a Jesús no con la tristeza que cabría esperar, sino "con gran alegría"; prolongan esa hora gozosa "permaneciendo continuamente en el Templo bendiciendo a Dios" por los beneficios que les ha concedido y especialmente por el don que se les hace en ese instante en que Jesús es "llevado al cielo". Y es que la desaparición de Jesús deja sitio a otra presencia. Jesús está ya "libre" para ese otro tipo de presencia que evoca el texto paulino que leemos más adelante. Además, la promesa del don divino, de la que está lleno el Antiguo Testamento, va a tener su realización con la efusión del Espíritu. Ahora bien, esa efusión es posible porque Jesús, "llevado al cielo", es él mismo su fuente: "Les enviaré lo que mi Padre ha prometido". Así, a medida que se ausenta, Jesús deja detrás de sí una presencia.

Este presencia, nueva, va a cambiar la vida de los discípulos tanto más cuanto que es a la vez realidad y signo. La venida del Espíritu será realidad eficaz; pero será también el signo del poder único de Jesús. Si él es quien envía el Espíritu, y el Espíritu prometido por el Padre, es que Jesús dispone, en la intimidad del Padre y en la relación con el Espíritu, de un puesto único. Jesús no aparece ya únicamente como el hombre que vive al lado de Dios, a imagen del rey bíblico de antaño, "hijo de Dios" y entronizado junto a él, sino que es, en el sentido fuerte de la palabra, "el Hijo": "mi Padre", dice. Y esta realidad nueva reduce a nada los inconvenientes de la ausencia aparente. Tienen razón los Apóstoles al sentir una "gran alegría" en el momento en que Jesús parte. Hay ausentes, y Jesús más que ningún otro, cuyo aparente alejamiento es más elocuente que su presencia visible (¿no quedaba fuera de lugar el rito nostálgico del cirio apagado después de la lectura de este evangelio?).

Meditando en la misma realidad, la marcha de Jesús, el relato de los Hechos, leído en la 1ra lectura, la ve más como un comienzo que como un final. No ignora que en ese preciso momento algo acaba. Un tiempo que podría llamarse de Jesús, ese tiempo durante el cual Jesús "hizo y enseñó", ha llegado a su término.

Pero es consciente también de otra cosa en la que precisamente quiere insistir: algo va a empezar. Es la razón por la que el autor inaugura un libro nuevo que estará dedicado a una época distinta: lo que podría llamarse el tiempo de la Iglesia y que es prolongación del actuar de Jesús.

Este tiempo nuevo sigue siendo el tiempo de Jesús. Por lo menos, porque Jesús es el término hacia el que todo converge: "El volverá"; y también porque Jesús sigue siendo la finalidad de toda actividad apostólica: los Apóstoles van a dar testimonio de Jesús: "Seran mis testigos". Y también, en fin, porque Jesús, establecido ahora en el cielo (el término se cita dos veces), oculto a los ojos de los hombres por una nube que le cubre, sugiriendo el misterio divino que está ligado a su persona, no puede estar realmente ausente de la tierra.

Pero este tiempo es también el del Espíritu: la continuación del libro mostrará al Espíritu presente y referirá sus eficaces intervenciones. Es, en fin, el tiempo de la Iglesia; el tiempo dado a los discípulos para "dar testimonio hasta los confines de la tierra".

De este modo, a través de ambos textos, se perfila la silueta de una Iglesia que conserva el recuerdo de la pasada presencia de Jesús, pero que vive en profundidad de su presencia actual; una Iglesia cuya vida está penetrada por el Espíritu, y penetrada también por la certeza de tener una misión que cumplir, con vistas a aquel momento en que Jesús se mostrará definitivamente presente.

Completando estas dos reflexiones, el texto a los Efesios, leído en la 2da lectura, dice la realidad de la presencia actual de Jesús y su eficacia. Para el autor paulino, la Ascensión no es un simple cambio de lugar, aunque haya que utilizar una imaginería topográfica para expresar este misterio: "a la derecha... por encima... bajo sus pies... por encima de todo"; es una glorificación que lleva a Jesús, Cristo resucitado, junto al trono mismo de Dios; tan cerca, que comparte sus poderes sobre todas las cosas.

La Ascensión es incluso más; es el momento en que Jesús es revelado a los hombres como Señor, investido de la dignidad propia de "Dios, el Padre de la Gloria".

De hecho, los discípulos que habían visto a Jesús por última vez, percibieron después la eficacia de su poder: un descubrimiento que el autor describe con entusiasmo (vv. 18 y 19); percibieron que no había fuerza alguna superior a él, que Jesús estaba "establecido por encima de todo". Al descubrir, de este modo, la eficacia divina de la asistencia de Jesús, entrevieron que Jesucristo era ciertamente el Señor, totalmente cercano a Dios.

Y así, al final de su reflexión, la Ascensión, ese momento en que los discípulos se habían separado de un hombre-hijo de Dios, aparecía como el momento en que descubrían en Jesucristo al "Hijo de Dios". ¿Cómo no iban a redefinir todas las cosas a la luz de ese descubrimiento? Todas las cosas, también la Iglesia e incluso el mundo.

Con la ascensión del Señor empieza el tiempo de la parusía: “Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser —espíritu, alma y cuerpo— hasta la Venida (Parusía) de nuestro Señor Jesucristo” (I Tes 5,23).

 “Salí del Padre, vine al mundo, ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16,28). Este episodio resume integro el actuar de Dios en su hijo Jesucristo, pero ahora conviene preguntarnos ¿Para qué vino? Responde Jesús: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió. La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna” (Jn 6,38-40). San Pablo dice: “Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven llegando al conocimiento de la verdad” (1Tm 2,3). Es decir Jesús ha venido a salvarnos a todos los hombres pero tenemos que conocer la verdad y ¿cuál verdad? Jesús mismo lo dice: “yo soy la verdad, vida y camino, nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6). Si en conocer a Jesús consiste la verdad, entonces con razón dijo Jesús: “Si alguien guarda mi palabra mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23) Es decir la salvación no consiste en saber de memoria sobre el cielo, sino de vivir en Jesús.

San Lucas pone el acento de la ascensión del Señor en tres detalles importantes que conviene resaltar:

Primero: Jesús sabe que sus discípulos todavía no están como para afrontar la misión de ser apóstoles y por eso les pide que no se muevan hasta que "sean revestidos del poder de lo alto" (Lc 24,49), es decir, hasta que reciban el Espíritu Santo que los consagrará como apóstoles propiamente dicho. Porque solo entonces estarán suficientemente capacitados para dar cara por el Evangelio sin miedo ni cobardía siendo testigos.

Segundo: Jesús se despide dándoles la bendición. "Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo" (Lc 24,51). ¿Cómo o qué palabras dijo al bendecir? "La paz esté con ustedes, como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.  Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23).

Finalmente, Lucas destaca, más que el miedo y la duda, la alegría que inunda el corazón de los apóstoles: “Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo. También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar” (Jn 16,20-22).

Para Lucas lo importante es que para anunciar el Evangelio primero es necesario ser revestidos del Espíritu Santo. Es precisamente Él quién impulsa a la misión. Es Él quien da el coraje y la valentía del anuncio. Es Él quien nos hace sentir y experimentar la fuerza del Evangelio. Por eso, evangelizar no es hacer propaganda del Evangelio. Evangelizar es ser testigo movidos por el Espíritu y bajo la actuación del Espíritu, lo que Lucas pondrá de manifiesto en el relato de Pentecostés en el libro de los Hechos: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). Ser misionero es ser testigo de esta verdad: “Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,48).

La Ascensión da comienza a un tiempo y camino nuevo. Recordemos lo que ya nos dijo el mismo Señor: “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va al Odre sino por mi” (Jn 14,6). Un camino donde es preciso caminar sin Jesús pero con Jesús. Los discípulos tendrán que acostumbrarse a vivir sin la presencia humana de Jesús. Serán ellos los que tendrán que dar cara por Él. Es la presencia invisible de Jesús, aunque una presencia real. Un camino donde la iniciativa será de Jesús, pero la obra tendrá que ser nuestra. Es el camino de la Iglesia.

Jesús advierte con anticipación al decir: “En adelante, el Paráclito, el intérprete, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26).

El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. El Espíritu es el motor del dinamismo de la Iglesia. La Iglesia, es esencialmente misionera y el Espíritu Santo tiene como misión lanzar a la Iglesia en la actividad misionera. Es saliendo de ella misma que la Iglesia se hace misionera. La Iglesia cuanto más preocupada está de sí misma más se cierra sobre sí misma. La Iglesia tiene que mirarse a sí misma, claro está, pero tiene que hablar más del Evangelio que de ella misma, tiene que preocuparse por anunciar el Evangelio que anunciarse a sí misma. La Iglesia será más Iglesia cuanto más salga de sí misma para proclamar el Evangelio.

Gracias al poder dinámico del Espíritu santo que la iglesia posee, tiene fuerza para promover una "nueva evangelización", ¿por qué? Porque se necesita un espíritu nuevo de dar a conocer el Evangelio a los demás. Nueva porque surgen situaciones y problemas nuevos. Nueva porque el hombre es siempre nuevo y la historia es siempre nueva. Por tanto, el anuncio del Evangelio también tiene que ser nuevo si no queremos quedarnos estancados en la historia: "Yo hago nuevas todas las cosas. Escribe que estas palabras son verdaderas y dignas de crédito” (Ap 21,5).

"Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir" (Hc 1,11). Hoy comienza el tiempo de la parusía (I Tes 5,23), un tiempo de espera de la esta promesa, la segunda venida, pero una espera haciendo:

“Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). “El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,16-18). “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Paz y Bien

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.