viernes, 23 de mayo de 2025

VI DOMINGO DE PASCUA - C (25 de mayo del 2025)

 VI DOMINGO DE PASCUA  - C (25 de mayo del 2025)

Proclamación del Evangelio del santo evangelio según San Juan 14,23 - 29:

14:23 Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y haremos morada en él.

14:24 El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.

14:25 Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes.

14:26 Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.

14:27 Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman!

14:28 Me han oído decir: "Me voy y volveré a ustedes". Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.

14:29 Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean. PALABRA DEL SEÑOR.

Amigos en el Señor Paz y Bien.

Ya llegamos al sexto y último domingo de Pascua, el próximo domingo celebraremos la Ascensión del Señor. En este Evangelio, Jesús hace una síntesis de toda la experiencia pascual.

LA MORADA DE DIOS: El cielo es la morada de Dios con los hombres que se salvan (Ap 21,3).

Hay una escena famosa y clásica de los psiquíatras. Es la de preguntar por una cosa y que el paciente o el cliente responda con lo que aquella cosa le sugiere. Si a los cristianos nos dijesen: ¿Qué es morada de Dios?, para que respondiéramos sobre lo que tal pregunta nos sugería, es muy posible que en un porcentaje altísimo contestáramos: Templo. Y, sin embargo, el evangelio de hoy responde a esa pregunta de modo totalmente distinto. Para el evangelio de hoy la morada de Dios es el propio cristiano. A él, al cristiano, dice Jesús que vendrá con su Padre para morar en él (Jn 14,23). Para que esta realidad insospechada se dé, Cristo pone un presupuesto: que el cristiano lo ame y guarde su palabra.

Es propio del mensaje de Cristo inaugurar un modo nuevo de relación del hombre con Dios. A la idea antigua del Dios lejano, Señor sobre todo, que se presenta con el rayo, el trueno o el fuego, sucede la imagen de un Dios-Padre, cercano al hombre en el que ya no ven a un esclavo sino a un hijo querido cuya cercanía busca con extraordinario interés. Y de la misma manera que a la persona que amamos la tenemos presente, más aún, dentro de nosotros mismos y la vemos sólo con cerrar los ojos y vivimos con ella, así Dios quiere que lo busquemos en la intimidad de nuestro ser y lo encontraremos allí dibujado y presente.

Porque es ahí, en el interior del ser, en ese hondón donde se libran las batallas calladas y a veces sangrientas que nadie más que nosotros conoce, donde Dios quiere reinar. Es dentro de nosotros mismos, en ese interior de donde salen (lo dijo El en el Evangelio) los pensamientos, los sanos o dañinos, en donde fluyen las intenciones y los impulsos, en donde se fraguan los deseos, en donde se ganan o se pierden las auténticas batallas de la vida, ahí es donde El quiere estar presente y donde quiere reflejarse.

Dios vendrá a morar dentro de nosotros mismos para transformarnos paulatinamente en El para darnos su estilo, para que tengamos sus rasgos, para que podamos enseńarlo al mundo, si somos capaces de amarlo y guardar sus palabras. Exigencia que, dicho sea de paso, no tiene nada de particular porque es así como actuamos en la vida corrientemente con aquéllos a los que amamos. Es amor el gesto, el regalo, el detalle, ciertamente; pero es amor la intimidad, la identificación con aquél a quien amamos, el parecido que alcanzamos con él porque llegamos a pensar como él, a hablar como él, a ser, poco a poco, un poco aquella otra persona que "mora" ciertamente en el fondo de nuestro corazón.

Cuando amamos de verdad, "guardamos" las palabras de la persona amada, complacemos sus gustos, nos anticipamos a sus deseos. Y todo ello con gran naturalidad, sin esfuerzo, porque, al hacerlo, al propio tiempo que complacemos al otro estamos alcanzando la propia felicidad.

Cristo pide otro tanto a los cristianos. En estos domingos después de Pascua, en los que ya el resplandor de la resurrección ha podido alejarse, viene hoy a dejar claro, de un modo terminante, que la vida del cristiano en la tierra es una maravilla si es capaz de guardar fielmente sus palabras, porque esa vida será, ni más ni menos, que la morada de Dios, o lo que es lo mismo, la morada de la alegría, de la vida, de la paz, de la serenidad. Lo dice El seguidamente: no tiemblen ni se acobarden sino, por el contrario, reciban la paz.

Si eso fuera así, si el cristiano fuera capaz de recorrer el mundo siendo una muestra sencilla de serenidad y de paz, de ausencia de miedo y de cobardía, no podría hacer un mejor servicio a este mundo nuestro tan lleno de inquietud, de temor y de ausencia de paz. A este mundo nuestro amenazado no sólo por la guerra atómica o por cualquier otra guerra, sino por el desencanto, el desaliento, la frustración, la indolencia, este mundo nuestro en donde los niños empiezan a aburrirse y los jóvenes pasan de las cosas que todavía no han saboreado, y en donde todos, todos, suspiramos por la paz.

Morada de Dios igual a cristiano. Presupuesto para que esta ecuación se dé; amar a Cristo y guardar sus palabras. En este Sexto Domingo de Pascua deberíamos formular un deseo (como lo formulábamos de pequeños cuando se producía un silencio o aparecía una estrella fugaz) y el deseo podría ser éste: que el pueblo cristiano pudiera vivir sincera y profundamente la promesa que hoy hace Cristo; que el pueblo cristiano estuviera integrado por hombres y mujeres capaces de acoger en su intimidad la grandeza incontenible de Dios.

Jesús establece una relación de Dios con nosotros como la misma relación que Dios tiene con Él (Jn 14,23-24). Nos incorpora al misterio íntimo de la Trinidad, para formar una familia con Él. En un el segundo momento, Jesús nos anuncia el don del Espíritu Santo, el que nos ayudará a entender las enseñanzas del mismo Jesús (Jn 14,25-26).  Para terminar nos anuncia el don de la paz. Una paz que es fruto del estar con Dios. Esto tiene que ser una invitación a la alegría (Jn 14, 27-29).

"Ven que te mostraré a la novia, a la esposa del Cordero. Me llevó en espíritu a una montaña de enorme altura, y me mostró la Ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios. La gloria de Dios estaba en ella” (Ap 21,10-11): Jesús nos incorpora al misterio íntimo de la Trinidad cuando hoy nos dice: "El que me ama guardará mi palabra (Jn 13,34), y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” (Jn 14,23). ¿Cómo ser parte del misterio trinitario? Eh, aquí algunas pautas:

En primer término el hombre es imagen de Dios. Dijo Dios: "Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas los reptiles que serpean por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,26-27). “Entonces el Señor Dios formó al hombre con polvo de tierra, y sopló en su nariz aliento de vida (Espíritu), y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7). Jesús es ungido por este mismo don del espíritu de Dios en el bautismo: “El Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección" (Lc 3,22). Luego Jesús mismo dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19).

En la misma resurrección nos transmite este noble don cuando nos dice: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21.22).  O, recordemos la última recomendación a la misión: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 20,19.20). De modo que, todos los bautizados somos incorporados el misterio que Jesús hoy nos ha reafirmado al decirnos: "El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” (Jn 14,23).

Otra función o misión del Espíritu Santo en la Iglesia es: “El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26). Ya no se trata aquí de ese proceso cerebral e intelectual del recuerdo del pasado, es el recuerdo que actualiza y que da vida a la doctrina y a la Palabra de Jesús hoy. Ya nos había dicho antes: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo” (Jn 16,12-13). El Espíritu Santo hace actual las palabras de Jesús como dichas hoy y para hoy. Jesús me habla hoy en el evangelio y no un recuerdo de hace más de dos mil años.

Así como la consagración actualiza el Cuerpo y la Sangre de Cristo (Mt 26,26), transformando sacramentalmente, el pan y el vino y lo convierte en Cuerpo y Sangre hoy y ahora para nosotros; el Espíritu Santo hace que la Palabra de Jesús sea una palabra dicha hoy. Esta es una de las funciones principales del Espíritu Santo en la Iglesia, hacer presente hoy a Jesús y hacer presente hoy su Palabra. No proclamamos el Evangelio como noticia para los hombres de hace dos mil años. Proclamamos el Evangelio como noticia de Dios para nosotros hoy. Por eso podemos decir que “Dios nos habla hoy en su Hijo” . Todo lo que Jesús dijo nos lo dice hoy. Todo lo que Jesús hizo lo hace hoy. Por eso mismo, escuchar la Palabra de Dios no es simplemente saberla o conocerla de memoria, es hacerla vida hoy, es hacerla buena noticia para nosotros hoy y que también hoy requiere nuestra respuesta. No se trata de “Alguien que habló” sino de “Alguien que habla hoy”.

Finalmente, la enseñanza de hoy nos trae otro don como fruto del Espíritu, la paz. “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! (Jn 14,27). La paz no es sino el indicio de que nuestra comunión con Dios es plena y ello amerita gozo y alegría. Por eso Jesús glorificado lo primero que anuncia a sus apóstoles ese gozo al decir:

“Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!" Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.  Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,19-23).

Así, queda claro que aquí se cumple todo lo dicho por el profeta: “Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Jer 36,24-28). Por eso el Señor mismo les dará un signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel” (Is 7,14), que significa: "Dios con nosotros" (Mt 1, 23).

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