LA TEOLOGÍA DE LAS SIETE PALABRAS
FINALES EN LA CRUZ
Estimados amigos en el Señor, y
Paz y Bien. Estamos en la semana santa. Jesús había dicho: “Les aseguro que
debe cumplirse en mí esta palabra de la Escritura: Fue contado entre los
malhechores” (Lc 22,37). Pero otros pasajes proféticos describen con
anterioridad estas escenas de la pasión: “Al ser maltratado, se humillaba y ni
siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja
muda ante el que la esquila, él no habría su boca. Fue detenido y juzgado
injustamente, y, ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la
tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo” (Is 53,6-8).
“Yo soy un gusano, no un hombre; vergüenza de la humanidad y el pueblo me
desprecia; los que me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza,
diciendo: "Confió en el Señor, que él lo libre; que lo salve, si lo quiere
tanto" (Slm 21,7-9).
¿Quién es Dios para el hombre?
(Ex 3,14). ¿Qué es el hombre? (Gn 1,26). ¿Qué nos une a Dios? (Jn 3,16). Lo que
nos une es el amor (1Jn 4,8). Y por el
amor que nos tiene, Dios nos envió a su Hijo: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó
a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida
eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya
está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn
3,16-18). Jesús dice estando entre nosotros: “Salí del Padre y vine al mundo…
Ahora dejo el mundo y voy al Padre” (Jn 16,18). ¿A qué vino Jesús? “Yo he
venido para que las ovejas tengan vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el
buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,10-11). Jesús
como buen pastor dio su vida por nosotros, que no es sino por amor; por eso en
su enseñanza central dijo nos dijo: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los
unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a
los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor
que se tengan los unos a los otros” (Jn 13,43).
¿POR QUÉ FUE CONDENADO Y CUAL FUE
EL PROCESO QUE LLEVÓ A LA CRUZ Y MUERTE
DEL HIJO ÚNICO DE DIOS?
“Marta dijo a Jesús: Señor, si
hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora,
Dios te concederá todo lo que le pidas». Jesús le dijo: «Tu hermano
resucitará». Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del
último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en
mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.
¿Crees esto?». Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el
Hijo de Dios, el que debía venir al mundo” (Jn 11,21-27) Jesús lloró sobre la
tumba de su amigo Lázaro (Jn 11,35) y dijo: “Quiten la piedra». Marta, la
hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que
está muerto». Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de
Dios?». Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo,
dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero
le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
Luego gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los
pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús
les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar». Al ver lo que hizo Jesús, muchos
de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. Pero alguno judíos
dijeron: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos… Aquel día,
resolvieron que debían matar a Jesús. (Jn 11,39-43).
PRIMERA PALABRA
PADRE PERDÓNALES, PORQUE NO SABEN
LO QUE HACEN” (Luc.23,34)
Sin amor no hay perdón, quien
mucho ama perdona más, quien poco ama poco perdona. Con mucha razón Jesús dijo:
“Les doy un mandamiento nuevo. Que se amen los unos a los otros. Así como yo
los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos
reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a
los otros" (Jn 13,34-35). Las siete palabras en la cruz son el resumen de
este amor que Jesús nos enseñó.
Jesús en la Cruz se ve envuelto
en un mar de insultos, de burlas y de blasfemias. Lo hacen los que pasan por el
camino, los jefes de los judíos, los dos malhechores que han sido crucificados
con El, y también los soldados. Se mofan de Él diciendo: “Si eres hijo de Dios,
baja de la Cruz y creeremos en ti” (Mt .27,42). “Ha puesto su confianza en
Dios, que Él lo libre ahora” (Mt.27,43).
La humanidad entera, representada
por los personajes allí presentes, se ensaña contra El. “Me dejaran sólo”,
había dicho Jesús a sus discípulos. Y ahora está solo, entre el Cielo y la
tierra. Se le negó incluso el consuelo de morir con un poco de dignidad.
Jesús no sólo perdona, sino que
pide el perdón de su Padre para los que lo han entregado a la muerte. Para
Judas, que lo ha vendido. Para Pedro que lo ha negado. Para los que han gritado
que lo crucifiquen, a Él, que es la dulzura y la paz. Para los que allí se
están mofando. Y no sólo pide el perdón para ellos, sino también para todos
nosotros. Para todos los que con nuestros pecados somos el origen de su condena
y crucifixión. “Padre, perdónales, porque no saben…”Jesús sumergió en su
oración todas nuestras traiciones. Pide perdón, porque el amor todo lo excusa,
todo lo soporta… (1 Cor. 13).
SEGUNDA PALABRA
“TE LO ASEGURO: HOY ESTARÁS
CONMIGO EN EL PARAÍSO” (Luc.23, 43)
Sobre la colina del Calvario había otras dos
cruces. El Evangelio dice que, junto a Jesús, fueron crucificados dos
malhechores. (Luc. 23,32). La sangre de los tres formaban un mismo charco,
pero, como dice San Agustín, aunque para los tres la pena era la misma, sin
embargo, cada uno moría por una causa distinta.
Uno de los malhechores blasfemaba diciendo:
“¿No eres Tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!” (Luc.
23,39). Había oído a quienes insultaban a Jesús. Había podido leer incluso el
título que habían escrito sobre la Cruz: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”.
Era un hombre desesperado, que gritaba de rabia contra todo. Pero el otro
malhechor se sintió impresionado al ver cómo era Jesús. Lo había visto lleno de
una paz, que no era de este mundo. Le había visto lleno de mansedumbre. Era
distinto de todo lo que había conocido hasta entonces. Incluso le había oído
pedir perdón para los que le ofendían.Y le hace esta súplica, sencilla, pero
llena de vida: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Se acordó de
improviso que había un Dios al que se podía pedir paz, como los pobres pedían
pan a la puerta de los señores.
¡Cuántas súplicas les hacemos
nosotros a los hombres, y qué pocas le hacemos a Dios!… Y Jesús, que no había
hablado cuando el otro malhechor le injuriaba, volvió la cabeza para decirle:
“Te lo aseguro. Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Jesús le promete el Paraíso para
aquel mismo día. El mismo Paraíso que ofrece a todo hombre que cree en El. Pero
el verdadero regalo que Jesús le hacía a aquel hombre, no era solamente el
Paraíso. Jesús le ofreció el regalo de sí mismo. Lo más grande que puede poseer
un hombre, una mujer, es compartir su existencia con Jesucristo. Hemos sido
creados para vivir en comunión con él.
TERCERA PALABRA
“MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO”.
“AHÍ TIENES A TU MADRE” (Jn.I9, 26)
Junto a la Cruz estaba también
María, su Madre. La presencia de María junto a la Cruz fue para Jesús un motivo
de alivio, pero también de dolor. Tuvo que ser un consuelo el verse acompañado
por Ella. Ella que, por otra parte, era el primer fruto de la Redención. Pero,
a la vez, esta presencia de María tuvo que producirle un enorme dolor, al ver
el Hijo los sufrimientos que su muerte en la cruz estaban produciendo en el
interior de su Madre. Aquellos sufrimientos le hicieron a Ella Corredentora,
compañera en la redención.
Era la presencia de una mujer, ya
viuda desde hacía años, según lo hace pensar todo. Y que iba a perder a su
Hijo. Jesús y María vivieron en la Cruz el mismo drama de muchas familias, de
tantas madres e hijos, reunidos a la hora de la muerte. Después de largos
períodos de separación, por razones de trabajo, de enfermedad, por labores
misioneras en la Iglesia, o por azares de la vida, se encuentran de nuevo en la
muerte de uno de ellos.
Al ver Jesús a su Madre, presente
allí, junto a la Cruz, evocó toda una estela de recuerdos gratos que habían
vivido juntos en Nazaret, en Caná, en Jerusalén. Sobre sus rodillas había
aprendido el shema, la primera oración con que un niño judío invocaba a Dios.
Agarrado de su mano, había ido muchas veces a la Pascua de Jerusalén… Habían
hablado tantas veces en aquellos años de Nazaret, que el uno conocía todas las
intimidades del otro.
En el corazón de la Madre se
habían guardado también cosas que Ella no había llegado a comprender del todo.
Treinta y tres años antes había subido un día de febrero al Templo, con su Hijo
entre los brazos, para ofrecérselo al Señor. Y fue precisamente aquel día,
cuando de labios de un anciano sacerdote oyó aquellas palabras: “A ti, mujer,
un día, una espada te atravesará el alma”. Los años habían pasado pronto y nada
había sucedido hasta entonces.
En la Cruz se estaba cumpliendo
aquella lejana profecía de una espada en su alma. Pero la presencia de María
junto a la Cruz no es simplemente la de una Madre junto a un Hijo que muere.
Esta presencia va a tener un significado mucho más grande. Jesús en la Cruz le
va a confiar a María una nueva maternidad. Dios la eligió desde siempre para
ser Madre de Jesús, pero también para ser Madre de los hombres.
CUARTA PALABRA
“DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME
HAS ABANDONADO” (Mt.27,46)
Son casi las tres de la tarde en
el Calvario y Jesús está haciendo los últimos esfuerzos por hacer llegar un
poco de aire a sus pulmones. Sus ojos están borrosos de sangre y sudor. Y en
este momento, incorporándose, como puede, grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado?”.
No había gritado en el huerto de
los Olivos, cuando sus venas reventaron por la tensión que vivía. No había
gritado en la flagelación, ni cuando le colocaron la corona de espinas. Ni
siquiera lo había hecho en el momento en que le clavaron a la Cruz.
Jesús grita ahora. El Hijo único,
aquel a quien el Padre en el Jordán y en el Tabor había llamado: “Mi Hijo
único”, “Mi Predilecto”, “Mi amado”, Jesús en la Cruz se siente abandonado de
su Padre. ¿Qué misterio es éste? ¿Cuál es el misterio de Jesús Abandonado, que
dirigiéndose a su Padre, no le llama “Padre”, como siempre lo había hecho, sino
que le pregunta, como un niño impotente, que por qué le había abandonado?.
¿Por qué Jesús se siente
abandonado de su Padre? Me gustaría poder ayudarte a conocer un poco, y, sobre
todo, a contemplar todo el misterio tremendo, y a la vez inmensamente grande, que
Jesús vive en este momento. Este momento de la Pasión de Jesús, en que se
siente abandonado de su mismo Padre, es el más doloroso para El de toda la
Redención. El verdadero drama de la Pasión Jesús lo vivió en este abandono de
su padre.
Si la Pasión de Jesús, el Hijo
bendito del Padre, es el misterio que no tiene nombre, que no hay palabras para
describirlo, no lo es simplemente por los azotes, ni por la sangre derramada,
ni por la agonía o por la asfixia, sino porque nos hace entrar en el misterio
de Dios. Y en este abandono de Jesús, descubrimos el inmenso amor que Jesús
tuvo por los hombres y hasta dónde fue capaz de llegar por amor a su Padre.
Porque todo lo vivió por haberse ofrecido a devolver a su Padre los hijos que
había perdido y por obediencia a Él.
QUINTA PALABRA
“TENGO SED” (Jn.19,28)
1.- Uno de los más terribles
tormentos de los crucificados era la sed. La deshidratación que sufrían, debida
a la pérdida de sangre, era un tormento durísimo. Y Jesús, por lo que sabemos,
no había bebido desde la tarde anterior. No es extraño que tuviera sed; lo extraño
es que lo dijera.
2.- La sed que experimentó Jesús
en la Cruz fue una sed física. Expresó en aquel momento estar necesitado de
algo tan elemental como es el agua. Y pidió, “por favor”, un poco de agua, como
hace cualquier enfermo o moribundo. Jesús se hacía así solidario con todos,
pequeños o grandes, sanos o enfermos, que necesitan y piden un poco de agua. Y
es hermoso pensar que cualquier ayuda prestada a un moribundo, nos hace
recordar que Jesús también pidió un poco de agua antes de morir.
3.- Pero no podemos olvidar el
detalle que señala el Evangelista San Juan: Jesús dijo: “Tengo sed”. “Para que
se cumpliera la Escritura”, dice San Juan (Jn.19,28). Jesús habló en esta
quinta Palabra de “su sed”. Aquella sed que vivía El como Redentor.
Jesús, en aquel momento de la
Cruz, cuando está realizando la Redención de los hombres, pedía otra bebida
distinta del agua o del vinagre que le dieron. Poco más de dos años antes,
Jesús se había encontrado junto al pozo de Sicar con una mujer de Samaría, a la
que había pedido de beber. ”Dame de beber”. Pero el agua que le pedía no era la
del pozo. Era la conversión de aquella mujer: "El que beba de esta agua tendrá
nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a
tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará
hasta la Vida eterna" (Jn 4,13-14).
Ahora, casi tres años después,
San Juan que relata este pasaje, quiere hacernos ver que Jesús tiene otra clase
de sed. Es como aquella sed de Samaría. “La sed del cuerpo, con ser grande
-decía Santa Catalina de Siena- es limitada. La sed espiritual es infinita”.
Jesús tenía sed de que todos
recibieran la vida abundante que El había merecido. De que no se hiciera inútil
la redención. Sed de manifestarnos a Su Padre. De que creyéramos en Su amor. De
que viviéramos una profunda relación con El. Porque todo está aquí: en la
relación que tenemos con Dios.
SEXTA PALABRA
“TODO ESTÁ CUMPLIDO” (Jn. 19, 30)
Estas fueron las últimas palabras pronunciadas
por Jesús en la Cruz. Estas palabras no son las de un hombre acabado. No son
las palabras de quien tenía ganas de llegar al final. Son el grito triunfante
del vencedor. Estas palabras manifiestan la conciencia de haber cumplido hasta
el final la obra para la que fue enviado al mundo: dar la vida por la salvación
de todos los hombres.
Jesús ha cumplido todo lo que
debía hacer. Vino a la tierra para cumplir la voluntad de su Padre. Y la ha
realizado hasta el fondo. Le habían dicho lo que tenía que hacer. Y lo hizo. Le
dijo su Padre que anunciara a los hombres la pobreza, y nació en Belén, pobre.
Le dijo que anunciara el trabajo y vivió treinta años trabajando en Nazaret.
Le dijo que anunciara el Reino de
Dios y dedicó los tres últimos años de su vida a descubrirnos el milagro de ese
Reino, que es el corazón de Dios. La muerte de Jesús fue una muerte joven; pero
no fue una muerte, ni una vida malograda. Sólo tiene una muerte malograda,
quien muere inmaduro. Aquel a quien la muerte le sorprende con la vida vacía.
Porque en la vida sólo vale, sólo queda aquello que se ha construido sobre
Dios.
Ahora Jesús se abandona en las
manos de su Padre. “Padre, en tus manos pongo mi Espíritu”. Las manos de Dios
son manos paternales. Las manos de Dios son manos de salvación y no de
condenación.
Dios es un Padre. Antes de
Cristo, sabíamos que Dios era el Creador del mundo. Sabíamos que era Infinito y
todopoderoso, pero no sabíamos hasta qué punto Dios nos amaba. Hasta qué punto
Dios es PADRE. El Padre más Padre que existe. Y Jesús sabe que va a descansar
al corazón de ese Padre.
SÉPTIMA PALABRA
“PADRE, EN TUS MANOS PONGO MI
ESPÍRITU (Luc. 23,46)
Y el que había temido al pecado,
y había gritado: “¿Por qué me has abandonado?”, no tiene miedo en absoluto a la
muerte, porque sabe que le espera el amor infinito de Su Padre. Durante tres
años se lanzó por los caminos y por las sinagogas, por las ciudades y por las
montañas, para gritar y proclamar que Aquel, a quien en la historia de Israel
se le llamaba “El”, “Elohim”, “El Eterno”, “El sin nombre”, sin dejar de ser
aquello, era Su Padre. Y también, nuestro Padre.
Y el hecho de que tenga seis mil
millones de hijos en el mundo, eso no impide que a cada uno de nosotros nos
mime y nos cuide como a un hijo único. Y, salvadas todas las distancias,
también nosotros podemos decir, lo mismo que Jesús: “Dios es mi Padre”, “los
designios de mi Padre”, “la voluntad de mi Padre”. Y si es cierto que es un
Padre Todopoderoso, también es cierto que lo es todo cariñoso. Y en las mismas
manos que sostiene el mundo, en esas mismas manos lleva escrito nuestro nombre,
mi nombre.
Y, a veces, cuando la gente dice:
“Yo estoy solo en el mundo”, “a mi nadie me quiere”, El, el padre del Cielo,
responde: “No. Eso no es cierto. Yo siempre estoy contigo”. Hay que vivir con
la alegre noticia de que Dios es el Padre que cuida de nosotros. Y, aunque a
veces sus caminos sean incomprensibles, tener la seguridad de que El sabe mejor
que nosotros lo que hace. Hay que amar a Dios, sí. Pero también hay que dejarse
amar y querer por Dios. En las manos de ese Padre que Jesús conocía y amaba tan
entrañablemente, es donde El puso su espíritu.
¿ES
POSIBLE QUE DIOS EN QUIEN CREEMOS SE REDUZCA A TAN POCA COSA?
“Muchos quedaron espantados al
verlo, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su
apariencia no era más la de un ser humano” (Is 52,14).
El centro de la Semana Santa es Dios.
¿Qué Dios se nos manifiesta en la Semana definitiva de la Pasión? Un Dios, para
muchos, un tanto extraño, un Dios que no responde a nuestras expectativas. Pues
a nosotros nos encanta un Dios que lo sabe todo, lo puede todo. Pero, en la
Pasión Dios se nos revela con un rostro totalmente diferente. Es el Dios débil,
del que los hombres pueden hacer lo que les viene en gana: prenderlo, juzgarlo,
condenarlo y crucificarlo. Aquí no hay nada de grandeza humana, lo único que
hay es debilidad. Un Dios que, hasta los soldados y criados, se permiten el
lujo de escupirle en la cara, darle de bofetadas, y convertirlo en objeto de
diversión y burla. ¿A esto se ha reducido Dios? ¿Es posible que Dios se haya
podido empequeñecer más? Un Dios víctima de todos. Todos tienen derecho a jugar
con él. El único que carece de derechos es él.
El Dios de la Pasión es el Dios
débil y de los débiles, crucificado y de los crucificados, el Dios que calla y
sufre en el silencio, mientras todos vociferan y piden a gritos su condena.
Sin embargo, todo eso no es sino
el ropaje con el que se reviste Dios porque, por dentro, la realidad es otra.
El Dios de la Pasión es el Dios que encarna los valores del Reino. El Dios que
se sale del sistema y anuncia un sistema nuevo. Se sale del sistema de la
fuerza y el poder y proclama el sistema del amor y la solidaridad y la
fraternidad. El Dios que se comparte a sí mismo con los débiles y ofrece la
esperanza a los débiles. El Dios que no ama el dolor, pero que es capaz de
convertirlo en expresión de amor y de vida. Un Dios que, colgado en la Cruz, es
capaz de olvidarse de sí mismo y escucha y atiende las súplicas de un
crucificado que se desangra a su lado.
Uno se pregunta, ¿qué hace un
Dios colgado de la Cruz? ¿No parece el mayor absurdo humano? Pues lo único que
hace Dios colgado de la Cruz es amar, perdonar, salvar, dar vida. Dar la vida
por los demás, dar su vida para que otros vivan, puede ser un absurdo humano,
pero es la sabiduría divina.
¿Es posible creer en un Dios
débil y crucificado? La respuesta es clara: siempre es posible creer en el
amor. Por eso, nuestra fe está marcada, desde el Bautismo, precisamente por la
señal de la cruz que nos ha marcado. Por eso, para nosotros creer es mucho más
que aceptar ideas, es creer que “Dios nos ama hasta el extremo”.