DOMINGO 17 - A (27 de Julio del 2014)
En aquel tiempo dijo Jesús a la
gente: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un
hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que
posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se
dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y
la compró.
El Reino de los Cielos se
parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los
pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y
tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin
del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos
en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Comprendieron todo esto?"
"Sí", le respondieron. Entonces agregó:
"Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a
un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo". PALABRA
DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados amigos en
el Señor y Paz y Bien.
Desde hace dos domingos, Jesús nos habla usando parábolas para
enseñarnos sobre el reino de los cielos: “Todo lo decía a la gente por medio de
parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo
anunciado por el Profeta: Hablaré en
parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo”
(Mt 13,34-35). En el domingo anterior nos ha dicho: "El Reino de los
Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero
mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se
fue” (Mt 13,24-25). En las parábolas, Jesús parte de cosas muy comunes de la
vida y la usa como términos de comparación para ayudar a las personas a
entender mejor las cosas menos conocidas del Reino de Dios. En el evangelio de
este domingo, Jesús parte de tres cosas bien conocidas de la vida de la gente: La
parábola del tesoro escondido (Mt 13,44). La parábola del mercader que
busca perlas preciosas (Mt 13,45-46). La parábola de la red echada al mar (Mt
13,47-50). Y una parábola para concluir el discurso de las parábolas (Mt
13,51-52).
Para comprender la lectura es bueno fijar la atención y preguntarnos:
¿Qué cosa es para mí un tesoro escondido, un mercader en perlas preciosas o una
red echada en el mar? ¿De qué modo me ayuda mi experiencia a entender las
parábolas del tesoro, la perla y la red? ¿Cuál es la diferencia que existe
entre las parábolas del tesoro y de la perla? ¿Qué dice el texto sobre la
misión a realizar como discípulos de Cristo?
El texto de la primera parábola dice: «El Reino de los
Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un
hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que
tiene y compra el campo aquel” (Mt 13,44). Aquí, el término de comparación es para
aclarar las cosas del Reino de Dios es el tesoro escondido en el campo. Ninguno
sabe que en el campo hay un tesoro. Un hombre lo encuentra por casualidad. No
sabía que lo encontraría. Lo encuentra y se alegra y acoge con gratitud lo imprevisto.
El tesoro descubierto no le pertenece todavía, será suyo sólo si consigue
comprar el campo. Así eran las leyes de la época. Por esto va, vende todo lo
que posee y compra aquel campo. Comprando el campo, se hace dueño del tesoro. Jesús
no explica la parábola. Vale aquí lo que ha dicho antes: “Quien tenga oídos
oiga” (Mt 13,9.43). O sea: “El Reino de Dios es esto. Lo han escuchado. ¡Ahora,
traten de entenderlo! Es tarea de cada uno de nosotros preguntarnos en la vida
¿Qué buscamos? El campo es nuestra vida, en la vida de cada uno de nosotros hay
un tesoro escondido, tesoro precioso, más precioso que todas las cosas de
valor. ¿Qué es el tesoro en nuestra vida que vamos buscando? ¿Será riqueza? ¿Será
un título? En este sentido nos dice Jesús: “No acumulen tesoros en la tierra,
donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las
paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay
polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí
donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6,19-21).
¿Cuál es el tesoro de tu vida que buscas? Será ese tesoro
que se marchita? Si buscas un tesoro como el oro, entonces solo sirve para esta
vida y Como el Señor dice, los ladrones acechan para robar. Quien lo encuentra
da todo lo que posee para comprar aquel tesoro ¿Lo has encontrado tú? Y si aún
no lo has encontrado ¿Por qué crees que no lo encuentras? ¿En qué falla la
estrategia de tu búsqueda? Y ¿Dónde y cómo la buscas? Pedro y los demás buscan
toda la noche el tesoro de la pesca pero nunca cogieron peces y Jesús se
presentó de madrugada y dijo a Simón: "Rema mar adentro, y echen las
redes". Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche
entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las
redes". Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las
redes estaban a punto de romperse… Pero Jesús dijo a Simón: No temas, de ahora
en adelante serás pescador de hombres. Ellos atracaron las barcas a la
orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron” (Lc 5,4-11). Los apóstoles, habían hallado el tesoro: Cristo Jesús.
“También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader
que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va
y vende todo lo que tiene y la compra” (Mt 13,45-46). En la primera parábola, el
término de comparación era “el tesoro escondido en el campo”. En esta parábola,
el acento es otro. El término de comparación no es la perla preciosa, sino la
actividad, el esfuerzo del mercader que busca de perlas preciosas. Todos saben
que tales perlas existen. Lo que importa no es saber que esas perlas existen,
sino buscarlas sin descanso, hasta encontrarla. Por eso la pregunta es ¿Dónde,
cómo y con qué busco ese perla preciosa?
Las dos parábolas tienen elementos comunes y elementos
diversos. En los dos casos, se trata de una cosa preciosa: tesoro y perla. En
los dos casos hay un encuentro, y en los dos casos la persona va y vende todo
lo que tiene para poder comprar el valor que ha encontrado. En la primera
parábola, el encuentro se sucede por casualidad. En la segunda, el encuentro es
fruto del esfuerzo y de la búsqueda. Tenemos dos aspectos fundamentales del
Reino de Dios:
Primero, el Reino existe, está escondido en la vida, en
espera de quien lo encuentre. Y segundo, el Reino es fruto de una búsqueda y de
un encuentro. Son las dos dimensiones fundamentales de la vida humana: la
gratitud de amor que nos acoge y nos encuentra y la observancia fiel que nos
lleva al encuentro.
“También es semejante el Reino de los Cielos a una red que
se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan
a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así
sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre
los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el
rechinar de dientes” (Mt 13,47-50). Aquí el Reino es semejante a una red, no
una red cualquiera, sino una red echada en el mar y que pesca de todo. Se trata
de algo típico en la vida de aquéllos que escuchaban, donde la mayoría eran
pescadores, que vivían de la pesca. Una experiencia que ellos tienen de la red
echada en el mar y que captura de todo, cosas buenas y cosas menos buenas. El
pescador no puede evitar que entren cosas malas en su red. Porque él no
consigue controlar lo que viene de abajo, en el fondo del agua del mar, donde
se mueve su red. Sólo lo sabrá cuando tire de la red hacia lo alto y se sienta
con sus compañeros para hacer la separación. Entonces sabrán qué es lo que vale
y lo que no vale. De nuevo, Jesús no explica la parábola, pero da una
indicación: “Así será al final de mundo”. Habrá una separación entre buenos y
malos. En el domingo anterior decía: “Así como se arranca la cizaña y se la
quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del
hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos
y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá
llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en
el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!” (Mt 13,40-43).
La bondad y misericordia del Señor tiene límites y el límite
de la misericordia es la Justicia divina. Quienes merecen estar en el cielo, lo
estarán y quienes merecen estar en el fuego eterno que es el infierno lo estarán
sin dudas, y al respecto dice Jesús: “Había un hombre rico que se vestía de
púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta,
cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo
que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El
pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también
murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos,
levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces
exclamó: Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la
punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me
atormentan. Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes
en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su
consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran
abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden
hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí" (Lc 16,19-26).
Conclusión del discurso parabólico: Jesús pregunto: ¿Comprendieron
todo esto? "Sí", le respondieron. Entonces agregó: "Todo escriba
convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa
que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo" (Mt 13,51-52). Esta frase
final es otra pequeña parábola. “Las cosas nuevas y las cosas antiguas que el
dueño de la casa saca de su arca” son las cosas de la vida que Jesús apenas ha
propuesto en las parábolas: semillas arrojadas en el campo (Mt 13,4-8), el
grano de mostaza (Mt 13,31-32), la levadura (Mt 13,33), el tesoro escondido en
el campo (Mt 13,44) el mercader de perlas finas (Mt 13,45-46), la red echada en
el mar (Mt 13, 47-48). La experiencia que cada uno tiene de estas cosas es su
tesoro. Y en esta experiencia es donde cada uno encuentra el término de
comparación para poder entender mejor las cosas del Reino de Dios. A veces,
cuando las parábolas no nos dicen nada y no dejan libre su mensaje, la causa no
es la falta de estudios. Sino la falta de experiencia en la vida o la falta de
profundidad de la propia vida. Las personas que viven en la superficie sin
profundizar en la experiencia de la propia vida, no tienen un arca de donde
extraer cosas nuevas y cosas viejas.
Queridos amigos en la fe: ¿Ya han encontrado ustedes su
tesoro? ¿Les parece caro el ser cristiano, el tener el don de la fe, y sentirse
hijos de Dios? No me digan que ser cristiano es vivir cargando cruces, ser
cristiano es vivir la alegría de haber encontrado lo mejor de la vida que es la
gracia, es Dios, es la fe, y es el poder llamar a los demás hermanos y sentirnos
todos una gran familia. Todo esto, no tiene precio, ni rebajas. Por esto todos
debiéramos estar felices de pagar lo que sea. Mi mejor deseo es que seamos una
comunidad gente feliz y gozosa y que nuestras vidas anuncian al mundo a Dios,
no como una carga que hay que soportar sino como un regalo del que hay que
disfrutar. Disfrutar de ese tesoro hallado que es Cristo Jesús. Los santos han
hallado su tesoros en Cristo, el Señor por eso han sido las personas más
felices y contentos. Los apóstoles han hallado el tesoro y dejándolo todo lo siguieron
(Lc 5,11). San Pablo halló su tesoro y dijo: “Para mi Cristo lo es todo” (Col. 3,11).
“A causa del Señor, nada tiene valor para mí en este mundo. Todo lo considero
basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8). Por eso, quien supo hallar el
tesoro en su vida tiene que estar alegre, como nos recomienda San Pablo: “Estén
alegres en el Señor, os lo repito estén alegres” (Flp 4,4).