DOMINGO XXXI – b (01 de Noviembre de 2015)
Proclamación del Santo evangelio según San Mateo 5,1-12:
En aquel tiempo Jesús al ver a la multitud, subió a la
montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra
y comenzó a enseñarles, diciendo: Felices los que tienen alma de pobres, porque
a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los afligidos, porque
serán consolados. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices
los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el
corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque
serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la
justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes,
cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a
causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran
recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los
precedieron. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
El evangelio de hoy, bien puede llevar por título: Los
indicativos de la santidad. La santidad es requisito indispensable para entrar
en el Reino de los Cielos. Mejor dicho debemos ser si o si santos si queremos
ser ciudadanos del cielo; caso contrario no podremos ser ciudadano del cielo. Y
si no somos santos, entonces viene la única opción el cual es ciudadanos de las tinieblas que es el
infierno, instancia del que Jesús nos salvo dando su vida. Así nos lo dice en el siguiente episodio: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para
que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no
envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El
que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no
ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).
¿EN QUE CONSISTE LA BIENAVENTURANZA DEL HOMBRE?
Fuente: Suma
teológica - Parte I-IIae - Cuestión 2
Estudiaremos la bienaventuranza: En primer lugar en qué
consiste; después, qué es; finalmente, cómo podemos alcanzarla:
Sobre lo primero se plantean ocho problemas:
¿Consiste la bienaventuranza en las riquezas?
¿En los honores?
¿En la fama o en la gloria?
¿En el poder?
¿En algún bien del cuerpo?
¿En el placer?
¿En algún bien del alma?
¿En algún bien creado?
Artículo 1: ¿Consiste la bienaventuranza del hombre en las
riquezas?
Objeciones por las que parece que la bienaventuranza del
hombre consiste en las riquezas.
1. La bienaventuranza, por ser el fin último del hombre,
está en lo que domina totalmente su afecto. Y así son las riquezas, pues dice
Ecle 10,19: Todo obedece al dinero. Por tanto, la bienaventuranza del hombre
consiste en las riquezas.
2. Además, la bienaventuranza es un estado perfecto con la
unión de todos los bienes, como dice Boecio en III De consol. Pero parece que
todo se posee con el dinero, porque, como dice el Filósofo en el V Ethic., el
dinero se inventó para ser como la fianza de cuanto desee el hombre. Luego la
bienaventuranza consiste en las riquezas.
3. Además, el deseo del bien sumo parece que es infinito,
pues nunca se extingue. Pero esto ocurre sobre todo con la riqueza, porque el
avaro nunca se llenará de dinero, como dice Ecle 5,9. Luego la bienaventuranza
consiste en las riquezas.
Contra esto: el bien del hombre consiste más en conservar la
bienaventuranza que en gastarla. Pero, como dice Boecio en II De consol.: Lo
que da más brillo al dinero no es el atesorarlo, sino el gastarlo; por eso, la
avaricia inspira aversión, mientras que la generosidad merece el aplauso de la
gloria. Luego la bienaventuranza no consiste en las riquezas.
Respondo: Es imposible que la bienaventuranza del hombre
consista en las riquezas. Hay dos clases de riquezas, como señala el Filósofo
en I Polit., las naturales y las artificiales. Las riquezas naturales sirven
para subsanar las debilidades de la naturaleza; así el alimento, la bebida, el
vestido, los vehículos, el alojamiento, etc. Por su parte, las riquezas artificiales,
como el dinero, por sí mismas, no satisfacen a la naturaleza, sino que las
inventó el hombre para facilitar el intercambio, para que sean de algún modo la
medida de las cosas vendibles.
Es claro que la bienaventuranza del hombre no puede estar en
las riquezas naturales, pues se las busca en orden a otra cosa; para sustentar
la naturaleza del hombre y, por eso, no pueden ser el fin último del hombre,
sino que se ordenan a él como a su fin. Por eso, en el orden de la naturaleza,
todas las cosas están subordinadas al hombre y han sido hechas para el hombre,
como dice el salmo 8,8: Todo lo sometiste bajo sus pies.
Las riquezas artificiales, a su vez, sólo se buscan en
función de las naturales. No se apetecerían si con ellas no se compraran cosas
necesarias para disfrutar de la vida. Por eso tienen mucha menos razón de
último fin. Es imposible, por tanto, que la bienaventuranza, que es el fin
último del hombre esté en las riquezas.
A las objeciones:
1. Todas las cosas corporales obedecen al dinero, por lo que
se refiere a la multitud de los necios, que sólo reconocen bienes corporales,
que pueden adquirirse con dinero. Pero no son los necios, sino los sabios,
quienes deben facilitarnos el criterio acerca de los bienes humanos, del mismo
modo que el criterio acerca de los sabores debemos tomarlo de quienes tienen el
gusto bien dispuesto.
2. El dinero puede adquirir todas las cosas vendibles, pero
no las espirituales, que no pueden venderse. Por eso dice Prov 17,16: ¿De qué
sirve al necio tener riquezas, si no puede comprar la sabiduría?
3. El deseo de riquezas naturales no es infinito, porque las
necesidades de la naturaleza tienen un límite. Pero sí es infinito el deseo de
riquezas artificiales, porque es esclavo de una concupiscencia desordenada, que
nunca se sacia, como nota el Filósofo en I Polit. Sin embargo, el deseo de
riquezas y el deseo del bien supremo son distintos, porque cuanto más
perfectamente se posee el bien sumo, tanto más se le ama y se desprecian las
demás cosas. Por eso dice Eclo 24,29: Los que me comen quedan aún con hambre de
mí. Pero con el deseo de riquezas o de cualquier otro bien temporal ocurre lo
contrario: cuando ya se tienen, se desprecian y se desean otras cosas, como
manifiesta Jn 4,13, cuando el Señor dice: Quien bebe de esta agua, refiriéndose
a los bienes temporales, volverá a tener sed. Y precisamente porque su
insuficiencia se advierte mejor cuando se poseen. Por lo tanto, esto mismo
muestra su imperfección y que el bien sumo no consiste en ellos.
Artículo 2: ¿La bienaventuranza del hombre consiste en los
honores?
Objeciones por las que parece que la bienaventuranza del
hombre consiste en los honores.
1. La bienaventuranza o felicidad es el premio de la virtud,
como dice el Filósofo en I Ethic. Pero parece que el premio más adecuado a la
virtud es el honor, como dice el Filósofo en IV Ethic. Luego la bienaventuranza
consiste propiamente en el honor.
2. Además, parece evidente que la bienaventuranza, que es el
bien perfecto, se identifica con lo propio de Dios y de los seres más
excelentes. Pero así es el honor, como dice el Filósofo en IV Ethic. También,
en 1 Tim 1,17, dice el Apóstol: A Dios solo el honor y la gloria. Luego la
bienaventuranza consiste en el honor.
3. Además, lo que más desean los hombres es la bienaventuranza.
Pero no parece haber nada más deseable para ellos que el honor, porque, para
evitar el menor detrimento de su honor, los hombres soportan la pérdida de
todas las demás cosas. Luego la bienaventuranza consiste en el honor.
Contra esto: la bienaventuranza está en el bienaventurado.
Pero el honor no está en quien es honrado, sino más bien en quien honra, en
quien le rinde homenaje, como advierte el Filósofo en I Ethic. Luego la
bienaventuranza no consiste en el honor.
Respondo: Es imposible que la bienaventuranza consista en el
honor, pues se le tributa a alguien por motivo de la excelencia que éste posee,
y así el honor es como signo o testimonio de la excelencia que hay en el
honrado. Pero la excelencia del hombre se aprecia sobre todo en la bienaventuranza,
que es el bien perfecto del hombre, y en sus partes, es decir, en aquellos
bienes por los que se participa de la bienaventuranza. Por tanto, el honor
puede acompañar a la bienaventuranza, pero ésta no puede consistir propiamente
en el honor.
A las objeciones:
1. Como señala el Filósofo en el mismo lugar, el honor no es
el premio de la virtud por el que se esfuerzan los virtuosos, sino que los
hombres se lo tributan a modo de premio por no tener nada mejor que dar. Pero
el premio auténtico de la virtud es la misma bienaventuranza, por la que se
esfuerzan los virtuosos. Si se esforzaran por el honor, no habría virtud, sino
ambición.
2. Debemos honor a Dios y a los seres más excelentes como
signo y testimonio de su excelencia previa, no porque el honor los haga excelentes.
3. Los hombres aprecian mucho el honor por su deseo natural
de bienaventuranza, a la que acompaña el honor, como se ha dicho (a.2). Por eso
buscan sobre todo que los honren los sabios, pues con su aprobación se creen
excelentes y felices.
Artículo 3: ¿La bienaventuranza del hombre consiste en la
fama o gloria? lat
Objeciones por las que parece que la bienaventuranza del
hombre consiste en la gloria.
1. Parece que la bienaventuranza consiste en lo que se da a
los santos por las tribulaciones que padecen en el mundo. Y eso es la gloria,
pues dice el Apóstol, Rom 8,18: Los sufrimientos del presente tiempo no son
comparables con la gloria que se manifestará en nosotros. Por tanto, la
bienaventuranza consiste en la gloria.
2. Además, el bien es difusivo de sí mismo, como muestra
Dionisio en el capítulo 4 del De div. nom. Pero el bien del hombre llega al
conocimiento de los demás mediante la gloria, porque, como dice Ambrosio, la
gloria es una notoriedad laudatoria. Luego la bienaventuranza del hombre consiste
en la gloria.
3. Además, la bienaventuranza es el más estable de los
bienes. Y así parece ser la fama o gloria, porque por ella los hombres alcanzan
de algún modo la eternidad. Por eso dice Boecio en De consol.: Vosotros creéis
asegurar vuestra inmortalidad cuando pensáis en vuestra gloria venidera. Por
tanto, la bienaventuranza del hombre consiste en la fama o gloria.
Contra esto: la bienaventuranza es el verdadero bien del
hombre. Pero la fama o gloria pueden ser falsas, como dice Boecio en el libro III
De consol.: Son muchos los que deben su renombre a la falsa opinión del vulgo:
¿puede darse algo más vergonzoso? Pues quien es alabado sin merecimiento
forzosamente sentirá vergüenza de los elogios. Por tanto, la bienaventuranza no
consiste en la fama o gloria.
Respondo: Es imposible que la bienaventuranza del hombre
consista en la fama o gloria humana. La gloria se define como una notoriedad
laudatoria, como dice Ambrosio. Ahora bien, el conocimiento de una cosa es
distinto en Dios y en el hombre, pues el conocimiento humano es producido por
las cosas conocidas, mientras que el conocimiento divino las produce. Por eso,
la perfección del bien humano, que llamamos bienaventuranza, no puede
producirla el conocimiento humano, sino que éste procede de la bienaventuranza
de alguien y es como causado por ella, sea incoada o perfecta. Por tanto, la
bienaventuranza del hombre no puede consistir en la fama o en la gloria. Pero
el bien del hombre depende, como de su causa, del conocimiento de Dios. Y, por
eso, la bienaventuranza del hombre tiene su causa en la gloria que hay ante
Dios, como dice el salmo 90,15-16: Lo libraré y lo glorificaré, lo saciaré de
largos días y le haré ver mi salvación.
Hay que considerar también que el conocimiento humano se
equivoca con frecuencia, sobre todo al juzgar los singulares contingentes, como
son los actos humanos; y, por eso, la gloria humana es frecuentemente engañosa.
En cambio, la gloria de Dios, como Él no puede equivocarse, es siempre
verdadera; por eso se dice en 2 Cor 10,18: Está probado aquel a quien
recomienda el Señor.
A las objeciones:
1. El Apóstol no se refiere a la gloria que procede de los
hombres, sino a la que otorga Dios ante sus ángeles. De ahí que se diga en Mc
8,38: El Hijo del hombre lo reconocerá en la gloria de Dios, ante sus ángeles.
2. El reconocimiento multitudinario de la bondad de un
hombre ilustre, si es verdadero, debe derivar de la bondad existente en ese
hombre y, entonces, presupone su bienaventuranza, perfecta o sólo iniciada.
Pero si este reconocimiento es falso, no concuerda con la realidad y, por
tanto, la bondad no se encuentra en quien la fama ha hecho célebre. En
consecuencia, queda claro que la fama nunca puede hacer a un hombre
bienaventurado.
3. La fama no tiene estabilidad, es más, la destruye
fácilmente un rumor falso. Si alguna vez permanece estable es por accidente.
Pero la bienaventuranza tiene estabilidad por sí misma y siempre.
Artículo 4: ¿Consiste la bienaventuranza del hombre en el
poder? lat
Objeciones por las que parece que la bienaventuranza
consiste en el poder.
1. Todas las cosas tienden a asemejarse a Dios, como fin
último y primer principio. Pero los hombres constituidos en poder se parecen
más a Dios por la semejanza del poder; por eso en la Escritura se les llama
incluso dioses, como puede verse en Ex 22,28: No hablarás mal de los dioses.
Luego la bienaventuranza consiste en el poder.
2. Además, la bienaventuranza es un bien perfecto. Pero lo
más perfecto es que el hombre pueda gobernar también a los demás, y esto es
propio de los que están investidos de poder. Luego la bienaventuranza consiste
en el poder.
3. Además, la bienaventuranza, por ser lo más deseable, se
opone a lo que es más repulsivo. Pero los hombres huyen sobre todo de la
esclavitud, que es lo opuesto al poder. Luego la bienaventuranza consiste en el
poder.
Contra esto: la bienaventuranza es un bien perfecto. Pero el
poder es muy imperfecto, porque, como dice Boecio en III De consol.: El poder
humano no es capaz de impedir el peso de las preocupaciones, ni de esquivar el
aguijón de la inquietud. Y añade: ¿Llamarás poderoso a quien se rodea de una
escolta y teme más que es temido? Por tanto, la bienaventuranza no consiste en
el poder.
Respondo: Es imposible que la bienaventuranza consista en el
poder, por dos razones. La primera, porque el poder tiene razón de principio,
como se ve en V Metaphys., mientras que la bienaventuranza la tiene de fin
último. La segunda, porque el poder vale indistintamente para el bien y para el
mal; en cambio, la bienaventuranza es el bien propio y perfecto del hombre. En
consecuencia, puede haber algo de bienaventuranza en el ejercicio del poder,
más propiamente que en el poder mismo, si se desempeña virtuosamente.
Pueden aducirse, con todo, cuatro razones generales para
probar que la bienaventuranza no puede consistir en ninguno de los bienes
externos de los que venimos hablando. La primera es que, por ser la
bienaventuranza el bien sumo del hombre, no es compatible con algún mal; y
todos esos bienes los encontramos tanto en los buenos como en los malos. La
segunda es que, por ser propio de la bienaventuranza el ser suficiente por sí
misma, como se dice en I Ethic. 19, es de rigor que, una vez alcanzada, no le
falte al hombre ningún bien necesario. Pero, después de lograr cada uno de esos
bienes, pueden faltarle al hombre otros muchos necesarios, como la sabiduría,
la salud del cuerpo, etc. La tercera es que la bienaventuranza no puede
ocasionar a nadie ningún mal, porque es un bien perfecto; pero esto no sucede
con los bienes citados, pues se dice en Ecle 5,12 que las riquezas se guardan
para el mal de su dueño, y lo mismo ocurre con los otros tres. La cuarta es que
el hombre se ordena a la bienaventuranza por principios internos, pues se
ordena a ella por naturaleza; pero esos cuatro proceden de causas externas y,
con frecuencia, de la fortuna, de ahí que se les llame también bienes de
fortuna. Por tanto, de ningún modo puede consistir la bienaventuranza en ellos.
A las objeciones:
1. El poder divino se identifica con su bondad y, por eso,
no puede ejercerse mal. Pero esto no ocurre en los hombres. De ahí que no baste
para la bienaventuranza del hombre el asemejarse a Dios en el poder si no se
asemeja también en la bondad.
2. Del mismo modo que lo mejor es que alguien desempeñe bien
el poder en el gobierno de muchos, lo peor es que lo desempeñe mal. Es que el
poder vale lo mismo para el bien que para el mal.
3. La esclavitud es un impedimento para el buen uso del
poder y, por eso, los hombres sienten una aversión natural hacia ella; no porque
en el poder humano esté el bien supremo.
Artículo 5: ¿Consiste la bienaventuranza del hombre en algún
bien del cuerpo?
Objeciones por las que parece que la bienaventuranza del
hombre consiste en los bienes del cuerpo.
1. Dice Eclo 30,16: No hay tesoro mayor que la salud del
cuerpo. Pero la bienaventuranza consiste en lo mejor. Luego consiste en la
salud del cuerpo.
2. Además, dice Dionisio, en el capítulo 5 del De div. nom.,
que es mejor ser que vivir, y vivir mejor que las otras cosas que siguen. Pero
para ser y vivir el hombre necesita la salud del cuerpo. Luego por ser la
bienaventuranza el mayor bien del hombre, parece que la salud del cuerpo es una
parte muy importante de ella.
3. Además, cuanto más común es una cosa, tanto más elevado
es el principio del que depende, porque cuanto más alta es una causa, a más
cosas alcanza su virtualidad. Pero del mismo modo que la causalidad de la causa
eficiente se mide por su influencia, la causalidad del fin se aprecia por la tendencia
hacia él. Por tanto, lo mismo que la primera causa eficiente es la que influye
en todas las cosas, el último fin es lo que todos desean. Pero lo que todos
desean es ser. Luego la bienaventuranza consiste en lo perteneciente al ser
mismo del hombre, como es la salud del cuerpo.
Contra esto: el hombre aventaja a todos los demás animales
en la bienaventuranza. Pero muchos animales le superan en los bienes del
cuerpo, como el elefante en longevidad, el león en fuerza, el ciervo en
velocidad. Luego la bienaventuranza del hombre no consiste en los bienes del
cuerpo.
Respondo: Es imposible que la bienaventuranza del hombre
consista en los bienes del cuerpo, por dos razones. La primera, porque es
imposible que el último fin de una cosa, que tiene otra como fin, sea su propia
conservación en el ser. Así, el comandante de una nave no busca como último fin
la conservación de la nave que tiene encomendada, porque el fin de la nave es
otra cosa, navegar. Ahora bien, el hombre ha sido entregado a su voluntad y razón
para que lo gobiernen, lo mismo que se entrega una nave a su comandante, como
dice Eclo 15,14: Dios hizo al hombre desde el principio y lo dejó en manos de
su criterio. Pero es claro que el hombre tiene un fin distinto de él mismo,
pues el hombre no es el bien supremo. Por tanto, es imposible que el último fin
de la razón y de la voluntad humana sea la conservación del ser humano.
La segunda, porque no se puede decir que el fin del hombre
sea algún bien del cuerpo, aunque se conceda que el fin de la razón y de la
voluntad humana es la conservación del ser humano. Porque el ser del hombre
consta de alma y de cuerpo y, aunque el ser del cuerpo depende del alma, el ser
del alma no depende del cuerpo, como se ha demostrado antes (1 q.75 a.2; q.76
a.1 ad 5,6; q.90 a.2 ad 2); además, el cuerpo existe por el alma, como la
materia por la forma y los instrumentos por el motor, para que con ellos
realice sus acciones. Por tanto, todos los bienes del cuerpo se ordenan a los
del alma como a su fin. En consecuencia, es imposible que la bienaventuranza,
que es el fin último del hombre, consista en los bienes del cuerpo.
A las objeciones:
1. Los bienes exteriores tienen como fin al cuerpo, lo mismo
que el cuerpo al alma. Y, por eso, igual que el bien del alma es preferible a
los del cuerpo, el bien del cuerpo es preferible, con toda razón, a los bienes
exteriores, que son los señalados con la palabra tesoro.
2. El ser, considerado en sí mismo, por incluir toda la
perfección del ser, vale más que la vida y todo lo que le sigue, pues el ser
así considerado comprende en sí todo lo que le sigue. Y en este sentido se
expresa Dionisio. Pero, si consideramos el ser como se participa en las cosas
concretas, que no contienen en sí toda la perfección del ser, sino que tienen
un ser imperfecto, como es el ser de toda criatura; entonces es claro que el
ser dotado de más perfección es más eminente. Por eso, también Dionisio señala
en el mismo lugar que los seres inteligentes son mejores que los vivientes, y
éstos, que los sólo existentes.
3. Porque el fin se corresponde con el principio, en este
argumento se demuestra que el último fin es el primer principio del ser, en el
que se halla toda la perfección del ser, y cuya semejanza buscan todos según su
capacidad: unos sólo en el existir, otros en el ser vivo, otros en el ser vivo,
inteligente y bienaventurado. Y esto es propio de pocos.
Artículo 6: ¿La bienaventuranza del hombre consiste en el
placer? lat
Objeciones por las que parece que la bienaventuranza del
hombre consiste en el placer.
1. Por ser la bienaventuranza el fin último, no se la desea
por otra cosa, sino que las demás cosas se desean por ella. Pero esto es lo más
propio de la delectación, pues es ridículo preguntarle a uno por qué quiere
deleitarse, como se dice en X Ethic. Por tanto, la bienaventuranza consiste
principalmente en el placer y la delectación.
2. Además, la causa primera influye con más vehemencia que
la segunda, como se dice en el libro De causis. Pero el influjo del fin se mide
por su deseo. Luego parece que lo que más mueve al deseo tiene razón de fin
último. Ahora bien, esto ocurre con el placer, y la prueba está en que la
delectación absorbe de tal modo la voluntad y la razón del hombre, que le hacen
despreciar los otros bienes. Luego parece que el último fin del hombre, que es
la bienaventuranza, consiste sobre todo en el placer.
3. Además, parece que lo mejor es el deseo del bien, de
aquello que todos desean. Pero todos desean la delectación, tanto los sabios
como los necios, incluso los que carecen de razón. Luego la delectación es lo
mejor.
Contra esto: dice Boecio en III De consol.: Quien quiera
recordar sus liviandades, comprenderá el triste resultado de los placeres. Si
pudieran proporcionar la felicidad, nada impediría que las bestias fueran
bienaventuradas.
Respondo: Las delectaciones corporales, por ser las que
conoce más gente, acaparan el nombre de placeres, como se dice en VII Ethic.,
aunque hay delectaciones mejores. Pero tampoco en éstas consiste propiamente la
bienaventuranza, porque en todas las cosas hay que distinguir lo que pertenece
a su esencia y lo que es su accidente propio; así, en el hombre, es distinto
ser animal racional que ser risible. Según esto, hay que considerar que toda
delectación es un accidente propio que acompaña a la bienaventuranza o a alguna
parte de ella, porque se siente delectación cuando se tiene un bien que es
conveniente, sea este bien real, esperado o al menos recordado. Pero un bien
conveniente, si es además perfecto, se identifica con la bienaventuranza del
hombre; si, en cambio, es imperfecto, se identifica con una parte próxima,
remota o al menos aparente, de la bienaventuranza. Por lo tanto, es claro que
ni siquiera la delectación que acompaña al bien perfecto es la esencia misma de
la bienaventuranza, sino algo que la acompaña como accidente.
Con todo, el placer corporal no puede acompañar, ni siquiera
así, al bien perfecto, porque es consecuencia del bien que perciben los
sentidos, que son virtudes del alma que se sirve de un cuerpo; pero el bien que
pertenece al cuerpo y es percibido por los sentidos no puede ser un bien
perfecto del hombre. La razón de esto es que, por superar el alma racional los
límites de la materia corporal, la parte de ella que permanece desligada de
órganos corpóreos tiene cierta infinitud respecto al cuerpo y a sus partes
vinculadas al cuerpo; lo mismo que los seres inmateriales son de algún modo
infinitos respecto a los seres materiales, porque en éstos la forma queda
contraída y limitada de algún modo por la materia y, por eso, la forma desligada
de la materia es en cierto modo ilimitada. Y así, los sentidos, que son fuerzas
corporales, conocen lo singular, que está determinado por la materia; mientras
que el entendimiento, que es una fuerza desligada de la materia, conoce lo
universal, lo que está abstraído de la materia y se extiende sobre infinitos
singulares. Por consiguiente, es claro que el bien conveniente al cuerpo, que
causa una delectación corporal al ser percibido por los sentidos, no es el bien
perfecto del hombre, sino un bien mínimo comparado con el del alma. Por eso se
dice en Sab 7,9: Todo el oro, en comparación con la sabiduría, no es más que
arena. Así, pues, el placer corporal ni se identifica con la bienaventuranza ni
es propiamente un accidente de ella.
A las objeciones:
1. La misma razón tenemos para apetecer el bien que para
apetecer la delectación, pues ésta es el sosiego del apetito en el bien; igual
que se debe a la misma fuerza de la naturaleza que los cuerpos graves
desciendan hacia abajo y se queden ahí. Por eso, igual que el bien se desea por
sí mismo, la delectación es también deseada por sí misma, si por indica causa
final. Pero si indica causa formal, o mejor, motiva, entonces la delectación es
apetecible por otra cosa: por el bien, que es su objeto y, en consecuencia su
principio y quien le da forma, pues se apetece la delectación precisamente por
ser el descanso en un bien deseado.
2. El apetito vehemente de la delectación sensible se debe a
que las operaciones de los sentidos son más perceptibles, porque son el
principio de nuestro conocimiento. Por eso también la mayoría desea las
delectaciones sensibles.
3. Todos desean la delectación del mismo modo que desean el
bien; sin embargo, desean la delectación en razón del bien, y no al contrario,
como se acaba de decir (ad 1). Por tanto, no se sigue que la delectación sea el
bien máximo y esencial, sino que acompaña al bien, y una delectación
determinada, al bien que es el máximo y esencial.
Artículo 7: ¿La bienaventuranza del hombre consiste en algún
bien del alma? lat
Objeciones por las que parece que la bienaventuranza
consiste en algún bien del alma.
1. La bienaventuranza es el bien del hombre. Pero este bien
se divide en tres: bienes exteriores, bienes del cuerpo y bienes del alma.
Ahora bien, la bienaventuranza no consiste en los bienes exteriores ni en los
del cuerpo, como se demostró antes (a.4.5). Luego consiste en los bienes del
alma.
2. Además, amamos más a quien le deseamos un bien que al
bien que le deseamos; así, amamos más al amigo al que deseamos dinero que al
dinero. Pero cada uno desea para sí todo el bien. Luego cada uno se ama a sí
mismo más que a todos los demás bienes. Pero la bienaventuranza es lo que más
se ama, como manifiesta el que amamos y deseamos todas las demás cosas por
ella. Por tanto, la bienaventuranza consiste en algún bien del hombre mismo.
Pero no en los del cuerpo. Luego en los bienes del alma.
3. Además, la perfección es algo del sujeto que se
perfecciona. Pero la bienaventuranza es una perfección del hombre. Luego la
bienaventuranza es algo del hombre. Pero no es algo del cuerpo, como se
demostró (a.5). Luego la bienaventuranza es algo del alma. Y así, consiste en
bienes del alma.
Contra esto: como dice Agustín en el libro De doctr.
christ., debe ser amado por sí mismo aquello en que consiste la vida
bienaventurada. Pero no debemos amar al hombre por sí mismo, sino que cuanto
hay en el hombre debemos amarlo por Dios. En consecuencia, la bienaventuranza
no consiste en ningún bien del alma.
Respondo: Como se dijo más arriba (q.1 a.8), se llama fin a
dos cosas: a la cosa misma que deseamos alcanzar, y a su uso, consecución o
posesión. Por tanto, si hablamos del fin último del hombre refiriéndonos a la
cosa misma que deseamos como fin último, entonces es imposible que el fin
último del hombre sea su misma alma o algo de ella; porque el alma, considerada
en sí misma, es como existente en potencia, pues de ser sabia en potencia pasa
a ser sabia en acto, y de ser virtuosa en potencia a serlo en acto. Pero es
imposible que lo que en sí mismo es existente en potencia tenga razón de último
fin, porque la potencia existe por el acto, como por su complemento. Por eso es
imposible que el alma sea el último fin de sí misma.
De igual modo, tampoco puede serlo algo del alma, sea
potencia, hábito o acto, porque el bien que es último fin es un bien perfecto
que sacia el apetito. Pero el apetito humano, que es la voluntad, tiene como
objeto el bien universal, y cualquier bien inherente al alma es un bien
participado y, por consiguiente, particularizado. Por tanto, es imposible que
alguno de ellos sea el fin último del hombre.
Pero, si hablamos del fin último del hombre en el sentido de
la consecución, posesión o uso de la cosa misma que se apetece como fin,
entonces algo del hombre, por parte del alma, pertenece al último fin, porque
el hombre consigue la bienaventuranza mediante el alma. Por tanto, la cosa
misma que se desea como fin es aquello en lo que consiste la bienaventuranza y
lo que hace al hombre bienaventurado. Pero se llama bienaventuranza a la
consecución de esta cosa. Luego hay que decir que la bienaventuranza es algo
del alma; pero aquello en lo que consiste la bienaventuranza es algo exterior
al alma.
A las objeciones:
1. Como en esa división se comprenden todos los bienes que
son apetecibles para el hombre, hay que llamar bien del alma no sólo a la
potencia, al hábito o al acto, sino también al objeto, que es extrínseco. Y, de
este modo, nada impide decir que la bienaventuranza consiste en algo que es un
bien del alma.
2. Ciñéndonos al tema, la bienaventuranza es lo que más se
ama como bien deseado, pero al amigo se le ama como a quien se le desea un
bien; y así también se ama el hombre a sí mismo. Por tanto, no hay la misma
razón de amor en uno y otro caso. Cuando se trate de la caridad (2-2 q.26 a.3),
será el momento de considerar si el hombre ama con amor de amistad algo más que
a sí mismo.
3. La bienaventuranza misma, por ser una perfección del
alma, es un bien inherente al alma; pero aquello en lo que consiste la
bienaventuranza, es decir, lo que hace bienaventurado, es algo exterior al
alma, como acabamos de decir (a.7).
Artículo 8: ¿La bienaventuranza del hombre consiste en algún
bien creado? lat
Objeciones por las que parece que la bienaventuranza del
hombre consiste en algún bien creado.
1. Dice Dionisio, en el capítulo 7 del De div. nom., que la
sabiduría divina une los fines de los primeros seres con los principios de los
segundos; y de esto se puede entender que lo sumo de la naturaleza inferior es
alcanzar lo ínfimo de la naturaleza superior. Pero el bien sumo del hombre es
la bienaventuranza. Por tanto, parece que la bienaventuranza del hombre
consiste en alcanzar de algún modo al ángel, porque el ángel es superior al
hombre en el orden de la naturaleza, como se ha visto en la primera parte (q.96
a.1 ad 1; q.108 a.2 ad 3; a.8 ad 2; q.111 a.1).
2. Además, el fin último de cada cosa está en su obra
perfecta, por eso la parte es por el todo, como por su fin. Pero todo el
conjunto de las criaturas, que se llama mundo mayor, se compara con el hombre,
que en el VIII Physic. se le llama mundo menor, como lo perfecto con lo
imperfecto. Luego la bienaventuranza del hombre consiste en todo el conjunto de
las criaturas.
3. Además, lo que calma el deseo natural del hombre es lo
que le hace bienaventurado. Pero el deseo natural del hombre no llega hasta un
bien mayor que el que pueda recibir. Por tanto, parece que el hombre puede
llegar a ser bienaventurado por algún bien creado, pues no es capaz de un bien
que supere los límites de toda la creación. Y así, la bienaventuranza del
hombre consiste en algún bien creado.
Contra esto: está lo que dice Agustín en el XIX De civ. Dei:
La vida bienaventurada del hombre es Dios, como la vida de la carne es el alma;
por eso se dice (Sal 143,15): Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor.
Respondo: Es imposible que la bienaventuranza del hombre
esté en algún bien creado. Porque la bienaventuranza es el bien perfecto que
calma totalmente el apetito, de lo contrario no sería fin último si aún quedara
algo apetecible. Pero el objeto de la voluntad, que es el apetito humano, es el
bien universal. Por eso está claro que sólo el bien universal puede calmar la
voluntad del hombre. Ahora bien, esto no se encuentra en algo creado, sino sólo
en Dios, porque toda criatura tiene una bondad participada. Por tanto, sólo
Dios puede llenar la voluntad del hombre, como se dice en Sal 102,5: El que
colma de bienes tu deseo. Luego la bienaventuranza del hombre consiste en Dios
solo.
A las objeciones:
1. Lo superior del hombre alcanza ciertamente lo ínfimo de
la naturaleza angélica por cierta semejanza, pero no se detiene allí como en el
último fin, sino que se dirige hasta la misma fuente universal del bien, que es
el objeto universal de la bienaventuranza de todos los bienaventurados, como
bien existente, infinito y perfecto.
2. El fin último de una parte es algo distinto del mismo
todo, si este todo no es último fin, sino que se ordena a otro fin ulterior.
Pero el conjunto de las criaturas, con quien se relaciona el hombre como la
parte con el todo, no es el fin último, sino que se ordena a Dios como al
último fin. Por tanto, el bien del universo no es el último fin del hombre,
sino Dios mismo.
3. El bien creado no es menor que el bien del que el hombre
es capaz, como cosa intrínseca e inherente; sin embargo, es menor que el bien
del que el hombre es capaz como objeto, que es infinito. Pero el bien del que
participan el ángel y todo el universo es un bien finito y limitado.