sábado, 6 de mayo de 2017

IV DOMINGO DE PASCUA - A (07 de Mayo del 2017)

IV DOMINGO DE PASCUA - A (07 de Mayo del 2017)

Proclamación del Evangelio según: Juan 10,1-10

En aquel tiempo, dijo Jesús "Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guardia, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños." Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: "Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante." PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

El evangelio tienes dos partes: El pastor y el rebaño (Jn 10,1-6), la puerta del rebaño (Jn 10,7-10). Son un comentario al capítulo anterior. Porque Jesús sigue ante los fariseos: (Jn 9,40 y Jn 10,6-7). Identificados con los judíos (Jn 10,19): ellos son los que han excomulgado y echado fuera de la sinagoga al ciego (Jn 9,34). Al respecto dice Dios: “¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿Acaso los pastores no deben apacentar el rebaño?... No han fortalecido a la oveja débil, no han curado a la enferma, no han vendado a la herida, no han hecho volver a la descarriada, ni han buscado a la que estaba perdida. Al contrario, las han dominado con rigor y crueldad. Ellas se han dispersado” (Ez 34,2-5).

Dios se propone: “Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado… Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar dice Dios. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma” (Ez 34,11-16). Y Dios cumple con su propósito al enviar a su hijo Jesucristo, quien dice: “Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

En este contraste violento se describe ahora mediante dos alegorías: la del pastor (Jn 10,1-6) y la de la puerta (Jn 10,7-10). En ambas escenas se trata  la distinta relación existente por un lado entro los fariseos y la gente a la que gobiernan y por otro, entre Jesús y los creyentes. La enseñanza es la afirmación firme de la seguridad  de las ovejas por su pertenencia a Jesús y su acceso seguro a la salvación. Jesús es el buen pastor que da la vida por sus ovejas (Jn 10,11). Que sustituirá a lso falsos pastores, los pastores asalariados (Ez 34,3-5).

Jesús, el buen pastor no explota a sus ovejas, sino que está a su servicio (Mt 20,26-28), da su vida por ellas (Jn 10,11), las conoce individualmente: “Las ovejas escuchan su voz. Él llama a las suyas por su nombre y las hace salir” (Jn 10,3). Y las conoce amorosamente (Jn 15,13). Y las pastorea con amor: “Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz” (Jn 10,4).

También en la identidad del buen pastor se hace distinción entre el: Pastor autentico y el falso pastor. Notemos el énfasis en el verbo “ser”: “Ése es un ladrón y salteador” (Jn 10,1) y el que “Es pastor de las ovejas” (Jn 10,2). De esta manera, la primera parte de la parábola señala mediante la contraposición: “El que entra por la puerta falsa” y “El que entra por la puerta verdadera”. Entonces, hay dos modos de entrar al rebaño que dependen de lo que se busque: cuidar del rebaño o, por el contrario, hacerle daño. Así queda establecida la diferencia entre el falso y el verdadero pastor de las ovejas.

a) El falso pastor: “El que no entra por la puerta… escala por otro lado…” Quien busca hacer daño no da la cara, entra a escondidas valiéndose de un subterfugio (Jn 10,1), porque quien tiene segundas o malas intenciones no gusta de ser reconocido, como bien había explicado Jesús: “Todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras” (Jn 3,20). A quien procede de esta manera se le dan los dos calificativos fuertes de “ladrón” y “salteador”, dos títulos que señalan la intención deshonesta y egoísta. Ante todo priman sus propios intereses, el resto no le importa; su búsqueda de la oveja implica sometimiento, enajenación, aprovechamiento y, finalmente, muerte para ella.

b) El verdadero pastor: “El que entra por la puerta… le abre el portero”. El verdadero pastor da la cara al llegar a la puerta y dejarse convalidar por nuevo personaje en la parábola, el portero, quien dictamina si es o no es pastor. Obviamente, cuando lo reconoce, éste no duda en dejar entrar al pastor. También había dicho Jesús: “El que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios” (Jn 3,21). Y no sólo le abre el portero sino que “las ovejas escuchan su voz”, se entabla una relación estrecha y vivificante entre ellos, como vemos a continuación.

Se resalta también la relación entre el pastor y las ovejas: “Y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn.10,3-5). Una vez que se ha identificado al verdadero pastor, vemos cómo se entabla la relación de éste con sus ovejas. Podríamos decir también que esta segunda parte de la parábola igualmente se describe a la verdadera oveja con la contraposición: “Conocen su voz (del pastor)” y “No conocen la voz de los extraños”. La primera frase lo afirma claramente: “Las ovejas escuchan su voz”, o sea, no dudan en atender la voz de quien los guía y, en consecuencia, “le siguen” con docilidad. ¡Una excelente caracterización del discípulo del Señor! Toda esta sección podría englobarse bajo el título “Las ovejas escuchan su voz”. Por cierto, más adelante, en el relato de la pasión, Jesús dirá: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18,37).

c) El seguimiento del pastor: Se distinguen dos momentos: cuando la oveja es sacada del redil y cuando es conducida por las praderas. En ambas ocasiones la “voz” del pastor juega un papel fundamental. El verbo “sacar” está repetido, es una acción importante. El término es conocido en el vocabulario del éxodo: “sacar fuera” es un acto de libertad; al respecto, algunos comentaristas han notado que nunca se habla de un traer de vuelta al viejo redil. Pues bien, el “sacar” se realiza mediante un llamado: “a sus ovejas las llama una por una” (“por su nombre”). Cada oveja sabe su propio nombre y responde enseguida a la voz del que la llama. El “nombre” señala la identidad de una persona, lo que la distingue y hace única, también su historia y sus características personales. La oveja es conocida así. Tenemos aquí una sobria pero elocuente descripción de la relación personal que el pastor entabla con cada oveja: él se interesa por ella llamándola desde la hondura de su identidad personal y ella, por su parte, reconoce su voz y le responde poniéndose en camino hacia él y junto con él.

Comienza la segunda etapa: “va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz” (Jn.10,4). Una vez que han sido llamadas por su nombre, sacadas del redil y congregadas, las ovejas son encaminadas hacia los lugares de la pradera. La relación llamada y respuesta ahora progresa hacia la relación precedencia y seguimiento: el pastor camina delante de ellas, y éstas –ciertamente con gran alegría- siguen a aquel cuya voz les es familiar.

El discipulado se describe claramente con el “ir delante” del Pastor y Maestro y el “seguir” de la Oveja y discípulo. El contenido del seguimiento de Jesús está presentado a lo largo de todo este evangelio, de punta a punta (si bien el término “seguir” es apenas uno de los términos usados por Juan para describir el seguimiento de Jesús, vale la pena observar: (Jn 10,27; 13,36-37; 18,15; 21,19.22). Pero aquí lo que el evangelista nos invita a observar atentamente es qué es lo que dinamiza el seguimiento: “le siguen porque conocen su voz”. Sin el conocimiento de la voz de aquel que es la Palabra de Vida (Jn 1,4) no es posible el seguimiento de Jesús.

b) La fuga ante los extraños: La parábola termina señalando que las ovejas no sólo “siguen” a Jesús sino que “no seguirán a un extraño” (Jn 10,5). Y el argumento es el mismo: “porque no conocen la voz de los extraños” (Jn10,5). Es la antítesis del versículo anterior. No sólo se afirma que no seguirán a los extraños sino que “huirán” de ellos aterradas (Jn 10,5). Una cosa es la indiferencia frente al extraño y otra es la fuga. Esta última actitud puede ser leída en dos planos:

1. Teniendo en cuenta que no se reconoce la voz de los extraños, se puede entender como capacidad de discernimiento por parte del discípulo del Señor: el discípulo aprende a distinguir lo que proviene y lo que no del Señor.
2. Teniendo en cuenta la connotación del término fuga, como carrera en vía contraria, se puede entender como un apartarse decididamente o, mejor aún, como toma de decisión radical y profética frente a todo aquello que no va de acuerdo con el camino de vida.
Hay que tener presente que gracias a la familiarización con la voz de Jesús es que es posible detectar las voces seductoras que proponen caminos de muerte: ¡la escucha del Señor es la escuela de los auténticos profetas!

La incomprensión del auditorio: “Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba” (Jn 10,6). Situándonos sobre este plano del “conocimiento” el evangelista nos invita a una correlación entre la actitud de las autoridades religiosas judías, quienes son los interlocutores de Jesús (Jn 9,39-41), y los comportamientos descritos en la parábola (Jn 10,1-5). En pocas palabras: las ovejas oyen la voz del pastor (Jn 10,3b-4), pero los fariseos no oyen su voz, no reconocen lo que les está diciendo. De esta manera se identifica a los fariseos (Jn 9,40) con los “ladrones y salteadores” de Jn 10,1.
“En verdad, en verdad les digo: yo soy la puerta de las ovejas.  Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto” (Jn 10,7-9).

La imagen de la puerta había aparecido antes en Jn 10,1-2, allí era el lugar de entrada correcto para acceder al redil. Ahora se da un paso adelante: Jesús es esta puerta. Un antecedente bíblico puede ser el Salmo 118, el cual quizás fue interpretado como profecía mesiánica –siempre bajo la luz de la Pascua- en el cristianismo de los orígenes, particularmente el v.20: “Aquí está la puerta de Yahveh, por ella entran los justos”. Esto quiere decir que solamente a través de Jesús se puede tener el acceso adecuado a las ovejas y que por medio de él las ovejas pueden salir hacia los espacios amplios de la vida representados en las verdes praderas, como se describe en Jn 10,9.

Los que vinieron antes de Jesús son calificados de “ladrones y salteadores”. Los que antes de Jesús han conducido al pueblo de Dios, específicamente estos dirigentes que tiene ante sus ojos y que lo rechazan a él así como a quienes comienzan a aceptar su revelación (por ejemplo, el ciego de nacimiento), ya no son reconocidos como sus dirigentes: “las ovejas no les escucharon”. Y puesto que no han entrado por la puerta, no tienen ningún derecho sobre las ovejas.

Jesús es la mediación de la vida. Y todo esto gracias a la voz que es escuchada y seguida: “Todo se hizo por medio de ella (la Palabra)… En ella (la Palabra) estaba la vida / y la vida era la luz de los hombres… La gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo” (Jn 1,3.4.17).

El “entrar” y “salir” connota también la libertad de la que se habló en la parábola, en Jn 10,3b-4 (verbo “sacar”). La puerta permanece grande y abierta, las ovejas van y vienen, no son aprisionadas sino que se las hace salir y son siempre conducidas por aquel a quien escuchan. Entre libertad y vida se establece una estrecha relación. Y el don de Dios se da con toda magnanimidad. Valga recordar que la imagen del “encontrará pastos” parece retomar la promesa de Dios en Ezequiel 34,14 que se había convertido en anhelo del Pueblo de Dios: “Las apacentará en buenos pastos, /y su majada estará en los montes de la excelsa Israel. Allí reposarán en buena majada; y pacerán pingües pastos por los montes de Israel”. Es al servicio de esto que debían ponerse todos los pastores de Israel. Y es aquí donde la manera de realizar la misión en función del pueblo se pone en cuestión.

El evangelio termina con esta categórica afirmación: “Yo he venido para tengan vida abundante” (Jn 10,10). Lo que Jesús “es” se realiza en la misión para la cual ha “venido”. Las frases contrapuestas “El ladrón no viene más que  robar” y “Yo he venido para que tengan vida” ponen ante nuestros ojos –en forma comparativa- dos maneras de presentarse ante las ovejas.

Los verbos “robar”, “matar” y “destruir” aplicados al ladrón, señalan que no hay nada vivificante en ellos. Relacionemos con los que habían venido antes de Jesús y se presentaban ante el pueblo como sus servidores no le ofrecían la vida que necesitaban sino que se valían de él para mantenerse en su posición de privilegio. Los fariseos y dirigentes del pueblo quedan definitivamente descalificados como pastores. Los tres verbos de negación de vida de la oveja que tiene como sujeto al ladrón, se contraponen a uno solo que tiene como sujeto a Jesús: “Dar Vida”. Ahora se dice de forma explícita: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Y no solo un poquito sino en abundancia. Esta será la pretensión inaudita de Jesús, la que será motivo de confrontación cada vez más fuerte con sus adversarios, la que le llevará finalmente hasta la muerte en la cruz, en la cual irradiará esa vida abundante sobre la humanidad entera, dando vida con su propia vida glorificada.


En resumen: El verdadero pastor tiene que entrar por la puerta que es Jesús y no por otros medios saltándose los muros del ansia de poder, dominio y prestigio. Segundo, según el Papa Francisco el pastor camina detrás de las ovejas, en medio de las ovejas, delante de las ovejas y éstas le siguen. No por detrás con el látigo, sino preocupado que ninguna se quede. Tercero, las ovejas conocen su voz y por eso le siguen. La voz del pastor tiene que ser una voz amiga y cercana al rebaño, hablando el lenguaje de las ovejas porque promueve vida e infunde vida abundante.

sábado, 29 de abril de 2017

DOMINGO III DEL TIEMPO DE PASCUA – A (30 de abril de 2017)

DOMINGO III DEL TIEMPO DE PASCUA – A (30 de abril de 2017)

Proclamación del santo evangelio según  San Lucas 24,13-35:

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?" Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: "¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?" Él les pregunto: "¿Qué?" Ellos le contestaron: "Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron."

Entonces Jesús les dijo: "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.

Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída." Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: "Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón." Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos y hermanos en la fe Paz y Bien.

La noche tan cruel en que acechaba cuan lobo rapaz el temor, pánico, congoja, decepción, el desánimo y no era para menos, recordemos que acaban de matar a su maestro y los apóstoles a dudas penas pudieron escapar para no ser también crucificados conjuntamente con su maestro. Los apóstoles reinician con sus labores habituales, quizá con mucha desidia al saber que tanto tiempo perdieron y para nada; quizá hasta olvidaron las estrategias del oficio. Y no había que perder más tiempo; como ven algunos comienzan a abandonar el grupo, y reitero, no soportan la desilusión y la decepción. Para ellos todo ha terminado. Hay que volver a comenzar y seguir con lo de antes.

Emaús es el camino de los quedan en la muerte, los desilusionados, los que ya han tirado la toalla. Pero también puede ser el comienzo de un nuevo Día. En Emaús termina el camino de los desilusionados y allí comienza el camino de los que han recobrado la esperanza.

El evangelio de este domingo se puede resumir de esta manera:

1) El valor de la Palabra en las escrituras: “¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y continuando con todos los Profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él” (Lc 24,26-27). 2) El valor de la Santa Eucaristía: Le dijeron "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba. Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista” (Lc 24,29-31). 3) Y la fe compartida en fraternidad: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!" (Lc 24,32-35).

Primero: El valor de la Palabra de Dios en las escrituras (Lc 24-26-27): Algo impedía que sus ojos lo reconocieran a Jesús es la condición humana: La carne, los huesos, el ojo, no tiene esta cualidad sino el alma y alma intelectiva que iluminada por la fe si puede reconocer al Señor glorificado. (Lc 24,16).  Recordemos cuando Jesús mismo empezó su vida pública se bautizó y mientras se bautizaba el espíritu bajó en forma de paloma y se posó sobre El y una voz llego del cielo y dijo “Tu eres mi hijo amado, yo te he engendrado” (Lc 3,22). Luego el Señor afirmó al decir: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Me envió a anunciar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos… Hoy se cumple estas profecías de la Escritura que acaban de oír… Y algunos decían ¿qué está hablando? Entonces les dijo Jesús: Ningún profeta es bien recibido en su tierra” (Lc 4,18-24).

Felipe dice al etíope: "¿Comprendes lo que estás leyendo? Él respondió ¿Cómo  puedo entender, si nadie me lo explica escrituras? Dime, por favor, ¿de quién dice esto el Profeta? ¿De sí mismo o de algún otro? Entonces Felipe tomó la palabra y, comenzando por este texto de la Escritura, le anunció la Buena Noticia de Jesús” (Hch 8.30-35). Hoy nos dice: "¡Qué necios y torpes son Uds. para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura” (Lc 24,25-28). A quienes escuchan la palabra de Jesús: “El que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida. Les aseguro que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán” (Jn 5,24-25). “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan, es porque no son de Dios" (Jn 8,47).

Para ir sintetizando de la importancia de la escucha de la palabra de Dios y a modo de resumen podemos citar que dijo Jesús: “Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo? (Jn 3,12). Y para creer y entender las cosas de Dios hace falta aquella consigna: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mr 16,15-18). Luego san Pablo nos dice: “Les aseguro que nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no está impulsado por el poder del Espíritu Santo” (Icor 12,3).

Segundo: Resalto el valor de la Santa Eucaristía: Ellos dijeron: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída." Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron” (Lc. 24,29-31).

Conviene recordar el modo como bendice el Señor en la última cena antes de su agonía en Getsemaní: “Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomen y coman, esto es mi Cuerpo. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados. Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre” (Mt 26,26-29). Este misterio es lo que celebramos el jueves santo, en el que Jesús celebra con sus discípulos y lava los pies (Jn 13,5). Con mucha razón dijo Jesús: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien como de esta pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Y con razón Juan Bautista exclamó al ver a Jesús: “Ahí está, ahí viene el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Jesús es el mismo que lo vimos morir en la cruz, ahora glorificado y resucitado que se nos da en la sangrada comunión en cada  Santa Misa.

Tercero: Resaltamos la importancia de compartir la fe en fraternidad: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: "Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón." Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan” (Lc 24,32-35). Los sacramentos que son siete, y en este caso la santa Eucaristía es el actuar de las tres Divinas Personas: “Mientras se bautizado Jesús, se abrió el cielo. Y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Lc 3,22). Mismo Jesús recomienda cumplir la misión de anunciar esta buena noticia pero para esta misión de compartir la experiencia de fe concede el don del Espíritu Santo: “Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: ¡La paz esté con ustedes!. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió ¡Reciban al Espíritu Santo!” (Jn 20,19-22).

Esta misión que todo bautizado tiene que cumplir para merecer su salvación no es sino el encargo que Jesús resucitado concede a todo bautizado: Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”(Mt 28,18-20).

Como vemos, el camino de Emaús es el camino del regreso de fracasados, pero si tocados por el poder de Dios es el regreso gozoso de quien siente que la noche ha pasado y de nuevo el sol brilla en los corazones. Es el camino de llevar y compartir la buena noticia con los demás. Emaús es el lugar donde la sagrada palabra de Dios resuena y hace arder el corazón y la Eucaristía se hace experiencia pascual. Y todo para ser compartido en fraternidad en la que se fortalece la fe.

No nos extrañemos que también nuestro corazón tenga demasiadas experiencias de fracasos, de frustraciones. Hay frustraciones en el matrimonio. Hay frustraciones en la vida profesional, incluso en la vida sacerdotal.  Es triste regresar a casa llevados de la desilusión. Es triste ver romperse un matrimonio y caer los dos en la desilusión. Es triste ver fracasar una vocación y llenar el corazón de desilusión. Sentir que todo se ha acabado. Sentir que ya no hay futuro. Sentir que ya han pasado varios días y no hay esperanza.

Sin embargo,  qué maravilloso que el responsable de la propia desilusión se meta en medio haciendo camino con ellos. Solo pregunta, como quien quiere interesarse, pero a la vez va encendiendo una luz, iluminando el problema, traduciendo el problema  en otra posibilidad. No siempre lo que imaginamos como la ruina de nuestras vidas es real. Con frecuencia nuestros problemas tienen sus razones. ¡Qué importante contar con alguien que nos ayude a clarificar nuestros problemas! No como uno que demuestra superioridad, sino como alguien que camina como uno más. ¡Qué importante poder es ser acompañado en nuestra vida por el Señor glorificado y resucitado¡. Va anocheciendo, tienen la sensibilidad de invitarlo a quedarse con ellos, son  conscientes que su presencia los va cambiando hasta el punto que se les abren los ojos y lo reconocen. Es que cuando estamos metidos en el problema, no vemos. Para ver se necesita serenidad y paz. Siempre hay un tercero que puede abrirnos los ojos cuando ya todo lo vemos perdido.

Cuantas veces nos encontramos, por pura casualidad, como desconocidos y terminamos el camino como amigos. Al respecto, Jesús ya nos había dicho: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (Jn 15,13-15). Jesús siempre se ha portado como nuestro amigo. Pero nosotros no siempre lo tenemos por amigo.

Y pensar que Jesús resucitado camina cada día nuestro propio camino, habla de lo que hablamos, se interesa de lo que sentimos, por más que nosotros no le identifiquemos ni conozcamos. Es posible que no lo creamos, pero nunca vamos solos. No lo veremos. No lo sentiremos.

Nuestro camino en la vida es un camino de Emaús. Un camino de desilusión y un camino de esperanza. Un camino de ida y un camino de regreso y con la experiencia pascual de un Jesús desconocido. Solo hace falta, dejarte tocar por la palabra de Dios y descubrir en tu vida a Jesús resucitado quien te acompaña en cada día de tu vida. Así que déjate alcanzar, déjate tocar, déjate interpelar por Jesús.

En resumen: Si nos dejamos tocar el corazón con la palabra de Dios nos suscitara ardor con la que evidenciamos que hemos entrado con contacto con Dios. Y la palabra de Dios nos abre los ojos para entrar con comunión con Jesús glorificado en la sagrada comunión, luego con mucho sentido podemos sentirnos hermanos al compartir esta experiencia del encuentro con Dios que se hace en la Iglesia que es morada de Dios con los hombres:  "Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios” (Ap 21,3).

sábado, 22 de abril de 2017

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA – A (23 de Abril del 2017)

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA – A (23 de Abril del 2017)

Proclamación del santo Evangelio según San Juan 20, 19 – 31:

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros." Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.

Jesús les dijo otra vez: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío." Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos."

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré."

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: "La paz con vosotros." Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente. Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío." Le dice Jesús: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.

Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre. PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN:

Estimados hermanos(as) en el Señor Glorificado y Resucitado Paz y Bien.

El evangelio tiene dos parte:

1) El cumplimiento de las promesas: (Jn 20,19-23). El Señor resucitado cumple la promesa de regresar con sus discípulos (Jn 14,18; Jn 16,16). Y enviarles el espíritu Santo (Jn 14,26). Es que la situación de los discípulos encerrados por miedo a los judíos, refleja la actitud de toda la comunidad Juanica, que temerosos ante un mundo enemigo, vive la tentación de refugiarse en su propio circulo. Jesús sin embargo los envía al mundo para que sean testigos suyos y del padre con un soplo vida: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22).  Esta escena es fundamental para la nueva Iglesia que nace: Porque es aquí donde los discípulos pasan a ser apóstoles del Señor glorificado. Ahora serán los que haces apostolado como testigos del Señor Glorificado:

Pedro dijo sin temor ahora: “Israelitas, escúchenme: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo mataron, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las atadura de la muerte, porque no era dable que ella tuviera dominio sobre él” (Hc 2,22-24).

El despliegue de la identidad del crucificado y el resucitado (Jn 20,24-29): La escena de Tomas tiene la intención de ilustrarnos la identidad entre el crucificado y el resucitado que es el mismo. El mismo que fue crucificado esta ahora resucitado:

Jesús dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo que aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino creyente. Tomás respondió: ¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20,27-28). Ante la exclamación del Incrédulo se disipa toda duda (“que no murió, que robaron el cuerpo de la tumba, que vieron fantasma”). Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes. Atónitos y llenos de temor, creían ver un fantasma, pero Jesús les preguntó: ¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un fantasma no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies” (Lc 24,36-40).

Además, conviene ser más detallistas en la actitud de los apóstoles porque se trata también de nuestra actitud en adelante:

Detalles por ejemplo que nos dice San Marcos: “Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios. Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban. Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron. Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.” (Mc 16,9-13). Cuando dice San marcos que luego se apareció a dos que caminaban al campo, nos cuenta San Lucas:

“Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron” (Lc 24,15-20). Jesús le fue explicando de toda la Escritura a cerca de êl. Al anochecer de aquel día primero, estos amigos de Emaús suplican a este amigo extraño que se quede en casa… Jesús dice que se sentó en la mesa, pronuncio la bendición y se los dio el pan, pero Él ya había desaparecido (Lc 24,25-32). Esta aparición del señor glorificado es ya la segunda que sucedió casi a media tarde. Y el evangelio que hoy dimos lectura según San Juan nos pone de manifiesto la tercera aparición de aquel día I (domingo) del Señor glorificado a sus discípulos y ahora en grupo.

Todo parecía que había llegado a su fin con la muerte del Señor, todo parecía que con la muerte de Jesús las cosas marcharían tal como los hombres quisieran que fuese, tal pareciera que la muerte triunfó, pero no (Mt 27,62-66). Pues, se equivocaron completamente. La tumba está vacía (Mt 28,5-7). Ya no se puede pretender tapar con un dedo el sol. Jesús resucitó (Lc 24,34) con lo que queda demostrado que el hombre jamás tendrá la razón ante las verdades eternas que viene de Dios (Jn 18,37). Con su resurrección Jesús demuestra y desenmascara la hipocresía del hombre (judíos, fariseos, romanos). Donde está tu muerte, donde tu victoria?(Icor 15,55). Ahora que otros argumento tramarán los verdugos para justificar su ironía e hipocresía? (Mt 28,11-15). Las cosas de Dios son así. El hombre crea o no, Dios sigue con su proyecto de vida y amor (I Tm 2,4).

Los apóstoles están que se mueren de miedo a los judíos, para no ser descubiertos su filiación con el Jesús (Jn 20,19). Pues aun no salen del asombro, no aceptan que la noche ya paso… mayor sorpresa aun… Dios olvida, no tiene en cuenta lo falto de fe de los apóstoles, olvida lo que Pedro le negó (Mt 26,69-75), olvida que todos los discípulos lo dejaron solo en la cruz… lejos de echar en cara esos desatinos tan nefastos, entra a tallar la misericordia de Dios. La primera palabra del señor glorificado es: Paz a ustedes (Jn 20,19-21). Que palabra de consuelo y ternura. Jesús sigue apostando por los hombres y es que Dios es amor (I Jn 4,8). Y como si fuera poco, el señor glorificado les concede el don del Espíritu Santo (Jn 20,22). Ahora, les confía una nueva misión, ser sus testigos: Así como el padre me envió les envió  a Uds” (Jn 20,21). Pero una cosa es muy clara. Los apóstoles reciben la fuerza del Espíritu Santo.

Ya El Señor los había anticipado: “En adelante, el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará y les recordará todo lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni tengan miedo!” (Jn 14,26-27). Ahora pasan de hombres temerosos a hombres valientes; porque han sido resucitados por el mismo señor glorificado. Se abren las puertas, desaparece todo temor, cobardía; ya no hay temor a que los persigan o les crucifiquen igual que a su maestro. De eso ya han recibido con mucha anticipación del propio Señor: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino. En muchas partes, habrá terremotos y hambre. Este será el comienzo de los dolores del parto. Estén atentos: los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas, y por mi causa serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos. Pero antes, la Buena Noticia será proclamada a todas las naciones. Cuando los entreguen, no se preocupen por lo que van a decir: digan lo que se les enseñe en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu Santo” (Mc 13,8-11). Y los apóstoles anuncian a los cuatro vientos: ¡Que, Jesús resucitó!.

Queda claro también que para esto es necesario la convicción firme de la fe, para eso el mismo Señor glorificado se encargó de reavivar la fe sus apóstoles y vio necesario aparecerse para cambiar el corazón incrédulo por ejemplo de Tomas (Jn 20,27) en un hombre lleno de fe… Y Tomas grito Señor mío, Dios mío (Jn 20,28). Hoy en cada bautizado, en cada creyente, actúa o debería de actuar el mismo espíritu de DIOS que nos lleva a profesar nuestra fe en el Dios uno y trino (Lc 3,22) principio de fe de nuestra Iglesia Católica, solo así seremos merecedores de aquella promesa de Jesús: donde estoy también estarán ustedes, gozarán la Vida eterna (Jn 14,1-3).



Permítanme terminar la reflexión de este domingo de la divina Misericordia con esta cita de San Mateo que nos dice a cada bautizado como una misión que cumplir: “Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,16-20).

viernes, 21 de abril de 2017

DOMINGO DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN - A (16 de abril del 2017)

DOMINGO DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 20, 1-9:

El primer día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido removida. Fue corriendo en busca de Simón Pedro y del otro discípulo a quien Jesús amaba y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Pedro y el otro discípulo salieron para el sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Como se inclinara, vio los lienzos tumbados, pero no entró. Pedro llegó detrás, entró en el sepulcro y vio también los lienzos tumbados. El sudario con que le habían cubierto la cabeza no se había caído como los lienzos, sino que se mantenía enrollado en su lugar. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero, vio y creyó. Pues no habían entendido todavía la Escritura: ¡él "debía" resucitar de entre los muertos! PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

“Salúdense los unos a los otros con el santo beso. De nuestra parte les saludamos así: La gracia de Cristo Jesús, el Señor (Resucitado), el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes” (II Cor. 13,12-14). Queridos amigos(as), hoy les saludamos con esta invocación solemne, deseándoles una feliz pascua de resurrección del Señor.

El Evangelio leído en esta fiesta de las fiestas podemos titular con este anuncio: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí. Resucitó. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía estaba en Galilea: el Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los pecadores y ser crucificado, y al tercer día resucitará.” (Lc 24,5-7).

La experiencia pascual que significa: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de salir de este mundo para ir al Padre, como había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Y sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que había salido de Dios y que a Dios volvía” (Jn 13,1;3). Es la puesta en práctica de todo lo que dijo e hizo.

“Salí del Padre y vine al mundo… Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16,28) ¿Por qué vino y a qué vino Jesús? Vino porque Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ez 33,11). El hijo tiene la misión de inculcarnos al amor de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo Único, para que quien cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque, Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). Por eso Jesús siempre ha dicho: “Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el buen Pastor que da su vida por las ovejas" (Jn 10,11). En el afán de cumplir su misión Jesús dio su vida: “Así como Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también el Hijo del hombre será levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna” (Jn 3,14). “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,29-29).
 En este Domingo de la pascua de resurrección conviene reflexionar con detalles este episodio de (Jn. 20, 1-9).

 En primer lugar: María Magdalena descubre que la tumba está vacía (Jn 20,1-2).Notemos los movimientos de María Magdalena destacando la figura de la mujer en el anuncio de la Buena Noticia (La tumba vacía, Jesús resucitado): María muy madrugada: “Va al sepulcro cuando todavía estaba oscuro” (Jn 20,1).  Esta acción es signo evidente de que su corazón latía fuertemente por aquel que vio morir en la cruz. Pero también es cierto que la hora de la mañana y los nuevos acontecimientos tienen correspondencia: de madrugada muchos detalles anuncian un gran y radical cambio, la noche se aleja, el horizonte se aclara y bajo la luz todas las cosas van dando poco a poco su forma.  Así sucederá con la fe en el Resucitado: habrá signos que anuncian algo grande, pero sólo en el encuentro personal y comunitario con el Resucitado todo será claro, el nuevo sol se habrá levantado e irradiará la gloria de su vida inmortal.

María una vez descubierta la puerta movida “corre” enseguida porque presupone que el cuerpo del señor no está porque no entró a la tumba y va a informarles a los discípulos más autorizados, apenas se percata que el sepulcro del Maestro está vacío (Jn 20,2a). Esta carrera insinúa el amor de María por el Señor. Lo seguirá demostrando en su llanto junto a la tumba vacía (Jn 20,11). Así María se presenta ante Pedro y el Discípulo Amado como símbolo y modelo del auténtico discípulo del Señor Jesús, que debe ser siempre movido por un amor vivo por el Hijo de Dios.

Nótese que María confiesa a Jesús como “Señor”: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (Jn 20,2b). A pesar de no haberlo descubierto vivo, para ella Jesús es el “Señor” (Kýrios), el Dios de la gloria y por lo tanto inmortal (lo seguirá diciendo: (Jn 20,13.10). Ella está animada por una fe vivísima en el Señor Jesús y personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él. He aquí un ejemplo para imitar en las diversas circunstancias y expresiones de la existencia, sobre todo en los momentos de dificultad y aún en las tragedias de la vida. Para la fe y el corazón de esta mujer la muerte en Cruz de Jesús y su sepultura, con todo su amor por el Señor se ha revelado “más fuerte que la muerte” (Cantar 8,6).

 En segundo lugar: Los dos discípulos corren hacia tumba vacía fuente de información de la Buena noticia (Jn 20,3-10). Según el evangelista Juan los dos seguidores más cercanos a Jesús se impresionan con la noticia e inmediatamente se ponen en movimiento, ellos no permanecen indiferentes ni inertes sino que toman en serio un anuncio. Notemos cómo las acciones de los dos discípulos se entrecruzan entre sí y superan cada vez más las primeras observaciones de María Magdalena. “Se encaminaron al sepulcro” (Jn 20,3). La mención de los dos discípulos no es casual, ambos gozan de amplio prestigio en la comunidad y la representan. Se distingue en primer lugar a Pedro, a quien Jesús llamó “Kefas” (Roca; 1,42), quien confiesa la fe en nombre de todos (Jn 6,68-69), dialoga con Jesús en la cena (13,6-10.36-38) y al final del evangelio recibe el encargo de pastorear a sus hermanos (Jn 21,15-17).  Por su parte el Discípulo Amado es el modelo del “amado” por el Señor, pero también del que “ama” al Señor (13,23; 19,26; 21,7.20).

“El otro discípulo llegó primero al sepulcro” (20,4). El Discípulo Amado corre más rápido que Pedro (Jn 20,4). Esto parece aludir a su juventud, pero también a un amor mayor. ¿No es verdad que correr es propio de quien ama? “Se inclinó, vio las vendas en el suelo, pero no entró” (Jn 20,5) El discípulo amado llega primero a la tumba, pero no entra, respeta el rol de Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Él ve un poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro.

“Simón Pedro entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte” (Jn 20,6-7). Al principio Pedro ve lo mismo que vio el Discipulado Amado, pero luego ve un poco más: ve que también el sudario que estaba sobre la cabeza de Jesús, estaba doblado aparte en un solo lugar (Jn 20,7).  Este detalle quiere indicar que el cadáver del Maestro no ha sido robado, ya que lo más probable es que los ladrones no se hubieran tomado tanto trabajo y darse el tiempo para dejar en orden las cosas.  Por lo tanto Jesús se ha liberado a sí mismo de los lienzos y del sudario que lo envolvían, a diferencia de Lázaro, que debió ser desenvuelto o ayudado por otros (Jn.11,42-44). Lo que significa a diferencia de la resurrección de Lázaro, Jesús rompió las ataduras de la muerte.

Desde luego que la tumba vacía y las vendas no son una prueba de la resurrección, son simplemente un signo de que Jesús ha vencido la muerte. Sin embargo Pedro no comprende el signo. En cambio el discípulo amado “Entró... vio y creyó” (Jn 20,8) “...que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9). El Discípulo Amado ahora entra en la tumba, ve todo lo que vio Pedro y da el nuevo paso que éste no dio: cree en la resurrección de Jesús. La constatación de simples detalles despierta la fe del Discípulo Amado en la resurrección de Jesús, el orden que reinaba dentro de la tumba para él fue suficiente. No necesitó más para creer, como sí necesitó Tomás. A él se le aplica el dicho de Jesús: “dichosos los que creen sin haber visto” (Jn 20,29).

Pero ¡atención! El Discípulo Amado “vio” y “creyó” en la Escritura que anunciaba la resurrección de Jesús. Esto ya se había anunciado en Juan 2,22.  Aquí el evangelista no cita ningún pasaje particular del Antiguo Testamento, tampoco ningún anuncio por parte de Jesús.  Pero queda claro que la ignorancia de la Escritura por parte de los discípulos implica una cierta dosis de incredulidad por cuanto el Señor ya los anticipó del hecho (Jn. 1,26; 7,28; 8,14). Así pues, la asociación entre el “ver” y el “creer” (Jn 20,8) formará en adelante uno de los temas centrales del resto del capítulo, donde se describen las apariciones del resucitado a los discípulos, para terminar diciendo: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (Jn 20,29). Nosotros los lectores, hacemos el camino del Discípulo Amado mediante de los “signos” testimoniados por él en el Evangelio (Jn 20,30-31).

En tercer Lugar: En la pascua Jesús se convierte en el centro de la vida y de todos los intereses del discípulo. En la mañana del Domingo la única preocupación de los “tres discípulos del Señor” –María, Pedro y el Discípulo Amado- es buscar al Señor, pero ¿dónde lo buscan? Buscan a Jesús muerto sobre la Cruz por amor pero resultado de entre los muertos para la salvación de toda la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado en ese estupor que sabe entrever en los signos el cumplimiento de las promesas de Dios y de las expectativas humanas. Entre todos, cada uno con su aporte, van delineando un camino de fe pascual.

La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso misionero.  Como lo muestra el relato, se trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro. Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se siente amado y que ama. Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en la pascua de nuestra vida.

NOTA: Jesús tiene naturaleza divina como el Padre. Cristo se las da de Dios. Cristo afirma que Él es Dios: “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,28-29). Además los milagros que hacen lo demuestra que si es Dios: “Ellos quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar” (Jn 11,41-44).

La gran prueba de la divinidad de Cristo es su propia resurrección. Cristo profetizó que al tercer día resucitaría, para demostrar que era Dios (Mc 10,33). Para estar seguros de la resurrección de Cristo, primero, tenemos que estar seguros de que murió. Si no murió, no pudo resucitar. Y tenemos cuatro clases de testigos de que Cristo murió en la cruz.

1)  Para LOS VERDUGOS: JESÚS ESTA MUERTO. (Jn 19,33): Los verdugos sabían que Cristo estaba muerto, porque cuando fueron a rematarle, a partirle las piernas, no lo hicieron. A los crucificados les partían las piernas con una maza de madera o de hierro, para que al partirle las piernas, el crucificado no pueda apoyarse en el clavo de los pies, y al quedar colgado de los brazos, los brazos tiran del diafragma, el diafragma oprime los pulmones y se asfixia. Cuando van a rematar a Cristo, lo ven muerto y no le parten las piernas. En opinión de los verdugos, que estaban muy acostumbrados a crucificar, y sabían muy bien cuándo un hombre está muerto, Cristo está muerto. En opinión de los verdugos Cristo estaba muerto en la cruz.

2) Para la AUTORIDADES: Cristo estaba muerto. (Mc 15,44-45): Cuando Nicodemo y José de Arimatea van a pedirle a Pilato permiso para llevarse el cuerpo de Cristo, Pilato se extraña de que Cristo esté muerto tan pronto, y no concede el permiso sin recibir el aviso oficial de que Cristo está muerto. Así lo cuenta San Marcos. Sólo entonces, concede el permiso a Nicodemo y a José de Arimatea para que se lleven el cadáver de Cristo. Según la ley romana los familiares y amigos tenían derecho a llevarse el cadáver del ajusticiado para darle sepultura. Por lo tanto, oficialmente, Cristo está muerto.

3) Para los ENEMIGOS, Cristo estaba muerto. (Mt 27,62-66): Porque los fariseos, con el trabajo que les costó llevar a Cristo a la cruz, ¿podemos pensar que permitieran que se llevaran el cadáver sin estar seguros de que Cristo estaba muerto? Ellos sabían que Cristo había profetizado que al tercer día iba a resucitar (Mc 10,33). Para evitar que nadie se llevara el cadáver y simulara una resurrección, pusieron una guardia a la puerta del sepulcro (Mt 27,63-65).
¿Cómo los fariseos iban a dejar que bajaran a Cristo de la cruz todavía vivo, para que se curara y volver a empezar la historia? ¡Con el trabajo que les costó que Pilato les permitiera crucificar a Cristo, después de que repetidas veces manifestó que Cristo era inocente y que no encontraba culpa en Él! Por fin ellos lograron atemorizarle amenazándole con denunciarle al César, pues Cristo era un revolucionario que sublevaba al pueblo. Al fin, Pilato, sin estar convencido de la culpabilidad de Cristo, les permite que lo lleven a la cruz. Los fariseos no podían permitir que la historia volviera a empezar. Los fariseos tuvieron mucho cuidado de que a Cristo no le descolgaran hasta que estuviera totalmente muerto. Cuando los fariseos permiten que bajen a Cristo de la cruz y lo entierren, es porque los fariseos sabían que Cristo estaba muerto. Allí no había nada que hacer, porque Cristo estaba muerto. En opinión de los fariseos, Cristo estaba muerto.


 4) Para los AMIGOS, Jesús está muerto (Mc 15,47): ¿Cómo es posible pensar que María Santísima dejara a Cristo en el sepulcro y se fuera, si hubiera advertido en Él la más mínima esperanza de vida? Cuando María Santísima, José de Arimatea y Nicodemo dejan a Cristo en la tumba y se van, es porque estaban seguros de que estaba muerto. Porque si hubieran observado la más mínima esperanza de recuperación, ¿iban a dejarlo en la tumba y marcharse? María Santísima, José de Arimatea, Nicodemo y San Juan estaban seguros de que Cristo estaba muerto. Por eso lo dejaron en la tumba y se fueron. Y después de la fiesta volverían las mujeres a terminar de hacer todas las ceremonias de la sepultura. En opinión de los verdugos, en opinión de las autoridades, en opinión de los enemigos y en opinión de los amigos, Cristo estaba totalmente muerto en la cruz.


¿Por qué es importante que Jesús muriese de verdad? La muerte de Jesús en la cruz tiene connotaciones trascendentales para nuestra fe: Si Jesús murió de verdad, entonces es hombre de verdad y sufrió de verdad y su murió de  verdad, entonces resucitó de verdad. Porque si no ha muerto Jesús entonces no puede haber resurrección, solo si Jesús murió entonces resucitó. Y Jesús si resucitó. Por tanto se comprueba que todo lo que dijo Jesús es verdadero: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 37).

viernes, 7 de abril de 2017

DOMINGO DE RAMOS – A (09 de Abril del 2017)

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR – A (09 de Abril del 2017)

Anuncio del Evangelio de San Mateo: 26,14-27.66

El primer día de los ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?». El respondió: «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: «El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos».  Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará». Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: «¿Seré yo, Señor?». El respondió: «El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar.

El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!». Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: «¿Seré yo, Maestro?». «Tú lo has dicho», le respondió Jesús.

Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre»…

Cuando se hubieron burlado de Él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y le llevaron a crucificarle. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, y le obligaron a llevar su cruz.  Llegados a un lugar llamado Gólgota, esto es, “Calvario”, le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo.

Una vez que le crucificaron, se repartieron sus vestidos, echando a suertes.  Y se quedaron sentados allí para custodiarle. Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: “Tú que destruyes el Templo y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!”  Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Si es el Rey de Israel que baje ahora de la cruz, y creeremos en él.

Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: "Soy Hijo de Dios." De la misma manera le injuriaban también los salteadores crucificados con Él.  Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona.  Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”  Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu. Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios.” PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Se han dado cuenta que desde el saludo, hoy pareciera ser un domingo distinto? Pues, claro que sí, es el domingo de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, hecho que muchos siglos antes ya se anunció: “Esto es lo que el Señor hace oír hasta el extremo de la tierra: «Digan a la hija de Sión: Ahí llega tu Salvador; el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede” (Is 62,11). O con mayores detalles: “¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno. El suprimirá los carros de Efraím y los caballos de Jerusalén; el arco de guerra será suprimido y proclamará la paz a las naciones. Su dominio se extenderá de un mar hasta el otro, y desde el Río hasta los confines de la tierra” (Zac 9,9-10).

Las palmas benditas que hoy se recogen simbolizan que con ellas proclamamos a Jesús como Rey de Cielos y Tierra, pero -sobre todo- que lo proclamemos como Rey de nuestro corazón. ¡Jesús, Rey y Dueño de nuestra vida! Sin embargo, si bien con las palmas benditas hemos aclamado a Cristo como Rey, las lecturas de la Misa de hoy son todas referidas a la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo (Jn 12,12).

En la Primera Lectura, el Profeta Isaías (Is. 50, 4-7) nos anuncia cómo iba a ser la actitud de Jesús ante las afrentas y los sufrimientos de su Pasión: no opuso la más mínima resistencia a todo lo que le hacían. “No he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.” Pero aún tenemos mayores detalles de esta semana santa ya descrito por el profeta en este episodio:

“Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestra dolencia, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. El fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no habría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca” (Is 53,3-9).

En el Salmo (Sal. 21) repetiremos las palabras de Cristo en la cruz, justo antes de expirar: Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me has abandonado? ... Jesús cargó con todo el peso de nuestros pecados, al punto de sentir el abandono de Dios en que nos encontramos cuando pecamos y damos la espalda a Dios. Nunca, salvo en su entrada triunfal a Jerusalén, Jesús quiso dejarse tratar como Rey ... Siempre lo evitó ... Como nos dice San Pablo en la Segunda Lectura (Flp. 2, 6-11): Cristo nunca hizo alarde de su categoría de Dios, sino que más bien se humilló hasta parecer uno de nosotros. Y -como si fuera poco- se dejó matar como un malhechor.

En la lectura de la pasión de  Nuestro Señor tomado según el Evangelista San mateo Mt. 26, 14 – 27, hemos oído la Pasión que no es sino acto de puro amor de Dios hacia cada uno de nosotros (IJn 4,8). La lectura de la Pasión nos invita en este Domingo de Ramos, en el inicio de la Semana Santa, a acompañar a Jesús en su sufrimiento, en las torturas a las que fue sometido, para darle gracias por redimirnos, por rescatarnos, por salvarnos y abrirnos las puertas del Cielo.

Pero volvamos al tema de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén a pocos días de su Pasión y Muerte, el cual nos invita a reflexionar sobre si Jesús es Rey, y si lo es ¿qué clase de Rey es? Porque ... ¿no es extraño un Rey montado en un burrito? ¿Por qué no vino sentado en una carroza o cabalgando un caballo blanco bien aperado? (Zac 9,9). La verdad es que Jesús, aun siendo el Mesías, siempre huyó de la idea que la gran mayoría del pueblo de Israel tenía del Mesías: ellos esperaban un Mesías poderoso, de acuerdo a criterios humanos y políticos, que los libertara del dominio romano. Jesús, por el contrario, va dejando bien claro que su misión es diferente. Por ejemplo, cuando después del milagro de la multiplicación de los panes, la multitud quiere aclamarlo como rey, ¿qué hace? Sencillamente desaparece.

Sin embargo, sólo en la ocasión de su entrada a Jerusalén se deja aclamar como Mesías y como Rey de Israel, como “el Rey que viene en nombre del Señor” (Lc. 19, 38). Pero entonces observamos la paradoja del Rey montado en un burrito, con lo que se cumple lo anunciado por el Profeta Zacarías (9,9): “He aquí que tu Rey viene a ti, apacible y montado en un burro, en un burrito”. Lo del burrito nos indica la profunda humildad de ese Rey, que -como nos dice la Segunda Lectura (Flp. 2, 6-11) de la Carta de San Pablo a los Filipenses- nunca quiso hacer alarde de su categoría de Rey, ni de su condición de Dios, sino que más bien se humilló hasta hacerse uno como cualquiera de nosotros ... y menos aún, pues se consideró y actuó como servidor obediente, llegando a la mayor deshonra y al mayor sufrimiento posible: morir torturado y crucificado como malhechor y -por si fuera poco- como blasfemo:

“El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte  y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: Jesucristo es el Señor”. (Flp 2, 6-11).

Cuando ya comienza el proceso que terminaría en su Pasión y Muerte, Jesús, interrogado por Pilatos “¿Eres el Rey de los Judíos?”, no niega que lo sea, pero precisa: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn. 18, 36). Ya lo había dicho antes a sus seguidores: “Mi Reino está en medio de Ustedes”(Lc.17, 21). Y es así, pues el Reino de Cristo va calando paulatinamente en medio de aquéllos -y dentro de aquéllos- que acogen la Buena Nueva. Y ¿cuál es esa Buena Nueva?  Es el mensaje de salvación –no de los Romanos- sino de una opresión mucho peor que ésa:  la del Enemigo de Dios y de todos nosotros, el propio Satanás.

Pero si el Reino de Cristo no es de este mundo ¿de qué mundo es?  ¿Cuándo se instaurará?  Ya lo había anunciado Jesús mismo en el momento en que fuera juzgado por Caifás: “Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y viniendo sobre las nubes” (Mt. 26, 64). El Reino de Cristo, aunque ya comienza a estar dentro de cada uno de los que siguen la Voluntad de Dios, se establecerá definitivamente con el advenimiento del Rey a la tierra, en ese momento que el mismo Jesús anunció durante su juicio;  es decir, en la Parusía (al final de los tiempos) cuando Cristo venga a establecer los cielos nuevos y la tierra nueva, cuando venza definitivamente todo mal y venza al Maligno.

Para nuestra reflexión de la semana: Aquí no vale culpar a otros. Aquí no vale lavarse las manos. Aquí no vale decir yo no fui. ¿Alguien se siente libre e inocente?: “Quien esté sin pecados que tire la primera piedra” (Jn 8,7). No se nos ocurra lavarnos manos como Pilatos (Mt 27,24). Mejor será decir “Oh Señor ten piedad de mí que soy un pecador” (Lc 18,13). Porque con nuestras pecados claro que estamos actuando como el mismo fariseo, el sanedrín, quienes crucifican al Señor.

Frente a la Pasión de Jesús tenemos muchas preguntas: ¿La muerte de Jesús fue realmente un fracaso? ¿Fracaso de Dios o fracaso de los hombres? Frente la Pasión y a la muerte de Jesús se pueden hacer infinidad de interrogantes. La podremos explicar racionalmente como un crimen político o religioso, pero su verdadero sentido sólo será posible desde nuestra experiencia de fe. Hay cosas que sólo se entienden con el corazón. La Pasión y la Muerte de Jesús solo podremos entenderla metiéndonos en el corazón de Dios y en el corazón de Jesús. Por eso San Pablo nos dijo: “Tengan los mismos sentimientos que Cristo” (Flp 2,5).

Es “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor”, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Nada de preparaciones, nada de comisión de preparación de la fiesta. Todo se debe a la espontaneidad del pueblo sencillo y como tal, tampoco nada de grandes solemnidades, nada de grandes arreglos y manifestaciones. A Jesús le basta un burrito. El resto lo puso espontáneamente la gente. Mantos echados como alfombra por el suelo. Ramas de olivo y palmas. El resto salía de dentro, el canto, el grito de alabanza, los vivas, los aplausos. El pueblo sencillo hace las cosas sencillamente, pero que resultan simpáticas. Por lo demás, Jesús tampoco necesitaba de más.

Jesús no quiere entrar en Jerusalén como los conquistadores, sino como el hombre sencillo, como el Salvador sencillo. Porque para Jesús era una entrada que quería ser como una nueva oferta de la salvación y la salvación no se ofrece con títulos de grandeza, pero eso sí se ofrece con cantos, con bailes con alegría. Jesús quiere que descubran la novedad del Evangelio con gozo y con sentido festivo. La entrada de Ramos termina en rechazo. La entrada de esta Semana termina en la alegría de la Pascua. Hoy, a nosotros Jesús viene en el Evangelio, y más aún estoy seguro que llega a través de la Cruz.

¿Dónde estará Dios? Todos, ricos y pobres, autoridades y súbditos. Hoy clamamos todos con Jesús y decimos: "Dios mío, Dios Mío, por qué me has abandona” (Slm 21). ¿Dónde está Dios en estos terribles momentos y horas nuestra pasión Pasión? Pareciera brillar por su ausencia. Jesús lo llama varias veces y Dios responde con el silencio. La respuesta es clara: Dios está en la Pasión misma del hijo y está identificado con su Hijo Jesús. No. Dios no es un ausente en estas horas de dolor. Es la presencia de todo su ser en su propio Hijo, con razón ya nos había dicho: Quien me ve, ve a quien me envió, yo estoy en el Padre y el Padre en mi” (Jn 14,8-10). Esa es la gran lección de Dios en la Pasión para cada uno de nosotros, que quisiéramos ver a Dios en nuestras oscuridades, ver a Dios en nuestros sufrimientos.


Sería bueno unirnos a los sentimientos de grandes santo como San Pablo que exclamó rebosante de fe: “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy crucificado para el mundo. Estar circuncidado o no estarlo, no tiene ninguna importancia: lo que importa es ser una nueva criatura. Que todos los que practican esta norma tengan paz y misericordia, lo mismo que el Israel de Dios.  Que nadie me moleste en adelante: yo llevo en mi cuerpo las huellas de Jesús crucificado. Hermanos, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo permanezca con ustedes. Amén” (Gal 6,14-18).

viernes, 31 de marzo de 2017

V DOMINGO DE CUARESMA - A (02 de abril del 2017)

V DOMINGO DE CUARESMA - A (02 de abril del 2017)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 11,1-45:

En aquel tiempo, había un hombre enfermo llamado Lázaro, que era de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. Esta María era la misma que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el enfermo. Las dos hermanas mandaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas está enfermo.» Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella.»

Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, permaneció aún dos días más en el lugar donde se encontraba. Sólo después dijo a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea.» Le replicaron: «Maestro, hace poco querían apedrearte los judíos, ¿y tú quieres volver allá?» Jesús les contestó: «No hay jornada mientras no se han cumplido las doce horas. El que camina de día no tropezará, porque ve la luz de este mundo; pero el que camina de noche tropezará; ése es un hombre que no tiene en sí mismo la luz.»

Después les dijo: «Nuestro amigo Lázaro se ha dormido y voy a despertarlo.» Los discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, recuperará la salud.» En realidad Jesús quería decirles que Lázaro estaba muerto, pero los discípulos entendieron que se trataba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo claramente: «Lázaro ha muerto, pero yo me alegro por ustedes de no haber estado allá, pues así ustedes creerán. Vamos a verlo.» Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él.»

Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania está a unos tres kilómetros de Jerusalén, y muchos judíos habían ido a la casa de Marta y de María para consolarlas por la muerte de su hermano. Apenas Marta supo que Jesús llegaba, salió a su encuentro, mientras María permanecía en casa. Marta dijo a Jesús: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te lo concederá.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Ya sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día.» Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección (y la vida). El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»

Después Marta fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está aquí y te llama.» Apenas lo oyó, María se levantó rápidamente y fue a donde él. Jesús no había entrado aún en el pueblo, sino que seguía en el mismo lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en la casa consolándola, al ver que se levantaba a prisa y salía, pensaron que iba a llorar al sepulcro y la siguieron. Al llegar María a donde estaba Jesús, en cuanto lo vio, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.» Al ver Jesús el llanto de María y de todos los judíos que estaban con ella, su espíritu se conmovió profundamente y se turbó. Y preguntó: «¿Dónde lo han puesto?» Le contestaron: «Señor, ven a ver.» Y Jesús lloró. Los judíos decían: «¡Miren cómo lo amaba!»

Pero algunos dijeron: «Si pudo abrir los ojos al ciego, ¿no podía haber hecho algo para que éste no muriera?» Jesús, conmovido de nuevo en su interior, se acercó al sepulcro. Era una cueva cerrada con una piedra. Jesús ordenó: «Quiten la piedra.» Marta, hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días.» Jesús le respondió: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Y quitaron la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: «Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas; pero lo he dicho por esta gente, para que crean que tú me has enviado.» Al decir esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!» Y salió el muerto. Tenía las manos y los pies atados con vendas y la cabeza cubierta con un velo. Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo caminar.» Muchos judíos que habían ido a casa de María creyeron en Jesús al ver lo que había hecho. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos amigos en el Señor Paz y Bien.

Recuerdan aquella cita que meditamos el miércoles de ceniza con el que iniciamos el tiempo de cuaresma: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Y con esta exhortación se nos impuso la ceniza. ¿Cómo has vivido este tiempo de cuaresma? Porque hoy celebramos el último domingo de cuaresma y el próximo celebraremos ya el domingo de ramos con el que comenzamos la Semana Santa, semana de tinieblas y de la pasión y muerte de nuestro Señor. Pero amaneceremos en un nuevo tiempo con el domingo de la Resurrección. Esa es la meta de nuestro peregrinar. Y la resurrección de Lázaro de este domingo quiere ser un ensayo de esa escena (Jn 11,1-45).

Jesús dijo: "Quiten la piedra. Marta, le respondió: Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto" (Jn 11,39). “Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16,39). No es lo mismo resucitar al cuarto día (Lázaro) y resucitar al tercer día (Jesús). Resucitar al cuarto día, es resucitar en el mismo cuerpo, el problema es que luego volverá a morir. Resucitar al tercer día, es la resurrección en el estado glorioso, ya no vuelve a morir. Estar en estado glorioso: Jesús se transfiguró en el monte Tabor (Mt 17,2-7). Jesús se dejó ver unos segundos en el estado glorioso por sus apastles: “Pedro dijo que bien se esta aquí”.

El principio de la fe de nuestra Iglesia Católica se edifica en el Credo Niceno-Constinopolitano: “Creo en un solo Dios Padre todo poderoso… Creo en Jesucristo Hijo único de Dios… Creo en el espíritu Santo…” Es decir creemos en un solo Dios que se revela en 3 personas. Uno de ello, en el Hijo, Dios nos ha visitado. Asumió la naturaleza humana: Es Dios verdadero y Hombre verdadero. Como hombre verdadero nació de la virgen María porque es la llena de Gracia (Lc 1,28). Por eso damos a la virgen María el culto en el segundo grado: Culto de Hiperdulía (Máxima veneración). El nacimiento de Jesús lo hemos festejado en la navidad y nos preparamos 4 domingo previos, llamados tiempo de adviento. Luego hemos celebrados unos domingos del tiempo ordinario y este tiempo ordinario lo hemos suspendido momentáneamente para prepararnos a otra fiesta: la Pascua de resurrección del Señor. Para ello nos preparamos desde el miércoles de ceniza, llamado tiempo de cuaresma. 

El primer domingo de la cuaresma meditamos sobre la verdadera humanidad de Jesús: las tentaciones (Mt 4,1-11). Jesús nos enseñó cómo afrontar y superar las tentaciones del enemigo. En el segundo domingo, meditamos sobre la verdadera divinidad del Señor, la transfiguración en el monte Tabor (Mt 17,1-9). En el tercer domingo meditamos sobre la gracia de Dios en su connotación del agua viva que es Cristo (Jn 4,5-42). En el cuarto domingo también meditamos sobre la gracia de Dios bajo la connotación de la luz (Jn 9,1-41). Y en este quinto domingo, para terminar la Cuaresma con el triunfo de la vida sobre la muerte.  Meditamos sobre el misterio de la vida que es un don de la gracia de Dios (Jn 11,1-45). En suma un maravilloso camino de conversión de nuestra fe: Centrada en Cristo: verdadero Hombre y verdadero Dios; gracia: Tabor, el agua, la luz y la vida.

La reflexión de este domingo centrada sobre la vida, mismo Jesús nos puede resumir en este episodio: “El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, vive de vida eterna; ya no habrá juicio para él, porque ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24). Pero también en la misma línea lo dice el gran San Pablo: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Tanto en la vida como en la muerte pertenecemos al Señor. Por esta razón Cristo experimentó la muerte y la vida, para ser Señor de los muertos y de los que viven” (Rm 14,7-9).

La Cuaresma (nuestra vida terrenal) termina con el triunfo de la vida sobre la muerte que es querer y deseo de Dios. Así nos lo muestra en su Hijo Cristo Jesús: “Así como el Padre tiene vida en así también ha dado al Hijo tener vida en si” (Jn 5,26). Y claro está que Dios en su Hijo quiere salvarnos a todos, quiere que todos participemos de este triunfo sobre la muerte (ITm 2,4). Pero no todos serán parte de este triunfo porque no todos escuchan su palabra (Jn 5,24). “Los que obraron el bien resucitarán para la vida, pero los que obraron el mal irán a la condenación. Yo no puedo hacer nada por mi cuenta, sino que juzgo conforme a lo que escucho; así mi juicio es recto, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió” (Jn 5,29-30).

Jesús dice: “Quien escucha mi palabra, ya vive de la vida eterna… ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24). Pero también nos dice: “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan es porque no son de Dios” (Jn 8, 47). Es decir, quien no escucha la palabra de Dios camina en tinieblas, permanece en la tumba (Jn 11,10). Pero el que escucha la palabra de Dios ya está de día, ya salió de la tumba (Jn 11,9). Es mas enfático Jesús al decir que incluso: “Sepan que viene la hora, y ya estamos en ella, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen vivirán” (Jn 5,25).  Conviene reiterar con un pero: “Los que obraron el bien resucitarán para la vida eterna, y los que obraron el mal irán a la condenación eterna. (Y está claro esto hará Jesús como juez justo porque esa disposición recibió del Padre): Yo no puedo hacer nada por mi cuenta, sino que juzgo conforme a lo que escucho; así mi juicio es recto, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió” (Jn 5,29-30).

En el evangelio de hoy hay muchos puntos que comentar: En primer lugar, demostrar que Él es el dueño, que tiene poder sobre la muerte y de la vida. En  segundo lugar, que él es capaz de vencer y sacarnos de la muerte y quitarnos la vida. Finalmente, en tercer lugar, es como una manera de dar gloria a Dios todos los sucesos de la vida como las sanciones, la muerte o resurrección.

En efecto, solo Dios tiene poder de darnos la vida o la muerte: “Marta dijo a Jesús: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te lo concederá.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Ya sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día.» Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.” (Jn 11,21-27). Pero también él tiene poder de quitarnos la vida: “Al regresar a la ciudad, muy de mañana, Jesús sintió hambre. Divisando una higuera cerca del camino, se acercó, pero no encontró más que hojas. Entonces dijo a la higuera: «¡Nunca jamás volverás a dar fruto!» Y al instante la higuera se secó. Al ver esto, los discípulos se maravillaron: «¿Cómo pudo secarse la higuera, y tan rápido?” (Mt 21,18-20).

Pero Jesús también es capaz de sacarnos de la muerte a la vida: Jesús ordenó: «Quiten la piedra.» Marta, hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días enterrado.» Jesús le respondió: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Y quitaron la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: «Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas; pero lo he dicho por esta gente, para que crean que tú me has enviado.» Al decir esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!» Y salió el muerto. Tenía las manos y los pies atados con vendas y la cabeza cubierta con un velo. Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo caminar.” (Jn 11,39-44).

Pero también, en tercer lugar, es una manera de dar gloria a Dios todos los sucesos de la vida como las sanciones, la muerte o resurrección: Así por ejemplo: Jesús, dijo: «Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella” (Jn 11,4). En otro momento sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado para que esté ciego: él o sus padres?» Jesús respondió: «Esta cosa no es por haber pecado él o sus padres, sino para que nació así para que la gloria de Dios se manifieste en él, y en forma clarísima” (Jn 9,2-3). La misma muerte es una gran prueba para que se manifieste la gloria de Dios: “Lázaro está dormido le voy a despertar” (Jn 11,11)

Jesús no estaba cuando su amigo Lázaro murió, que tarda y no camina según nuestra lógica. Pero que, al final, nos regala el don de la vida triunfando sobre la muerte. Claro que las hermanas de Lázaro no lo entienden y, hasta cierto punto, le hacen culpable de la muerte del hermano: “Si hubieses estado aquí no hubiese muerto mi hermano.” (Jn 11,21) Es cierto, pero tampoco hubiésemos visto el poder de Jesús sobre la muerte.  Hay cosas que nos cuesta entender; sin embargo, como dice el mismo Jesús “si crees verás la gloria de Dios” (Jn 11,40). A veces pensamos que todo se acabó; sin embargo, ahí comienza el poder de Dios. A veces pensamos que Dios es el responsable de nuestras desgracias (Jn 11,21); sin embargo, ahí mismo Dios manifiesta que la fe y la gracia van más allá de nuestras penas.

Jesús nos ha dicho: “La carne no sirve de nada, es el Espíritu quien da la vida. Y las palabras que le he dicho son espíritu y vida” (Jn 6,63). Dios es vida, en Él está la fuente de vida: “Yo soy la vida” (Jn 14,6). Pero, eso sí, siempre exige de nosotros la fe (Lc 17,5). Dios no puede hacer nada en nosotros si no tenemos fe. Cuando la fe es viva, todo se hace vida, incluso la misma muerte se convierte en vida. Lázaro no murió por causa de Jesús, ni Jesús quiso que Lázaro muriese. Lo que Jesús quiere es manifestar que quien puede impedir que alguien muera, también es capaz de que vuelva a florecer la vida: Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Marta contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11,25-27).

Dios no nos da siempre lo que pedimos, a veces incluso calla. Pero nos da mucho más de lo que le pedimos. Y por eso como Marta y María nos quejamos: “Si hubieras estado aquí mi hermano no hubiera muerte” (Jn 11,21.32) Pero Jesús no interviene en nuestra plegaria porque no cree oportuno que tal o cual pedido nuestro sea oportuno: “El Señor ya sabe de tus necesidades antes que se lo pidas” (Mt 6,8). En el reclamo de Marta (Jn 11,21): ¿Qué es más importante, sanar a un enfermo o devolverlo a la vida cuando ha muerto?  ¿Qué es más importante, que Dios sane a un ser querido o que lo resucite y lo lleve consigo al cielo? No conviene ser egoístas al aferrarnos a lo suyo.  Jesús les regaló el milagro de sacarlo del sepulcro donde ya estaba en putrefacción y se los devolvió vivo. La muerte de Jesús está cercana, pero antes quiere anticipar que su muerte terminará en resurrección. Dios, Jesús no estuvo a tiempo para que Lázaro no muriese, pero llegó a tiempo para devolverle la vida, por más que ya llevase cuatro días y ya olía mal.


Estamos terminando la cuaresma anunciando la muerte de Jesús, pero también el triunfo de su Resurrección. Sería bueno meditar sobre las diferencias entre: creer y no creer, tener fe y no tener fe, vivir de noche y vivir de día, la muerte corporal y muerte espiritual, la resurrección de Lázaro y la resurrección de Jesús.