DOMINGO XIX - A (13 de Agosto del 2017)
Proclamación del santo evangelio según Mateo 14,22-33:
14:22 En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la
barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la
multitud.
14:23 Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al
atardecer, todavía estaba allí, solo.
14:24 La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por
las olas, porque tenían viento en contra.
14:25 A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre
el mar.
14:26 Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se
asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a
gritar.
14:27 Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no
teman".
14:28 Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú,
mándame ir a tu encuentro sobre el agua".
14:29 "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la
barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.
14:30 Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y
como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame".
14:31 En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo,
mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?"
14:32 En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.
14:33 Los que estaban en ella se postraron ante él,
diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". PALABRA DEL
SEÑOR.
Estimados amigo en el Señor Paz y Bien.
El evangelio de hoy nos sitúa en dos perspectivas de
complemento: oración y fe: “Subió a la montaña para orar a solas. Y al
atardecer, todavía estaba allí solo en oración” (Mt 14,23); “Jesús tendió la
mano a Pedro y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué
dudaste?" (Mt 14,31). Y estos dos temas fe y oración son ingredientes básicos
para lograr a entrar en la escena del domingo anterior: “Jesús se transfiguró
en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se
volvieron blancas como la luz” (Mt 17,2).
El texto de hoy lo dividimos en 4 partes:
1) “Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la
barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la
gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al
atardecer estaba solo allí en oración” (Mt 14,22-23).
2) Jesús camina sobre las aguas. Acto que solo corresponde a
Dios (Causa de nuestra vida): “La barca se hallaba ya distante de la tierra
muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la
cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los
discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un
fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús
diciendo: «¡Ánimo!, soy yo; no tengan miedo” (Mt 14,24-27).
3) El episodio de Pedro. La gran tentación del hombre, ser
igual que Dios (Solo somos efecto de la obra creadora de Dios): “Pedro le
respondió: Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti caminando sobre las aguas.
¡Ven!, le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas,
yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como
comenzara a hundirse, gritó: ¡Señor, sálvame!. Al punto Jesús, tendiendo la
mano, le agarró y le dice: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? Subieron a la barca
y amainó el viento” (Mt 14,28-32).
4) La profesión de fe de la comunidad (Barca = Iglesia): “Y
los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres
Hijo de Dios” (Mt 14,33).
En la primera parte, fíjense que Jesús ora: En la soledad y
en la noche (Mt 14,23; Mc 1,35; Lc 5,16), a la hora de las comidas (Mt 14,19;
15,36; 26,26-27). Con ocasión de los acontecimientos más importantes: el
bautismo: (Lc 3,21), antes de escoger a los doce (Lc 6,12), antes de enseñar a
orar (Lc 11,1; Mt 6,5), antes de la confesión de Cesarea (Lc 9,18), en la
Transfiguración (Lc 9,28-29), en el Getsemaní (Mt 26,36-44), sobre la cruz (Mt
27,46; Lc 23,46). Ruega por sus verdugos (Lc 23,34), por Pedro (Lc 22,32), por
sus discípulos y por los que le seguirán (Jn 17,9-24). Ruega también por sí
mismo (Mt 26,39; Jn 17,1-5; Heb 5,7). Enseña a orar (Mt 6,5), manifiesta una
relación permanente con el Padre (Mt 11,25-27), seguro que no lo dejará nunca
solo (Jn 8,29) y lo escuchará siempre (Jn 11,22.42; Mt 26,53). Ha prometido (Jn
14,16) continuar intercediendo en la gloria (Rm 8, 34; Heb 7,25; 1 Jn 2,1). Y
es que la oración es el alimento de la vida espiritual. asi, cono el pan
material es la fuente de energía par el cuerpo, la oración es el pan de la vida
espiritual.
En la segunda parte se suscita el encuentro entre los
discípulos y Jesús: “Ellos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. Es un
fantasma, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo:
Tranquilícense, soy yo; no teman" (Mt 14,26-27): El miedo, el pánico no es
sino manifestación de la falta de fe y nos hace ver fantasmas. El relato del
Evangelio de hoy, nos presenta una de las realidades de la vida personal,
familiar o eclesial. Como paso a los discípulos, no siempre el viento está a su
favor y, con frecuencia, encuentra muchos vientos en contra. Es ahí cuando
pensamos estar solos, cuando en realidad Jesús está con nosotros, pero nuestro
miedo nos impide reconocerle y somos capaces de ver fantasmas donde deberíamos
ver que Él viene a echarnos una mano. Pero casi siempre olvidamos lo que ya nos
había dicho: “Yo estaré con uds. todos los días hasta el fin del mundo” (Mt
28,20).
En tercer lugar: “Pedro le respondió: Señor, si eres tú,
mándame ir a tu encuentro sobre el agua. Jesús le dijo ven. Y Pedro, bajando de
la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la
violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: Señor,
sálvame. Jesús le tendió la mano increpándolo: "Hombre de poca fe, ¿por
qué dudaste? (Mt 14,28-32). Pedro, en vez de fiarse de la Palabra de Jesús, le
exige de prueba un milagro. Poder acercarse a Él, ir hacia Él, caminando como
Él sobre las aguas. Es la gran tentación de muchos de nosotros que, en vez de
creer en la Palabra de Jesús, le exigimos a Dios milagros para creer. La fe no
nace de los milagros; al contrario, cuando Jesús quería hacer algún milagro
pregunta si tenían fe, por eso les decía: “Tu fe te ha salvado” (Mc 5,34).
Pedro siente que se está hundiendo. Es que una fe que pide milagros es una fe
demasiado débil y a las primeras dificultades, el miedo nos invade y nos
hundimos fácilmente. Pero es entonces que Pedro reconoce al Señor y le grita:
“¡Sálvame!”. Fíjense qué actitud de Jesús, que está al tanto de nosotros, como
un papá que cuida del hijo que empieza a caminar, que ni bien tropezamos nos
tiende la mano de auxilio. Pero mientras no clamemos su ayuda, no intervendrá
porque respeta la libertad del hombre. Ese clamor tiene que nacer de nuestra
fe.
En cuarto lugar: “Los que estaban en ella se postraron ante
él, diciendo: Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". (Mt 14,33). Cuando
Jesús amaina la tormenta, solo entonces todos se postran en una confesión
comunitaria diciendo: “Realmente eres el Hijo de Dios.” Los momentos más
difíciles ponen a prueba nuestra fe. Muchos confiesan que tienen dudas de fe,
dudas en la Iglesia, dudas en los sacerdotes dudas de sí. En alguna medida la
duda es buena, porque la duda siempre es el comienzo de una fe más sólida.
Donde sí hay que despertar nuestra preocupación es cuando no se tiene dudas
respecto a nuestra fe, porque o es señal de que hemos perdido por completo la
fe o tenemos certezas de la fe, si es así, que bien y si no es así, hay que
pedírselo al Señor como los apóstoles: “Los Apóstoles dijeron al Señor:
Auméntanos la fe. Él respondió: Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano
de mostaza, y dijeran a esa montaña: "Arráncate de raíz y plántate en el
mar", ella les obedecería” (Lc 17,5-6). Pero hay que hacerla mediante la
oración: Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de
sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a
sus discípulos. Él les dijo entonces:
Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino…” (Lc
11,1-4).
¿Quién, en algún momento de su vida, no ha pasado por la
prueba de la duda? Sólo no duda el que no cree, porque quien no cree de verdad,
no tiene por qué dudar. No se duda de aquello que no se cree. Muchos se
imaginan que están perdiendo la fe porque han comenzado a tener dudas, cuando
en realidad, sus dudas pueden manifestar la verdad de su fe. Las dudas pueden
nacer de uno mismo o pueden proceder del entorno en el que se vive y de las
mismas verdades en que se cree. De uno mismo, porque la fe no es simplemente un
conjunto de verdades que uno tiene en la cabeza, la fe es un estilo de vida y
de vivir. Y cuando uno comienza a vivir al margen de su fe, es lógico que
comience a poner en dudo sus propias creencias.
Ojala que nuestra fe, no tiemble a los vientos contrarios
que la vida nos ofrece. Solo unidos en una fe autentica en Jesús podemos ir por
el camino correcto y por eso El mismo nos ha insistido mucho: “Permanezcan en mí, como yo permanezco en
ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid,
tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos.
El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí,
nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se
tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes
permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y
lo obtendrán” (Jn 15,4-7).
Los éxitos no ayudan a madurar. Mientras que los momentos
difíciles siempre ayudan a tomar conciencia de la realidad, ayudan a pensar y
también a sentir la necesidad de Jesús que no anda lejos pero cuesta verlo.
Es preciso desterrar los miedos de la Iglesia porque los
miedos no ayudan a nada. Los miedos paralizan e impiden caminar. Los miedos,
también en la Iglesia, nos impiden mirar hacia delante y nos obligan a echar
las anclas en el pasado.
En los Hechos de los Apóstoles se habla del coraje y la
valentía de los primeros cristianos. Hoy es posible que tengamos que hablar más
de nuestros miedos e inseguridades que de nuestras valentías. Una Iglesia con
miedo, no camina, es como barca atada al puerto. Sin embargo, Jesús le sigue
pidiendo: “Rema mar adentro.”
El miedo nos hace ver fantasmas por todas partes, hasta
convierte a Jesús en un fantasma en la noche. Los fantasmas nos impiden
caminar. Cuando vemos fantasmas por todas partes, nos entran escalofríos en el
alma y las piernas se nos paralizan.
También hoy necesitamos escuchar la voz de Jesús
que nos grita en la noche: “¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!” Sería triste que
nos diga como a Pedro: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?” ¿No es ésta una
invitación a mirar para adelante y arriesgarnos?