DOMINGO XIV - C (7 de
Julio de 2019)
PROCLAMACION DEL SANTO EVANGELIO SEGUN San Lucas
10,1-12.17-20:
10:1 Después de esto, el Señor designó a otros setenta y
dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y
sitios adonde él debía ir.
10:2 Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los
trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores
para la cosecha.
10:3 ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.
10:4 No lleven dinero, y no se detengan a saludar a nadie
por el camino.
10:5 Al entrar en una casa, digan primero: "¡Que
descienda la paz sobre esta casa!"
10:6 Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz
reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
10:7 Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de
lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
10:8 En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo
que les sirvan;
10:9 curen a sus enfermos y digan a la gente: "El Reino
de Dios está cerca de ustedes".
10:10 Pero en todas las ciudades donde entren y no los
reciban, salgan a las plazas y digan:
10:11 "¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha
adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que
el Reino de Dios está cerca".
10:12 Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada
menos rigurosamente que esa ciudad.
10:17 Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de
gozo: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre".
10:18 Él les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como
un rayo.
10:19 Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones
y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos.
10:20 No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se
les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el
cielo". PALABRA DE DIOS
REFLEXION:
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y bien.
El domingo anterior decíamos que, uno no sigue el Señor como
quiere, cuando quiere y a como le de las ganas. Las reglas del seguimiento las
pone el Señor. Ahora lo mismo sucede para la misión. Dios es quien pone las
pautas de la misión. Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su
ministerio, "llamó a los que él quiso y vinieron donde él. Instituyó Doce
para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 13-14).
Desde entonces, serán sus "enviados". Como el Padre me envió, también
yo os envío" (Jn 20, 21; Jn 13, 20; 17, 18). Por tanto su ministerio es la
continuación de la misión de Cristo: "Quien a Uds. recibe, a mí me recibe",
dice a los Doce (Mt 10, 40; Lc 10, 16). Jesús los asocia a su misión recibida
del Padre: como "el Hijo no puede hacer nada por su cuenta" (Jn 5,
19.30), sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos a
quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él (Jn 15, 5) de quien reciben el
encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los Apóstoles de Cristo saben
por tanto que están calificados por Dios como "ministros de una nueva
alianza" (2 Co 3, 6), "ministros de Dios" (2 Co 6, 4), "embajadores
de Cristo" (2 Co 5, 20), "servidores de Cristo y administradores de
los misterios de Dios" (1 Co 4, 1).
Tema que complementa al mensaje del domingo anterior en que
trataba el tema de seguir y estar con Jesús: “Mientras iban caminando, uno le
dijo: Te seguiré adondequiera que vayas. Y Jesús le dijo: Las zorras tienen
guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde
reclinar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame ir primero a
enterrar a mi padre. Le respondió: Deja que los muertos entierren a sus
muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios" (Lc. 9, 57-60). Y decíamos
que uno no puede llamarse a sí mismo; es Jesús quien llama (Jn 15,16). Uno no
puede irse al cielo por su cuenta y por eso hasta el joven rico al interesarse
por el cielo preguntó: ¿Qué tengo que hacer para llegar al cielo? Jesús le
dijo: “Cumple los mandamientos de la ley de Dios”. El Joven dijo: Ya cumplí con
todo eso desde pequeño qué mas me falta. Y Jesús le dijo: Claro que te falta
algo más: Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres y vente conmigo”
(Mc10,17).
Como vemos, el tema de hoy es el ser enviado a una misión,
pero para ser enviado hay que estar antes con el maestro. El buen apóstol es el
que antes es un buen discípulo. Quien ha escuchado la llamada, comprenderá esta
preocupación: “La mies es mucha, los obreros son pocos” (Lc. 10,2). Los hombres
y mujeres que necesita a Dios y que quieren conocer la verdad son muchos, pero
los comprometidos con el Evangelio son
pocos. Esta vez, Jesús no manda solo a los Doce, manda a setenta y dos, es decir
manda a todos los discípulos de dos en dos (sentido eclesial y comunitario).
La segunda preocupación del misionero es precisamente esta
advertencia: “Sepan que los envío como corderos en medio de lobos” (Lc 10,3).
La misión no será nada fácil. Con razón ya había dicho Jesús a los que se
movían por meras ilusiones: “Te seguiré adondequiera que vayas. Y Jesús le
dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del
hombre no tiene donde reclinar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Él respondió:
Déjame ir primero a enterrar a mi padre. Le respondió: Deja que los muertos
entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios" (Lc. 9,
57-60). La misión es para los sabios, decididos, arriesgados, valientes, pero
para los humildes de corazón (Mt 11,28).
La misión que les encarga es el Reino de los cielos y su
propagación: “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca,
conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Por tanto para tal misión no
hace falta “llevar monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni se detengan a visitar
a conocidos. Al entrar en cualquier casa, bendíganla antes diciendo: La paz sea
en esta casa” (Lc 10,5).
Nada de quedar sentados calentando las bancas de la Iglesia.
El verdadero lugar del que lleva el evangelio de Jesús es el camino, no la
tranquilidad de la casa. Es el camino y no la tranquilidad de instalarnos
cómodamente en la Iglesia preocupados de que esté siempre limpia. El Evangelio
de hoy nos pide a todo bautizado tener no zapatos lustrados, sino pies sucios
por el polvo del camino. Nos invita ser parte de Iglesia en misión.
Lo que suscita una misión autentica es el encuentro con el
Señor: “hemos visto el Señor” (Jn 20,25). Porque de este encuentro con el Señor
nace la misión. Y el Papa Francisco ha dicho reiteradas veces que “tenemos que
ser pastores con olor de ovejas”. Esta tare nos compromete desde el
bautismo:"¡Id y haced discípulos a todos los pueblos!" (Mt.
28,19-20)- de esta noble misión depende nuestra salvación cuando el mismo Señor
nos lo dice: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su
vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre
vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a
cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,26-27).
El último aspecto a tenerse encuentra en el evangelio de hoy
es esto: “Sanen a los enfermos y digan a la gente: El Reino de Dios ha venido a
ustedes. Pero si entran en una ciudad y no quieren recibirles, vayan a sus
plazas y digan: Nos sacudimos y les dejamos hasta el polvo de su ciudad que se
ha pegado a nuestros pies. Con todo, sépanlo bien: el Reino de Dios ha venido a
ustedes” (Lc. 10,9-11). Jesús les pide que anuncien, pero haciendo signos que
hagan creíble la buena Noticia. "Curen enfermos." Demostrando que
Dios se preocupa del bienestar y la salud integral del hombre.
Esta misión del envió a los 72 no es sino un anticipo lo que
luego y en definitiva será cuando se consuma la redención, es decir la pasión,
muerte de nuestro Señor y su resurrección. Después de su resurrección, el Señor
Jesús se presentó muchas veces a los apóstoles, reforzando su fe y
preparándolos para el inicio de una gran misión evangelizadora, que les confió
de modo definitivo en el momento de su ascensión al cielo. Es entonces cuando
el Señor dirigió a sus apóstoles este mandato: «Id por todo el mundo y
proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc. 16,15-16). De este momento el
Evangelista San Mateo recoge también estas otras palabras del Señor: “Id y
haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”
(Mt 28,19-20). El del Señor hace un llamado a ponerse en marcha, un envío con
su poder para continuar su propia misión reconciliadora y proclamar el
Evangelio a todas las culturas de todos los tiempos para transformar a modo de
fermento el mundo entero.
CON LA FUERZA DE SU ESPÍRITU: El Señor había mandado anteriormente a los discípulos a que
esperaran en Jerusalén la venida del Espíritu. Les había dicho: “Serán
bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días”(Hch1,8). Siguiendo
aquellas indicaciones volvieron al cenáculo y allí perseveraban en la oración
en compañía de María, preparándose de esta manera sus corazones para recibir el
Don prometido (Hch. 1,14).
Cincuenta días después de la resurrección del Señor sucedió
aquél imponente derroche del Espíritu sobre María y los apóstoles: “De repente,
un ruido del cielo, como de un viento impetuoso, resonó en toda la casa donde
se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían
posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a
hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le
sugería” (Hch 2,2-12). El Espíritu fortaleció interiormente a los hasta
entonces temerosos apóstoles y los lanzó al anuncio incontenible, ardoroso,
valiente y audaz del Evangelio, con el fin de encender el mundo entero: “Todos
estaban asombrados y perplejos, y se preguntaban unos a otros qué querría
significar todo aquello. Pero algunos se reían y decían: ¡Están borrachos!
Entonces Pedro, con los Once a su lado, se puso de pie, alzó la voz y se
dirigió a ellos diciendo: Amigos judíos y todos los que se encuentran en
Jerusalén, escúchenme, pues tengo algo que enseñarles. No se les ocurra pensar
que estamos borrachos, pues son apenas las nueve de la mañana, sino que se está
cumpliendo lo que anunció el profeta Joel: Escuchen lo que sucederá en los
últimos días, dice Dios: derramaré mi Espíritu sobre cualesquiera que sean los
mortales. Sus hijos e hijas profetizarán, los jóvenes tendrán visiones y los
ancianos tendrán sueños proféticos. En aquellos días derramaré mi Espíritu
sobre mis siervos y mis siervas y ellos profetizarán. Haré prodigios arriba en
el cielo y señales milagrosas abajo en la tierra. El sol se convertirá en
tinieblas y la luna en sangre antes de que llegue el Día grande del Señor. Y
todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará. Israelitas, escuchen mis
palabras: Dios acreditó entre ustedes a Jesús de Nazaret. Hizo que realizara entre
ustedes milagros, prodigios y señales que ya conocen. Ustedes, sin embargo, lo
entregaron a los paganos para ser crucificado y morir en la cruz, y con esto se
cumplió el plan que Dios tenía dispuesto. Pero Dios lo libró de los dolores de
la muerte y lo resucitó, pues no era posible que quedase bajo el poder de la
muerte” (Hch 2,12-24).
Hoy como ayer, el Espíritu Santo es el protagonista de la
evangelización. Este Don divino comunicado a hombres y mujeres frágiles y
débiles como nosotros es, al mismo tiempo, luz y fuerza: luz, para anunciar el
Evangelio, la verdad plenamente revelada por Dios en Jesucristo; fuerza, ardor
y vitalidad para proclamar e irradiar el Evangelio a todos los seres humanos,
para dar testimonio de la fe venciendo todo miedo, complejo o limitación. De
este modo se cumplía y se cumple también hoy lo que el Señor había anunciado ya
anteriormente a sus discípulos: “Recibieran la fuerza del Espíritu Santo, que
vendrá sobre Uds. y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y
hasta los confines de la tierra” (Hch. 1,8).
“ID POR TODO EL MUNDO Y ENSEÑAD EL EVANGELIO” (Mc 16,15): Jesús les volvió al decir: “¡La paz esté con ustedes! Como
el Padre me envío a mí, así los envío yo también.” Dicho esto, sopló sobre
ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus
pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos” (Jn
20,21-23).
Dios nos ha llamado a cada uno por nuestro nombre, nos ha
ungido y nos ha enviado, haciéndonos partícipes de la misión de su Hijo amado.
Tenemos también hoy en nosotros la fuerza del Espíritu y experimentamos el
dinamismo expansivo de la Buena Nueva: ¡no podemos contener su anuncio! Arde en
nuestro corazón un fuego que necesita comunicarse (Jer. 20,9) y expandirse
encendiendo otros corazones con el anuncio del Evangelio, buscando ganarlos
para el Señor con el testimonio de una vida que llevando al Señor muy dentro lo
irradia con su sola presencia. Eso no puede sino expresarse en la creciente
coherencia con que en la vida cotidiana vivimos el Evangelio que predicamos.
Por ello la semilla de la Buena Nueva espera y necesita ser acogida por
nosotros mismos cada día, pues está llamada a germinar y dar frutos de
conversión y santidad en mí, para que de ese modo pueda anunciarla de modo
creíble y convincente a todas las personas.
Jamás podemos olvidar que la evangelización del mundo entero
pasa a través de nuestra propia santidad, posible sólo en la medida en que cada
uno sepa acoger el Espíritu divino en sí dejándose transformar por su dinamismo
de amor. No olvidemos que nadie da lo que no tiene: ninguno de nosotros podrá
transmitir el Señor si no lo lleva dentro, si cada día no le abre la puerta de
su corazón y se encuentra con Él. Si no arde el fuego del amor del Señor en
nuestros corazones (Lc. 24,32), ¿cómo podremos encender otros corazones, cómo
podremos encender el mundo entero? Al respecto y con mucha razón San Pablo nos
advierte: “Ahora vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en
mí” (Gal 2,20) Pero también exclamó lleno de gozo: ¡Pobre de mí si no anuncio
el Evangelio! (I Cor 9,16).