DOMINGO XXV - C (22 de setiembre de 2019)
Proclamación del Santo evangelio según San Lucas 16,1 - 13:
16:1 Decía también a los discípulos: "Había un hombre
rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes.
16:2 Lo llamó y le dijo: "¿Qué es lo que me han contado
de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese
puesto".
16:3 El administrador pensó entonces: "¿Qué voy a hacer
ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna?
Me da vergüenza.
16:4 ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto,
haya quienes me reciban en su casa!"
16:5 Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó
al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?"
16:6 "Veinte barriles de aceite", le respondió. El
administrador le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota
diez".
16:7 Después preguntó a otro: "Y tú, ¿cuánto
debes?" "Cuatrocientos quintales de trigo", le respondió. El
administrador le dijo: "Toma tu recibo y anota trescientos".
16:8 Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por
haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en
su trato con los demás que los hijos de la luz.
16:9 Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la
injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las
moradas eternas.
16:10 El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo
mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho.
16:11 Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto,
¿quién les confiará el verdadero bien?
16:12 Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará
lo que les pertenece a ustedes?
16:13 Ningún servidor puede servir a dos señores, porque
aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y
menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero". PALABRA
DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados hermanos y hermanas en el Señor Paz t Bien.
El Reino de los Cielos se parece a “un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus
servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y
uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En
seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó
otros cinco. Y entrego su balance diciendo: Me diste cinco talentos, gane otros
cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y
enterró el dinero de su señor. Al que gano otros cinco dijo: "Está bien,
servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo
poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor” (Mt
25,14-21). Pero del que dio un talento: “Echen afuera, a las tinieblas, a este
servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes"(Mt 5,30). Hoy nos
dice: "¿Qué es lo que me han contado de ti? Entrégame el balance de tu gestión
(administración), porque quedas despedido" (Lc 16,2).
Esta vida que Dios nos dio es para que sepamos administrarla
bien. Dependerá nuestra vida futura de cómo hemos administrado la vida
presente. Si lo hemos administrado bien, somos merecedores de la vida eterna y
si no supimos administrarla bien, somos merecedores de la condena eterna.
Cuando Jesús nos dice: “No pueden servir a Dios y al dinero
al mismo tiempo” (Lc 16,13) no rechaza ni condena el dinero, lo que hace es
poner el dinero en su lugar que le corresponde y al hombre en el lugar que le
corresponde. Recordemos al respecto, Jesús dacia a Dios lo que es de Dios y a
Cesar lo que es de Cesar (Mt 22,21). Meditando el Evangelio vemos, Jesús nos
advierte que no nos será fácil vivir con el corazón partido, una parte para el
dinero y otra parte para Dios: “Nadie puede servir a dos señores a la vez, a
Dios y al dinero” (Lc 16,13). Dice también: “Allí donde está tu tesoro ahí
estará también tu corazón” (Mt 6,21). Y la mejor forma de orientar nuestro
corazón hacia Dios es compartiendo nuestros bienes con los que no tienen.
Entonces nuestro tesoro estará en Dios por el buen uso de los bienes de este
mundo (riqueza) que se manifiesta en toda obra de caridad, así amándonos unos a
otros por los gestos de caridad amamos a Dios (I Jn 4,20).
Pero recordemos aquel episodio del joven rico: “Cuando Jesús
se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?». Jesús le dijo:
«¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No
matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no
perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre». El hombre le respondió:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús lo miró con amor y
le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres;
así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». El, al oír estas
palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será
para los ricos entrar en el Reino de Dios!». Los discípulos se sorprendieron
por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡Qué difícil es
entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una
aguja, que un rico entre en el Reino de Dios” (Mc 10,17-24). Y resumiendo esta
enseñanza de Jesús podemos agregar aquello que dijo: “No temas, pequeño Rebaño,
porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. Vendan sus bienes y
denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro
inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla.
Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón” (Lc 12,32-34).
La enseñanza de hoy que Jesús nos imparte cierto que tiene
un matiz o una parábola un tanto extraña, pero que sí afronta serias realidades
de nuestra coyuntura. ¿Se han dado cuenta de cómo este mal administrador, al
ser descubierto de mala administración y saber que lo van a despedir de su
trabajo, discurre de inmediato para no quedarse en la calle? (Lc 16, 3-7).
La sagacidad con que actúa el administrador infiel es lo que
Jesús resalta, no es que alabe al mal administrador. Lo que Jesús alaba es lo
vivo que es y lo rápido que piensa y busca soluciones a su difícil situación.
Es que para lo que queremos somos bien vivos e inteligentes. Lo malo no está en
ser vivo, lo malo está en utilizar nuestra viveza para las cosas malas. A mí
mes es extraña cómo ciertas personas que vienen a pedir dinero como ayuda
inventa mil cuentos para engatusar a uno y abrirle la billetera. Para cuando
uno va, ellos están ya de vuelta en la esquina. Jesús aplica esta astucia para
las cosas humanas, a lo que nos suele suceder cuando se trata del Evangelio,
del Reino de Dios o de cambiar las cosas. Si tuviésemos la misma astucia, la
misma viveza y la misma rapidez de pensamiento para renovar la Iglesia, para
renovar nuestra pastoral, para renovar los caminos del anuncio del Evangelio,
ciertamente que la cosa sería diferente y por ende una vida distinta.
La astucia de este administrador infiel del evangelio es como los abogados de hoy que, cuando se
trata de defender a esos que han aprovechado del puesto que ocupan sus
clientes. Le sacan punta a todo, por algo se dice y se ha hecho ya filosofía de
la vida: “Hecha la ley, hecha la trampa.” A veces somos más rápidos en hacer la
trampa que promulgar la ley que permitan vivir en paz y seguridad. Sin embargo,
¡qué poco inteligencia tenemos para lo bueno! ¡Cuánta agudeza o finura para
sacar los pies del plato conyugal por ejemplo y qué dolor de cabeza para
arreglar nuestro matrimonio que comienza a hacer agua! Y no saber usar la
sagacidad del administrador para arreglar y salvar ese matrimonio.
Cuánta finura en aquellos que tratan de hacerse ricos a
costa de tantos pobres, hasta vende la cascara de trigo inventando mil y un
cuentos para engañar al pobre (Am 8,4-7). Y ni se diga de aquello que atentan
contra la juventud creando en ello una falsa felicidad al encaminarlos en el
camino de la droga! ¡Y qué poca agudeza para inculcarla y clarificarla y
descubrir la belleza de creer! Somos más agudos para destruir el mundo que para
construir otro mejor. Hace unos días veía una película sobre los traficantes de
la droga. Qué inteligencia para ganarse a unos y a otros, a los de arriba y a
los de abajo ¿Seremos lo mismo para lograr un mundo sin drogas?
Jesús insiste en lo del mal uso del dinero o bienes
materiales, pero mucho más en los administradores del dinero que solo saben
eso, administrar y por lo bajo llevarse su tajada. Lo que a Jesús le llama la
atención es la agudeza que tenemos cuando se trata de las riquezas y que no
somos igual cuando se trata de las cosas de Dios. Esta es una advertencia que nos
toca a todos porque no me dirán cuánto discurrimos y pensamos cuando se trata
de las riquezas y lo poco creativos que somos cuando se trata de los intereses
de Dios. Lo poco creativos que somos cuando se trata de cómo hacer llegar el
Evangelio a los demás. Lo poco creativos que somos cuando se trata de buscar
nuevos caminos al Evangelio (Mc 1,15). Lo poco creativos que somos de cómo
hacer actual y contemporáneo el Evangelio. Mientras los hijos de la perdición
son más astutos con sus asuntos de las tinieblas, mientras que los hijos de la
luz, que tan poco creativos que somos (Jn 8,12).
No vivamos apegados a los bienes
materiales: “Los que desean ser ricos se exponen a la tentación, caen en la
trampa de innumerables ambiciones, y cometen desatinos funestos que los
precipitan a la ruina y a la perdición. Porque la avaricia es la raíz de todos
los males, y al dejarse llevar por ella, algunos perdieron la fe y se
ocasionaron innumerables sufrimientos. En lo que a ti concierne, hombre Dios,
huye de todo esto. Practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la
constancia, la bondad” (I Tm 6,9-11).