V DOMINGO DE CUARESMA - A (29 de marzo del 2020)
Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 11,1-45:
11:3 Las hermanas enviaron a decir a Jesús: "Señor, el
que tú amas, está enfermo".
11:4 Al oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no es
mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por
ella".
11:5 Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro.
11:6 Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo,
se quedó dos días más en el lugar donde estaba.
11:7 Después dijo a sus discípulos: "Volvamos a
Judea".
11:17 Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba
sepultado desde hacía cuatro días.
11:20 Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su
encuentro, mientras María permanecía en la casa.
11:21 Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado
aquí, mi hermano no habría muerto.
11:22 Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo
que le pidas".
11:23 Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará".
11:24 Marta le respondió: "Sé que resucitará en la
resurrección del último día".
11:25 Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida.
El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
11:26 y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees
esto?"
11:27 Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres
el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo".
11:33 Jesús se conmovió y también a los judíos que la acompañaban,
y turbado,
11:34 preguntó: "¿Dónde lo pusieron?" Le
respondieron: "Ven, Señor, y lo verás".
11:35 Y Jesús lloró.
36 Los judíos dijeron: "¡Cómo lo amaba!"
11:37 Pero algunos decían: "Este, que abrió los ojos
del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?"
11:38 Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro,
que era una cueva con una piedra encima,
11:39 y dijo: "Quiten la piedra". Marta, la
hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días
que está muerto".
11:40 Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees,
verás la gloria de Dios?"
11:41 Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los
ojos al cielo, dijo: "Padre, te doy gracias porque me oíste.
11:42 Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta
gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado".
11:43 Después de decir esto, gritó con voz fuerte:
"¡Lázaro, ven afuera!"
11:44 El muerto salió con los pies y las manos atadas con
vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo
para que pueda caminar".
11:45 Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que
habían ido a casa de María creyeron en él. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Queridos amigos en el Señor Paz y Bien.
Recuerdan aquella cita que meditamos el miércoles de ceniza
con el que iniciamos el tiempo de cuaresma: “El tiempo se ha cumplido, el Reino
de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Y con esta
exhortación se nos impuso la ceniza. ¿Cómo has vivido este tiempo de cuaresma?
Porque hoy celebramos el último domingo de cuaresma y el próximo celebraremos
ya el domingo de ramos con el que comenzamos la Semana Santa, semana de
tinieblas y de la pasión y muerte de nuestro Señor. Pero amaneceremos en un
nuevo tiempo con el domingo de la Resurrección. Esa es la meta de nuestro
peregrinar. Y la resurrección de Lázaro de este domingo quiere ser un ensayo de
esa escena (Jn 11,1-45).
Jesús dijo: "Quiten la piedra. Marta, le respondió:
Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto" (Jn 11,39). “Jesús
comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de
parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser
condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16,39). No es lo mismo
resucitar al cuarto día (Lázaro) y resucitar al tercer día (Jesús). Resucitar
al cuarto día, es resucitar en el mismo cuerpo, el problema es que luego
volverá a morir. Resucitar al tercer día, es la resurrección en el estado
glorioso, ya no vuelve a morir. Estar en estado glorioso: Jesús se transfiguró
en el monte Tabor (Mt 17,2-7). Jesús se dejó ver unos segundos en el estado
glorioso por sus apastles: “Pedro dijo que bien se está aquí”.
El principio de la fe de nuestra Iglesia Católica se edifica
en el Credo Niceno-Constinopolitano: “Creo en un solo Dios Padre todo poderoso…
Creo en Jesucristo Hijo único de Dios… Creo en el espíritu Santo…” Es decir
creemos en un solo Dios que se revela en tres personas. Uno de ello, en el
Hijo, Dios nos ha visitado. Asumió la naturaleza humana: Es Dios verdadero y
Hombre verdadero. Como hombre verdadero nació de la virgen María porque es la
llena de Gracia (Lc 1,28). Por eso damos a la virgen María el culto en el
segundo grado: Culto de Hiperdulía (Máxima veneración). El nacimiento de Jesús
lo hemos festejado en la navidad y nos preparamos cuatro domingos previos,
llamados tiempo de adviento. Luego hemos celebrados unos domingos del tiempo
ordinario y este tiempo ordinario lo hemos suspendido momentáneamente para
prepararnos a otra fiesta: la Pascua de resurrección del Señor. Para ello nos
preparamos desde el miércoles de ceniza, llamado tiempo de cuaresma.
El primer domingo de la cuaresma meditamos sobre la
verdadera humanidad de Jesús: las tentaciones (Mt 4,1-11). Jesús nos enseñó
cómo afrontar y superar las tentaciones del enemigo. En el segundo domingo,
meditamos sobre la verdadera divinidad del Señor, la transfiguración en el
monte Tabor (Mt 17,1-9). En el tercer domingo meditamos sobre la gracia de Dios
en su connotación del agua viva que es Cristo (Jn 4,5-42). En el cuarto domingo
también meditamos sobre la gracia de Dios bajo la connotación de la luz (Jn
9,1-41). Y en este quinto domingo, para terminar la Cuaresma con el triunfo de
la vida sobre la muerte. Meditamos sobre
el misterio de la vida que es un don de la gracia de Dios (Jn 11,1-45). En suma
un maravilloso camino de conversión de nuestra fe: Centrada en Cristo:
verdadero Hombre y verdadero Dios; gracia: Tabor, el agua, la luz y la vida.
La reflexión de este domingo centrada sobre la vida, mismo
Jesús nos puede resumir en este episodio: “El que escucha mi palabra y cree en
el que me ha enviado, vive de vida eterna; ya no habrá juicio para él, porque
ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24). Pero también en la misma línea lo
dice el gran San Pablo: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere
para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el
Señor. Tanto en la vida como en la muerte pertenecemos al Señor. Por esta razón
Cristo experimentó la muerte y la vida, para ser Señor de los muertos y de los
que viven” (Rm 14,7-9).
La Cuaresma (nuestra vida terrenal) termina con el triunfo
de la vida sobre la muerte que es querer y deseo de Dios. Así nos lo muestra en
su Hijo Cristo Jesús: “Así como el Padre tiene vida en así también ha dado al
Hijo tener vida en si” (Jn 5,26). Y claro está que Dios en su Hijo quiere
salvarnos a todos, quiere que todos participemos de este triunfo sobre la
muerte (ITm 2,4). Pero no todos serán parte de este triunfo porque no todos
escuchan su palabra (Jn 5,24). “Los que obraron el bien resucitarán para la
vida, pero los que obraron el mal irán a la condenación. Yo no puedo hacer nada
por mi cuenta, sino que juzgo conforme a lo que escucho; así mi juicio es
recto, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió” (Jn
5,29-30).
Jesús dice: “Quien escucha mi palabra, ya vive de la vida
eterna… ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24). Pero también nos dice: “El
que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan es
porque no son de Dios” (Jn 8, 47). Es decir, quien no escucha la palabra de
Dios camina en tinieblas, permanece en la tumba (Jn 11,10). Pero el que escucha
la palabra de Dios ya está de día, ya salió de la tumba (Jn 11,9). Es más
enfático Jesús al decir que incluso: “Sepan que viene la hora, y ya estamos en
ella, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen
vivirán” (Jn 5,25). Conviene reiterar
con un pero: “Los que obraron el bien resucitarán para la vida eterna, y los
que obraron el mal irán a la condenación eterna. (Y está claro esto hará Jesús
como juez justo porque esa disposición recibió del Padre): Yo no puedo hacer
nada por mi cuenta, sino que juzgo conforme a lo que escucho; así mi juicio es
recto, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió” (Jn
5,29-30).
En el evangelio de hoy hay muchos puntos que comentar: En
primer lugar, demostrar que Él es el dueño, que tiene poder sobre la muerte y
de la vida. En segundo lugar, que él es
capaz de vencer y sacarnos de la muerte y quitarnos la vida. Finalmente, en
tercer lugar, es como una manera de dar gloria a Dios todos los sucesos de la
vida como las sanciones, la muerte o resurrección.
En efecto, solo Dios tiene poder de darnos la vida o la
muerte: “Marta dijo a Jesús: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría
muerto. Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te
lo concederá.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Ya sé
que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día.» Le
dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera,
vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el
que tenía que venir al mundo.” (Jn 11,21-27). Pero también él tiene poder de
quitarnos la vida: “Al regresar a la ciudad, muy de mañana, Jesús sintió
hambre. Divisando una higuera cerca del camino, se acercó, pero no encontró más
que hojas. Entonces dijo a la higuera: «¡Nunca jamás volverás a dar fruto!» Y
al instante la higuera se secó. Al ver esto, los discípulos se maravillaron:
«¿Cómo pudo secarse la higuera, y tan rápido?” (Mt 21,18-20).
Pero Jesús también es capaz de sacarnos de la muerte a la
vida: Jesús ordenó: «Quiten la piedra.» Marta, hermana del muerto, le dijo:
«Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días enterrado.» Jesús le
respondió: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Y quitaron
la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: «Te doy gracias, Padre,
porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas; pero lo he dicho por
esta gente, para que crean que tú me has enviado.» Al decir esto, gritó con
fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!» Y salió el muerto. Tenía las manos y los pies
atados con vendas y la cabeza cubierta con un velo. Jesús les dijo: «Desátenlo
y déjenlo caminar.” (Jn 11,39-44).
Pero también, en tercer lugar, es una manera de dar gloria a
Dios todos los sucesos de la vida como las sanciones, la muerte o resurrección:
Así por ejemplo: Jesús, dijo: «Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que
es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella” (Jn
11,4). En otro momento sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha
pecado para que esté ciego: él o sus padres?» Jesús respondió: «Esta cosa no es
por haber pecado él o sus padres, sino para que nació así para que la gloria de
Dios se manifieste en él, y en forma clarísima” (Jn 9,2-3). La misma muerte es
una gran prueba para que se manifieste la gloria de Dios: “Lázaro está dormido
le voy a despertar” (Jn 11,11)
Jesús no estaba cuando su amigo Lázaro murió, que tarda y no
camina según nuestra lógica. Pero que, al final, nos regala el don de la vida
triunfando sobre la muerte. Claro que las hermanas de Lázaro no lo entienden y,
hasta cierto punto, le hacen culpable de la muerte del hermano: “Si hubieses
estado aquí no hubiese muerto mi hermano.” (Jn 11,21) Es cierto, pero tampoco
hubiésemos visto el poder de Jesús sobre la muerte. Hay cosas que nos cuesta entender; sin
embargo, como dice el mismo Jesús “si crees verás la gloria de Dios” (Jn
11,40). A veces pensamos que todo se acabó; sin embargo, ahí comienza el poder
de Dios. A veces pensamos que Dios es el responsable de nuestras desgracias (Jn
11,21); sin embargo, ahí mismo Dios manifiesta que la fe y la gracia van más
allá de nuestras penas.
Jesús nos ha dicho: “La carne no sirve de nada, es el
Espíritu quien da la vida. Y las palabras que le he dicho son espíritu y vida”
(Jn 6,63). Dios es vida, en Él está la fuente de vida: “Yo soy la vida” (Jn
14,6). Pero, eso sí, siempre exige de nosotros la fe (Lc 17,5). Dios no puede
hacer nada en nosotros si no tenemos fe. Cuando la fe es viva, todo se hace
vida, incluso la misma muerte se convierte en vida. Lázaro no murió por causa
de Jesús, ni Jesús quiso que Lázaro muriese. Lo que Jesús quiere es manifestar
que quien puede impedir que alguien muera, también es capaz de que vuelva a
florecer la vida: Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree
en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para
siempre. ¿Crees esto?» Marta contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11,25-27).
Dios no nos da siempre lo que pedimos, a veces incluso
calla. Pero nos da mucho más de lo que le pedimos. Y por eso como Marta y María
nos quejamos: “Si hubieras estado aquí mi hermano no hubiera muerte” (Jn
11,21.32) Pero Jesús no interviene en nuestra plegaria porque no cree oportuno
que tal o cual pedido nuestro sea oportuno: “El Señor ya sabe de tus
necesidades antes que se lo pidas” (Mt 6,8). En el reclamo de Marta (Jn 11,21):
¿Qué es más importante, sanar a un enfermo o devolverlo a la vida cuando ha
muerto? ¿Qué es más importante, que Dios
sane a un ser querido o que lo resucite y lo lleve consigo al cielo? No
conviene ser egoístas al aferrarnos a lo suyo.
Jesús les regaló el milagro de sacarlo del sepulcro donde ya estaba en
putrefacción y se los devolvió vivo. La muerte de Jesús está cercana, pero
antes quiere anticipar que su muerte terminará en resurrección. Dios, Jesús no
estuvo a tiempo para que Lázaro no muriese, pero llegó a tiempo para devolverle
la vida, por más que ya llevase cuatro días y ya olía mal.
Estamos terminando la cuaresma anunciando la muerte de
Jesús, pero también el triunfo de su Resurrección. Sería bueno meditar sobre
las diferencias entre: creer y no creer, tener fe y no tener fe, vivir de noche
y vivir de día, la muerte corporal y muerte espiritual, la resurrección de
Lázaro y la resurrección de Jesús.