DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN – A (12 de Abril de 2020)
Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 20, 1-9:
20:1 El primer día de la semana, de madrugada, cuando
todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra
había sido sacada.
20:2 Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo
al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no
sabemos dónde lo han puesto".
20:3 Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al
sepulcro.
20:4 Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió
más rápidamente que Pedro y llegó antes.
20:5 Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo,
aunque no entró.
20:6 Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el
sepulcro: vio las vendas en el suelo
20:7 y también el sudario que había cubierto su cabeza; este
no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
20:8 Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes
al sepulcro: él vio y creyó.
20:9 Todavía no habían comprendido que, según la Escritura,
él debía resucitar de entre los muertos. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
El señor ya había advertido a sus discípulos: “Si no creen cuando
les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las
cosas del cielo?” (Jn 3,12). Hoy agrega: “Todavía no habían comprendido que,
según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9). Para
comprender las cosas de Dios hace falta acudir al don de la sabiduría de Dios: “El
Señor da la sabiduría, de su boca proceden la ciencia y la inteligencia” (Prov
2,6). Y la sabiduría de Dios puesta en manifiesto es el Hijo de Dios. Por eso
se nos dice También: “¡Feliz el hombre que encontró la sabiduría e inteligencia,
porque la sabiduría es mejor mercancía que la plata y más rentable que el oro
fino! (Prov 3,13). En suma este tesoro es el don de la fe.
“Salúdense los unos a los otros con el santo beso. De
nuestra parte les saludamos así: La gracia de Cristo Jesús, el Señor
(Resucitado), el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos
ustedes” (II Cor. 13,12-14). Queridos amigos(as), hoy les saludamos con esta
invocación solemne, deseándoles una feliz pascua de resurrección del Señor.
El Evangelio leído en esta fiesta de las fiestas podemos
titular con este anuncio: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No
está aquí. Resucitó. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía estaba en
Galilea: el Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los pecadores y ser
crucificado, y al tercer día resucitará.” (Lc 24,5-7).
La experiencia pascual que significa: “Antes de la fiesta de
Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de salir de este mundo para
ir al Padre, como había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó
hasta el extremo. Y sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus
manos y que había salido de Dios y que a Dios volvía” (Jn 13,1;3). Es la puesta
en práctica de todo lo que dijo e hizo.
“Salí del Padre y vine al mundo… Ahora dejo el mundo y
vuelvo al Padre” (Jn 16,28) ¿Por qué vino y a qué vino Jesús? Vino porque Dios
no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ez 33,11). El
hijo tiene la misión de inculcarnos al amor de Dios: “Tanto amó Dios al mundo
que envió a su Hijo Único, para que quien cree en él no muera, sino que tenga
vida eterna. Porque, Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). Por eso Jesús siempre ha
dicho: “Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en
abundancia. Yo soy el buen Pastor que da su vida por las ovejas" (Jn
10,11). En el afán de cumplir su misión Jesús dio su vida: “Así como Moisés
levantó en alto la serpiente en el desierto, también el Hijo del hombre será
levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna” (Jn
3,14). “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces
sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el
Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo
hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,29-29).
Este Domingo de la pascua
de resurrección conviene reflexionar con detalles este episodio de (Jn. 20,
1-9).
En primer lugar:
María Magdalena descubre que la tumba está vacía (Jn 20,1-2).Notemos los
movimientos de María Magdalena destacando la figura de la mujer en el anuncio
de la Buena Noticia (La tumba vacía, Jesús resucitado): María muy madrugada:
“Va al sepulcro cuando todavía estaba oscuro” (Jn 20,1). Esta acción es signo evidente de que su
corazón latía fuertemente por aquel que vio morir en la cruz. Pero también es cierto
que la hora de la mañana y los nuevos acontecimientos tienen correspondencia:
de madrugada muchos detalles anuncian un gran y radical cambio, la noche se
aleja, el horizonte se aclara y bajo la luz todas las cosas van dando poco a
poco su forma. Así sucederá con la fe en
el Resucitado: habrá signos que anuncian algo grande, pero sólo en el encuentro
personal y comunitario con el Resucitado todo será claro, el nuevo sol se habrá
levantado e irradiará la gloria de su vida inmortal.
María una vez descubierta la puerta movida “corre” enseguida
porque presupone que el cuerpo del señor no está porque no entró a la tumba y
va a informarles a los discípulos más autorizados, apenas se percata que el
sepulcro del Maestro está vacío (Jn 20,2a). Esta carrera insinúa el amor de
María por el Señor. Lo seguirá demostrando en su llanto junto a la tumba vacía
(Jn 20,11). Así María se presenta ante Pedro y el Discípulo Amado como símbolo
y modelo del auténtico discípulo del Señor Jesús, que debe ser siempre movido por
un amor vivo por el Hijo de Dios.
Nótese que María confiesa a Jesús como “Señor”: “Se han
llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (Jn 20,2b). A
pesar de no haberlo descubierto vivo, para ella Jesús es el “Señor” (Kýrios),
el Dios de la gloria y por lo tanto inmortal (lo seguirá diciendo: (Jn
20,13.10). Ella está animada por una fe vivísima en el Señor Jesús y
personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el
Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él. He aquí un ejemplo para imitar en
las diversas circunstancias y expresiones de la existencia, sobre todo en los
momentos de dificultad y aún en las tragedias de la vida. Para la fe y el
corazón de esta mujer la muerte en Cruz de Jesús y su sepultura, con todo su amor
por el Señor se ha revelado “más fuerte que la muerte” (Cantar 8,6).
En segundo lugar: Los
dos discípulos corren hacia tumba vacía fuente de información de la Buena
noticia (Jn 20,3-10). Según el evangelista Juan los dos seguidores más cercanos
a Jesús se impresionan con la noticia e inmediatamente se ponen en movimiento,
ellos no permanecen indiferentes ni inertes sino que toman en serio un anuncio.
Notemos cómo las acciones de los dos discípulos se entrecruzan entre sí y
superan cada vez más las primeras observaciones de María Magdalena. “Se
encaminaron al sepulcro” (Jn 20,3). La mención de los dos discípulos no es
casual, ambos gozan de amplio prestigio en la comunidad y la representan. Se
distingue en primer lugar a Pedro, a quien Jesús llamó “Kefas” (Roca; 1,42),
quien confiesa la fe en nombre de todos (Jn 6,68-69), dialoga con Jesús en la
cena (13,6-10.36-38) y al final del evangelio recibe el encargo de pastorear a
sus hermanos (Jn 21,15-17). Por su parte
el Discípulo Amado es el modelo del “amado” por el Señor, pero también del que
“ama” al Señor (13,23; 19,26; 21,7.20).
“El otro discípulo llegó primero al sepulcro” (20,4). El
Discípulo Amado corre más rápido que Pedro (Jn 20,4). Esto parece aludir a su
juventud, pero también a un amor mayor. ¿No es verdad que correr es propio de
quien ama? “Se inclinó, vio las vendas en el suelo, pero no entró” (Jn 20,5) El
discípulo amado llega primero a la tumba, pero no entra, respeta el rol de
Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Él ve un
poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro.
“Simón Pedro entra en el sepulcro y ve las vendas en el
suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado
en un lugar aparte” (Jn 20,6-7). Al principio Pedro ve lo mismo que vio el
Discipulado Amado, pero luego ve un poco más: ve que también el sudario que
estaba sobre la cabeza de Jesús, estaba doblado aparte en un solo lugar (Jn
20,7). Este detalle quiere indicar que
el cadáver del Maestro no ha sido robado, ya que lo más probable es que los
ladrones no se hubieran tomado tanto trabajo y darse el tiempo para dejar en
orden las cosas. Por lo tanto Jesús se
ha liberado a sí mismo de los lienzos y del sudario que lo envolvían, a
diferencia de Lázaro, que debió ser desenvuelto o ayudado por otros
(Jn.11,42-44). Lo que significa a diferencia de la resurrección de Lázaro,
Jesús rompió las ataduras de la muerte.
Desde luego que la tumba vacía y las vendas no son una
prueba de la resurrección, son simplemente un signo de que Jesús ha vencido la
muerte. Sin embargo Pedro no comprende el signo. En cambio el discípulo amado
“Entró... vio y creyó” (Jn 20,8) “...que según la Escritura Jesús debía
resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9). El Discípulo Amado ahora entra en la
tumba, ve todo lo que vio Pedro y da el nuevo paso que éste no dio: cree en la
resurrección de Jesús. La constatación de simples detalles despierta la fe del
Discípulo Amado en la resurrección de Jesús, el orden que reinaba dentro de la
tumba para él fue suficiente. No necesitó más para creer, como sí necesitó
Tomás. A él se le aplica el dicho de Jesús: “dichosos los que creen sin haber
visto” (Jn 20,29).
Pero ¡atención! El Discípulo Amado “vio” y “creyó” en la
Escritura que anunciaba la resurrección de Jesús. Esto ya se había anunciado en
Juan 2,22. Aquí el evangelista no cita
ningún pasaje particular del Antiguo Testamento, tampoco ningún anuncio por
parte de Jesús. Pero queda claro que la
ignorancia de la Escritura por parte de los discípulos implica una cierta dosis
de incredulidad por cuanto el Señor ya los anticipó del hecho (Jn. 1,26; 7,28;
8,14). Así pues, la asociación entre el “ver” y el “creer” (Jn 20,8) formará en
adelante uno de los temas centrales del resto del capítulo, donde se describen
las apariciones del resucitado a los discípulos, para terminar diciendo:
“Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído”
(Jn 20,29). Nosotros los lectores, hacemos el camino del Discípulo Amado
mediante de los “signos” testimoniados por él en el Evangelio (Jn 20,30-31).
En tercer Lugar: En la pascua Jesús se convierte en el
centro de la vida y de todos los intereses del discípulo. En la mañana del
Domingo la única preocupación de los “tres discípulos del Señor” –María, Pedro
y el Discípulo Amado- es buscar al Señor, pero ¿dónde lo buscan? Buscan a Jesús
muerto sobre la Cruz por amor pero resultado de entre los muertos para la
salvación de toda la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado en ese
estupor que sabe entrever en los signos el cumplimiento de las promesas de Dios
y de las expectativas humanas. Entre todos, cada uno con su aporte, van
delineando un camino de fe pascual.
La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso
misionero. Como lo muestra el relato, se
trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro.
Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección
de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos
contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se
siente amado y que ama. Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos
amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en la
pascua de nuestra vida.
NOTA: Jesús tiene naturaleza divina como el Padre. Cristo se
las da de Dios. Cristo afirma que Él es Dios: “Cuando ustedes hayan levantado
en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por
mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo
y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,28-29).
Además los milagros que hacen lo demuestra que si es Dios: “Ellos quitaron la
piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias
porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que
me rodea, para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó
con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos
atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo:
«Desátenlo para que pueda caminar” (Jn 11,41-44).
La gran prueba de la divinidad de Cristo es su propia
resurrección. Cristo profetizó que al tercer día resucitaría, para demostrar que
era Dios (Mc 10,33). Para estar seguros de la resurrección de Cristo, primero,
tenemos que estar seguros de que murió. Si no murió, no pudo resucitar. Y
tenemos cuatro clases de testigos de que Cristo murió en la cruz.
1) Para LOS VERDUGOS:
JESÚS ESTA MUERTO. (Jn 19,33): Los verdugos sabían que Cristo estaba muerto,
porque cuando fueron a rematarle, a partirle las piernas, no lo hicieron. A los
crucificados les partían las piernas con una maza de madera o de hierro, para
que al partirle las piernas, el crucificado no pueda apoyarse en el clavo de
los pies, y al quedar colgado de los brazos, los brazos tiran del diafragma, el
diafragma oprime los pulmones y se asfixia. Cuando van a rematar a Cristo, lo
ven muerto y no le parten las piernas. En opinión de los verdugos, que estaban
muy acostumbrados a crucificar, y sabían muy bien cuándo un hombre está muerto,
Cristo está muerto. En opinión de los verdugos Cristo estaba muerto en la cruz.
2) Para la AUTORIDADES: Cristo estaba muerto. (Mc 15,44-45):
Cuando Nicodemo y José de Arimatea van a pedirle a Pilato permiso para llevarse
el cuerpo de Cristo, Pilato se extraña de que Cristo esté muerto tan pronto, y
no concede el permiso sin recibir el aviso oficial de que Cristo está muerto.
Así lo cuenta San Marcos. Sólo entonces, concede el permiso a Nicodemo y a José
de Arimatea para que se lleven el cadáver de Cristo. Según la ley romana los
familiares y amigos tenían derecho a llevarse el cadáver del ajusticiado para
darle sepultura. Por lo tanto, oficialmente, Cristo está muerto.
3) Para los ENEMIGOS, Cristo estaba muerto. (Mt 27,62-66):
Porque los fariseos, con el trabajo que les costó llevar a Cristo a la cruz,
¿podemos pensar que permitieran que se llevaran el cadáver sin estar seguros de
que Cristo estaba muerto? Ellos sabían que Cristo había profetizado que al
tercer día iba a resucitar (Mc 10,33). Para evitar que nadie se llevara el
cadáver y simulara una resurrección, pusieron una guardia a la puerta del
sepulcro (Mt 27,63-65).
¿Cómo los fariseos iban a dejar que bajaran a Cristo de la
cruz todavía vivo, para que se curara y volver a empezar la historia? ¡Con el
trabajo que les costó que Pilato les permitiera crucificar a Cristo, después de
que repetidas veces manifestó que Cristo era inocente y que no encontraba culpa
en Él! Por fin ellos lograron atemorizarle amenazándole con denunciarle al
César, pues Cristo era un revolucionario que sublevaba al pueblo. Al fin,
Pilato, sin estar convencido de la culpabilidad de Cristo, les permite que lo
lleven a la cruz. Los fariseos no podían permitir que la historia volviera a
empezar. Los fariseos tuvieron mucho cuidado de que a Cristo no le descolgaran
hasta que estuviera totalmente muerto. Cuando los fariseos permiten que bajen a
Cristo de la cruz y lo entierren, es porque los fariseos sabían que Cristo
estaba muerto. Allí no había nada que hacer, porque Cristo estaba muerto. En
opinión de los fariseos, Cristo estaba muerto.
4) Para los AMIGOS,
Jesús está muerto (Mc 15,47): ¿Cómo es posible pensar que María Santísima
dejara a Cristo en el sepulcro y se fuera, si hubiera advertido en Él la más
mínima esperanza de vida? Cuando María Santísima, José de Arimatea y Nicodemo
dejan a Cristo en la tumba y se van, es porque estaban seguros de que estaba
muerto. Porque si hubieran observado la más mínima esperanza de recuperación,
¿iban a dejarlo en la tumba y marcharse? María Santísima, José de Arimatea,
Nicodemo y San Juan estaban seguros de que Cristo estaba muerto. Por eso lo
dejaron en la tumba y se fueron. Y después de la fiesta volverían las mujeres a
terminar de hacer todas las ceremonias de la sepultura. En opinión de los
verdugos, en opinión de las autoridades, en opinión de los enemigos y en
opinión de los amigos, Cristo estaba totalmente muerto en la cruz.
¿Por qué es importante que Jesús muriese de verdad? La
muerte de Jesús en la cruz tiene connotaciones trascendentales para nuestra fe:
Si Jesús murió de verdad, entonces es hombre de verdad y sufrió de verdad y su
murió de verdad, entonces resucitó de
verdad. Porque si no ha muerto Jesús entonces no puede haber resurrección, solo
si Jesús murió entonces resucitó. Y Jesús si resucitó. Por tanto se comprueba
que todo lo que dijo Jesús es verdadero: “Para esto he nacido y he venido al
mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi
voz” (Jn 18, 37).