DOMINGO VIII – C (27 de Febrero de 2022)
Proclamación del santo evangelio según san Lucas 6:39-45
39 Les añadió una parábola: ¿Podrá un ciego guiar a otro
ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
40 No está el discípulo por encima del maestro. Todo el que
esté bien formado, será como su maestro.
41 ¿Cómo es que miras la paja que hay en el ojo de tu
hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?
42 ¿Cómo puedes decir a tu hermano: "Hermano, deja que
saque la paja que hay en tu ojo", no viendo tú mismo la viga que hay en el
tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para
sacar la paja que hay en el ojo de tu hermano.
43 «Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la
inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno.
44 Cada árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de
los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas.
45 El hombre bueno, del bien que atesoro en el corazón saca
lo bueno, y el malo, del mal saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón
habla su boca. PALABRA DEL SEÑOR.
Preguntaron: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en
herencia vida eterna? Le dijo Jesús… Ya sabes cumple los mandamientos” (Lc
18,18-20). La vida eterna tiene lugar en el cielo y para entrar en el cielo hay
que cumplir los mandamientos. También preguntaron: “¿Cuál es el mandamiento principal
de la ley? Respondió: El amor a Dios y el amor al prójimo es lo principal de
toda la ley y los profetas (Mt 22,36). San
Pablo dice: “Dios nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo
para que fuésemos santos irreprochables ante El por el amor” (Ef 1,4). Pedro dice: “Así como el que los ha llamado
es santo, así también Uds. sean santos en toda su conducta, como dice la
Escritura: Sean santos, porque yo soy santo” (I Pe 1,15-16). Hoy Jesús nos ha
dicho: “Cada árbol se conoce por sus frutos” (Lc 6,44). “Yo soy la vid; Uds los sarmientos. El que permanece
en mí y yo en él, da mucho fruto; porque sin mí no podrán hacer nada” (Jn
15,5). El fruto que se nos exige es la vida de santidad para heredar la vida
eterna.
“De la bondad que atesora en su corazón, saca el bien” ( Lc
6,45). “Dios no mira como mira el hombre; el hombre ve las apariencias, pero
Dios ve el corazón del hombre" (I Sm 16,7). Porque, en nuestro ser
interior está el germen de lo auténtico. Así se podría formular una de las
líneas de fuerza del mensaje de Jesús. En medio de la sociedad judía,
supeditada a las leyes de lo puro y lo impuro, lo sacro y lo profano, Jesús
introduce un principio revolucionario para aquellas mentes: “Nada que entre de
fuera hace impuro al hombre; lo que sale de dentro es lo que le hace impuro”
(Mt 15,11). Porque: “Del corazón proceden las malas intenciones, los
homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos
testimonios, las difamaciones. Estas son las cosas que hacen impuro al hombre,
no el comer sin haberse lavado las manos". (Mt 15,19).
Las apariencias no cuentan para nuestra salvación, de ahí
que dijo Jesús: “Hipócritas que bien saben justificar sus apariencias, con
razón dijo de Uds. Isaías: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón
está lejos de mí. En vano me rinden culto: las doctrinas que enseñan no son
sino preceptos humanos". (Mt 15,7-9). El pensamiento de Jesús es claro: el
hombre auténtico se construye desde dentro. Es la conciencia la que ha de
orientar y dirigir la vida de la persona. Lo decisivo es del “corazón”, ese
lugar secreto e íntimo de nuestra libertad donde no nos podemos engañar a
nosotros mismos. Según ese “despertador de conciencias” que es Jesús, ahí se juega
lo mejor y lo peor de nuestra existencia.
Las consecuencias son palpables. Las leyes nunca han de
reemplazar la voz de la conciencia. Jesús no viene a abolir la Ley (Mt 5.17),
pero sí a superarla y desbordarla desde el “corazón”. No se trata de vivir
cínicamente al margen de la ley, pero sí de humanizar las leyes viviendo del
espíritu hacia el que apuntan cuando son rectas. Vivir honestamente el amor a
Dios y al hermano puede llevar a una más humana que la que propugnan ciertas
leyes.
Lo mismo sucede con los ritos. Jesús siente un santo horror
hacia lo que es falso, teatral o postizo. Una de las frases bíblicas más
citadas por Jesús es ésta del profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los
labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío” (Is
29,13) Lo que Dios quiere es amor y no cánticos y sacrificios. Lo mismo pasa
con las costumbres, tradiciones, modas y prácticas sociales o religiosas. Lo
importante, según Jesús, es la limpieza del corazón: “Felices los que tienen el
corazón puro, porque verán a Dios” (Mt 5,8)
El mensaje de Jesús tiene hoy más actualidad que nunca en
una sociedad donde se vive una vida programada desde fuera y donde los
individuos son víctimas de toda clase de modas y consignas. Es necesario
“interiorizar la vida” para hacernos más humanos. Podemos adornar al hombre con
cultura e información; podemos hacer crecer su poder con ciencia y técnica. Si
su interior no es más limpio y su corazón no es capaz de amar más, su futuro no
será más humano. “El que es bueno, de la bondad que atesora en su
corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal” (Lc 6,45).
No me parece superfluo en este contexto recordar la
advertencia evangélica: “No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado
que dé fruto sano” (Lc 6,43). En una sociedad dañada por una violencia ya
vieja, necesitamos hombres y mujeres de conciencia lúcida y sana, que nos
ayuden a avanzar con realismo hacia la paz. No bastan las estrategias. Es
importante el talante y la actitud de las personas.
Quien tiene su corazón lleno de fanatismo y resentimiento,
no puede sembrar paz a su alrededor; la persona que alimenta en su interior
odio y ánimo de venganza, poco puede aportar para construir una sociedad más
reconciliada. Sólo quien vive en paz consigo mismo y con los demás, puede abrir
caminos de pacificación; sólo quien alimenta una actitud interior de respeto y
tolerancia, puede favorecer un clima de diálogo y búsqueda de mutuo
entendimiento.
Lo mismo sucede con la verdad. Quien busca ciegamente sus
intereses, sin escuchar la verdad de su conciencia, no aportará luz ni
objetividad a los conflictos; el que no busca la verdad en su propio corazón,
fácilmente cae en visiones apasionadas. Por el contrario, el hombre de «corazón
sincero» aporta y exige verdad en los enfrentamientos; pide que la verdad sea
buscada y respetada por todos como camino ineludible hacia la paz.
La persona que señala y denuncia con tanta claridad la mota
en el ojo ajeno para ayudar a eliminarla, no hace más que poner al descubierto
las miserias humanas de su propio corazón. Lo suyo, como dice Jesús, no es una
mota sino una viga. Deberíamos aprender a ser muy prudentes a la hora de
denunciar o condenar las acciones de nuestros hermanos. ¡Tenemos el tejado de
cristal! Pero además deberíamos tener el valor de mirar dentro de nuestro
corazón sin miedo y tratar de remover sinceramente la viga que seguramente
tenemos. Así estaremos más ligeros para seguir a Jesús y amar a nuestros
hermanos y hermanas.