MISA DE VIGILIA PASCUAL - NOCHE SANTA (08 de abril del 2023)
Proclamación del
Santo Evangelio según San Mateo: 28.1-10:
28:1 Pasado el sábado, al alborear el primer día de la
semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro.
28:2 De pronto se produjo un gran terremoto, pues el ángel
del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima
de ella.
28:3 Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco
como la nieve.
28:4 Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a
temblar y se quedaron como muertos.
28:5 El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: “No tengan
miedo, pues sé que buscan a Jesús, el Crucificado;
28:6 no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Vengan,
vean el lugar donde estaba.
28:7 Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos: "Ha
resucitado de entre los muertos e irá delante de Uds. a Galilea; allí le verán."
Ya os lo he dicho.”
28:8 Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y
gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos.
28:9 En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
“¡Dios les guarde!” Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron.
28:10 Entonces les dice Jesús: “No tengan miedo vayan y
avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.” PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados hermanos en el Señor Paz y Bien.
La pascua cristiana es la verdadera fiesta pascual que
celebra el misterio pascual de Cristo y de su Iglesia. Es una fiesta de
redención que la Iglesia celebra principalmente en la vigilia pascual. En ella
celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, victoria que abre
a los hombres una nueva vida en Dios. A través de nuestra participación en su
muerte y resurrección, conseguimos el acceso al reino de la luz y la libertad.
La celebración de la vigilia. La vigilia se divide en
cuatro partes: celebración de la luz, liturgia de la palabra, celebración
bautismal y eucaristía pascual.
Celebración de la luz. El tema de la luz está
constantemente presente en la liturgia de pascua. Es altamente significativo
que la vigilia comience con la bendición del fuego y encendiendo el cirio
pascual.
Lo ideal es iniciar la celebración fuera de la iglesia,
enfrente del pórtico, donde se habrá encendido previamente una hoguera. El
pueblo se reúne en círculo alrededor del fuego. Pascua es un nuevo comienzo del
mundo; éste es el simbolismo del fuego nuevo y la nueva luz.
El rito del fuego es precristiano, pero ha sido asumido en
la liturgia de la Iglesia por su rico simbolismo. En Irlanda se puede asociar
el fuego pascual con el que, según se cuenta, encendió san Patricio una noche
de pascua en la colina de Slane antes de comparecer en presencia del rey
Laoghaire en Tara.
Por si acaso quedaran vestigios paganos en el ritual, las
palabras introductorias del sacerdote se encargan de disiparlos:
Hermanos: En esta noche santa, en que nuestro Señor
Jesucristo ha pasado de la muerte a la vida, la Iglesia invita a todos sus
hijos, diseminados por el mundo, a que se reúnan para velar en oración. Si
recordamos así la pascua del Señor, oyendo su palabra y celebrando sus
misterios, podremos esperar tener parte en su triunfo sobre la muerte y vivir
con él siempre en Dios.
Se bendice el fuego nuevo, en el que se encenderá el cirio.
Desde ahora la atención se dirigirá al cirio precisamente, un cirio grande y
hermoso que, durante todo el tiempo pascual, será símbolo de Cristo.
A fin de que cumpla bien su papel simbólico, debe estar
marcado según la tradición medieval. En primer lugar, el sacerdote graba una
cruz con un estilete. Luego traza la letra griega alfa por encima de la
cruz y la omega por debajo. Son las letras primera y última del alfabeto
griego. "Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último", dice el
Apocalipsis (22,13).
Entre los brazos de la cruz se colocan las cifras
correspondientes al año en curso; por ejemplo, 2001. Esto significa que Cristo
es el "Rey de todos los tiempos". Para nosotros los cristianos, cada
año es un año del Señor, porque estamos convencidos de que todos los tiempos y
todas las épocas le pertenecen. El sacerdote acompaña dichas incisiones
pronunciando la siguiente fórmula:
Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. Suyo es el
tiempo y la eternidad, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos.
Amén.
El sacerdote puede poner cinco granos de incienso en el
cirio para representar las cinco llagas que el Salvador recibió en las manos,
en los pies y en el costado. Los pone en forma de cruz, diciendo: "Por sus
llagas santas y gloriosas, nos proteja y nos guarde Jesucristo nuestro Señor.
Amén".
Al encender el cirio con el fuego nuevo se dice: "La
luz de Cristo que resucita glorioso disipe las tinieblas del corazón y del
espíritu".
Luego se forma la procesión. El sacerdote o el diácono toma
el cirio, lo eleva y aclama: "Luz de Cristo", a lo que todos
responden: "Demos gracias a Dios". Luego, guiados por el portador del
cirio, se encaminan hacia el interior de la iglesia, que está a oscuras.
A la puerta de la iglesia se eleva de nuevo el cirio, con la
misma aclamación: "Luz de Cristo", y la misma respuesta: "Demos gracias
a Dios". En este momento todos los miembros de la asamblea encienden sus
pequeñas velas con la llama del cirio pascual. Este acto expresa la idea de que
la luz, que es Cristo, ha de ser comunicada; cosa que tiene lugar cuando se
anuncia el evangelio, cuando los hombres lo aceptan con fe y se bautizan. La fe
es un don de Dios; pero, como instrumentos humanos suyos, ayudamos a
comunicarla a otros.
Cuando el sacerdote o diácono que lleva el cirio llega al
altar, se vuelve hacia el pueblo y repite por tercera vez la aclamación. El
pueblo ocupa su lugar en la iglesia, y se encienden las luces. El cirio se
coloca en su candelero, ubicado en el presbiterio.
Ahora se canta el himno pascual conocido por Exultet. Como
sugiere la misma palabra latina, es un himno de gozo y exultación en alabanza a
Dios, autor de la luz y dador de vida y salvación. Es costumbre entre los
judíos decir una oración de bendición al tiempo que se enciende la luz en casa
al atardecer. Tal costumbre fue aceptada por los cristianos, y de ella tomó
origen la oración vespertina de la Iglesia, conocida en los primeros tiempos
como lucernarium. La magnífica fórmula de alabanza y bendición que se
pronuncia ante el cirio pascual no es otra cosa que una versión elaborada de lo
que fue común en la antigua cristiandad.
Comienza con una triple invitación a la alegría:
"Exulten por fin los coros de los ángeles... Goce también la tierra...
Alégrese también nuestra madre la Iglesia..." La causa de la alegría es,
por supuesto, la redención del género humano en todas sus fases y aspectos.
Toda la historia de la salvación se encierra aquí en
términos poéticos: la pascua de los judíos, la de Cristo y la de la Iglesia. El
cirio recuerda a un tiempo la columna de fuego que guió a los israelitas a
través del desierto y a Cristo, luz del mundo. Es la luz de la revelación, del
bautismo y de la gloria.
El Exultet es uno de los tesoros literarios y
teológicos de la liturgia romana. En él la alabanza, la acción de gracias y la
súplica se mezclan en espléndida unidad. Lo ideal es que se cante; los textos
vernáculos ya han sido musicados. Se le da el mismo honor que a la proclamación
del evangelio. Todo el pueblo permanece en pie con sus velas encendidas
mientras se canta.
Liturgia de la palabra. Después del canto del Exultet
se apagan las velas, y la asamblea se sienta para la liturgia de la
palabra, que consiste en lecturas, cantos y oraciones. La lectura de la palabra
de Dios es "el elemento fundamental de la vigilia pascual". Hay hasta
nueve lecturas, que culminan en el evangelio de la misa. Por razones
pastorales, el número de las lecturas puede reducirse, pero conviene siempre
recordar que la Iglesia da mucha importancia a esas lecturas 2.
Para evitar la monotonía, es preferible tener varios
lectores. Los buenos lectores pueden dar vida al texto. Las lecturas del
Antiguo Testamento se prestan bien para una cierta interpretación dramática.
La atmósfera en que se desarrolla esta parte de la vigilia
debe ser relajada, sin apresuramientos; hemos de disponernos para escuchar
atentamente la palabra del Señor. Se presenta ante nosotros una sinopsis de la
historia de la salvación, del gran proyecto de Dios para redimir al mundo. En
el Antiguo Testamento se revela este plan; en el Nuevo encuentra su
realización. Es la historia del amor de Dios al mundo.
Primera lectura. La primera lectura es el relato de
la creación (Gén 1,1-31; 2,1-2). Hay un gran optimismo en la interpretación
veterotestamentaria de la creación y en el estribillo: "Y vio Dios que era
bueno". La creación reflejó la perfección misma de Dios.
El Dios de la creación es también el Dios de la redención.
La Iglesia admira la obra de sus manos en la naturaleza y contempla también sus
maravillas en el orden de la gracia. Puesto que es una vigilia bautismal, en
ella se administra o se renueva el sacramento del bautismo. Incluso en esta
primera lectura la tradición cristiana encuentra una tipología bautismal. El
Espíritu de Dios que "se cernía sobre las aguas" en el principio es
el mismo Espíritu que santifica las aguas bautismales. También la creación de
la luz en el primer día sugiere el bautismo, sacramento de la iluminación.
El bautismo es una nueva creación. En el Génesis leemos que
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Esta imagen había quedado
deteriorada por el pecado y necesitaba ser restaurada mediante la obra
redentora de Cristo. A través de la fe y el bautismo, la redención se hace
operativa en nosotros. San Pablo recuerda a los recién bautizados:
"Despojaos del hombre viejo con todas sus malas acciones, y revestíos del
nuevo, que sucesivamente se renueva, hasta adquirir el pleno conocimiento
conforme a la imagen del que lo ha creado" (Col 3,9-10). Y en otro lugar
dice: "De modo que el que está en Cristo es una criatura nueva; lo viejo
ya pasó y apareció lo nuevo" (2 Cor 5,17).
En esta lectura litúrgica del Antiguo Testamento estamos
actuando, por así decir, a dos niveles. La Iglesia lee en esta narración de la
creación el misterio de la re-creación, es decir, de la redención. Esto se
expresa en la oración que sigue a la lectura y al salmo:
Dios todopoderoso y eterno, admirable siempre en todas tus
obras; que tus redimidos comprendan cómo la creación del mundo, en el camino de
los siglos, no fue obra de mayor grandeza que el sacrificio pascual de Cristo
en la plenitud de los tiempos.
Segunda lectura. La restauración de esta lectura (Gén
22,1-18) en la vigilia pascual (de la que había sido eliminada en una reforma
anterior) ha sido muy apreciada. La tradición cristiana la ha unido siempre
estrechamente al ministerio pascual, y en el Antiguo Testamento se leía también
en el contexto de la pascua.
Brevemente relata cómo Abrahán, para obedecer el mandato
divino, se prepara para sacrificar a su único amadísimo hijo, Isaac. En el
último momento aparece un ángel que le ordena que no levante la mano contra el
muchacho. Su obediencia había sido sometida a dura prueba. En lugar de su hijo,
Abrahán inmola un carnero como holocausto. En premio a su obediencia, recibe la
promesa de ser padre de muchas naciones.
Abrahán estaba dispuesto a sacrificar incluso a su propio
hijo, Isaac. En el Nuevo Testamento encontramos ecos de esta actitud con
referencia a Cristo. San Juan nos dice: "Tanto ha amado Dios al mundo, que
le ha dado a su Hijo unigénito, para que quien crea en él no muera, sino que
tenga vida eterna" (Jn 3,16). Este fue un sacrificio más perfecto, porque
Dios perdonó a Isaac, pero no hizo lo mismo con su propio Hijo. Sin embargo, la
misericordia de Dios no restó méritos a la incondicional obediencia de Abrahán,
que prefiguró la obediencia misma de Cristo, el cual fue "obediente hasta
la muerte". También Isaac es "figura" de Cristo. No sólo es
inocente, sino que acepta voluntariamente ser sacrificado. Cristo no ofrece resistencia
a los que lo capturan, se deja conducir como oveja llevada al matadero.
El sacrificio de Cristo está así prefigurado, y también su
resurrección. A ello alude el autor de la carta a los Hebreos: "Por la fe,
Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac... Pensaba que Dios tiene poder
incluso para resucitar a los muertos. Por eso recibió a su hijo, y en él, un
símbolo" (Heb 11,17-20).
Finalmente, podemos considerar lo fructífera que fue la
obediencia de Abrahán: Dios derramó bendiciones sobre él; sus descendientes
fueron tan numerosos como las estrellas del cielo y las arenas del mar. ¡Cuánto
más fructífero será el sacrificio de Cristo, por el cual el mundo se reconcilia
con Dios y los hombres se unen como hijos de un mismo Padre! Por el sacrificio
de Cristo se cumplen las promesas hechas a Abrahán (cf oración final).
Tercera lectura. La tercera (Ex 14,15-15,1) es tan
importante para la comprensión del misterio pascual, que no puede omitirse.
Describe el milagroso paso del mar Rojo por los israelitas. Esta fue la
salvación decisiva del pueblo de Dios hacia la libertad, un acontecimiento de
importancia incalculable en su historia.
La redención se presenta aquí como una victoria. El paso del
mar Rojo fue un desastre para el faraón y sus ejércitos; para los
israelitas fue un triunfo y una liberación. Simboliza la victoria de Dios sobre
el poder del mal.
La redención realizada por Cristo también fue una victoria,
y como tal la consideraban los padres de la Iglesia. Fue una batalla entre
Cristo y su adversario, Satanás. El bien se opuso al mal, la luz a las
tinieblas: "Lucharon vida y muerte en singular batalla, y muerto el que es
Vida, triunfante se levanta" (secuencia del domingo de pascua). De esta
lucha, en que al principio parece triunfar Satán, Cristo sale victorioso.
Por el bautismo el cristiano comparte la victoria de Cristo.
Las aguas bautismales son una fuerza para vida y para muerte: vida para los que
se lavan en ellas, muerte para cuantos se oponen al reino de Dios. Como los
antiguos israelitas, el nuevo bautizado pasa a través de las aguas del mar
Rojo, dejando tras de sí el mundo de las tinieblas y la esclavitud para
encaminarse, con Cristo (nuevo Moisés) a la cabeza, hacia la tierra prometida.
Es de notar que el salmo responsorial es la continuación de
la lectura. En ese punto la narración prorrumpe en canto: "Cantemos al
Señor, ¡sublime es su victoria!" Es el canto de victoria del pueblo de
Dios, el cántico de Moisés y de los hijos de Israel. Es también el canto
victorioso del pueblo de Dios del Nuevo Testamento; es el canto de
agradecimiento de todos aquellos a quienes Cristo ha redimido. En la noche de
pascua lo cantamos exultantes. San Juan lo oyó cantar en la nueva Jerusalén:
"Cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del
cordero" (Ap 15,3).
El tema de la alianza. Las cuatro lecturas
siguientes, todas ellas de los profetas, se pueden agrupar bajo el tema de la
alianza. Hablan del amor redentor de Dios, de la alianza eterna hecha con su
pueblo; nos exhortan a ser fieles a la alianza y totalmente leales a la ley de
Dios.
La cuarta lectura (Is 54,5-14) expresa la relación de
alianza entre Dios y su pueblo. No es un mero convenio legal; más bien se
asemeja al contrato matrimonial. Es una asociación de amor que exige confianza
mutua, generosidad y fidelidad. Donde faltan estas cualidades la relación es
tensa, y puede romperse en cualquier momento si una de las partes es infiel.
Israel fue infiel repetidas veces a este contrato de
matrimonio entre Dios y su pueblo; pero Dios nunca anuló el contrato ni rechazó
a la esposa infiel. Su amor conquista. Donde ha habido alienación ahora hay
reconciliación. Esto se expresa bellamente en las siguientes líneas:
En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero
con misericordia eterna te quiero -dice el Señor, tu redentor-
Dios reafirma su contrato matrimonial. Jura que su amor no
abandonará nunca a su pueblo; su "alianza de paz" no se romperá
jamás. Esta lectura llama la atención sobre un particular aspecto de la
redención: el amor divino que la inspiró. Un amor no merecido y que tampoco
sería correspondido es la explicación última y el motivo desencadenante de la
redención del hombre. Al celebrar la pascua, la fiesta de la redención del
hombre, nos encontramos cara a cara con el misterio del amor divino.
En la quinta lectura (Is 55,1-11) hallamos una vez más el
tema de la alianza, aunque en este caso se pone más énfasis en nuestra
respuesta a la misma que en la "piedad divina".
"Estableceré con ellos una alianza eterna", dice
el Señor. La pascua del Antiguo Testamento conmemoraba, entre otras maravillas,
la alianza dada por Dios. La Iglesia del Nuevo Testamento celebra en su pascua
el establecimiento del "nuevo y eterno testamento", que fue sellado
con la sangre de Cristo. En Cristo, mediador de la alianza, se cumplieron todas
las promesas hechas a los patriarcas y a los profetas.
Como pueblo de Dios, debemos permanecer fieles a las
condiciones de la alianza. El don no debe ser únicamente por parte de Dios; su
amor y su fidelidad han de encontrar respuesta en nuestro amor y nuestra
fidelidad; de otro modo no habrá verdadera relación de alianza. Cristo es
nuestro modelo y, como cabeza de la humanidad redimida, ofreció al Padre la
perfecta respuesta de obediencia y amor.
En la sexta lectura (Bar 3,9-15.23-4,4) el profeta, como
enviado de Dios, hace una apasionada apelación a Israel para que se convierta y
vuelva al Señor. Sus palabras son para nosotros un reto, como lo fueron para el
pueblo judío cuando se encontraba esclavo en Babilonia.
La conversión debe expresarse en una pronta aceptación de la
ley de Dios, lo que significa que nuestras vidas tienen que responder a esa ley
y estar en conformidad con ella. Es otro modo de decir que nosotros debemos
cumplir nuestra parte de la alianza.
Para nosotros, los cristianos, eso significa vivir de
acuerdo con el evangelio de Cristo, en el cual la antigua ley encuentra su
plenitud. Se nos pide no sólo la aceptación de cada uno de los mandamientos en
particular, sino también la voluntad de vivir según el espíritu de la nueva
ley.
El profeta Baruc presenta una hermosa e incitante panorámica
de lo que sería una vida de acuerdo con la ley. Sería una vida bendecida por la
paz, el vigor y la felicidad. La ley no es algo legalista y concebido con
mentalidad estrecha, sino un modo de vida. Es la encarnación y expresión viva
de la sabiduría.
La séptima y última lectura del Antiguo Testamento (Ez
36,16-28) contiene la promesa de Dios de perdonar a su pueblo infiel, reunirlo
de entre las naciones y restituirlo a su propia tierra. La redención se
considera aquí como obra de restauración y reunificación. El pecado es causa de
división y dispersión. Cristo, el redentor del género humano, ha llevado a cabo
la restauración más perfecta reuniendo gentes de todas las naciones en la
unidad de su cuerpo. No se puede concebir unión más estrecha entre Cristo y sus
miembros.
Después hay una expresión profética que vuelve sobre el tema
del bautismo: "Derramaré sobre vosotros un agua pura que os
purificará". Los padres de la Iglesia vieron aquí una alusión a las aguas
purificadoras del bautismo. La respuesta del salmo responsorial: "Como
busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío",
expresa el ansia de los catecúmenos de recibir el sacramento del bautismo.
La parte final de la lectura vuelve sobre el tema de la
alianza. En adelante la ley del Señor será obedecida no sólo literalmente, sino
con el corazón. Esto se debe a que Dios mismo transformará el corazón humano,
haciéndolo capaz de dar una respuesta generosa. De esta manera se establece
entre Dios y el hombre una relación más íntima que la del parentesco humano. Es
la verdadera relación de alianza expresada en estas palabras que se repiten en
la Biblia como un estribillo: "Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro
Dios".
La oración que sigue a la séptima lectura puede considerarse
como un resumen de todas las lecturas del Antiguo Testamento. Se puede elegir
entre dos. La primera expresa el ruego de que Dios lleve a cabo y complete la
obra de la redención hace tanto comenzada; es un ruego por la renovación de la
Iglesia y de toda la humanidad. La segunda fórmula pide una comprensión más
profunda del amor que motivó el misterio pascual.
El "Gloria" de pascua. A veces ocurre que
al final de un largo viaje nos sorprende el hecho de haber llegado a nuestro
destino. La misma impresión se puede experimentar en la noche del sábado santo.
La transición entre la profecía veterotestamentaria y el pleno esplendor
pascual es repentina y casi imperceptible. Después de las siete lecturas con
sus responsoriales y oraciones, se encienden las velas para la misa. No hay
ruptura en la secuencia, sino una suave transición desde las tinieblas a la
luz. La espera ha terminado, ha llegado pascua.
El celebrante entona el Gloria, ese alegre himno en
prosa que hemos heredado de la antigüedad y que se recita o se canta en todas
las misas festivas, excepto en cuaresma. Tradicionalmente está asociado con
pascua de una manera particular, porque, según la costumbre romana, sólo podía
ser cantado o recitado por los sacerdotes ordinarios en la misa de la vigilia.
El Gloria expresa alabanza, adoración y súplica humilde. Para realzar la
nota gozosa, se pueden tocar las campanas de la iglesia, proclamando así a lo
lejos y ampliamente la buena nueva de la resurrección.
Sigue la oración colecta de la misa, en la que pedimos la
gracia del espíritu filial y la renovación, para que, así renovados, podamos,
entregarnos plenamente al servicio del Señor.
La primera lectura del Nuevo Testamento es de la carta de
san Pablo a los Romanos (6,3-11). El Apóstol penetra el corazón del misterio
pascual. Explica cómo, por el sacramento del bautismo, participamos en el
misterio pascual de Cristo. Cristo, nuestra cabeza, sufrió, murió, fue
sepultado y resucitó. Por la gracia del bautismo, nosotros, el cuerpo, estamos
llamados a participar de una manera real e íntima en este misterioso paso de la
muerte a la vida.
El bautismo es un comenzar de nuevo. El viejo estilo de vida
queda atrás. El bautismo nos confiere el status de hijos de Dios. Desde ahora
compartimos la vida de Cristo resucitado. La conducta moral cristiana debe
estar de acuerdo con la dignidad de nuestra llamada. Nuestra vida ha de ser
vivida en Cristo y con Cristo para Dios, nuestro Padre. Esto requiere una nueva
actitud, una nueva orientación y sentido de finalidad. Un programa completo de
vida cristiana se abre para nosotros en esta lectura.
El "Aleluya" de pascua. Después de la
lectura, todos se ponen en pie y el sacerdote entona solemnemente el Aleluya,
que la asamblea repite. Volvemos así a cantar esta aclamación tan expresiva de
la alabanza, gozo y victoria que durante el largo período cuaresmal se omitía.
La aclamación más característica del misterio pascual es precisamente esta
singular palabra hebrea. Lo ideal es que se cante, y hay una melodía gregoriana
muy sencilla para poder hacerlo así. San Agustín en sus homilías de pascua no
se cansa de explicar el significado del Aleluya, grito que anticipa la
liturgia del cielo. Aquí sirve de heraldo al evangelio de la resurrección y al
mismo Cristo que está presente y nos habla. Esa es la función del Aleluya en
todas las misas, pero adquiere su pleno significado en la noche de pascua.
El Aleluya, repetido tres veces, forma también la
respuesta del pueblo al salmo responsorial. El salmo elegido es el gran salmo
pascual 117. La tradición cristiana siempre lo ha relacionado con el misterio
pascual, y por eso lo encontramos constantemente a lo largo de todo este
tiempo. Tal como se usa en esta liturgia, el salmo canta la victoria de Cristo
resucitado, que es también la victoria de todos aquellos a quienes ha redimido.
Los catecúmenos que van a ser recibidos en el seno de la Iglesia, los pecadores
que han vuelto a la gracia, el pueblo entero de Dios, renovado durante la
disciplina cuaresmal, todos pueden hacer propias las palabras del salmo que la
tradición aplica a Cristo en su resurrección: "La diestra del Señor es
poderosa, la diestra del Señor es excelsa. No he de morir; viviré para contar
las hazañas del Señor".
El evangelio de la resurrección. La palabra evangelio
significa buena nueva. Y, en efecto, el evangelio es la buena nueva de la
salvación. El evangelio de la resurrección que se lee en la noche de pascua es
el más alegre de todo el año.
En el leccionario actual leemos el evangelio de la
resurrección según san Mateo en el ciclo A, el de san Marcos en el ciclo B y el
de san Lucas en el ciclo C. La resurrección según san Juan se lee en la misa
del día.
Con razón la Iglesia ha encontrado lugar para cada uno de
los evangelios. Cada uno de los autores sagrados describe lo ocurrido a su
manera. Pero el mensaje central es siempre el mismo.
San Mateo nos cuenta que el ángel dijo a las mujeres:
"Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado,
como había dicho". En el evangelio de Marcos, un joven vestido de blanco
dice a las tres mujeres: "¿Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado? No
está aquí. Ha resucitado". Lucas nos habla de dos jóvenes con vestiduras
luminosas que preguntan: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?
No está aquí. Ha resucitado".
Lo que interesa a nuestra fe es el hecho de la resurrección,
no los detalles que la rodearon. Nosotros creemos y profesamos que Cristo
resucitó de entre los muertos el domingo de pascua. En eso consiste el
verdadero núcleo de nuestra fe cristiana.
Los evangelistas, y Cristo a través de ellos, nos hablan en
la liturgia de pascua. La Iglesia deja que los evangelios hablen por sí mismos,
sin adornos ni calificaciones. Y la mejor disposición para oír y beneficiarse
de las lecturas litúrgicas es permanecer atentos a ellas con fe sencilla y con
prontitud para obedecer su mensaje.
El evangelio de la resurrección (sea de Mateo, de Marcos, de
Lucas o de Juan) es un mensaje para aquí y ahora. Puede que nos suene familiar;
pero ¿podemos acaso creer que hemos comprendido el misterio del que nos hablan?
Es un reto a nuestra fe, que nos induce a reflexionar seriamente acerca de los
fundamentos mismos de nuestra religión cristiana.
La resurrección no es mero acontecimiento histórico; es una
realidad siempre presente, que afecta a la vida de cada uno de nosotros; ha
cambiado el curso de la historia y puede transformar nuestras vidas.
La liturgia bautismal. La celebración del misterio
pascual en la solemne vigilia proporciona el marco más adecuado para
administrar el bautismo. Desde el siglo II, el bautismo de los catecúmenos
adultos estuvo ligado a la pascua; incluso cuando en el siglo VI desapareció el
catecumenado de adultos, la Iglesia de Roma siguió bautizando a los niños por
pascua y pentecostés durante varios siglos.
Si hay candidatos al bautismo, en este momento el sacerdote
invita a la asamblea a rezar por ellos. Se elevan fervorosas preces por los que
están a punto de ser admitidos a la plena integración en la Iglesia, y como se
hace también en otras ocasiones semejantes (ordenación sacerdotal, profesión
religiosa), cuando los candidatos están a punto de comprometerse en una nueva
vida, se rezan o cantan las letanías de los santos para implorar sobre ellos
las abundantes bendiciones de Dios.
En esta letanía, la Iglesia de la tierra une su plegaria a
la del cielo. Cristo, sus ángeles y sus santos son invocados en favor de los
"elegidos" que en este momento se aproximan a las aguas del nuevo
nacimiento. La letanía invoca a santos de todos los tiempos, incluso de nuestra
época. Hay una petición especial por los que están a punto de ser bautizados:
"Para que regeneres a estos elegidos con la gracia del bautismo".
En este momento se prepara el agua con una solemne oración
de bendición. La hermosa fórmula, que se supone del siglo VI o tal vez
anterior, nos presenta una reflexión bíblica sobre el misterio del bautismo.
Recuerda de nuevo los temas de las lecturas del Antiguo Testamento: el agua que
cubría la tierra en el principio y el paso del mar Rojo, y los completa con los
del Nuevo Testamento, como el bautismo de Cristo en el Jordán y la sangre y
agua que brotó de su costado cuando fue traspasado en la cruz.
El Espíritu Santo, que se cernía sobre las aguas en los
albores de la creación y que descendió sobre Jesús en forma de paloma en el
Jordán, es invocado ahora para que santifique la pila bautismal. El agua es el
elemento material mediante el cual, por el poder del Espíritu Santo, el hombre
es purificado del pecado y del vicio y engendrado a nueva vida. La pila
bautismal es a la vez la tumba en que somos sepultados al pecado y el seno
materno del cual renacemos como hijos de Dios.
El papel del Espíritu Santo en la santificación del agua es
evocado poderosamente mediante el rito de la triple inmersión del cirio pascual
en la pila, diciendo: "Te pedimos, Señor, que el poder del Espíritu Santo,
por tu Hijo, descienda sobre el agua de esta fuente". El cirio se mantiene
en la pila hasta terminar la bendición.
Ha llegado el momento del bautismo. Es deseable que haya
algunos candidatos, ya sean niños o adultos. Ser bautizados en esta noche
especial significa participar de manera singular en la celebración del misterio
pascual. El paso de la muerte a la vida simbolizado y realizado por el bautismo
coincide con la celebración litúrgica de ese mismo misterio.
A continuación se nos da a todos la oportunidad de renovar y
consolidar nuestro compromiso bautismal. Es uno de los momentos cumbre de la
celebración pascual, para el que veníamos preparándonos a lo largo de toda la
cuaresma.
Todos los presentes se ponen en pie con sus velas encendidas
y, a invitación del sacerdote, renuevan su profesión de fe bautismal. En primer
lugar renuncian a Satanás, a sus obras y a sus promesas engañosas. Luego
profesan su fe en los artículos del Credo.
Este rito de renovación fortalece la unión de la comunidad.
Todos nosotros: sacerdotes, religiosos y seglares, estamos unidos en la
profesión de una misma fe; formamos el pueblo de Dios; somos los fieles de
Dios, es decir, el pueblo establecido en la profesión de la fe bautismal.
Todo esto fue muy sencillo en nuestro propio bautismo. Los
padrinos prometieron por nosotros. Pero hacer nuestra esa fe y vivirla como
adultos no es cosa fácil. Nuestra fe puede ser sometida a dificultades de toda
índole, mas también se nos da la gracia de poder decir, convencidos: "Yo
creo". La gracia de la pascua es la gracia de una fe reencontrada. No
solamente profesamos esa fe, sino que nos comprometemos a vivir según ella; lo
cual significa renunciar a todo lo que es contrario a nuestra vida en Cristo.
Después de concluir con una oración, el sacerdote asperja al
pueblo con el agua bendita, recordándole una vez más el bautismo. Durante la
aspersión puede cantarse un canto bautismal.
La liturgia eucarística. La liturgia eucarística
comienza de la forma acostumbrada con la presentación de los dones. Una rúbrica
recomienda que los dones sean llevados al altar por los nuevos bautizados, los
cuales reciben honor especial por tratarse de la misa de su primera comunión.
La eucaristía completa la obra divina comenzada en nosotros
por el bautismo. Junto con la confirmación, integra la iniciación cristiana. A
nosotros toca cooperar con la gracia divina para llevar este proceso a plena
madurez. Con una conducta moral inspirada en el evangelio y sostenidos por los
sacramentos, debemos "hacernos lo que somos", esto es, crecer hasta
la plena realización de nuestro status de hijos adoptivos de Dios. Esta idea de
plenitud se recuerda en la oración sobre las ofrendas: "Que este misterio
pascual de nuestra redención lleve a perfección el misterio salvífico que has
comenzado en nosotros".
El significado particular de la misa y comunión de pascua se
expresa en el primer prefacio:
Es nuestro deber y salvación glorificarte siempre, Señor;
pero más que nunca en esta noche en que Cristo, nuestra pascua, ha sido
inmolado. Porque él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo;
muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida.
La misma nota pascual se percibe en el antiguo canon romano
(plegaria eucarística I), que tiene inserciones propias para esta fiesta.
Comienza así: "Reunidos en comunión para celebrar el día santo (la noche
santa) de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo".
Se hace mención especial de los nuevos bautizados.
"Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu
familia santa por aquellos que has hecho renacer del agua y del Espíritu Santo,
perdonándoles todos sus pecados". Este texto llama nuestra atención sobre
los poderes que se nos confieren en el bautismo. Este sacramento otorga a todos
aquellos que lo reciben una participación en el sacerdocio de Cristo que los
capacita para ofrecer el sacrificio eucarístico 3.
La participación activa en la eucaristía tiene su más
perfecta expresión en la comunión sacramental. Por la participación en el
cuerpo y la sangre de Cristo nos unimos del modo más íntimo al sacrificio del
Sumo Sacerdote. Esta realidad encuentra su expresión más gozosa en la antífona
de comunión: "Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así pues,
celebremos la pascua con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad.
Aleluya".
En la oración poscomunión se pide la gracia de la unidad:
Derrama, Señor, sobre nosotros, tu espíritu de caridad, para
que vivamos siempre unidos en tu amor los que hemos participado en un mismo
sacramento pascual.
Esta es la intención por la que el mismo Cristo rogó en la
última cena: "Que todos sean uno" (Jn 17,11). Este era el objetivo de
su muerte sacrificial, "reunir en uno solo los hijos de Dios
dispersos" y atraer a todos hacia sí (Jn 11,52; 12,32). Esta unidad es perfeccionada
por el Espíritu Santo que une a todos los seguidores de Cristo y los convierte
en su cuerpo, la Iglesia. Recibiendo el cuerpo y la sangre de Cristo nos
llenamos del Espíritu Santo y nos hacemos un solo cuerpo y un solo espíritu con
él 4.
Nuestra comunión pascual nos ha hecho instrumentos más
efectivos de la paz y el amor de Dios. Nuestra misión consiste en extender la
buena nueva de su amor divino y trabajar por la realización del amoroso
designio de Dios sobre el mundo. Para eso somos enviados por las palabras del sacerdote:
"Podéis ir en paz; aleluya, aleluya".
Conmemoración de Nuestra Señora. Según una antigua
tradición, Jesús resucitado se apareció en primer lugar a María, su madre. Tal
aparición no consta en los evangelios, pero hubiera sido muy adecuada. Sea
que se acepté o no, ello es que ha dado origen a una hermosa costumbre que se
conserva en algunas comunidades monásticas.
Al concluir la misa de la vigilia pascual, el celebrante,
los ministros y la comunidad se encaminan en fila desde el presbiterio. En un
lugar especial de la iglesia se ha colocado un cuadro o escultura de la
Dolorosa adornado con flores. Ante él se detiene la procesión y los monjes se
vuelven hacia la piedad. Entonces un cantor entona el Regina Coeli,
a cuyo canto se une la comunidad. Como se supone que Cristo llevó la buena
nueva de la resurrección ante todo a su madre en la mañana de pascua, así la
Iglesia ahora revive la escena con las palabras de la antífona: