II DOMINGO DE CUARESMA - A (25 de febrero del 2024)
Proclamación del Evangelio San Marcos 9,2-10:
9:2 Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan,
y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia
de ellos.
9:3 Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan
blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas.
9:4 Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con
Jesús.
9:5 Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos
aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para
Elías".
9:6 Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de
temor.
9:7 Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de
ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo".
9:8 De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie,
sino a Jesús solo con ellos.
9:9 Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo
que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
9:10 Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué
significaría "resucitar de entre los muertos". PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Moisés dijo al pueblo: “El Señor tu Dios te suscitará un
profeta de tu nación y de entre tus hermanos, como yo; a él deberán escuchar”
(Dt 18,15). Una voz desde la nube llego: "Este es mi Hijo muy querido,
escúchenlo"(Mc 9,7). Jesús les dijo: “El que es de Dios, escucha las
palabras de Dios; si uds. no las escuchan, es porque no son de Dios” (Jn8,47).
Dios se dejó ver en su Hijo y en unos segundos en el estado glorioso en el
cielo (transfigurado).
Jesús quiere fortalecer la fe y la esperanza de sus
Apóstoles, especialmente de los que estarán más próximos en los días tristes de
la pasión y Muerte. La visión de Cristo glorioso en el Tabor, como un anticipo
de la felicidad que aguarda en el Cielo a los que sean fieles, les ayudará a
propagar y defender la fe en medio de las más duras persecuciones: “En el mundo
tendrán que sufrir mucho; pero tengan valor: yo he vencido al mundo"
(Jn.16,33).
Cuando rezamos el Credo decimos: “Creo en Jesucristo
verdadero Dios y verdadero hombre”. La parte humana, (Jesús
verdadero hombre) hemos resaltado el domingo anterior (domingo de
la tentación), escena que san Pablo lo define así: "Tengan entre
Uds. los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien siendo de condición
divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. Sino que se despojó de sí mismo
tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciéndose
en todo como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y
muerte de cruz” (Flp. 2,5-9). Hoy, domingo de la transfiguración,
resaltamos la parte Divina: “Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los
llevó a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus
vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo
podría blanquearlas” (Mc 9,2-3). Juan lo resume así. “De Jesús hemos
recibido todos, y gracia tras gracia. Porque la Ley se nos fue dada por medio
de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie
le ha visto jamás, pero el Hijo único, que está en el seno del Padre, él nos lo
dio a conocer". Jesús mismo nos lo dice: “Salí del Padre y vine al
mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). “Créanme: yo estoy en el
Padre y el Padre está en mí” (Jn 14,11).
“Jesús se transfiguró en presencia de sus discípulos. Sus
vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo
podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con
Jesús” (Mc 9,2-4). “Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus
vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban
con él: Moisés y Elías” (Lc 9,29-30). Jesús dijo a sus discípulos: “Estén
despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte,
pero la carne es débil" (Mt 26,41). Un día, Jesús estaba orando en cierto
lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos
a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos. Él les dijo: Cuando oren, digan:
Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino…” (Lc 11,1-2). Así, pues,
la oración es medio estratégico para ver y estar con Dios y decir
como Pedro: “Que bien se está aquí” (Mc 9,5).
Estar con el Padre es estar en el mismo cielo, pero para
estar en este estado requiere ser santos: Santifíquense y sean santos; porque
yo soy su Dios. Guarden mis mandamientos y cumplan. Yo soy Dios, el que los
santifica” (Lv 20,7-8). ¿Cómo ser santos? Jesús nos dice: Felices los que tiene
el corazón puro y limpio porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Es decir no
estar con pecados que mancha el alma.
La purificación del alma es el tiempo de la cuaresma: En el
camino de la cuaresma entramos una nueva escena “alta” en la vida de Jesús: la
transfiguración. Se puede decir que éste es el momento culminante de la
revelación de Jesús en el cual se manifiesta a sus discípulos en su identidad
plena de “Hijo”. Ellos ahora no sólo comprenden la relación de Jesús con los
hombres, para los cuales es el “Cristo” (Mesías), sino su secreto más profundo:
su relación con Dios, del cual es “el Hijo” (Mc 1,11). Entremos en el relato
con el mismo respeto con que lo hicieron los discípulos de Jesús al subir a la
montaña y tratemos de recorrer también nosotros el itinerario interno de esta
deslumbrante revelación con sabor a pascua.
En el domingo anterior, Primer Domingo de Cuaresma El Señor
nos enseñó con su ejemplo cómo debemos afrontar las tentaciones del demonio (Mt
4,1-11) Lo que claramente nos indica que el Hijo Único de Dios es hombre de
verdad, que sintió hambre, pero que el enemigo quiso aprovecharse de esta
carencia para someterlo y nunca pudo. El Hijo de Dios no solo se rebajó para
ser uno como nosotros: “El, que era de condición divina, no hizo alarde
de su categoría de Dios; al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la
condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con
aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de
cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y
en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo
es el Señor” (Flp 2,6-11). En todo igual a nosotros, menos en el pecado (Heb
4,15). Y en el credo confesamos esta verdad: “Descendió al infierno y al tercer
día resucito de entre los muerto y subió al cielo…”
Pues, fíjense que estas enseñanzas divinas se nos ilustra en
dos partea: el domingo pasado en la parte humana del Hijo de Dios (Mt 4,1-11). Hoy
en el II domingo de cuaresma la manifestación de la parte Divina: Jesús tomó
consigo a Santiago, Pedro y Juan… mientras estaban en oración se transfiguro… “
(Lc 9,29). Ya no es el Jesús tentado y con hambre, sino el Jesús transfigurado
y glorificado, como un sol brillante en la cima del Tabor que es el cielo.
¿Cuál es el mensaje que acuña el evangelio de Hoy? Que este
tiempo de cuaresma, tiempo de conversión, ayuno y oración, que es tiempo de
ascensión al monte tabor (cielo); que en este tiempo de oración terminemos en
la sima del tabor contemplando el rostro de Jesús transfigurado, y glorificado
(Mt 17,1-9). Esta es la mayor riqueza de la vida espiritual de los hijos de
Dios. Y así nos lo reitera mismo Juan: “Queridos míos, desde ahora somos hijos
de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se
manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. El que
tiene esta esperanza en él, sea santo, así como él es santo” (IJn 3,2-3).
Qué maravilla saber que la riqueza espiritual que
llevamos dentro del cuerpo mortal, un día tengamos que, como premio
experimentar y contemplar a Jesús transfigurado, que no es sino el mismo cielo.
Pero para eso hace falta despojarnos de lo terrenal y subir a orar, como Jesús
esta vez acompañado de los tres discípulos preferidos: Pedro, Santiago y Juan.
Lo maravilloso del Tabor es verlo iluminado con la belleza interior de Jesús.
Allí se transfiguró, dejó que toda la belleza de su corazón traspasase la
espesura del cuerpo y todo Él se hiciese luz ante el asombro de los tres
discípulos y como Pedro exclamar: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres,
levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para
Elías».” (Mt 17,4).
Toda oración bien hecha nos encamina al encuentro con el
Padre, la oración debe transformarnos. La oración nos debe hacer transparentes.
Transparentes a nosotros mismos, transparentes ante los demás, trasparentes
ante Dios. En la oración vivimos nuestra real y verdad dimensión humana y
divina por la gracia de Dios (Mt 5,23).
La transfiguración del Señor nos debe situar ante la verdad
que viene de Dios: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán
verdaderamente mis discípulos, entonces conocerán la verdad y la verdad los
hará libres» (Jn 8,31). Libres de las tinieblas, que es el infierno (Lc
16,19-31).
En la Transfiguración del Señor, Dios nos habla de que algo
nuevo comienza, que lo viejo ha llegado a su fin: “A vino nuevo, odres nuevos”
(Mc 2,22). Ahora en la transfiguración apareció el Antiguo Testamento: Moisés y
Elías. Ellos son los testigos de que lo antiguo termina y de que ahora comienza
una nueva historia. Ya no se dirá escuchen a Moisés (Lc 16,19-31), sino “éste
es mi hijo el amado, mi predilecto: escúchenlo”(Mt 7,5). Ello aplicado a la Cuaresma
bien pudiéramos decir que es una invitación a la oración como encuentro con
Dios, al encuentro con nosotros mismos, además de un abrirnos a la nueva
revelación de Jesús.
Finalmente conviene manifestarlo aquí: La oración de
oraciones es la santa misa. Y en la Santa misa aquello que ya nos dijo el Señor
por Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta» Jesús le respondió:
«Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?. El
que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al Padre»? ¿No
crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?” (Jn 14,9-10). Con
ver a Jesús vemos a Dios mismo ante nuestros ojos y es más, en cada Santa
Eucaristía el señor se transfigura en el altar, se nos muestra glorificado y
transfigurado: Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a
sus discípulos, diciendo: “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». Después tomó una
copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, porque esta
es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la
remisión de los pecados” (Mt 26,26-28).