sábado, 27 de julio de 2013
PALABRA DE DIOS: DOMINGO XVII - C (28 de Julio del 2013)
PALABRA DE DIOS: DOMINGO XVII - C (28 de Julio del 2013): DOMINGO 17 - C (28 de julio del 2013) San Lucas 11,1-13: En aquel tiempo, estando Jesús en oración en cierto luga...
DOMINGO XVII - C (28 de Julio del 2013)
DOMINGO 17 - C (28 de julio del 2013)
San Lucas 11,1-13:
En aquel tiempo, estando Jesús en oración en cierto lugar,
cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: "Señor, enséñanos a orar,
como enseñó Juan a sus discípulos." Él les dijo: "Cuando oren, digan así:
Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan
cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a
todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación."
Les dijo también: "Si uno de Uds. tiene un amigo y,
acudiendo a la medianoche, le dice: "Amigo, préstame tres panes, porque ha
llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle", y
aquél, desde dentro, le responde: "No me molestes; la puerta ya está
cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a
dártelos", les aseguro, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo,
al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite."
Yo les digo: "Pidan y se les dará; busquen y hallaran;
llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y
al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre Uds. que, si su hijo le pide
un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión?
Si, pues, Uds. siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el
Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!" PALABRA DE DIOS
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Estamos en un día
especial aparte que, cada domingo siempre es día especial por ser día del Señor
, hoy estamos celebrando 192 años de vida de independencia como Estado Peruano,
por tal motivo para todos los peruanos(as) en el mundo un reiterado saludo
franciscano de Paz y Bien y desde ya os deseo una felices fiestas con la bendición
de Dios.
El domingo pasado en el evangelio, el Señor terminaba con
estas palabras: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas;
y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte
buena, que no le será quitada" (Lc.10,41). En este domingo, precisamente
en su enseñanza el Señor resalta un aspecto importante de este encuentro; pues,
¿qué es la oración sino el encuentro dialogante con Dios? ¿Qué sabemos de la oración?
¿Sabemos realmente orar? ¿Cuántas veces hemos rezado el Padre Nuestro? ¿Lo
habremos rezado de verdad o solo por costumbre y lo hacemos por cumplir?
¿Alguna vez le hemos pedido a Jesús que nos enseñe a orar? Como hoy los apóstoles
le piden al Señor que les enseñe a orar?
Conviene hacer una
diferencia entre: "orar" y "rezar", rezar es pronunciar o
repetir una fórmula establecida de palabras u oraciones, la mayor parte de las
veces, oraciones hechas por otros. Mientras que orar es el encuentro dialogante
con Dios, es abrir nuestro corazón delante de Dios, hablarle con las palabras
de nuestro corazón que nace de nuestra propia experiencia de vida, lo que
significa que el mismo trabajo, la realidad de la misma familia o los estudios
son un buen medio de oración. Con mucho sentido dice Jesús: “Vengan a mí los
que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi
yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas
encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11,28). Por
lo que orar es presentar a Dios los sentimientos de nuestro corazón para hallar
en él, el descanso y consuelo.
Para tener un mayor panorama de la oración nos situamos en
algunos ejemplos de oración en la misma Biblia: “Durante la noche se apareció
Dios a Salomón y le dijo: “Pide lo que quieras que te dé”, y Salomón respondió:
Señor, Tú hiciste con David, mi padre, gran misericordia, y a mí me has hecho
reinar en su lugar. Ahora, pues, ¡oh Dios!, se cumple tu promesa a David, mi
padre, ya que me has hecho rey de un pueblo numeroso como el polvo de la
tierra. Dame, pues, la sabiduría y el entendimiento para que pueda conducir a
este pueblo, porque ¿quién podrá gobernar a este gran pueblo?» Dios dijo a
Salomón: «Ya que éste es tu deseo y no has pedido riquezas ni bienes, ni gloria
ni la muerte de tus enemigos, ni tampoco has pedido larga vida, sino que me has
pedido la sabiduría y el entendimiento para gobernar a mi pueblo, del cual te
he hecho rey, por eso desde ahora te doy sabiduría y entendimiento, y además te
daré riquezas, bienes y gloria como no las tuvieron nunca los reyes que fueron
antes de ti, ni las tendrá ninguno de los que vengan después de ti” (2 Cro.
1,7-12). Dios es el más interesado en nuestra felicidad y por eso es él el que
se adelanta y nos da lo que sabe que nos hace falta antes que se lo pidamos,
pero Dios respeta la libertad del hombre por eso espera que se lo pidamos. Que nazca
de nosotros el pedir en una oración, pues así dice mismo Dios: “Cuando me
invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; y cuando me busquen me
encontrarán, siempre que me imploren con todo un corazón puro y sincero” (Jer
29,12)
Ahora podemos comprender mejor por qué algunas oraciones
nuestras no son atendidas por Dios, es que dichas oraciones no nacen del corazón
autentico, puro y sincero, o si no veamos un ejemplo: “Jesús dijo esta parábola
por algunos que estaban convencidos de ser justos y despreciaban a los demás. Dos
hombres subieron al Templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El
fariseo, puesto de pie, oraba en su interior de esta manera: “Oh Dios, te doy
gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros,
o como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de todas
mis entradas”. Mientras tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a
levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Dios mío,
ten piedad de mí, que soy un pecador” .Yo les digo que este último estaba en
gracia de Dios cuando volvió a su casa, pero el fariseo no. Porque el que se
hace grande será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lc 18,9-14).
En la misma línea el salmista advierte que Dios no lo escucha: “Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me abandonaste? ¡A pesar de mis gritos mis palabras no te alcanzan!
Dios mío, de día te llamo y no me atiendes, de noche y no me escuchas, mas no
encuentro mi reposo. Tú, sin embargo, estás en el Santuario, de allí sube hasta
ti la alabanza de Israel” (Slm 21,2-4).
Dios no es que no escuche nuestras oraciones, lo que pasa es
que esas oraciones están mala hechas porque no nacen del corazón autentico y
puro, pues si las oraciones nacen del corazón puro y autentico Dios atiende inmediatamente.
Jesús dice: “Hasta ahora no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, así
conocerán el gozo completo” (Jn 16,24). Hoy en mismo evangelio de Lucas Jesús
termina con estas palabras: "Pidan y se les dará; busquen y hallaran;
llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y
al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre Uds. que, si su hijo le pide
un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un
escorpión? Si, pues, Uds. siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos,
¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo
pidan!" (Lc 11,9-14).
Jesús nos insiste en la necesidad de orar y utiliza toda una
serie de verbos: Pedir, buscar, llamar. Se dice que uno de los problemas del
cristiano de hoy es que ha dejado de orar. La verdad que no me atrevo a decir
que sí. Es posible que hoy haya muchos grupos de oración y mucha gente que se
reúne a orar, pero también es posible que hoy, por las mismas circunstancias y
cambios de la vida, hayamos vaciado de la oración muchos espacios de nuestras
vidas.
Por ejemplo, ¿se ora hoy en las familias? Es posible que
muchos de nuestra casa oren mucho en el grupo parroquial del que forman parte y
luego no oren en su casa. ¿Y dónde van aprender a orar nuestros niños? Resulta
curioso que Jesús esperó a que fuesen los mismos discípulos quienes le pidiesen
que les enseñase a orar y fue precisamente luego de ser testigos de la oración
de Jesús: "Cuando terminó de orar, los discípulos le dicen:
"Enséñanos a orar". Más enseñamos con el ejemplo que con la palabra.
El cristiano que no ora, es como el que tiene el teléfono averiado
y no puede conectar con Dios. Es como el que se siente vacío por dentro y no
tiene nada que decirle a Dios. El Padre Nuestro suele ser la primera oración
que nos enseñaron nuestras madres. Como fue la primera y única oración que
Jesús enseñó a los suyos. Como la hemos aprendido de niños y la hemos recitado
de memoria infinidad de veces, puede que sea la oración más maltratada. Orar el
Padre Nuestro es como avivar y expresar en nosotros el misterio de Dios y del
Evangelio. Porque rezar el Padre Nuestro no es decir palabras bonitas, sino un
meternos en ese misterio de Dios llamado a expresarlo en nuestras vidas.
En primer lugar, comenzamos haciendo una confesión de fe en
Dios como Padre, por tanto en nosotros como hijos y todos como familia de Dios.
En segundo lugar lo reconocemos como "Padre Nuestro", lo que
significa una paternidad universal, y significa reconocernos a todos como
"hijos" y por tanto reconocernos a todos como "hermanos".
Toda una nueva visión de la humanidad. Toda una nueva visión
de la relación entre todos nosotros. Toda una visión de la humanidad como
"la familia de Dios". Bastaría esta simple invocación para que todo
cambie, para que el mundo se ponga patas arriba, pero todos nos sintamos
diferentes, para todos nos veamos y nos tratemos de una manera distinta. Por
eso la oración del Padre Nuestro no es una oración de pedigüeños, como suelen
ser nuestras oraciones, es una oración en la que nos implicamos todos en el
misterio paternal de Dios y en todos los intereses y planes y proyectos de
Dios.
En toda la primera parte nos comprometemos en los ideales de
Dios sobre nosotros y sobre el mundo: alabanza y glorificación de Dios,
compromiso de un mundo mejor, que es el Reino, y siempre disponibles a su
voluntad. Nos ponemos en la actitud de María: "Hágase en mí tu
palabra." Nos ponemos en la actitud de Jesús: "Hágase tu voluntad y
no la mía." En la segunda parte, le pedimos por todo aquello que pueda
quebrar la solidaridad y la comunión de la familia de Dios. Compartir el pan,
el perdón que restaña todas las heridas en la comunidad y la fortaleza para ser
más que nuestras debilidades. Con todo esto, el Padre Nuestro comienza por un
hablar con Dios Padre, pero luego implica todo un nuevo estilo de vida. Un
nuevo estilo de relaciones. Una nuevo visión de la humanidad no dividida por
los muros de los intereses humanos, sino unida por la fraternidad. ¿Te parece
fácil?
¿Qué es la oración?
La oración no es pedir. Es un anhelo del alma, es el pan de la vida espiritual.
Alguien dijo: “En la oración es mejor tener un corazón sin palabras que palabras
sin corazón. La oración la hemos confundido con "pedir", con una
especie de "petitorio". Algo así como si la amistad la convirtiésemos
en una lista de pedidos al amigo. La oración es un sentimiento del alma.
Por otra parte, hemos convertido la oración en un mar de
palabras, con frecuencia bastante vacías. Y aquí sí le doy la razón a Gandhi:
"Que mejor tener un corazón sin palabras que palabras sin corazón."
La oración que Jesús nos dejó como manera de hablar con el Padre no tiene
muchas palabras, pero sí una gran profundidad de vivencia del mensaje del Evangelio
y de los planes de Dios. Se pueden hablar muchas palabras y no decirle nada a
Dios porque solo habla la lengua y no el corazón. Se puede guardar un gran
silencio y hablar mucho con los sentimientos del corazón. No estamos contra la
oración "hecha de palabras". Sí estamos en que la verdadera oración
brota y nace del corazón. No ama más el que mucho habla de amor, sino el que
siente su corazón enamorado.
¿Dónde está Dios?
Lo leí en alguna lectura espiritual: Una pareja
tenía dos niños pequeños, de 8 y 10 años de edad, quienes eran extremadamente
traviesos, siempre estaban metiéndose en problemas y sus padres sabían que si
alguna travesura ocurría en su pueblo sus hijos estaban seguramente
involucrados. La mamá de los niños escuchó que el sacerdote del pueblo había
tenido mucho éxito disciplinando niños, así que le pidió que hablara con sus
hijos. El sacerdote aceptó, pero pidió verlos de forma separada, así que la
mamá envió primero al niño más pequeño.
El sacerdote era un hombre enorme con una voz muy profunda, sentó
al niño frente a él y le preguntó gravemente: ¿Dónde está Dios? El niño se
quedó boquiabierto pero no respondió, sólo se quedó sentado con los ojos
pelones. Así que el sacerdote repitió la pregunta en un tono todavía más grave:
¿Dónde está Dios? De nuevo el niño no contestó. Entonces el sacerdote subió de
tono su voz, aún más, agitó su dedo frente a la cara del niño, y gritó: ¿Dónde
está Dios? El niño salió gritando del cuarto, corrió hasta su casa y se
escondió en el closet, azotando la puerta. Cuando su hermano lo encontró en el
closet le preguntó: ¿Qué pasó? El hermano pequeño sin aliento le contestó:
¡Ahora si que estamos en graves problemas hermano, han secuestrado a Dios y
creen que nosotros lo tenemos! Ya no es el cura quien pregunta, es la sociedad
entera la que pregunta a los cristianos: ¿Dónde está Dios? La gente quiere
verlo. Lo que necesitaríamos sería cuestionarnos como el niño que sentía que le
acusaban de haber secuestrado a Dios. ¿Estaremos seguros que nosotros no lo
hemos secuestrado? ¿No lo hemos secuestrado y lo tenemos metido en el templo,
pero lo hemos sacado de la calle? Pregúntese la Iglesia. Preguntémonos cada uno
de nosotros. ¿Dónde está Dios? ¿Dónde lo hemos escondido que la gente no lo ve?
sábado, 20 de julio de 2013
DOMINGO XVI - C (21 de Julio de 2013)
DOMINGO 16 - C (21 de julio del 2013)
San Lucas 10,38 - 42:
En aquel tiempo, Jesús yendo de camino, entró en un pueblo;
y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana
llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra,
mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo:
"Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile,
pues, que me ayude." Le respondió el Señor: "Marta, Marta, te
preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de
una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada." PALABRA
DE DIOS.
REFELXION:
Estimados hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.
El evangelio de este domingo nos reporta varias ideas: Jesús
entra en casa de unos amigos donde pareciera que no viven sino dos hermanas,
hecho que nos sugiere un ámbito familiar. En segundo lugar, trae a colación la
idea de la dignidad de la mujer; en aquel entonces las mujeres estaban prohibidas
de sentarse a escuchar a los maestros. En tercer lugar, acuña idea de la
ternura de Jesús para con la mujer; ningún hombre de aquel tiempo respondería
con la ternura y suavidad de Jesús a Marta que se queja: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en
el trabajo? Dile, pues, que me ayude."(Lc 10,40). Y en cuarto lugar nos
sugiere la idea de la prioridad entre el hacer y escuchar: "María ha elegido la parte buena, que no le será quitada."
1.- Ámbito familiar: Conviene recordar aquella cita en la
que Jesús se muestra como amigo fiel: “Este es mi mandamiento: que se amen unos
a otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por sus
amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo
servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos,
porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,12-15). Y
ampliando el panorama del ámbito familiar en el ámbito amical nos topamos con
aquella cita: “Él les contestó: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando
a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: Estos son mi madre y mis
hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios es hermano mío y hermana
y madre” (Mc. 3,33-35). Por tanto y sabemos con qué confianza visita Jesús a la
casa de Marta y María.
El episodio del evangelio de hoy, la casa de los amigos de Jesús
nos sitúa en Betania: “Había un hombre enfermo llamado Lázaro, que era de
Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. Esta María era la misma que
ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano
Lázaro era el enfermo. Las dos hermanas mandaron a decir a Jesús: Señor, el que
tú amas está enfermo. Al oírlo Jesús, dijo: Esta enfermedad no terminará en
muerte, sino que es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado
por ella. Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11,1-5). Por
lo visto esta casa visitada por Jesús es una casa de frecuente visita, de ahí que
incluso se ve a Jesús que lloró por su amigo lázaro cuando murió: “Al llegar
María a donde estaba Jesús, en cuanto lo vio, cayó a sus pies y le dijo: Señor,
si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Al ver Jesús el llanto de
María y de todos los judíos que estaban con ella, su espíritu se conmovió
profundamente y se turbó. Y preguntó: ¿Dónde lo han puesto? Le contestaron: «Señor,
ven a ver.» Y Jesús lloró. Los judíos
decían: ¡Miren cómo lo amaba!” (Jn 11,32-36).
2.- La dignidad de la mujer: ¿Estará Jesús criticando el
servicio de Marta? Pero si todo el Evangelio es una invitación a servir a los
demás. ¿No estará más bien rescatando a la mujer de vivir encerrada en los
quehaceres, reduciendo la misión de la mujer a los menesteres de la cocina? ¿No
estará Jesús demostrando que también la mujer tiene derecho a sentarse, a
respirar, a darse un descanso y regalarse un espacio a sí misma? Recordemos el
episodio de la ley que mata a pedradas solo a la mujer que comete adulterio y no
dice nada del adúltero “Los fariseos dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer es
una adúltera y ha sido sorprendida en el acto. En un caso como éste la Ley de
Moisés ordena matar a pedradas a la mujer. Tú ¿qué dices? Le hacían esta
pregunta para ponerlo en dificultades y tener algo de qué acusarlo. Pero Jesús
se inclinó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como ellos insistían
en preguntarle, se enderezó y les dijo: Aquel de ustedes que no tenga pecado, que
le arroje la primera piedra” (Jn 8, 4-7). Y todos se retiraron avergonzados
porque nadie tenía conciencia limpia y luego dijo a la mujer: “Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado? Ella
contestó: Ninguno, señor. Y Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante
no vuelvas a pecar más” (Jn 8,10-11). Como es de verse, es Jesús el primero en salir en defensa de la mujer y devolver su dignidad.
3.- Ternura de Jesús para con la mujer: "Marta, Marta,
te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor,
de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc.
10,42). Todos tenemos este privilegio de hallar en Jesús la fuente de esa fortaleza
espiritual que tanto buscamos tanto varones y mujeres, pues Jesús nos llama a
todos a acercarnos a él si estamos fatigado o cansados: “Vengan a mí los que
van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y
aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán
descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11,28-30).
Servicio y escucha son los dos ejes del Evangelio. Ambos son
igualmente necesarios. Claro, que antes de hacer es preciso escuchar. Antes de
hablar de Dios hay que escuchar a Dios. Antes de hablar de los hombres hay que
escuchar a los hombres. No para quedarnos siempre sentados, sino para que luego
vayamos a servirles. El trabajo es necesario. En el Evangelio no tienen cabida
los vagos que no saben sino ver televisión y sus telenovelas. Dice San Pablo: “Quien
no trabaja que no coma” (ITes. 3,10). Pero el trabajo tiene que ser
planificado. Los quehaceres nos cansan, pero no podemos caer en el nerviosismo
que, como decimos hoy, nos lleva a vivir estresados, nerviosos, porque las
tensiones nerviosas nos quitan la paz y además hacen difícil la convivencia.
Todos necesitamos de tiempo para trabajar, pero también
necesitamos de tiempo para estar con nosotros mismos y de estar también
escuchando a Dios. De lo contrario, terminamos vaciándonos por dentro. Como
alguien ha escrito: "Derecho a sentarse." Caminar, sí; pero descansar
también. Quien no sabe descansar se desgasta trabajando.
4.- Prioridad entre el hacer y escuchar: Dijo Jesús: “María
ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc. 10,42). Además de eso, Jesús ya nos ha dicho: “Uds. son
mis amigos, si escuchan y cumplen lo que les mando” ( Jn. 15,14). Y es más, sin
la escucha a la palabra de Dios, siempre tendremos necesidades y puede pasarnos
como paso en el inicio a los apóstoles: “Cuando terminó de hablar, dijo Jesús a
Simón: Lleva la barca mar adentro y echen las redes para pescar. Simón
respondió: Maestro, por más que lo hicimos durante toda la noche, no pescamos
nada; pero, si tú lo dices, echaré las redes. Así lo hicieron, y pescaron tal
cantidad de peces, que las redes casi se rompían” (Lc.5,4-6).
El domingo tiene que ser el día en que tenemos que sentarnos
como María a los pies de Jesús para escuchar su palabra y en esa escucha hallaremos
fuerzas para hallar el pan de cada día en el trabajo pero eso será posible para los
humildes y sencillos de corazón: “En aquella ocasión Jesús exclamó: «Yo te
alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas
estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla.
Sí, Padre, pues así fue de tu agrado. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis
manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo
y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer” (Mt 11,25-27).
En el evangelio de hoy, lo que Jesús corrige no es el
servicio de la cocina, sino el nerviosismo y, por tanto, la pérdida del humor. En
tal sentido Jesús destaca dos cosas. Ciertamente que lo primero y más importante
es "descansar y escuchar" porque sólo así podremos luego trabajar con
tranquilidad y serenidad y no como sucede con frecuencia con los nervios a flor
de piel. Más que de superioridades entre servicio y escuchar, lo que Jesús
quiere hacernos ver es solo cuestión de prioridades. Escuchar es esencial, pero
también es esencial el servicio. El hacer es importante, pero el descansar
también. Esto es válido en todos los campos de la vida: como padres, como
esposos, como personas, como jefes y, ¿sabes?, también como sacerdotes o
religiosos.
Es tan importante el escuchar porque si no escuchas a tu
esposa, por ejemplo ¿qué sabes de sus sentimientos y de qué le vas a hablar? Si
no escuchas a tus hijos, sus problemas, sus necesidades, no te quejes de que
luego no quieran ellos escucharte a ti. Si no conoces los problemas de la
gente, ¿de qué les vamos a hablar? ¿Sólo de fútbol? Y esto es válido para todos
y es esencial. Porque si yo como religioso o sacerdote no escucho primero a
Dios, ¿qué les puedo decir de Dios a los fieles? Si yo no tengo tiempo para
escuchar a Dios, ¿de qué lleno mi corazón y mi vocación? Si no escucho primero
a Dios hablaré de mis ideas, pero no de lo que Él quiere que hable.
El gran peligro de hoy es que todos estamos tan ocupados que
no tenemos tiempo para escuchar a nadie. No tenemos tiempo para escuchar a Dios
y muchos lo escuchamos ya cuando estamos tan cansados que nos quedamos
dormidos. ¿Quién tiene tiempo para escucharse a sí mismo? Porque no me digan
que dentro de nosotros tenemos muchas voces que es preciso que escuchemos. Hay
demasiados que llevan los auriculares en las orejas todo el día y son sordos a
las voces que llevan dentro. ¿Quién tiene tiempo para escuchar serena y
tranquilamente a los demás. Preguntemos a los maridos de cuánto tiempo
disponen cada día para escuchar a sus esposas, preguntemos a los padres
cuánto tiempo tienen para dedicarse sentados a escuchar a sus hijos.
Poco valor tendrà las cosas que traemos a casa, si nosotros
somos unos ausentes. Esposas que tienen dinero, pero no tienen marido porque
está metido en sus "horas extras". Nadie pondrá en duda la necesidad
del dinero, pero sí es posible que pongamos en duda el valor del tiempo que
invertimos escuchando a los nuestros. Cuando no tengas tiempo para nada, busca tiempo para ti.
Cuando no tengas tiempo para hacer todo lo que tienes que hacer, deja de
hacerlo y regálate un tiempo para ti para encontrarte contigo, con tu esposa,tus hijos y
ahora también con tus nietos.
Hoy en día se escucha con frecuencia a la gente: "No tengo tiempo y por eso no voy a misa". Yo diría no tiene tiempo el que no quiere y como tenemos
tiempo para la fiesta del amigo o vecino y la novela y luego decimos que no
tenemos tiempo para ir a la Misa en el domingo. Además necesitamos vivir de
prioridades, de lo contrario lo accidental y secundario termina por comernos
vivos. He aprendido a disponer siempre de espacios de silencio y escucha. De lo contrario, me vacío. Hay gente que anda sin tiempo para Dios. `
En el mensaje del evangelio de hoy no hay líos de hermanas.
Jesús no entró en la casa de Betania para crear problemas entre hermanas. Se
trata más bien de clarificar prioridades. Y decimos prioridades y
contraposiciones. Que el servicio es bueno, nadie lo pone en duda, hasta Jesús
mismo dijo que "Él había venido a servir y no ser servido". Que el
aroma que sale de los pucheros donde se cocina el almuerzo es bueno, tampoco
nadie lo duda, hasta es posible que Jesús pensase: "Hoy tenemos buen almuerzo."
Que el escuchar es bueno, tampoco está en duda. Todas esas cosas son necesarias
y forman parte de la vida diaria. No conozco quien quiera pasarse el día
escuchando con el estómago vacío, pero tampoco conozco quien piense que todo se
soluciona llenando el estómago.
Lo que Jesús nos quiere decir son varias cosas. Es necesario
el hacer, el comprometerse, el cocinar, el arar, el pasarse el día trabajando.
Eso es necesario, pero no esencial. Que a nivel de fe, todo comienza por
escuchar a Dios, también escucharnos a nosotros mismo, y escuchar a los demás.
domingo, 14 de julio de 2013
DOMINGO XV - C (14 de Julio)
DOMINGO 15 - C (14 de julio del 2013)
San Lucas 10,25 - 37
En aquel tiempo, un maestro de la Ley le preguntó a Jesús
para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para tener en
herencia vida eterna?" Él le dijo: "¿Qué está escrito en la Ley?
¿Cómo lees?" Respondió: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo
como a ti mismo. "Le dijo entonces: "Bien has respondido. Haz eso y vivirás."
Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: "Y
¿quién es mi prójimo?" Jesús respondió: "Bajaba un hombre de
Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle
y golpearle, se fueron dejándole medio muerto.
Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al
verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio
y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al
verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas
aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada
y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y
dijo: "Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando
vuelva." ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en
manos de los salteadores?" Él dijo: "El que practicó la misericordia
con él." Le dijo Jesús: "Vete y haz tú lo mismo." PALABRA DEL
SEÑOR
COMENTARIO:
Muy estimados hermanos(as) en el Señor, Paz y Bien:
La parábola del buen samaritano que acabamos de escuchar me
trae a la memoria la experiencia de vida de Sam Francisco de Asís: “Después, el
santo enamorado de la perfecta humildad se fue a donde los leprosos; vivía con
ellos y servía a todos por Dios con extremada delicadeza: lavaba sus cuerpos
infectos y curaba sus úlceras purulentas, según él mismo lo refiere en el
testamento: «Como estaba en pecado, me parecía muy amargo ver leprosos; pero el
Señor me condujo en medio de ellos y practiqué con ellos la misericordia» (Test
1-2). En efecto, tan repugnante le había sido la visión de los leprosos, como
él decía, que en sus años de vanidades, al divisar de lejos, a unas dos millas,
sus casetas, se tapaba la nariz con las manos. Mas una vez que, por gracia y
virtud del Altísimo, comenzó a tener santos y provechosos pensamientos,
mientras aún permanecía en el siglo, se topó cierto día con un leproso, y,
superándose a sí mismo, se llegó a él y le dio un beso. Desde este momento
comenzó a tenerse más y más en menos, hasta que, por la misericordia del
Redentor, consiguió la total victoria sobre sí mismo. También favorecía, aun
viviendo en el siglo y siguiendo sus máximas, a otros necesitados,
alargándoles, a los que nada tenían, su mano generosa, y a los afligidos, el
afecto de su corazón. Pero en cierta ocasión le sucedió, contra su modo
habitual de ser -porque era en extremo cortés-, que despidió de malas formas a
un pobre que le pedía limosna; en seguida, arrepentido, comenzó a recriminarse
dentro de sí, diciendo que negar lo que se pide a quien pide en nombre de tan gran
Rey, es digno de todo vituperio y de todo deshonor. Entonces tomó la
determinación de no negar, en cuanto pudiese, nada a nadie que le pidiese en
nombre de Dios. Lo cumplió con toda diligencia, hasta el punto de llegar a
darse él mismo todo en cualquier forma, poniendo en práctica, antes de
predicarlo, el consejo evangélico” (Vida I de Tomas de Celano Cap. VII, 17).
Esos hombres apaleados por los ladrones del evangelio de
hoy, esos leprosos en los que Jesús sigue siendo injustamente crucificados por
la miseria humana y en el que San Francisco encontró a Jesús sufriente, esos heridos
y golpeados por la vida y la miseria y la enfermedad con quienes nos solemos
topar en la calle hoy nos tiene que interpelar si o si y preguntarnos qué
actitud asumo ante la necesitad de aquel que requiere una urgente ayuda y auxilio,
teniendo en cuenta que tú eres la mano de Dios desde el día de tu bautismo y te
dice Dios: “Tu eres mi hijo, yo te he engendrado” (Lc.3,22). Como nos portamos
ante la necesidad del prójimo? Somos como el sacerdote indiferente del
evangelio? Somos como el levita también indiferente o somos como el buen
samaritano del evangelio, y como el Buen pobre de Asís quien en el beso al leproso supo toparse con el mismo Jesús que sufre?
Ante cruentas realidades y las necesidades de ayuda las
bonitas palabras no tienen sentido por eso Jesús presenta la verdad de nuestra
fe, de nuestra religiosidad y de la misma Iglesia situada en un contexto real.
Lucas dice muy finamente que por allí pasan "casualmente" un
sacerdote y un levita, se ve que no era normalmente su camino porque su camino
era el del templo, hasta es posible que viniesen del Templo. Sacerdote y levita
al verlo al herido "dan un rodeo", es decir, cierran los ojos o miran
a otra parte. Es una manera gráfica de expresar que el que sufre no existe para
ellos. Ellos viven otra realidad, la del templo, la de la ley. Viven encerrados
posiblemente en sus rezos.
Pero ahí está un samaritano que apesta por ser un pagano,
ese está de viaje. No viene del templo, va a sus negocios o a solucionar alguno
de sus problemas. Pero éste sí tiene ojos y tiene ojos en el corazón porque
"sintió lástima", "se acercó, le vendó las heridas, lo monta en
su cabalgadura y lo lleva a una posada" donde puedan atenderle mejor. Mete
la mano al bolsillo y paga los gastos.
Es una parábola que de hecho nos interpela para los que
viven la religión de la ley y del Templo. La gente religiosa no tiene ojos
porque no tiene sensibilidad en el corazón ante el sufrimiento humano, es una
religiosidad a la que no importa el dolor y el sufrimiento. Al respecto dice el
apóstol Santiago: “Si alguno se cree muy religioso, pero no controla sus
palabras, se engaña a sí mismo y su religión no vale. La religión verdadera y
perfecta ante Dios, nuestro Padre, consiste en esto: ayudar a los huérfanos y a
las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de este mundo”
(Stgo. 1,26-27).
Incluso el letrado del evangelio que pregunta a Jesús
demuestra que sabe mucho de la ley, pero no sabe quién es realmente su prójimo.
Sabe mucho de Dios, pero ignora quién pueda ser su prójimo. Una religiosidad de
la indiferencia ante los demás. Una religiosidad que no tiene ojos para ver al
que sufre. Como contraste, un samaritano, un pagano, uno que no sabe nada del
Templo y de Dios tiene "entrañas de compasión". Para colmo, Jesús le
dice al letrado: "que también él haga lo mismo." Que sea no como su
gente del templo, sino que sea como ese pagano. ¡También fuera de la Iglesia
puede haber mucho corazón, mucha solidaridad, mucha bondad! Hay que estar
atentos a lo que hacemos. Pues Dios no es de bonitas palabras sino sobre todo
misericordia y caridad: “la fe sin obras es una fe muerta” (Stgo 2,17).
El Maestro de la Ley, queriendo buscar justificaciones, le
hace a Jesús una pregunta: "¿Quién es mi prójimo?" La pregunta puede
tener sentido, ya que en aquel entonces el concepto de prójimo, como dice
Benedicto XVI, "se refería esencialmente a los conciudadanos y a los
extranjeros que se establecían en la tierra de Israel". Digamos que el
concepto de prójimo estaba demarcado más por la geografía que por los
sentimientos del corazón.
Por eso, el Papa nos ofrece una definición del prójimo mucho
más viva, más cordial, más íntima cuando escribe: "Mi prójimo es
cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar." El concepto
de prójimo no puede ser algo abstracto y genérico. El prójimo sin rostro no es
prójimo. Al prójimo hay que ponerle rostro, por eso puede "ser
cualquiera". El concepto de prójimo no lo definen las distancias, ni la
geografía, ni la cultura. Lo que define al prójimo es "alguien que tenga
necesidad y que yo pueda ayudar". No importa si es de aquí o de allí. No
importa el color que tenga.
Por eso mismo, la idea de prójimo "se
universaliza", aunque siempre tiene rostro concreto. Nuestra actitud para
con el prójimo tampoco puede ser genérica y abstracta. El prójimo
"requiere mi compromiso práctico aquí y ahora". Por eso mismo, añade
el Papa Benedicto XVI: "La Iglesia tiene siempre el deber de interpretar
cada vez esta relación de entre lejanía y proximidad, con vistas a la vida
práctica de sus miembros." (DC 15)
Prójimo no son solo los míos o mis amistades. El amor al
prójimo es tan universal como el amor de Dios. El prójimo se mide y valora ante
todo como persona y luego por sus necesidades. Son las necesidades las que nos
hace fijarnos en él. Son las necesidades las que nos hacen detenernos en
nuestras prisas para fijarnos en él. Esa es la actitud del buen Samaritano.
Hay dos rasgos fundamentales cuando hablamos del prójimo. La
primera, que el mismo Jesús se identifica con él: "Tuve hambre, sed,
estuve desnudo, en la cárcel, enfermo, viejo, y me visitasteis." El
prójimo es como la encarnación de Jesús sin nombre y anónima. La segunda, es la
relación tan íntima del prójimo con Dios hasta el punto de que Jesús anuncia el
primer mandamiento, pero añadiéndole el segundo del amor al prójimo. No hay
amor a Dios donde no hay amor al prójimo, como tampoco hay amor al prójimo que
no sea a la vez amor a Dios. De ahí que el Papa Benedicto XVI tenga una frase
que lo dice y expresa todo: "Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre
sí; en el más humilde encontramos a Jesús y en Jesús encontramos a Dios."
Nuestra experiencia nos lo dice. Con frecuencia creemos amar
a Dios, por más que no queramos saber nada con nuestro prójimo. Incluso podemos
confesarnos de un montón de tonterías, pero sin que nuestro corazón se
reconcilie con el prójimo. El amor de Dios y el odio o resentimiento son
irreconciliables. San Juan es bien explícito al respeto: "Quien dice amar
a Dios y aborrece al hermano, es un mentiroso; pues no ama a su hermano a quien
ve, no puede amar a Dios a quien no ve". (I Jn 4,20) Lo primero es primero:
Dios. Es que si en mi corazón no existe el amor de Dios, difícilmente podré
amar al prójimo. El amor al prójimo brota del mismo amor de Dios y es más, lo
expresa.
En su Encíclica, Benedicto XVI lo expresa muy bien: "Lo
que se subraya es la inseparabilidad entre el amor a Dios y el amor al prójimo.
Ambos están tan estrechamente entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es
en realidad un mentira si el hombre se cierra a su prójimo o incluso lo
odia." Además, añade una frase digna de pensarla: "Cerrar los ojos
ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios." No podemos
darnos vuelta en la esquina para no encontrarnos con el prójimo porque sería
dar vuelta a la esquina para no encontrarnos con Dios. No nos equivoquemos, el
amor al prójimo es como el termómetro que mide la temperatura de nuestro amor a
Dios. Por mucho que digamos, en tanto llevemos muerto en nuestro corazón al
prójimo no vivirá Dios en él. Hasta es posible que muchas de nuestras oraciones
terminen siendo inútiles porque oramos desde un corazón que no ama y se niega a
atender al prójimo.
Resumiendo con nuestra reflexión traemos en
recuerdo aquella gran profecía mesiánica: “Dios dijo: Los sacaré de las
naciones, los reuniré de entre los pueblos y los traeré de vuelta a su tierra. Los
rociaré con un agua pura y quedarán purificados; los purificaré de todas sus
impurezas y de todos sus inmundos ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré
dentro de ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y
les daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi Espíritu y haré que
caminen según mis mandamientos, que observen mis leyes y que las pongan en
práctica” (Ez. 36,24-27). Esta profecía tiene su cumplimiento como acto de
caridad de Dios para con toda la humanidad en su Hijo Cristo Jesús quien se ha
portado como el buen samaritano al darnos una gran ayuda de auxilio en nuestra salvación.
San Juan lo dice: “Tanto amó Dios al mundo le dio a su Hijo Único, para que
quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al
Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a
él” (Jn. 3,16-17).
CANCIÓN FRANCISCANA DEL "HERMANO LOBO"
sábado, 6 de julio de 2013
DOMINGO XIV - C (07/Julio/2013)
DOMINGO XIV - C (7/Julio/2013)
San Lucas 10,1-12.17-20:
En aquel tiempo El Señor designó a otros 72, y los envió de
dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde Él había de ir.
Y les decía: "La mies es abundante y los obreros pocos; rueguen, pues al
dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Pónganse en camino! Miren que les
envío como corderos en medio de lobos.
No lleven bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saluden a
nadie en el camino. En la casa en que entren, digan primero: "Paz a esta
casa." Y si hubiere allí un hijo de paz, su paz reposará sobre él; si no,
se volverá a Uds. Permanezcan en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que
tengan, porque el obrero merece su salario. No vayan de casa en casa. En la ciudad
en que entren y les reciban, coman lo que les pongan; curen los enfermos que
haya en ella, y díganles: "El Reino de Dios está cerca de Uds.
"En la ciudad en que entren y no les reciban, salgan a
sus plazas y díganles: "Hasta el polvo de su ciudad que se nos ha pegado a
los pies, y se los sacudimos. Pero sepan, con todo, que el Reino de Dios está
cerca. "Les digo que en aquel Día habrá menos rigor para Sodoma que para
aquella ciudad." PALABRA DE DIOS
COMENTARIO:
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y bien.
El domingo anterior trataba el tema de seguir y estar con Jesús:
“Mientras iban caminando, uno le dijo: Te seguiré adondequiera que vayas. Y
Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el
Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Él
respondió: Déjame ir primero a enterrar a mi padre. Le respondió: Deja que los
muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios" (Lc.
9, 57-60). Y decíamos que uno no puede llamarse a sí mismo, es Jesús quien
llama (Jn 15,16). Uno no puede irse al cielo por su cuenta: Que tengo que hacer
para llegar al cielo? -Pregunto el joven rico- Y Jesús dijo: “Cumple los
mandamientos de la ley de Dios”, El Joven decía ya cumplí todo. Y Jesús le dijo
que le falta algo más: vende todo y dáselo a los pobres y vente conmigo”
(Mc10,17).
En este domingo el tema es el ser enviado a una misión, pero
para ser enviado hay que estar con el maestro. El buen apóstol es el que antes
es un buen discípulo. Quien ha escuchado la llamada, comprenderá esta preocupación:
“La mies es mucha, los obreros son pocos” (Lc. 10,2). Los hombres y mujeres que
necesita a Dios y que quieren conocer la verdad son muchos, pero los
comprometidos en llevarles el Evangelio son pocos. Esta vez, Jesús no manda
solo a los Doce, manda a setenta y dos, es decir manda a todos los discípulos de
dos en dos.
La segunda preocupación del misionero es precisamente esta
advertencia: “Sepan que los envío como corderos en medio de lobos” (Lc 10,3).
La misión no será nada fácil. Con razón ya había dicho Jesús a los que se movían
por meras ilusiones: “Te seguiré adondequiera que vayas. Y Jesús le dijo: Las
zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no
tiene donde reclinar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame ir
primero a enterrar a mi padre. Le respondió: Deja que los muertos entierren a
sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios" (Lc. 9, 57-60). La misión
es para los sabios, decididos, arriesgados, valientes, pero para los humildes
de corazón (Mt 11,28).
La misión que les encarga es el Reino de los cielos y su propagación:
“El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en
el Evangelio” (Mc 1,15). Por tanto para tal misión no hace falta “llevar
monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni se detengan a visitar a conocidos. Al
entrar en cualquier casa, bendíganla antes diciendo: La paz sea en esta casa” (Lc
10,5).
Nada de quedar sentados calentando las bancas de la Iglesia.
El verdadero lugar del que lleva el evangelio de Jesús es el camino, no la
tranquilidad de la casa. Es el camino y no la tranquilidad de instalarnos
cómodamente en la Iglesia preocupados de que esté siempre limpia. El Evangelio
de hoy nos pide a todo bautizado no zapatos lustrados, sino pies sucios por el
polvo del camino. Nos invita ser parte de Iglesia en misión.
Al respecto este año, estamos en el año de la fe por tanto
estamos en la tarea de fortalecernos en la fe, con el único propósito de decir:
“hemos visto el Señor” (Jn 20,25). Porque de este encuentro con el Señor nace
una autentica misión. Benedicto XVI lo expresó muy bien cuando dijo: "La
Iglesia no está ahí para ella misma, sino para la humanidad." Y el Papa
actual ha dicho reiteradas veces que “tenemos que ser pastores con olor de
ovejas” Y como sabemos, por el año de la fe, este próximo 23 al 28 de este mes
de julio, el Papa tiene el Encuentro con los Jóvenes en Río de Janeiro y su
mensaje enviado a los jóvenes como preparación de este Encuentro, lo titula:
"¡Id y haced discípulos a todos los pueblos!" (Mt. 28,19-20)
El último aspecto a tenerse encuentra en el evangelio de hoy
es esto: “Sanen a los enfermos y digan a la gente: El Reino de Dios ha venido a
ustedes. Pero si entran en una ciudad y no quieren recibirles, vayan a sus
plazas y digan: Nos sacudimos y les dejamos hasta el polvo de su ciudad que se
ha pegado a nuestros pies. Con todo, sépanlo bien: el Reino de Dios ha venido a
ustedes” (Lc. 10,9-11). Jesús les pide que anuncien, pero haciendo signos que
hagan creíble la buena Noticia. "Curen enfermos." Demostrando que
Dios se preocupa del bienestar y la salud integral del hombre.
Esta misión del envió a los 72 no es sino un anticipo lo que
luego y en definitiva será cuando se consuma la redención, es decir la pasión,
muerte de nuestro Señor y su resurrección. Después de su resurrección, el Señor
Jesús se presentó muchas veces a los apóstoles, reforzando su fe y
preparándolos para el inicio de una gran misión evangelizadora, que les confió
de modo definitivo en el momento de su ascensión al cielo. Es entonces cuando
el Señor dirigió a sus apóstoles este mandato: «Id por todo el mundo y
proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc.16,15-16). De este momento el
Evangelista San Mateo recoge también estas otras palabras del Señor: “Id y
haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”
(Mt 28,19-20). El del Señor hace un llamado a ponerse en marcha, un envío con
su poder para continuar su propia misión reconciliadora y proclamar el
Evangelio a todas las culturas de todos los tiempos para transformar a modo de
fermento el mundo entero.
CON LA FUERZA DE SU ESPÍRITU
El Señor había mandado anteriormente a los discípulos a que
esperaran en Jerusalén la venida del Espíritu. Les había dicho: “Serán
bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días”(Hch1,8). Siguiendo
aquellas indicaciones volvieron al cenáculo y allí perseveraban en la oración en
compañía de María, preparándose de esta manera sus corazones para recibir el
Don prometido (Hch. 1,14).
Cincuenta días después de la resurrección del Señor sucedió
aquél imponente derroche del Espíritu sobre María y los apóstoles: “De repente,
un ruido del cielo, como de un viento impetuoso, resonó en toda la casa donde
se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían
posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a
hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería”
(Hch2,2-12). El Espíritu fortaleció interiormente a los hasta entonces temerosos
apóstoles y los lanzó al anuncio incontenible, ardoroso, valiente y audaz del
Evangelio, con el fin de encender el mundo entero: “Todos estaban asombrados y
perplejos, y se preguntaban unos a otros qué querría significar todo aquello. Pero
algunos se reían y decían: ¡Están borrachos! Entonces Pedro, con los Once a su
lado, se puso de pie, alzó la voz y se dirigió a ellos diciendo: Amigos judíos
y todos los que se encuentran en Jerusalén, escúchenme, pues tengo algo que
enseñarles. No se les ocurra pensar que estamos borrachos, pues son apenas las
nueve de la mañana, sino que se está cumpliendo lo que anunció el profeta Joel:
Escuchen lo que sucederá en los últimos días, dice Dios:
derramaré mi Espíritu sobre cualesquiera que sean los mortales. Sus hijos e
hijas profetizarán, los jóvenes tendrán visiones y los ancianos tendrán sueños
proféticos. En aquellos días derramaré mi Espíritu sobre mis siervos y mis
siervas y ellos profetizarán. Haré prodigios arriba en el cielo y señales
milagrosas abajo en la tierra. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en
sangre antes de que llegue el Día grande del Señor. Y todo el que invoque el
Nombre del Señor se salvará. Israelitas, escuchen mis palabras: Dios acreditó
entre ustedes a Jesús de Nazaret. Hizo que realizara entre ustedes milagros,
prodigios y señales que ya conocen. Ustedes, sin embargo, lo entregaron a los
paganos para ser crucificado y morir en la cruz, y con esto se cumplió el plan
que Dios tenía dispuesto. Pero Dios lo libró de los dolores de la muerte y lo
resucitó, pues no era posible que quedase bajo el poder de la muerte” (Hch
2,12-24).
Hoy como ayer, el Espíritu Santo es el protagonista de la
evangelización. Este Don divino comunicado a hombres y mujeres frágiles y
débiles como nosotros es, al mismo tiempo, luz y fuerza: luz, para anunciar el
Evangelio, la verdad plenamente revelada por Dios en Jesucristo; fuerza, ardor
y vitalidad para proclamar e irradiar el Evangelio a todos los seres humanos,
para dar testimonio de la fe venciendo todo miedo, complejo o limitación. De
este modo se cumplía y se cumple también hoy lo que el Señor había anunciado ya
anteriormente a sus discípulos: “Recibieran la fuerza del Espíritu Santo, que
vendrá sobre Uds. y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y
hasta los confines de la tierra” (Hch. 1,8).
“ID POR TODO EL MUNDO Y PROCAMAD EL EVANGELIO” (Mc 16,15)
Jesús les volvió al decir: “¡La paz esté con ustedes! Como
el Padre me envío a mí, así los envío yo también.” Dicho esto, sopló sobre
ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus
pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos” (Jn
20,21-23).
Dios nos ha llamado a cada uno por nuestro nombre, nos ha
ungido y nos ha enviado, haciéndonos partícipes de la misión de su Hijo amado.
Tenemos también hoy en nosotros la fuerza del Espíritu y experimentamos el
dinamismo expansivo de la Buena Nueva: ¡no podemos contener su anuncio! Arde en
nuestro corazón un fuego que necesita comunicarse (Jer. 20,9) y expandirse
encendiendo otros corazones con el anuncio del Evangelio, buscando ganarlos
para el Señor con el testimonio de una vida que llevando al Señor muy dentro lo
irradia con su sola presencia. Eso no puede sino expresarse en la creciente
coherencia con que en la vida cotidiana vivimos el Evangelio que predicamos.
Por ello la semilla de la Buena Nueva espera y necesita ser acogida por
nosotros mismos cada día, pues está llamada a germinar y dar frutos de conversión
y santidad en mí, para que de ese modo pueda anunciarla de modo creíble y convincente
a todas las personas.
Jamás podemos olvidar que la evangelización del
mundo entero pasa a través de nuestra propia santidad, posible sólo en la
medida en que cada uno sepa acoger el Espíritu divino en sí dejándose transformar
por su dinamismo de amor. No olvidemos que nadie da lo que no tiene: ninguno de
nosotros podrá transmitir al Señor si no lo lleva dentro, si cada día no le abre
la puerta de su corazón y se encuentra con Él. Si no arde el fuego del amor del
Señor en nuestros corazones (Lc. 24,32), ¿cómo podremos encender otros
corazones, cómo podremos encender el mundo entero? Al respecto y con mucha razón
San Pablo: “Ahora ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20) Pero también
exclamó llego de gozo: ¡pobre de mí si no proclamo el Evangelio! (Icor 9,16)
.
sábado, 29 de junio de 2013
DOMINGO XIII - C (30/Jun/2013)
PALABRA DE DIOS: DOMINGO XIII - C (30/Jun/2013): DOMINGO XIII – C / 30 DE Junio 2013 San Lc. 9,51-62: En aquel tiempo, sucedió que como se iban cumpliendo los días de su ascensi...
DOMINGO XIII - C (30/Jun/2013)
DOMINGO XIII – C / 30 DE Junio 2013
San Lc. 9,51-62:
En aquel tiempo, sucedió que como se iban cumpliendo los
días de su ascensión, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió
mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos
para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a
Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: "Señor,
¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?" Pero
volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo.
Mientras iban caminando, uno le dijo: "Te seguiré
adondequiera que vayas." Jesús le dijo: "Las zorras tienen guaridas,
y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la
cabeza." A otro dijo: "Sígueme." Él respondió: "Déjame ir primero
a enterrar a mi padre." Le respondió: "Deja que los muertos entierren
a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios." También otro le dijo:
"Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa." Le
dijo Jesús: "Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto
para el Reino de Dios."
PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÒN:
Muy estimados amigos en
el Señor Paz y Bien.
¿Nos sentimos aludidos con
el Evangelio de hoy o somos de los que son indiferentes a quienes les da lo mismo
estar con Dios o con el demonio? Dice la Biblia que Dios quiere el corazón del
hombre sincero: “Cuando me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; y
cuando me busquen me encontrarán, siempre que me imploren con un corazón puro y
sincero” (Jer 29,12-13). Bien, presumo que se dieron cuenta de que el relato
del Evangelio de hoy tiene dos partes pero que en el fondo son el complemento
de una sola realidad: el estar con Dios, ya de camino, ya en la alegría, o en
la tristeza y en toda circunstancia. Al respecto Pedro dijo: “Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí!
Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Pero
no sabía lo que decía. Estaba todavía hablando, cuando se formó una nube que
los cubrió con su sombra, y al quedar envueltos en la nube se atemorizaron. Pero
de la nube llegó una voz que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo”
(Lc 9,33-35).
En la primera escena es
de advertirse que los apóstoles reflejan el lado humano, una reacción violenta
de los discípulos que quieren pedir fuego para quemar vivos a aquellos
samaritanos que no quieren dar alojamiento a Jesús por la sencilla razón que va
camino de los judíos (Lc. 9,53). Los discípulos llevaban fuego más que amor.
Ante el rechazo de Jesús por los samaritanos, tratan de solucionar el problema
"pidiendo fuego para que acabe con ellos". La gran tentación de hoy
es esto precisamente, hacer las cosas como se nos parezca. Estar con Dios, pero
hacer como nosotros queremos.
Ya había advertido Jesús a
los apóstoles: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán
condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará... Porque con la
medida que ustedes midan, serán medidos ustedes” (Lc 6,36). Las revoluciones
necesitan sangre, pero es el criterio humano. Por eso todas las revoluciones
terminan dividiendo: vencedores y vencidos. Comprométete en una revolución en
la que todos terminemos siendo más hermanos. Las revoluciones se hacen con
violencia, pero tú puedes hacer una revolución diferente: la revolución del
amor. La revolución del amor no necesita sangre, le basta el amor (Jn 13,34).
El reto nuestro es esto:
Si queremos un mundo distinto, no
esperemos el cambio de los demás, comencemos a cambiar nosotros mismo. El mundo
comienza a ser distinto cuando tú has cambiado. No pretendas cambiar el mundo
con el sacrificio de los demás eso no es querer de Dios. Jesús también quiso
cambiar el mundo, pero para ello comenzó por ofrecerse a sí mismo hasta la
muerte. Cuando alguien es capaz de morir por el otro, el otro comienza a ser
diferente. “Estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del Hombre va a ser
entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley; lo
condenarán a muerte y lo entregarán a los extranjeros y lo mataran, pero al
tercer día resucitara” (Mc 10,33)
Si anhelamos una sociedad
más justa, comencemos por ser justo con los demás: “Traten a los demás como
quieren que ellos les traten a ustedes” (Lc 6,31). Así pues, se justo con tu
esposa, con tu esposo. Justo con tus hijos. Justo con tus padres y tus
hermanos. Justo con todos. Ahí comienza la justicia del mundo.
No exijas porque
encontrarás resistencias. Ofrece y verás cómo los corazones se te abren y se
hacen más blandos. No pidas, no reclames. Haz de tu vida un ofrecimiento y un
regalo, verás que alguien comenzará ya diciéndote: gracias. Cuando alguien te
dice gracias, algo está cambiando dentro de su corazón. ¿No creen ustedes que
todos llevamos dentro también mucha violencia (fuego) contra todos, pero
sobretodo contra aquellos que atacan a la Iglesia, hablan más de la Iglesia o
atacan a la Iglesia o incluso a nuestras ideas políticas? Habría que mirar bien
dentro de nosotros. Es posible no seamos tan mansos como parecemos. Jesús había
dicho: “El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena
semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró
encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto,
apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a
decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que
tiene cizaña?" El les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Le
dice los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?" Les dice:
"No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquen a la vez el trigo. Déjenlo
que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los
segadores: Recojan primero la cizaña y atenla en gavillas para quemarla, y el trigo
recojan en mi granero" (Mt 13,24-30).
Como complemento de lo
tratado, en la parte segunda se nos plantea el problema fundamental de nuestra
fe y nuestra relación con Jesús. Con frecuencia, damos mucha importancia a
nuestras devociones, sobretodo, aquellas que nos ofrecen seguridad, pero nos
olvidamos que lo esencial del cristiano es el "seguimiento de Jesús".
Esto es lo serio del Evangelio, de ahí que nos encontremos con tres situaciones
que, de alguna manera nos marcan el camino y el sentido de lo que significa
"seguir a Jesús". Digamos que aquí hay algo más que estampitas
bonitas con bonitas oraciones. Aquí hay decisiones radicales donde el sí es sí
y el no es no. Jesús no anda con medias tintas. Ni el cristiano está llamado a
"vivir a la moda" o según soplan los vientos. Ello presupone
renunciar radicalmente a los peros que en decir verdad vienen de nuestros
caprichitos. Y es que nos gusta engreírnos y Dios como nos gustaría o quisiéramos
que nos engría. Pero mucho cuidado, estas cositas personales no tienen nada que
ver con el querer de Dios o sino recordemos aquel caprichito de Pedro:
Cuando llegó a Simón
Pedro, éste le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?» Jesús le
contestó: «Tú no puedes comprender ahora lo que estoy haciendo. Lo comprenderás
más tarde.» Pedro replicó: «Jamás me lavarás los pies.» Jesús le respondió: «Si
no te lavo, no podrás tener parte conmigo.» Entonces Pedro le dijo: «Señor,
lávame no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.» Jesús le dijo:
«El que se ha bañado, está completamente limpio y le basta lavarse los pies. Y
ustedes están limpios, aunque no todos.» (Jn 13,6-10)
Hay un radicalismo donde
se trata de nadar contra corriente, muchas veces, ni se trata de agarrarnos al
pasado. El seguimiento es siempre un camino que hay que andar y que
constantemente nos desinstala de nuestras seguridades. El seguimiento de Jesús
no nos asegura contra nada sino que nos sitúa frente al desafío con frecuencia
de la imprevisible.
El Evangelio de hoy nos
plantea un problema al que posiblemente le estamos dando poca importancia. Se
habla aquí de tres pretensiones de seguimiento y de tres respuestas que pueden
sonarnos algo extrañas. Jesús que pone dificultades a quien, sin ser llamado,
pretende seguirle. A otro lo invita a seguirle, no se niega, pero pone
condiciones que en sí parecen razonables, pero que Jesús no acepta. Un tercero
que también se ofrece, pero con ciertas condiciones. Total que ninguno de los tres
termina siguiendo a Jesús. El seguimiento es ante todo una llamada y nuestra
condición de cristianos es la de "seguidores de Jesús", pero aquí
surgen serios problemas. Seguir a Jesús no es nada fácil porque seguirle es
andar su propio camino y es correr los mismos riesgos que Él. Seguir a Jesús no
puede quedarse en simple buena voluntad ni en simples actos de piedad, seguir a
Jesús es poner en riesgo lo que somos y lo que tenemos, nuestro presente y
nuestro futuro. Seguir a Jesús requiere un convencimiento radical por el que
estamos dispuestos a no tener donde reclinar la cabeza, no tener una cama para
descansar tranquilo, sino vivir constantemente a impulsos del Espíritu.
Pero, además, cuando
decimos seguirle asumimos la decisión de romper con todo y comprometernos con
la libertad del Reino por encima de todos los demás intereses. Tendríamos que
preguntarnos la razón por la que somos cristianos y tendríamos que preguntarnos
si nuestro ser cristiano nos lleva realmente a jugarnos enteros porque Dios en
su Hijo se jugó todo por el hombre y su salvación (Jn3,16).
Puede que muchos seamos
cristianos para asegurarnos la benevolencia de Dios y estar seguros de que Dios
no nos fallará. Puede que le sigamos para asegurarnos la salvación. Cumplimos
para salvarnos. En el fondo, decidimos ser cristianos como quien quiere
asegurar su futuro y su salvación. Es un precio que tenemos que pagar. En tanto
que cuando hablamos de seguimiento implica que hemos descubierto de verdad el tesoro
que es Jesús y que estamos dispuestos a vivir en la inseguridad, porque cada
día la ponemos en riesgo por fidelidad al Evangelio. La religión no puede ser
ni una caja de seguridad, ni tampoco pensar que con ello Dios está obligado a
escucharnos y sacarnos de nuestras dificultades. Pero eso sí, quede muy claro,
quien sigue sin peros a Jesús tendrá su recompensa: “Pedro dijo a Jesús: Nosotros
lo hemos dejado todo para seguirte. Y Jesús contestó: En verdad les digo:
Ninguno que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos
por mi causa y por el Evangelio quedará sin recompensa. Pues, aun con
persecuciones, recibirá cien veces más en la presente vida en casas, hermanos,
hermanas, hijos y campos, y en el mundo venidero la vida eterna” (Mc. 10,28).
Terminamos nuestra reflexión
con la misma cita con la que Jesús terminaba en el domingo anterior: “El Hijo
del Hombre tiene que sufrir mucho y ser rechazado por las autoridades judías,
por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley. Lo condenarán a
muerte, pero tres días después resucitará. También Jesús decía a toda la gente:
Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de
cada día y que me siga. Les digo: el que quiera salvarse a sí mismo se perderá,
y el que pierda su vida por causa mía, se salvará. ¿De qué le sirve al hombre
ganar el mundo entero si se pierde o se disminuye a sí mismo? Si alguien se
avergüenza de mí y de mis palabras, también el Hijo del Hombre se avergonzará
de él cuando venga en su gloria y en la gloria de su Padre con los ángeles
santos (Lc. 9,22-26).
Por tanto vale la pena
seguir a Jesús porque él es todo en todo y así lo dicen San Pablo: “Den gracias
al Padre que nos preparó para recibir nuestra parte en la herencia reservada a
los santos en su reino de luz. Él nos arrancó del poder de las tinieblas y nos
trasladó al Reino de su Hijo amado Cristo Jesús. En él nos encontramos
liberados y perdonados. Porque él es la imagen del Dios que no se puede ver, y
para toda criatura es el Primogénito, porque en él fueron creadas todas las
cosas, en el cielo y en la tierra, el universo visible y el invisible, Tronos,
Gobiernos, Autoridades, Poderes. Todo fue hecho por medio de él y para él. El
existía antes que todos, y todo se mantiene en él. Y él es la cabeza del
cuerpo, es decir, de la Iglesia, él que renació primero de entre los muertos,
para que estuviera en el primer lugar en todo. Así quiso Dios que «el todo» se
encontrara en él y gracias a él fuera reconciliado con Dios, porque la sangre
de su cruz ha restablecido la paz tanto sobre la tierra como en el mundo de
arriba… Pero con su muerte Cristo los reconcilió y los integró a su mismo ser
humano mortal, de modo que ahora son santos, sin culpa ni mancha ante él” (Col
1,12-22). Así, Jesús es modelo de vida a seguir para toda la humanidad, por eso
san Pablo mismo exclamó de gozo: “Más aún, todo lo considero al presente como
peso muerto, en comparación con eso tan extraordinario que es conocer a Cristo
Jesús, mi Señor. A causa de él ya nada tiene valor para mí, y todo lo considero
basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8).
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