DOMINGO
IV – B (01 de febrero del 2015)
Proclamación del santo evangelio según San Marcos
1,21-28:
En aquel
tiempo Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y el
sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su
enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los
escribas.
Había en la
sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar:
"¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con
nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo increpó,
diciendo: "Cállate y sal de este hombre". El espíritu impuro lo
sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre. Todos
quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña
de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y
estos le obedecen!" Y su fama se extendió
rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Queridos(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
“Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien
tiene autoridad y no como los escribas” (Mc 1,22). ¿Por qué la primera reacción
de la gente de Cafarnaún hacia Jesús haya sido el reconocimiento de su
autoridad? Porque
era gente cansada de recibir enseñanzas que eran puras imposiciones, puras
prohibiciones y repeticiones siempre de lo mismo. Como Jesús dirá en otra
ocasión: enseñan pero no viven, dicen pero no hacen lo que dicen (Mt 23,3).
Si
lees bien el texto: “Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros:
"¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes
a los espíritus impuros, y estos le obedecen!” (Mc 1,27) es complemento a (Mc 1,22) y tenemos tres afirmaciones del
pueblo. “Se quedaron atónitos de su doctrina, porque no enseñaba como los
escribas, sino con autoridad.” Luego una
segunda: “Este enseñar con autoridad es nuevo.” Y la tercera: “Hasta a los
espíritus inmundos les manda y le obedecen.” Y nos sugiere dos ideas: el tema
de la autoridad autentica y el tema de la autoridad falsa (mal, demonio).
a.- Autoridad
autentica o verdadera: El Evangelio de hoy nos sitúa ante las primeras
impresiones que la gente tiene acerca de Jesús. Y resulta curioso que la
primera reacción haya sido de reconocer la superioridad de la enseñanza de
Jesús por encima de los escribas, los especialistas de la ley (Mc 1,22). Lo
primero que reconocen en Él es “la autoridad con la que enseña”. “Este modo de
enseñar es nuevo”, aquí hay algo distinto a lo que los escribas dicen que no
hacen sino hablar comentando la ley de Moisés y los Profetas (Mt 23,3). Pero
aquí hay algo más, hay una novedad, Jesús no es un comentarista. Jesús habla de
lo que sabe, de lo que Dios le inspira y de lo que el Espíritu Santo despierta
en su corazón: “El que me envió está en la verdad, y lo que aprendí de él
es lo que enseño al mundo” (Jn 8,26). Entonces, aquí radica la diferencia: La enseñanza de los letrados esclaviza. La enseñanza de Jesús es liberadora, es una invitación al amor y a la libertad y el respeto a la persona. Que bien se puede resumir en un nuevo mandato: “Que se amen unos a otros como les he amado” (Jn 13,34).
es lo que enseño al mundo” (Jn 8,26). Entonces, aquí radica la diferencia: La enseñanza de los letrados esclaviza. La enseñanza de Jesús es liberadora, es una invitación al amor y a la libertad y el respeto a la persona. Que bien se puede resumir en un nuevo mandato: “Que se amen unos a otros como les he amado” (Jn 13,34).
Un
Evangelio de suma actualidad, precisamente hoy es que la autoridad ha perdido
fuerza y sentido porque hoy ya no creemos tanto en la autoridad que nace del
puesto que uno ocupa o del poder que tiene, sino que creemos en la autoridad de
la persona misma, de la verdad y autenticidad de la persona y en la medida en
que esta autoridad es una llamada al respeto de los demás, a la libertad de los
demás y a la promoción y desarrollo de los demás. Es decir, hoy creemos a la
autoridad no del que manda sino del que pone su vida en actitud de servicio a
los demás y así nos enseñó el Señor cuando dijo: “Entre ustedes no debe suceder
así Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y
el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del
hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate
por una multitud" (Mt 20,26-28). De esta actitud de servicio es como nace
la autoridad autentica.
Y para
entrar en el segundo tema: Una autoridad capaz de sacar de nuestros corazones
esos malos espíritus que nos esclavizan: “Si yo expulso a los demonios con la
fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes
(Lc 11,20). La autoridad que brota de la dignidad misma de la persona que
manda. Más que mandar, la verdadera autoridad sirve a los demás. Más que
sentirse superior, la verdadera autoridad es la que siente superiores a los
demás. Una verdadera autoridad no se impone por el miedo, sino por el amor. Hoy
tenemos más miedo a la autoridad que un verdadero amor y cariño. Por eso pienso
que el Evangelio de hoy es una llamada de atención para todos, para los que
enseñan y mandan y para los que escuchan y obedecen.
b.-
El Evangelio que acabamos de oír, también nos relata la expulsión de un demonio
por Jesús: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para
acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo
increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre" (Mc 1,24-25). Fíjese
que el demonio reconoce a Jesús como el Santo de Dios. Nos recuerda lo de (Lc
1,35). Luego viene: “El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un
gran alarido, salió de ese hombre” (Mc 1,26). Es decir obedeció a Jesús.
Tal vez, este hecho nos suena a nosotros un
poco raro porque el demonio resulta obediente pero ¿esa obediencia será
autentica? Pero también el estar poseído por un demonio nos parece algo
exclusivo de los tiempos pasados. Sin embargo sucede también en nuestros días,
aunque sea poco frecuente. Pero el problema de fondo para el hombre de hoy es
la pregunta, si el demonio como persona existe o no. Resulta que el hombre
moderno e incluso el cristiano moderno apenas creen en el demonio. Éste ha
conseguido realizar en nuestros días, su mejor maniobra, es decir hacer que se
dude de su existencia.
En
el primer libro se nos narra: “La serpiente era el más astuto de
todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer: ¿Cómo
es que Dios les ha dicho: No coman de ninguno de los árboles del jardín? Respondió
la mujer a la serpiente: Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Más
del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No coman de
él, ni lo toquen, so pena de muerte. Replicó la serpiente a la mujer: De
ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman
de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del
mal." Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer,
apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y
comió, y dio también a su marido y comió” (Gn 3,1-6).
Dios ya había creado un mundo de espíritus
puros: los ángeles. Ellos se dividieron en dos bandos: unos fieles a Dios (Lc
1,26-28) y otros rebeldes en contra de Él como ya se nos narra en Génesis.
Éstos fueron arrojados al infierno y buscan, desde entonces, contrarrestar el
poder y dominio de Dios. Y porque no les es dado enfrentarse directamente con
Dios, lo hacen indirectamente. Tratan de arrebatarle su creatura preferida de
la tierra: el hombre. Así cada uno de nosotros es un campo de lucha en el que
se enfrentan el bien y el mal, las fuerzas divinas y las fuerzas diabólicas.
¿Quién negaría tal realidad? Nadie de nosotros va a ser tan ingenuo de creerse
fuera de esa lucha permanente. Cada uno de nosotros experimenta esta tensión,
este conflicto en su propio cuerpo y en su propia alma. Nos damos cuenta de que
un ser fuerte obra en nosotros y nos quiere imponer su voluntad, y que
necesitamos a otro más fuerte para liberarnos.
Fuimos
liberados ya el día de nuestro bautismo. Pero el demonio volvió a nosotros y lo
dejamos entrar de nuevo, por medio de nuestros pecados. La gran obra del diablo
es el pecado. Él es el “padre del pecado”. La realidad del mal - que lleva a
los hombres a matar, robar y engañar; que hace triunfar al injusto y sufrir al
justo; que vuelve egoístas a los que tienen ya demasiado y lleva a la
desesperación a los marginados - todo esto y mucho más es su obra, bien
presente y actual en nuestro mundo. Realmente, el hombre no vive solo su
destino. Es incapaz de ser absolutamente independiente. O se entrega a Dios o
es encadenado por el demonio.
Tanto
en el bien como en el mal, no somos nosotros los que vivimos: es Cristo o
Satanás el que vive y triunfa en nosotros. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos
del diablo! Me recuerda un cuento: Un cura párroco y un burlón viajan juntos en
el mismo tren. Éste le dice: “¿Ya sabe la noticia? Ayer murió el diablo y hoy
va a ser enterrado”. Entonces todo el mundo espera la respuesta del cura. Éste
sonreía nomás y empieza a buscar algo en sus bolsillos. Por fin encuentra una
moneda y se la da al burlón diciendo: “Siempre tuve mucha compasión con los
huérfanos”. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo!
Jesucristo
choca, desde el comienzo de su misión, con esta potencia del mal increíblemente
activa y extendida por el mundo. Por todas partes Jesús la descubre, la
expulsa, la destrona. En este contexto debemos ver también el Evangelio de hoy.
En el centro del texto no está el poseído por el demonio, sino Cristo mismo. En
Él debe fijarse nuestra mirada. Porque nosotros mismos no lograremos soltarnos
del poder del demonio. Con nuestras propias fuerzas no podremos vencer el mal
dentro de nosotros.
Es
necesario que Cristo nos fortalezca en nuestra lucha diaria contra el enemigo.
Es necesario que Cristo nos libere, paso a paso, de su poder destructor. También
María, la vencedora del diablo, ha de ayudarnos en ello. Como Cristo procedió,
en el Evangelio de hoy, con el poseído, así quiere expulsar la injusticia, la
mentira, el odio y todo el mal de esta tierra. Quiere en nosotros y por
nosotros crear un mundo nuevo mejor, renovar la faz de la tierra. Quiere
construir una Nación de Dios, donde reinan la verdad, la justicia y el amor.
Queridos hermanos, también nosotros seremos, un día, totalmente libres de la
influencia del maligno. Será en el día feliz de nuestro encuentro final con
Dios, de nuestra vuelta a la Casa del Padre.
Termino con las
palabras del apóstol San Pedro: “Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su
enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo
firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos dispersos por el mundo padecen los mismos
sufrimientos que ustedes” (I Pe 5,8-9).