II DOMINGO DE CUARESMA – C (17 de marzo de 2019)
Proclamación del Evangelio San Lucas 9,28-36:
9:28 Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a
Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar.
9:29 Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus
vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante.
9:30 Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías,
9:31 que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la
partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
9:32 Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero
permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que
estaban con él.
9:33 Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús:
"Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías". Él no sabía lo que decía.
9:34 Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y
al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor.
9:35 Desde la nube se oyó entonces una voz que decía:
"Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo".
9:36 Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los
discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían
visto. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Dios dice al pueblo “Pongo ante ti cielo y tierra; vida y
muerte; bendición y maldición. Escoge la vida, amando a tu Dios, escuchando su
palabra y uniéndote a Él” (Dt 30,19). Dios mismo dice en referencia a su Hijo: “Este
es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo
he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones” (Is
42,1). Y Jesús cuando se bautizó, el
Espíritu Santo descendió sobre él como una paloma. Se oyó entonces una voz del
cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi
predilección" (Lc 3,22). Luego dice Jesús en el inicio de su ministerio: “El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me
envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los
cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar
un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). Y al final de su ministerio Jesús
recibe esta nuevo mensaje de parte del Padre: "Este es mi Hijo, el
Elegido, escúchenlo" (Lc 9,35).
En el ser del Hijo está el mismo ser Padre: “Yo y el Padre
somos una sola realidad” (Jn 10,30). Dios se deja ver en su Hijo; en el domingo
anterior en la parte humana, hoy en la parte divina. Es decir, Jesús en la transfiguración
se deja ver un momento en el cielo.
La II Divina Persona, Jesús es la manifestación del amor de
Dios a favor de toda la humanidad, pues así manifiesta Jesús a Nicodemo: “Tanto
amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él
no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para que
el mundo se condene, sino que el que cree en Él se salve. El que cree en él, no
será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el
nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Completando la idea, mismo Jesús
dice: “Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre» (Jn
16,28). El voy al padre o estar con el Padre es estar en el mismo cielo pero
para estar en este estado requiere la purificación y de eso se trata el tiempo
de la cuaresma: En el camino de la cuaresma entramos una nueva escena “alta” en
la vida de Jesús: la transfiguración. Se puede decir que éste es el momento
culminante de la revelación de Jesús en el cual se manifiesta a sus discípulos
en su identidad plena de “Hijo”. Ellos ahora no sólo comprenden la relación de
Jesús con los hombres, para los cuales es el “Cristo” (Mesías), sino su secreto
más profundo: su relación con Dios, del cual es “el Hijo” (Mc 1,11). Entremos
en el relato con el mismo respeto con que lo hicieron los discípulos de Jesús
al subir a la montaña y tratemos de recorrer también nosotros el itinerario
interno de esta deslumbrante revelación con sabor a pascua.
En el domingo anterior, Primer Domingo de Cuaresma El Señor
nos enseñó con su ejemplo cómo debemos afrontar las tentaciones del demonio (Mt
4,1-11) Lo que claramente nos indica que el Hijo Único de Dios es hombre de
verdad, que sintió hambre, pero que el enemigo
quiso aprovecharse de esta carencia para someterlo y nunca pudo. El Hijo
de Dios no solo se rebajó para ser uno como nosotros: “El, que era de condición
divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar
celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de
servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto
humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por
eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al
nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los
abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el
Señor” (Flp 2,6-11). En todo igual a nosotros, menos en el pecado (Heb 4,15). Y
en el credo confesamos esta verdad: “Descendió al infierno y al tercer día
resucito de entre los muerto y subió al
cielo…”
Pues, fíjense que estas enseñanzas divinas se nos ilustra en
dos partea: el domingo pasado en la parte humana del Hijo de Dios (Lc 41-13).
Hoy en el II domingo de cuaresma la
manifestación de la parte Divina: Jesús tomó consigo a Santiago, Pedro y Juan…
mientras estaban en oración se transfiguro… “ (Lc 9,28-36). Ya no es el Jesús
tentado y con hambre, sino el Jesús transfigurado y glorificado, como un sol
brillante en la cima del Tabor que es el cielo.
¿Cuál es el mensaje que acuña el evangelio de Hoy? Que este
tiempo de cuaresma, tiempo de conversión, ayuno y oración, que es tiempo de
ascensión al monte tabor (cielo); que en este tiempo de oración terminemos en
la sima del tabor contemplando el rostro de Jesús transfigurado, y glorificado
(Mt 17,1-9). Esta es la mayor riqueza de la vida espiritual de los hijos de
Dios. Y así nos lo reitera mismo Juan: “Queridos míos, desde ahora somos hijos
de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se
manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. El que
tiene esta esperanza en él, sea santo, así como él es santo” (I Jn 3,2-3).
Qué maravilla saber que
la riqueza espiritual que llevamos dentro del cuerpo mortal, un día
tengamos que, como premio experimentar y contemplar a Jesús transfigurado, que
no es sino el mismo cielo. Pero para eso hace falta despojarnos de lo terrenal
y subir a orar, como Jesús esta vez acompañado de los tres discípulos
preferidos: Pedro, Santiago y Juan. Lo maravilloso del Tabor es verlo iluminado
con la belleza interior de Jesús. Allí se transfiguró, dejó que toda la belleza
de su corazón traspasase la espesura del cuerpo y todo Él se hiciese luz ante
el asombro de los tres discípulos y como Pedro exclamar: “Señor, ¡qué bien
estamos aquí! Si quieres, levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías».” (Mt 17,4)
Toda oración bien hecha nos encamina al encuentro con el
Padre, la oración debe transformarnos. La oración nos debe hacer transparentes.
Transparentes a nosotros mismos, transparentes ante los demás, trasparentes
ante Dios. En la oración debemos vivimos nuestra real y verdad dimensión humana
y divina por la gracia de Dios (Mt 5,23).
La transfiguración del Señor nos debe situar ante la verdad
que viene de Dios: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán
verdaderamente mis discípulos, entonces conocerán la verdad y la verdad los
hará libres» (Jn 8,31). Libres de las tinieblas, que es el infierno (Lc
16,19-31).
En la Transfiguración del Señor, Dios nos habla de que algo
nuevo comienza, que lo viejo ha llegado a su fin: “A vino nuevo, odres nuevos”
(Mc 2,22). Ahora en la transfiguración apareció el Antiguo Testamento: Moisés y
Elías. Ellos son los testigos de que lo antiguo termina y de que ahora comienza
una nueva historia. Ya no se dirá “escuchen a Moisés”, sino “éste es mi hijo el
amado, mi predilecto: escúchenlo”(Mt 7,5). Ello aplicado a la Cuaresma bien
pudiéramos decir que es una invitación a la oración como encuentro con Dios, al
encuentro con nosotros mismos, además de un abrirnos a la nueva revelación de
Jesús.
“Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero
permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que
estaban con él” (Lc 9,32). En este tiempo de cuaresma es importante mantenernos
despiertos y en oración, pue así nos exhorta el mismo Señor: “Después volvió
junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: ¿Es
posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora?
Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está
dispuesto, pero la carne es débil" (Mt 26,40-41).