DOMINGO V DEL TIEMPO DE PASCUA – A (10 de Mayo del 2020)
Proclamación del Santo Evangelio según San Juan: 14,1-12
14:1 "No se turben. Crean en Dios y crean también en
mí.
14:2 En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no
fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar.
14:3 Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré
otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también
ustedes.
14:4 Ya conocen el camino del lugar adonde voy".
14:5 Tomás le dijo: "Señor, no sabemos adónde vas.
¿Cómo vamos a conocer el camino?"
14:6 Jesús le respondió: "Yo soy el Camino, la Verdad y
la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí.
14:7 Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya
desde ahora lo conocen y lo han visto".
14:8 Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso
nos basta".
14:9 Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que
estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al
Padre. ¿Cómo dices: "Muéstranos al Padre"?
14:10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está
en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que
hace las obras.
14:11 Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo,
al menos, por las obras.
14:12 Les aseguro que el que cree en mí hará también las
obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor resucitado Paz y Bien.
REFLEXIÓN EXEGÉTICA:
“Cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra
vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes”
(Jn 14,3). Para tal efecto, es necesario conocer a Dios Padre y a Dios se
conoce por el Hijo: “Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya
desde ahora lo conocen y lo han visto" (Jn 14,7). Y la estrategia efectiva
para para conocer a Jesús es el amor, por eso dice Jesús les doy un mandamiento
nuevo: “que se amen unos a otros como los ame” (Jn 13,34). Y es que, la única verdad
de Dios, de Jesús, y del Hombre es el amor. Porque la esencia del ser de Dios
es el amor (I Jn 4,8); cuando el hombre sabe amar de verdad permanece en Dios: “Nadie
ha visto nunca a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece
en nosotros” (I Jn 4,12). “Hazlos santos en la verdad y tu palabra es verdad”
(Jn 17,17). De modo que, viviendo en el amor verdadero nos santificamos y
cumplimos el mandato: “Sean santo porque yo soy santo” (Lv 11,45). Si nos hemos
santificado, entonces seremos llevados a donde esta Jesús.
¿Cómo conocer el rostro de Dios? Dios tiene muchas fotos,
hechas por él mismo. La primera foto de Dios es Jesús: “Quien me ve a mí, ve al
Padre” (Jn 14,9). Jesús es la revelación y la visibilidad del Dios invisible.
Cada uno de nosotros está llamado a hacer visible también ese rostro del Padre.
Por algo la Iglesia es “sacramento de Jesús” y, por tanto, “sacramento de
Dios”. Todos somos la foto de Dios, porque fuimos creados a su imagen y
semejanza. Luego, ¿no somos hijos de Dios por el bautismo? ¿No tenemos su vida
por el Bautismo? Cada uno de nosotros deberíamos vivir tan profundamente su
bautismo que pudiera decir como Jesús: “quien me ve a mí ve al Padre. Jesús no
solo es camino, nos dice que también es “la verdad”. Y no dice “yo soy verdad”,
sino que “soy la verdad”. Porque es la verdad de Dios. Todos andamos buscando
la verdad de la vida, la verdad de las cosas. Jesús es la verdad de Dios. Jesús
es la verdad del hombre. ¿Y cuál es esa verdad? La única verdad de Dios, de
Jesús y del hombre, es el amor. Sólo llegamos a ser verdaderos hombres cuando
amamos y cuando tenemos mucho o cuando podemos mucho. El tener y el poder
terminan por corromper. Sólo el amor es capaz de realizarnos de verdad.
En esta primera parte Jesús exhorta a la confianza y enseña
cuál es el futuro de la relación con Él: “No les dejaré huérfanos porque
volveré por Ustedes (Jn 14,18). Enseñanza que se despliega aquí: “1) No se
turbe vuestro corazón. Crean en Dios: crean también en mí. 2) En la casa de mi
Padre hay muchas mansiones; si no fuera así, les habría dicho; porque voy a
prepararos un lugar. 3) Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar,
volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también
vosotros. 4) Y adonde yo voy sabéis el
camino”. Como notamos arriba, a la hora de la despedida, Jesús les explica a
sus discípulos que no se separa de ellos para siempre, sino que su partida
sirve para establecer un vínculo aún más consistente. Modo nuevo de relación
que se fortalecerá siempre y cuando: “El que me ama será fiel a mi palabra, y
mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él. Pero el que no me ama
no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del
Padre que me envió” (Jn 14,23).
La fe es el facilitador de la comunidad: “No se turbe su
corazón. Crean en Dios, crean también en mi” (14,1). El término “turbación” es
elocuente. Para entenderlo remitámonos al pasaje de la muerte y resurrección de
Lázaro, donde dice que delante de la tumba de su amigo querido Jesús “se
conmovió interiormente, se turbó” (Jn 11,33) y enseguida se puso a llorar (Jn
11,35). Esta turbación es la sensación
previa a las lágrimas, es una conmoción profunda, por eso dice “del corazón”.
Es la sensación de que a uno como que le quitan el piso, no tiene apoyo, como
que se pierden los horizontes, todo se vuelve oscuro. Es una sensación desagradable; por eso
tememos tanto la partida de los seres que amamos. Un místico lo expresaba de
una manera bellísima con relación a Dios que se reza en el himno de la pascua:
“Que yo sin ti me quedo, que tú sin mi te vas”. Es decir: seguir viviendo sin
el amado es como morir viviendo. Frente a ese sentirse sin apoyo Jesús les
ofrece un piso de confianza: “Crean en Dios, crean también en mi” (Jn 14,1).
Jesús señala la actitud fundamental con la cual los discípulos deben afrontar
la situación de la separación: la confianza en la fe.
Esta exhortación vale no sólo para los discípulos, sino
también para todos aquellos que creerán después en Él. Estos últimos se
encuentran en la misma situación de aquellos discípulos, para los cuales no
sólo Dios sino también Jesús mismo ahora hace invisible para los ojos mortales.
Ante este hecho, los discípulos no deben dejarse impresionar, perder la
compostura, para andar preocupados o inquietos. Justo ahora deben tener su más
sólido fundamento y su inquebrantable apoyo en Dios y en Jesús. Sólo en la fe
serán capaces de enfrentar esta situación. Jesús habló varias veces del “creer”
como respuesta a sus signos y como camino de acceso a la vida eterna. Ahora que
ellos no lo verán más, el “creer” de los discípulos es aún más necesario:
“Quien cree en mis palabras y cree en el que me envió, vive de la vida eterna,
ya no habrá juicio para él, porque ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24).
Pero así como uno cree en Dios a quien no ve, Dios es
invisible, así también hay que creer en él en cuanto Señor resucitado. De la misma manera que se cree en él Dios
invisible hay que creer en el Resucitado (Lc 24,6). Jesús y el Padre están al
mismo nivel. A Dios y a Jesús se les debe el mismo tributo de fe, porque el
Padre se deja conocer a través del Hijo y obra en comunión inseparable con el
Hijo por medio de Él (14,10-11). Sin
ver, los discípulos deberán apoyarse con una confianza ilimitada en el Padre y
en el Hijo, construyendo todo sobre ellos.
El nuevo y definitivo espacio de relación en la casa del
Padre: El hecho de que Jesús se vaya no constituye una separación definitiva,
sino que sirve para su unión eterna: “Voy a prepararos un lugar” (14,2). La
referencia a “muchas mansiones” en la casa del Padre, expresa ante todo la idea
de una morada permanente. La metáfora no describe a Jesús arreglando un cuarto
sino construyendo una casa: así como lo que se aman, construyen casa para vivir
juntos. En la frase hay dos pistas importantes:
- Para Jesús la muerte es un retorno a la casa del Padre (Jn
13,1). Exaltado y glorificado, él estará para siempre en la comunión perfecta
con el Padre.
- Jesús había explicado su muerte y su resurrección desde el
comienzo del Evangelio en la expulsión de los vendedores del templo diciendo
que destruiría el templo destruido por hombres y lo reconstruiría en tres días,
anota el evangelista: “Pero él hablaba del Santuario de su cuerpo” (Jn
2,21). Jesús resucitado es la nueva
construcción.
Es así como la Pascua es la construcción de la “morada”.
Exaltado y glorificado, Jesús estará siempre en la perfecta comunión con el
Padre. En ésta “morada” serán acogidos los discípulos de Jesús. Los discípulos
tienen su patria definitiva no sobre esta tierra sino en Dios (Jn 14,23).
Una comunión perenne: el don más precioso de Jesús (Jn
14,4): Jesús no se va para abandonar a sus discípulos sino para prepararles un
puesto junto al Padre. Viene entonces para tomarlos consigo y estar en unión
eterna con ellos: “Volveré y les llevaré conmigo, para que donde esté yo estén
también Ustedes” (Jn 14,3). Y reitera: “No les dejaré huérfanos, porque volveré
por ustedes” (Jn 14,18). Es importante que los discípulos no se fijen solamente
en el hecho de que Jesús muera de tal muerte y que no ya no esté con ellos.
Ellos deben ver con fe el fin, o sea, que todo aquello que Jesús ya llevó a
cabo está orientado a su comunión perenne con Él y con el Padre.
Para ello hay que ponerse en camino (Jn 14,4): Pero este don
de Jesús, no puede llevar al discípulo al pasivismo: de la participación y el
compromiso. Y eso es lo que Jesús quiere
decir con la imagen del “camino”: “A donde yo voy saben el camino” (Jn 14,4).
Hay que ponerse en movimiento por el “camino” indicado por Él mismo en sus
palabras, sus obras y todo lo que aprendieron en la convivencia amiga con
él. Pero viene enseguida una gran
revelación: el camino es el mismo Jesús (Jn 14,5-7):
En esta segunda parte Jesús les hace una gran revelación a
sus discípulos: 5) Le dice Tomás: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos
saber el camino?”. 6) Le dice Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre sino por mí. 7) Si me conocerían, conocerían también a mi
Padre; desde ahora lo conocen y lo han visto” (Jn 14,5-7). Como se acaba de
anotar, lo dicho en la primera parte acerca del don de la Pascua, podría dar la
impresión de que los discípulos permanezcan pasivos y que sean simplemente
conducidos por Jesús al Padre. La enseñanza ahora es que los discípulos no
pueden permanecer inactivos o as manos cruzadas, sino que deben también moverse
por sí mismos. Por eso Jesús los instruye sobre el camino para llegar al Padre:
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn
14,6).
Los matices de esta revelación (Jn 14,6): El “camino” es el
mismo Jesús. Ya en la parábola del Buen Pastor, él había dicho: “Yo soy la
puerta: si uno entra por mí, estará salvo” (Jn 10,9). Nosotros no podemos
salvarnos por nosotros mismos, esta posibilidad es inaccesible para nosotros.
Hay un único acceso a la salvación: Jesús en persona. La salvación consiste en
la unión con Dios gracias al acceso que Jesús nos da a esta comunión. Como es la única puerta, así Jesús es también
el único “Camino” hacia el Padre, en cuanto es la “Verdad” y la “Vida”.
“Yo Soy el que soy” (Ex 3,14). Esta es la sexta vez en este
Evangelio que Jesús se presenta con un solemne “Yo Soy” Cuando levanten en lo
alto al hijo del hombre, comprenderán que yo soy” (Jn 8,28). Como cada vez que
se define con la expresión “Yo soy”, también aquí Jesús nos demuestra que en su
persona está presente Dios (Yahvé) como dador de salvación para nosotros. El
gran don que Dios nos hace y nos es manifestado por Jesús es el hecho de poder
acceder a Él. Dios está escondido para nosotros e inaccesible (“A Dios nadie lo
ha visto jamás”; Jn 1,18), pero no excluye la posibilidad de que lleguemos a Él
(“Pero el Unigénito, que estaba en el seno del Padre, Él nos lo ha dado a
conocer”; Jn 1,18). En Jesús, Dios mismo está presente ante nosotros en su
verdadera realidad: “Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres
por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en
este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó
heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo. Él es el resplandor de
su gloria y la impronta de su ser. El sostiene el universo con su Palabra
poderosa, y después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la
derecha del trono de Dios en lo más alto del cielo” (Heb 1,1-3)
“Él es la Verdad”: significa que sólo por medio de Él se
puede conocer el misterio de Dios. Sólo por medio de Jesús, en su realidad de
Hijo, se revela que Dios es realmente Padre y vive desde siempre en una
afectuosa comunión y a la par con este Hijo (Jn 1,1.18). Jesús es la perfecta
revelación del Padre y así nos enseñó: “Sean perfectos como su Padre celestial
es perfecto” (Mt 5,48). ¿Pero, cómo ser perfectos? Bajo estos dos principios:
«Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos
y entonces conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8,31-31). “Les
doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo le he amado” (Jn
13,14). O la verdadera perfección está en vivir en el amor de Dios.
“Él es la Vida”: significa que tenemos la unión con Dios
Padre, y por tanto la verdadera vida eterna, sólo a través de la unión con
Jesús. Él es la fuente de vida: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en
abundancia” (Jn10,10).
La contundencia de esta revelación: todo pasa por Jesús (Jn 14,6):
Es claro que Dios es inaccesible a nosotros en su verdadera realidad de Padre.
También es claro que con nuestras fuerzas no podemos llegar por ningún camino
hacia Él. Sólo Jesús es el “camino”. Entonces, por medio de Jesús alcanzamos la
revelación completa sobre nuestro origen y nuestro destino (que tiene el rostro
de un “Padre” generador de vida y plenitud de la misma); y no sólo lo sabemos
sino que lo logramos: en Él está la “Vida”. Sólo por medio de Jesús se nos
concede el conocimiento y la vida del Padre: “Nadie va al Padre sino por mí”.
En cuanto sólo Jesús es el Hijo unigénito que está a la par
con Dios, sólo Él es la puerta de acceso al Padre. Todos los otros caminos no
llevan al Padre. Jesús es el único camino que conduce a la meta. Nosotros no
podemos llegar al Padre con ninguna otra guía. Sólo por medio de Jesús
obtenemos el conocimiento de Dios y la unión con Él en su verdadera realidad de
Padre.
La maravillosa comunión entre el Padre y el Hijo (Jn 14,8-11):
En la tercera parte, que ahora abordamos, Jesús señala su profunda unidad con
el Padre: 8) Le dice Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. 9) Le
dice Jesús: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe?
El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al
Padre’? 10) ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las
palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí
es el que realiza las obras. 11)
Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las
obras.
En su respuesta a Felipe, Jesús aclara de qué modo Él es el
camino que conduce al Padre. Felipe le pide: “Señor, muéstranos al Padre y nos
basta” (Jn 14,8). Felipe parece estar pensando en una teofanía, en una visión
directa de Dios, en una experiencia extraordinaria. Jesús no es “camino” en
cuanto transmite fenómenos y experiencias excepcionales de este tipo. Lo es del modo que aquí experimentan los
discípulos: con sus palabras y con sus obras, con la vida común entre sí. Lo es
en cuanto Verbo de Dios hecho carne, con su aspecto humano lleno de discreción.
La única posibilidad de abordar y recorrer esta vía es la
fe. Para quienes tienen fe les dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al
Padre” (Jn 14,9). Quien reconoce por la fe a Jesús como Hijo, logra enseguida
por la fe al Padre. Sólo para quien cree en él, Jesús es el camino, continuará siéndolo aun cuando no esté
visiblemente entre los suyos. La relación con Jesús no es como la que se tiene
con un amigo más, sino que va más allá: al conocimiento pleno del misterio de
Dios y cuyo fondo es su rostro paterno, y también a la relación misma con este
Dios descubierto en su tremenda cercanía de Padre, una relación, una unión en
la cual se genera una vida eterna. Aquel Padre, del que Tomás desea conocer con
todo su ser, es lo máximo de la felicidad, de la protección, de la ternura. Por
eso dice: “nos basta”.
Jesús es el camino en sentido literal, Jesús no es una
estatua, una imagen, una foto. Jesús es un camino, mejor dicho, El Camino. La
idea de camino no es algo que se parezca a un sillón. A Dios no le conoceremos
nunca del todo, cada día estamos conociéndole. Sólo llegaremos a conocerle de
verdad al final del camino. El Dios de nuestra fe es un Dios al que hay que
buscar cada día y cuyo rostro posiblemente vaya cambiando día a día. Lo mismo
se puede decir del cristiano, nunca seremos cristianos terminados, sino
cristianos en camino. Que nos vamos haciendo. Jesús es la verdad. La verdad de
Dios no la encontraremos en lo que nos han dicho de Él, ni lo que pensamos de
Él. La verdad de Dios es la que Jesús nos ha revelado. El Dios revelado por
Jesús es el Dios amor, el que perdona. Jesús es la vida. La verdadera vida no
es la que contamos pasando las hojas del calendario, la verdadera vida es la
que nos revela Jesús: el amor, el perdón, la vida del Espíritu, la vida
resucitada. Más que contar nuestros años desde la fecha de nacimiento,
debiéramos contar cuanta vida de gracia hay cada día en nosotros.
Jesús nos ha dicho en el domingo anterior: “Yo soy el buen
pastor que da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11). Hoy nos ha dicho “Yo soy
camino, verdad y vida, nadie va al padre sino por mi” (Jn 14,6). Ahora ¿cómo
hemos se seguir a Jesús que es el buen pastor y camino?: «El que quiera venir
detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque
él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de
mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde
su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del
hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces
pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que
están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga
en su Reino» (Mt 16,24-28).