viernes, 8 de abril de 2022

DOMINGO DE RAMOS – C (10 de abril de 2022)

 DOMINGO DE RAMOS – C (10 de abril de 2022)

Proclamamos la Pasión de Jesucristo según San Lucas en el Capítulo 23, 33-49 (Lectura abreviada)

23:33 Cuando llegaron al lugar llamado "del Cráneo", lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

23:34 Jesús decía: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.

23:35 El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!"

23:36 También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre,

23:37 le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!"

23:38 Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es el rey de los judíos".

23:39 Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".

23:40 Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?

23:41 Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo".

23:42 Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino".

23:43 Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".

23:44 Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde.

23:45 El velo del Templo se rasgó por el medio.

23:46 Jesús, con un grito, exclamó: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Y diciendo esto, expiró.

23:47 Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando: "Realmente este hombre era un justo".

23:48 Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho.

23:49 Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION: 

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Con la celebración del domingo de ramos iniciamos la semana santa y tiene varias escenas, desde el día más oscuro (Viernes Santo) como el día más claro (Domingo de Pascua). En resumidas cuentas ¿Qué significa la semana santa? Todo pensamiento que podemos decir, queda insuficiente ante el misterio y silencio de Jesús en la cruz. Ya el profeta Isaías hace 7 siglos, antes de la escena de la pasión del Señor anuncio: “Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él (Hijo) las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no habría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y, ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo” (Is. 53,7-58).

El salmista clama viendo esta escena de la pasión del Señor: “Mis enemigos me han rodeado como toros, como bravos toros de Basán; rugen como leones feroces, abren la boca y se lanzan contra mí. Soy como agua que se derrama; mis huesos están dislocados. Mi corazón es como cera que se derrite dentro de mí. Tengo la boca seca como una teja; tengo la lengua pegada al paladar. ¡Me has hundido hasta el polvo de la muerte! Como perros, una banda de malvados me ha rodeado por completo; me han desgarrado las manos y los pies. ¡Puedo contarme los huesos! Mis enemigos no me quitan la vista de encima; se han repartido mi ropa entre si y sobre ella echan suertes” (Slm 21,19). Con muchos pasajes podemos buscar su real dimensión de la pasión del Señor, incluso el mis Señor dirá resumiendo todo el A.T: “Estas profecías que acaban de oír, hoy se cumplen”(Lc 4,21).

En este relato de la pasión del Señor, es tan cierto como el Profeta lo predijo: “Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca. Como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca para su defensa” (Is 53,7). Donde solo hablan los hombres y tan cierto que Jesús guarda silencio. Pero con la poca fuerza que le queda, sólo alguna que otra palabra pronuncia, no en su defensa, sino manifestando su amor incluso a sus verdugos. Esas que llamamos las siete palabras. Lucas pone en boca de Jesús tres palabras: La del perdón (Lc 23,34), la de la promesa al buen ladrón (Lc 23,43) y la entrega de su espíritu en manos del Padre (Lc 23,46). Lucas trae un detalle: la muerte de Jesús está sellada con la confesión de fe del Centurión Romano, un pagano que reconoce a Dios en la Cruz por ver el modo como muere (Lc.23,47).

Las tres Palabra citadas en la pasión, relatadas por Lucas son de doble dimensión: divinas y humanas. Divinas porque sólo Dios puede olvidarse de sí mismo y de sus sufrimientos para seguir pensando en el hombre. Sólo Dios puede morir perdonando, que es el mejor oficio de Dios. Y sólo Dios es capaz de abrir a la esperanza de la salvación a un facineroso que muere a su lado. Morir regalando esperanza. Y sólo Él es dueño de la muerte. Por eso sólo Él es capaz de vencer a la muerte (Jn 11,25) entregando voluntariamente su espíritu en las manos del Padre (Lc 23,46). Son también, palabras profundamente humanas. Revelan la gran sensibilidad de Jesús hacia el dolor de los demás (Lc 23,43). Revelan que se puede morir olvidándose de su muerte para dedicar sus últimos momentos a quienes están necesitados de perdón y de esperanza (Lc 23,34). Por eso mismo, la Semana Santa no podemos vivirla sin sentirnos solidarios con los demás (Mc 12,28). La Semana Santa es un diálogo con Dios y con los hombres, un compromiso con Dios y con los hombres. Porque es la gran semana del amor (Jn 13,34).

¡QUÉ DIFICIL ES CREER EN UN DIOS QUE SE DEJA MORIR! (Lc 23,46)

¿Qué Dios se nos manifiesta en la Semana definitiva de la Pasión? Un Dios, para muchos, un tanto extraño, un Dios que no responde a nuestras expectativas. Pues a nosotros nos encanta un Dios que lo sabe todo, lo puede todo. En la Pasión Dios se nos revela con un rostro totalmente diferente. Es el Dios débil, del que los hombres pueden hacer lo que les viene en gana: prenderlo, juzgarlo, condenarlo y crucificarlo. Aquí no hay nada de grandeza humana, lo único que hay es debilidad: “Pero yo no soy un hombre, sino un gusano; ¡soy el hazmerreír de la gente!” (Slm 21,7) . Un Dios que, hasta los soldados y criados, se permiten el lujo de escupirle en la cara, darle de bofetadas, y convertirlo en objeto de diversión y burla. ¿A esto se ha reducido Dios? ¿Es posible que Dios se haya podido empequeñecer más? Un Dios víctima de todos. Todos tienen derecho a jugar con él. El único que carece de derechos es él.

¿Qué tipo de Dios tenías en la mente? El Dios de la Pasión es el Dios débil y de los débiles, crucificado y de los crucificados, el Dios que calla y sufre en el silencio, mientras todos vociferan y piden a gritos su condena. Sin embargo, todo eso no es sino el ropaje con el que se reviste Dios porque, por dentro, la realidad es otra. El Dios de la Pasión es el Dios que encarna los valores del Reino. El Dios que se sale del sistema humano(Razón) y anuncia un sistema nuevo(Fe y amor). Se sale del sistema de la fuerza y el poder y proclama el sistema del amor y la solidaridad y la fraternidad. El Dios que se comparte a sí mismo con los débiles y ofrece la esperanza a los débiles. El Dios que no ama el dolor, pero que es capaz de convertirlo en expresión de amor y de vida. Un Dios que, colgado en la Cruz, es capaz de olvidarse de sí mismo y escucha y atiende las súplicas de un crucificado que se desangra a su lado.

Hoy, propios y extraños nos preguntamos: ¿qué hace un Dios colgado de la Cruz? ¿No parece el mayor absurdo humano? Pues lo único que hace Dios colgado de la Cruz es hacernos entender cuánto Dios nos ama, perdonar, salvar, dar su vida por ti. Dar la vida por los demás, dar su vida para que otros vivan, puede ser un absurdo humano, pero es la sabiduría divina. Con razón dijo san Pablo: “El mensaje de la cruz es una locura para los que están en camino de perdición, pero para los que están en camino de salvación es fuerza de Dios. Porque está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios y rechazaré la ciencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el hombre culto? ¿Dónde el docto sutil de este mundo? ¿Acaso Dios no ha demostrado que la sabiduría del mundo es una necedad? En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación. Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres” (I Cor 1,18-25).

En resumidas cuentas, la escena de la pasión del Señor no es sino la manifestación del amor de Dios en su Hijo a la humanidad y la concreción y manifestación del Hijo que nos enseña por su palabra y ahora por su testimonio: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra” (Mt 5,38-39).

domingo, 27 de marzo de 2022

DOMINGO V DE CUARESMA – C (03 de Abril de 2022)

 DOMINGO V DE CUARESMA – C (03 de Abril de 2022)

Proclamación del santo evangelio según San Juan 8,1-11:

8:1 Jesús fue al monte de los Olivos.

8:2 Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.

8:3 Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos,

8:4 dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.

8:5 Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?"

8:6 Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.

8:7 Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra".

8:8 E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.

8:9 Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí,

8:10 e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?"

8:11 Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“El Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados" (Lc 5,24). "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado? Ella le respondió: Nadie, Señor. Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante" (Jn 8,10-11). “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt 9,13).

Jesús va al encuentro de los hombres y los acoge, con su autoridad personal (Mt 28,18), en la comunión divina, en el ámbito del amor de Dios que otorga vida (Jn 10,10), y confía en que tal comportamiento, ese perdón de los pecados pueda tocar al hombre en lo más íntimo, a fin de moverle de esa manera a la conversión. El perdón de los pecados que Jesús otorga provoca la conversión; es la secuela del perdón, no su condición previa. En los profetas del Antiguo Testamento y en Juan Bautista la conversión es además el retorno al antiguo ordenamiento divino, a la alianza, y está marcada por la obediencia a la voluntad divina expresada en la tora. Ese orden salvífico fue violado por el pecado, y la conversión lo restablece. O dicho más exactamente: el perdón divino, que sin duda tiene también aquí la última palabra, acoge de nuevo a los convertidos, a los que se vuelven, en el antiguo orden divino.

Un signo visible de ello era el sacrificio cúltico por el pecado. Además, el judaísmo conocía y conoce la gran importancia de la reconciliación entre los hombres. Para Jesús, en cambio, no se trata de restablecer un orden divino ya existente ni un orden cúltico, sino de algo más radical: la revelación de un nuevo orden divino escatológico, verdadero y definitivo, del reino de Dios, que Dios lleva a cabo por su amor absoluto e incondicional. Ese orden nuevo consiste, pues, en que Dios a través de la acción de Jesús se manifiesta a los hombres fundamentalmente como el Dios del amor incondicional; lo cual se echa de ver en el perdón incondicional de los pecados, como el que Jesús practica. Ya no se trata de un retorno a otro ordenamiento legal mejor, sino de una conversión o vuelta que debería afectar al estrato más íntimo y profundo del hombre. Es un retorno del hombre al Dios del amor, a un Dios en quien se identifican amor y libertad.

Es un nuevo encontrarse a sí mismo y una nueva autoexperiencia, por cuanto que el hombre se sabe amado y acogido por Dios. Es una liberación de todas las prisiones y miedos; un suscitar y encontrar eco en la capacidad amorosa del hombre. Con su perdón Jesús no busca ya la «obediencia a la ley», ni el retorno a unas formas de vida convenientes ni tampoco la adaptación a un conformismo social, sino la capacidad de reacción del corazón humano, es decir, del amor mismo. Al amor «preveniente» de Dios ha de responder el hombre con su amor.

"Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres” (Dt 22,20-21) ¿Y Tú qué dices? (Jn 8,4-5).

El domingo anterior hemos reflexionado aquella escena: “El hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue de casa a un país lejano, donde malgastó sus bienes viviendo perdidamente. Cuando  había gastado todo, sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a pasar necesidad” (Lc 15,13). Tuvo que sentir el golpe de la vida  misma que lo obligo a deponer la actitud de soberbia y soñar de nuevo en el calor del hogar. Hoy el Evangelio nos presenta una escena casi similar: “Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices? (Jn 8,3-5). Dos escenas distintas: a) Una escena de acusación donde domina la soberbia. b) Escena tremendamente humana, tierna la de Jesús.

Recordemos algunas escenas de enseñanza de Jesús que dijo a los que se creen perfectos: ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: Deja que te saque la paja de tu ojo, si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mt 7,3-5). Otras escenas también convienen recordar. Jesús les dijo: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes" (Lc 6,36-38). Como vemos, que tan lejos de estas enseñanzas están los maestros de la ley para darse a sí mismos de jueces. Al respecto Santiago nos dice: “Hermanos, no hablen mal los unos de los otros. El que habla en contra de un hermano o lo condena, habla en contra de la Ley y la condena. Ahora bien, si tú condenas la Ley, no eres cumplidor de la Ley, sino juez de la misma. Y no hay más que un solo legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo? (Stg 4,11-12).

En el evangelio de hoy, una mujer sorprendida en pecado y con la muerte pendiente sobre su cabeza. Unos escribas y fariseos acusándola y, con las manos llenas de piedras, dispuestos a apedrearla. Pero también un Jesús sereno y tranquilo, dispuesto siempre a defender al débil que ha caído y dispuesto siempre a levantarle, escena equivalente al padre  recibe entre besos y abrazos al hijo que vuelve a casa (Lc 15,20), aquí Jesús dispuesto siempre al perdón y devolver a la vida a la que los hombres están dispuestos a apedrear.

Los maestros de la ley, los fariseos dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices? (Jn 8,4-5). Una mujer hundida en la vergüenza, temblando de miedo ante la dureza y la incomprensión humana. Unos hombres siempre dispuestos a escandalizarse de los pecados de los demás, siempre dispuestos a juzgar y condenar a los otros. Además, un Jesús, siempre dispuesto a amar, a perdonar, a salvar, a tender sus manos para levantar al que ha caído. Ya nos dijo con claridad: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9,12-13).

Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra" (Jn 8,7). Escena que cambia completamente el panorama. Los acusadores se convirtieron en acusados por su conciencia. Y aquí es donde se cumple exactamente lo que Jesús ya dijo: “Con la medida con que ustedes midan también ustedes serán medidos" (Lc 6,38). O aquel refrán que dice: “No escupas al cielo”. Estas palabras de Jesús desubicaron completamente a los acusadores quienes incluso buscaban con la supuesta sentencia de Jesús, saber acusarlo y llevarlo a la cruz al mismo maestro. “Los acusadores se fueron retirando uno por uno” (Jn 8,9). Apedreados por su misma conciencia. Y es que no lo dijo por gusto aquella enseñanza: “No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido” (Mt 10,16). Todo queda al descubierto ante Dios, nada se puede ocultar.

Jesús le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado? Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante" (Jn 8,10-11). Que palabras de consolación y de amor para la pecadora. Este el amor misericordioso de Dios por cada pecador convertido al evangelio, con razón nos dijo: “Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse" (Lc 15,7). “Quien no practico misericordia será juzgado sin misericordia” (Stg 2,13). En la base de todo acto misericordioso está el amor. Preguntaron a Jesús: “¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Jesús le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,36-40).

Jesús explicó a Nicodemo en el siguiente termino respecto del amor: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Jesús no vino al mundo a condenar a nadie sino a mostrarnos cuanto Dios nos ama.

El amor auténtico no permite condenar a nadie.  Por algo insiste Jesús en hacernos entender el tema cuando en su enseñanza central nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35).

martes, 22 de marzo de 2022

DOMINGO IV DE CUARESMA – C (27 de Marzo de 2022)

 DOMINGO IV DE CUARESMA – C (27 de Marzo de 2022)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 15, 1-3;11-32:

15:1 Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.

15:2 Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".

15:3 Jesús les dijo entonces esta parábola:

15:11 "Un hombre tenía dos hijos.

15:12 El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes.

15:13 Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.

15:14 Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.

15:15 Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.

15:16 Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.

15:17 Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!

15:18 Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;

15:19 ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros".

15:20 Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.

15:21 El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo".

15:22 Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.

15:23 Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,

15:24 porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.

15:25 El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.

15:26 Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso.

15:27 Él le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo".

15:28 Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,

15:29 pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.

15:30 ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!"

15:31 Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.

15:32 Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Si no se convierten, todos morirán del mismo modo.” (Lc 13,5). “En el cielo hay más alegría por un solo pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse" (Lc 15.7).  “Despójense, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias…  y revístanse del Hombre Nuevo, creado según Dios, para vivir en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4,22-24).

La parábola del hijo prodigo tiene dos partes: 1) la historia de la conversión del hijo menor (Lc 15,11-24) y 2) la historia de la resistencia del hijo mayor para compartir la misericordia y la alegría del Papá (Lc 15,25-32). Como hilo conductor, a lo largo de todo el relato no se pierde de vista nunca al Papá, él es el punto de referencia y el verdadero protagonista de la historia.

1) La historia del hijo menor está presentada en un camino de ida y vuelta: “Se marchó a un país lejano...” (Lc 15,13) y “Levantándose, partió hacia su padre” (Lc 15,20). En la ida y vuelta del hijo menor se recorren los cinco pasos de un camino de conversión: a) La ida (Lc 15,11-13). b) La penuria en la extrema lejanía (Lc 15,14-16). c) La toma de conciencia de la situación y la decisión de volver (Lc 15,17-20). d) El encuentro con el Padre (Lc 15,20b-21). e) La celebración de la vida del hijo menor (Lc 15,22-24).

2) La historia del hijo mayor presenta la problematización del comportamiento exagerado del Padre con el hijo renuente (su derroche de alegría en la fiesta), que se recoge en la frase: “Él se irritó y no quería entrar” (Lc 15,28); todo lo contrario del hermano menor que “partió hacia su padre”, (Lc 15,20). Esta parte de la historia gira en torno a dos diálogos que el hijo mayor sostiene respectivamente: a) Cuando está a punto de llegar a la casa, los criados le exponen la situación y el motivo de la fiesta (Lc 15,25-27). b) Con su padre, quien sale a buscarlo para pedirle insistentemente que entre en casa, escucha el argumento de su rabia y finalmente le responde exponiéndole sus motivos (Lc 15,28-32). Ambas partes convergen en la misma idea, la cual se repite casi en los mismos términos al final de cada una de ellas: la invitación a la fiesta (Comamos y celebremos una fiesta” “Convenía celebrar una fiesta y alegrarse”; Lc 15,23-32) y su motivo (Porque este hijo mío [hermano tuyo] estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”; (Lc 24 y 32). El énfasis de la parábola está en el modo de acoger al hijo alejado y de celebrar su regreso con alegría total porque “le ha recobrado sano” (Lc 15,27). Aquí reposa el misterio de la reconciliación en su clave pascual (paso de la muerte a la vida), acción salvífica de Dios en el hombre (Jn 5,24).

3. El comportamiento del Padre: Actitud misericordiosa (Lc 15,20b-24)

El centro de la parábola está en el encuentro entre el hijo menor y su padre (Lc 15,20-24). Hacia allá apunta toda la primera parte. Los siervos y el hijo mayor no logran comprenderlo, se les vuelve un enigma. Poniendo la mirada en el eje focal de la parábola, vemos en el colorido de las imágenes una catequesis sobre la misericordia: 1) El hijo arrepentido va hacia su Padre, pero al final es el padre el que “corre” hacia su hijo, impulsado por la “conmoción” interior. Esta agitación interna que se vuelve impulso de búsqueda es lo que se traduce por “misericordia”: puesto que el hijo nunca se le ha salido del corazón (lo lleva en lo más profundo como una madre lleva a su hijo en las entrañas), la visión del hijo en su humillación y sufrimiento descompone el distanciamiento. 2) El sentimiento (emoción) interno se explicita en siete gestos de amor que reconstruyen la vida del hijo disipado. La misericordia reconstruye la vida del otro:

a) El padre que corre al encuentro de su hijo primero “lo abraza” (Lc 15,20): El padre se humilla más que el mismo hijo. No espera sus explicaciones. No le pide purificación previa al que viene con el mal aspecto de la vida disoluta, contaminado en el contacto con paganos y rebajado al máximo en la impureza (legal y física) de los cerdos; el padre rompe las barreras. No hay toma de distancia sino inmensa cercanía con este que está “sucio”, para él es simplemente su hijo.

b) Lo “besa” (Lc 15,20): “Efusivamente”. El beso es la expresión del perdón paterno (como el beso de perdón de David a su hijo Absalón en 2ªSamuel 14,33). Nótese que el perdón se ofrece antes de la confesión de arrepentimiento del hijo (Lc 15,21).

c) Le manda poner “el mejor vestido” (Lc 15,22); como se podría leer en griego): el padre le restituye su dignidad de hijo y le confirma sus antiguos privilegios. El vestido viejo, su pasado, queda atrás.

d) Le manda poner “el anillo” (Lc 15,22). Este anillo es una simplemente señal del nuevo pacto o alianza, el amor del padre siempre está en vigencia hacia el hijo menor, derrochador de plata (Lc 15,13). ¡Qué confianza la que este padre tiene en la conversión de su hijo! (uno normalmente lo pondría primero en cuarentena hasta que demuestre que sabe manejar la plata, antes de entregarle la chequera).

e) Le manda poner “sandalias” (Lc 15,22): este era un privilegio de los hombres libres, incluso en una casa sólo las llevaba el dueño, no los huéspedes. Este gesto es una delicada negativa al hijo que iba a pedir ser tratado como jornalero. Para el padre la dignidad del hijo siempre está en vigencia.

f) Hace sacrificar el “novillo cebado” (Lc 15,23), el animal que se alimentaba con más cuidado y se reservaba para alguna celebración importante en la casa.

g) Convoca una “fiesta” (Lc 15,23) con todas las de la ley: la mejor comida, música y danza. La fiesta parece desproporcionada, pero el padre expone el motivo: el gran valor de la vida del hijo menor. Esto llama la atención: la casa cambia completamente. Se suspende toda labor cotidiana, en el centro de la fiesta esta la presencia del hijo vuelto a nacer en la familia.

3) El Hijo mayor: En esta parte de la parábola está el punto de confrontación que manda al piso los mezquinos paradigmas de relación humana representados en el rol que juega el hijo mayor en la parábola:

El problema no es simplemente “estar” con el padre (“Hijo, tú estás siempre conmigo”, Lc 15,31) sino de qué manera se está. Mientras el hermano mayor mide su relación con el padre a partir del cumplimiento externo de la norma (“hace tantos años te sirvo y jamás dejé de cumplir una orden tuya”, Lc 15,29) y su expectativa es la proporcional retribución (“pero nunca me has dado un cabrito...”; Lc 15,29), la relación entre el padre y el hijo menor se rige por el amor, en el cual lo que importa no es lo que uno le pueda dar al otro sino el hecho de ser “hijo”. Sale a flote en inmenso valor de la relación y de su verdadero fundamento. Basta recordar qué es lo que le duele al Padre: la “perdida”, y para él lo “perdido” no fueron los bienes sino “el hijo mío” (“este hijo mío estaba perdido y ha sido hallado”). El hijo menor admite que ha “pecado”, pero el fondo de su pecado es el abandono de la casa, es decir, el rechazar ser hijo. Pedir la herencia es declarar la muerte del padre, es decir la muerte de la relación padre-hijo. Por eso dice: “pequé contra el cielo y ante ti” Lc 15,18 y 21). La vida disoluta es el resultado de una vida autónoma que excluye la relación fundante. En el perdón se reconstruyen todos los aspectos de esta relación y esto es lo que importa en primer lugar: un hijo que redescubre (o quizás experimenta por primera vez) el amor paterno y que se goza en ello porque resurge con una nueva fuerza de vida (“estaba muerto y ha vuelto a la vida”). El hijo mayor, en cambio, aún en casa, seguirá viviendo como un extraño. El redescubrimiento de la filiación lleva a la recuperación de la fraternidad. Por eso el Padre se permite corregir al hermano mayor: le sustituye el “¡Ese hijo tuyo!” (Lc 15,30) por “¡Este hermano tuyo!” (Lc 15,32). Los caminos de reconciliación con el hermano deben partir del encuentro común en el corazón del Padre, allí donde “todo lo mío es tuyo” (Lc 15,31).

Conviene preguntarnos, ¿Qué actitud asumimos como hijos. Somos como el hijo mayor que vive dominado por el orgullo o como el hijo menor que se reconoce pecador?. Otra cita describe el mismo sentir de los que se creen prefectos y el pecador: Jesús dijo a Simón, el fariseo: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor". Después dijo a la mujer: "Tus pecados te son perdonados" (Lc 7,44-48).

miércoles, 16 de marzo de 2022

DOMINGO III DEL TIEMPO DE CUARESMA – C (20 de marzo de 2022)

 DOMINGO III DEL TIEMPO DE CUARESMA – C (20 de marzo de 2022)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 13,1-9:

13:1 En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.

13:2 Él les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás?

13:3 Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.

13:4 ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?

13:5 Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera".

13:6 Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró.

13:7 Dijo entonces al viñador: "Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?"

13:8 Pero él respondió: "Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré.

13:9 Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás" .PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

"Moisés, no te acerques más.  Sácate tus sandalias porque el lugar que pisas es lugar santo” (Ex 3,5). Jesús dijo: “Quien crea y se bautice se salvara, pero quien no quiere creer se condenara” (Mc 16,15). “Las mujeres sabias que tenían las lámparas encendidas entraron con el novio al banquete de bodas” (Mt 25,12). "Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él" (Jn 3,17).

Dios quiere salvarnos a todos por su Hijo, pero si no, nos quitamos la sandalia (por el bautismo y la confesión nos purificamos) no podemos entrar a la morada de Dios, porque el cielo es lugar santo. Para entrar en el cielo que es lugar santo requiere: 1) “Felices los que tienen corazón puro porque ellos verán a Dios” ( Mt 5,8); 2) “Uds sean santos porque yo el Señor soy santo” (Lv 11,45). La pureza y la santidad son condición indispensable para entrar en el cielo. Podemos estar bautizados, pero si no damos frutos, (Tener lámparas encendidas) no podemos entrar en el cielo. La vida de santidad, suscita frutos mediante el testimonio de vida santa, y es así, como podemos llevar mucha gente hacia Dios. Estos frutos nos conceden el mérito para la salvación.

“Si no se convierten, todos perecerán de la misma manera” (Lc 13,3). "Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala" (Lc 13,7). Como se ve, el evangelio de hoy nos ilustra dos temas que a su vez son complementarias: La conversión (Lc 13, 1-5) y los frutos (Lc 13,6-9). El tema en referencia tiene mayor explicación en este episodio: “Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán” (Mt7,16-19).

El tiempo de la cuaresma es tiempo de convertirnos, del árbol malo al árbol bueno y los frutos son el único indicativo que pone de manifiesto si ya somos árbol bueno o árbol malo. En este contexto conviene traer a colación la parábola siguiente: “Así como se arranca la cizaña (árbol malo) y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos (árbol bueno) resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!” (Mt 13,40-43).

"¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos morirán de la misma manera” (Lc 13,2-3).

El Señor empezó con una llamada a la conversión en el inicio de su predicación: “Se ha cumplido el tiempo y esta cerca el Reino de Dios; conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc. 1, 15) Más adelante irá explicando las características del Reino, pero desde un principio se advierte que hace falta una postura nueva de la mente para poder entender el mensaje de salvación. Pone a los niños como ejemplo de la meta a que hay que llegar. Hay que «hacerse como niños» o «nacer de nuevo», como dirá a Nicodemo (Jn. 3, 4) La conversación con la mujer samaritana es un ejemplo práctico de cómo se llama a una persona a la conversión. A Zaqueo también lo llama a cambiar de vida, a convertirse. Lo mismo hará con otros muchos.

Cuando Jesús fue a bautizarse al Jordán, Juan le dijo: «Yo necesito ser bautizado por ti, y ¿tú vienes a mí?» (Mt. 3, 14) Más adelante dirá de Jesús: «He aquí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo» (Jn. 1, 29) San Juan Bautista no tenía el poder de perdonar los pecados, sino solamente predicaba la conversión y la penitencia preparando el camino del Señor. Como fruto de su labor serán muchos los que escucharán la doctrina de Cristo. Los dos primeros discípulos de Jesucristo serán dos discípulos de San Juan Bautista: Juan y Andrés. Además de estos discípulos primeros, muchos otros discípulos de Juan fueron tras Jesús. Juan se llenó de alegría, añadiendo: «Conviene que El crezca y yo disminuya» (Jn. 3, 30).

La conversión exige que se dé primero un arrepentimiento del pecado: El pecado mortal hunde sus raíces en la mala disposición del amor y del corazón del hombre, se sitúa en una actitud de egoísmo y cerrazón, se proyecta en una vida construida al margen de los mandamientos de Dios. El pecado mortal supone un fallo en lo fundamental de la existencia cristiana y excluye del Reino de Dios. Este fallo puede expresarse en situaciones, en actitudes o en actos concretos.

Convertirse es, en definitiva, cambiar de actitud, tomar otro camino (Lc 15,17). Es una vuelta a Dios, del que el hombre se aparta por la mala conducta, por las malas obras, es decir, por el pecado. Esa vuelta a Dios, que es fruto del amor, incluirá también una nueva actitud hacia el prójimo, que también ha de ser amado.

EL REINO DE DIOS COMIENZA CON LA CONVERSIÓN PERSONAL: Para entrar en el Reino de los Cielos es preciso renacer del agua y del Espíritu (Jn 3,5); de esta manera anunció Jesús a Nicodemo el comienzo del Reino de Dios en el alma de cada hombre. Para esta nueva vida Dios envía su gracia. La conversión unas veces será de un modo fulgurante y rápido, casi repentina; otras, de una manera suave y gradual; incluso, en ocasiones, sólo llega en el último momento de la vida. En las parábolas del Reino de los Cielos es muy frecuente que el Señor lo compare a una pequeña semilla, que crece y da fruto o se malogra. Con estos ejemplos indica que el Reino de Dios debe empezar por la conversión personal. Cuando un hombre se convierte, y es fiel, va creciendo en esa nueva vida; después va influyendo en los que le rodean. Así se desarrolla el Reino de Dios en el mundo. El camino que eligió Jesucristo fue predicar a todos la conversión, denunciar todas las situaciones de pecado e ir formando a los que se iban convirtiendo a su palabra

"Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?" (Lc 13,7).

Hay otras citas respecto a los frutos: “Cuídense de los falsos profetas, que vienen a Uds. con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconocerán” (Mt 7,15-20). Quizá lo primero que nos viene a la mente al pensar en esta frase del Señor es preguntarnos: ¿Qué frutos he dado en mi vida? Pero habría que preguntarnos antes ¿a qué tipo de fruto se refiere el Señor en esta frase?

La figura del árbol utilizada por el Señor es muy gráfica. Un árbol frutal hay que cuidarlo, regarlo, evitar que insectos o microorganismos lo infecten, cuidar que los pájaros no se coman los frutos, etc. De la misma manera, si nosotros queremos dar buenos frutos debemos cuidar de nosotros mismos: “regándonos” con la Palabra de Dios, los sacramentos, la oración; evitando todo aquello nos “infecta”: las tentaciones, el pecado; cuidando que el demonio, el mundo y nuestro hombre viejo “se coman” nuestras buenas intenciones y resoluciones.

El Señor habla del fruto bueno y del fruto malo (Mt 12,33). Los frutos son las consecuencias visibles de nuestras opciones y actos. Si actuamos bien, tendremos buenos frutos, y eso será un indicativo de que lo que hacemos es de Dios, es parte de su Plan de Amor. Así, los frutos buenos señalan que nos estamos acercando más al Señor, y los frutos malos que nos alejamos de Él y de su Plan. Pero hay que señalar que la bondad del fruto no está relacionada necesariamente con el éxito material o personal, con la eficacia o algo similar. La bondad de los frutos a la que se refiere el Señor Jesús es el bien de la persona y las personas, la realización y plenitud. Así por ejemplo, cuando ayudo a un amigo(a), cuando me esfuerzo por hacer bien una responsabilidad o cuando estoy atento a las situaciones que me rodean para ayudar donde se me necesite estoy buscando dar frutos buenos y me acerco a Dios. Por el contrario, si por “flojera” no ayudo a mi amigo(a), cumplo mis responsabilidades dando el mínimo indispensable para que no llamen la atención o estoy encerrado en mí mismo haciendo sólo lo que “me conviene a mí”, entonces mi fruto será malo y me estaré alejando del Plan de amor que Dios tienen para mí.

¿CÓMO DAR BUEN FRUTO? «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). La clave para dar buen fruto está en permanecer en el Señor Jesús. Y permanecer en Él no es otra cosa que buscar ser otro Cristo: teniendo los mismos pensamientos, sentimientos y modos de obrar que el Señor. Debemos preguntarnos constantemente: ¿los pensamientos que tengo son los pensamientos que hubiera tenido el Señor? ¿Estos sentimientos que experimento son los que Jesús tendría? ¿Es mi acción como la de Cristo? Se trata pues de conformar toda mi vida con el dulce Señor Jesús; esforzarme por conocerlo leyendo los Evangelios, buscándolo en la oración, acudiendo a los sacramentos: particularmente en la Eucaristía y la Reconciliación.

El mejor fruto de nuestra conversión es la vida de santidad: “Yo soy Dios, el que los ha sacado de la tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). “Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, de acuerdo con lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo” (I Pe 11,15). ¿Cómo lograr la santidad? “Santifíquense y sean santos; porque yo soy Yahveh, su Dios. Guardando mis preceptos y cumpliendo mis mandamientos. Yo soy Yahveh, el que los santifico” (Lv 20,7). “Procuren estar en paz con todos y progresen en la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Pongan cuidado en que nadie se vea privado de la gracia de Dios; en que ninguna raíz amarga retoñe ni los perturbe y por ella llegue a infectarse la comunidad” (Heb 12,14-15). “¿No saben que un poco de levadura hace fermentar toda la masa?  Despójense de la vieja levadura, para ser una nueva masa, ya que ustedes mismos son como el pan sin levadura. Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua, no con la vieja levadura de la malicia y la perversidad, sino con los panes sin levadura de la pureza y la verdad” (Gal 5,6-8).

viernes, 11 de marzo de 2022

DOMINGO II DE CUARESMA – C (13 de Marzo de 2022)

 DOMINGO II DE CUARESMA – C (13 de Marzo de 2022)

Proclamación del Evangelio San Lucas 9,28-36:

9:28 Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar.  

9:29 Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante.

9:30 Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías,

9:31 que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.

9:32 Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.

9:33 Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Él no sabía lo que decía.

9:34 Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor.

9:35 Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo".

9:36 Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Dios dice: “Pongo ante ti cielo e infierno; vida y muerte; bendición y maldición. Escoge la vida, amando a tu Dios, escuchando su palabra y uniéndote a Él” (Dt 30,19).  

1) Pedro dijo: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías… en eso, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella… se oyó una voz que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido, escúchenlo" (Lc 9,33-35). Este lugar es el cielo.

2) "Murió el pobre Lázaro y fue llevado por los ángeles al cielo junto a Abraham. También murió el rico, y lo sepultaron: Estando en el infierno…  Clamó: Padre Abraham, ten piedad de mí, y manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me atormentan estas llamas. Abraham respondió: Hijo, recuerda que tú recibiste tus bienes durante la vida, mientras que Lázaro recibió males. Ahora él encuentra aquí consolación, en cambio tu, padeces tormentos de fuego” (Lc 16,22-25). Este lugar es el infierno.

"Dios al crear al hombre, lo dejó en manos de su propia conciencia el optar por: 1) La vida, que es el cielo y 2) la muerte que es el infierno.  A cada uno se le dará lo que ha elegido” (Eclo 15,14-17). Dios quiere que escojamos el cielo (Dt 30,19) para decir como Pedro: “Que bien se está aquí” (Lc 9,33); y evitar el infierno para no sufrir los tormentos de fuego como el rico (Lc 16,25).

Para entrar en el cielo hay normas y leyes que cumplir. No es que uno entre al cielo como quiere. Las normas y leyes para entrar al cielo los pone Dios. Un día preguntaron al Señor: “¿Qué haré para entrar en el cielo? Jesús respondió, si quieres entrar en el cielo cumple los mandamientos” (Mt 19,16): Los diez mandamientos (Ex 20,3-17). Permiten cumplir los requisitos para entrar en el cielo: 1) Pureza (Mt 5,8); 2) Santidad (Lv 20,26). Ejemplo:

1)El III mandamiento dice: “Santificaras las fiestas” (Ex 20,8). ¿Cuándo y cuáles son esas fiestas? Cada domingo es fiesta y ¿por qué es fiesta cada domingo?: Jesús les dijo: “Todo esto se lo había dicho que, tenía cumplirse todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos referente a mí. Entonces les abrió la mente para que entendieran las Escrituras. Les dijo: Todo esto estaba escrito: los padecimientos del Mesías y su resurrección de entre los muertos al tercer día” (Lc 24,44-46). Y efectivamente: Jesús resucito al III día (Domingo de pascua). Por eso cada domingo es fiesta porque es la celebración del triunfo de Jesús sobre la muerte y por eso lo santificamos participando de la santa misa. ¿Tu, vas a la misa cada domingo? Si vas a la misa cada domingo estas obedeciendo a Dios pero si no vas a la misa, etas desobedeciendo a Dios y eso se llama pecado. Y el pecado quita la pureza del alma y los impuros no podrán entrar en el cielo (Ap 21,27; Mt 5,8).
Ahora, es conveniente también preguntarnos: ¿Solo es necesario cumplir con el III mandamiento y ya estamos en el cielo? No. Es bueno ir a la misa cada domingo, pero se nos dice: “Si uno cumple toda la Ley, pero falla en un solo punto, es como si faltara en todo. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, dijo también: No matarás. Si no cometes adulterio, pero matas, ya has violado la Ley. (Stg 2,10-11). Para entrar en el cielo es requisito cumplir con toda la ley y no solo con un precepto. Cumpliendo los mandamientos es como nos mantenemos puros, sin pecado.
2) La santidad: es otro de los requisitos para entrar en el cielo. ¿Cómo podríamos santificarnos? Dice Dios: “santifíquense observando mis leyes y poniéndolos en práctica mis preceptos o mandamientos” (Lv 20,7); “La ley se nos dio por medio de Moisés, pero la verdad y la gracia nos llego por medio de Jesucristo” (Jn,1,17). Si incumplimos algún mandato de Dios por ejemplo no ir a misa en el domingo, pasamos de lo puro a lo impuro. ¿Cómo podríamos purificarnos? Por los sacramentos.  En los sacramentos se nos distribuye la gracia de Dios. Ejemplo: Nos confesamos del pecado cometido contra el III mandamiento (Jn 20,21-23). Y recuperamos la pureza y por ende la santidad.

Para evitar más pecados es necesario la oración: “Oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte pero la carne es débil” (Mt 26,41). Y la oración nos debe acerca más y más a Dios. Ejemplo: “Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante” (Lc 9,29). Pero la oración mayor es la Santa misa: “Tomen y coman que esto es mi cuerpo; tomen y beban que este es el cáliz de mi sangre” (Mt 26,26). En cada misa el ante nuestros ojos el Señor se transfigura; el pan se convierte en su carne y el vino en su sangre.

También en los demás sacramentos como el bautizo nos santificamos. Jesús cuando se bautizó, el Espíritu Santo descendió sobre él como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección" (Lc 3,22). Luego dice Jesús en el inicio de su ministerio: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). Y al final de su ministerio Jesús recibe esta nuevo mensaje de parte del Padre: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo" (Lc 9,35).

En el ser del Hijo está el mismo ser Padre: “Yo y el Padre somos una sola realidad” (Jn 10,30). Dios se deja ver en su Hijo; en el domingo anterior en la parte humana, hoy en la parte divina. Es decir, Jesús en la transfiguración se deja ver un momento en el cielo.

La II Divina Persona, Jesús es la manifestación del amor de Dios a favor de toda la humanidad, pues así manifiesta Jesús a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para que el mundo se condene, sino que el que cree en Él se salve. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Completando la idea, mismo Jesús dice: “Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). El voy al padre o estar con el Padre es estar en el mismo cielo pero para estar en este estado requiere la purificación y de eso se trata el tiempo de la cuaresma: En el camino de la cuaresma entramos una nueva escena “alta” en la vida de Jesús: la transfiguración. Se puede decir que éste es el momento culminante de la revelación de Jesús en el cual se manifiesta a sus discípulos en su identidad plena de “Hijo”. Ellos ahora no sólo comprenden la relación de Jesús con los hombres, para los cuales es el “Cristo” (Mesías), sino su secreto más profundo: su relación con Dios, del cual es “el Hijo” (Mc 1,11). Entremos en el relato con el mismo respeto con que lo hicieron los discípulos de Jesús al subir a la montaña y tratemos de recorrer también nosotros el itinerario interno de esta deslumbrante revelación con sabor a pascua.

En el domingo anterior, Primer Domingo de Cuaresma El Señor nos enseñó con su ejemplo cómo debemos afrontar las tentaciones del demonio (Mt 4,1-11) Lo que claramente nos indica que el Hijo Único de Dios es hombre de verdad, que sintió hambre, pero que el enemigo  quiso aprovecharse de esta carencia para someterlo y nunca pudo. El Hijo de Dios no solo se rebajó para ser uno como nosotros: “El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor” (Flp 2,6-11). En todo igual a nosotros, menos en el pecado (Heb 4,15). Y en el credo confesamos esta verdad: “Descendió al infierno y al tercer día resucito de entre los muerto  y subió al cielo…”

Pues, fíjense que estas enseñanzas divinas se nos ilustra en dos partea: el domingo pasado en la parte humana del Hijo de Dios (Lc 41-13). Hoy  en el II domingo de cuaresma la manifestación de la parte Divina: Jesús tomó consigo a Santiago, Pedro y Juan… mientras estaban en oración se transfiguro… “ (Lc 9,28-36). Ya no es el Jesús tentado y con hambre, sino el Jesús transfigurado y glorificado, como un sol brillante en la cima del Tabor que es el cielo.

¿Cuál es el mensaje que acuña el evangelio de Hoy? Que este tiempo de cuaresma, tiempo de conversión, ayuno y oración, que es tiempo de ascensión al monte tabor (cielo); que en este tiempo de oración terminemos en la sima del tabor contemplando el rostro de Jesús transfigurado, y glorificado (Mt 17,1-9). Esta es la mayor riqueza de la vida espiritual de los hijos de Dios. Y así nos lo reitera mismo Juan: “Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, sea santo, así como él es santo” (I Jn 3,2-3).

Qué maravilla saber que  la riqueza espiritual que llevamos dentro del cuerpo mortal, un día tengamos que, como premio experimentar y contemplar a Jesús transfigurado, que no es sino el mismo cielo. Pero para eso hace falta despojarnos de lo terrenal y subir a orar, como Jesús esta vez acompañado de los tres discípulos preferidos: Pedro, Santiago y Juan. Lo maravilloso del Tabor es verlo iluminado con la belleza interior de Jesús. Allí se transfiguró, dejó que toda la belleza de su corazón traspasase la espesura del cuerpo y todo Él se hiciese luz ante el asombro de los tres discípulos y como Pedro exclamar: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».” (Mt 17,4)

Toda oración bien hecha nos encamina al encuentro con el Padre, la oración debe transformarnos. La oración nos debe hacer transparentes. Transparentes a nosotros mismos, transparentes ante los demás, trasparentes ante Dios. En la oración debemos vivimos nuestra real y verdad dimensión humana y divina por la gracia de Dios (Mt 5,23).

La transfiguración del Señor nos debe situar ante la verdad que viene de Dios: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, entonces conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8,31). Libres de las tinieblas, que es el infierno (Lc 16,19-31).

En la Transfiguración del Señor, Dios nos habla de que algo nuevo comienza, que lo viejo ha llegado a su fin: “A vino nuevo, odres nuevos” (Mc 2,22). Ahora en la transfiguración apareció el Antiguo Testamento: Moisés y Elías. Ellos son los testigos de que lo antiguo termina y de que ahora comienza una nueva historia. Ya no se dirá “escuchen a Moisés”, sino “éste es mi hijo el amado, mi predilecto: escúchenlo”(Mt 7,5). Ello aplicado a la Cuaresma bien pudiéramos decir que es una invitación a la oración como encuentro con Dios, al encuentro con nosotros mismos, además de un abrirnos a la nueva revelación de Jesús.

“Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él” (Lc 9,32). En este tiempo de cuaresma es importante mantenernos despiertos y en oración, pue así nos exhorta el mismo Señor: “Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: ¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil" (Mt 26,40-41).

viernes, 4 de marzo de 2022

DOMINGO I DE CUARESMA – C (06 de Febrero del 2022)

 DOMINGO I DE CUARESMA – C (06 de Febrero del 2022)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas: 4,1 - 13:

4:1 Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto,

4:2 donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre.

4:3 El demonio le dijo entonces: "Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan".

4:4 Pero Jesús le respondió: "Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan".

4:5 Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra

4:6 y le dijo: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero.

4:7 Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá".

4:8 Pero Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".

4:9 Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le  

4:10 porque está escrito: Él dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden.

4:11 Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".

4:12 Pero Jesús le respondió: "Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".

4:13 Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien:

Hemos iniciado el tiempo de cuaresma con el miércoles de ceniza y en la imposición de la ceniza se nos ha recordado: “Comerás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás! (Gn 3,19). O también «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértete y cree en la Evangelio» (Mc 1,15). El tiempo de cuaresma es propicio para pasar de lo impuro a lo puro: "¡Sal de este hombre, espíritu impuro!"(Mc 5,8); “Felices quienes tienen el corazón puro porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8).

Dios dio al hombre este mandamiento: "De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gn 2,16-17). La serpiente  dijo a la mujer: “¿Cómo es que Dios les ha dicho: No coman de ninguno de los árboles del jardín? La mujer dijo a la serpiente: Podemos comer del fruto de los árboles del jardín.  Pero del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No coman de él, ni lo toquen, so pena de muerte. Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal." (Gn 3,1-5).  El pecado del demonio consiste en mentir: “¿Cómo es eso que Dios les ha dicho que no coman de ningún árbol?” Luego engaña al hombre, incitando que coman del árbol prohibido porque “serán como dioses” El pecado del demonio es creerse dios e invita al hombre que también sea como Dios.  San Juan dice: “El que peca procede del demonio, porque el demonio es pecador desde el principio. Y el Hijo de Dios se manifestó para destruir las obras del demonio” (I Jn 3,8).

La serpiente sigue mintiendo y engañando cuando dice a Jesús: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero.  Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá" (Lc 4,6-7). “Todo el poder se me ha dado” ¿Quién y cuándo le dio el poder? Pide a Jesús que lo adore. El demonio se cree Dios. Pero Jesús actúa conforme a la verdad: “Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto" (Lc 4,8).

En este primer domingo de la cuaresma, llamado el domingo de la tentación, Jesús experimenta como hombre verdadero tres fuertes tentaciones. Que son las tres grandes tentaciones de la humanidad, de la Iglesia y de la sociedad. Tentaciones que están latentes a cada momento de nuestra vida terrenal.

1) La tentación de que Dios solucione el hambre del mundo: El diablo, acercándose a Jesús le dijo: “Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús le respondió: “El hombre no vive solamente de pan (Lc 4,4), sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,3-4). Episodios que nos recuerda al pueblo de Israel en el desierto: “El pueblo de Israel partió de Elim, y el día quince del segundo mes después de su salida de Egipto, toda la comunidad de los israelitas llegó al desierto de Sin, que está entre Elim y el Sinaí. En el desierto, los israelitas comenzaron a protestar contra Moisés y Aarón. “Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, cuando nos sentábamos delante de las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Pero ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea” (Ex 16,1-3).

La obra del demonio es dividir las necesidades del hombre en dos y nos propone quedarnos solo con una de ellas: el pan material. Y es el medio más fácil por la que somete a la miseria. Por eso Jesús aclara muy bien en decirnos: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). Es evidente, la distinción entre el pan material y el pan espiritual. Uno es efecto del otro, lo más importante es el pan de la vida espiritual cual es la oración y la fe y el efecto es el pan abundante de la vida material. Así no hay lugar a que el demonio no tiente al hombre aprovechándose de sus necesidades.

2) La tentación del exhibicionismo y la admiración: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra". Jesús le respondió: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios" (Lc 4,9-12). Otra escena que nos recuerda la tentación del pueblo de Israel torturado por la sed: Toda la comunidad de los israelitas partió del desierto de Sin y siguió avanzando por etapas, conforme a la orden del Señor. Cuando acamparon en Refidim, el pueblo no tenía agua para beber. Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: “Danos agua para que podamos beber”. Moisés les respondió: ¿Por qué me acusan? ¿Por qué tientan al Señor?. Pero el pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: ¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?. Moisés pidió auxilio al Señor, diciendo: ¿Cómo tengo que comportarme con este pueblo, si falta poco para que me maten a pedradas?. El Señor respondió a Moisés: Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas del Nilo. Ve, porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en Horeb. Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo” (Ex 17,1-6).

La tentación del demonio es distraernos y hacer que el capricho del ego se convierta en prioridad para el hombre, con razón se nos recuerda que: “Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes. Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios” (IPe 1,18-21).

3) La tentación de hacernos dueños del mundo: “Te daré todo esto, si te postras para adorarme». Jesús le respondió: Retírate, Satanás, porque está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto" (Lc 4,8). Esta escena nos recuerda otra escena del desierto: Cuando el pueblo vio que Moisés demoraba en bajar de la montaña, se congregó alrededor de Aarón y le dijo: “Fabrícanos un Dios que vaya al frente de nosotros, porque no sabemos qué le ha pasado a Moisés, ese hombre que nos hizo salir de Egipto” (Ex 32,1-2).

Recordemos que este episodio de la tentación del Señor sucede después del bautismo: “Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Mt 3,16-17). Es decir, Jesús empieza a compartir la experiencia de nuestra vida humana con todo lo que es e incluso la experiencia del Pueblo de Dios en la escena de la salida de la esclavitud.

Dios es quien toma la iniciativa de  hacerlo salir de esclavo a un pueblo libre. Es Dios que lo lleva al desierto y lo acompaña en su andar. Ahora es el Espíritu el que empuja a Jesús al desierto. El desierto es camino de libertad, pero también camino de tentación. El Evangelio reúne en una sola escena todas las tentaciones. El Pueblo vivió la tentación de regresar a la esclavitud. Jesús es tentado de todo aquello que lo puede desviar de los caminos de Dios.

La Cuaresma es un tiempo de búsqueda de la libertad pascual en base al ayuno, oración y la caridad (Mt 6,2-16). Aunque nosotros tenemos la tentación de sentirnos bien con nuestras esclavitudes, la tentación de renunciar a nuestra libertad. Cada uno sabe de qué esclavitudes Dios lo quiere sacar. Cada uno sabe que la esclavitud del pecado está maquillada de bondad y belleza. El pecado tiene mucho de maquillaje. Se presenta como algo bueno y termina destruyéndonos. El pecado se presenta como algo sabroso y termina amargándonos el corazón. ¿Hemos hecho la prueba de cómo vemos el pecado antes y cómo lo vemos luego de caer?

Comencemos viéndonos como peregrinos hacia la Pascua. Peregrinos de la libertad. Peregrinos de la resurrección. Salgamos juntos de nuestra escena de la esclavitud Egipto, para encontrarnos juntos en la tierra gozosa de nuestra Pascua. Dejemos liberar de nuestras cadenas de la esclavitud que cada uno tenemos. Y hoy podemos comenzar; esos cuarenta días de camino hacia la Pascua. Y comenzamos con una experiencia que nos sorprende: con un Jesús tentado en el desierto, con un Jesús experimentando esas luchas internas de cada uno de nosotros. Es una experiencia de cuarenta días en los que Jesús hace la experiencia de su pueblo, hace la experiencia de nosotros, hace la experiencia de su condición humana.

La peor tentación de hoy es lo de no creerse tentado. La peor tentación es no tomar conciencia de que estamos tentados, ¿Cómo sanar al que no se cree enfermo?. Y al respecto, nuestras mayores tentaciones son: Creer que nosotros somos buenos y no necesitamos de la ayuda de nadie. Creer que la santidad no es para nosotros. Creer que no necesito de la Iglesia porque también ella está cargada de defectos. Creer que no necesito confesarme porque no tengo pecado y, en todo caso, el confesor también es pecador. Creer que no necesito de los demás porque yo me basto a mí mismo. Creer que basta ser bueno y puedo prescindir de los demás: Me basta el amor a Dios sin necesidad del amor al prójimo. Creer que la Cuaresma no me va a cambiar. No tomar en serio nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua y, por tanto, no tomarnos en serio a notros mismos. Y donde queda estas palabras: Jesús comía con los pecadores, los fariseos dijeron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores? Jesús, que había oído, respondió: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9,12-13).

No hay Cuaresma sin cambio o conversión. Cambio que tiene que nacer del corazón y no de meras superficialidades. Así nos deja notar Dios por el profeta: “Uds. se quejan y dicen ¿Por qué ayunamos a tú no lo ves, nos afligimos y tú no lo reconoces?. Porque ustedes –dice Dios- el mismo día en que ayunan, se ocupan de negocios y maltratan a su servidumbre. Ayunan para entregarse a pleitos y querellas y para golpear perversamente con el puño. No ayunen como en esos días, si quieren hacer oír su voz en las alturas, ¿Es este acaso el ayuno que yo amo? Acaso se trata solo de doblar la cabeza como un junco, tenderse sobre el saco de ceniza: ¿a eso llaman ayuno y día aceptable al Señor? ¿No saben cuál es el ayuno que me gusta? El ayuno que yo amo –oráculo del Señor- soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardarán en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: «¡Aquí estoy!» (Is 58,3-9).

La tentación que Jesús sufre como hombre verdadero, nos permite y enseña, hasta donde somos capaces de llegar y saber optar por nosotros mismos como Hijos de Dios, que llevamos esa dignidad de ser imagen y semejanza de Dios (Gn1,26). Nos permite también saber medir nuestros actos en la libertad de ser hijos de Dios, saber optar por Dios o por el Diablo: “Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha. Si escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios, que hoy te prescribo, si amas al Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, entonces vivirás, te multiplicarás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde ahora vas a entrar para tomar posesión de ella. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar y vas a postrarte ante otros dioses para servirlo. Yo les anuncio hoy que ustedes se perderán irremediablemente, y no vivirán mucho tiempo en la tierra que vas a poseer después de cruzar el Jordán. Hoy tomo por testigos contra ustedes al cielo y a la tierra; yo he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes, con tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y le seas fiel. Porque de ello depende tu vida y tu larga permanencia en la tierra que el Señor juró dar a tus padres, a Abraham, a Isaac y a Jacob” (Dt.30,15-20).

Jesús increpo al demonio: "¡Sal de este hombre, espíritu impuro!" Después le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?" Él respondió: "Mi nombre es Legión, porque somos muchos". Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región. Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña. Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: "Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos". Él se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó” (Mc 5,8-13). “Si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20). “En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

jueves, 24 de febrero de 2022

DOMINGO VIII – C (27 de Febrero de 2022)

 DOMINGO VIII – C (27 de Febrero de 2022)

Proclamación del santo evangelio según san Lucas 6:39-45

39 Les añadió una parábola: ¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?

40 No está el discípulo por encima del maestro. Todo el que esté bien formado, será como su maestro.

41 ¿Cómo es que miras la paja que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?

42 ¿Cómo puedes decir a tu hermano: "Hermano, deja que saque la paja que hay en tu ojo", no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la paja que hay en el ojo de tu hermano.

43 «Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno.

44 Cada árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas.

45 El hombre bueno, del bien que atesoro en el corazón saca lo bueno, y el malo, del mal saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca. PALABRA DEL SEÑOR.

 Paz y bien el señor.

Preguntaron: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna? Le dijo Jesús… Ya sabes cumple los mandamientos” (Lc 18,18-20). La vida eterna tiene lugar en el cielo y para entrar en el cielo hay que cumplir los mandamientos. También preguntaron: “¿Cuál es el mandamiento principal de la ley? Respondió: El amor a Dios y el amor al prójimo es lo principal de toda la ley y los profetas (Mt 22,36).  San Pablo dice: “Dios nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo para que fuésemos santos irreprochables ante El por el amor” (Ef 1,4).  Pedro dice: “Así como el que los ha llamado es santo, así también Uds. sean santos en toda su conducta, como dice la Escritura: Sean santos, porque yo soy santo” (I Pe 1,15-16). Hoy Jesús nos ha dicho: “Cada árbol se conoce por sus frutos” (Lc 6,44).  “Yo soy la vid; Uds los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, da mucho fruto; porque sin mí no podrán hacer nada” (Jn 15,5). El fruto que se nos exige es la vida de santidad para heredar la vida eterna.

“De la bondad que atesora en su corazón, saca el bien” ( Lc 6,45). “Dios no mira como mira el hombre; el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón del hombre" (I Sm 16,7). Porque, en nuestro ser interior está el germen de lo auténtico. Así se podría formular una de las líneas de fuerza del mensaje de Jesús. En medio de la sociedad judía, supeditada a las leyes de lo puro y lo impuro, lo sacro y lo profano, Jesús introduce un principio revolucionario para aquellas mentes: “Nada que entre de fuera hace impuro al hombre; lo que sale de dentro es lo que le hace impuro” (Mt 15,11). Porque: “Del corazón proceden las malas intenciones, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las difamaciones. Estas son las cosas que hacen impuro al hombre, no el comer sin haberse lavado las manos". (Mt 15,19).

Las apariencias no cuentan para nuestra salvación, de ahí que dijo Jesús: “Hipócritas que bien saben justificar sus apariencias, con razón dijo de Uds. Isaías: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos". (Mt 15,7-9). El pensamiento de Jesús es claro: el hombre auténtico se construye desde dentro. Es la conciencia la que ha de orientar y dirigir la vida de la persona. Lo decisivo es del “corazón”, ese lugar secreto e íntimo de nuestra libertad donde no nos podemos engañar a nosotros mismos. Según ese “despertador de conciencias” que es Jesús, ahí se juega lo mejor y lo peor de nuestra existencia.

Las consecuencias son palpables. Las leyes nunca han de reemplazar la voz de la conciencia. Jesús no viene a abolir la Ley (Mt 5.17), pero sí a superarla y desbordarla desde el “corazón”. No se trata de vivir cínicamente al margen de la ley, pero sí de humanizar las leyes viviendo del espíritu hacia el que apuntan cuando son rectas. Vivir honestamente el amor a Dios y al hermano puede llevar a una más humana que la que propugnan ciertas leyes.

Lo mismo sucede con los ritos. Jesús siente un santo horror hacia lo que es falso, teatral o postizo. Una de las frases bíblicas más citadas por Jesús es ésta del profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío” (Is 29,13) Lo que Dios quiere es amor y no cánticos y sacrificios. Lo mismo pasa con las costumbres, tradiciones, modas y prácticas sociales o religiosas. Lo importante, según Jesús, es la limpieza del corazón: “Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios” (Mt 5,8)

El mensaje de Jesús tiene hoy más actualidad que nunca en una sociedad donde se vive una vida programada desde fuera y donde los individuos son víctimas de toda clase de modas y consignas. Es necesario “interiorizar la vida” para hacernos más humanos. Podemos adornar al hombre con cultura e información; podemos hacer crecer su poder con ciencia y técnica. Si su interior no es más limpio y su corazón no es capaz de amar más, su futuro no será más humano.  “El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal” (Lc 6,45).

No me parece superfluo en este contexto recordar la advertencia evangélica: “No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano” (Lc 6,43). En una sociedad dañada por una violencia ya vieja, necesitamos hombres y mujeres de conciencia lúcida y sana, que nos ayuden a avanzar con realismo hacia la paz. No bastan las estrategias. Es importante el talante y la actitud de las personas.

Quien tiene su corazón lleno de fanatismo y resentimiento, no puede sembrar paz a su alrededor; la persona que alimenta en su interior odio y ánimo de venganza, poco puede aportar para construir una sociedad más reconciliada. Sólo quien vive en paz consigo mismo y con los demás, puede abrir caminos de pacificación; sólo quien alimenta una actitud interior de respeto y tolerancia, puede favorecer un clima de diálogo y búsqueda de mutuo entendimiento.

Lo mismo sucede con la verdad. Quien busca ciegamente sus intereses, sin escuchar la verdad de su conciencia, no aportará luz ni objetividad a los conflictos; el que no busca la verdad en su propio corazón, fácilmente cae en visiones apasionadas. Por el contrario, el hombre de «corazón sincero» aporta y exige verdad en los enfrentamientos; pide que la verdad sea buscada y respetada por todos como camino ineludible hacia la paz.

La persona que señala y denuncia con tanta claridad la mota en el ojo ajeno para ayudar a eliminarla, no hace más que poner al descubierto las miserias humanas de su propio corazón. Lo suyo, como dice Jesús, no es una mota sino una viga. Deberíamos aprender a ser muy prudentes a la hora de denunciar o condenar las acciones de nuestros hermanos. ¡Tenemos el tejado de cristal! Pero además deberíamos tener el valor de mirar dentro de nuestro corazón sin miedo y tratar de remover sinceramente la viga que seguramente tenemos. Así estaremos más ligeros para seguir a Jesús y amar a nuestros hermanos y hermanas.