martes, 10 de enero de 2023

DOMINGO II T.O. - A (15 de Enero del 2023)

 DOMINGO II T.O. - A (15 de Enero del 2023)

Proclamación del santo Evangelio según San Juan 1,29-34:

1:29 Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

1:30 A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo.

1:31 Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel".

1:32 Y Juan dio este testimonio: "He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él.

1:33 Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo".

1:34 Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Jesús es el Cordero de Dios porque ha sido elegido por Dios para iniciar el éxodo de nuestra libertad, y así como en otros tiempos los israelitas fueron librados de la muerte y de la esclavitud por medio de la sangre de un cordero, razón por la que celebran la Pascua de generación en generación, así también nosotros hemos sido librados, en Cristo y por la sangre de Cristo, de la esclavitud de la ley, del pecado y de la muerte.

Cristo es nuestra Pascua y el Cordero de Dios, el verdadero, el de la Alianza Nueva. No es casual que según la cronología de Juan, Jesucristo padeciera y muriera en la cruz precisamente cuando los sacerdotes sacrificaban en el templo de Jerusalén los corderos pascuales.

El "recién nacido", el Enviado de Dios, recibe hoy en la primera y tercera lecturas unos nombres reveladores: Siervo de Dios, Luz de las naciones, Cordero de Dios, Hijo de Dios... Isaías lo anuncia como el "Siervo", que recibe de Dios la misión de ser unificador del pueblo, luz de las naciones, "para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra". Este retrato, y también la respuesta del Siervo ("aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad", como hemos cantado en el Salmo), se cumplen en plenitud en Cristo Jesús y su vocación salvadora.

El nombre que le da el Bautista es un paso más: el estilo con el que ese Enviado de Dios cumplirá su misión de salvar a la humanidad, va a ser entregándose a sí mismo: como el verdadero Cordero que quita el pecado del mundo. Esta categoría del Cordero tenía resonancias muy bíblicas: el cordero cuya sangre señaló las puertas de los judíos en la noche del éxodo, los corderos que se inmolaban en el Templo, y sobre todo el anuncio por Isaías de un Siervo que iba a ser llevado como un cordero a la muerte, pagando por los demás. También eso se cumple en Cristo en plenitud.

“Este es el Hijo de Dios, el cordero que quita el pecado del mundo” (Jn 2,34;29). Porque he visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre èl” (Jn 1,32): “Apenas Juan bautizo a Jesús, salió del agua. En ese momento se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección" (Mt 3,16,17). Luego dice Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” Lc 4,18-19).

“No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4,15). Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de san Juan, destinado a los pecadores para su conversión, (Mt 3,15). Este gesto de Jesús es una manifestación de su "anonadamiento" (Flp 2,7). El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación desciende entonces sobre Cristo, como preludio de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús como su "Hijo amado" (Mt 3,16-17).

Dios se propone por el profeta: “Esta es la nueva Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: "Conozcan al Señor". Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande —oráculo del Señor—. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado” (Jer 31,33-34). Como es de verse, todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública después de hacerse bautizar por san Juan el Bautista en el Jordán (Mt 3,13 ) y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20; Mc 16,15-16).

En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un "Bautismo" con que debía ser bautizado (Mc 10,38; Lc 12,50). La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado (Jn 19,34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva (1 Jn 5,6-8): desde entonces, es posible "nacer del agua y del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5).

El Bautismo en la Iglesia: Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, san Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación: "Conviértanse y que cada uno de Uds se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de sus pecados; y recibiran el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15). El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa", declara san Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa: "el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos" (Hch 16,31-33).

Según el apóstol san Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con Él: ¿Acaso ignoran que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rm 6,3-4; Col 2,12). Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27). Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica (1 Co 6,11; 12,13).  El Bautismo es, pues, un baño de agua en el que la "semilla incorruptible" de la Palabra de Dios produce su efecto vivificador (1 P 1,23; Ef 5,26).

La iniciación cristiana: Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión eucarística. Esta iniciación ha variado mucho a lo largo de los siglos y según las circunstancias. En los primeros siglos de la Iglesia, la iniciación cristiana conoció un gran desarrollo, con un largo periodo de catecumenado, y una serie de ritos preparatorios que jalonaban litúrgicamente el camino de la preparación catecumenal y que desembocaban en la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana.

El Bautismo de niños: Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo (DS 1514) para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios (Col 1,12-14), a la que todos los hombres están llamados. La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento (CIC can. 867; CCEO, can. 681; 686,1). La práctica de bautizar a los niños pequeños es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está atestiguada explícitamente desde el siglo II. Sin embargo, es muy posible que, desde el comienzo de la predicación apostólica, cuando "casas" enteras recibieron el Bautismo (Hch 16,15.33; 18,8; 1 Co 1,16), se haya bautizado también a los niños.

Fe y Bautismo: El Bautismo es el sacramento de la fe (Mc 16,16). Pero la fe tiene necesidad de la comunidad de creyentes. Sólo en la fe de la Iglesia puede creer cada uno de los fieles. La fe que se requiere para el Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. Al catecúmeno o a su padrino se le pregunta: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?" y él responde: "¡La fe!". En todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del

La necesidad del Bautismo: El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (Jn 3,5). Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las naciones (Mt 28, 19-20; DS 1618; LG 14; AG 5). El Bautismo es necesario para la salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este sacramento (Mc 16,16). La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer "renacer del agua y del Espíritu" a todos los que pueden ser bautizados. Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, sin embargo, Él no queda sometido a sus sacramentos. Desde siempre, la Iglesia posee la firme convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin haber recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo. Este Bautismo de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin ser sacramento.

 "Cristo murió por todos y la vocación última del hombre en realmente una sola, es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual" (GS 22; LG 16; AG 7). Todo hombre que, ignorando el Evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad. En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo.

La gracia del Bautismo: Los distintos efectos del Bautismo son significados por los elementos sensibles del rito sacramental. La inmersión en el agua evoca los simbolismos de la muerte y de la purificación, pero también los de la regeneración y de la renovación. Los dos efectos principales, por tanto, son la purificación de los pecados y el nuevo nacimiento en el Espíritu Santo (Hch 2,38; Jn 3,5). Por el Bautismo, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales así como todas las penas del pecado (DS 1316). En efecto, en los que han sido regenerados no permanece nada que les impida entrar en el Reino de Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni las consecuencias del pecado, la más grave de las cuales es la separación de Dios. No obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que la Tradición llama concupiscencia, o metafóricamente fomes peccati: «La concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien "el que legítimamente luchare, será coronado" (2 Tm 2,5)» (Concilio de Trento: DS 1515).

“Una criatura nueva”: El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito "una nueva creatura" (2 Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" (2 P 1,4), miembro de Cristo (1 Co 6,15; 12,27), coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (1 Co 6,19). La Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante, la gracia de la justificación que: Le hace capaz de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo mediante las virtudes teologales; le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante los dones del Espíritu Santo; le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales. Así todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo. (Fuente de nuestra reflexión tomada del Nuevo Catecismo de la Iglesia).

domingo, 1 de enero de 2023

DOMINGO DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - A (08 de Enero del 2023)

 DOMINGO DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - A (08 de Enero del 2023)

Proclamación del santo Evangelio de San Mateo 2,1-12:

2:1 Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén,

2:2 diciendo: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.”

2:3 En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén.

2:4 Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo.

2:5 Ellos le dijeron: “En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta:

2:6 Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.”

2:7 Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella.

2:8 Después, enviándolos a Belén, les dijo: “Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle.”

2:9 Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño.

2:10 Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría.

2:11 Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.

2:12 Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en la fe, Paz y Bien en el Señor.

Herodes dijo a los reyes magos: “Si lo encuentran al niño, avísenme, para ir también yo a adorarle.” (Mt 2,8). El Ángel dijo a José: “Herodes va a buscar al niño para matarlo” (Mt 2,13). Herodes está mintiendo: Jesús dijo a los judíos: “Uds. tienen por padre al diablo y el diablo es padre de la mentira” (Jn 8,44). ¿Por qué Herodes quiere matar al Niño Jesús? Porque en Jesús esta la verdad (Jn 14,6). La mentira se abalanza contra la verdad (Ap 12,4).

 Qué gran anuncio, que buena noticia que hicieron los reyes magos entre los propios que no sabían lo que había pasado: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo” (Mt 2,2). Esta gran noticia suscita dos actitudes: Búsqueda guiados por la luz de la estrella (Mt 2,9), y búsqueda guiada por el egoísmo (Mt. 2,8). En una predomina la fe (Lc 17,5) y en la otra predomina la razón (Mt 16,23).

“Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único,  que está en el seno del Padre” (Jn 1,8). El Niño recién nacido apenas puede ver a su Madre, pero ya ha visto a Dios. Cuando Dios quiere ver al hombre mira a su Hijo. Es que Dios se hace visible a través de lo humano: “Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, quien me ve, ve a quien me envió (Jn 14,9). María y José lo vieron a través de un Niño. Los Magos lo vieron a través del Rey de los judíos (Mt 2,2) el Niño en un pesebre. A Dios le gusta verse en el espejo que es el hombre. Por esta razón le dio el título de ser su Imagen y semejanza (Gn 1,26).

Hoy es la fiesta de la Epifanía que significa a manifestación de Dios al mundo entero (Dios hecho Niño que en este día revela la universalidad de Dios, la universalidad de la fe) y no fiesta de Reyes, porque no es dable que los reyes suplanten el poder Dios quien por su luz de la estrella guía los reyes (Mt 2,9) Y por tanto los reyes sin la luz de la estrella nunca podrían hallar al Niño. Los Santos Reyes no son sino un signo, pero el verdadero significado de la fiesta se la da el Niño Jesús, que desde su cuna en el pesebre abre a Dios a todos los pueblos, a todas las razas y a todos los hombres.

Nuestro verdadero nombre de creyentes es el de “cristianos”; sin embargo, llevamos un apellido que lo dice todo: “católicos”. Lo de católico no significa propiamente romano, sino “universal”. Nuestra fe es católica, nuestra misión es católica, debido a Dios, el Dios que se revela y manifiesta a los Magos, es “católico” porque es para todos. Jesús ha nacido para todos. Nadie se puede hacer dueño de su nacimiento, ni siquiera María y José. La salvación que Él nos trae es una salvación para todos. Nadie puede hacerse dueño de la salvación de Dios, ni siquiera la Iglesia. Ella no es la salvación, sino señal de la salvación, sacramento de la salvación.

Ser cristiano es sentirnos signos de salvación para todos, sin excluir a nadie, sin poner fronteras a nadie, sin exclusivismos ni particularismos, sin divisionismos ni ideológicos, ni teológicos ni espirituales. Todo reduccionismo particularista deja de ser la Epifanía de Dios hoy para el hombre. Con frecuencia frente a Dios asumimos actitudes de pura curiosidad, otras de duda y ambigüedad. La única actitud frente a Dios es la de arrodillarnos, callar, sentir su presencia y adorarlo en nuestros corazones. A Dios no podemos meterlo en nuestra cabeza. A Dios sólo se le puede meter en el corazón. Dios no entra en nuestras ideas ni en nuestros discursos mentales, pero Dios sí puede entrar en nuestro corazón.

Los Magos de Oriente no venían a investigar qué había sobre Dios, cuáles eran las novedades sobre Dios, venían rendidos, en actitud de rodillas, en actitud de adoración, de admiración, en actitud de sorpresa. Para adorarle, primero hay que conocerle, aceptarle y rendirnos ante Él. Adorarle, es asombrarnos de su grandeza. Es decir, para adorar tenemos que comenzar por fe. Y la fe no es un saber sobre Dios, sino un dejarnos meter en su misterio y decir sí sin aun entender nada. Porque Dios no se deja abordar por el hombre en razón de su raciocinio, si no por su fe.

La cultura moderna, y el hombre moderno, adoptan ante Dios actitudes de autosuficiencia, actitudes de desafío. No es la actitud de adoración y rendimiento, sino la actitud de una especie de reto. Como quien se sitúa frente a él de poder a poder. Por eso, nos permitimos la libertad de negarlo en nuestras vidas, de decirle que no es ya IMPORTANTE para nosotros, que podemos vivir sin mayor problema prescindiendo de Él. En todo caso, tenemos el atrevimiento de juzgarle y someterle a juicio porque no responde a lo que nosotros quisiéramos de Él.

Los Magos no iban guiados por su vanidad a preguntar y cuestionar, iban a rendirle el tributo de su adoración, a rendirse delante de Él. Cuando llegaron, posiblemente, no encontraron lo que se habían imaginado. “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron y le ofrecieron de regalo oro, incienso y mirra” (Mt 2,11).

El sentido de propiedad, actitud de vanagloria no está solo en querer las cosas para si, también suele extenderse a Dios. Hoy resulta que, cada uno piensa en “mi Dios”, el mío, el que es de mi propiedad. Y Dios no se deja poseer por nadie. Dios no es propiedad de nadie porque Dios es propiedad de todos. Cada vez que nos queremos adueñarnos de Él, terminamos por quedarnos sin Dios. Esa fue la experiencia de Israel. Dios le había escogido como su pueblo e Israel se había adueñado de Él. En aquella cultura se entiende. Cada pueblo tenía su Dios protector. Israel tenía el suyo. Por más que los profetas tratasen de presentar el universalismo de la salvación, el pueblo seguía con la mentalidad de que Dios era para ellos y para nadie más.

No es que hoy lleguemos a ese nacionalismo de Dios, pero es posible que lleguemos al “individualismo”. El Dios para los buenos. El Dios para los que van a Misa. El Dios para los creyentes. Y Dios no se deja atrapar. La primera manifestación de Jesús es precisamente para los pueblos gentiles, en la persona de estos personajes misteriosos que conocemos con el nombre de Reyes Magos. Mientras en Jerusalén nadie se da por enterado, los de lejos vienen a buscarlo y Él se manifiesta a ellos porque se dejan guira por l luz de la estrella que es la fe.

Los buenos no tenemos derecho alguno de apropiarnos de Dios. Nuestro único derecho es que si nosotros ya le hemos conocido lo demos a conocer a los demás. Los buenos no tenemos derecho alguno de hacernos dueños de Dios que también los malos tienen derecho a conocerlo y amarlo y sentirse amados por Él. Los buenos no tenemos derecho alguno a reclamar todos los servicios para nosotros, cuando a la inmensa mayoría nadie le presta atención. Dios no es singular, Dios es plural, Dios es trinitario. Por lo tanto, su manifestación y revelación tampoco puede ser singular e individualista sino universal. Dios tiene que abarcar a la humanidad. Mi Dios es el Dios de todos los hombres, buenos y malos, cercanos o lejanos.

Todos tenemos muchas buenas voluntades, deseos nos sobran, pero lo que nos suele faltar es la decisión. Soñamos muchas cosas, pero con frecuencia todo queda en eso. Los Magos sintieron que algo se despertaba en su corazón, sintieron que algo les llamaba, sintieron que algo nuevo comenzaba a amanecer, pero no sabían dónde y se pusieron en camino. No se encuentra a Dios esperando. No se encuentra a Dios encarnado, recién estrenada la vida humana, sentados en la butaca. Hay que ponerse en camino buscando.

No hay que buscarlo mucho porque lo tenemos cerca. Otras veces hay que buscarlo lejos, el camino es largo y por qué no toda la vida. Los Magos no la tuvieron fácil, vinieron de lejos guiados por una señal, pero sin saber dónde estaba el final del camino. Es la historia de toda búsqueda. Es la historia de quien quiere encontrarse con Dios. No sabemos si estará a la vuelta de la esquina o estará lejos, lo IMPORTANTE es ponerse en camino, no cansarse, saber afrontar las dificultades. No siempre nos encontramos con Dios tan fácilmente. A veces pasan los años y no lo sentimos. Caminamos buscándole y la noche se nos echa encima. No vemos nada, no sentimos nada, no sabemos a dónde ir. Esto es lo maravilloso de los Magos. Gentes desconocidas. Gentes que vienen de lejos. Gentes que son capaces de descubrir esas estrellas-señales que nos hablan de Él, pero hay que esperar, no hay que echarse para atrás, no hay que caer en el desaliento.

Nosotros quisiéramos un Dios al que pudiéramos tocar con la mano y ver con nuestros ojos, pero eso será posible si nos dejamos guiar por la luz de la fe y en cada santa Eucaristía Dios se deja ver y se deja tocar. En cada  Santa Misa Dios se encarna en la hostia sagrada de altar, pero si no nos dejamos guiar por la luz de la fe, nunca podremos advertir la presencia de Dios en el Altar de cada misa (Lc 22,19-20).

miércoles, 28 de diciembre de 2022

DOMINGO SOLEMNIDAD DE SANTA MARIA MADRE DE DIOS (01 de Enero de 2023)

 DOMINGO  SOLEMNIDAD DE SANTA MARIA MADRE DE DIOS (01 de Enero de 2023)

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 2, 16-21

2:16 En aquel tiempo los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.

2:17 Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño;

2:18 y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían.

2:19 María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.

2:20 Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.

2:21 Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hnos. y hnas.  en el Señor Paz y Bien.

“El Señor mismo va a darles una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Is 7,14). “Que significa Dios con nosotros” (Mt 1,23). “El ángel dijo a los pastores: “No teman, les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto es la señal: encontraran un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,10-12).

Iniciamos un Nuevo Año 2023, que esperamos lleno de bendiciones divinas para todos. Lo pedíamos así en el salmo 66: «El Señor tenga piedad y nos bendiga». Celebramos especialmente la Solemnidad de Santa María, la Madre de Dios y, en ella, la Jornada de oración por la Paz (Mt 5,9), el gran regalo que es el mismo Niño Dios hecho hombre por nosotros, el Príncipe de la Paz, que nos ofrece y dona su misericordia y amor (Jn 15,9).  

La Palabra de Dios centra nuestra mente y nuestro corazón en la escena que nos transmite el Evangelio: «En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre» (Lc 2, 16-21), y acercándose, humildemente lo adoraron. Bella y entrañable estampa de Navidad: el Niño recostado en un pesebre, y era el Hijo de Dios. A su lado María, la virgen, la Madre de Dios, la llena de gracia, y José, su esposo, ambos contemplando, mirando y adorando al Niño; tratando de entender el misterio de esa Palabra (Jn 1,14), la decisión de Dios, llena de amor, de hacerse niño, hombre, para que nosotros alcanzásemos por su Pasión, Muerte y Resurrección, a ser hijos de Dios (Rm 5,8).

Iniciamos también el año con una bendición, con un deseo hecho oración. Fijémonos de qué manera tan bella y profunda lo refleja la primera lectura: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Num. 6,22-27). Pedimos que Dios nos proteja, nos sonría, se fije en nosotros con cariño y nos conceda su favor. Y toda bendición de Dios, todo su favor y su paz, lo sabemos, se concentra en Jesucristo, el Niño Dios. Bendecimos al Señor por el año nuevo, pero, sobre todo, pedimos a Dios su bendición. Y se la pedimos para nuestras parroquias y comunidades religiosas, para nuestros pastores, para nuestras familias, para todos los hombres y, especialmente, para los más pobres y necesitados.

Pero hoy, estamos celebrando con gran gozo en toda la Iglesia la solemnidad de Santa María, la Madre de Dios. Comenzamos el Año de la mano de Santa María. Es la fiesta que celebra la gracia fundamental que Dios le concedió a la Santísima Virgen: la gracia de la maternidad Divina.

María fue elegida desde el principio de los tiempos para ser la Madre del Hijo del Padre eterno, por eso Dios la enriqueció con multitud de gracias especiales (Lc 1,28). La hizo inmaculada, la llenó de gracia y la llevó consigo en cuerpo y alma a la gloria de los cielos. María vivió en una constante apertura a Dios y a su Palabra. Supo descubrir a Dios en los diversos acontecimientos de su vida. Precisamente el Evangelio de hoy nos dice que los Pastores, después de ver al Niño Jesús recostado en el Pesebre, contaban lo que el ángel les había dicho de este Niño. Y cuantos escuchaban lo que decían los pastores se quedaban maravillados. Y agrega el Evangelio que María, por su parte, conservaba todos estos recuerdos y los meditaba constantemente en su corazón (Lc 2,19). Fue esta meditación constante y fiel de los misterios de Cristo lo que llevó a María a amar de una manera única y especial a Dios. Meditando las maravillas de Dios, la Virgen se llenó del amor a Dios. 

La Iglesia quiere presentarnos la figura de la Santísima Virgen al comenzar un nuevo año porque quiere ofrecérnosla como el modelo de lo que debe ser nuestra vida cristiana. Ella no solamente fue la primera discípula de Cristo, sino que al mismo tiempo fue la discípula más aventajada y fiel. María nos enseña a vivir nuestra vida con una apertura total a la voluntad de Dios (Jn 2,5). Aquellas palabras que exclamó María en el momento de la Encarnación: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,18), deben ser para nosotros el programa de nuestra vida en este año nuevo que comenzamos. Porque Jesús dijo: “Sin mi nada podrán hacer” (Jn 15,5). 

Nosotros muchas veces deseamos que Dios actúe en nuestra vida de acuerdo a nuestro plan. Y nos olvidamos de que nosotros somos los que estamos en las manos de Dios y que, en nuestra vida, hemos de seguir el plan que Él ha determinado para cada uno de nosotros. En este plan de Dios es donde nosotros podemos alcanzar la plenitud de nuestro ser y la perfección de nuestra alegría (Mt 5,48). Cuando nosotros nos dejamos llevar por Dios no tenemos nada que temer ni razón alguna para preocuparnos. Dios, como Padre nuestro que es, siempre busca nuestro bien (Jn 13,17). 

Nos dice hoy el Evangelio que «María, al oír lo que decían los pastores, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19). Esta es una actitud que nosotros deberíamos mantener a lo largo de este año. Es muy importante reflexionar sobre la Palabra de Dios (Jn 1,14) y sobre los acontecimientos de nuestra vida. Es la mejor manera de ir descubriendo la inmensidad del amor que Dios nos tiene (I Jn 4,9). Cuando nosotros somos conscientes de todo lo que Dios ha hecho por nosotros, sentiremos la necesidad de corresponderle con nuestra vida y con nuestras obras. Muchas veces nuestra vida cristiana no es lo que debería ser porque no nos hemos dado cuenta de lo que en realidad significa Dios para nosotros y con nosotros (Is 7,14).

 María vivió en su vida las virtudes propias del cristiano. Vivió la fe poniéndose totalmente en las manos de Dios y creyendo en su Palabra (Lc 1,38). Vivió la esperanza confiando en su amor y en su misericordia. Vivió la caridad amando a Dios y a sus hermanos con todo el corazón. Si nosotros queremos vivir este año cristianamente, en plenitud, hemos de tratar de imitar las virtudes que adornaban a la Santísima Virgen. La Fe la necesitamos constantemente, porque solamente a través de ella es cómo podemos aceptar confiadamente su voluntad. Nuestra Fe no debe consistir solamente en aceptar lo que Dios nos pide, sino también en poner en práctica su Palabra (Jn 15,7). Es importante vivir la esperanza. Porque Dios ciertamente no nos abandona jamás. Somos nosotros los que muchas veces le damos la espalda. Esperar en Dios significa estar seguros de que Él siempre nos dará su ayuda aún en los momentos difíciles que nos toque vivir. La esperanza es el secreto de la alegría (Flp 4,4) y de la paz (Mt 5,9) del cristiano. También necesitamos vivir con espíritu de caridad. El amor es el que va a transformar nuestro mundo. Y el amor no viene de fuera, sino que brota de nuestros corazones y tiene su origen en Dios ( IJn 4,8). La fuente del amor la llevamos dentro de nosotros mismos (IJn 4,12). Dios ha derramado su amor en nosotros con el Espíritu que nos ha dado (Rm 5,5). Por eso debemos amar siempre a pesar de todo lo negativo que nos pueda rodear. No es devolviendo mal por mal como las cosas se van a arreglar. El amor es la única respuesta que debemos dar nosotros como cristianos, si queremos vivir como verdaderos discípulos de Cristo (Jn 8,32).

Este año se nos presenta como una maravillosa oportunidad de construir un mundo nuevo (Ap 21,5). Movilicemos, pues, todas nuestras energías. Pongamos en juego lo mejor de nosotros mismos. Hagamos que la vida merezca vivirse. Propongámonos este año la tarea de vivir en serio nuestra vida cristiana y veremos que nuestra vida será distinta. No nos conformemos con cumplir con unas cuantas cosas. Vivamos en serio nuestro seguimiento de Cristo.

Que la Santísima Virgen María bendiga el año que hemos comenzado. Que ella como buena Madre nos guíe y nos proteja. Que ella sea el modelo que nos vaya orientando para vivir cada vez mejor nuestra entrega a Cristo nuestro Dios y Señor que ha nacido entre nosotros para hacernos partícipes de su ser. Porque el vino a ser lo que nosotros somos.

martes, 20 de diciembre de 2022

DOMINGO DE NAVIDAD - A (25 de Diciembre del 2022)

 DOMINGO DE NAVIDAD - A (25 de Diciembre del 2022)

Proclamamos el Evangelio según San Juan  1,1-18:

1:1 En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.

1:2 Ella estaba en el principio con Dios.

1:3 Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe.

1:4 En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres,

1:5 y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.

1:6 Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan.

1:7 Este vino para dar testimonio, como testigo de la luz, para que todos creyeran por él.

1:8 No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz.

1:9 La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.

1:10 En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció.

1:11 Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.

1:12 Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre;

1:13 la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios.

1:14 Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.

1:15 Juan da testimonio de él y clama: “Este era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo.”

1:16 Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia.

1:17 Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.

1:18 A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado. PALABRA DEL SEÑOR.

Paz y Bien en el Señor.

La afirmación clave: “La Palabra de Dios se hizo carne” (Jn 1,14). Es una afirmación muy sabida, pero es realmente escandalosa: aquella Palabra que Juan tanto ha insistido en que "era Dios", resulta que asume la total debilidad de la condición humana, y viene a vivir con los hombres, y en esta debilidad (¡hasta la cruz!) será donde contemplaremos su gloria divina. A Dios ahora se le puede ver y tocar (IJn 1,1-3). Y se le ve y se le toca en la "carne" débil de Jesús. - Una vez dicho esto, Juan resalta una y otra vez las cualidades y dones que recibimos de la Palabra hecha carne (que ahora ya no se llama "Palabra" sino "Hijo" y "Jesucristo", una persona concreta y palpable): gracia, verdad, abundancia de su plenitud... Todo para consolidar la afirmación básica: a Dios sólo se le encuentra en Jesucristo, en su carne, en su vida concreta: “A Dios nadie ha visto jamas, pero el Hijo que está en seno del Padre nos lo dio a conocer” (Jn 1,18).

Esta página de san Juan está tan llena de plenitud que no se debería añadir nada. Estas sujeciones de abajo no quieren encuadrar ni reducir la meditación, que, más que nunca, no puede ser tan personal.

-Al principio... La primera palabra del evangelio nos hace recordar el origen de todas las cosas. De un goIpe de ala vigoroso, el águila de san Juan sube, sube... tan alto que no existe el horizonte, y, con los ojos penetrantes, ve encima de todo límite, antes del comienzo de los tiempos.

-Era...Este verbo sencillo, "ser", llena el poema... Es la palabra más sencilla y la más esencial: la existencia, la razón de todo lo demás. Y este verbo, al pretérito, invoca inmediatamente un "tiempo inmutable", indefinido. En mi rezo, podría emplear estas dos palabras: "al principio... era..." saboreando su densidad, dejándome ir a su infinita evocación.

-El verbo... El "logos"... La "palabra"... La "comunicación"... La "expresión"... La sabiduría... La acción. Juan, en seguida, llama a Cristo el "Logos", en griego. Es una palabra difícil de traducir. Por eso, hemos buscado otras palabras, cercanas, para comprender el sentido más allá de la palabra.

La palabra Logos era ya empleada en la reflexión filosófica griega (la Palabra es una de las maravillas del honre, la expresión propia de la persona, la posibilidad de relación, la manifestación de la inteligencia). Pero, san Juan probablemente ha usado esta expresión para incorporarse a la gran corriente de la literatura bíblica que veía en la Sapiencia o Sabiduría algo así como la expresión misma de Dios: (Prov, 8, 23-36). "Yo, la Sabiduría, desde los orígenes fui establecida desde el principio, antes del origen de la Tierra. Cuando aún no existían los abismos, yo fui concebida... cuando trazó los fundamentos de la tierra, yo estaba a su lado como el arquitecto, él tenía en mí sus delicias, expansionándome en su presencia, sobre la superficie de la tierra y encontrando mis delicias entre los hijos de los hombres." (Eclo, 24-1.22). En el principio era el Verbo. Hijo eterno venido del Padre, el Cristo es la "expresión" perfecta del Padre, "la imagen misma del Dios invisible" (Flp, 2, 6) el "resplandor" de la gloria del Padre" (Heb 1, 3) Jesús es la "manifestación suprema de Dios a la humanidad" (I Jn, 1, 2). Verbo = expresión + acción... palabra activa...

-Y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios: Dos veces solamente en el evangelio de san Juan, Jesús es designado explícitamente como "Dios": aquí, en la primera frase... y en boca de Tomás, en el ultimo capítulo (Jn, 20, 28): "¡Señor mío y Dios mío!". Todo su evangelio está entre ambas frases.

-Por El, todo ha sido hecho. En Él estaba la "vida": La creación universal es el primer "acto", el primer "gesto", la primera "expresión" de Dios. La maravillosa creación es lo que primero revela al Dios invisible. Todo. Todo. Soberanía universal... Y sin El, nada se hizo. Influencia universal... Nada. Nada. Nada existe fuera de Cristo.

-En el mundo estaba... Vino a su propia casa... El Verbo se hizo carne... Dios entre los hombres, Dios en nuestros caminos. Dios en la esquina de la calle. Dios por todas partes.

-Luz verdadera, alumbra a todo hombre que viene a este mundo... Pero el mundo no le conoció... Los suyos no le recibieron... A todos los que le recibieron, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios.

Los suyos no le recibieron. La pobreza de Dios se hace drama de Dios. Vino a los suyos y, al igual que todos, busca acogida y abrigo, comprensión y aliento. Dios viene a los suyos todos los días. Puerta cerrada a un Dios que no vive según nuestros reglamentos. Puerta cerrada a una Palabra que desconcierta nuestros pensamientos. ¡Navidad es también una fiesta de conversión! El Verbo se hace carne, y Dios sabe lo que le cuesta. Desde el pesebre hasta la cruz, el camino es uniforme.

Y no obstante... A los que creen en su nombre les da el poder de hacerse hijos de Dios. A los que creen en Jesús-Salvador, Dios de los pecadores, Dios de los perdidos, Dios de los humildes, Dios de ternura. Los que creen en su nombre... Los que perciban la luz en la obscuridad de la espesa noche, los que escuchan la Palabra en el silencio de una fe incesantemente zarandeada. ¡Pueblo de la Samaritana y del Ciego de nacimiento, grupo minúsculo de los pescadores de Galilea y de los últimos presentes al pie de la cruz! ¡Les dio el poder de hacerse hijos de Dios!

¡Nacieron de Dios! Venidos al mundo como vino Jesús, hijos e hijas de lo inesperado, de la pobreza, de la inseguridad. No tienen en este mundo otro apoyo que Dios, su amor y su Espíritu. Vienen al mundo en pleno viaje, y el tiempo les urge a proseguir el camino. Hijos frágiles, siempre llamados a renacer; hijos de un Dios al que nadie vio jamás. Pueblo de los sin nombre, de los apátridas, de los huérfanos según el mundo.

Hijos de Dios, ¿seremos capaces de afrontar el futuro sin más equipaje que nuestra fe? En esto nos diferenciamos de todos los anticristos que querrían desviarnos hacia otros caminos que no son los de la Palabra cada día nueva. Sólo Cristo es el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Y no porque unos anticristos se llaman a sí mismos "hijos de Dios" vamos nosotros a seguirles por otro camino que no sea el de Dios-con-nosotros. Verbo hecho carne en la humildad de nuestra carne.

domingo, 11 de diciembre de 2022

IV DOMINGO DE ADVIENTO A (18 de Diciembre del 2022)

 IV DOMINGO DE ADVIENTO A (18 de Diciembre del 2022)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 1,18-24.

1:18 Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.

1:19 José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

1:20 Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.

1:21 Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados".

1:22 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:

1:23 La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros".

1:24 Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa,

1:25 y sin que hubieran hecho vida en común, ella dio a luz un hijo, y él le puso el nombre de Je sus. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos amigos en el Señor Paz y bien.

“José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”(Mt 1,20-21). Este episodio, más el relato de Lucas donde el Ángel dice a María: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo” (Lc 1,30-32). Es el Ángel y por ende Dios quien desposa a María y José con la palabra: “Le pondrás por nombre Jesús”. Tanto María como José, ahora como esposos tienen el deber de dar la identidad dando un nombre, el nombre de Jesús que en el mundo bíblico tiene dos connotaciones: En el AT. Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros (Is 7,14). En el NT. (Dios salva, Jn 3,17). San Pablo nos dice al respecto: “Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, toda rodilla se en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame: Jesucristo es el Señor para gloria de  Dios Padre”(Flp 2,8-11).

El Ángel anuncia a María (Lc 1,28). María acepta, pero ahora vienen los líos con José su esposo. Sorpresivamente, José se da cuenta de que María está embarazada (Mt 1,18), es consciente que él no ha convivido con ella. Por lógica humana uno solo puede pensar en un adulterio, José no quiere pensar eso de María, la conoce muy bien, pero tampoco puede negar la realidad lo que sus ojos están viendo.

¿Se dan cuenta del problema que se ganó José?  ¿Quieren ustedes ponerse en una situación similar? Ponte que tú como novio, estas en la víspera de contraer el matrimonio y que precisamente ahí te sorprendes que tu novia a quien tanto has amado te sale con el cuento que ya está embarazada y el hijo no es precisamente para ti. ¿Qué actitud tomarías como novio? O que tú como novia estas a punto de casarte y que tu novio en las vísperas te sale con el cuento que ya espera un hijo y no es contigo sino con tu amiga. ¿Irías aun en tales circunstancias alegremente al altar con tu pareja? Pues, José esta exactamente envuelto en este lío. “José, su esposo, que era un hombre justo no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19).

Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1,20-21) ¿Cree alguien que es fácil entender y creer en ello cuando todos sabemos cómo se hacen los hijos y cómo vienen los hijos al mundo?

El Ángel le dijo a José al igual que  María: “No tengas miedo María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,  reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?”. El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,31-35). Ahora José cree y se fía de la Palabra del Ángel (Mt 1,20-21). María creyó sin entender, José también cree sin entender nada. Aquí todo se mueve en el plano de la Palabra y de la fe en la Palabra de Dios.

¿Hoy, alguien cree ya en la Palabra? ¿Tú te fiarías de la palabra de tu esposa o de tu hija? Aquí no hay documentos firmados. No hay documentos notariales que atestigüen la veracidad de la palabra del Ángel; sin embargo, aquí hay dos testigos de fe: María y José que creyeron sin ver, creyeron en la Palabra de Dios, se fiaron de la Palabra de Dios sin exigir ni firmas ni pruebas. María dijo al Ángel: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). José obedeció a la palabra del Ángel y “se llevó a casa a su mujer” (Mt 1,24). Misterio de la palabra. Misterio de la fe. Creer fiándose sencillamente de la Palabra de Dios, eso no hace cualquiera sino obedece al poder de la fe como obra de Dios.

Hay una figura en la Navidad que solemos destacar relativamente poco, es la figura de José. Sí, le ponemos de rodillas delante del Niño y poquito más. Sin embargo, es una de las figuras centrales de la Navidad. Hay tres figuras que llenan todo el cuadro: El Niño, María y José, la sagrada familia. José era bien bueno, era todo un hombre de Dios, era todo un hombre de fe; sin embargo, pareciera que “Dios se la hizo”. ¿Se dan cuenta del lío en que le metió María? Mejor dicho, el lío en que le metió Dios.

La lógica humana buscaría que en la anunciación debieron estar presentes los dos tanto la Virgen como José y Dios se hubiera ahorrado líos. Pero el Ángel se le aparece solo a María, no a José. La Anunciación de la Encarnación es para María, y nadie cuenta y piensa en José. Pero la cosa no podía ocultarse por mucho tiempo. Hasta que, un día, percibe la realidad de su esposa María “embarazada”. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo entenderlo? ¿Qué hacer? Todo un momento de angustia, de dudas, de incertidumbres encontradas. Sería el momento de hacer el escándalo madre en Nazaret. ¡Qué talla de hombre! ¡Qué talla de alma! ¡Qué talla de fe! Pero el sufrimiento nadie se lo podía quitar. ¡Y vaya si era bueno! ¿Por qué le tenía que pasar esto a José? No resulta fácil pasar por esa prueba de fe por la que pasa José y guarda silencio. Todo lo medita en su ser interior.

Cuando el Ángel le revela la verdad de lo que ha sucedido, la mente de José se doblega. El corazón de José se aviva y la serenidad cubre la fama de María delante del pueblo. ¿Te imaginas a todas las mujeres de Nazaret viéndola a María como una adúltera? Pues, veamos una escena de adulterio:

“Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?». Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra». E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?». Ella le respondió: “Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante” (Jn 8,3-11). José quiso evitar este escándalo para su esposa María por eso dice: “José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19). Pero, Dios corrige a José: “Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1,20-21).

Dios tiene una manera de hacer las cosas que desconcierta a cualquiera. La Navidad comenzó en Nazaret con todo un problema entre José y María. ¿Se merecían esto? Algo que no corre en nuestra lógica, pero corre maravillosamente en la lógica de la fe, que es la lógica de Dios. Los caminos de Dios nunca son fáciles, pero terminan siendo maravillosos. Ese es el camino de cada uno de nosotros hacia la Navidad. De la oscuridad de la fe, a la claridad de la fe.

San Pablo al respecto dice: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo» ¡Abba!, es decir, ¡Padre! (Gal 4.4-6). O como el profeta dice: “Dios puso su morada entre los hombres” (Ez 37,27). O como mismo Juan dice. “La palabra de Dios se hizo hombre y habito entre nosotros” (Jn 1,14).

La encarnación del hijo de Dos es el despliegue del amor hacia nosotros y con razón dice San Juan: “Tanto amó Dios tanto al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). Escena que el profeta lo resume con una idea maravillosa: "Aquí la señal que Dios da: La Virgen está embarazada y da a luz un hijo y le, ponen el nombre de Enmanuel que significa Dios-con-nosotros" (Is 7,14). Lo que quiere decir que Él se hizo lo que nosotros somos porque está con nosotros, y para que nosotros seamos lo que Él es.

martes, 6 de diciembre de 2022

III DOMINGO DE ADVIENTO - A (11 de Diciembre del 2022)

 III DOMINGO DE ADVIENTO - A (11 de Diciembre del 2022)

Proclamación del Evangelio según San Mateo 11, 2 -11:

11:2 Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle:

11:3 "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?"

11:4 Jesús les respondió: "Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven:

11:5 los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.

11:6 ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!"

11:7 Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: "¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?

11:8 ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes.

11:9 ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta.

11:10 Él es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino.

11:11 Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Queridos amigos(as) en la fe paz y bien.

El domingo anterior leíamos el evangelio en el que nos decía que Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea proclamando: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,2). Y más adelante decía: “Produzcan el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8). Y terminaba la enseñanza: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3,11). Haciendo clara referencia al profeta Isaías que pregonaba: “El no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir. Juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres del país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas” (Is 11,3-5).

“Los discípulos le preguntaron a Jesús: "¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías? Él respondió: Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre. Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista (Mt 17,10-13).

Hoy, domingo de (Gaudete), la alegría (Flp 4,4) nos sitúa recibiendo los primeros vestigios del amanecer. Juan bautista es como esa estrella, el lucero que nos anuncia el gran día en que Dios estará con nosotros de visita, una visita esperada durante muchos siglos y anunciada por los profetas.

Juan mandó  sus discípulos y desde la cárcel a que pregunten a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3). La duda de Juan el bautista es enorme en el sentido humano y es que la figura de Jesús siempre nos resultará un tanto ambigua. ¿Acaso resulta fácil reconocer al hijo de Dios en un niño? ¿Acaso resulta fácil reconocer al hijo de Dios recostado en un pesebre? ¿Acaso resulta fácil reconocer a Dios sin casa propia y naciendo en un establo de animales? ¿Nos es fácil entender que el Rey del universo, el dueño de todo cuanto existe se nos presente como un simple mendigo?  Y la otra idea: Dios se revela y manifiesta no sentado en un trono, rodeado de oro, en un palacio de lujo sino rebajándose hasta tocar lo más bajo de la realidad humana, entre los pobres pastores.

Juan bautista, que está en la cárcel por haber denunciado  a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano» (Mc 6,18), tiene una idea de grandeza sobre Jesús. Y ahora le llegan noticias de un estilo de vida rebajado a tener que convivir con la miseria humana y le entran dudas. La oscuridad de la cárcel se une ahora a la oscuridad de sus ideas y de su pensamiento. De ahí una duda tan profunda como preguntarle: “¿Eres tú de verdad o tenemos que esperar a otro?” (Mt 11,3).

Juan encarcelado recibe rumores sobre las actividades de Jesús. Juan se siente metido en un enredo, lo que oye de Jesús no responde a lo que él esperaba y al igual que todos los judíos: Juan y los suyos hubieran querido un Jesús más duro, más firme, que pusiese orden, aunque fuese con la fuerza y la violencia. Por una parte, la oscuridad de la cárcel y, por otra, la figura de Jesús que se les desmorona y desfigura con cada actitud de Jesús y más aún cuando dice: “Mi reino no es d este mundo” (Jn 18,36).

Juan no es de los que se queda en el mar de la duda, quiere clarificarse, y manda sus discípulos a que le pregunten directamente a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (Mt 11,3). Dos ideas: No podemos vivir en la penumbra de la duda. Y mejor será siempre preguntar directamente, a Jesús y no andar con rodeos, que así no se aclara nada. Preguntar directamente  a Jesús porque solo el posee la verdad (Jn 14,6).

Jesús nunca suele responder con teorías. Jesús siempre responde con hechos de vida. Cuando los discípulos de Juan preguntan a Jesús: “Tu eres el que ha de venir o debemos esperar a otro”. Jesús que está predicando rodeado de mucha gente hace un alto en su enseñanza y atiende a los discípulos de sus amigos Juan Bautista y vaya la sorpresa. Jesús no les dice que sí, sino que manda acercarse a los enfermos: “A ver ¿quiénes están ciegos? Que pasen aquí adelante” y les unta con la saliva los ojos y ven. Saltan de gozo los ciegos al dejar de ser ciegos (Jn 9,6). Jesús dice ahora: “A ver ¿Quiénes están sordos y mudos?” y les toca con el dedo el oído y se les abren los oídos y hablan sin dificultad. Jesús pide ahora que traigan a en sus camillas a los tullidos, mancos y cojos y les toma de las manos y caminan y saltan de gozo y sin dificultad. Al joven que yacía en su ataúd le dice “Joven a ti te digo levántate” y el muerto se levantó (Lc 7,14).

Jesús dice a los enviados de su amigo Juan Bautista: “Vayan y digan a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y feliz el que no se escandalice de mí!” (Mt 11,4-6)

Con frecuencia tenemos una idea falsa de Dios, como en realidad la tenía Juan. Con frecuencia anunciamos a un Dios que no es. Un Dios que nunca ha dicho de sí lo que nosotros decimos de Él. Jesús se clarifica, no como el juez que condena, sino como el Dios que salva. Un Dios que se define a sí mismo, no en lo que es en sí, sino en relación a los hombres y su misión salvífica. Resulta curioso que mientras el hombre se define en relación a Dios, Dios se define a sí mismo en relación al hombre. Es el Dios liberador. El Dios que nos libera de nuestras dudas y esclavitudes. El Dios que nos hace ver. El Dios que sana nuestras invalideces. El Dios que nos limpia de nuestras lepras. El Dios que nos hace oír. El Dios que nos da la vida. Con mucha razón ya nos había dicho “Quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).

Las señales de identidad de Jesús son su modo de obrar, el currículum vitae de identidad de Jesús: el curar nuestras enfermedades, el devolvernos nuestra dignidad. Luego conviene preguntarnos ¿Cuáles serán las señales de la identidad del cristiana? ¿Nos definiremos como cristianos por lo que hacemos por los demás? Siempre pensamos en que nos reconocerán por nuestra relación con Dios. Eso es fundamental, pero podrán reconocernos como tales si no hacemos nada por los demás. San Pablo con gran sabiduría dice al respecto: “El que recibe la enseñanza de la Palabra, que haga participar de todos sus bienes al que lo instruye. No se engañen: nadie se burla de Dios. Se recoge lo que se siembra: el que siembra para satisfacer su carne, de la carne recogerá sólo la corrupción y muerte; y el que siembra según el Espíritu, del Espíritu recogerá la Vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos. Por lo tanto, mientras estamos a tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe” (Gal 6,6-10).

Si hemos tomado con seriedad este tiempo de adviento entonces Dios nacerá sin tardanza en tu corazón y entonces veras la gloria de Dios en ti (Jn 11,40) y podrás exclamar como san Pablo: “Pero en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). Porque para mí la vida es Cristo (Flp 1,21).

domingo, 27 de noviembre de 2022

II DOMINGO DE ADVIENTO - A (04 de Diciembre del 2022)

 II DOMINGO DE ADVIENTO - A (04 de Diciembre del 2022)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 3,1-12:

3:1 En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea:

3:2 "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca".

3:3 A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.

3:4 Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre.

3:5 La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro,

3:6 y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.

3:7 Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca?

3:8 Produzcan el fruto de una sincera conversión,

3:9 y no se contenten con decir: "Tenemos por padre a Abraham". Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham.

3:10 El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.

3:11 Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.

3:12 Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible". PALABRA DEL SEÑOR.

 

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

El domingo pasado hemos inaugurado este tiempo de adviento y en ella el Señor nos ha dicho: “De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada” (Mt 24,40). “Estén preparados, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor… preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,42-44). Estar preparados equivale: "Convertirse, porque el Reino de los Cielos está cerca" (Mt 3,2). “Producir el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8). El que se convierte y produce frutos de sincera conversión será llevado al cielo y el que no se convierte será dejado para el infierno. Este tiempo de adviento es el resumen de todo el tiempo de espera del Mesías que es el Antiguo Testamento, viene a llevarnos y está a la puerta: “Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap 3,20).

Hoy el evangelio dice: “Se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,1-2). Y más adelante dice: “Produzcan el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8). Y termina la enseñanza: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3,11). Haciendo clara referencia al profeta. “El no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres de país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas” (Is 11,3-5).

Dios dijo por el profeta: “Yo les voy a enviar a Elías, el profeta, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total (Mlq 3,23-24). Los discípulos le preguntaron: "¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías? Él respondió: Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Así también harán padecer al Hijo del hombre. Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista (Mt 17,10-13).

El evangelio de hoy nos describe el perfil del gran predicador que anuncia en el desierto un cambio de vida (Mt 3,8). Capacita a las personas para superar el juicio de Dios, la inminente cólera divina, que es la confrontación final que aguarda a todo hombre (Mt 3,7). Con todo, en medio de la dura predicación, se vislumbra una esperanza de vida y salvación, que es lo que en última instancia el evangelio quiere llevarnos a contemplar y vivir “lo nuevo” que viene con Jesús (Mc 2,22). Y en su comprensión se puede enfocar en tres parte: 1) La entrada en escena del Profeta del Desierto (Mt 3,1-3). 2). La vida de profeta y el ministerio bautismal de Juan (Mt 3,4-6). 3). La predicación del juicio inminente y la llegada del Mesías (Mt 3,7-12).

1.    La entrada en escena del Profeta del Desierto: “Por aquellos días Juan el Bautista, se presentó proclamando en el desierto de Judea: Convertanse porque ha llegado el Reino de los Cielos. Éste es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: ‘Voz del que clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderezad sus sendas” (Mt 3,1-3). En el momento en que se inici con la proclamación del evangelio (Jesús) aparece primero una personalidad nueva y desconocida. San Mateo lo introduce en escena diciendo: “se presenta Juan…” (Mt 3,1). Su venida no es fortuita, de hecho su entrada es el punto de referencia que coincide con el comienzo de una nueva época para la historia (“por aquellos días”; este lenguaje es conocido en los profetas: Jer 38,29; Zac 8,23). Esta manera de entrar, con estos primeros términos precisos ya nos dicen que comenzó el tiempo final: como se dirá al final, es el tiempo del Mesías.

En cuanto “predicador” Juan viene para despertar las conciencias, para abrir los ojos ante la obra que Dios está haciendo y conseguir que esta obra sea adecuadamente recibida por corazones bien dispuestos. Si seguimos leyendo las páginas sucesivas del evangelio de Mateo nos damos cuenta que Juan es el primero de una serie de predicadores, de hecho Jesús y sus discípulos serán descritos en términos similares (Mt 4,17.23; 9,35; 10,7.27; 11,1). A diferencia de los que vendrán, lo específico de Juan Bautista como misión es el de preparar el terreno para el sembrado del Reino. La semilla de Jesús y su comunidad vendrá enseguida: Los fariseos le preguntaron cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: "El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: "Está aquí" o "Está allí". Porque el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21).

1.1.    Un predicador en el “Desierto” (Mt 3,1): El desierto es el lugar de la “escucha” donde se atienden, lejanas de toda distracción, las directivas de Dios. Para Israel con frecuencia fue un punto de referencia que apuntaba a sus orígenes (en la creación, en la alianza) y por eso, al tenor de la profecía de Oseas, el espacio geográfico-espiritual al cual se regresa para retomar el proyecto con la fuerza del amor primero (Os 2,16). Como lo indica Isaías (40,3), hay una nota de esperanza que percibe, en la flamante peregrinación del Pueblo que retorna del exilio, la acción poderosa de Dios que realiza el éxodo y al mismo tiempo el pueblo regresa purificado –habiendo aprendido las lecciones de la historia- y dispuesto a construir una sociedad nueva. Esta clave de un nuevo éxodo también es subrayada en la experiencia de Jesús en el desierto (Mt 4,1).

Un predicador del cambio: “Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos” (Mt 2,3). El espacio insólito de la predicación aparece unido al anuncio de los nuevos tiempos que se aproximan. Por eso el desierto es el punto de partida de algo nuevo impulsado por el llamado de la Palabra.

¿Cuál era el pregón de Juan? Una frase breve y fuerte parece resumirlo. Tiene dos partes: 1) Un imperativo: “Convertanse” (un llamado que se repetirá al final, en el Mt 2,11). Es un llamado para tomar distancia radical de todo lo que hasta entonces ha tenido valor, los antiguos criterios de vida pierden vigencia. 2) Una clara motivación: “Porque ha llegado el Reino de los Cielos”. La conversión no es para volver atrás, al punto de partida, sino un ir más allá, dar pasos hacia delante en la dirección “Reino”: la obra del Dios creador y Señor de la historia que viene a cumplir sus promesas y a plantear sus exigencias.

El pregón del primer heraldo del Evangelio consiste en una invitación para dejar la vida de pecado para convertirse al Dios que se ha hecho presente en medio de su pueblo, que “ha llegado”. Según Juan Bautista el “Reino” ya “ha llegado” (levemente diferente de Marcos 1,15: “está cerca”). La finalidad de la conversión hacer la experiencia de dicho Reino. Es importante la anotación de que esta soberanía es “de Dios”, o como prefiere decir Mateo “de los cielos” (para evitar el nombre divino en un ambiente de fuertes raíces judías). Lo nuevo viene del cielo, no es el punto de llegada de esfuerzos humanos y por eso es gracia. Dios siempre ha obrado en medio de su pueblo, pero viene ahora algo inédito: él mismo está ahí.

Un predicador que es como voz del que clama en el desierto: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas” (Mt ,3,3). Juan el Bautista se presenta en calidad del heraldo que grita del mensaje de su Señor, por lo tanto no realiza una misión por iniciativa propia sino por envío de Dios. A la luz de la profecía de Isaías (40,3), que para Mateo es el profeta de la salvación mesiánica, el ministerio de Juan arroja nuevas luces: 1) Con la venida de Juan se cumple una antigua profecía de Isaías. 2) Juan es la “voz” que personifica históricamente a aquel misterioso personaje presentado por Isaías (quizás un miembro de la asamblea del consejo de la corte celestial), el cual le hacía eco a las instrucciones de Dios para el pueblo que regresaba de la cautividad de Babilonia. 3) La voz parte del “desierto” pero la finalidad no es quedarse en el desierto sino completar un camino. 4) Así como en la antigua profecía se preparaba el camino al Rey y su séquito, en los nuevos tiempos, cuando se realiza en su sentido más profundo esta profecía: Dios viene (es más “ya ha llegado”; Mt 25,6). Es “el camino del Señor”, el suyo es un camino triunfal que no admite senderos tortuosos, pistas extenuantes ni recorridos desalentadores. 5) Lo importante del anuncio es que es Dios mismo, en cuanto “Señor”, quien guía a su pueblo: como un pastor que guía a su rebaño. Bajo su guía el pueblo alcanzará victorioso la meta de su caminar histórico.

Juan, por tanto, es la voz de aquél que grita repetidamente en el desierto su mensaje para que los hombres se preparen, como quien prepara una “vía sacra” para la venida de Dios (“preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”), lo cual implica renunciar a las antiguas seguridades. El profeta nos quiere sensibilizar para ofrecerle a Dios la máxima acogida. Antes de ponernos a la escucha de las instrucciones precisas para “preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (será la tercera parte de este pasaje), observemos la persona misma del profeta que hasta ahora sólo se ha denominado “voz que clama en el desierto”.

2.    Vida del profeta y bautismal de Juan (3,4-6): El evangelista Mateo se detiene un poco para presentarnos rasgos que podríamos llamar “históricos” de su cualificado ministerio. La descripción del personaje sigue dos círculos concéntricos: Juan a solas (Mt 3,4) y Juan rodeado de la multitud que acude a su predicación (Mt 3,5). Se percibe aún una tercera coordenada que es la anotación del evangelista sobre el éxito de la misión de Juan (Mt 3,6). Juan a solas: “Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre” (Mt 3,4). El profeta aparece como un típico personaje del desierto: una vida conducida con hábitos de máxima austeridad, sin la más mínima ostentación. El vestido “de pelos de camello” amarrado por un “cinturón”, es lo contrario de una vestidura lujosa, no es lo que llevaría una persona de alta dignidad. Inicialmente nos encontramos con un Juan que se viste a la manera de los beduinos del desierto. Pero hay más. Esta manera de vestirse nos remite al profeta Elías (“un hombre vestido de pieles y faja de piel ceñida a la cintura”, nos dice 1º Reyes 1,8), cuya indumentaria se convirtió posteriormente en el “uniforme” de los profetas (Zacarías 13,4).

La profecía de Malaquías decía que Elías –quien no murió- sería con su regreso el precursor del Mesías: “Voy a enviaros al profeta Elías antes de que llegue el Día de Yahvé, grande y terrible” (Mlq 3,23). Por tanto, la alusión no parece ser casual, porque según este mismo evangelio de Mateo, Juan Bautista “es Elías, el que iba a venir” (Mt 11,14; 17,10-12). Si esto es así, entonces el paso siguiente es la venida del Mesías. Si a esto le sumamos que se alimenta con una asombrosa austeridad, con la comida más sencilla posible y casi un vegetariano (“su comida eran langostas y miel silvestre”), ciertamente deduciremos que estamos ante un hombre que en asombrosa pobreza vive completamente dedicado a Dios: un verdadero asceta.

Juan rodeado de la multitud que acude a su predicación: “Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán” (Mt 3,5). Dejando de lado las soledades orantes del hombre de Dios, el evangelista enseguida nos lo presenta en acción. “Acuden a él”. El pueblo busca masivamente a Juan: tiene éxito, consigue movilizar la fe de la gente. El radio de acción de la predicación de Juan alcanza el mundo urbano de la ciudad (“Jerusalén”), igualmente toca la población campesina de la provincia (“toda Judea”) y finalmente los que comparten su hábitat en los alrededores del Jordán. ¿Por qué toda esta gente, desde los más lejanos hasta los más cercanos, acude a Juan? Porque reconoce que la organización de la sociedad no le está ofreciendo la vida que esperan, no es lo que –como pueblo de la Alianza- están llamados a ser; es más, de esta forma la gente reconoce que es parte de esta misma sociedad, o sea, que ha participado en sus injusticias. En la voz y en la persona de Juan reconocen su auténtica vocación y deciden recomenzar para vivir según la justicia de Dios. El movimiento de búsqueda de Juan implica que las multitudes están interesadas en un proceso de conversión.

La gente se toma en serio la predicación de Juan: se hace bautizar: “…Y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados” (Mt 3,6). La predicación de Juan sobre la conversión era acompañada del bautismo en las aguas corrientes del río Jordán. La descripción del evangelista (en tiempo histórico) deja entender que Juan tuvo éxito en su predicación: fue tomado en serio.

El Bautismo: Quien había acogido el llamado a la penitencia confesaba sus pecados, entraba en el Jordán y era inmerso en sus aguas. Todo aquel que era lavado en este baño ritual debía después vivir libre del pecado en la espera de la salvación que estaba por venir. El bautismo señalaba que la persona que lo recibía era sincera y que su actitud era válida a los ojos de Dios. Puesto que era un gesto público, todos los asistentes, comenzando por Juan, se convertían en testigos de las nobles intenciones del bautizado. Por otra parte, el hecho de que sea administrado por otra persona y no por sí mismo (de hecho existían los rituales de auto-purificación en las piscinas destinadas a ello), significaba un abandono a la obra de Dios: la pureza y la renovación son ante todo una obra de Dios.

La confesión de los pecados: El hecho de “confesar los pecados” implica que la pureza lograda no sólo era legal sino también moral. Dos cosas eran claras, puesto que era un momento decisivo en la vida de la persona este bautismo era una sola vez en la vida (por lo tanto la conversión era a fondo) y funcionaba sólo si de daban “frutos de conversión” (Mt 3,8). Además de entrar en comunión con Dios, los bautizados por Juan debían construir comunidad, una comunidad preparada para la llegada del Mesías. Se nota que todavía algo esencial está faltando: el bautismo de Juan valida la actitud del pecador pero no interviene transformadoramente la realidad del “pecado”. El texto no habla del “perdón de los pecados” porque sólo la muerte expiatoria de Jesús tiene el poder de perdonar los pecados (Mt 26,28). En esto el evangelio es coherente: el Mesías se llamará “Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21).

3.    La predicación del juicio inminente y la llegada del Mesías (Mt 3,7-12): 1) Enfatiza el tema de la conversión del pueblo de Dios -los “hijos de Abraham”- (Mt 3,7-10), y 2) anuncia la venida del Mesías, quien superará su predicación sobre la conversión (Mt 3,11-12). El tema final de la predicación de Juan es la venida de Jesús: “Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: ‘Raza de víboras, ¿quién les ha enseñado a huir de la ira inminente? Den, pues, fruto una sincera conversión y no creáis que basta con decir en vuestro interior: «Tenemos por padre a Abraham»; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego (Mt 3,7-10).

En contraste con la anotación anterior sobre el éxito obtenido en su ministerio de predicación de la conversión (medido por la gente que se hace bautizar), Juan Bautista hace sentir ahora sus advertencias sobre los representantes de la piedad judía, que (a) vienen como curiosos, o (b) parecen poner objeciones a la predicación, o (c) que admitiendo el bautismo se muestran renuentes a un verdadero cambio. Puesto que el texto dice implícitamente que éstos vienen a bautizarse y ya que en el evangelio ellos personifican la oposición a la Palabra de Dios predicada por el Mesías, la más probable es la opción (c). Juan les habla entonces directamente a sendos representantes de los partidos político-religiosos de su tiempo como una forma de dirigirse a las estructuras religiosas, las primeras que debían dar ejemplo de conversión: “Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo...” (3,7a).

La idea central de las palabras de Juan es que la conversión no tiene excepciones ni admite aplazamientos ni fingimientos. ¿La razón? Está dicha con una metáfora: “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles” (Mt 3,10). Es decir, el juicio es inminente. Juan: 1) les pone un apelativo que desenmascara la hipocresía religiosa (Mt 3,7b), 2) les lanza una admonición (Mt 3,8), 3) desmonta sus supuestos privilegios (Mt 3,9) y 4) los urge para dar el paso de la conversión (Mt 3,10).

El apelativo “raza de víboras”(Mt 3,7)., En el mundo hebreo es un insulto que pinta a la persona como un hipócrita y como un falso. Con ello se dice que hacen daño y que éste es irreparable. Jesús utilizará también esta expresión (Mt 12,34 y 23,33) y dirá explícitamente que de este tipo de personas, que hacen los ritos religiosos externos pero no son sinceros en su moralidad, de ellas hay que cuidarse (Mt 16,1.6). Con esto tipo de personas Dios será implacable. Juan está pensando en la venida del Reino inicialmente como un juicio (“ira inminente”) del cual no hay forma de escaparse, todos pasarán por él. El juicio de Dios será como un incendio forestal que arrasa el país (ver la metáfora de la ira en Isaías 9,18).

¿Por qué el singular “fruto”? En este texto la conversión aparece como un movimiento vital que proviene de la savia del Reino y que madura internamente en el creyente hasta traducirse en una forma de vida. No sólo se trata del superar conductas pecaminosas sino de darle un radical reconocimiento a Dios mediante una orientación del proyecto de vida que expresa lo “nuevo” que él quiere que hagamos. La conversión no consiste en cambiar “cositas” en la vida sino en un movimiento interno y total que sintoniza la vida con Dios. La metáfora del árbol es oportuna: a veces hacemos como con los arbolitos de navidad, a los cuales les agregamos frutas y otros adornos ficticios; la conversión no es agregarle cosas a la vida sino ser lo que realmente somos, a partir de la obra del Dios del Reino que nos habita.

Dentro de la conciencia nacional judía había ganado espacio la convicción de que, por el hecho de ser israelitas –descendientes de Abraham y por lo tanto “pueblo elegido”-  se iban a escapar del juicio. Basta recordar el estribillo del orgullo hebreo: “No entregues tu gloria a otro, ni tus privilegios a pueblo extranjero. Felices nosotros, Israel, pues se nos ha revelado lo que agrada al Señor” (Baruc 4,4). Incluso un dicho hebreo tardío dice: “Como la vid se apoya en leños secos… así los israelitas se apoyan en los méritos de sus padres” (Lev.R.36). Juan Bautista les dice que eso es una vana ilusión: sólo la revisión de vida y la conversión personal salva. Por lo tanto no tiene validez el hecho de decir “Tenemos por padre a Abraham” (detrás de esta frase está: Isaías 51,2; 63,16).  Dios es el verdadero padre de la comunidad – “uno solo es vuestro padre: el del cielo” dice Jesús en Mt 23- y no está atado a la descendencia de Abraham. De repente, diciendo estas palabras, Juan Bautista muestra las rocas del desierto de Judá: “Dios puede de estas piedras dar hijos a Abraham”; queriendo decir que él es creador y obra por su soberana voluntad. Es Dios quien pone los criterios para ser pueblo de Dios.

Por lo tanto, no hay ninguna seguridad con respecto a la salvación por el hecho de pertenecer a tal o cual familia o institución. ¡Lo que hacemos en la práctica dice quiénes somos!  El cartón de entrada en el Reino es la práctica concreta de la nueva justicia.

Juan sigue rebatiendo todas las excusas de los fariseos y saduceos. Finalmente les dice que no se puede aplazar la penitencia: “Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles” (Mt 3,10). La imagen del leñador a punto de dar el golpe certero sobre un árbol que en tierra erosionada deja ver sus raíces es una imagen muy dura para un israelita (ver la predicación de Isaías 10,33-34). Significa: ¡El juicio está aquí, a las puertas! ¡Sin conversión no hay pueblo de Dios! ¡Todo lo que se creía un privilegio resulta ser inutilidad! Así como el árbol “que no da buen fruto” es abatido y convertido en leña, así también está en riesgo en antiguo pueblo de Dios.

El anuncio de la venida del Mesías: “Yo les bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga” (Mt 3,11-12). Sin perder la vista del “fuego” (3,10), ahora Juan Bautista da un paso adelante en la predicación anunciando explícitamente la venida del Mesías. Juan como profeta no sólo remueve las conciencias con sus denuncias sino que también anuncia lo nuevo que está a punto de venir. Es verdad que la penitencia es la forma adecuada de preparación del camino del Mesías, pero ¿Quién es éste que viene?

Su anuncio tiene dos partes: 1) se confronta el bautismo con agua y el bautismo con Espíritu Santo y Fuego, para poner de relieve la superioridad del Mesías sobre su precursor; 2) explana la misión de justicia del Mesías valiéndose de una pequeña y casi parábola.

Los dos bautismos: la gran dignidad del Mesías (Mt 3,11). Juan Bautista habla de su relación con el Mesías (no dice su nombre) en primera persona. Con sus palabras aclara cuál es su papel con relación a él. En medio de la confrontación de los dos bautismos, Juan declara que el Mesías es el más fuerte y lo supera tanto en dignidad como en realizaciones: “Aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo…” (Mt 3,11b). Juan se siente indigno de rendirle los más humildes servicios de los esclavos: “…Y no soy digno de llevarle las sandalias” (Mt 3,11c).