DOMINGO XXVIII - A (15 de Octubre del 2023)
Proclamación del Santo Evangelio según San Mt 22,1-14:
22:1 Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo:
22:2 "El Reino de los Cielos se parece a un rey que
celebraba las bodas de su hijo.
22:3 Envió entonces a sus servidores para avisar a los
invitados, pero estos se negaron a ir.
22:4 De nuevo envió a otros servidores con el encargo de
decir a los invitados: "Mi banquete está preparado; ya han sido matados
mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las
bodas".
22:5 Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se
fueron, uno a su campo, otro a su negocio;
22:6 y los demás se apoderaron de los servidores, los
maltrataron y los mataron.
22:7 Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas
para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad.
22:8 Luego dijo a sus servidores: "El banquete nupcial
está preparado, pero los invitados no eran dignos de él.
22:9 Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos
los que encuentren".
22:10 Los servidores salieron a los caminos y reunieron a
todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de
convidados.
22:11 Cuando el rey entró para ver a los comensales,
encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta.
22:12 "Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el
traje de fiesta?" El otro permaneció en silencio.
22:13 Entonces el rey dijo a los guardias: "Atenlo de
pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar
de dientes".
22:14 Porque muchos son llamados, pero pocos son
elegidos" PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
La universalidad de los invitados. Los siervos invitan a los hombres en las
encrucijadas de los caminos. La llamada de Dios no pone condiciones
preliminares, y ningún hombre es excluido. La invitación se dirige a todos y,
en todo caso, la sala debe estar llena. La equivalencia eclesiológica de este
universalismo es que la Iglesia debe dirigir a todos, sin distinción, su
invitación a la salvación; la comunidad cristiana debe considerarse como un
lugar de gran reunión, como la casa de todos -también de los pecadores-, de la
cual nadie en principio está excluido.
Vestir traje de fiesta: La entrada del rey en la sala del
banquete para saludar a los comensales aparece como un acto judicial, preludio
del juicio final. "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de
fiesta?" (Mt 22,12). Asistir a la fiesta implica estar en relación de
amistad con el rey y con su hijo; subrayaba la primacía de la solidaridad
humana, del amor fraterno, por encima de todas las demás cosas. El festín del reino
no es un refugio fácil donde los invitados entren como quieran. Todos los
invitados deben ser conscientes de que entrar en el banquete mesiánico implica
revestirse interiormente con el "traje de fiesta, vida de santidad"(Lv
20,26). Tanto a los primeros como a los últimos invitados se les exigen ciertas
actitudes para entrar en el reino. Con Jesús se acaba toda discriminación: no
hay buenos ni malos por nacimiento, por raza, por el tamaño de la cartera, por
pertenecer a la Iglesia... Aceptar la invitación quiere decir aceptar el reino
con todas sus consecuencias: cumplir las condiciones marcadas por Jesús en el
sermón de la montaña (Mt 5-7) -sintetizadas en las bienaventuranzas (Mt
5,3-10)- y que culminó en la última cena (Jn 13-17). “Alegrémonos y
regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del cordero, y su
esposa se ha engalanado y se le ha
concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura - el lino son las buenas
acciones de los santos. Luego me dijo: Felices los invitados al banquete de
bodas del cordero. -Me dijo además- Estas son palabras verdaderas de Dios” (Ap
19,7-9).
Del hecho de pertenecer a la comunidad eclesial no se sigue
automáticamente la entrada en el reino; es necesaria una transformación
personal, expresada en la imagen del traje de fiesta, símbolo de la nueva vida
a la que debemos ajustarnos: la vida de Jesús. Es verdad que todos somos
llamados, pero la elección depende de nuestra respuesta (Mt 22,14).
“El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que
salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña y los
contrato por un denario por jornada” (Mt 20,1). “Jesús les habló otra vez en
parábolas, diciendo: El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba
las bodas de su hijo. Envió mensajeros para avisar a los invitados, pero estos
se negaron a ir” (Mt 22,1-3)… “Todo esto dijo Jesús en parábolas a
la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo
del profeta: Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde
la creación del mundo” (Mt 13,34-35). Todas las parábolas se refieren al Reino
de los Cielos. ¿Por qué Jesús se preocupa en hablarnos muchas y muchas veces
sobre el Reino de los Cielos? Por dos motivos: 1) “Si cuando les hablo sobre
las cosas de la tierra, no me creen, ¿cómo van a creer y entender cuando les
hable sobre las cosas del cielo?” (Jn 3,12). Para hacernos entender sobre las
cosas del cielo es como nos habla usando muchos ejemplos o parábolas. 2) “Dios
salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven llegando al
conocimiento de la verdad” (ITm 2,4).
“Ante los hombres esta la vida está y la muerte, lo
que prefiera cada cual, se le dará” (Eclo 15,17). Dios nos dice: “Escoge la
vida, para que vivas, tú y tu descendencia” (Dt 30,19). Escoger la vida es
optar por la salvación y no por la condenación. De ahí es conveniente
interesarnos y preguntarnos: “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23).
“¿Quién podrá salvarse?” (Mt 19,25). “¿Qué obras buenas tengo que hacer para
obtener la salvación eterna?” (Mt 19,16).
“Muchos son los llamados, pocos los escogidos” (Mt 22,14).
El mensaje es que Dios no nos obliga, no nos mete a empellones al Reino de los
Cielo; sino que, más bien nos deja a la libre decisión y espera nuestra
respuesta muy pacientemente. Es así como: Los hijos son invitados a trabajar en
la viña del padre. A los viñadores se les recuerda que deben entregar los
frutos que le corresponden al patrón. Los invitados son llamados a participar
en el banquete de la boda del Hijo del Rey. Y conviene recordar que solo tenemos
dos opciones: Si o no (Mt 5,37). Y cada una de estas opciones tienen
connotaciones muy distintas como efecto: El cielo o el infierno (Lc 16.19-31).
Jesús otra vez habló en parábolas (Mt 13,34) y les dijo:
"El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su
hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos
se negaron a ir… no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su
campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los
apaliaron y los mataron” (Mt 22,2-6). En efecto, Dios nos ha enviado un montón
de tarjetas de invitación a la boda de su Hijo y los que recibieron estas
invitaciones no quisieron participar de la boda. Todos estaban demasiado
ocupados, sus ocupaciones eran más importantes que la boda de Jesús con el
hombre (Lc 9,57-62). Nunca comprendieron o comprendimos lo que se nos dice:
“Felices los que han sido invitados al banquete de bodas del Cordero" (Ap
19,9).
La relación de Dios con el hombre se describe en la
Biblia como alianza: “Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel,
después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley dentro de ellos, y
la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer
31,33). Mismo Jesús se declaró en algún momento como el novio:
"¿Acaso los amigos del novio pueden estar tristes mientras el novio está
con ellos? Llegará el momento en que el novio les será quitado, y entonces
ayunarán. (Mt 9,15). La Iglesia presentada como la novia: “Vi la Ciudad santa,
la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como
una novia preparada para recibir a su esposo” (Ap 21,2). ¿En qué momento es el
desposorio entre el novio y la novia si no es el momentos del sacrificio de la
redención?: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). ¿Se
imaginan la muerte de Jesús como una boda? ¿Y se imaginan que, nosotros a veces
nos neguemos a participar de la boda de Dios con nosotros en cada Santa Misa
festiva o dominical?
Los primeros invitados, los que han tenido preferencia
y se negaron a asistir, serán suplidos por otros, por aquellos a quienes nadie
invita. Salgan, dice, al cruce de los caminos e inviten a todos los que
encuentren bueno y malos. No se fijen si son de los que la gente excluye y
margina. Desde ahora, quiero que todos sean invitados del novio y participen de
la boda de mi Hijo (Mt 22,9). La parábola de los invitados a la boda, puede ser
un bello modelo de cómo quiere Jesús que sea su Iglesia. Si Jesús es el novio,
la Iglesia es la novia, y el Padre es quien organiza la fiesta de bodas. Y
¿dónde entramos a tallar nosotros si no es en la iglesia por el bautismo? (Jn
3,5). Pero no todos tienen vocación de fiesta. Abundan los que siempre tienen
alguna excusa para no asistir y, claro, siempre son los mismos. Los que han
comprado campos. Los que tienen que probar la nueva máquina. Pero aquí un
detalle. Dios no se da por rendido. Por eso dice: “Salgan al cruce de caminos,
y a todos los que encuentren, invítenlos a la boda.” Los criados salieron y
reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos.” Entonces la sala se
llenó de comensales (Mt 22,9).
Pero antes del inicio de la fiesta de boda, hay un
detalle importante. El Rey entró a saludar a todos los comensales y advirtió
que uno, no llevaba traje de fiesta, era un intruso y le dijo: "Amigo,
¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta? El otro permaneció en silencio.
Entonces el rey dijo a los guardias: "Atenlo de pies y manos, y arrójenlo
afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes" (Mt
22,12-13). Es necesario revestirnos con traje de fiesta. Claro que hemos sido
invitados a la boda no por ser buenos, sino incluso por ser malos, pero al
entrar en la fiesta, en la misma puerta debemos despojarnos del traje de luto,
dolor, resentimientos, rencores, etc. Quien pretende participar de la fiesta
ceñida de falsedad o hipocresía, no está revestido con traje de fiesta, y será
echado a las tinieblas, que es el infierno: “Epulón exclamó: Padre Abraham, ten
piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y
refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan" (Lc 16,24).
El traje de fiesta es la santidad. Si deseamos estar
en el banquete de bodas del hijo, debemos si o si revestirnos con traje de
santidad. Jesús oró al padre: “Hazlos santos mediante la verdad. Tu palabra es
verdad” (Jn 17,17). San Pedro dice: “Así como aquel que los llamó es
santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, (IPe 1,15) de acuerdo
con lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo, (Lev 9, 2).
Somos especialistas en saber disculparnos: “no tengo
tiempo”, “estoy ocupadísimo”, “otra vez será”, “lo siento mucho pero no puedo”.
También somos educados en disculparnos ante Dios: “Se me pasó y no me di cuenta
que era domingo o fiesta.” “Tenía mucho que hacer, porque durante la semana
trabajo.” “Tenía que cuidar de mis niños.” Cuando se trata de negarnos a creer,
tampoco nos faltan motivos: “Es que la Iglesia no soluciona el problema de los
pobres.” “Es que en la Iglesia hay muchos pecadores.” “Es que la Iglesia está
compuesta de hombres.” “Yo sí creo en Jesús, pero no en la Iglesia.” “Yo sí
creo en Dios, pero a mi manera.” Nos falta mucha sinceridad y nos sobran
disculpas. Nos falta mucha honestidad con Dios y nos sobran razones para no
creer en Él. Creo a cualquier noticia de periódico y hasta la divulgamos, pero
eso de creer en Dios está ya desfasado y pasado de moda. Eso por no decir, Dios
me estorba porque me impide vivir como yo deseo. Yo quiero ser libre. Se
olvidan que Dios es libertad. No me conviene creer en el Evangelio porque
tendría que cambiar de vida y no estoy dispuesto a hacerlo. Por eso, muchos que
dicen no creer, en el fondo llevan como una polilla que les habla de Dios.
Hacer cosas de Dios no es cuestión de ilusiones. No
seamos como el joven rico que ilusiona el cielo y ahí queda todo: "Maestro
bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me
llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no
mientas, no robes… él dijo: todo eso ya cumplí, que más me faltará? Jesús le
dijo: si quieres ser perfecto anda, vende todo y dáselo a los pobres y luego
ven y sígueme” (Mc 10,17). Dijo también que al cielo no se llega con bonitos
deseos: “No son los que me dicen: "Señor, Señor", los que entrarán en
el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está
en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿acaso no
profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos
milagros en tu Nombre?". Entonces yo les manifestaré: "Jamás los
conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal" (Mt 7,21-23).