sábado, 11 de julio de 2015

DOMINGO XV - B (12 de julio de 2015)

DOMINGO XV – B (12 de julio de 2015)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 6,7-13:

En aquel tiempo Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero;  que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos". Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

En el pasaje distinguimos las siguientes partes: 1) Convocatoria a los Doce (Mc 6,7). 2) Instrucciones para la misión (Mc 6,8-11): Acerca de lo que se debe llevar consigo (Mc 6,8-9). Acerca del comportamiento que hay que tener en caso de acogida o de rechazo (Mc 6,10-11). 3) La realización de la misión (Mc 6,12-13). Aunque la mirada está puesta en la acción misionera que van a realizar los Doce, es notable que la persona de Jesús está en el centro de todo: él llama, él envía, él les reviste de poder y él es quien determina cómo deben comportase los misioneros.

1. Convocatoria y envío de los Doce (Mc 6,7): “Llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos”. Tres breves frases en progresión temporal abren el relato: Él llamó a los Doce, y los envío de dos en dos  dándoles poder sobre los espíritus impuros. Jesús está en el centro de todo: llama hacia él, les capacita y envía al mismo tiempo.

Jesús llama a los Doce (Mc 6,7). En el inicio del Evangelio ya se menciona lo que hoy leemos en estos términos: “Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que Él quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios” (Mc 3,13-15). En otro episodio dice Jesús: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá” (Jn 15,16). “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,27). La vocación a la vida consagrada al servicio de Dios no es de uno sino de Dios. En esta línea también manifiestan los profetas, así por ejemplo se dice: "Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta de las naciones. Yo respondí: ¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven. El Señor me dijo: No digas: 'Soy demasiado joven', porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte —oráculo del Señor—. El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: Yo pongo mis palabras en tu boca. Yo te establezco profeta en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar" (Jer 1,5-10).

Jesús advierte dificultades en la misión cuando dice: “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos…  Cuídense de la gente, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas a causa de mí, los harán comparecer ante gobernadores y reyes, pero así darán testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen a los tribunales, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10,16-22).

“Los envió de dos en dos” (Mc 6,7). De aquí entendemos que los misioneros: No van en nombre propio, sino como testigos de un mensaje recibido de Jesús. Deben ayudarse y apoyarse entre sí (incluso corregirse). Tienen una visión comunitaria de la misión: parte de la comunidad, se realiza en comunidad y apunta a la formación de la comunidad y una vida fraterna. La vida de hermandad es el talante fortaleza de la Iglesia y lo que caracteriza a la comunidad es el amor cuando dice Jesús: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35). En suma – Dice el Señor- “Todos Uds. son hermanos” (Mt 23,8). Y por algo decimos “Padre Nuestro que estas en el cielo” (Mt 6,9).

2) Jesús les da poder sobre los espíritus impuros (Mc 6,7). Esta prerrogativa suya (Mc 1,22-27) ahora Jesús se la transfiere al grupo de los Doce. Se entiende que dicho poder es para expulsar los demonios, tal como se afirma al final: “Expulsaban a muchos demonios” (Mc 6,13). Hasta ahora se han mencionado seis veces los exorcismos de Jesús en el evangelio de Marcos: 1,22-27.34.39; 3,11-12.22; 5,1-20; esto muestra que dentro del anuncio del Reino ésta es una actividad esencial. Pues bien, siguiendo a Jesús en la misión el cristianismo también tendrá como tarea la expulsión de los demonios del mundo, enfrentar las diversas manifestaciones del mal y vencerlo con el poder de Jesús. En este episodio es contundente cuando Jesús dice: “Si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20).

Jesús Resucitado se apareció a los 11 y les dijo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23). Aquí se entiende que los apóstoles ahora tiene el poder a autoridad sobre los demonios. Al principio la acción principal de los misioneros son los exorcismos, pero al final del relato vemos que Jesús también les confió, junto a esta, otras dos tareas: la predicación de la conversión y la curación de los enfermos (Mc 6,13).

En la práctica los aspectos de la misión son tres, los cuales se refieren a la obra eficaz del acontecer del Reino rescatando al hombre de una dirección equivocada en la vida y de las garras destructoras del mal que desfigura su belleza, para que el hombre sea lo que está llamado a ser según el proyecto divino: Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20).

3) ¿Qué llevar para la misión? (Mc 6,8-9): “Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: Calzados con sandalias y no lleven dos túnicas”. Porque la riqueza, poder y fuerza para misión está en la misma fuente del Evangelio. Más aun dice el Señor: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6,19-21). El tesoro del misionero es el mismo Señor (Jn 1,41). Y porque el mismo Señor manifiesta que: “Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero” (Mt 6,24).

Los misioneros son caminantes que van en busca de la gente, ellos no se permiten acomodaciones e instalaciones. Este también es un rasgo esencial de la misión cristiana. La itinerancia requiere previsiones, mucho más en un contexto en que los trayectos son largos y escabrosos y las vías son inseguras. Por tanto, ¿qué es lo que deben llevar consigo? La respuesta ya hemos dicho y con mucha razón un buen día San Pablo exclamó: “Todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, nada tiene valor para mí, todo estimo por basura a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,7-8).

4) La radicalidad en el desprendimiento: Primero Jesús les ordena que no lleven nada para el camino: “Les ordenó que nada tomasen para el camino” (Mc 6,8). La renuncia total a las posesiones exigida para el seguimiento también lo es para la misión: “Pedro se puso a decirle: ‘Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido y Jesús respondió, ninguno que haya dejado casa, campos, familia, hijos en por mí en este mundo quedará sin recompensa, pues recibirá cien veces más y en la otra la vida eterna” (Mc. 10,28).

 Los apóstoles “salieron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo” (Mc 6,12-13). En los Hechos se narra un episodio: “En la puerta Hermosa del Templo Pedro y los demás apóstoles se encontraron con un paralitico y le dijeron: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar” (Hch 3,6).

“Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos” (Mc 6,10-11). Las cosas de Dios no imponen, no se hacen por obligación, sino por amor y convicción. Pero en caso que el misionero sea rechazado asuma su responsabilidad porque dice el Señor: “El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió" (Lc 10,16).

La regla de la constancia (Mc 6,10): Se debe presuponer que, en principio, el misionero que viene en son de paz, completamente desprendido de todas las cosas, encuentre la benévola acogida de familias que le ofrecen un espacio en sus casas. Si ocurre así, se le prohíbe al misionero cambiar de alojamiento. Con esto se busca que el misionero: No ande buscando espacios más cómodos y más bien se contente con lo que una pobre familia tiene para compartirle. Se dé el tiempo suficiente para acompañar a una familia que inicia un camino de fe (no hay que abrir procesos para dejarlos rápidamente); esto exige constancia y cierta estabilidad por parte del misionero, sólo así se podrá formar una comunidad. No haga distinción de personas en pro de sus propias preferencias.


¿Qué hacer cuando hay rechazo?  Hay que partir “de allí”, pero esto no quiere decir que se le cierren todos los horizontes a la misión, se abrirán nuevos espacios. Pero el momento de partida está marcado por un gesto significativo: “sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos” (Mc 6,11b). El gesto quiere decir el fin de toda relación. Quitarse el polvo de los pies o de la ropa pertenecía a un ritual simbólico con el que el israelita se purificaba cuando regresaba de tierra pagana; puesto que se pensaba que la tierra participaba del carácter de sus habitantes (Números 5,17), había que liberarse de él. El israelita no entraba en comunión con estilo de vida del pagano ni mucho menos participaría del destino que le aguardaba. Por eso el gesto, ahora realizado por misioneros cristianos, tenía el valor de un testimonio de advertencia de no estar de acuerdo con su actitud negativa y un último llamado a la conversión, ya que el rechazo del anuncio del Reino traería consecuencias funestas. Quien rechaza al misionero rechaza también la Buena Nueva que anuncia.

sábado, 4 de julio de 2015

DOMINGO XIV - B (05 de julio de 2015)


DOMINGO XIV – B (05 de julio del 2015)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos  6,1 - 6:

En aquel tiempo, Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoselos las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

San Pablo resume en pocas palabras toda la figura del Hijo de Dios: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Porque Él siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría Dios; sino, todo lo contrario, se rebajó a sí mismo, tomando la condición de esclavo y haciéndose semejante a los hombres… se humilló hasta someterse por obediencia la muerte y una muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre” (Flp 2,5-11). Las mismas palabras de Jesús resaltan la humildad y sencillez como don y querer de Dios al decir: "Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mt 11,25-26). Y en muchos pasajes vamos constatando que efectivamente Dios se revela en la sencillez de las cosas.

Pero nos preguntamos, si nosotros buscamos a Dios y quisiéramos encontrar a Dios de verdad, ¿Dónde y con qué lo buscamos? Buscamos guiados por nuestra razón porque pensamos que Dios tiene que acomodarse a nuestro modo de pensar y actuar, así los mismos apóstoles reflejan eso y por eso un buen día Pedro se ganó una llamada de atención: “Apártate de mi vista satanás, porque tú piensas como los hombre y no como Dios” (Mt 16,23). El evangelio de este domingo nos sitúa el modo de pensar de los judíos quienes con criterio humano se dan la libertad de analizar la identidad de Jesús (Mc 6,1-6). Jesús llega a su pueblo y nadie le hace una recepción. Entró como cualquier vecino del barrio, incluso ni se cita el nombre de Nazaret, sencillamente se dice, “su pueblo”. Hasta resulta curioso que no digan “el hijo de José”, ya que el padre era el que personificaba a la familia y a la tradición. Le reconocen como el “hijo de María”, que no lleva ni el apellido paterno. Primero, se admiran de sabiduría y hasta se cuestionan de dónde saca todo ese saber. Pero, luego le descubren la suela de la sandalia: “es el carpintero”. Por tanto, enviado de Dios. Dios no puede rebajarse a ser  tan poca cosa, en un triste carpintero del pueblo.

El mensaje del Evangelio nos ilustra ese conflicto interno de la gente. Por una parte, no pueden dudar de que allí hay un saber y una sabiduría distinta, superior; pero, a la vez, no están dispuestos a aceptarla. Entonces buscan todas las razones posibles para negarse a creer en Él. A Él le conocen, es el eterno problema. Para ser famoso hay que venir de lejos precedido de una gran campaña publicitaria porque si nos conocen, “lo nuestro no vale y todo lo de fuera, lo de extraño si vale y vale mucho”. Muchos quisiéramos un Dios llamativo, que nos haga milagros, y nos olvidamos de que Dios quiere hacer milagros, pero se siente defraudado porque no encuentra fe suficiente en nosotros para hacerlos. No nos quejemos de que “Dios no me escuchó”, preguntémonos más bien si “nuestra fe es capaz de hacer milagros”. El problema no es Él, sino nosotros porque queremos a menudo que Dios corresponda a  nuestros criterios y caprichos humanos.

Dios tiene diverso criterio de revelarse y acercarse a nosotros y lo hace con el vestido de la sencillez. Dios no es de los que nos abruma con sus trajes, sus ternos de última moda, sus zapatos último modelo. Dios nunca se manifiesta de estreno. Utiliza siempre el mismo vestido. Digámoslo así, Dios no es ningún exhibicionista ni presume de grandeza. Por eso mismo, Dios nunca pretende aplastarnos con lo maravilloso y lo extraordinario. Desde que decidió encararse (Jn 1,14), “se rebajó hasta hacerse uno cualquiera” (Flp 2,6-8). Es uno más del pueblo, uno más del barrio, uno más de la calle. Por eso Dios no inspira ni miedo. Así a Dios no tenemos que buscarlo ni lejos, ni en las alturas ni en las grandezas, y tenemos que protegernos de Él, al contrario, a Dios lo reconoceremos en las cosas simples y sencillas de la vida.

Los judíos lo vieron como el “hijo del carpintero”. Ese fue el pecado de Jesús. Mientras hablaba todos admiraban su sabiduría, pero cuando analizaron su real identidad todo se vino abajo. Un carpintero en Nazaret es un don nadie. ¿Qué tiene que decirnos un carpintero? ¿Qué importancia puede tener un carpintero? ¿Qué cosa buena puede salir de Nazaret? (Jn 1,45). Sin embargo, Dios se revistió de carpintero y desde entonces se le puede encontrar en cualquier carpintería de aldea. Como es de entenderse, nosotros nos dejamos llevar demasiado de la grandeza y del poder. Dios se deja llevar de la sencillez de las cosas de la vida. Él empeñado en manifestarse en lo pequeño y nosotros, tercos, empeñados en verlo en lo grande y llamativo. Por eso pasamos a su lado constantemente y no lo vemos porque brilla poco y deslumbra poco.

Un día preguntaron a Jesús sus discípulos: "¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos? Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos” (Mt 18,1-4). ¿Hay algo más sencillo que un niño? En los niños juega Dios con los hombres. ¿Hay algo más sencillo que un anciano? En los ancianos se sienta Dios en el parque y reclama cuidados de una empleada para que no le atropelle un carro. Pero, nosotros necesitamos de un terremoto para gritarle pidiendo compasión y misericordia. No le reconocemos en ese enfermo que necesita le den de comer porque ya no tiene fuerzas. ¿Quieres encontrarte con Dios? Búscalo en lo sencillo, entre los maderos, los martillos y los clavos de una carpintería. La fe no es ver en la grandeza. La fe es ver en la pequeñez.

Si buscamos a Dios con el presupuesto de la sabiduría humana, no lograremos encontrar a Dios. Las cabezas infladas de saber, ya lo saben todo. No necesitan de nada. Nadie tiene nada que enseñarles. Ni Dios tiene nada que decirles porque la ciencia ya se lo ha dicho todo. Hoy todo lo justificamos con la ciencia o, mejor dicho, con lo que nosotros queremos llamar ciencia y marginamos la fe como fuente de conocimiento y fuente de verdad. Tenemos miedo a creer, a abrirnos a la verdad revelada, que es la otra dimensión de la verdad a la que la ciencia humana no puede llegar. Se busca incompatibilidades entre ciencia y razón, donde en realidad lo único que hay es ignorancia de la fe y no pocas veces, reduccionismos científicos. Y donde quedan las palabras del Señor: “Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos y conocerán la verdad, la verdad los hará libres" (Jn 8,31-32).

Jesús se encontró con esos científicos de la religión, dopados también ellos por sus propias convicciones y cerrados a la buena noticia del Reino. También, se encontró con esa gente simple del pueblo, la única que no está dopada de prejuicios ni de soberbia intelectual, esa gente hecha de una sola pieza, abría su corazón a las llamadas de Dios. «Gracias, Padre, porque has ocultado todo esto a los sabios y los prudentes intelectuales, pero se lo has revelado a los pequeños.» (Mt 11,25). Así con Jesús estamos llamados a clamar y decir: ¡Qué pequeños son los grandes! ¡Qué grandes son los pequeños! ¡Qué poco saben los que saben y cuánto saben los que no saben! Los sabios tienen la ciencia de los libros, pero la gente sencilla tiene la sabiduría de la vida.


San Pablo decía: “Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención, a fin de que, como está escrito: El que se gloría, que se gloríe en el Señor” (I Cor 1,26-31).

domingo, 28 de junio de 2015

sábado, 27 de junio de 2015

DOMINGO XIII - B (28 de Junio de 2015)


DOMINGO XIII – B (28 de Junio de 2015)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 5,21-43:

En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies,  rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva". Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.

Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré curada". Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal. Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?" Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?" Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido. Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad. Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y con salud".

Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?" Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No tengas miedo, basta que tengas fe". Y sin permitir que nadie lo acompañara, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme". Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!" En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña. PALABRA DEL SEÑOR.

Queridos(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

¿Recuerdan en el domingo anterior la reacción de Jesús ante la falta de fe de sus discípulos?: “¿Por qué son tan cobardes y tienen muy poca fe?” (Mc 4,40). En este domingo la enseñanza del evangelio resalta la fe de dos personajes: Jairo que pide de rodillas que cure a su hija que se muere (Mc 5 ,21-24), que bien puede ser resumido con este episodio: “Señor no so digno que entres en mi casa, vasta que digas una palabra y mi criado quedará sano” (Mt 8,8). Y la fe de la mujer hemorroisa que curiosamente no tiene la plegaria como el de Jairo. Escena que puede ser resumida con este episodio: “Todos los que tocaban por lo menos el fleco del manto de Jesús quedaban completamente curados” (Mt 14,36).

Jesús al llegar con los Apóstoles a Cafarnaún, al bajar de la barca se le acercó mucha gente.  Entre la muchedumbre estaba el jefe de la sinagoga, llamado Jairo, quien le pide muy preocupado: “Mi hijita está muy grave.  Ven a poner tus manos sobre ella para que se cure y viva” (Mc 5,23).  Mientras comenzó su camino junto con Jairo, una multitud de gente seguía a Jesús y muchos lo tocaban y lo estrujaban. De entre la multitud una mujer que desde hacía 12 años sufría un flujo de sangre tan grave que había gastado todo su dinero en médicos y medicinas, pero iba de mal en peor (Mc 5,25).  Ella, llena de fe y esperanza en el único que podía curarla, se metió en medio de la multitud, pensando que si al menos lograba tocar el manto de Jesús, quedaría curada (Mc 5,27).  Corrió un riesgo esta mujer, pues según los conceptos judíos era “impura” y contaminaba a cualquiera que tocara, por lo cual no debía mezclarse con la gente, mucho menos tocar a Jesús.  Por ello toca el manto, “pensando que son sólo tocar el vestido se curaría” (Mc 5,28). ¡Así sería de fuerte su fe! Que nada le importo si la gente le descubriera que era impura, sino que su fe estaba bien firme en tocar por lo menos el manto de Jesús.

La pobre mujer hemorroisa no sabía realmente quién era Jesús, pero tenía fe que la curaría.  Todas estas consideraciones explican la tardanza de la mujer para salir adelante e identificarse ante Jesús, que pedía saber quién le había tocado el manto (Mc 5,30). En efecto, nos cuenta el Evangelio que el Señor sintió que un poder milagroso había salido de Él, por lo que preguntó -como si no lo supiera- quién le había tocado el manto.  Se detuvo hasta que logró que la mujer se le identificara.  Y al tenerla postrada frente a Él, le reconoce la fortaleza de su fe cuando le dice: “Tu fe te ha salvado”(Mc 5,34). Notemos que el Señor no le dice que tu fe te ha “sanado”, sino que le ha “salvado”.  Y es así, porque toda sanación física en que reconocemos la intervención divina -y en todas interviene Dios, aunque no nos demos cuenta- no sólo sana, sino que salva.  La sanación física no es lo más importante: es como una añadidura a la salvación.  Si no hay cambio interior del alma, por la fe y la confianza en Dios, de poco o nada sirve la sanación física para el bienestar espiritual.

El poder de Dios que obra en el Hijo como en las curaciones, son diversas según las circunstancias y necesidades de la gente: Unas veces puede sanar en forma directa y milagrosa, como este caso de la hemorroísa: con sólo tocarlo (Mc 5.29)  Otras veces usa medios materiales, como el caso del ciego, cuando tomó tierra la mezcló con saliva e hizo un barro que untó en los ojos del ciego (Jn 9,6).  Otras veces no usa ningún medio, sino su palabra o su deseo (Jn 4,49).  Unas veces sana de lejos, como al criado del Centurión (Mt 8,8). Unas veces sana enseguida, otras veces progresivamente, como el caso de los 10 leprosos, que se dieron cuenta que iban sanando mientras iban por el camino a presentarse a las autoridades (Lc 17,11-19).

¡Cómo estaría Jairo de impaciente por el retraso!  Y, en efecto, en el mismo momento en que la hemorroísa está postrada ante Jesús, avisan que ya su hijita había muerto (Mc 5,35).  Por cierto, la niña tenía 12 años de edad, el mismo tiempo que tenía la mujer con hemorragias.  Jesús, entonces, prosigue el camino hacia la casa de Jairo, no sin antes consolarlo: “No tengas miedo, vasta que tengas fe” (Mc 5,36), discretamente va acompañado de Pedro, Santiago y Juan.  Notemos que Jesús trataba esconder los milagros más impresionantes.  Con esto evitaba el ser considerado como candidato a un mesianismo político y temporal, muy distinto de su mesianismo divino y eterno. Al llegar a la casa, aplaca a todo el mundo y declara que la niña no está muerta, sino que duerme (Mc 5,39).  Saca a todos fuera, y sólo delante de los tres discípulos y de los padres de la niña, la hizo volver del sueño de la muerte: Niña contigo hablo levántate” (Mc 5,41). Para el Señor la muerte es como un sueño.  Para El es tan fácil levantar a alguien de un sueño, como lo será el levantarnos a todos de la muerte.

Otro episodio similar: "Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo". Sus discípulos le dijeron: "Señor, si duerme, se curará". Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo" (Jn 11,11-15).y cuando Jesús llegó a Betania, Marta sale a su encuentro y le dice: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le respondió: Sé que resucitará en la resurrección del último día” (Jn 11,21-24). Ante el parecer de Marta Jesús es más contundente en su afirmación: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11,25).Una vez que hace esta singular revelación fueron hacia la tumba de Lázaro y Jesús lloró (Jn 11,35). Pero en seguida viene lo más asombroso; Dijo Jesús: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto". Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" (Jn 11,39-40). Y después de una pequeña oración Jesús gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera! El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar" (Jn 11,43).

La Primera Lectura (Sb. 1, 13-16; 2, 23-24), es una explicación del origen de la muerte. La condición en que Dios creó a los primeros seres humanos, nuestros progenitores, era de inmortalidad y de total sanidad: no había ni enfermedades, ni muerte.  Pero, nos dice esta lectura del Libro de la Sabiduría, que la muerte entró al mundo debido al pecado y a “la envidia del diablo”. Sabemos que solamente experimentarán la muerte eterna quienes estén alineados con el diablo, pues resucitarán para la condenación y estarán separados de Dios para siempre.  Pero quienes estén alineados con Dios, ciertamente tendrán que pasar por la muerte física, que no es más que la separación de alma del cuerpo –y eso por un tiempo.  Pero después de la resurrección, vivirán para siempre (Jn. 5, 28-29; Hb. 9, 27). Y vivirán en un gozo y una felicidad tales, que nadie ha logrado describir aún.  (2 Cor 12, 4)

La Segunda Lectura (2 Cor. 8, 7.9.13-15)  nos habla de solidaridad.  San Pablo organiza una colecta en favor de los cristianos de Jerusalén que se encontraban pasando penurias debido a la malas cosechas en el año anterior, “año sabático”, en que los judíos no sembraban, pues debían dejar descansar la tierra. San Pablo recuerda a los que tienen más que su abundancia remediará las carencias de los que tienen menos.  Y que los que no tienen en algún momento ayudarán a los que ahora tienen.  Sin duda esto puede ser interpretado como aquel adagio popular: “hoy por ti, mañana por mí”.  Pero también se trata de que el compartir bienes materiales con los que poco tienen, enriquece con gracias espirituales a los que sí los tienen.  Es así como el ejercicio de la solidaridad enriquece espiritualmente al que da, porque de esa manera “guarda tesoros para el cielo” (Mt. 6, 19-21). 

domingo, 21 de junio de 2015

DOMINGO XII - B (21 DE JUNIO D 2015)


DOMINGO XII – B (21 de junio de 2015)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos: 4,35-41

Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla". Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?" Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!" El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?" Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal” (Mc 4,28). En otro episodio leemos: Dijo Jesús a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte, pero la carne es débil" (Mc 14,37-38). Además el apóstol nos dice: “Sean sobrios y estén siempre despiertos, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe” (IPe 5,8-9).

Está claro que si no tenemos una fe despierta o viva y por ende Jesús está dormido, tendremos siempre un viento en contra en la vida y los problemas nos ahogaran. Andamos por esta vida como en barcas que a veces van navegando bien, sin mayor problema aparentemente, cuando vamos por aguas tranquilas.  Sin embargo, los problemas se presentan cuando la navegación se hace difícil, por las tempestades y tormentas propias de la vida de cada uno. Y es cuando nos damos cuenta que teníamos una vida sin Jesús, un fe dormida o inerte.

“Al atardecer de ese mismo día, Jesús les dijo: Crucemos a la otra orilla" (Mc 4,35). Jesús ha venido a encaminarnos hacia la otra orilla, la vida eterna. En esta travesía de esta orilla hacia la otra, tendremos muchas dificultades. Y en esos momentos de navegación difícil comenzamos a flaquear y a temer.  Nos pasa lo mismo que sucedió a los Apóstoles en el Evangelio de hoy, el cual nos narra el conocido pasaje de la tormenta en medio de la travesía de una orilla a otra del lago:  “se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua” (Mc. 4, 35-41). Sucede que Jesús iba con ellos en la barca.  Pero  ¿qué hacía el Señor? ...  “Dormía en la popa, reclinado sobre un cojín”. Fue tan fuerte la borrasca y tanto se asustaron, que lo despertaron, diciéndole: Maestro:  ¿no te importa que nos hundamos?”. En efecto, cuando estamos navegando bien, aparentemente sin problemas, sin tempestades, tal vez ni nos acordamos de Dios pero con una fe casi inerte.  Pero cuando la travesía se hace difícil y vienen las olas turbulentas, pensamos que Jesús está dormido y que no le importa la situación por la que estamos pasando.  Tal vez hasta lo culpemos de lo que nos sucede y hasta le reclamemos indebida e injustamente.  A los Apóstoles los reprendió por eso.  Podría reprendernos también a nosotros.

En este pasaje Cristo muestra a los Apóstoles el poder de su divinidad.  Con una simple orden divina, el viento calla, la tempestad cesa y sobreviene la calma. Pero sucede que ahora, salvados de la tormenta que amenazaba con hundirlos, surge en ellos un nuevo temor.  ¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”(Mc 4,41)  Se quedan atónitos del poder del Maestro.  Ya ellos habían sido testigos de unos cuantos milagros de Jesús.  Quizá hasta el momento habían pensado que era un gran Profeta o simplemente alguien muy especial.  Pero de allí a ver a la naturaleza embravecida obedecerle así... Y ese Jesús, que ha mostrado un poder que sólo Dios tiene, les dirige unas preguntas que tienen sabor de reclamo: ¿Aún no tiene fe?  ¿Por qué tenían tanto miedo?”(Mc 4,40).   Es como si les dijera: ¿No les ha bastado ver los signos que he hecho ante ustedes?  ¿No se dan cuenta aún de Quién soy?  Sólo Dios puede dar órdenes al viento, a las olas y a las tempestades.  Por eso quedan con temor, atónitos, de ver el poder divino actuando delante de ellos y, además, reclamándoles su falta de fe.

En la Liturgia de hoy, estamos siendo testigos, junto con Job y los Apóstoles, de la omnipotencia divina.  Job la palpa en una visión desde la cual Dios le habla. Y los Apóstoles la ven manifestada, nada menos que en Jesús, el Maestro, con quien viven día a día. La Primera Lectura (Job. 38, 1.8-11) es la respuesta de Dios a los reclamos, lamentos y preguntas que Job le hacía, motivado por sus infortunios, sus sufrimientos y las pérdidas que había sufrido en su familia, su salud, sus bienes.  Nos dice esta lectura que Dios habló a Job desde la tormenta y le mostró su poder con respecto del mar.  Dios se muestra como dueño de la creación, como señor del mar al que le puso límites: Hasta aquí llegarás, no más allá.  Aquí se romperá la arrogancia de tus olas”.   

Dios da a entender a Job, y a todos nosotros, que no podemos osar discutir con Dios, ni reclamarle.  En subsiguientes capítulos, Job termina por retractarse y acepta el señorío de Dios.  Por cierto, en el Epílogo del Libro de Job vemos que Dios le restituye “al doble” todos sus bienes materiales, familiares y de salud.  La actitud de Job es de sumisión y resignación.  En ese sentido sigue siendo un ejemplo para todos nosotros. Sin embargo, la actitud del cristiano debe superar la de Job.  A la sumisión al poder divino, debemos añadir nuestra plena confianza en lo que Dios tenga dispuesto para nuestras vidas: tempestades o calma, alegría o sufrimientos, carencias o plenitudes.  Todo lo que Dios disponga, sabemos, es para nuestro mayor bien: nuestra salvación eterna.  Así confiados, estaremos serenos en las tempestades, alegres en los sufrimientos, plenos en las carencias. Actuando así, estamos cumpliendo con lo que nos dice San Pablo en la Segunda Lectura (2 Cor. 5, 14-17): “El que vive en Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado.  Ya todo es nuevo”   Enfocar así las desventuras, sufrimientos y carencias significa “vivir en Cristo” y “ser creaturas nuevas”.  Y ser “creaturas nuevas” significa no turbarse ante las tribulaciones y sufrimientos, sino andar en plena confianza en Dios.  Sólo El sabe lo que nos conviene.   

¿Somos creaturas nuevas o creaturas viejas? ¿No podría el Señor mostrarnos toda su omnipotencia como a Job, después de sus cuestionamientos y protestas?  ¿No podría el Señor reclamarnos a nosotros también, como reclamó a los Apóstoles después de calmar la tormenta? ¿Qué hacemos ante los sufrimientos, los peligros, los inconvenientes, las tempestades que se nos presentan en nuestra vida personal, familiar o nacional? ¿Confiamos realmente en el poder de Dios?  ¿Confiamos realmente en lo que Dios tenga dispuesto para nuestra vida: sea calma o sea tempestad?  ¿O creemos que debe despertar y hacer un milagro, para que las cosas sean como nosotros consideramos conveniente?  ¿No llegamos a creer, inclusive, que no le importa lo que nos suceda?  ¿Realmente duerme el Señor?

¡Qué débil es nuestra fe!  Débil, como la de los Apóstoles en ese momento.  Nos olvidamos que Dios está siempre con nosotros, pero que lo tenemos dormido. Hay que despertarlo, Él tiene que estar al mando de la situación, con razón nos había dicho “Sin mi nada podrán hacer”(Jn 15,5).   El guía nuestra barca en medio de tempestades y tormentas, en una presencia escondida y silenciosa, como la del Maestro dormido en la barca. 

No hace falta que haga milagros, aunque estemos en medio de una tempestad.  ¡No tenemos derecho a reclamarle milagros!  El gran milagro es que El nos lleva sin ruido, en silencio, a escondidas a través de olas borrascosas cuando hay tempestades.  Pero también está presente cuando todo parece tranquilo, cuando parece que no tuviéramos necesidad de Él, pues todo como que anda bien. Sea en la tormenta, sea en la calma, Dios está presente.  Y El desea que nos demos cuenta de que está allí, presente en la vida de cada uno de nosotros, esperando que nos demos cuenta de su presencia silenciosa.  En todo momento, sea de tempestad, sea de calma, el Señor está derramando sus gracias para guiarnos por esta vida que es la travesía que nos lleva a la otra: la Vida Eterna.


Si tenemos una fe despierta entonces el viento está a favor nuestra, todo es paz y tranquilidad. Con razón San Pablo exclamó con gozo al decir “ Para mi Cristo lo es todo” (Col 3,11).

sábado, 13 de junio de 2015

DOMINGO XI - B (14 de junio del 2015)


DOMINGO XI – B (14 de junio del 2014)

Proclamación del evangelio según San Marcos 4,26-34:

En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra, sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha".

También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra".

Con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Todo lo explicaba Jesús a la gente por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas (Mt 13,34). Así hoy, Jesús nos plantea dos parábolas sobre el Reino de Dios (Mc 4,26-34): La parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc 4,26-29) y la parábola del grano de mostaza (Mc 4,30-32)

Les decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra… la tierra por sí misma produce (Mc 4,26-28).  Así es, la semilla hace su trabajo sola, quien la planta se acuesta a dormir y de la noche a la mañana, la semilla ha germinado y la planta va creciendo sola, sin que éste sepa cómo sucede este crecimiento.

En otro episodio dice Jesús: “No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? (Mt 6,25-27). Y vamos comprendiendo que en efecto no todo depende del hombre, hay cosas que no están a nuestro control, por ejemplo: Como bien nos dice el Señor: La vida no depende de nosotros, pues nosotros no sabemos cuándo terminaremos nuestra existencia en este mundo.

Así. el Reino de Dios crece de manera escondida, como la semilla escondida bajo la tierra.  Nadie se da cuenta, pero eso de tan pequeñito como la semilla tiene una vitalidad y una fuerza de expansión inigualable. Efectivamente, el Reino de Dios va creciendo en las personas que se hacen terreno fértil para el crecimiento de la semilla.  Y a veces ni nos damos cuenta, igual como le sucede al labrador que sembró, sólo se da cuenta cuando ve el brote que sale de la tierra. Hacernos terreno fértil es requisito para dejar que Dios penetre en nuestra alma para que, El haga germinar su Gracia dentro de nosotros.  Así, la semilla del Reino va germinando y creciendo secretamente dentro de cada uno.

Venga a nosotros tu Reino (Mt 6,10), rezamos en el Padre Nuestro.  ¿Cómo viene ese Reino?  Con la siguiente frase del mismo Padre Nuestro: Hágase tu Voluntad El Reino va creciendo en nosotros, secretamente, pero con la fuerza vital de la semilla, cuando buscamos y hacemos la Voluntad de Dios en nuestra vida, tratando de que aquí en la tierra se cumpla la voluntad divina como ya se cumple en el Cielo:  Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo (Mt 6,10b).Y ese crecimiento del Reino de Dios es obra del Mismo Señor que hace crecer como la planta, haciendo que primero la semilla se abra, luego vaya formando su raíz debajo de la tierra, para luego dar paso a las ramas, las hojas y el fruto. 

Observar cómo crece la planta nos recuerda también que los frutos de santidad, de buenas obras, de logros que podamos tener en nuestra vida espiritual, no son nuestros…aunque podamos erróneamente pensar que somos nosotros mismos los que auto-crecemos en santidad. Si imaginamos a la semilla germinando dentro de la tierra … ¿se creerá que es ella la que se hace crecer a sí misma?  ¿Podemos creer los seres humanos que nuestro crecimiento físico desde que estamos en el vientre materno hasta la edad adulta lo hacemos nosotros mismos? De igual modo resulta en la vida espiritual.  Ese crecimiento es obra de Dios.  No nos podemos envanecer pensando que si alguna mejora espiritual tenemos, la debemos a nuestro esfuerzo.  Aunque tengamos que esforzarnos,  debemos tener en cuenta que todo es obra de Dios –como en la semilla. Cierto que tenemos que disponernos a que El haga su labor de germinación y de crecimiento de nuestra vida espiritual, pero el resultado es de Dios.  ¿No nos damos cuenta que hasta la capacidad de disponernos y de esforzarnos nos viene de Dios?

Si tenemos en cuenta, el crecimiento de una planta desde su estado de semilla, veremos que este proceso se sucede bien lentamente.  ¿Qué más nos quiere decir el Señor con esta comparación? Esta parábola es también un llamado a la paciencia.  No podemos decepcionarnos o impacientarnos en nuestro crecimiento espiritual.  El Señor lo va haciendo, y nos va podando dónde y cuándo El considere que es necesario, pero Él sabe hacerlo a su ritmo, que es el que más nos conviene. Hay que perseverar en el esfuerzo hasta el final –es la gracia de la perseverancia final- pero confiando en Dios, no en uno mismo, porque sólo Él puede hacer eficaces nuestros esfuerzos y nuestras acciones.

Conviene también subrayar otro elemento importante como es el fruto: “Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán” (Mt 7,15-20). Y, para dar buenos frutos conviene lo que el mismo Señor nos dice: “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán” (Jn 15,4-7).

El Reino de Dios no crece aquí en la tierra como un relámpago.  Cuando sea el fin, sí que será como un relámpago.  Jesús mismo lo dijo: “Como el relámpago brilla en un punto del cielo y resplandece hasta el otro, así sucederá con el Hijo del Hombre cuando llegue su día”. (Lc. 17, 24). Pero mientras el Reino de Dios va creciendo en la tierra, no lo hace de manera espectacular, ni abrupta.  Dios tiene su ritmo.  Y para seguirlo necesitamos tener paciencia porque el momento de Dios se hace esperar.

En la segunda parte respecto al reino de los cielos nos dice el Señor: “Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas” (Mr 4,31-32). El granito de mostaza es la semilla mas pequeñita, pero la planta crece más que otras hortalizas, porque es un arbusto, en donde hasta hacen nido los pájaros. Lo del grano y el árbol de mostaza pareciera más bien referido a la Iglesia.  ¿Quién hubiera pensado que aquel grupo pequeño de 12 hombres podía resultar en lo que es la Iglesia Católica hoy?

Sólo Dios mismo podía hacer germinar esa semilla desde aquel  pequeño núcleo que comenzó hace 2000 años en Palestina y se expandió por el mundo entero. ¿Quién fue el artífice de ese crecimiento?  El mismo Dios.  Los seres humanos ponemos un granito de arena y El hace el resto.  No fue la elocuencia de los Apóstoles, ni su inteligencia, lo que hizo germinar la Iglesia.  Ellos fueron terrenos fértiles para que el Espíritu Santo hiciera su trabajo de expansión de la Iglesia a todos los rincones de la tierra. ¿Cómo pudieron conquistar un imperio tan poderoso como el Imperio Romano?  ¿Cómo pudieron convencer a los paganos de ir dejando el culto a los ídolos que el poderío romano imponía?  ¿Cómo creció la Iglesia a pesar de la cantidad de cristianos muertos por el martirio?

La expansión de la Iglesia ante la opresión y la persecución de los romanos es una muestra de cómo Dios la hacía germinar igual que al árbol de mostaza.  Y cómo también hacía que en la Iglesia pudieran ir anidando todos los que han querido formar parte de ella. Hoy también la Iglesia parece acosada desde muchos ángulos.  Dios también es atacado y negado.  Siguen habiendo ídolos y culto a los ídolos.  Los nuevos ateos nos atacan y acusan a los creyentes de ser lunáticos y tontos. Pero las parábolas de este Domingo nos recuerdan que Dios sigue estando al mando.  Que aunque parezca que estamos perdiendo la partida, sabemos Quién gana y, si hacemos la Voluntad de Dios,  de que ganamos, ganamos. Igual sucedió en Israel durante el Antiguo Testamento.  Es lo que nos dice la Primera Lectura (Ez 17, 22-24) En este caso nos habla el Señor a través del Profeta Ezequiel, no de una semilla, sino de la siembra de una rama, la rama de un cedro.  Y dice que lo plantará en la montaña más alta de Israel y allí también anidarán aves. Es lo mismo que luego recuerda Jesús con su parábola sobre el grano de mostaza:  allí anidarán los pájaros.  Ezequiel pre-anuncia el Reino de Cristo que es la Iglesia; Cristo la describe de manera similar.

También Ezequiel nos dice:  “Y todos los árboles silvestres sabrán que Yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace florecer los árboles secos”. ¿No recuerda esto las palabras del Magnificatderriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos? ¿A qué nos llaman el Magnificat y la profecía de Ezequiel?  A la humildad:  los que se creen grandes serán derribados, pero los humildes –los que se saben pequeños- serán ensalzados y florecerán.  ¡Y Dios tiene sus maneras de derribar y de humillar y de hacer saber que El es el Señor!

La Segunda Lectura de San Pablo  (2 Cor 5, 6-10) nos habla del final: Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.  Las lecturas sobre las semillas también nos hablan del final, cuando mencionan el momento de la siega. Notemos que se nos habla de dos opciones: De premio o castigo según lo que hayamos hecho en esta vida.  No se nos habla sólo de premio, como muchos hoy en día tienden a pensar.  Muchos dicen: “Es que Dios es infinitamente Misericordioso”. Y eso es cierto.  Pero esa misericordia tiene límites y es la justicia de Dios, para permitir que nos portemos de manera contraria a sus designios y a su Voluntad.  Eso no es lo que rezamos en el Padre Nuestro.

Dios Misericordioso pero también es Justo.  De hecho, según Santo Tomás de Aquino, su Justicia viene primero y su Misericordia es una extensión de su Justicia.  Dios es Misericordioso para hacer crecer nuestra semilla de santidad dándonos todas las gracias que necesitamos. Y es Justo para actuar en consonancia con nuestro comportamiento. Debemos esforzarnos por lograr el premio a la perseverancia final, pues la otra opción es el castigo.  Y el castigo existe.  Dios es infinitamente Misericordioso, por eso nos da todas las gracias para que la semilla que fue sembrada en nuestro Bautismo crezca como un árbol frondoso de santidad.  Pero para crecer hay que permitir que Dios haga su labor en nuestra alma.  De lo contrario nos queda la otra opción -el castigo- porque Dios también es infinitamente Justo.

¿Qué vamos a escoger?  ¿A ser árboles frondosos que florecen?  ¿O árboles secos que se queman? En el Salmo 91 hemos rezado El justo crecerá como la palmera, se alzará como cedro del Líbano; plantado en la casa del Señor.  En la vejez seguirá dando frutos y estará lozano y frondoso; para proclamar que el Señor es justo.  Y por todo esto hemos recitado: Es bueno dar gracias al Señor.
Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (Mt 8, 11; 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús: «La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega» (LG 5).

El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir, a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Lc 4, 18). Los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3); a los "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (Mc 2, 23-26; Mt 21,18), la sed (Jn 4,6-7; 19,28) y la privación (Lc 9, 58). Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino (Mt 25, 31-46). (NC 544).

Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino (Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (Mt 13, 10-15). (NC 546).

sábado, 6 de junio de 2015

DOMINGO DEL CORPUS CHRISTI - B (07 de junio del 2015)



SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 14,12-16.22-26:

El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?" Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: "¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?" Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario". Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.

Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios". Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

Jesús al ver que mucha gente lo buscaba les dijo: "Ustedes me buscan, no porque entendieron el signo, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). Aquí, el Señor nos distingue dos tipos de alimento: el alimento del pan material que perece, y el alimento que perdura hasta la vida eterna y el pan celestial, el pan de la vida espiritual (Eucaristía).

En el evangelio de Juan todo el capítulo 6 nos habla sobre el sentido y el valor real de la eucaristía, así por ejemplo nos dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de esta pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendió, y hasta hoy todavía hay muchos que no quieren entender aquella palabra que el Ángel dijo a Marìa: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37) Jesús mismo nos ha dicho: “Todo es posible para Dios” (Mt 19,26). Y así un día convirtió el agua en vino: Al decir a los sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde. "Saquen ahora, -agregó Jesús- y lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: "Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento" (Jn 2,3ss). Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. (Jn 27-11). Así pues, la omnipotencia de Dios hizo posible que su Palabra se hiciera carne (Jn 1,14), que esa Palabra que es su Hijo, tiene el poder de convertir el agua en vino, hoy convierte ante nuestros ojos el Pan en su cuerpo y el vino en su sangre al decir: "Tomen y coman que esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza que será derramada por Uds para el perdón de los pecados, y hagan esto en conmemoración mía” (Mc 14,22).

En la oración del Padre Nuestro pedimos: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11),. Sin embargo, ese alimento diario, que pedimos y que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, no es sólo el pan material, sino también -muy especialmente- el Pan Espiritual, el Pan de Vida. No podemos estar pendientes solamente del alimento material. El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma. Dios nos provee ambos.

Jesucristo murió, resucitó (Lc 24,6) y subió a los Cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre (Credo). Pero también permanece en la Hostia Consagrada (Mt 26,26), en todos los sagrarios del mundo. Y allí está vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser ese alimento que nuestra vida espiritual requiere. Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi. El Jueves Santo Jesucristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía, pero la alegría de este Regalo tan inmenso que nos dejó el Señor antes de partir, se ve opacada por tantos otros sucesos de ese día, por los mensajes importantísimos que nos dejó en su Cena de despedida, y sobre todo, por la tristeza de su inminente Pasión y Muerte.

Por eso la Iglesia, con gran sabiduría, ha instituido esta festividad en esta época en que ya hemos superado la tristeza de su Pasión y Muerte, hemos disfrutado la alegría de su Resurrección, hemos también sentido la nostalgia de su Ascensión al Cielo y posteriormente hemos sido consolados y fortalecidos con la Venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Jn 20,21-22).

En el domingo anterior se nos dijo: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Lo mismo: “No les dejare huérfanos” (Jn 14,18). Y saben por qué; porque como Juan dice: Dios es amor (IJn 4,8). “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3,16).  Jesús mismo nos ha dicho: “Si alguien me ama, guardará mis palabras y mi padre lo amara y vendremos y haremos morada en el èl” (Jn 14,23). Por eso, pienso que fue la mejor definición que dio de sí el Hijo al decirnos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Al menos en su relación con nosotros es Jesús quien se dona en la Eucaristía. Convertirse en pan sin necesidad de panaderos porque de ello hace el Espíritu santo y darse a comer como pan y carne. Todo ello, ¿qué significa sino que Jesús no vive para sí sino que vive para que todos tengamos vida eterna. Pero pensar que Dios se hace pan y se hace carne para que podamos comerlo, realmente es todo un exceso de amor y de entrega. El pan no sirve para nada si no es para que lo comamos. El pan no es para sí mismo ni para guardarlo. El pan es siempre para los otros. La carne no es para sí misma, es para que otros puedan alimentarse.

Los judíos que escuchaban a Jesús se escandalizaron y disputaban entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). Dios siempre ha sido escandaloso para los hombres porque es tan creativo que hace cosas que ni se nos ocurre pensarlas. Esa es la Eucaristía. Algo tan sencillo como es comulgar y algo tan misterioso que es comernos a Dios entero. Algo tan misterioso que Dios en su loco amor por nosotros se hace vida en nuestra vida. Por eso, no cabe duda que, la Eucaristía es uno de los mayores milagros del amor de Dios. Por tanto, debiera ser también una de las experiencias más maravillosas de los hombres. Sin embargo, uno siente cierta sensación de insatisfacción. ¿No la habremos devaluado demasiado? Y no porque no comulguemos, sino porque es posible que no le demos el verdadero sentido a la Comunión que es comunión con el mismo Hijo que nació de las entrañas de María la virgen y con el mismo Jesús crucificado y resucitado. Es comunión con el pan glorificado.

Dios buscó el camino fácil y lo más sencillo posible para nuestro encuentro. Y a nosotros pareciera que lo fácil no nos va, como que preferimos lo complicado y difícil. Una de las maneras de deformar la Eucaristía es no vivir lo que en realidad significa. En la segunda lectura, Pablo nos dice: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.” Somos muchos y somos diferentes. Somos muchos y pensamos distinto. Sin embargo, todos juntos formamos un solo cuerpo, una sola comunidad, una sola Iglesia, una sola familia. ¿Por qué? Sencillamente porque “todos comemos del mismo pan”. Por tanto, comulgar significa unidad, sentirnos un mismo cuerpo, una misma familia. De modo que no podemos comulgar “del mismo pan” y salir luego de la Iglesia tan divididos como entramos.

No olvidemos que la Eucaristía es mucho más que un acto piadoso individualista, es el Sacramento de la Iglesia. Es el Sacramento del amor de Dios que nos ama a todos. Es el Sacramento de la unidad, donde por encima de nuestras diferencias, todos nos sentimos miembros de un mismo cuerpo que es Jesús, que es la Iglesia. Por eso San Pablo nos habla desde su experiencia. Las primeras divisiones en la Iglesia nacieron de la celebración de la Eucaristía. Todos participaban en la misma celebración, pero mientras unos comían bien, los otros pasaban hambre. Pablo les dice enérgicamente: “Esto no es celebrar la Cena del Señor”. No se puede comulgar a Cristo si a la vez no comulgo con mi hermano. No se puede recibir el pan de la unidad, si vivimos divididos. Por eso decimos que “la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace a la Iglesia”. “Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan.” El fruto de nuestras Eucaristías tendría que ser “la espiritualidad de unidad y de la comunión fraterna”.


Por lo que significa esta unión con Dios en la sagrada comunión, hay requisitos que cumplir, por eso cualquiera no comulga sino el que está en gracia de Dios. Así es como lo describe San Pablo: “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía". De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza  que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía". Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva. Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (I Cor 11,23-29).  También hay citas que diversas que resalta la importancia de la Eucaristía: Éxodo 24, 8; Jeremías 31, 31;  Matero 26, 28;  Marcos 14, 24;  Lucas 22, 20; 2 Corintios 3, 6;  Hebreos 8, 8;  Hebreos 10, 29.