DOMINGO XXVIII - C (09 octubre del 2016)
Proclamación del Evangelio según San Lucas 17, 11 -19:
En aquel tiempo, Jesús de camina a Jerusalén, pasaba por los
confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su
encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y, a gritos, decían:
“¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” Al verlos, les dijo: “vayan y
preséntense a los sacerdotes.” Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.
Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a
Dios a grandes gritos; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le
daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: “¿No
quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que
este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate y vete; tu fe te
ha salvado.” PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos(as): En el Señor Paz y Bien.
El domingo pasado hacíamos referencia al episodio: “Maestro
auméntanos la fe” (Lc 17,5). Y decíamos que es importante situar la dimensión
de la fe a nuestro contexto. No es posible aspirar al cielo en base a la riqueza
y fortuna material (Mc 10,17) sino en base a la fe. Porque solo quien tiene fe
sabrá qué busca y adónde va (Jn 14,6). Para ir por el sendero correcto hace
falta tener fe, porque solo en bese a la fe es como uno está unido a Jesús
quien nos dice: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les
abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que
llama, se le abrirá” (Mt. 7,7). Los discípulos piden pocas cosas a Jesús por no
decir lo sustancial. Claro que algunos atrevidos le pidieron los primeros
puestos en el Reino (Mc. 10,37). Fuera de eso solo dos cosas básicas le
pidieron: “Enséñanos a orar” (Lc. 11,1). Y la otra: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5).
El evangelio de hoy es el manifiesto de la fe de los diez
leprosos que gritaron: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! Al
verlos, Jesús les dijo: Vayan a presentarse a los sacerdotes. Y en el camino quedaron
sanos” (Lc 17,13-14). Otro episodio similar: “Una mujer cananea, comenzó a
gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente
atormentada por un demonio… Jesús le dijo: Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se
cumpla tu deseo! Y en ese momento su hija quedó curada” (Mt 15,22-28). El padre
del muchacho endemoniado dijo: si puedes ayúdalo. Respondió Jesús: Todo es
posible para el que cree. Inmediatamente el padre del niño exclamó: Creo, pero
aumenta mi fe" (Mc 9,23-24). Jesús dijo a la hemorroisa: "Hija, tu fe
te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad. Todavía estaba
hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le
dijeron: Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro? Pero
Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No
temas, basta que tengas fe" (Mc 5,34-36)
¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a
Dios?” Y le dijo: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” (Lc 17,18). Pero al
inicio dice: Jesús de camina a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría
y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez leprosos,
que se pararon a lo lejos y, a gritos, decían: “¡Jesús, Maestro, ten compasión
de nosotros!” (Lc 17,11-13). Como es de verse, resaltamos al inicio el clamor
de los diez leprosos y al final la gratitud de solo uno de ellos, el de un
leproso samaritano y la ingratitud de los 9 leprosos judíos.
Al inicio de nuestra reflexión me viene a la mente la
ilusión y entusiasmo de los samaritanos que esperan la venida del Mesías: “La
mujer samaritana dijo a Jesús: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, vendrá
pronto. Cuando él venga, nos enseñará todo». Jesús le respondió: «El Mesías que
esperan soy yo, el que habla contigo». (Jn 4,25-26)…Y Jesús le dijo a la mujer
sus verdades respecto a su marido…”La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a
la ciudad y dijo a la gente: Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo
que hice. ¿No será el Mesías?” Y los samaritanos salieron de la cuidad al
encuentro de Jesus” (Jn 4,28-30). Al escuchar a Jesús los samaritanos decían a
la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído
y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo». (Jn 4,42). Otro
pasaje famoso de los samaritanos es el del buen samaritano: “Un hombre bajaba
de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de
todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por
el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí
un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí,
al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus
heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia
montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente,
sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole:
"Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver" ¿Cuál de
los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los
ladrones? El que tuvo compasión de él, respondió el doctor. Y Jesús le dijo:
“Ve, y procede tú de la misma manera”(Lc 10,30-37).
El evangelio de hoy nos reporta varias ideas: En primer
lugar, la religión de la ley es una religión que excluye y sobre esta primera
idea dice San Pablo: “Sabemos que la Ley es buena, si se la usa debidamente, es
decir, si se tiene en cuenta que no fue establecida para los justos, sino para
los malvados y los rebeldes, para los impíos y pecadores, los sacrílegos y
profanadores, los parricidas y matricidas, los asesinos, los impúdicos y
pervertidos, los traficantes de seres humanos, los tramposos y los perjuros. En
una palabra, la Ley está contra todo lo que se opone a la sana doctrina del
Evangelio que me ha sido confiado, y que nos revela la gloria del
bienaventurado Dios” (ITm 1,8-11). Pues, estos pobres leprosos tienen que vivir
lejos de toda convivencia humana. Tienen que hablar a lo lejos. Es posible que
hoy hayamos vencido la lepra y que hayan surgido otras razones que marginan. No
será la lepra, pero sí la pobreza. También hoy hay zonas en las que los pobres
no tienen espacio.
En segundo lugar, resaltamos la idea de: cómo el dolor y el
sufrimiento es capaz de unir lo que la religión separaba. De los diez, nueve
eran judíos y uno samaritano. A pesar de no hablarse unos y otros, el
sufrimiento era capaz de juntarlos y unirlos. Dios al respecto ya dijo: “Yo los
tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los
llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán
purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les
daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de
su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi
espíritu en ustedes y haré que signa mis preceptos, y que observen y practiquen
mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo ha dado a sus padres. Ustedes
serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,24-28).
Una tercera idea que nos aporta el evangelio de hoy es que,
de los diez leprosos que son curados, nueve de ellos regresan a la religión que
los excluyó es decir a la religión judía. Y también al respecto y con gran
sabiduría Dios nos dice: “El perro vuelve a su vómito y el necio recae en su
locura” (Prov 26,11). Y mismo Jesús nos dice: “Nadie te condeno, tampoco te
condeno, ve y no vuelvas a pecar mas” (Jn 8,11).
Y Una última idea que el evangelio de hoy nos aporta es la
actitud grata del Leproso extranjero. Solo uno es capaz de regresar alabando a
Dios a gritos y se postra a los pies de Jesús dando gracias. Los demás se
olvidan y son incapaces de dar gracias. “Y se echó a los pies de Jesús con el
rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano” (Lc 17,16). El único que
tiene un corazón agradecido es precisamente un pagano. Pareciera insignificante
pero nada más real y cierto que nuestra realidad: De los 10 católicos solo uno
es agradecido y se compromete con su fe y agradece a Dios alabando y anunciando
su mensaje por doquier, los demás 9 católicos, todos indiferentes: les importa
un ápice su fe, su bautismo, con tal de disfrutar “gozar” con indiferencia ante
el milagro grandioso de Dios que les regala la vida y la salud. Pero en fin, al
respecto ya dijo Jesús: “Al que me proclame abiertamente ante los hombres, yo lo
proclamaré y lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero quien me
calla o se avergüence de mi ante los hombres, yo también me avergonzaré de él
ante mi padre celestial” (Mt 10,32-33).
Hoy por hoy, vivimos en una cultura secular en la que cada quien
vive cegado en su indiferencia. En una cultura en la que todos nos sentimos con
derechos incluso frente a Dios, pero en la que hemos perdido la capacidad del
agradecimiento. Ser agradecidos pone de manifiesto la sinceridad del corazón,
la honestidad y la nobleza del corazón. ¡Cuántas cosas tenemos que agradecer y
no lo hacemos! Un corazón no agradecido siempre es un corazón que cree más en
sus derechos que en sus obligaciones. Recordemos el episodio: “El pobre murió y
fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue
sepultado. El Rico clamó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a
Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua,
porque estas llamas me atormentan". "Hijo mío, respondió Abraham,
recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió
males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre
ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar
de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta
aquí". El rico contestó: "Te ruego entonces, padre, que envíes a
Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga,
no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento". Abraham
respondió: "Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen" (Lc
16,19-29).