sábado, 21 de enero de 2017

DOMINGO III T.O. – A (22 de Enero del 2017).

DOMINGO III T.O. – A (22 de Enero del 2017).

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 4,12-23

En aquel tiempo, cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: "¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones! El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz".

A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca». Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres». Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.

Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca de Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron. Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) Paz y Bien.

En Evangelio leído se centra en tres ideas: En primer lugar, en Galilea Jesús anuncia: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 4,17). En segundo lugar resaltamos la idea: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres»” (Mt 4,19). Y la conclusión: “Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en sus sinagogas la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente” (Mt 4,23).

En Galilea Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca». (Mt 4,17). Resaltamos esta primera idea subrayando el verbo convertir. Para que la Buena Noticia, la semilla nueva tenga mucho fruto conviene dejar lo malo y pasar a lo bueno, que muy bien se resume en esta exhortación: “Nadie usa un pedazo de tela nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!» (Mc 2,22).

En resumidas cuentas, tres citas pueden resumir esquemáticamente el tema de la conversión: 1) “Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes” (Ez 36,26-27). 2) Jesús le respondió a Nicodemo: Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios. Nicodemo le preguntó otra vez: "¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?" Jesús le respondió: Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Ustedes tienen que renacer de lo alto. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3,3-8). 3) “Renuévense en la mente y en el espíritu. Revestirse del hombre nuevo, para ser imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad” (Ef 4,23).

La conversión es el paso de un estado a otra: De la vida en corazón de piedra a la vida en corazón de carne; de la vida según la carne y la vida según el espíritu; de la vida como hombre viejo a la vida de un hombre nuevo. Que a su vez se puede resumir así: “Vivan según el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque los deseos de la carne se oponen contra los deseos del espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley” (Gal 5,16-18).

En segundo lugar resaltamos la idea: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres»” (Mt 4,19). En otros episodios se nos dice: “Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que él quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios” (Mc 3,13-15). Jesús dijo a sus discípulos: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá” (Jn 15,16).

Por su parte san Pablo nos dice. “Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención, a fin de que, como está escrito: El que se gloría, que se gloríe en el Señor” (I Cor 1,26-30).

Y la tercer idea: “Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en sus sinagogas la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente” (Mt 4,23). Otros episodios nos ayudan ilustrarnos Más y mucho mejor:
“Los fariseos le preguntaron cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: Está aquí o Está allí. Porque el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21). Jesús dijo a los fariseos: “Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,19-20). Jesús les dijo: ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23).

Para instituir el Reino de Dios, Jesús llamó a los que él quiso (Mc 3,13). Luego les enseño con ejemplo la misión cuando dice a sus discípulos: “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,14-15). Les trasmitió el poder del Espíritu (Jn 20,22). Y les dio este mandato:

16:15 Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien El Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,15-18). “Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20).

¿Cómo han de ir?: “Vayan, por las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento. Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes. Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies” (Mt 10,6-14).

Advertencia: “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. Sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas. Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes” (Mt 10.16-20). Quien me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres” (Mt 10,32-33).

Reflexión pastoral: Como ven, Jesús no buscó gente preparada, gente con una cultura adecuada, ni tampoco gente de prestigio para su obra de instaurar el Reino de Dios. A Jesús le bastaron unos simples pescadores que algo sabían de pesca, pero poco más. Cuando Dios llama no vale eso de “yo no valgo”, “yo no estoy preparado”, “yo no sirvo”. Tanto mejor si no sirves ni vales porque es entonces donde mejor se pone de manifiesto el poder de la gracia y que muy bien lo manifiesta san Pablo: “Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres. Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios” (I Cor 1,22-29).

Las piedras fundamento de la Iglesia no fueron escogidas en las grandes canteras de la gente preparada del templo sino gente que sabe de peces, de barcas, de redes y de lago. El resto lo hace Dios en nosotros. Son las sorpresas de Dios. Son esos momentos de Dios que llama, que toca a la puerta de nuestros corazones. Puede que tú seas de los que ni pienses en El, como tampoco pensaban ellos. Y de repente, tu vida puede dar un vuelco y comenzar un nuevo camino. No sé si estarás recogiendo los redes o estarás camino de la oficina. Pero puede que El pase a tu lado y tu vida dé un viraje que nunca te has imaginado.


Jesús nos llama desde el momento de nuestro bautismo a una misión sagrada y depende de esa misión nuestra salvación: “Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros. Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí” (Jn 15, 12-18)

martes, 17 de enero de 2017

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR - A (15 de Enero del 2017)

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR - A (15 de Enero del 2017)

Proclamación del santo Evangelio según San Juan 1,29-34:

En aquel tiempo, Juan vio acercarse a Jesús y exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel».

Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo". Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios». PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4,15). Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de san Juan, destinado a los pecadores para su conversión, (Mt 3,15). Este gesto de Jesús es una manifestación de su "anonadamiento" (Flp 2,7). El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación desciende entonces sobre Cristo, como preludio de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús como su "Hijo amado" (Mt 3,16-17).

Dios se propone por el profeta: “Esta es la nueva Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: "Conozcan al Señor". Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande —oráculo del Señor—. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado” (Jer 31,33-34). Como es de verse, todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública después de hacerse bautizar por san Juan el Bautista en el Jordán (Mt 3,13 ) y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20; Mc 16,15-16).

En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un "Bautismo" con que debía ser bautizado (Mc 10,38; Lc 12,50). La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado (Jn 19,34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva (1 Jn 5,6-8): desde entonces, es posible "nacer del agua y del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5).

El Bautismo en la Iglesia: Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, san Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación: "Conviértanse y que cada uno de Uds se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de sus pecados; y recibiran el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15). El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa", declara san Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa: "el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos" (Hch 16,31-33).

Según el apóstol san Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con Él: ¿Acaso ignoran que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rm 6,3-4; Col 2,12). Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27). Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica (1 Co 6,11; 12,13).  El Bautismo es, pues, un baño de agua en el que la "semilla incorruptible" de la Palabra de Dios produce su efecto vivificador (1 P 1,23; Ef 5,26).

La iniciación cristiana: Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión eucarística. Esta iniciación ha variado mucho a lo largo de los siglos y según las circunstancias. En los primeros siglos de la Iglesia, la iniciación cristiana conoció un gran desarrollo, con un largo periodo de catecumenado, y una serie de ritos preparatorios que jalonaban litúrgicamente el camino de la preparación catecumenal y que desembocaban en la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana.

Desde que el Bautismo de los niños vino a ser la forma habitual de celebración de este sacramento, ésta se ha convertido en un acto único que integra de manera muy abreviada las etapas previas a la iniciación cristiana. Por su naturaleza misma, el Bautismo de niños exige un catecumenado postbautismal. No se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al Bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona. Es el momento propio de la catequesis. El Concilio Vaticano II ha restaurado para la Iglesia latina, "el catecumenado de adultos, dividido en diversos grados" (SC 64). Sus ritos se encuentran en el Ritual de la iniciación cristiana de adultos (1972). Por otra parte, el Concilio ha permitido que "en tierras de misión, además de los elementos de iniciación contenidos en la tradición cristiana, pueden admitirse también aquellos que se encuentran en uso en cada pueblo siempre que puedan acomodarse al rito cristiano" (SC 65).

Hoy, en todos los ritos latinos y orientales, la iniciación cristiana de adultos comienza con su entrada en el catecumenado, para alcanzar su punto culminante en una sola celebración de los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía (AG 14; CIC can.851. 865-866). En los ritos orientales la iniciación cristiana de los niños comienza con el Bautismo, seguido inmediatamente por la Confirmación y la Eucaristía, mientras que en el rito romano se continúa durante unos años de catequesis, para acabar más tarde con la Confirmación y la Eucaristía, cima de su iniciación cristiana (CIC can.851, 2. 868).

El sentido y la gracia del sacramento del Bautismo aparece claramente en los ritos de su celebración. Cuando se participa atentamente en los gestos y las palabras de esta celebración, los fieles se inician en las riquezas que este sacramento significa y realiza en cada nuevo bautizado. La señal de la cruz, al comienzo de la celebración, señala la impronta de Cristo sobre el que le va a pertenecer y significa la gracia de la redención que Cristo nos ha adquirido por su cruz.

El anuncio de la Palabra de Dios ilumina con la verdad revelada a los candidatos y a la asamblea y suscita la respuesta de la fe, inseparable del Bautismo. En efecto, el Bautismo es de un modo particular "el sacramento de la fe" por ser la entrada sacramental en la vida de fe. Puesto que el Bautismo significa la liberación del pecado y de su instigador, el diablo, se pronuncian uno o varios exorcismos sobre el candidato. Este es ungido con el óleo de los catecúmenos o bien el celebrante le impone la mano y el candidato renuncia explícitamente a Satanás. Así preparado, puede confesar la fe de la Iglesia, a la cual será "confiado" por el Bautismo (Rm 6,17).

El agua bautismal es entonces consagrada mediante una oración de epíclesis (en el momento mismo o en la noche pascual). La Iglesia pide a Dios que, por medio de su Hijo, el poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de que los que sean bautizados con ella "nazcan del agua y del Espíritu" (Jn 3,5). Sigue entonces el rito esencial del sacramento: el Bautismo propiamente dicho, que significa y realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de la configuración con el misterio pascual de Cristo. El Bautismo es realizado de la manera más significativa mediante la triple inmersión en el agua bautismal. Pero desde la antigüedad puede ser también conferido derramando tres veces agua sobre la cabeza del candidato.

En la Iglesia latina, esta triple infusión va acompañada de las palabras del ministro: "N…, yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". (Mt 28,19-20). En las liturgias orientales, estando el catecúmeno vuelto hacia el Oriente, el sacerdote dice: "El siervo de Dios, N…, es bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". Y mientras invoca a cada persona de la Santísima Trinidad, lo sumerge en el agua y lo saca de ella. La unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir, "ungido" por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey. (NC N° 1240-1241).

La imposición de la vestidura blanca simboliza que el bautizado se ha "revestido de Cristo" (Ga 3,27): ha resucitado con Cristo. El cirio que se enciende en el Cirio Pascual, significa que Cristo ha iluminado al neófito. En Cristo, los bautizados son "la luz del mundo" (Mt 5,14; Flp 2,15). El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Único. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro (Mt 6,9-13). La primera comunión eucarística. Hecho hijo de Dios, revestido de la túnica nupcial, el neófito es admitido "al festín de las bodas del Cordero" y recibe el alimento de la vida nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Las Iglesias orientales conservan una conciencia viva de la unidad de la iniciación cristiana, por lo que dan la sagrada comunión a todos los nuevos bautizados y confirmados, incluso a los niños pequeños, recordando las palabras del Señor: "Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14). La Iglesia latina, que reserva el acceso a la Sagrada Comunión a los que han alcanzado el uso de razón, expresa cómo el Bautismo introduce a la Eucaristía acercando al altar al niño recién bautizado para la oración del Padre Nuestro.

La bendición solemne cierra la celebración del Bautismo. En el Bautismo de recién nacidos, la bendición de la madre ocupa un lugar especial.

El Bautismo de niños: Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo (DS 1514) para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios (Col 1,12-14), a la que todos los hombres están llamados. La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento (CIC can. 867; CCEO, can. 681; 686,1). La práctica de bautizar a los niños pequeños es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está atestiguada explícitamente desde el siglo II. Sin embargo, es muy posible que, desde el comienzo de la predicación apostólica, cuando "casas" enteras recibieron el Bautismo (Hch 16,15.33; 18,8; 1 Co 1,16), se haya bautizado también a los niños.

Fe y Bautismo: El Bautismo es el sacramento de la fe (Mc 16,16). Pero la fe tiene necesidad de la comunidad de creyentes. Sólo en la fe de la Iglesia puede creer cada uno de los fieles. La fe que se requiere para el Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. Al catecúmeno o a su padrino se le pregunta: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?" y él responde: "¡La fe!". En todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del Bautismo. Por eso, la Iglesia celebra cada año en la vigilia pascual la renovación de las promesas del Bautismo. La preparación al Bautismo sólo conduce al umbral de la vida nueva. El Bautismo es la fuente de la vida nueva en Cristo, de la cual brota toda la vida cristiana. Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse es importante la ayuda de los padres. Ese es también el papel del padrino o de la madrina, que deben ser creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana (CIC can. 872-874). Su tarea es una verdadera función eclesial (SC 67). Toda la comunidad eclesial participa de la responsabilidad de desarrollar y guardar la gracia recibida en el Bautismo.

Quién puede bautizar: Son ministros ordinarios del Bautismo el obispo y el presbítero y, en la Iglesia latina, también el diácono (CIC, can. 861,1; CCEO, can. 677,1). En caso de necesidad, cualquier persona, incluso no bautizada, puede bautizar (CIC can. 861, § 2) si tiene la intención requerida y utiliza la fórmula bautismal trinitaria. La intención requerida consiste en querer hacer lo que hace la Iglesia al bautizar. La Iglesia ve la razón de esta posibilidad en la voluntad salvífica universal de Dios (1 Tm 2,4) y en la necesidad del Bautismo para la salvación (Mc 16,16).

La necesidad del Bautismo: El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (Jn 3,5). Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las naciones (Mt 28, 19-20; DS 1618; LG 14; AG 5). El Bautismo es necesario para la salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este sacramento (Mc 16,16). La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer "renacer del agua y del Espíritu" a todos los que pueden ser bautizados. Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, sin embargo, Él no queda sometido a sus sacramentos. Desde siempre, la Iglesia posee la firme convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin haber recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo. Este Bautismo de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin ser sacramento.

 "Cristo murió por todos y la vocación última del hombre en realmente una sola, es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual" (GS 22; LG 16; AG 7). Todo hombre que, ignorando el Evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad. En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo.

La gracia del Bautismo: Los distintos efectos del Bautismo son significados por los elementos sensibles del rito sacramental. La inmersión en el agua evoca los simbolismos de la muerte y de la purificación, pero también los de la regeneración y de la renovación. Los dos efectos principales, por tanto, son la purificación de los pecados y el nuevo nacimiento en el Espíritu Santo (Hch 2,38; Jn 3,5). Por el Bautismo, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales así como todas las penas del pecado (DS 1316). En efecto, en los que han sido regenerados no permanece nada que les impida entrar en el Reino de Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni las consecuencias del pecado, la más grave de las cuales es la separación de Dios. No obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que la Tradición llama concupiscencia, o metafóricamente fomes peccati: «La concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien "el que legítimamente luchare, será coronado" (2 Tm 2,5)» (Concilio de Trento: DS 1515).


“Una criatura nueva”: El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito "una nueva creatura" (2 Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" (2 P 1,4), miembro de Cristo (1 Co 6,15; 12,27), coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (1 Co 6,19). La Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante, la gracia de la justificación que: Le hace capaz de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo mediante las virtudes teologales; le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante los dones del Espíritu Santo; le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales. Así todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo. (Fuente de nuestra reflexión tomada del Nuevo Catecismo de la Iglesia).

sábado, 7 de enero de 2017

EPIFANÍA DEL SEÑOR - A (08 de Enero del 2017)

EPIFANÍA DEL SEÑOR - A (08 de Enero del 2017)

Proclamación del santo Evangelio de San Mateo 2,1-12:

Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo». Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén.  Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, –le respondieron–, porque así está escrito por el Profeta:

"Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel"». Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje».

Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en la fe, Paz y Bien en el Señor que ha venid a salvarnos del pecado en su Hijo, el niño Jesús.

“Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel” (Mi 5,1): “Muchas veces y de muchos modos se manifestó Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos se nos ha manifestado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Heb 1,1-3). Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: "Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros, Dios ha visitado a su Pueblo" (Lc 7,16). “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17).

Los reyes magos que gran anuncio, que buena noticia que hicieron entre los propios que no sabían lo que había pasado: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo” (Mt 2,2). Esta gran noticia suscita dos actitudes: Búsqueda guiados por la luz de la estrella (Mt 2,9), y búsqueda guiada por el egoísmo (Mt. 2,8). En una predomina la fe (Lc 17,5) y en la otra predomina la razón (Mt 16,23).

“Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único,  que está en el seno del Padre” (Jn 1,8). El Niño recién nacido apenas puede ver a su Madre, pero ya ha visto a Dios. Cuando Dios quiere ver al hombre mira a su Hijo. Es que Dios se hace visible a través de lo humano: “Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, quien me ve, ve a quien me envió (Jn 14,9). María y José lo vieron a través de un Niño. Los Magos lo vieron a través del Rey de los judíos (Mt 2,2) el Niño en un pesebre. A Dios le gusta verse en el espejo que es el hombre. Por esta razón le dio el título de ser su Imagen y semejanza (Gn 1,26).
Hoy es la fiesta de la Epifanía que significa a manifestación de Dios al mundo entero (Dios hecho Niño que en este día revela la universalidad de Dios, la universalidad de la fe) y no fiesta de Reyes, porque no es dable que los reyes suplanten el poder Dios quien por su luz de la estrella guía los reyes (Mt 2,9) Y por tanto los reyes sin la luz de la estrella nunca podrían hallar al Niño. Los Santos Reyes no son sino un signo, pero el verdadero significado de la fiesta se la da el Niño Jesús, que desde su cuna en el pesebre abre a Dios a todos los pueblos, a todas las razas y a todos los hombres.

Nuestro verdadero nombre de creyentes es el de “cristianos”; sin embargo, llevamos un apellido que lo dice todo: “católicos”. Lo de católico no significa propiamente romano, sino “universal”. Nuestra fe es católica, nuestra misión es católica, debido a Dios, el Dios que se revela y manifiesta a los Magos, es “católico” porque es para todos. Jesús ha nacido para todos. Nadie se puede hacer dueño de su nacimiento, ni siquiera María y José. La salvación que Él nos trae es una salvación para todos. Nadie puede hacerse dueño de la salvación de Dios, ni siquiera la Iglesia. Ella no es la salvación, sino señal de la salvación, sacramento de la salvación.

Ser cristiano es sentirnos signos de salvación para todos, sin excluir a nadie, sin poner fronteras a nadie, sin exclusivismos ni particularismos, sin divisionismos ni ideológicos, ni teológicos ni espirituales. Todo reduccionismo particularista deja de ser la Epifanía de Dios hoy para el hombre. Con frecuencia frente a Dios asumimos actitudes de pura curiosidad, otras de duda y ambigüedad. La única actitud frente a Dios es la de arrodillarnos, callar, sentir su presencia y adorarlo en nuestros corazones. A Dios no podemos meterlo en nuestra cabeza. A Dios sólo se le puede meter en el corazón. Dios no entra en nuestras ideas ni en nuestros discursos mentales, pero Dios sí puede entrar en nuestro corazón.

Los Magos de Oriente no venían a investigar qué había sobre Dios, cuáles eran las novedades sobre Dios, venían rendidos, en actitud de rodillas, en actitud de adoración, de admiración, en actitud de sorpresa. Para adorarle, primero hay que conocerle, aceptarle y rendirnos ante Él. Adorarle, es asombrarnos de su grandeza. Es decir, para adorar tenemos que comenzar por fe. Y la fe no es un saber sobre Dios, sino un dejarnos meter en su misterio y decir sí sin aun entender nada. Porque Dios no se deja abordar por el hombre en razón de su raciocinio, si no por su fe.

La cultura moderna, y el hombre moderno, adoptan ante Dios actitudes de autosuficiencia, actitudes de desafío. No es la actitud de adoración y rendimiento, sino la actitud de una especie de reto. Como quien se sitúa frente a él de poder a poder. Por eso, nos permitimos la libertad de negarlo en nuestras vidas, de decirle que no es ya IMPORTANTE para nosotros, que podemos vivir sin mayor problema prescindiendo de Él. En todo caso, tenemos el atrevimiento de juzgarle y someterle a juicio porque no responde a lo que nosotros quisiéramos de Él.

Los Magos no iban guiados por su vanidad a preguntar y cuestionar, iban a rendirle el tributo de su adoración, a rendirse delante de Él. Cuando llegaron, posiblemente, no encontraron lo que se habían imaginado. “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron y le ofrecieron de regalo oro, incienso y mirra” (Mt 2,11).

El sentido de propiedad, actitud de vanagloria no está solo en querer las cosas para si, también suele extenderse a Dios. Hoy resulta que, cada uno piensa en “mi Dios”, el mío, el que es de mi propiedad. Y Dios no se deja poseer por nadie. Dios no es propiedad de nadie porque Dios es propiedad de todos. Cada vez que nos queremos adueñarnos de Él, terminamos por quedarnos sin Dios. Esa fue la experiencia de Israel. Dios le había escogido como su pueblo e Israel se había adueñado de Él. En aquella cultura se entiende. Cada pueblo tenía su Dios protector. Israel tenía el suyo. Por más que los profetas tratasen de presentar el universalismo de la salvación, el pueblo seguía con la mentalidad de que Dios era para ellos y para nadie más.

No es que hoy lleguemos a ese nacionalismo de Dios, pero es posible que lleguemos al “individualismo”. El Dios para los buenos. El Dios para los que van a Misa. El Dios para los creyentes. Y Dios no se deja atrapar. La primera manifestación de Jesús es precisamente para los pueblos gentiles, en la persona de estos personajes misteriosos que conocemos con el nombre de Reyes Magos. Mientras en Jerusalén nadie se da por enterado, los de lejos vienen a buscarlo y Él se manifiesta a ellos porque se dejan guira por l luz de la estrella que es la fe.

Los buenos no tenemos derecho alguno de apropiarnos de Dios. Nuestro único derecho es que si nosotros ya le hemos conocido lo demos a conocer a los demás. Los buenos no tenemos derecho alguno de hacernos dueños de Dios que también los malos tienen derecho a conocerlo y amarlo y sentirse amados por Él. Los buenos no tenemos derecho alguno a reclamar todos los servicios para nosotros, cuando a la inmensa mayoría nadie le presta atención. Dios no es singular, Dios es plural, Dios es trinitario. Por lo tanto, su manifestación y revelación tampoco puede ser singular e individualista sino universal. Dios tiene que abarcar a la humanidad. Mi Dios es el Dios de todos los hombres, buenos y malos, cercanos o lejanos.

Todos tenemos muchas buenas voluntades, deseos nos sobran, pero lo que nos suele faltar es la decisión. Soñamos muchas cosas, pero con frecuencia todo queda en eso. Los Magos sintieron que algo se despertaba en su corazón, sintieron que algo les llamaba, sintieron que algo nuevo comenzaba a amanecer, pero no sabían dónde y se pusieron en camino. No se encuentra a Dios esperando. No se encuentra a Dios encarnado, recién estrenada la vida humana, sentados en la butaca. Hay que ponerse en camino buscando.

No hay que buscarlo mucho porque lo tenemos cerca. Otras veces hay que buscarlo lejos, el camino es largo y por qué no toda la vida. Los Magos no la tuvieron fácil, vinieron de lejos guiados por una señal, pero sin saber dónde estaba el final del camino. Es la historia de toda búsqueda. Es la historia de quien quiere encontrarse con Dios. No sabemos si estará a la vuelta de la esquina o estará lejos, lo IMPORTANTE es ponerse en camino, no cansarse, saber afrontar las dificultades. No siempre nos encontramos con Dios tan fácilmente. A veces pasan los años y no lo sentimos. Caminamos buscándole y la noche se nos echa encima. No vemos nada, no sentimos nada, no sabemos a dónde ir. Esto es lo maravilloso de los Magos. Gentes desconocidas. Gentes que vienen de lejos. Gentes que son capaces de descubrir esas estrellas-señales que nos hablan de Él, pero hay que esperar, no hay que echarse para atrás, no hay que caer en el desaliento.


Nosotros quisiéramos un Dios al que pudiéramos tocar con la mano y ver con nuestros ojos, pero eso será posible si nos dejamos guiar por la luz de la fe y en cada santa Eucaristía Dios se deja ver y se deja tocar. N cada misa Dios se encarna en la hostia sagrada de altar, pero si no nos dejamos guiar por la luz de la fe, nunca podremos advertir la presencia de Dios en el Altar de cada misa (Lc 22,19-20).

jueves, 5 de enero de 2017

DOMINGO DE LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA – A (1° de Enero de 2017).

DOMINGO DE LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA – A (1° de Enero de 2017).

Proclamamos el Evangelio de Jesucristo según San Lucas 2,16 -21:

En aquel tiempo, los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.

Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.  Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel  antes de su concepción. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor, en el inicio de un nuevo año les expreso un saludo cordial, fraterno franciscano de Paz y bien; deseándoles muchos augurios y éxitos en este nuevo año.

En el credo decimos y rezamos: “Creo en un solo Señor, JESUCRISTO, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz. Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo; y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre”. En efecto en el misterio de la anunciación el Ángel dice a María: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). El mismo Ángel dice a José: “María dará a luz un hijo, a quien tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados". Jesús explica a Nicodemo y dice: “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para que el mundo se condene sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). San Pablo dice: “La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado” (Ti 2, 11). “La prueba que Dios nos ama es que siendo nosotros pecadores Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8).

“El Señor mismo les dará un signo: Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel. Él se alimentará de leche cuajada y miel, cuando ya sepa desechar lo malo y elegir lo bueno” (Is 7,14-15). Emmanuel que traducido significa “Dios con nosotros” (Mt 1,21-23). En una visión panorámica de Dios con nosotros se nos dice: “Esta es la nueva Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley  en su mente, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: "Conozcan al Señor". Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande —oráculo del Señor—. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado” (Jer31,33-34).


 “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos” (Gal 4,4-5). ¿Por qué comenzamos el nuevo año recordando el misterio de María, Madre del Dios encarnado?. Porque en María el Hijo se hace uno como nosotros, para que seamos como Él es. María se mantuvo un tanto en la sombra durante las Navidades. ¿No se merecía un recuerdo especial? ¿Acaso no es ella la que nos regaló las Navidades?

El Ángel dijo a los pastores: "No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,10-12). Los pastores se decían unos a otros: "Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado. Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre” (Lc 2,15-16).

Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,25-27). Los sencillos pastores que se han enterado de la noticia y corren a Belén a encontrarse con el Niño y tienen el privilegio de ser los primeros en adorarle y ofrecerle sus sencillos dones del campo. Lo comenzamos también con algo que, a muchos, pudiera pasarles desapercibido. ¿Saben qué es? Lo que nos dice la primera lectura de hoy que debiera ser como un tipo de eslogan para todo el año: la bendición. Comenzar el año regalándonos una bendición y continuarlo bendiciéndonos cada día. Porque bendecir es precisamente eso: decirnos cosas buenas, desearnos cosas buenas. ¿No les parece maravilloso que este año lo pasásemos diciéndonos y deseándonos unos a otros cosas buenas y bonitas?

Son tres acontecimientos que hoy celebramos. En primer lugar, está la figura de María, la Madre del Dios, hecho hombre entre los hombres. El acontecimiento navideño es el acontecimiento de Dios que asume nuestra condición humana. Incluso cuando entre nosotros nace un niño, todo el mundo saluda a la mamá y al papá, pero todos los ojos se nos van al niño, que si es lindo, que si la carita es de mamá, que si la nariz es del papá, que si las orejas son de los abuelos. Como si él no tuviese nada propio, sino que todo era prestado.

la Liturgia le dedica este primer día del año, recordándola como madre a María y no una madre cualquiera sino como la madre elegida y escogida por Dios para ser la madre de su hijo humanado, encarnado. Si el hijo es el Hijo de Dios hay en ella una maternidad divina. Y el Ángel se lo dijo claramente: “Será obra del Espíritu Santo que la cubrirá con su sombra.” (Lc 1,35).

En el Antiguo, y el Nuevo Testamento, la nube que cubre la montaña es siempre una señal de revelación, de manifestación de Dios al hombre. Pues cubrirla con su sombra es como la nube del misterio en el que Dios se revela y manifiesta, pero esta vez “Palabra hecha carne” (Jn 1,14).

sábado, 24 de diciembre de 2016

DOMINGO DE NAVIDAD – A (domingo 25 de diciembre de 2016)

DOMINGO DE NAVIDAD – A (domingo 25 de diciembre de 2016)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan: 1,1-18:

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron.

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.  Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo". De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre. PALABRA DEL SEÑOR.

Reflexión:

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

El evangelio de hoy tiene siguientes secuencia:

1)“Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe” (Jn 1,1-3). 2) “En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Jn 1,4). 3) “La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció” (Jn 19-10). 4) “Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios” (Jn 1,12-13). 5) “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). 6) “De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo” (Jn 1,16-17). 7) “Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre” (Jn 1,18).

“¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos sus hijos, y lo somos realmente sus hijos” (1 Jn 3,1). “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,8). Así Dios nos manifestó su amor: “Envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él” (I Jn 4,9). Esta es la única razón y motivación por lo que Dios quiere estar con nosotros (Is 7,14).

“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17).
Dios dice por el profeta: "Juro por mi vida que yo no deseo la muerte del pecador, sino que se convierta de su mala conducta y viva. Conviértanse, conviértanse de su conducta perversa! ¿Por qué quieren morir, casa de Israel?" (Ez 33.11).

“Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley en su mente, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer 31.33).

“Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36.26-28).

El prólogo de San Juan nos indica que el Hijo de Dios ha sido generado en el seno del Padre, fuera del tiempo, desde toda la eternidad. Por su parte, San Mateo y San Lucas nos cuentan los detalles históricos del nacimiento de Jesucristo en la tierra. Así, en la Persona de Jesucristo, las dos naturalezas, la humana y la divina, han quedado inseparablemente unidas. Esto era lo que experimentaba cada uno que se acercaba a Jesús: estando en todo igual a nosotros, era al mismo tiempo tan diverso.

Nacido de la Virgen María (Lc 2,6) se hizo verdaderamente uno de los nuestros (Jn 1,14), semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado (Heb 4,15). Jesús no tenía pecado, por eso sus gestos y sus palabras brillaban como luz entre las tinieblas (Jn 1,4). El que no se escandalizó ante este espectáculo contempló en Él la gloria del Padre, lleno de gracia y de verdad (Jn 1,13). A todos los que lo recibieron y creyeron en su nombre, Jesús les dio poder de hacerse hijos de Dios (Jn 1, y no dudó de entregarse a la muerte por ellos: "Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida.

“La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”.  Cristo, desde toda la eternidad, estaba junto a Dios; él mismo era Dios, era la Palabra o Sabiduría viviente de Dios. Cuando llegó la plenitud de los tiempos, esa Palabra se hizo hombre y habitó  entre nosotros. Lo hizo para iluminar con su luz a todos los hombres. Los que reciben esa luz, es decir, los que acogen esa Palabra y por lo tanto a Dios, llegan a ser hijos de Dios.

A la ternura del pesebre se ha de unir entonces la admiración por el misterio infinito que se encierra en la simplicidad de Belén. Ese niño es el Hijo eterno del Padre, por quien fueron hechas todas las cosas, es la Sabiduría de Dios, es “luz verdadera que al venir a este mundo ilumina a todo hombre”. Ese niño vino a elevar lo terreno a un nivel divino, que hace entrar en este mundo la gloria sobrenatural de Dios. Unos Padres de la Iglesia llegan a decir que  Dios se hizo hombre, para que el hombre se hiciera Dios.

En la simplicidad del pesebre de Belén (Lc 2,6), y luego en las callejuelas de Nazaret, en los caminos de su tierra querida, era el mismo Hijo de Dios  el que se hacía presente, era el Dios eterno que quiso manifestar su gloria en la sencillez y humildad de nuestra vida.

Verdad básica de la fe cristiana es que Dios asumió nuestra naturaleza humana, “acampó” entre nosotros (Jn 1,14), para comunicarnos su vida divina y para darnos a conocer la intimidad del Padre. No permaneció, pues, callado, encerrado en su misterio. Se nos ha manifestado en su palabra y en su persona. Su verdad, su luz ilumina nuestro interior. Yes uno de nosotros, de nuestra propia “carne” humana. Esto es lo que celebramos en Navidad y nos llena de alegría y da un nuevo sentido a nuestra existencia.

Todos necesitamos la sabiduría de Dios (Prov 2,6), la luz de su Palabra para descubrir el sentido de nuestra vida. Su sabiduría, su palabra nos ayuda a ver las cosas con los ojos de Dios, que es “luz de los que creen en él” (Jn 8,12). Si no recibimos a Cristo como la Palabra definitiva de Dios, no nos extrañemos del desconcierto y de la confusión espiritual que reinan en nuestro mundo. Se puede seguir diciendo, como dijo Jesús de muchos de sus contemporáneos, que “andan como ovejas sin pastor”.

En su carta a los efesios, san Pablo pone de relieve que Dios Padre “nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor”. Ante tan espléndida generosidad de parte de Dios Padre, es natural que respondamos con nuestra bendición a él: “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo…” La bendición descendente de Dios y la ascendente de nuestra alabanza se encuentran en la persona de Cristo.

La mejor bendición que nos ha otorgado Dios es que “nos ha destinado a ser sus hijos” (I Jn 1,3). San Pablo pide a Dios que conceda a sus cristianos “espíritu de sabiduría y de revelación para que les permita conocerlo verdaderamente”. Le pide asimismo que ilumine sus corazones para que “puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia”.


San Juan termina el  prólogo de su evangelio diciendo: “Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre” (Jn 1,18).  Hay quien considera básica esta afirmación, al igual que la anterior de que “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Solamente Jesús nos ha contado cómo es Dios, cómo nos quiere, cómo busca construir un mundo más humano para todos.

sábado, 17 de diciembre de 2016

IV DOMINGO DE ADVIENTO - A (18 de diciembre de 20169

IV DOMINGO DE ADVIENTO A (18 de diciembre del 2016)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 1,18-24.

Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no han vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: "La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel", que traducido significa: «Dios con nosotros». Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos amigos en el Señor Paz y bien.

“José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”(Mt 1,20-21). Este episodio, más el relato de Lucas donde el Ángel dice a María: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo” (Lc 1,30-32). Es el Ángel y por ende Dios quien desposa a María y José con la palabra: “Le pondrás por nombre Jesús”. Tanto María como José, ahora como esposos tienen el deber de dar la identidad dando un nombre, el nombre de Jesús que en el mundo bíblico tiene dos connotaciones: En el AT. (Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros (Is 7,14). En el NT. (Dios salva, Jn 3,17). San Pablo nos dice al respecto: “Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, toda rodilla se en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame: Jesucristo es el Señor para gloria de  Dios Padre”(Flp 2,8-11).

 El Ángel anuncia a María (Lc 1,28). María acepta, pero ahora vienen los líos con José su esposo. Sorpresivamente, José se da cuenta de que María está embarazada (Mt 1,18), es consciente que él no ha convivido con ella. Por lógica humana uno solo puede pensar en un adulterio, José no quiere pensar eso de María, la conoce muy bien, pero tampoco puede negar la realidad lo que sus ojos están viendo.

¿Se dan cuenta del problema que se ganó José?  ¿Quieren ustedes ponerse en una situación similar? Ponte que tú como novio, estas en la víspera de contraer el matrimonio y que precisamente ahí te sorprendes que tu novia a quien tanto has amado te sale con el cuento que ya está embarazada y el hijo no es precisamente para ti. ¿Qué actitud tomarías como novio? O que tú como novia estas a punto de casarte y que tu novio en las vísperas te sale con el cuento que ya espera un hijo y no es contigo sino con tu amiga. ¿Irías aun en tales circunstancias alegremente al altar con tu pareja? Pues, José esta exactamente envuelto en este lío. “José, su esposo, que era un hombre justo no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19).

Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1,20-21) ¿Cree alguien que es fácil entender y creer en ello cuando todos sabemos cómo se hacen los hijos y cómo vienen los hijos al mundo?

Sin embargo, José al igual que antes María: El Ángel le dijo: “No tengas miedo María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,  reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?”. El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,31-35). Ahora José cree y se fía de la Palabra del Ángel (Mt 1,20-21). María creyó sin entender, José también cree sin entender nada. Aquí todo se mueve en el plano de la Palabra y de la fe en la Palabra de Dios.

¿Hoy, alguien cree ya en la Palabra? ¿Tú te fiarías de la palabra de tu esposa o de tu hija? Aquí no hay documentos firmados. No hay documentos notariales que atestigüen la veracidad de la palabra del Ángel; sin embargo, aquí hay dos testigos de fe: María y José que creyeron sin ver, creyeron en la Palabra de Dios, se fiaron de la Palabra de Dios sin exigir ni firmas ni pruebas. María dijo al Ángel: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). José obedeció a la palabra del Ángel y “se llevó a casa a su mujer” (Mt 1,24). Misterio de la palabra. Misterio de la fe. Creer fiándose sencillamente de la Palabra de Dios, eso no hace cualquiera sino obedece al poder de la fe como obra de Dios.

Hay una figura en la Navidad que solemos destacar relativamente poco, es la figura de José. Sí, le ponemos de rodillas delante del Niño y poquito más. Sin embargo, es una de las figuras centrales de la Navidad. Hay tres figuras que llenan todo el cuadro: El Niño, María y José, la sagrada familia. José era bien bueno, era todo un hombre de Dios, era todo un hombre de fe; sin embargo, pareciera que “Dios se la hizo”. ¿Se dan cuenta del lío en que le metió María? Mejor dicho, el lío en que le metió Dios.

La lógica humana buscaría que en la anunciación debieron estar presentes los dos tanto la Virgen como José y Dios se hubiera ahorrado líos. Pero el Ángel se le aparece solo a María, no a José. La Anunciación de la Encarnación es para María, y nadie cuenta y piensa en José. Pero la cosa no podía ocultarse por mucho tiempo. Hasta que, un día, percibe la realidad de su esposa María “embarazada”. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo entenderlo? ¿Qué hacer? Todo un momento de angustia, de dudas, de incertidumbres encontradas. Sería el momento de hacer el escándalo madre en Nazaret. ¡Qué talla de hombre! ¡Qué talla de alma! ¡Qué talla de fe! Pero el sufrimiento nadie se lo podía quitar. ¡Y vaya si era bueno! ¿Por qué le tenía que pasar esto a José? No resulta fácil pasar por esa prueba de fe por la que pasa José y guarda silencio. Todo lo medita en su ser interior.

Cuando el Ángel le revela la verdad de lo que ha sucedido, la mente de José se doblega. El corazón de José se aviva y la serenidad cubre la fama de María delante del pueblo. ¿Te imaginas a todas las mujeres de Nazaret viéndola a María como una adúltera? Pues, veamos una escena de adulterio:

“Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?». Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra». E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?». Ella le respondió: “Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante” (Jn 8,3-11). José quiso evitar este escándalo para su esposa María por eso dice: “José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19). Pero, Dios corrige a José: “Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1,20-21).

Dios tiene una manera de hacer las cosas que desconcierta a cualquiera. La Navidad comenzó en Nazaret con todo un problema entre José y María. ¿Se merecían esto? Algo que no corre en nuestra lógica, pero corre maravillosamente en la lógica de la fe, que es la lógica de Dios. Los caminos de Dios nunca son fáciles, pero terminan siendo maravillosos. Ese es el camino de cada uno de nosotros hacia la Navidad. De la oscuridad de la fe, a la claridad de la fe.

San Pablo al respecto dice: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo» ¡Abba!, es decir, ¡Padre! (Gal 4.4-6). O como el profeta dice: “Dios puso su morada entre los hombres” (Ez 37,27). O como mismo Juan dice. “La palabra de Dios se hizo hombre y habito entre nosotros” (Jn 1,14).


La encarnación del hijo de Dos es el despliegue del amor hacia nosotros y con razón dice San Juan: “Tanto amó Dios tanto al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). Escena que el profeta lo resume con una idea maravillosa: "Aquí la señal que Dios da: La Virgen está embarazada y da a luz un hijo y le, ponen el nombre de Enmanuel que significa Dios-con-nosotros" (Is 7,14). Lo que quiere decir que Él se hizo lo que nosotros somos porque esta con nosotros, y para que nosotros seamos lo que Él es.

sábado, 10 de diciembre de 2016

III DOMINGO DE AVIENTO - A (11 de diciembre de 2016)



III DOMINGO DE ADVIENTO - A (12 de Diciembre del 2016)

Proclamación del Evangelio según San Mateo 11, 2 -11:

En aquel tiempo, Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Jesús les respondió: «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven:

Los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!».

Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: «¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes. ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. El es aquel de quien está escrito: "Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino". Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN

Queridos amigos(as) en la fe paz y bien.

En el domingo anterior leíamos el evangelio en el que se nos decía que Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea proclamando: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,2). Y más adelante decía: “Produzcan el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8). Y terminaba la enseñanza: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3,11). Haciendo clara referencia al profeta. “El no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres de país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas” (Is 11,3-5).

Hoy, en el III domingo de adviento, en el domingo de la alegría (Flp 4,4) se nos presenta situándonos como el que ya estamos recibiendo los primeros vestigios del amanecer. Juan bautista es como esa estrella, el lucero que nos anuncia el gran día en que Dios estará con nosotros de visita, una visita esperada durante muchos siglos y anunciada por los profetas.

Juan mandó  sus discípulos y desde la cárcel a que pregunten a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3). La duda de Juan el bautista es enorme sentido humano y es que la figura de Jesús siempre nos resultará un tanto ambigua. ¿Acaso resulta fácil reconocer al hijo de Dios en un niño? ¿Acaso resulta fácil reconocer al hijo de Dios recostado en un pesebre? ¿Acaso resulta fácil reconocer a Dios sin casa propia y naciendo en un establo de animales? ¿Nos es fácil entender que el Rey del universo, el dueño de todo cuanto existe se nos presente como un simple mendigo?  Y la otra gran idea: Dios se revela y manifiesta no sentado en un trono, rodeado de oro, en un palacio de lujo sino rebajándose hasta tocar lo más bajo de la realidad humana, entre los pobres pastores.

Juan bautista, que está en la cárcel porque denunció a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano» (Mc 6,18), tiene una idea de grandeza sobre Jesús. Y ahora le llegan noticias de un estilo de vida rebajado a tener que convivir con la miseria humana y le entran dudas. La oscuridad de la cárcel se une ahora a la oscuridad de sus ideas y de su pensamiento. De ahí una duda tan profunda como preguntarle: “¿Eres tú de verdad o tenemos que esperar a otro?” (Mt 11,3).

En la cárcel a Juan le van llegando rumores sobre las actividades de Jesús. Juan se siente metido en un enredo, lo que oye de Jesús no responde a lo que él esperaba y al igual que todos los judíos: Juan y los suyos hubieran querido un Jesús más duro, más firme, que pusiese orden, aunque fuese con la fuerza y la violencia. Por una parte, la oscuridad de la cárcel y, por otra, la figura de Jesús que se les desmorona y desfigura con cada actitud de Jesús y más aún cuando dice: “Mi reino no es d este mundo” (Jn 18,36).

Pero Juan no es de los que se queda en el mar de la duda, quiere clarificarse, y manda por eso a sus discípulos a que le pregunten directamente a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (Mt 11,3). Dos ideas que pueden servirnos. La primera, no podemos vivir en la penumbra de la duda. La segunda, mejor será siempre preguntar directamente, a Jesús y no andar con rodeos, que así no se aclara nada. Preguntar directamente  a Jesús porque solo el posee la verdad (Jn 14,6).

Jesús nunca suele responder con teorías. Jesús siempre responde con hechos de vida. Cuando los discípulos de Juan preguntan a Jesús: “Tu eres el que ha de venir o debemos esperar a otro”. Jesús que está predicando rodeado de mucha gente hace un alto en su enseñanza y atiende a los discípulos de sus amigos Juan Bautista y vaya la sorpresa. Jesús no les dice que sí, sino que manda acercarse a los enfermos: “A ver ¿quiénes están ciegos? Que pasen aquí adelante” y les unta con la saliva los ojos y ven. Saltan de gozo los ciegos dejan de ser ciegos. Jesús dice ahora: “A ver ¿Quiénes están sordos y mudos?” y les toca con el dedo el oído y se les abren los oídos y hablan sin dificultad. Jesús pide ahora que traigan a en sus camillas a los tullidos, mancos y cojos y les toma de las manos y caminan y saltan de gozo y sin dificultad. Al joven que yacía en su ataúd le dice “Joven a ti te digo levántate” y el muerto se levantó.

Jesús dice a los enviados de su amigo Juan bautista: “Id y decid a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!” (Mt 11,4-6)

Con frecuencia tenemos una idea falsa de Dios, como en realidad la tenía Juan. Con frecuencia anunciamos a un Dios que no es. Un Dios que nunca ha dicho de sí lo que nosotros decimos de Él. Jesús se clarifica, no como el juez que condena, sino como el Dios que salva. Un Dios que se define a sí mismo, no en lo que es en sí, sino en relación a los hombres y su misión salvífica. Resulta curioso que mientras el hombre se define en relación a Dios, Dios se define a sí mismo en relación al hombre. Es el Dios liberador. El Dios que nos libera de nuestras esclavitudes. El Dios que nos hace ver. El Dios que sana nuestras invalideces. El Dios que nos limpia de nuestras lepras. El Dios que nos hace oír. El Dios que nos da la vida. Con mucha razón ya nos había dicho “Quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).

Esas son las señales de identidad de Jesús, ese es el currículum vitae de identidad de Jesús: el curar nuestras enfermedades, el devolvernos nuestra dignidad, el devolvernos nuestra dignidad. Luego conviene preguntarnos ¿Cuáles serán las señales de la identidad del cristiano? ¿Nos definiremos como cristianos por lo que hacemos por los demás? Siempre pensamos en que nos reconocerán por nuestra relación con Dios. Eso es fundamental, pero podrán reconocernos como tales si no hacemos nada por los demás. San Pablo con gran sabiduría dice al respecto: “El que recibe la enseñanza de la Palabra, que haga participar de todos sus bienes al que lo instruye. No se engañen: nadie se burla de Dios. Se recoge lo que se siembra: el que siembra para satisfacer su carne, de la carne recogerá sólo la corrupción y muerte; y el que siembra según el Espíritu, del Espíritu recogerá la Vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos. Por lo tanto, mientras estamos a tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe” (Gal 6,6-10).

Si hemos tomado con seriedad este tiempo de adviento entonces Dios nacerá sin tardanza en tu corazón y entonces veras la gloria de Dios en ti (Jn 11,40) y podrás exclamar como san Pablo: “Pero en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). Porque para mí la vida es Cristo (Flp 1,21).