DOMINGO XVII - A (30 de Julio del
2017)
Proclamación del santo evangelio según
Mateo 13,44-52:
13:44 El Reino de los Cielos se
parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a
esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
13:45 El Reino de los Cielos se
parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas;
13:46 y al encontrar una de gran
valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.
13:47 El Reino de los Cielos se
parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.
13:48 Cuando está llena, los
pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y
tiran lo que no sirve.
13:49 Así sucederá al fin del
mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos,
13:50 para arrojarlos en el horno
ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
13:51 ¿Comprendieron todo
esto?" "Sí", le respondieron.
13:52 Entonces agregó: "Todo
escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de
casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo". PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados amigos en el Señor y
Paz y Bien.
La búsqueda de perlas finas (Mt 13,45),
el hallazgo del tesoro escondido (Mt 13,44), los peces buenos (Mt 13,48), y las
cosas nuevas (Mt 13,52) nos encaminan entrar en sintonía con aquella enseñanza
de Jesús: “Si yo expulso los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el
Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Mt 12,28; Lc 11,20). Y el tema central: el
tesoro escondido en el campo: Es Cristo Jesús el tesoro escondido porque en él
hallamos el reino de Dios. ¿Cómo hacernos de este tesoro? Que es lo mismo preguntarnos:
“¿Qué obras buenas debo hacer para conseguir la salvación eterna? Jesús le
dijo: Si quieres entrar en la Vida eterna, cumple los Mandamientos. El joven
rico dijo ya lo cumplí desde pequeño ¿Qué más me faltara? Dijo Jesús; vende
todo lo que tienes, dáselo a los pobres así tendrás un tesoro en el cielo,
luego vente conmigo, (Mt 19,16-21).
Las enseñanzas de este domingo
son el complemento a las enseñanzas del domingo anterior donde nos hemos
preguntado como los apóstoles: “¿Cuándo llegara el reino de Dios?” (Lc
17,20), Jesús respondió: “Si yo expulso los demonios con el poder de Dios, quiere
decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Mt 12,28; Lc 11,20). “Yo soy
la puerta, el que entra por mí se salvará” (Jn 10,9). Es decir que el Reino de
Dios tiene que ver con nuestra salvación y Cristo Jesús es nuestra salvación.
De ahí que propios y extraños preguntan
al Señor: “¿Qué hare para obtener la
salvación eterna?” (Mc 10,17). “¿Serán pocos los que se salven” (Lc 13,23).
“¿Quién podrá salvarse” (Mt 19,25). En la enseñanza de hoy nos preguntamos:
¿Qué o quién es nuestro tesoro, dónde y cómo lo buscamo?
Hemos resaltado la enseñanza: “Déjenlos
crecer juntos (Trigo y cizaña) hasta la cosecha, y entonces diré a los
segadores: Arranquen primero la cizaña y échenlo al fuego, y luego recojan el
trigo en mi granero" (Mt 13,30). “Así como se arranca la cizaña y se la
quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del
hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos
y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá
llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en
el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!” (Mt 13,40-43). Hoy se nos
reitera de otro modo: “Los pescadores sacan la red a la orilla y, sentándose,
recogen los buenos peces en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al
fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos,
para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes”
(Mt 13,48-50).
Como hipótesis de nuestra
reflexión: Si soy buen pez, entonces obtengo mi salvación (canasta=cielo); y si
soy inservible, entonces obtengo mi condenación (tiran=infierno). “El hombres
está situado entre la vida y la muerte: a cada uno se le dará lo que escoja”
(Eclo 15,17). Dios dice a Israel: “Yo pongo ante ti la vida y la muerte, la
bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes, con
tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y le seas fiel” (Dt 30,19). Lo
viejo y lo nuevo (Mt 13,52).
El texto de la primera parábola
dice: «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo
que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da,
va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel” (Mt 13,44). Aquí, el
término de comparación es para aclarar las cosas del Reino de Dios que es el tesoro
escondido en el campo. Ninguno sabe que en el campo hay un tesoro. No sabía que lo encontraría. Lo encuentra y se alegra
y acoge con gratitud lo imprevisto. El tesoro descubierto no le pertenece todavía,
será suyo sólo si consigue comprar el campo. Así eran las leyes de la época.
Por esto va, vende todo lo que posee y compra aquel campo. Comprando el campo,
se hace dueño del tesoro. Jesús no explica la parábola. Vale aquí lo que ha
dicho antes: “Quien tenga oídos oiga” (Mt 13,9.43). O sea: “El Reino de Dios es
esto. Lo han escuchado. ¡Ahora, traten de entenderlo! Es tarea de cada uno de
nosotros preguntarnos en la vida ¿Qué buscamos? El campo es nuestra vida, en la
vida de cada uno de nosotros hay un tesoro escondido, tesoro precioso, más
precioso que todas las cosas de valor. ¿Qué es el tesoro en nuestra vida que
vamos buscando? ¿Será riqueza? ¿Será un título? En este sentido nos dice Jesús:
“No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los
consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio,
tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni
ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu
corazón” (Mt 6,19-21).
¿Cuál es el tesoro de tu vida que
buscas? Será ese tesoro que se marchita? Si buscas un tesoro como el oro,
entonces solo sirve para esta vida y Como el Señor dice, los ladrones acechan
para robar. Quien lo encuentra da todo lo que posee para comprar aquel tesoro
¿Lo has encontrado tú? Y si aún no lo has encontrado ¿Por qué crees que no lo
encuentras? ¿En qué falla la estrategia de tu búsqueda? Y ¿Dónde y cómo la
buscas? Pedro y los demás buscan toda la noche el tesoro de la pesca pero nunca
cogieron peces y Jesús se presentó de madrugada y dijo a Simón: "Rema mar
adentro, y echen las redes". Simón le respondió: "Maestro, hemos
trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré
las redes". Así lo hicieron, y
sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse… Pero
Jesús dijo a Simón: No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres.
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron” (Lc
5,4-11). Los apóstoles, habían hallado
el tesoro: Cristo Jesús.
“También es semejante el Reino de
los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar
una perla de gran valor, va y vende todo lo que tiene y la compra” (Mt
13,45-46). En la primera parábola, el término de comparación era “el tesoro
escondido en el campo”. En esta parábola, el acento es otro. El término de
comparación no es la perla preciosa, sino la actividad, el esfuerzo del
mercader que busca de perlas preciosas. Todos saben que tales perlas existen.
Lo que importa no es saber que esas perlas existen, sino buscarlas sin
descanso, hasta encontrarla. Por eso la pregunta es ¿Dónde, cómo y con qué
busco ese perla preciosa?.
Las dos parábolas tienen
elementos comunes y elementos diversos. En los dos casos, se trata de una cosa
preciosa: tesoro y perla. En los dos casos hay un encuentro, y en los dos casos
la persona va y vende todo lo que tiene para poder comprar el valor que ha
encontrado. En la primera parábola, el encuentro se sucede por casualidad. En
la segunda, el encuentro es fruto del esfuerzo y de la búsqueda. Tenemos dos
aspectos fundamentales del Reino de Dios:
El Reino existe, está
escondido en la vida, en espera de quien lo encuentre. Y segundo, el Reino es
fruto de una búsqueda y de un encuentro. Son las dos dimensiones fundamentales
de la vida humana: la gratitud de amor que nos acoge y nos encuentra y la
observancia fiel que nos lleva al encuentro.
“También es semejante el Reino de
los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y
cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los
buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles,
separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego;
allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 13,47-50). Aquí el Reino es
semejante a una red, no una red cualquiera, sino una red echada en el mar y que
pesca de todo. Se trata de algo típico en la vida de aquéllos que escuchaban,
donde la mayoría eran pescadores, que vivían de la pesca. Una experiencia que
ellos tienen de la red echada en el mar y que captura de todo, cosas buenas y
cosas menos buenas. El pescador no puede evitar que entren cosas malas en su
red. Porque él no consigue controlar lo que viene de abajo, en el fondo del
agua del mar, donde se mueve su red. Sólo lo sabrá cuando tire de la red hacia
lo alto y se sienta con sus compañeros para hacer la separación. Entonces
sabrán qué es lo que vale y lo que no vale. De nuevo, Jesús no explica la
parábola, pero da una indicación: “Así será al final de mundo”. Habrá una
separación entre buenos y malos. En el domingo anterior decía: “Así como se
arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin
del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su
Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el
horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos
resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que
oiga!” (Mt 13,40-43).
La bondad y misericordia del
Señor tiene límites y el límite de la misericordia es la Justicia divina.
Quienes merecen estar en el cielo, lo estarán y quienes merecen estar en el
fuego eterno que es el infierno lo estarán sin dudas, y al respecto dice Jesús:
“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía
espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado
Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los
perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al
seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los
muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham,
y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: Padre Abraham, ten piedad de mí y
envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua,
porque estas llamas me atormentan. Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que
has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él
encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros
se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí
no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí" (Lc
16,19-26).
Conclusión del discurso
parabólico: Jesús pregunto: ¿Comprendieron todo esto? "Sí", le
respondieron. Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del
Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo
nuevo y lo viejo" (Mt 13,51-52). Otra cita al respecto nos dice: “Nadie
usa un pedazo de tela nueva para remendar un vestido viejo, porque el pedazo
añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone
vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán
más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!" (Mc 2,21-22).
Las parábolas: “Las cosas nuevas
y las cosas antiguas (Mt 13,52), semillas arrojadas en el campo (Mt 13,4-8), el
grano de mostaza (Mt 13,31-32), la levadura (Mt 13,33), el tesoro escondido en
el campo (Mt 13,44) el mercader de perlas finas (Mt 13,45-46), la red echada en
el mar (Mt 13, 47-48). Nos induce hacia la búsqueda del tesoro escondido que es el
reino de Dios y el que lo encuentra es hombre nuevo, vino nuevo.
Si has hallado tu tesoro que es
Cristo Jesús o que es lo mismo el reino de Dios, disfruta de ese tesoro hallado siendo o actuado
como hombre nuevo (Ef 4,23). Los santos han hallado su tesoros en Cristo, el
Señor por eso han sido las personas más felices y contentos. Los apóstoles han
hallado el tesoro y dejándolo todo lo siguieron (Lc 5,11). San Pablo halló su
tesoro y dijo: “Para mi Cristo lo es todo” (Col. 3,11). “A causa del Señor,
nada tiene valor para mí en este mundo. Todo lo considero basura con tal de
ganar a Cristo” (Flp 3,8). Por eso, quien supo hallar el tesoro en su vida
tiene que estar alegre, como nos recomienda San Pablo: “Estén alegres en el
Señor, os lo repito estén alegres” (Flp 4,4).