jueves, 10 de mayo de 2018

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN – B (13 de mayo del 2018)

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN – B (13 de mayo del 2018)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 16,15-20:

16:15 Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.
16:16 El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
16:17 Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas;
16:18 podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán".
16:19 Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
16:20 Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

La Fiesta de la Ascensión de Jesucristo al Cielo es resumido por el mismo Señor de modo siguiente: "Salí del Padre, vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre" (Jn 16,28). Esta fiesta Hace y evoca sentimientos encontrados de nostalgia y de alegría.  De nostalgia, por la partida de Cristo, Quien regresa a la gloria que comparte desde toda la eternidad con el Padre y con el Espíritu Santo.  De alegría, pues hacia esa gloria conduce a la humanidad por El redimida. El mismo Señor nos muestra esos sentimientos las veces que en el Evangelio hace el anuncio de su ida al Padre.  “He deseado muchísimo celebrar esta Pascua con Uds... porque ya no la volveré a celebrar hasta...” (Lc.22, 15-16). “Me voy y esta palabra los llena de tristeza” (Jn. 16, 6).

En cada uno de los anuncios de su partida, Jesús trataba de consolar a los Apóstoles: “Ahora me toca irme al Padre... pero si me piden algo en mi nombre, Yo lo haré”  (Jn. 14,12 y 14).  Inclusive trató de convencerlos acerca de la conveniencia de su vuelta al Padre: “En verdad, les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no podrá venir a ustedes el Consolador.  Pero si me voy, se los enviaré... les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que Yo les he dicho” (Jn. 16, 7 - 14, 26). Con estas y muchas palabras de consolación el Señor preparó a sus discípulos para este momento de despedida, tal es por ejemplo este: “Les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio” (Jn 16,7-8).

Con mucha antelación también, el Señor ya había dicho: “Si les hablo de las cosas terrenales, y no creen, ¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, es decir, el Hijo del Hombre que está en el cielo” (Jn 3,12-13). Hoy en la fiesta de la ascensión hace lo que ya nos lo dijo: “El Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios” (Mc 16,19). Al respecto en otro episodio se nos dice: “Les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: Así estaba escrito, el Mesías sufrirá y resucitará de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre se predicará a todas las naciones la conversión y el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto. Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo” (Lc 24,45-51).

El pasaje central de hoy: “El Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios” (Mc 16,19). Tiene otro complemento que nos hace más entendible, cuando Jesús dice a sus discípulos: “El padre los ama, porque Uds. me aman y han creído que yo vengo de Dios. Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre". Sus discípulos le dijeron: "Por fin hablas claro y sin parábolas” (Jn 16,27-29). Ahora si también comprendemos nosotros por qué dijo el Señor enfáticamente: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió” (Jn 6,38). E incluso viene bien citar este episodio cuando los judíos preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?" Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado" (Jn 6,28-29).

En la primera lectura que hemos leído se nos dice: “Uds. recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra. Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir" (Hch 1,8-11).

Ahora tenemos una gran misión que cumplir cuando nos ha dicho: "Vayan por todo el mundo, enseñen la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" Mc 16,15-18). Como verán, al igual que los que corren en el pista suelen cambiar de “testigo” o “posta”, la Ascensión es el cambio de “posta de Jesús a nosotros”. Hasta ahora todo dependía de Él, desde la Ascensión todo depende de nosotros. “Vayan al mundo entero y enseñen el Evangelio.”

El Señor se va, pero nos deja a nosotros. Él se va, pero aun así será nuestro compañero. Él inició la predicación del reino, pero a nosotros nos toca llevar como el viento las semillas por todo el mundo. Con la única diferencia de que ahora la responsabilidad recae sobre todos. El Papa Francisco lo dijo muy claro: 

La evangelización es tarea de la Iglesia. Porque tiene que ver con la salvación que realiza Dios y anuncia gozosamente la Iglesia, es para todos y Dios ha elegido un camino para unirse a cada uno de los seres humanos de todos los tiempos. Jesús se va, pero deja la Iglesia. Jesús vuelve al Padre, pero deja la Iglesia entre los hombres y para los hombres. Era necesaria la Ascensión como el triunfo de Jesús. Pero era necesaria para que nosotros comenzásemos a crecer asumiendo nuestras responsabilidades. La Iglesia no podía quedarse en el grupo de los Once, tenía que abrirse al mundo. No podía seguir bajo las alas de Jesús, tenía que llegar la hora de volar por sí misma. Tenía que llegar la hora de dar el examen de su fe y comenzar a anunciar a todos los hombres. Como Él también la Iglesia tenía que abrirse a buenos y malos. A los de dentro, pero también a los de fuera. Por eso hoy es el triunfo de Jesús, pero es el comienzo del camino que nos lleva a todos y a todos los hombres.

Pero no nos envía con las manos vacías pues fíjense que nos dejó bajo la custodia de otro defensor. El señor glorificado les dijo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20, 21-23).

Jesús nos recomienda dejarnos guiar por el Espíritu Santo: “En adelante, el Paráclito, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: "Me voy y volveré a ustedes". Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean” (Jn 14,26-29).

La tarea que ahora nos toca desarrollar es: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-10). Ahora no nos toca quedarnos plantados como los galileos mirando el cielo (Hc 1,11). Sino trabajar, porque el mismo Señor que subió volverá a pedirnos cuentas (Mt 25,19). Y recompensara a cada uno según su trabajo (Mt 16,27). Esa recompensa es estar con Él en el cielo para siempre (Jn 14,1-3).

Recordemos que Jesucristo había resucitado después de su muerte, una muerte que fue ¡tan traumática! -traumática para El por los sufrimientos intensísimos a que fue sometido- ... y traumática también para sus seguidores, para sus Apóstoles y discípulos, que quedaron estupefactos ante lo sucedido el Viernes Santo. Luego viene para ellos la sorpresa de la Resurrección.  Al principio no creyeron lo que les dijeron las mujeres, luego el mismo Señor Resucitado se les apareció en cuerpo glorioso, y entonces recordaron y creyeron lo que El les había anunciado.  Pero la verdad es que los Apóstoles no entendían bien a Jesús cuando les anunciaba todo lo que iba a suceder: lo de su muerte, su posterior resurrección y luego también lo de su Ascensión al Cielo. Para fortalecerles la Fe, después de su Resurrección, el Señor pasa unos cuarenta días apareciéndose en la tierra a sus discípulos, a sus Apóstoles, a su Madre.

Es lo que nos refiere la Primera Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles: “Se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios.  Un día, les mandó: ‘No se alejen de Jerusalén.  Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les he hablado... Dentro de pocos días serán bautizados con el Espíritu Santo.’”   La promesa del Padre era el Espíritu Santo, el Consolador, que vendría unos días después en Pentecostés.

Luego de esos cuarenta días, llegó el momento de su partida.  Entonces, los llevó a un sitio fuera y luego de darles las últimas instrucciones y bendecirlos, se fue elevando al Cielo a la vista de todos los presentes. ¡Cómo sería la Ascensión de Jesús al Cielo!  Jesús, el Sol de Justicia (Mal 3, 20), ascendiendo radiantísimo a la vista de los presentes.  El impacto fue tan grande que, aún después de haber desaparecido Jesús, ocultado por una nube, los Apóstoles y discípulos seguían mirando fijamente al Cielo.  ¡Estaban en éxtasis!  Fue, entonces, cuando dos Ángeles los interrumpieron y los “despertaron”:  “¿Qué hacen ahí  mirando al cielo?  Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo han visto alejarse” (Hech. 1,11).   

“Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (Jn 14,15-18).

Hay que tomar nota de estas palabras.  Es de suma importancia recordar ese anuncio profético de los Ángeles sobre la Segunda Venida de Jesucristo.  Nos dicen que volverá de igual manera a como partió (Hch 1,11): en gloria y desde el Cielo.  Jesucristo vendrá, entonces, como Juez a establecer su reinado definitivo.  Así lo reconocemos cada vez que rezamos el Credo: de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin. Estamos hablando de la Segunda Venida de Cristo.  Pero para saber cómo será y cómo no será la Segunda Venida de Cristo, debemos detallar bien cómo fue la Ascensión de Jesucristo al Cielo.  ¿Cómo lo vieron subir?  Con todo el poder de su divinidad, glorioso, fulgurante y, ascendiendo, desapareció entre las nubes.  

¿Cómo vendrá? “Los que estaban reunidos le preguntaron: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel? Él les respondió: No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (Hch 1,6-8).  “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,27).

Ya anteriormente lo había anunciado a sus discípulos:  “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre. Verán al Hijo del Hombre viniendo en las nubes del cielo, con el Poder Divino y la plenitud de la Gloria.  Mandará a sus Ángeles, los cuales tocarán la trompeta y reunirán a los elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del mundo” (Mt. 24, 30-31). Sin embargo han habido, hay y habrá muchos que querrán hacerse pasar por Cristo.  Y hay uno en especial, el Anticristo, que hará creer que él es Cristo.  Entonces hay que estar precavidos, pues Cristo vendrá glorioso con todo el poder de su divinidad, como los Apóstoles Lo vieron irse.

Tengamos en cuenta que el Anticristo será un hombre que se dará a conocer como Cristo y con la ayuda de Satanás realizará milagros y prodigios, y engañará a muchos, pues desplegará un gran poder de seducción.  He aquí la descripción que nos hace San Pablo: “Entonces aparecerá el hombre del pecado, instrumento de las fuerzas de perdición, el rebelde que ha de levantarse contra todo lo que lleva el nombre de Dios o merece respeto, llegando hasta poner su trono en el Templo de Dios y haciéndose pasar por Dios ... Al presentarse este Sin-Ley, con el poder de Satanás, hará milagros, señales y prodigios al servicio de la mentira.  Y usará todos los engaños de la maldad en perjuicio de aquéllos que han de perderse, porque no acogieron el amor de la Verdad que los llevaba a la salvación ... así llegarán hasta la condenación todos aquéllos que no quisieron creer en la Verdad y prefirieron quedarse en la maldad ” (2 Tes. 2, 3-11).

Entonces, ¿qué hacer?  Siguiendo, el consejo de la Sagrada Escritura, no debemos dejarnos engañar.  Los datos sobre la Segunda Venida de Cristo son muy claros:  Cristo vendrá en gloria.   El Anticristo no.  Hará grandes prodigios, pero no puede presentarse como tenemos anunciado que vendrá Cristo en su Segunda Venida.  De allí que Jesús nos advierta: “Llegará un tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del Hombre, pero no lo verán.  Entonces les dirán:  está aquí, está allá.  No vayan, no corran.  En efecto, como el relámpago brilla en un punto del cielo y resplandece hasta el otro, así sucederá con el Hijo del Hombre cuando llegue su día”. (Lc. 17, 22-24)
Esto es tan importante que el Señor nos lo dijo en otras ocasiones. Jesús nos advierte clarísimamente y nos explica con más detalle aún cómo será de sorpresiva y deslumbrante su Segunda Venida:

“Si en este tiempo alguien les dice:  Aquí o allí está el Mesías, no lo crean.  Porque se presentarán falsos cristos y falsos profetas, que harán cosas maravillosas y prodigios capaces de engañar, si fuera posible, aun a los elegidos de Dios.  ¡Miren que se los he advertido de antemano!  Por tanto, si alguien les dice:  En el desierto está.  No vayan.  Si dicen:  Está en un lugar retirado.  No lo crean.  En efecto, cuando venga el Hijo del Hombre, será como relámpago que parte del oriente y brilla hasta el poniente” (Mt. 24, 23-28).

Pero por encima de la nostalgia de su partida, por encima de la advertencia de cómo será su Segunda Venida, para que nadie nos engañe, el misterio de la Ascensión de Jesucristo es un misterio de fe y esperanza en la Vida Eterna. La misma forma física en que se despidió el Señor, la cual resalta San Pablo en la Segunda Lectura (Ef. 4, 1-13):  subiendo al Cielo- nos muestra nuestra meta, ese lugar donde El está, al que hemos sido invitados todos, para estar con El. Ya nos lo había dicho al anunciar su partida: “En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré junto a mí, para que donde yo estoy, estén también ustedes” (Jn. 14,2-3). El derecho al Cielo ya nos ha sido adquirido por Jesucristo. El nos ha preparado un lugar a cada uno de nosotros:  nos toca a nosotros vivir en esta vida de tal forma que merezcamos ocupar ese lugar.  .  ¡No dejemos nuestro lugar vacío!

Ahora bien, a pesar de todos estos anuncios, los Apóstoles y discípulos no alcanzaban a entender la trascendencia de lo anunciado.  La Santísima Virgen María seguramente fue preparada por su Hijo para el momento de su partida, con gracias especiales para poder consolar y animar a los Apóstoles. Jesucristo estaba dejando a Pedro como cabeza de la Iglesia y como su Representante.  Pero también estaba dejando a su Madre como Madre de su Iglesia, ya que siendo Ella Madre de Cristo, era también Madre de su Cuerpo Místico.  Por eso Ella los reunió y los animó, orando con ellos en espera del Espíritu Santo.

La Ascensión, entonces, nos invita a estar en la tierra, haciendo lo que aquí tengamos que hacer, todo dentro de la Voluntad de Dios.  Pero debemos estar en la tierra sin perder de vista el Cielo, la Casa del Padre, a donde nos va llevando Cristo por medio del Espíritu Santo, Quien nos recuerda todo lo que Cristo nos enseñó. Y nos recuerda también lo que debemos enseñar a otros, pues debemos llevar la Palabra de Dios a todo el que desee escucharla.  Es el llamado de Cristo que nos trae la Aclamación antes del Evangelio:  “Vayan y enseñen a todas las naciones, dice el Señor.  Y sepan que Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 19-20). Los mandó –y nos manda a nosotros- a ir, a partir.  “Jesús parte hacia el Padre y manda a los discípulos que partan hacia el mundo… Es un mandato preciso, ¡no es facultativo!” (Papa Francisco 1-6-2014). Es el llamado a la Nueva Evangelización, a la que insistentemente nos llama la Iglesia.

Para cumplir con esto, San Pablo nos recuerda en la Segunda Lectura (Ef. 4. 1-13) lo siguiente: “El que subió fue quien concedió a unos ser apóstoles;  a otros ser profetas;  a otros ser evangelizadores;  a otros ser pastores y maestros. Y esto para capacitar a los fieles, a fin de que, desempeñando debidamente su tarea, construyan el Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a estar unidos en la Fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, y lleguemos a ser hombres perfectos, que alcancemos en todas sus dimensiones la plenitud de Cristo”.  

En suma, la Fiesta de la Ascensión de Jesucristo al Cielo: Despierta el anhelo de Cielo, la esperanza de nuestra futura inmortalidad, en cuerpo y alma gloriosos, como El, para disfrutar con El y en El de una felicidad completa, perfecta y para siempre. Advierte cómo será la Segunda Venida de Cristo, para que no seamos engañados por el Anticristo. Nos invita a llevar la Palabra de Dios a todos, seguros de que el Espíritu Santo, Quien es el verdadero protagonista de la Evangelización, nos capacita para responder a este llamado.  Así contribuimos a construir el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, en esta época en que hay que realizar la Nueva Evangelización, atrayendo a la Iglesia a aquéllos que se han alejado.

martes, 1 de mayo de 2018

VI DOMINGO DE PASCUA –B (06 de Mayo del 2018)


VI DOMINGO DE PASCUA –B (06 de Mayo del 2018)

Proclamación del Santo evangelio según San Juan 15,9-17

15:9 Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor.
15:10 Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
15:11 Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.
15:12 Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado.
15:13 No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.
15:14 Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.
15:15 Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.
15:16 No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.
15:17 Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros. PALABRA DEL SEÑOR.

Amigos en el Señor Paz y Bien.

“Dios nos manifestó su amor enviándonos a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él” (I Jn 4,9). “La prueba de que Dios nos ama es que, siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8). “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9). “Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (Jn 4,12). La única evidencia que tenemos si estamos unidos a Dios es que vivamos en el amor. “Hijitos míos, no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad” (I Jn 3,18).

El Pasado domingo Jesús nos habló en la figura de la vid: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5). Hoy nos dice. “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,10). ¿Cuáles son los mandamientos del que nos hace referencia el Señor? Tenemos que ir al siguiente episodio en el que nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo que, ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13,34-35).

En los sinópticos el episodio del amor unos a otros tiene la connotación siguiente ante la pregunta del maestro de la ley: “¿Cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas” (Mt 22,36-40). Como se ve; los tres primeros mandamientos de la ley Moisés (Ama a Dios, no levantar el nombre de Dios en vano y santificar las fiestas) lo resume en un solo mandato: Amor a Dios. El segundo: amor al prójimo agrupa a los siete mandamientos (honra a tu padre, hasta no codiciar los bienes ajenos). Hoy nos lo dice lo mismo pero de modo descendente: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9).

Juan nos dice: “A Dios nadie ha visto, pero el Hijo único que está en el seno del Padre nos lo dio a conocer” (Jn 1,18). Lo mismo se reitera en la I carta de Juan: “Nadie ha visto nunca a Dios pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (I Jn 4,12). Hoy en la segunda lectura nos lo resumió así: “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (IJn 4,7-8).

En segundo lugar, nos manda que vivamos alegres, pero participando de su propia alegría: “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto”(Jn 15,10-11). Jesús no quiere seguidores tristes y que viven todo el día amargados, por eso nos da una serie de razones para poder estar alegres y vivir de la alegría, pero de una alegría plena. La primera razón para la alegría es, saber que Él nos ama. La segunda: que somos sus amigos (Jn 15,14). La tercera: que Él mismo nos ha elegido, somos elegidos de Él (Jn 15,16). Y cuarta: que nosotros estamos llamados a amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado (Jn 16,17).

Como se dan cuenta, Él va siempre por delante: Él es la vida. El Padre le ama y Él nos ama. Él nos hace amigos suyos. Él nos elige y Él nos regala el amor con que nosotros tenemos que amarnos. ¿No nos parece un mensaje maravilloso?  Por eso Juan puede escribir: “Dios nos amó primero.”(I Jn 4,10). Aquí tendríamos que decir, ¿hay alguien que dé más? Se trata de un Evangelio que debiéramos leer todos los días al levantarnos.

Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso (IJn 4,20). ¿Qué elementos comprende el amor? San Pablo nos describe así: “Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada. El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá” (I Cor 13,1-8).

lunes, 23 de abril de 2018

V DOMINGO DE PASCUA – B (29 de abril del 2018)


V DOMINGO DE PASCUA – B (29 de abril del 2018

Proclamación del santo evangelio según San Juan 15,1-8

15:1 Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador.
15:2 Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía.
15:3 Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.
15:4 Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
15:5 Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer.
15:6 Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
15:7 Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
15:8 La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

El domingo anterior Jesús nos decía: “Yo soy el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11) y decíamos que, efectivamente Jesús es el único pastor que nos guía a toda la comunidad que es la Iglesia. Pero también resaltamos el pasaje: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este rebaño y a las que también las llamaré; ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño porque hay un solo Pastor” (Jn 10,16). Y agrega Jesús: “Si ustedes no escuchan mis palabras, no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,26-27).

“Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador” (Jn 15,1). “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5). “La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos” (Jn15,8). El dueño del rebaño es Dios Padre y el pastor que da su vida por su rebaño es Jesús; o también el dueño de la viña es Dios y la vid es Jesús y todos los bautizados somos los sarmientos. Hoy la parábola de la vid y los sarmientos nos plantea dos ideas centrales. Por una parte, el principio de unidad de los cristianos con Dios Padre y, por otra, la unidad en la pluralidad y la diversidad.


“Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,9-10). “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,8). “Nadie ha visto nunca a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros”(I Jn 4,12). “Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso” (I Jn 4,20). “Si alguien vive en la abundancia, y viendo a su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios? Hijitos míos, no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad” (I Jn 3,17-18).

En primer lugar, en el principio de unidad: Recordemos lo del pasaje: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este rebaño y a las que también las llamaré; ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño porque hay un solo Pastor” (Jn 10,16). Hoy, Jesús resalta esta unidad en otra secuencia comparativa: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5). Claro, Jesús es el tronco, la vida, el principio vital, ya que solo tendremos vida en la medida en que vivamos unidos a Él. Según Mt 16,18, Jesús decía a Pedro: “Tu res Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia”. Jesús habla de una Iglesia y no de varias Iglesias. Es evidente que, no hay Iglesia sin Cristo que es como eje y centro de la misma. Somos creyentes y cristianos en la medida en que vivimos la vida en Jesús. Su vida tiene que correr por las venas de nuestras almas por el don del Espíritu (Gal 3,27).

En segundo lugar, el principio de la diversidad y pluralidad: En el episodio de Mt 25,15s Jesús nos dice: “El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad”. San Pablo también hace referencia a diferentes dones del modo siguiente: “Traten de conservar la unidad del Espíritu, mediante el vínculo de la paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos. Sin embargo, cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida que Cristo los ha distribuido” (Ef 4,4-7).

“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5). El tronco es uno, pero los sarmientos (las ramas) son muchos y son todos diferentes. Unos más grandes y otros más pequeños. Unos dan más racimos, otros dan menos. Pero siendo diferentes todos están unidos al mismo tronco y entre todos forman una misma vid: Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Pero hay muchos creyentes y muchos bautizados (Ef 4,).

La gravedad que une al sistema solar procede del sol. La tierra tiene una fuerza magnética que es la gravedad que nos mantiene sobre el piso. Así también, el centro de gravedad de la Iglesia es Jesús. La parábola es clara. “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos” (Jn 15,5). La vida es el tronco que hunde sus raíces en la tierra. Jesús, la vida, hunde sus raíces en el Padre y ahora hunde sus raíces en la Iglesia. De la vitalidad del tronco procede la vitalidad de los sarmientos. De la vitalidad de los sarmientos proceden los gustosos racimos de las uvas. No habría racimos sin sarmientos y no habría sarmientos sin el tronco de la vid. Raíces, tronco, sarmientos, racimos forman un todo. Al respecto San Pablo lo resume y dice: “Para mi cristo lo es todo” (Col 3,11). La Iglesia es como los sarmientos que brotan del tronco que es Jesús. Sin Jesús no hay Iglesia. Por eso el centro de la Iglesia, lo que le da vida es Jesús. Solo desde una Iglesia centrada y vitalizada por el tronco Jesús, tenemos sentido todos nosotros que somos sus sarmientos.

Jn 15,1-3: El viñador (El padre), la vid verdadera (El Hijo), los sarmientos (Los bautizados) Estamos unidos por el don del Espiritu (Mt 28,19-20). El viñador no sólo escoge la cepa -buscando siempre la mejor- para su viña sino que se ocupa de ella observándola todos los días de punta a punta, para eliminar de ella todo lo la pueda amenazar y, sobre todo, para hacer salir de ella los mejores frutos. Lo primero que se ve es el “sarmiento”.  Recordemos que el sarmiento es el vástago de la vid, largo, delgado, flexible, nudoso, de donde brotan las hojas, las tijeretas y los racimos. Del tronco, de la cepa plantada, van brotando los sarmientos.  Si el viñador deja que los sarmientos broten y crezcan espontáneamente, sin ponerle mano, notaremos que  de repente el tronco se llena muchos sarmientos, de todo tipo, como una especie de cabellera vegetal. Y es aquí donde el viñador tiene que intervenir. Jesús dice que el viñador encuentra dos tipos de sarmientos: 1) uno negativo, los que no dan fruto y 2) otro positivo, aquellos que sí dan fruto.  Veamos cómo interviene el viñador:

1) Lo que Dios Padre hace con las ramas secas que no dan fruto es: “Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta” (Jn 15,3ª). Cuando hay sarmientos que son improductivos la vid se nota cargada de un follaje excesivo que no hace sino quitarle la savia a las demás ramas y reducir la cantidad de uvas que podrían aparecer.  La primera obra de Dios Padre es podar la vid, cortándole esos sarmientos que no producen fruto. No es difícil entender el significado de la frase. En la 1ª carta de Juan 2,19 leemos: “salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros”.

2) Lo que Dios hace con los sarmientos que se notan vivos, portadores de una gran fecundidad: “Todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto” (Jn 15,3b). Los buenos sarmientos tampoco se quedan sin recibir la mano benéfica del viñador. De la misma manera, la segunda obra de Dios Padre es podar los sarmientos buenos para que den todavía más fruto. Y para ello usa su santa Palabra. El término “podar”, en realidad es “purificar”, “limpiar” y no es arrancar completamente. Esto quiere decir que le hace retoques, que la recorta un poquito, para lograr lo que quiere de su viña. Así, el viñador no sólo va recorriendo la vid arrancando las ramitas secas sino que le va haciendo pequeños retoques a aquellos más prometedores, de manera que los potencializa para que se vean mayores resultados. Entendemos así que lo que el viñador hace no es un acto hostil ni violento contra los sarmientos. Lo que está haciendo es bueno e inteligente: a quien puede dar más, Dios le pide más (Lc 12,48).

El modo como Dios nos purifica para que demos más fruto está en las enseñanzas de Jesús. Se puede hablar de una función “purificadora” de la Palabra de Dios. Por medio de ella comprendemos: a) en qué puntos de nuestra vida es que tenemos que trabajar; b) cómo en nuestras debilidades, allí donde no podemos salir adelante por nuestras propias energías, donde nuestras capacidades personales son insuficientes, Dios está obrando; c) que sólo por la obra del Padre que nos purifica misteriosamente con la Cruz de su hijo y nos colma con la fuerza irresistible de su amor (Jn 3,16-17), es que nosotros podemos “dar fruto por si, si no estamos unidos a él” (Jn 15,5). Del encuentro con la Palabra de Dios debe siempre resultar un “dar más fruto”. Sobre este punto trató el capítulo 14 de Juan. Hay una relación muy grande entre la Palabra y la transformación personal: “Las palabras que les digo, no las digo por mi cuenta, el Padre que permanece en mí es que realiza las obras” (Jn 14,10).  La consecuencias es que: “hará las obras que yo hago, y hará mayores aún” (Jn 14,12).

Pero ciertamente la purificación de la Palabra es una purificación en el amor: lima las asperezas de las malas relaciones, sana las relaciones fracasadas, aproxima las distancias. La Palabra sumerge siempre en una comunión profundísima con Dios que se irradia en todas las demás relaciones: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23).  Esta es la Palabra que nos hace libres: “Si se mantienen en mi Palabra, serán verdaderamente mis discípulos, y conocerán la verdad y la verdad les hará libres” (8,31-32). Por lo tanto el “fruto” esperado está relacionado con la “Palabra” sembrada en nosotros, la cual se manifiesta como conversión y compromiso, como cristificación de nuestra vida, esto es, como transparencia de la “Palabra encarnada” (Jn 1,14). Si en verdad estamos unidos a Jesús por el bautismo, entonces como san Pablo hemos de decir: “Vivo yo pero no soy el que vive, es cristo quien vive en mi” (Gal 2,20).

La respuesta del hombre: “permanecer” en Jesús (Jn 15,4-5). La obra de Dios solicita nuestro compromiso, nuestra participación. No podemos esperar que los resultados caigan del cielo si no hacemos el esfuerzo de involucrarnos vitalmente en el cielo viviente que es Jesús, si no nos incorporamos en él. Una rama sólo puede dar verdaderamente sus frutos si está unida al tronco, si recibe su flujo vital. Por eso Jesús pide una sola cosa: “¡Permanezcan en mi!” El término el “permanecer” en Jesús describe una relación profunda que consiste en el “estar” en él, el “habitar” en él, el “fundamentarse” en él. El “cómo” es la constancia en esa relación, la fidelidad que implica. Esto es lo que los otros evangelios llaman “seguir a Jesús”. El discipulado es el vivir este “permanecer” en Jesús en todas las circunstancias de la historia, acogiendo y expresando allí la vida del Resucitado. Jesús invita entonces a entrar en la dinámica de una bella y sólida relación con él: “Permanecer en mí”.  Este “en mí” indica que la vida del cristiano consiste en encarnar la dinámica de vida de Jesús: un apoyar la vida toda en la persona de Jesús y permitir que poco a poco se cristifique el ser. Es lo que Pablo decía: “vivo, pero ya no yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).  La vida de uno como discípulo consiste en esta interacción fecunda.

Segunda cara de la moneda: “El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto” (Jn 15,5) El punto principal no es el hecho negativo de lo que le sucede al discípulo separado de Cristo, sino lo positivo, el gran misterio que encierra su comunión con él: Jesús y su discípulo “permanecen” el uno en el otro.

Este es el culmen de la experiencia bíblica de la “Alianza”: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” (Ez 36,28).  Sólo que la experiencia de la Alianza da un paso hacia delante, ya no es el estar el uno junto con el otro, sino el uno en el otro, es decir, una relación idéntica a la que Jesús sostiene con el Padre: “El Padre permanece en mí...  Yo estoy en el Padre y el Padre en mí” (Jn 14,10-11).
Esto se traduce en la vida cotidiana en un tremendo sentido de la presencia de Jesús en nuestra vida, en la toma de conciencia continua de lo que está obrando en y a través de nosotros y en la paciencia y la docilidad para dejarnos conducir por él.  Este es el ejercicio del “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo él”(Jn 6,56). La oración y la vida cotidiana del discípulo deben estar impregnadas de este ejercicio.

Los frutos de la comunión con Jesús: Oración, Discipulado y Misión de alta calidad (Jn 15,6-8). Con dos condicionales (“si alguno no permanece en mi... entonces”) y una frase conclusiva (“La gloria del Padre consiste en...”) concluye nuestro texto.  Aquí se responde a la pregunta: ¿Qué resulta de la comunión con Jesús?  Como quien dice: ¿Qué debemos esperar de un discípulo de Jesús –que sea, que viva y que haga- en el mundo de hoy? Tenemos aquí una bella síntesis de todos los versículos anteriores, cuyas enseñanzas se proyectan ahora en la vida cotidiana. Para enfatizar las consecuencias de  la comunión con Jesús, se presentan de nuevo las dos caras de la moneda que vimos anteriormente.

Fuera de la comunión con Jesús: “Si alguno no permanece en mí...” (Jn 15,6). De nuevo la primera obra del Padre es remover los sarmientos que no producen fruto: el Padre los “arroja fuera” y “se secan”.  Los que parecen ser discípulos pero no lo son (mucha hoja pero nada de fruto), son sometidos al juicio que Jesús describe con esta sugerente comparación: “Los recogen”, “Los echan al fuego”, “Arden”. Esto nos recuerda otros pasajes de los otros evangelios, como por ejemplo: 

“Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,30). “Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga” (Mt 13,40-43). Hay equivalencia entre la rama que no da fruto y se poda y se echa al fuego y la mala yerba que se echa el horno encendido (infierno).

¿Como saber si damos frutos y somos buenos arboles?: “Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán” (Mt 7,16-20).

miércoles, 18 de abril de 2018

IV DOMINGO DE PASCUA – B (22 de Abril del 2018)


IV DOMINGO DE PASCUA – B (22 de Abril del 2018)

Promociona del Santo evangelio según San Juan: 10,11-18:

10:11 Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas.
10:12 El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa.
10:13 Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.
10:14 Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí
10:15 —como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre— y doy mi vida por las ovejas.
10:16 Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor.
10:17 El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla.
10:18 Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). “Conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí” (Jn 10,14). El pastor llama a sus ovejas por su nombre y las saca del redil. Va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz” (Jn 10,3-4). “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre” (Slm 23,1-3). “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no me escuchan, es porque no son de Dios" (Jn 8,47).  Como vemos, entre las enseñanzas bíblicas: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Slm 23,1). "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29)  “Yo soy el buen Pastor” (Jn 10,11) “Yo doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,15) hay una perfecta ilación de ideas que el Profeta resume así:

“Así habla el Señor: ¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Las sacaré de entre los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las traeré a su propio suelo y las apacentaré sobre las montañas de Israel, en los cauces de los torrentes y en todos los poblados del país. Las apacentaré en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en las montañas altas de Israel. Allí descansarán en un buen lugar de pastoreo, y se alimentarán con ricos pastos sobre las montañas de Israel. Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,11-16).

Como se nota claramente la relación de pastor y rebaño no es de simple pertenencia sino una relación de comunidad y unidad. En la Biblia el título de pastor se le da por extensión, a todos aquellos que imitan la premura, la dedicación de Dios por el bienestar de su pueblo.  Por eso a los reyes en los tiempos bíblicos se les llama pastores, igualmente a los sacerdotes y en general a todos los líderes del pueblo. En este orden de ideas, cuando un profeta como Ezequiel se refiere a los líderes del pueblo, los llama pastores, pero ya no para referirse a la imagen que deberían proyectar, de seguridad, de protección, sino a lo que realmente son: líderes irresponsables que llegan incluso hasta la delincuencia para sacar ventaja de su posición mediante la explotación y la opresión: “Exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,16). Es así como al lado de la imagen del buen pastor aparece también la del mal pastor o del mercenario que Jesús hace referencia con la palabra del asalariado “(Jn 10,12).  En el profeta Ezequiel, en el capítulo 34, encontramos un juicio tremendo contra los malos pastores que se apacientan solamente a sí mismos y por eso vemos que Dios, él mismo, decide ocuparse personalmente  de su rebaño: “Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él” (Ez. 34,11).

Jesús nos dice: “El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10,15). El criterio para distinguir un buen y mal pastor era su sentido de la responsabilidad.  El Pastor en Palestina era totalmente responsable de las ovejas: si algo le pasaba a cualquiera de ellas, él tenía que demostrar que no había sido por culpa suya. Observemos algunas citas ilustrativas: “Como salva el pastor de la boca del león dos patas o la punta de una oreja, así se salvarán los hijos de Israel”. El pastor debe salvar todo lo que pueda de su oveja, ni que sean las patas o la punta de la oreja de su oveja“ (Os 3,12). “Si un hombre entrega a otro una oveja o cualquier otro animal para su custodia, y éstos mueren o sufren daño o son robados sin que nadie lo vea... tendrá que restituir” (Ex 22,9.13).   En este caso el pastor tendrá que jurar que no fue por culpa suya (Ex 22,10) y traer una prueba de que la oveja no había muerto por culpa suya y de que él no había podido evitarlo. En fin, el pastor se la juega toda por sus ovejas, aun combatiendo tenazmente contra las fieras salvajes, haciendo gala de todo su vigor e incluso exponiendo su vida, como vemos que hizo David de manera heroica con las suyas: “Cuando tu siervo estaba guardando el rebaño de su padre y venía el león o el oso y se llevaba una oveja del rebaño, salía tras él, le golpeaba y se la arrancaba de sus fauces, y se revolvía contra mí, lo sujetaba por la quijada y lo golpeaba hasta matarlo” (1 S 17,34-35).

El Pastor y rebaño están unido por el amor: Todo lo que vimos anteriormente es lo que Dios hace con los suyos. Los orantes bíblicos, como lo hace notar el Slm 23, encontraban en la imagen de Dios-Pastor su verdadero rostro: su amor, su premura y su dedicación por ellos. En Dios encontraron su confianza para las pruebas de la vida. Ellos tenían en la mente y arraigada en el corazón esta convicción: "Sí, como un pastor bueno, Dios se la juega toda por mí”.
Ellos tenían la certeza de que Dios siempre estaba cuidando de ellos y combatiendo por ellos. Así predicaba el profeta Isaías: “Como ruge el león y el cachorro sobre su presa, y cuando se convoca contra él a todos los pastores, de sus voces no se intimida, ni de su tumulto se apoca; tal será el descenso de Yahvéh de los ejércitos para guerrear sobre el monte Sión y sobre su colina” (Is 31,4). Y en el texto de Ezequiel, que ya mencionamos, vemos que nada se le escapa al compromiso y al amor de Dios-Pastor: “Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma” (Ez 34,16).
Jesús es el Pastor que da la vida por sus ovejas: Jn 10,11-18). En el evangelio retoma este esquema del Buen y del Mal Pastor, pero con una novedad. Él dice: “¡Yo soy el Buen Pastor!”(Jn 10,11). La promesa de Dios se ha convertido en realidad, superando todas las expectativas. Jesús hace lo que ningún pastor haría, lo que ningún pastor por muy bueno que sea se atrevería a hacer: “Yo doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,15). “Yo soy el Buen Pastor” (Jn.11 y 14). Cuatro veces se dice que “da la vida (por las ovejas)” (Jn.11.15.17 y 18).

En el desarrollo de esta parte de la catequesis de Jesús, distingamos dos partes:
a)    Los versículos 11-13, que trazan el contraste entre un el Buen y el Mal Pastor, lo que podríamos llamar “el verdadero pastor” b)    Los versículos 14-18, que describe el rol del Buen Pastor, lo que podríamos llamar: “la excelencia del Pastor”.

a.- El verdadero Pastor: “Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan las ovejas” (Jn 11,10-13).

“Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (10,10). Jesús va más allá, no es suficiente decir que ha venido a dar vida, lo que llama la atención es el “cómo”: su manera de trabajar por la vida es dando la propia, “El buen pastor da la vida por las ovejas”.  El Pastor auténtico no vacilaba en arriesgar y en dar su vida para salvar a sus ovejas ante cualquier peligro que las amenazara. Es decir: no repara ni siquiera en su propia vida, nos ama más que a su propia vida y de este amor se desprende todo lo que hace por nosotros.

b El rol del buen pastor: “Yo soy el Buen Pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre” (Jn 11,14-18).

Esta sección se va mucho más a fondo, considerando ahora únicamente la figura del “Pastor Bueno” (que cumple los tres requisitos anteriores) delinea la belleza su personalidad, o mejor de su espiritualidad, de su secreto interno, respondiendo a estas preguntas: ¿Qué significa dar vida ofreciendo la propia? ¿Cuál es el contenido de esa vida? ¿A qué debe conducir? ¿Cuál es la raíz última de toda la entrega del Pastor?

En otras palabras, nos encontramos aquí con el contenido de la relación del buen pastor con sus ovejas.  Esta es:
1) Una relación amor (Jn 10,14-15): La relación del buen pastor con sus ovejas no es fría, material, impersonal, sino que está moldeada en la relación más cordial y personal que existe: la comunión del Padre y del Hijo (ver la introducción y la conclusión del Prólogo del Evangelio de (Juan 1,1-3 y 18): “Conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco al Padre” (10,14-15) “Como me conoce el Padre...”. La actitud de Jesús lleva la impronta de su relación con el Padre.  Padre e Hijo se conocen profundamente, viven en una familiaridad recíproca, se aprecian mutuamente, se aman intensamente.

“Conozco mis ovejas...”. Si la relación de Jesús con nosotros es de este tipo, podemos apreciar que la relación del pastor es una relación “amor y pasión”, apasionada, ardiente de corazón.  Si él es así con nosotros, también nosotros debemos serlo con él: “las mías me conocen a mí”. ¿Por qué Juan prefiere aquí el término “conocer”? Porque el “amor” está basado en el “conocimiento” personal.  Para Jesús-Pastor “Bueno”, no somos números, él conoce nuestra historia, nuestras dificultades, nuestros defectos y todas nuestras características. Porque nos conoce nos ama, es decir, nos acepta tal como somos y nos sumerge en la comunión con él. Pero hay que ver también lo contrario: es necesario que “Jesús” no sea para nosotros un simple nombre, hay que aprender a conocerlo cada vez mejor, precisamente como el “Buen-bello Pastor” y tejer una relación profunda y fiel de amor con él.

La relación con Jesús “Buen Pastor” es la de una íntima comunión. El Buen Pastor no nos mantiene a distancia, no quiere mantenernos pequeños e inmaduros. Debemos madurar cada vez más para llegar a ser capaces de entrar en comunión personal con él.

2) Una relación en la que caben todos (Jn 10,16). La comunión que se construye con Jesús comienza a abarcar, poco a poco, todas nuestras relaciones y apunta a la unidad de la vida (con todas sus diversidades y complejidades) en el amor de Jesús. El amor presupone el “conocimiento” y luego apunta hacia la unidad de las diversidades porque el amor es “unificante”: “También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor”.

La misión de Jesús pastor no se limita al pueblo de Israel.  Él ha recibido del Padre la tarea de cuidar toda la humanidad, de hacer un solo rebaño, una comunidad de creyentes en él.  Ésta es, en última instancia, su misión.  Nadie es excluido de su cuidado pastoral, así la presencia del amor de Dios en él vale para todos los hombres. Podemos ver en esta gran unidad dos líneas históricas: (1) una vertical, que unifica pasado, presente y futuro (comunidad de Israel, comunidad de los Doce, comunidad de todos los futuros creyentes en Cristo) y (2) una horizontal, que unifica a los diversos grupos de creyentes en Cristo y con ellos incluso a los no creyentes.

Por medio de Jesús, que es el único Pastor, y por medio de la comunión con él todos (y todas las comunidades) están llamadas a convertirse en una gran comunidad. Esta comunidad, que los hombres nunca podremos obtener por nosotros mismos (por más coaliciones que hagamos), será obra suya. Sabremos vivir en comunidad cuando tengamos la mirada puesta en Jesús, el único Pastor.  La excelencia de todo pastor está en saber construir unidad dondequiera que esté, y no en torno a él sino a Jesús.

3) La fidelidad: raíz del amor apasionado y unificante del  Pastor Bueno (Jn 10,17-18) La catequesis sobre el Buen Pastor termina con una contemplación del “misterio pascual”.  El atardecer de la vida del Pastor, su gloria, su plenitud es la entrega de su propia vida en la Cruz: la hora de la fidelidad: “Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre”. Este último criterio de la “excelencia” del Pastor está relacionado con el anterior. Notemos que en torno al versículo 16 (sobre la unidad a la cual conduce el Pastor) se repite (como enmarcándola) la frase: “doy mi vida”. Se entiende entonces que Jesús construye la “gran unidad” en la Cruz; efectivamente, él murió “no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52). Pero observando internamente esta última parte, notemos que la referencia a Dios-Padre enmarca los versículos 17 y 18: “Por eso me ama el Padre...” y “esta es la orden que he recibido de mi Padre”. La relación de Jesús con el Padre explica su fidelidad y esta fidelidad es la que sustenta su “excelencia”: Se trata de una fidelidad: Sostenida por el amor fundante del Padre. Vivida desde la libertad. Expresada en la obediencia Esta fidelidad toma cuerpo: En el “dar” y “recibir” (notar la repetición de los términos). En la “autonomía” (tengo “poder”) y la “responsabilidad” (“para” o “en función de”) En la escucha del mandato (la “orden”) y la respuesta (la obediencia: “lo he recibido”).

Notemos finalmente que en el centro se afirma: “Yo la doy (mi vida) voluntariamente”. Y enseguida se dice: “Tengo poder para darla y poder para recibirla de nuevo”.  En última instancia el “poder” de Jesús (término que se repite dos veces) se ejerce en la responsabilidad del “darse” a sí mismo apoyado en el amor fundante del Padre, de quien lo recibe todo (la vida siempre es recibida) y con quien tiene un solo querer (la raíz de su vida es el amor maduro: el que se hace uno solo con el amado).  Esta es la gran conciencia de Jesús en la Cruz, la que lo acompaña en el momento sublime de dar “vida en abundancia” a todas sus ovejas.  Todo está basado en este despliegue increíble del amor de Jesús por la humanidad que Él mismo  nos describe: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios" (Jn 3,16).

lunes, 9 de abril de 2018

III DOMINGO DE PASCUA – B (15 de abril 2018)


III DOMINGO DE PASCUA – B (15 de abril 2018)
Proclamación del santo evangelio según San Lucas 24.35-48:
24:35 Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
24:36 Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".
24:37 Atónitos y llenos de temor, creían ver un fantasma,
24:38 pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?
24:39 Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un fantasma no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo".
24:40 Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.
24:41 Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?"
24:42 Ellos le presentaron un trozo de pescado asado;
24:43 él lo tomó y lo comió delante de todos.
24:44 Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos".
24:45 Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras,
24:46 y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,
24:47 y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.
24:48 Ustedes son testigos de todo esto. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor resucitado Paz y Bien.

El mensaje de hoy tiene doble connotación: por una parte el gozo de saber que todas las profecías se han cumplido en Cristo Jesús (en su muerte y su resurrección); por otra parte, la necesidad de arrepentimiento y conversión por nuestros pecados.

“Sii un profeta se atreve a pronunciar en mi Nombre una palabra que yo no le he ordenado decir, o si habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá. Tal vez te preguntes: "¿Cómo sabremos que tal palabra no la ha pronunciado el Señor?. Si lo que el profeta dice en nombre del Señor no se cumple, quiere decir que el Señor no ha dicho esa palabra” (Dt 18,20-22). Lo que significa que, si lo que el profeta dice y se cumple, esa profecía viene de Dios. En Jesús se cumplió todas las profecías.

El mensaje de este tercer domingo pascual lo encontramos: Las profecías debían cumplirse. Es decir, todo aquello que había sido escrito en la ley y Moisés acerca del Mesías, acerca de sus sufrimientos y de su muerte, debía tener cabal cumplimiento en Cristo. En la primera lectura Pedro muestra la continuidad entre el Dios de Abraham, el Dios de Issac, el Dios de Jacob y el Dios que ha glorificado a Jesús. Ninguna ruptura entre las promesas hechas por Dios y la realidad actual; por el contrario: un cumplimiento cabal y perfecto del plan de Dios, de su pacto de amor con los hombres llevado hasta el amor extremo.

“Dios es amor” (I Jn 4,8) y Dios ha hecho al hombre por amor y a su imagen (Gn 1,26).  Dios quiere devolver al hombre la vida que éste había perdido pecando (Gn 3,1-8). Dios quiere restaurar en el hombre la imagen primitiva: “La volveré a conquistar,  la llevaré al desierto  y le hablaré a su corazón” (Os 2,16). Para realizar esta obra de redención, de restauración elige un camino largo y penoso: su encarnación (Lc 1,26-38), su nacimiento (Lc 2,6), su vida, su pasión, muerte y resurrección. Dios se propone salvar al hombre mediante el misterio inescrutable de la encarnación. ¡Misterio de Dios! ¡Maravilloso misterio de Dios que nos rescató haciéndose hombre (Jn 1,14). e incorporándonos a la naturaleza divina: “Te desposaré para siempre,  te desposaré en la justicia y el derecho, en el amor y la misericordia; te desposaré en la fidelidad, y tú conocerás al Señor” (Os 2,21-22).

“Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras” (Lc 24,45).  ¿Qué no entendían? ¿Por qué no entendían? ¿Qué hacía falta para abrirles el entendimiento a los discípulos? Y ¿Por qué era necesario que entendieran? Creemos que responder a estas preguntas nos dé luces para que también a nosotros se nos abra el entendimiento.

¿Qué no entendían?: “Cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y recién creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,22). Recordemos también las citas textuales respecto al acontecimiento de la resurrección: “Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16,21). “Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó que no hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos" (Mt 17,9). Hoy mismo constatamos que sucede lo mismo cuando Jesús resucitado esta entre ellos: Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Atónitos y llenos de temor, creían ver un fantasma, pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? (Lc 24,36-38).

¿Por qué no entendían la resurrección de Jesús? Un día Jesús dijo a Nicodemo: Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo” (Jn 3,11-13). Es decir, si no somos capaces entender las cosas terrenales no seremos capaces de entender las cosas del cielo; para entender las cosas del cielo conviene entender las cosas terrenales y no solo quedarnos en ella sino dar sentido de las cosas terrenales en razón de las cosas del cielo y para ellos sabemos que tenemos dos medios: para entender las cosas terrenales hace falta la razón y para entender las cosas del cielo en necesario la fe. Y si nos falta alguno de estos elementos no sabremos entender y por ende creer el misterio de la resurrección del Señor.

¿Qué hacía falta para abrirles el entendimiento? Tres cosas: 

1) Creer que Jesús resucitó pero hasta aquí ellos no creían que Jesús haya resucitado y por eso la escena siguiente: “Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron. Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron. En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado” (Mc 16,11-14). 

2) Por tanto hace falta constatar que Jesús el Nazarenos a quien vieron morir en la cruz es él mismo el que está vivo y para eso hace falta para los apóstoles tener certeza que está vivo viéndolo y tocándoles las manos y los pies: “Los otros discípulos le dijeron a Tomas: "¡Hemos visto al Señor!" Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré. Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes! Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe"(Jn 20,25-27). Hoy en relato ahondamos sobre el asunto: 

“Atónitos y llenos de temor, creían ver un fantasma, pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un fantasma no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies” (Lc 24,37-40). 3) y finalmente viene como una estucada las palabras de aclaración del mismo resucitado: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía esto: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos.  Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras” (Lc 24,44-45).

¿Por qué es necesario creer en el resucitado? Porque en adelante en su nombre se predicará la conversión: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,46-48). Para cumplir esta sagrada misión nos da todo el poder de su espíritu: "La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20, 21-23). Además ya nos dijo el Señor algo importante: “Al que me confiese abiertamente ante los hombres, yo lo confesaré ante mi Padre que está en el cielo. Pero quien se avergüence de mi ante los hombres yo también me avergonzare del él ante mi padre que está en el cielo” (Mt 10,32-33).

Vale la pena traer a colación las primeras profesiones o proclamaciones del Señor resucitado, misión que es efecto del espíritu del mismo Señor resucitado en la primera comunidad encabezada por Pedro: “A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él” (Hch 2,22-24).

“Si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes. Incluso, seríamos falsos testigos de Dios, porque atestiguamos que él resucitó a Jesucristo, lo que es imposible, si los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó” (I Cor 15,14-16).