DOMINGO XI – B (17 de junio del 2018)
Proclamación del evangelio según San Marcos 4,26-34:
4:26 "El Reino de Dios es como un hombre que echa la
semilla en la tierra:
4:27 sea que duerma o se levante, de noche y de día, la
semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.
4:28 La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego
una espiga, y al fin grano abundante en la espiga.
4:29 Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la
hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha".
4:30 También decía: "¿Con qué podríamos comparar el
Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo?
4:31 Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra,
es la más pequeña de todas las semillas de la tierra,
4:32 pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más
grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del
cielo se cobijan a su sombra".
4:33 Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la
Palabra, en la medida en que ellos podían comprender.
4:34 No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios
discípulos, en privado, les explicaba todo. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes me llaman Maestro y
Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les
he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he
dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn
13,13-15). El gesto pequeño, de humildad y sencillez hace grande a la persona. Ya
Dios dijo también por el profeta: “Así como el alfarero amolda la arcilla en sus
manos y saca el cántaro a su gusto, así soy contigo pueblo de Israel —oráculo
del Señor—. Tu eres como la arcilla en mi mis manos pueblo de Israel” (Jer18,6).
Todo lo explicaba Jesús a la gente por medio de parábolas, y
no les hablaba sin parábolas (Mt 13,34). Así hoy, Jesús nos plantea dos
parábolas sobre el Reino de Dios (Mc 4,26-34): La parábola de la semilla que
crece por sí sola (Mc 4,26-29) y la parábola del grano de mostaza (Mc 4,30-32)
Les decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa
la semilla en la tierra… la tierra por sí misma produce (Mc 4,26-28). Así es, la semilla hace su trabajo sola,
quien la planta se acuesta a dormir y de la noche a la mañana, la semilla ha
germinado y la planta va creciendo sola, sin que éste sepa cómo sucede este
crecimiento.
En otro episodio dice Jesús: “No se inquieten por su vida,
pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir.
¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren
los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros,
y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes
acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir
un solo instante al tiempo de su vida? (Mt 6,25-27). Y vamos comprendiendo que
en efecto no todo depende del hombre, hay cosas que no están a nuestro control,
por ejemplo: Como bien nos dice el Señor: La vida no depende de nosotros ni de
nuestros bienes (Lc 12,15), así, pues nosotros no sabemos cuándo terminaremos
nuestra existencia en este mundo (Mt 24,44).
El Reino de Dios crece de manera escondida, como la semilla
escondida bajo la tierra. Nadie se da cuenta,
pero eso de tan pequeñito como la semilla tiene una vitalidad y una fuerza de
expansión inigualable. Efectivamente, el Reino de Dios va creciendo en las
personas que se hacen terreno fértil para el crecimiento de la semilla. Y a veces ni nos damos cuenta, igual como le
sucede al labrador que sembró, sólo se da cuenta cuando ve el brote que sale de
la tierra. Hacernos terreno fértil es requisito para dejar que Dios penetre en
nuestra alma para que, El haga germinar su Gracia dentro de nosotros. Así, la semilla del Reino va germinando y
creciendo secretamente dentro de cada uno.
Venga a nosotros tu Reino (Mt 6,10), rezamos en el Padre
Nuestro. ¿Cómo viene ese Reino? Con la siguiente frase del mismo Padre
Nuestro: Hágase tu Voluntad. El Reino va
creciendo en nosotros, secretamente, pero con la fuerza vital de la semilla,
cuando buscamos y hacemos la Voluntad de Dios en nuestra vida, tratando de que
aquí en la tierra se cumpla la voluntad divina como ya se cumple en el Cielo: Hágase tu Voluntad así en la tierra como en
el Cielo (Mt 6,10).Y ese crecimiento del Reino de Dios es obra del Mismo Señor
que hace crecer como la planta, haciendo que primero la semilla se abra, luego
vaya formando su raíz debajo de la tierra, para luego dar paso a las ramas, las
hojas y el fruto.
El establecimiento del reino de Dios sobre la tierra, ha
tenido ya un inicio, un inicio que se puede percibir como pequeño, cuando Dios
mismo se ha hecho carne en Jesús el Hijo de Dios (Jn 1,14), vino al mundo,
naciendo en un humilde pesebre (Lc 2,6), muy lejos de los honores para
establecer su reino como Señor de Señores y Rey de Reyes (como Rey sobre todos
los reyes de las naciones del mundo). Normalmente en la realeza se dan grandes
festejos y honores cuando nace algún hijo ó hija del rey, pero no pasó así
cuando Jesús llegó al mundo.
El inicio del establecimiento del reino de Dios sobre la
tierra con Jesús, Dios Hijo hecho carne, viniendo sin honores típicos de la
realeza de su época, y con la muerte de Jesús en la cruz como si fuera criminal
sin serlo, fue un inicio pequeño, pero Jesús resucitó dijo sus apósteles:
"Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía que, es necesario que se
cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en
los Salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las
Escrituras, y añadió: Así estaba escrito que, el Mesías debía sufrir y
resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su
Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de
los pecados. Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,44-47).
Las dos parábolas: La semilla que crece por si sola y el
grano de mostaza, tratan acerca del crecimiento de la semilla. Pero mientras
que en la parábola del crecimiento de la semilla el énfasis está en que la
semilla de "suyo tiene vida" y por esta razón crece, en la parábola
de la mostaza nos va a explicar hasta dónde llega este crecimiento.
El grano de mostaza: La semilla de mostaza que es del tamaño
de la cabeza de un alfiler. En los tiempos de Jesús se usaba frecuentemente
para referirse a la cosa más pequeña que se pudiera imaginar. De hecho, la
expresión "pequeño como una semilla de mostaza" había llegado a ser
un proverbio. Por ejemplo, el Señor Jesucristo lo usó para referirse a la fe de
sus discípulos: "Si tuvieran fe como un grano de mostaza..." (Mt
17:20). A pesar de que la semilla es tan pequeña, la planta de mostaza puede
llegar a alcanzar hasta cerca de cuatro metros de altura con un tallo grueso
como el brazo de un hombre.
La parábola en relación al Reino de Dios es el punto
esencial, es el contraste entre un comienzo pequeño y un resultado grande,
entre el principio y el fin, entre el presente y el futuro del Reino. La semilla
del Reino sembrada por Jesús en el campo del mundo, a pesar de su comienzo
minúsculo e irrisorio, tendrá finalmente por su propia vitalidad interna, un
crecimiento desmesurado y sobrenatural.
Seguramente tenía que ver con su propio ministerio público:
un judío desconocido, en un rincón perdido de Palestina, rodeado de un puñado
de discípulos sin demasiada cualificación y abandonado finalmente por las
multitudes. Sin reconocimiento de los líderes religiosos y sin ninguna clase de
influencia política. ¿Qué podía surgir de aquí? Pero todo esto no es nada comparado con la terrible
debilidad manifestada en la cruz. ¿Quién podría imaginar que de un judío
ajusticiado en una cruz por el imperio romano, rechazado por su propio pueblo y
abandonado por sus discípulos, pudiera surgir un movimiento que dos mil años
después siguiera creciendo por todos los países del mundo? Como Pablo resume:
"Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente
escándalo, y para los gentiles locura"(1 Co 1:23).
“Hagan que todos los pueblos sean mis discípulos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y
enseñándolos a cumplir todo lo que yo les he enseñado” (Mt 28,19). Aquel
pequeño grupo de discípulos asustados y perseguidos (Jn 20:19), se convertirá
en una multitud que nadie puede contar: "Después de esto miré, y he aquí
una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y
pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero,
vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos" (Ap 7,9).
Así que, en el momento actual, Dios no reina manifestando
todo su poder, sino que por el contrario, su presencia en este mundo, aunque
real y viva, es humilde y muchas veces oculta. Incluso sus propios siervos,
aunque ya tienen dentro de sí mismos la semilla que producirá estos resultados
extraordinarios, son frágiles y débiles, expuestos a innumerables peligros. El
apóstol Pablo lo expresó perfectamente: "Pero tenemos este tesoro en vasos
de barro..." (2 Co 4:7), "Miren, hermanos, su vocación, que no son
muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles"(1 Co
1:26-27). Esta falta de importancia, de influencia y de fuerza social de la
Iglesia a través de los siglos ha venido a confirmar en cada momento las
palabras de Jesús: "manada pequeña..." (Lc 12:32), "yo los envío
como a ovejas en medio de lobos"(Mt 10:16).
Jesús dijo que ni aún un vaso de agua dado en su nombre
quedaría sin recompensa (Mt 10:42). A menudo somos víctimas del engaño en el sentido
de que para que algo sea importante debe acompañarse siempre de gran ruido.
Dios es diferente en su modo de actuar. Él actúa de formas casi imperceptibles.
Debemos animarnos en nuestro servicio al Señor sabiendo que las grandes cosas
proceden de principios muy pequeños. No despreciemos nunca el día de los
comienzos humildes (Zac 4:10) y no caigamos en la tentación de pensar que para
lo poco que podemos hacer no vale la pena ni siquiera empezarlo. No nos
desanimemos por el aparente fracaso y la pobreza presente, sino tengamos
confianza en la Palabra del Señor que hará que todo esfuerzo honesto por
servirle será finalmente multiplicado para su gloria.
Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas,
rasgo típico de su enseñanza (Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al
banquete del Reino (Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para
alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (Mt 13, 44-45); las palabras no
bastan, hacen falta obras (Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para
el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (Mt 13,
3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia
del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es
preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para
"conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los
que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo
enigmático (Mt 13, 10-15). (NC 546).
¿Cómo se transforma el insignificante grano de mostaza, la
más pequeña de las semillas, en la mayor de las hortalizas? Sembrándose en tierra fértil (rodeándose de
aquello necesario para poner en marcha un proceso de transformación) y muriendo
a sí mismo para liberar lo que hay en su interior. Si intentáramos llenar el grano de mostaza de
cualquier cosa, terminaríamos pronto. Al
ser diminuto, parece que dispone de poca capacidad. Sin embargo, la lógica de Dios y de la
naturaleza es distinta, y en la vacuidad cabe el infinito, la nada conduce al
Todo. Así que, cuando el grano de
mostaza renuncia a lo poco que es, rompe su envoltura y se pierde a sí mismo,
libera el potencial infinito que se ocultaba en su interior y que dará a luz al
árbol que ni tan siquiera podía imaginar que estaba llamado a ser. Muriendo a sí mismo, el grano de mostaza se
encuentra con quien realmente es.
¿Cuántos de nosotros seguimos apegados a quienes creemos ser,
permaneciendo como granos de mostaza cuando podríamos ser robustos y hermosos
árboles? Todo porque no ejercemos nuestrafe.