II DOMINGO DE PASCUA – C (28 de abril del
2019)
Proclamación
del santo evangelio según San Juan 20,19-31:
20:19 Al
atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las
puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos,
llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con
ustedes!"
20:20 Mientras
decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de
alegría cuando vieron al Señor.
20:21 Jesús les
dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo
también los envío a ustedes".
20:22 Al
decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
20:23 Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a
los que ustedes se los retengan".
20:24 Tomás,
uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó
Jesús.
20:25 Los otros
discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!" Él les respondió:
"Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el
lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".
20:26 Ocho días
más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con
ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en
medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"
20:27 Luego
dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano:
métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
20:28 Tomás
respondió: "¡Señor mío y Dios mío!"
20:29 Jesús le
dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber
visto!".
20:30 Jesús
realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se
encuentran relatados en este Libro.
20:31 Estos han
sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y
creyendo, tengan Vida en su Nombre. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXION:
Estimados
amigos(as) en el Señor Resucitado Paz y Bien.
"¡La paz
esté con ustedes!" (Jn 20,29). Es domingo de la misericordia porque el
Señor resucitado nunca echó en cara el abandono de sus discípulos en la Cruz,
ni siquiera increpo a Pedro que negó conocerle: “No lo conozco, no sé de qué
hablas” (Lc 22,60). Jesús el Señor resucitado se olvida de todo y les saluda
con ternura: “La paz este con Uds.” (Jn 20,29).
¿Si llevas
cuenta de nuestros delitos quien podrá resistir? (Slm 129,2). “El Señor es
clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es
bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas” (Slm 144,8). Con estas
citas del salmo iniciamos nuestra reflexión porque es el domingo de la
misericordia. En efecto, esta semana hemos revivido una serie de encuentros con
Palabra de Dios hecha carne (Jn 1,14), el hombre perfecto resucitado de entre
los muertos, quien es el centro de la alegría de cada corazón y la plenitud de
sus aspiraciones, como nos enseña el Concilio Vaticano II (GS 45). Para
culminar esta serie de encuentros con el resucitado (Jn 20,16-18). Tomemos contacto
con el evangelio que dimos lectura y que para su mejor comprensión las podemos
dividir en tres partes:
1) ¿Qué dones
trae el Resucitado para la comunidad? "¡La paz esté con ustedes!... les
mostró sus manos y su costado… Reciban el Espíritu Santo… como el Padre me
envió así les envío…” (Jn 20,19-23).
2) ¿Cómo pueden
llegar a creer en Jesús glorificado? ¿Ver para creer como Tomas o creer para
ver como Jesús exhorta al final a Tomas? (Jn 20,24-29) El mismo Señor
glorificado conduce a la fe pascual al incrédulo.
3) ¿Qué
pretende suscitar la proclamación del Evangelio, en cuanto anuncio de los
signos del Resucitado para las personas y comunidades de todos los tiempos? (Jn
20, 30-31). En estos dos versículos el cuarto evangelio se presenta a Jesús
como un camino de fe: “Para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios,
y creyendo en su Nombre, tengan Vida y vida eterna”.
Primera parte:
Primer encuentro con la comunidad reunida (Jn 20,19-23)
Ese mismo día
–el primero de la semana- por la mañana, María Magdalena les había comunicado:
“He visto al Señor” (Jn 20,18). Ahora,
al atardecer (Jn 20,19), es el mismo Jesús quien viene donde los discípulos y
se deja ver por los once. Jesús los encuentra con la puerta cerrada. Todavía
están en el sepulcro del miedo y no están participando de su nueva vida (Jn
20,19). Notemos lo que va sucediendo en la medida en que Jesús se manifiesta en
medio de la comunidad:
1) Jesús “Se
presentó en medio de ellos” (Jn 20,19): Lo primero que hace Jesús es mostrarles
que lo tienen a él, vivo, en medio de ellos, y su presencia los llena de paz y
alegría. En un mundo que les infunde miedo, ellos tienen en medio al vencedor
del mundo. Recordemos que la última palabra de su enseñanza cuando se despidió
de ellos fue: “Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo
tendrán tribulación, pero ¡ánimo!, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33); “Ustedes
ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie
les podrá quitar” (Jn 16,22).
2) Jesús les da
la paz: “Y les dijo: La paz con ustedes” (Jn 20,19): El don primero y
fundamental del Resucitado es la paz. Tres veces en este pasaje del evangelio
se repite el saludo: “Paz este con Uds.” (Jn 20,19.21.26) Jesús les había
prometido esa paz que el mundo no puede dar (Jn 14,27). Ahora, en el tiempo pascual, cumple su
palabra porque está en el Padre y porque ha vencido al mundo (Jn 16,33). Esta
victoria de Jesús es el fundamento de la paz que él ofrece. Y, si bien Jesús no
pretende eximir a sus discípulos de las aflicciones del mundo (Jn 16,33),
ciertamente su intención es darles seguridad, serenidad y confianza en medio de
ellas.
3) Jesús les
muestra las llagas de sus manos: “Dicho esto, les mostró las manos...” (Jn
20,20): El Resucitado no sólo habla de paz, sino que se legitima delante de sus
discípulos, dándole un fundamento sólido a su palabra. Para ello les muestra
sus llagas. Los discípulos aprenden
entonces que el que está vivo delante de ellos es el mismo Jesús que murió en
la Cruz: el Resucitado es el Crucificado (Jn 12,24). Mostrar las llagas tiene
doble connotación en la comunidad: 1) es una expresión de su victoria sobre la
muerte; es como si nos dijera: “Mira he vencido”. 2) Es un signo de su inmenso
amor, un amor que no retrocedió a la hora de dar la vida por los amigos (Jn
15,13); y es como si nos dijera: “Mira cuánto te he amado, hasta dónde llega mi
amor por ti” (I Jn 4,8). El Resucitado estará siempre lleno de esta victoria y
de este amor que se nos revela tras la Cruz.
En otras palabras, en el Resucitado permanece para siempre el increíble
amor del Crucificado (Jn 14,18).
4) Jesús les
muestra la herida del pecho: “...y el costado” (Jn 20,20): Jesús les muestra
las llagas de los clavos y también su pecho traspasado por la lanza. De esa herida había fluido sangre y agua
cuando estuvo en la Cruz. Por lo tanto el gesto nos remite a lo que observó el
Discípulo Amado cuando estuvo al pie de la Cruz: “Uno de los soldados le
atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn 19,33).
La herida del costado de Jesús permanece para siempre en el cuerpo del
Resucitado como una prueba de que él es la fuente de la verdad y vida (Jn
7,38-39), esa vida nos hace nacer de nuevo en el Espíritu Santo en los
sacramentos (Jn 3,5).
5) Los
discípulos, finalmente, reaccionan con una inmensa alegría: “Los discípulos se
alegraron de ver al Señor” (Jn 20,20). La alegría pascual había sido una
promesa de Jesús antes de su muerte: “Estarán tristes, pero su tristeza se
convertirá en gozo... Uds. están tristes ahora, pero volveré a verlos y se
alegrará su corazón y su alegría nadie les podrá quitar” (Jn 16,20.22). Así,
pues, cuando los discípulos “ven” a Jesús, la promesa se convierte en
realidad. Jesús resucitado es el
fundamento indestructible de la paz y la fuente inagotable de la alegría. En
fin, el Resucitado viene y se deja ver. Contemplar al Resucitado es
experimentar el amor sin límite ni medida del Crucificado, participar de su
victoria sobre la muerte y recibir plenamente el don de su vida. Cuanto más comprendan esto los discípulos,
mucho más se llenarán de paz y de alegría.
Jesús Resucitado es el fundamento de la paz y la fuente de la alegría.
La experiencia
de vida del Resucitado que lleva a la comunidad a hacer propia la victoria de
Jesús sobre la Cruz, tiene enseguida consecuencias: ella es enviada con la
misma misión, vida y autoridad de Jesús resucitado. De esta manera Jesús les
abre las puertas del sepulcro a los discípulos encerrados por el miedo (estaban
también muertos) y los lanza al mundo con una nueva identidad y como portadores
de sus dones (Aquí nace el Kerigma apostólico). Veamos:
1) Los
discípulos reciben la misma misión de Jesús: “Como el Padre me envió, así
también los envío yo” (Jn 20,21). Jesús les transmite la paz a sus discípulos
por segunda vez y conecta este don con la misión que les confía. Quien
participa de la misión de Jesús, también participa de su destino de Cruz, por
eso los misioneros pascuales deben estar arraigados en la paz de Jesús. Jesús
envía a sus discípulos al mundo con plena autoridad (“Yo les envío”), así como
el Padre lo envió a Él (Jn 17,18). En la
pascua se participa de la vida del Verbo encarnado (Jn 1,14) y una forma
concreta de participar de su vida es continuar su misión en el mundo. Como se ve enseguida, el Espíritu Santo es
también el principio creador de la misión.
2) Los
discípulos reciben la misma vida de Jesús: “Dicho esto, sopló sobre ellos y les
dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Los discípulos resucitan a una
nueva condición, ahora son apóstoles propiamente dicho. Para que la misión sea
posible, los discípulos deben estar revestidos del Espíritu Santo (Mt
22,12). Cuando Jesús sopla el Espíritu
Santo sobre ellos los hace “hombres nuevos” (Jn 3,8). El mismo Jesús de cuyo costado herido por la
lanza brotó el agua que es símbolo del Espíritu Santo (Jn 7,39), él mismo –como
en el día de la creación- infunde en los
discípulos el “Ruah”, esto es, el “Soplo vital” de Dios (Jn 20,22). Los
discípulos resucitan y pasan propiamente a ser apóstoles de Jesús. El
resucitado les da una vida nueva que no pasará nunca, su misma vida de
resucitado, esa vida que tiene en común con el Padre. Ahora el temor se acabó y
los apóstoles proclaman abiertamente la verdad: “A Jesús de Nazaret, el hombre
que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros,
prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado
conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir,
clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó,
librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella
tuviera dominio sobre él” (Hc 2,22-24).
3) Los
discípulos reciben la misma autoridad de Jesús: “A quienes perdonen los pecados
les quedan perdonados...” (Jn 20,23). El Resucitado envía a los discípulos con
plena autoridad para perdonar pecados (Lc 5,24). El perdón de los pecados es acción del
Espíritu, porque ser perdonado es dejarse crear por Dios. Es así como en la Pascua
se realizan plenamente las palabras que Juan Bautista dijo acerca de Jesús:
“Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Quien acoge a Jesús resucitado, experimenta
su salvación, sus pecados son perdonados y entra en la comunión con Dios (Jn
5,24). Los discípulos pueden ser rechazados en la misión. En realidad, el
rechazo del evangelizador no es un rechazo de él sino de Jesús que fue quien lo
envió (Jn 20,21). Y el rechazo de Jesús es el rechazo de su obra pascual, el
negarse una vida en paz y alegría, porque el pecado es conflicto interno y
tristeza continua (Lc 10,16). Por eso,
cuando hay “obstinación” ante el mensaje pascual de los discípulos, ellos
pueden “retener los pecados”, que en realidad es “retener el perdón”. Por tanto,
el que se opone a creer en el resucita esta condenado a permanecer en la tumba
de la muerte: “El que cree en él, no es
condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre
del Hijo único de Dios” (Jn 3,18). La comunidad de los seguidores de Jesús
queda consagrada para la misión de vida nueva. Por eso la Iglesia es por su
naturaleza propia: misionera (Mc 16,15).
Segunda parte:
El nacimiento de la fe en el corazón del incrédulo Tomás (Jn 20,24-29)
El apóstol
Tomás, ausente en el primer encuentro con el Resucitado, rechaza el testimonio
de los otros discípulos (“Hemos visto al Señor”, Jn 20,24), no confía en ellos,
porque los considera víctimas de una alucinación colectiva. Él exige ver a
Jesús personalmente para constatar que se trata del mismo Jesús que conoció terrenalmente,
con las cicatrices de los clavos y la herida de lanza (Jn 20,24-25). Y el Señor
acepta el desafío de Tomás. Jesús no rechaza su solicitud sino que,
contrariamente a lo que se podría esperar, le concede lo pedido. Pero si bien mediante el contacto con sus
llagas lo conduce a la fe, una fe nunca antes vista, Jesús recalca que la
verdadera fe que merece bienaventuranza es de los que creen sin haber visto.
Por propia
iniciativa se va hasta donde está Tomás, Jesús le muestra las marcas de su
muerte y de su amor: “No seas incrédulo sino creyente”(Jn 20,27), es decir, le
hace sentir que lo ama y que al dar la vida por él, Jesús es la fuente de su
salvación. Al mostrarle las llagas responde plenamente a la pregunta que Tomás
le hizo en el ambiente de la última cena: esas llagas son el camino de la
resurrección, la verdad de un Dios que lo ama y lo Salva, y la fuente de la
vida nueva.
Tomas reacciona
(pasa de la muerte a la vida) con una altísima confesión de fe, como ninguno
antes que él: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,28). Tomás se demoró más que todos los demás para
llegar a la fe, pero cuando llegó los sobrepasó a todos. Cuando dice “Señor
mío”, Tomás está reconociendo que con su resurrección Jesús ha mostrado que es
verdadero Dios, ya que “Señor” es la forma como la Biblia griega lee el nombre
de “Yahveh”. Por tanto Jesús es Dios así como Dios Padre: con la resurrección
Él ha entrado en la posesión de la gloria divina, la gloria que tenía en el
Padre antes de la creación del mundo (Jn 17,5.24). Cuando dice “Mío”, Tomás se
somete a su voluntad y se abre a la acción de su mano poderosa.
Esta relación
con Jesús, basada en su Señorío, tiene validez porque Jesús es Dios. Por eso lo
acepta como “¡Mi Dios!”. Tomás reconoce
a Jesús como el mismo Dios en persona que se acerca a cada hombre en su
realidad histórica para salvarlo dándole vida en abundancia. Para Tomás, todo lo que Jesús obra como
Señor, en realidad es lo que Dios obra. En el corazón del discípulo incrédulo
se enciende entonces la llama de una fe profunda que supera la de los demás.
Tomás comprende que al resucitar de entre los muertos, el Maestro ha demostrado
de forma clara y contundente que Él es el Señor Dios, como Yahvéh, soberano de
la vida y de la muerte.
3. El evangelio
como signo permanente que invita a la fe pascual (Jn 20,30-31). La voz pasa de
Jesús a la del evangelista Juan quien dialoga directamente con nosotros. Si
leemos estos versículos en conexión con Jn 20,29, notaremos enseguida la
continuidad. Jesús pronunció la bienaventuranza del “creer”, pero no dejó claro
con base en qué se daría este “creer”.
Ahora Juan nos dice que el “creer” está basado en el “testimonio
pascual”, y dicho testimonio llega a nosotros por medio del evangelio escrito y
por la predicación de la Iglesia que le da viva voz y la actualiza. Los signos
“escritos” (Jn 20,30-31) hacen referencia al itinerario de la fe propio del
evangelio de Juan: sus siete signos reveladores transversales, las tres pascuas
de Jesús y sobre todo el relato de la Pasión-gloriosa del Maestro. Por esta
razón termina diciendo que redactó su evangelio precisamente con este fin: que
los lectores de su libro crean que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios (Jn
20,30-31). La fe en el mesianismo divino
de Jesús se alimenta de la meditación de los signos realizados por el Señor,
entre los cuales el más estrepitoso consiste en su resurrección de entre los
muertos al tercer día (Jn 2,18), precisamente allí donde nos comunicó su misma
vida.
Recordemos aquella escena en que Jesús dijo a
los judíos: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar…
Él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus
discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en
la palabra que había pronunciado” (Jn 2,19-22). Los discípulos de Emaús se
asombraron y dijeron: “¿Con razón, no nos ardía el corazón cuando Él nos
hablaba en el camino y nos explicaba las escrituras?” (Lc 24,32). San Pablo por su parte dice: “Si se anuncia
que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que
los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si
Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de
ustedes… Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si
Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido
perdonados. En consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido
para siempre… Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de
todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por
medio de un hombre viene la resurrección. En efecto, así como todos mueren en
Adán, así también todos revivirán en Cristo” (I Cor 15,12-22).