DOMINGO XIII – C (30
de Junio 2019)
Proclamación del Santo evangelio según San Lucas. 9,51-62:
9:51 Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación
al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén
9:52 y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y
entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento.
9:53 Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.
9:54 Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le
dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?"
9:55 Pero él se dio vuelta y los reprendió.
9:56 Y se fueron a otro pueblo.
9:57 Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús:
"¡Te seguiré adonde vayas!"
9:58 Jesús le respondió: "Los zorros tienen sus cuevas
y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar
la cabeza".
9:59 Y dijo a otro: "Sígueme". Él respondió:
"Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre".
9:60 Pero Jesús le respondió: "Deja que los muertos
entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios".
9:61 Otro le dijo: "Te seguiré, Señor, pero permíteme
antes despedirme de los míos".
9:62 Jesús le respondió: "El que ha puesto la mano en
el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios". PALABRA DEL
SEÑOR.
REFLEXIÒN:
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
"Quien quiera venirse conmigo que se niegue así mismo y cargue con su cruz de cada día" (Mt 16,24). Las reglas del seguimiento a Jesús no las pone el hombre. quien se interesa por ir al cielo, no pone sus propias reglas. es Dios quien pone las reglas de la salvación. ¿De qué le servirá al hombre
ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de
su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de
sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según sus obras” (Mt 16,26-27).
¿Nos sentimos aludidos con el Evangelio de hoy o somos de
los que son indiferentes a quienes les da lo mismo estar con Dios o con el
demonio? Dice la Biblia que Dios quiere el corazón del hombre sincero: “Cuando
me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; y cuando me busquen me
encontrarán, siempre que me imploren con un corazón puro y sincero” (Jer
29,12-13). Bien, presumo que se dieron cuenta de que el relato del Evangelio de
hoy tiene dos partes pero que en el fondo son el complemento de una sola
realidad: el estar con Dios, ya de camino, ya en la alegría, o en la tristeza y
en toda circunstancia. Al respecto Pedro dijo: “Maestro, ¡qué bueno que estemos
aquí! Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Pero no sabía lo que decía. Estaba todavía hablando, cuando se formó una nube
que los cubrió con su sombra, y al quedar envueltos en la nube se atemorizaron.
Pero de la nube llegó una voz que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo”
(Lc 9,33-35).
En la primera escena es de advertirse que los apóstoles
reflejan el lado humano, una reacción violenta de los discípulos que quieren
pedir fuego para quemar vivos a aquellos samaritanos que no quieren dar
alojamiento a Jesús por la sencilla razón que va camino de los judíos (Lc.
9,53). Los discípulos llevaban fuego más que amor. Otra escena similar: Le
dijeron: "Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es
que ahora hay cizaña en él? Él les respondió: Esto lo ha hecho algún enemigo.
Los peones replicaron: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? No, les dijo el
dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el
trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los
cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y
luego recojan el trigo en mi granero"(Mt13,27-30). Ante el rechazo de
Jesús por los samaritanos, tratan de solucionar el problema "pidiendo
fuego para que acabe con ellos". La gran tentación de hoy es esto
precisamente, hacer las cosas como se nos parezca. Estar con Dios, pero a
nuestra manera.
Ya había advertido Jesús a los apóstoles: “No juzguen y no
serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará... Porque con la medida que ustedes midan, serán medidos
ustedes” (Lc 6,36). Las revoluciones necesitan sangre, pero es el criterio
humano. Por eso todas las revoluciones terminan dividiendo: vencedores y
vencidos. Comprométete en una revolución en la que todos terminemos siendo más
hermanos. Las revoluciones se hacen con violencia, pero tú puedes hacer una
revolución diferente: la revolución del amor. La revolución del amor no
necesita sangre, le basta el amor (Jn 13,34).
El reto nuestro es esto: Si queremos un mundo distinto, no esperemos el cambio de los
demás, comencemos a cambiar nosotros mismo. El mundo comienza a ser distinto
cuando tú has cambiado. No pretendas cambiar el mundo con el sacrificio de los
demás eso no es querer de Dios. Jesús también quiso cambiar el mundo, pero para
ello comenzó por ofrecerse a sí mismo hasta la muerte. Cuando alguien es capaz
de morir por el otro, el otro comienza a ser diferente. Recordemos aquella
cita: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis
amigos si hacen lo que yo les mando” (Jn 15,13-14). Si anhelamos una sociedad
más justa, comencemos por ser justo con los demás: “Traten a los demás como
quieren que ellos les traten a ustedes” (Mt 7,12)). Así pues, se justo con tu
esposa, con tu esposo. Justo con tus hijos. Justo con tus padres y tus
hermanos. Justo con todos. Ahí comienza la justicia del mundo.
No exijas porque encontrarás resistencias. Ofrece y verás
cómo los corazones se te abren y se hacen más blandos. No pidas, no reclames.
Haz de tu vida un ofrecimiento y un regalo, verás que alguien comenzará ya
diciéndote: gracias. Cuando alguien te dice gracias, algo está cambiando dentro
de su corazón. ¿No creen ustedes que todos llevamos dentro también mucha
violencia (fuego) contra todos, pero sobretodo contra aquellos que atacan a la
Iglesia, hablan más de la Iglesia o atacan a la Iglesia o incluso a nuestras
ideas políticas? Habría que mirar bien dentro de nosotros. Es posible no seamos
tan mansos como parecemos. Jesús había dicho: “El Reino de los Cielos es
semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su
gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue…” (Mt
13,24-30).
“El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es
digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de
mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su
vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10,37-39).
Como complemento de lo tratado, en la parte segunda se nos plantea el problema
fundamental de nuestra fe y nuestra relación con Jesús. Con frecuencia, damos
mucha importancia a nuestras devociones, sobretodo, aquellas que nos ofrecen
seguridad, pero nos olvidamos que lo esencial del cristiano es el
"seguimiento de Jesús". Esto es lo serio del Evangelio, de ahí que
nos encontremos con tres situaciones que, de alguna manera nos marcan el camino
y el sentido de lo que significa "seguir a Jesús". Digamos que aquí
hay algo más que estampitas bonitas con bonitas oraciones. Aquí hay decisiones
radicales donde el sí es sí y el no es no (Mt 5,36). Jesús no anda con medias
tintas. Ni el cristiano está llamado a "vivir a la moda" o según
soplan los vientos. Ello presupone renunciar radicalmente a los peros que en
decir verdad vienen de nuestros caprichitos. Y es que nos gusta engreírnos y
Dios como nos gustaría o quisiéramos que nos engría. Pero mucho cuidado, estas
cositas personales no tienen nada que ver con el querer de Dios o sino recordemos
aquel caprichito de Pedro:
Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: “¿Tú, Señor, me
vas a lavar los pies a mí? Jesús le contestó: Tú no puedes comprender ahora lo
que estoy haciendo. Lo comprenderás más tarde. Pedro replicó: Jamás me lavarás
los pies. Jesús le respondió: Si no te lavo, no podrás tener parte conmigo.
Entonces Pedro le dijo: Señor, lávame no sólo los pies, sino también las manos
y la cabeza. Jesús le dijo: El que se ha bañado, está completamente limpio y le
basta lavarse los pies. Y ustedes están limpios, aunque no todos. (Jn
13,6-10). O recordemos aquella cita:
“Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprender a Jesus, diciendo: "Dios no
lo permita, Señor, eso no te sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a
Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo,
porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt
16,22-23).
Hay un radicalismo donde se trata de nadar contra corriente,
muchas veces, ni se trata de agarrarnos al pasado. El seguimiento es siempre un
camino que hay que andar y que constantemente nos desinstala de nuestras
seguridades. El seguimiento de Jesús no nos asegura contra nada sino que nos
sitúa frente al desafío con frecuencia de la imprevisible.
El Evangelio de hoy nos plantea un problema al que
posiblemente le estamos dando poca importancia. Se habla aquí de tres
pretensiones de seguimiento y de tres respuestas que pueden sonarnos algo
extrañas. Jesús que pone dificultades a quien, sin ser llamado, pretende
seguirle. A otro lo invita a seguirle, no se niega, pero pone condiciones que
en sí parecen razonables, pero que Jesús no acepta. Un tercero que también se
ofrece, pero con ciertas condiciones. Total que ninguno de los tres termina
siguiendo a Jesús. El seguimiento es ante todo una llamada y nuestra condición
de cristianos es la de "seguidores de Jesús", pero aquí surgen serios
problemas. Seguir a Jesús no es nada fácil porque seguirle es andar su propio
camino y es correr los mismos riesgos que Él. Seguir a Jesús no puede quedarse
en simple buena voluntad ni en simples actos de piedad, seguir a Jesús es poner
en riesgo lo que somos y lo que tenemos, nuestro presente y nuestro futuro.
Seguir a Jesús requiere un convencimiento radical por el que estamos dispuestos
a no tener donde reclinar la cabeza, no tener una cama para descansar
tranquilo, sino vivir constantemente a impulsos del Espíritu.
Cuando decimos seguirle asumimos la decisión
de romper con todo y comprometernos con la libertad del Reino por encima de
todos los demás intereses. Tendríamos que preguntarnos la razón por la que
somos cristianos y tendríamos que preguntarnos si nuestro ser cristiano nos
lleva realmente a jugarnos enteros porque Dios en su Hijo se jugó todo por el hombre
y su salvación (Jn 3,16).
Puede que muchos seamos cristianos para asegurarnos la
benevolencia de Dios y estar seguros de que Dios no nos fallará. Puede que le
sigamos para asegurarnos la salvación. Cumplimos para salvarnos. En el fondo,
decidimos ser cristianos como quien quiere asegurar su futuro y su salvación.
Es un precio que tenemos que pagar. En tanto que cuando hablamos de seguimiento
implica que hemos descubierto de verdad el tesoro que es Jesús (Mt 13,44) y que
estamos dispuestos a vivir en la inseguridad, porque cada día la ponemos en
riesgo por fidelidad al Evangelio. La religión no puede ser ni una caja de
seguridad, ni tampoco pensar que con ello Dios está obligado a escucharnos y
sacarnos de nuestras dificultades. Pero eso sí, quede muy claro, quien sigue
sin peros a Jesús tendrá su recompensa: “Pedro dijo a Jesús: Nosotros lo hemos
dejado todo para seguirte. Y Jesús contestó: En verdad les digo: Ninguno que
haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por mi causa
y por el Evangelio quedará sin recompensa. Pues, aun con persecuciones,
recibirá cien veces más en la presente vida en casas, hermanos, hermanas, hijos
y campos, y en el mundo venidero la vida eterna” (Mc. 10,28).
“El Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho y ser rechazado
por las autoridades judías, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros
de la Ley. Lo condenarán a muerte, pero tres días después resucitará” (Mt
16,21). También Jesús decía a toda la gente: Si alguno quiere seguirme, que se
niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y que me siga. Les digo:
el que quiera salvarse a sí mismo se perderá, y el que pierda su vida por causa
mía, se salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde
o se disminuye a sí mismo? Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras,
también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria y en
la gloria de su Padre con los ángeles santos
(Lc. 9,22-26).
Por tanto vale la
pena seguir a Jesús porque él es todo en todo y así lo dicen San Pablo: “ Para mi Cristo lo es todo” (Col3,11). Así, Jesús es modelo de vida a seguir para toda
la humanidad, por eso san Pablo también exclamó de gozo: “Más aún, todo lo
considero al presente como peso muerto, en comparación con eso tan
extraordinario que es conocer a Cristo Jesús, mi Señor. A causa de él ya nada
tiene valor para mí, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp
3,8).