DOMINGO III DE ADVIENTO – C (12 de diciembre de 2018)
Proclamación del Santo evangelio según San Luca 3,10-18:
3:10 La gente le preguntaba: "¿Qué debemos hacer
entonces?"
3:11 Él les respondía: "El que tenga dos túnicas, dé
una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto".
3:12 Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar
y le preguntaron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?"
3:13 Él les respondió: "No exijan más de lo
estipulado".
3:14 A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y
nosotros, ¿qué debemos hacer?" Juan les respondió: "No extorsionen a
nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo".
3:15 Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se
preguntaban si Juan no sería el Mesías,
3:16 él tomó la palabra y les dijo a todos: "Yo los
bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera
soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu
Santo y en el fuego.
3:17 Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y
recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego
inextinguible".
3:18 Y por medio de muchas otras exhortaciones anunciaba al
pueblo la Buena Noticia. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
En el inicio del tiempo de adviento se nos decía: “Estén
vigilantes y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de
ocurrir" (Lc 21,36). El domingo anterior el mensaje termino diciendo:
“Todos los hombres verán la Salvación de Dios” (Lc 3,6). Hoy la pregunta es:
“Entonces ¿Qué debemos hacer entonces?" (Lc 3,10); ¿… Para heredar la
salvación eterna?" (Lc 18,18): Estén vigilantes y oren incesantemente. Una
voz grita en el desierto de nuestras conciencia: “Preparen el camino del Señor,
que lo torcido se enderece, lo áspero se iguale” (Lc 3,5). “Muestren frutos de
una sincera conversión y no estén diciendo somos descendientes de Abraham” (Mt
3,8). La conversión real requiere hechos concretos: "El que tenga dos
túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto con
el hambriento" (Lc 3,11).
Estamos ya celebrando el tercer domingo de Adviento tiene un
nombre específico: Domingo de Gaudete. Recibe ese nombre por la primera palabra
en latín de la antífona de entrada, que dice: Gaudéte in Domino semper: íterum
dico, gaudéte. (Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad
alegres). La antífona está tomada de la carta paulina a los filipenses ( Flp.
4, 4), que sigue diciendo Dominus prope este (el Señor está cerca). Y
efectivamente, en este tercer domingo, que marca la mitad del Adviento, la
llegada del Señor se ve cercana. Cuando nos acercamos a la celebración del
Nacimiento de Jesús, la palabra de Dios nos recuerda cómo las profecías han
sido ya cumplidas; que estamos en lo que los teólogos llaman el "ya, pero
todavía no". Que las tinieblas se disipan y avizora una tenue luz: “La
Palabra se hizo carne y acampo entre nosotros” (Jn 1,14).
En este contexto apremia la necesidad de ¿Qué tenemos que
hacer?: una sincera conversión, tema de este domingo. Otro relato paralelo a
Lucas está en Mateo: “La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la
región del Jordán iba a su encuentro de Juan Bautista, y se hacía bautizar por
él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Al ver que muchos fariseos
y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de
víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan
el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por
padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer
surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el
árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mt 3,5-10).
¿Qué debemos hacer?” (Lc 3,10-14): Después que Juan termina
su predicación llamando a la conversión (Lc 3,7-9), la gente reacciona
positivamente pidiendo pistas concretas para hacer el camino de conversión
significado en el bautismo.
En su predicación inicial Juan Bautista le había dicho a la
gente que venía a ser bautizada que se tomara en serio lo que iba a hacer, que
no le sacaran el cuerpo a la conversión. Parece que la más común era sentirse
seguro de la salvación sacando a relucir el ser hijo de Abraham, como si el
hecho de ser israelita concediera automáticamente el derecho al
cielo. Apoyarse en la infinita misericordia de Dios para excusarse
de la conversión (como quien dice: “para qué, si al fin y al cabo Dios
misericordioso me entiende y me perdona”) es un tremendo abuso. No hay que
dejar para mañana la conversión. La decisión tiene que ser a fondo e inmediata
porque la “ira es inminente” (Lc 3,7-9). Entonces tres grupos de personas se
acercan al bautista y en las tres ocasiones le plantean la misma pregunta:
“¿Qué debemos hacer?” (Lc 3,10.12.14). La gente quiere darle cuerpo
a la conversión y a la vida nueva en acciones concretas. La conversión se
reconoce en la “praxis”, sobre todo la de la caridad y la justicia. Notemos que
cinco veces se repite el verbo “hacer” (Lc 3,8.10.11.12.14). Para cada categoría
de personas que dialogan con Juan Bautista se propone un “quehacer” específico.
Un grupo amplio de personas (Lc 3,10-11): A las multitudes
anónimas, el Bautista los invita a despojarse para compartir con los más
pobres: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que
tenga para comer, que haga lo mismo”. El vestido y el alimento representan
necesidades básicas. Juan aparece en sintonía con el espíritu del profeta
Isaías, quien decía: “Partir al hambriento tu pan... a los pobres sin hogar
recibir en casa... y cuando veas a un desnudo le cubras... de tu semejante no
te apartes” (Is 58,7). A lo largo del evangelio de Lucas ésta será
una exigencia fundamental, como se ilustra en la parábola del rico epulón: uno
que nada en la abundancia y tiene un pobre padeciendo a su lado está poniendo
en ridículo la Palabra de Dios (Lc 16,19-31).
El grupo de los cobradores de impuestos (Lc 3,12-13): A los
cobradores de impuestos, tentados de enriquecerse exigiéndole a los
contribuyentes sumas superiores a las establecidas oficialmente, les pide que
no caigan en la corrupción, que sean honestos: “No exijáis más de lo que está
fijado”. Los cobradores de impuestos en la época eran delincuentes “de cuello
blanco” ampliamente conocidos por su pésima reputación de ladrones. A lo largo
del evangelio muchos de estos van a vivir un cambio radical de vida al lado de
Jesús (Lc 9,19).
El grupo de los soldados (Lc 3,14): A los soldados, que eran
judíos enrolados en el ejército romano para ponerle mano dura a los cobradores
de impuestos, les exige que no abusen del poder: “No hagan extorsión a nadie,
no hagan denuncias falsas, y conténtense con su paga”. En otras
palabras, se les pide que no usen la fuerza, tortura o extorsión para obtener
información sobre la gente sospechosa, y también a ellos se les pide que no
busquen ganancias extras haciendo mal uso de la autoridad que se les dio.
Notamos cómo en los tres casos, el estilo de predicación de
Juan Bautista es bien distinto al que adoptó inicialmente. No regaña a la gente
sino que le ofrece caminos concretos de superación. La preocupación de fondo es
la de la justicia social. La predicación de Juan está en sintonía con la de los
profetas que tenían claro que las devociones religiosas debían cederle espacio
a toda forma de justicia social (por ejemplo: (Is 1,10-20 y Am 5,21-27).
Igualmente está en sintonía con el espíritu de la Iglesia en Pentecostés (Hch
2,44 y 4,32-35).
No eres tú el Mesías: ¿Quién eres tú? (Lc 3,15-17): La
segunda parte comienza con la típica pregunta sobre la identidad de Juan:
“Andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el
Cristo” (Lc 3,15). La novedad en el evangelio de Lucas es que la pregunta parte
no de las autoridades judías que investigan al peligroso profeta (Juan 1,25),
sino del mismo pueblo sediento de la venida del Mesías: “como el pueblo estaba
a la espera...”. La respuesta de Juan tiene dos partes, centradas ambas en los
dos bautismos. En la primera habla de su bautismo (con agua) y en la segunda
habla del bautismo que trae Jesús, que también es doble (con Espíritu Santo y
fuego).
Juan bautiza con agua (Lc 3,16): Juan se presenta a sí mismo
como el hombre “fuerte” que “bautiza con agua”, símbolo de purificación y de
vida para quien expresaba una conversión sincera, gesto que agregaba plenamente
a la descendencia de Abraham. Pero viene el contraste: si Juan es fuerte, Jesús
es todavía más fuerte: “viene el que es más fuerte que
yo”. Siguiendo el hilo del pensamiento de Lucas, notamos una
referencia a palabras dichas anteriormente en los relatos de infancia: si de
Juan se había dicho “será grande” ahora él mismo va a presentar al que “ha de
venir” como uno que lo supera de manera tal que es “más grande” (Lc 1,32). Esto
Juan lo visualiza (los profetas predican con imágenes) con la imagen de
esclavo. El precursor se siente tan pequeño frente al Mesías “que viene”, que
se declara indigno de prestarle aún el más pequeño servicio, que sería el de
“desatarle la correa de sus sandalias”.
Jesús bautiza en Espíritu Santo y fuego (Lc 3,17): Jesús es
“más fuerte” que Juan porque lleva a cabo lo que el bautista proclama: “el
perdón de los pecados” (Lc 3,3). Juan prepara el camino pero es Jesús quien lo
realiza. La fuerza del bautismo está descrita con dos términos significativos:
“Espíritu Santo” y “fuego”. Para aquella persona que acoge a Jesús, el don del
“Espíritu Santo” se convierte en el fundamento de una nueva vida. En cambio
para aquel que lo rechace, es el “fuego” del juicio que comienza a cumplirse
con la venida de Jesús.
De esta forma ante la obra de Jesús, el bautismo en el
Espíritu Santo, la humanidad se divide en dos: los que reciben a Jesús y los
que lo rechazan. Recordemos que Jesús es “signo de contradicción”, como dijo
Simeón: “éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel” (Lc
2,34).
Con todo el énfasis del texto recae en lo positivo: se
espera la apertura a Jesús y a la obra de su evangelio, con un deseo sincero de
conversión (Hch 2,37-38). Entonces seremos testigos de la maravillosa
experiencia del poder vivificador del Dios creador en nuestras vidas que nos
integra al nuevo pueblo de Dios. Pero el evangelio de hoy se detiene también a
considerar las graves consecuencias del rechazo. Con las imágenes poderosas y
significativas para el mundo judío que aparecen en (Lc 3,17) y que nos
recuerdan el lenguaje profético de Isaías - para quien el fuego es símbolo de
destrucción (Is 29,6), Juan Bautista quiere una vez más sacudir la tierra
desierta de los indiferentes. Cada uno se juega su futuro en la decisión que
tome ante el anuncio que Dios le ha hecho. Decir que “no” es decidir por sí mismo
la eterna separación de Dios y por lo tanto la auto negación de un futuro de
vida.
No conviene perderse la fiesta: La conversión es una buena y
no una mala noticia. Como lo va a desarrollar poco a poco este mismo evangelio
de Lucas, la conversión total, continua y cotidiana llena el corazón de luz, de
justicia, de amor y de alegría. Jesús hablará con frecuencia de la alegría que
se siente cuando se recibe el perdón y, paradójicamente dirá que es aún mayor
la alegría del Padre de los Cielos: “convenía celebrar una fiesta y alegrarse,
porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y
ha sido hallado” (Lc 15,32; Lc 14,7 y 10).
Solo una conversión sincera trae frutos de gozo y alegría:
“Alégrate mucho, hija de Sión, ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu
Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde” (Zac 9,9); “Alégrate
llena de gracia el Señor está contigo” (Lc 2,28); “Estén alegres en el Señor,
repito alégrense en el Señor” (Flp 4,4).